Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 147. FEBRERO. Año 1977.
0. SUMARIO
NO HACE FALTA buscar la sencillez de la vida ni la de las cosas: está ahí y permanece en el mundo y en nosotros mismos mientras no nos precipitemos a falsearlas o a mentir, hablando o callando, actuando o inhibiéndonos. La sencillez es la limpieza de la verdad de cada cosa, es el camino corto de todo lo auténtico. Mientras nos consta que Cristo eligió la sencillez, nos empeñamos, todavía, en complicar las verdades más elementales, sobre la vida, sobre Dios y sobre nosotros mismos.
DÍAS DE SAL Y DE CENIZAS
UN PAR DE TÓRTOLAS
NO BASTA SABER
LAS COSAS, LAS VERDADES
CAMPO DE AMOR
VOLVER A NAZARET
LAS TENTACIONES DEL NEOCAPITALISMO
PARA DESPUÉS DE LAS GUERRAS
{1 (21)}
1. tiempo de orar: DÍAS DE SAL Y DE CENIZAS
Señor, la gran rueda de agua salobre gira veinticuatro veces en la muerte y resurrección del mundo y siento crecer un árbol de nieve de la soledad: cada día, cada hora, el hombre está más solo con su vida, con su muerte, con los nervios inútiles como herramientas rotas, afanado en una absurda labranza de átomos y de sueños.
Señor, esperamos vanamente en el infierno que está cautivo en el círculo de vidrio de un reloj, la hebra del cordero celeste: el milagro de una promesa, cuando ya la edad es una plegaria desesperada...
Señor, ya todo fenece inexorablemente:
las flores en sus estrechos vasos de gredas cocidas, el fierro, limado por el aire hostil de la atmósfera, las generaciones de fieras domésticas y salvajes, los árboles, destruidos por nidos de fuego frío y todas las formas dulcísimas de las artes, ¿Entonces, Señor, tendremos que morir, vestir la piel y el alma con devoradores mantos de gusanos y polvo, antes de que el signo de redención sea una linterna enraizada sobre los números de aire árido de nuestros días de sal y de cenizas?
Enrique Volpe Massotti 2 (22)
{2 (22)}
2. Un par de tórtolas
LA OFRENDA de los pobres llevaron José y María al templo, cuando presentaron a Jesús. Los hacendados ofrecían un cordero.
Pero lo más ejemplar de su comportamiento, no es, en primer lugar, la puntualidad en cumplir lo que la Ley mandaba a los judíos respecto al ofrecimiento del primogénito de cada familia, ni, por otro lado, la sencillez de aceptar, sin vergüenza, su limpia pobreza. ¡Eran ricos de Dios! ¿Quién más se avendría a no invocar la exención ante un deber que en verdad no les afectaba?
La lección principal está en ese querer ser como todo el mundo, en no separarse del resto del pueblo y pasar como todos, estando donde están todos y cumpliendo como todos, a pesar de no existir un deber real para ellos.
Cristo estará siempre entre el pueblo: será un ciudadano en Nazaret, un judío observante en la Sinagoga, un predicador que «habla como nadie jamás ha hablado», aunque sin arrogarse privilegios sobre los demás, sino el de hacer el bien, el de la generosidad, el de dar el pan de sus palabras a los que le escuchan y el milagro discreto de su poder a los que cura y consuela para hacerles fuertes en la fe del Reino de Dios que establece, sin coerciones ni fronteras, del que nadie excluye, del que sólo se separa el que lo rechaza.
Ser y estar entre el pueblo. Cuando tanto hablamos de secularidad, de las virtualidades dormidas que yacen en el mundo y en todas las cosas mientras esperan el milagro de un anuncio que las resucite para todo lo bueno que falta todavía por hacer, el Cristo niño, joven, hombre y vecino de Nazaret, sin ropaje ninguno de su misión de ungido y señalado por Dios, vive sencillamente, alargando su mirada al tiempo, serenamente, de cuando dirá la primera palabra a los primeros discípulos que le han de seguir.
{3 (23)} Estar en el mundo con sencillez y mirar hacia este bien que nos espera, como una fuerza dormida que hay que despertar o más bien construir como Cristo lo haría en el lugar de cada uno.
Edificadores precipitados y fantásticos, nos perdemos en la imaginación de lo que tal vez no llegue a ocurrir, mientras nos dejamos mecer por el ensueño. Hay una realidad cercana y humilde, gozosa y serena; hay un "estar" donde debemos estar y ser lo que debemos ser con sencillez laboriosa, como uno más entre todos los hombres, sin aparentes protagonismos que den pábulo a la vanidad o que entren en discusión con el éxito ajeno, y es éste el lugar donde el bien surge, sin demasiada organización, que lo sofocaría.
Desde esa sencillez, desde esa —seguramente— pobreza de lo que somos y podemos, de lo que sabemos y hacemos, en el mundo circunstanciado y personal de cada uno, estamos donde Cristo no llegó a estar, pero estaría si fuera nuestro contemporáneo o nuestro vecino.
Con frecuencia sobran afanes y sobran organizaciones en las que descargamos o a las que remitimos la eficacia estadística de lo que denominamos, con las palabras recién inventadas por la que sea última reestructuración puesta en moda, el bien o el apostolado. Y nos olvidamos de la cotidianidad sencilla, sembrada de gracias, como si desconfiáramos, como si la fe se desvaneciese y tuviera la técnica que correr en su reemplazamiento.
Un par de tórtolas, como los humildes, si la ofrenda lleva todo lo que podemos, será mejor que la ofrenda mayor que no alcanzamos.
Pero no sólo un par de tórtolas. Cristo se ofreció a sí mismo. Así: no sólo la humildad de un acto, sino toda nuestra capacidad, aquí, en ese bien todavía no etiquetado, en ese bien que no parece "bien" porque no es aplaudido, oficializado, pero es bien, puro, inmediato, sincero y eficaz como la levadura, la luz y la sal. De la vida, del pueblo, del lugar donde estoy.
{4 (24)}
3. No basta saber
EL SABER se hereda, el saber se encuentra, el saber se asimila. Saber, informarse, pensar.
Es imposible un mediano desarrollo personal sin esta triple disposición.
Tanto si se trata de un oficio, como de una carrera, es indispensable saber, aprender, estudiar, recibir de otros los conocimientos primeros donde apoyar todo ulterior descubrimiento.
Pero no basta con querer saber o aprender, como el almacenista de conocimientos, o el estudiante deformado, que "compra" sabiduría para luego venderla más cara, profanando así el tráfico de la verdad o del saber que avariciosamente archiva, desvinculado de cuanto le entorna en el mundo que le envuelve. Si quiere ser hombre normal debe añadir una asignatura que no se da en las universidades:
tendrá que mirar fuera, informarse y enterarse del mundo, no sólo de cómo es, sino de cómo camina y de cómo debe caminar. Con el esfuerzo de todos, y con el suyo.
Pero ni estudiar es saberse sólo los libros, ni estar informados, mirar afuera. Hay que pensar: hay que aportar la proyección del propio afán de búsqueda reflexiva, para recibir, meditar, relacionar, deducir y entender. Para luego hacer, lúcida y generosamente.
La ciencia, sin el propio pensamiento, es pedantería fosilizada o vanidad inútil o egoísmo decorado.
Informarse sin reflexionar, es curiosidad y superficialismo novelero, sensualoide o pueblerino.
Hay que estudiar, aprender y pensar: los libros o el oficio.
Sobran sabios, sobran curiosos y faltan hombres.
Queremos decir que faltan hombres que sean sabios, que el saber no les aleje de lo que el mundo muestra cada día, que aprendan de la presencia de cuanto les circunda y se interesen por ella. Y no como objeto de cálculo o de egoísmo, sino como reto a su generosidad, a su iniciativa, a su compromiso. Saber, conocer, estar al corriente de todo, pensar y comprometerse.
Solamente así nos acercaríamos, como comunidad humana, a la fluidez creciente de una vida que es posible compartir, en todo lo grande, bueno y bello que contiene, si ni el egoísmo la cierra, ni la vanidad la distrae, ni la ignorancia la {5 (25)} detiene, paralizándola en la mediocridad que se autosatisface con las míseras variaciones externas que nada hacen más allá de asegurar la continuidad de lo vulgar y decrépito, a base de improvisadas ficciones que impiden cualquier cambio o progreso, por falta de verdadera sabiduría: el saber de la vida.
No importa tanto el grado o la altura de este saber, como la disposición o actitud abierta a lo que debería ser la auténtica "sabiduría" de todo hombre, verdaderamente fiel: la síntesis del saber que se recibe, del saber que se descubre, del saber que se vive y del saber que, generosamente, se transmite.
EL SUELDO DE LOS CURAS.
Con este mismo título, la revista VIDA NUEVA, ha ofrecido recientemente (en su número 1064) una colaboración de Carlos Fernández Barrera, quien, con independencia de las razones históricas (expoliación de Mendizábal) en que se apoye la justicia de una retribución (o, mejor, restitución) por parte del Estado en orden a atender el problema del sostenimiento material del clero, especialmente rural, piensa que esta clase de remedios solamente eficaces a corto plazo y en general mal vistos por el pueblo, acabarán por desaparecer, dado que el problema económico se agudizará en el futuro, y de nada valdrá seguir recordando a Mendizábal.
¿Qué hacer entonces? Y concluye sus razonamientos con estas discutibles, pero, en cualquier caso, interesantes palabras:
«Aquí va mi voto para un improbable referéndum. Si no hay dinero para pagar a los curas, ni parece que lo vaya a haber, lo mejor es que no haya curas. Ya sé que no es una solución original... Y si no hay curas, ¿qué es lo que habrá? Habrá enfermeros, taxistas, barrenderos, administrativos, metalúrgicos, maestros y hasta bancarios (que no banqueros) que serían también curas. Si profesión es lo que da de comer, la suya sería una de las múltiples que existen; si es lo que se profesa, serían cristianos con una dedicación especial. Con lo cual se acabaría una casta que, pese a todos los esfuerzos por su purificación, sigue teniendo mala prensa; la elección de los curas se haría desde las comunidades y previa la demostración de una serie de cualidades; se terminaría con la sospecha de que el oficio clerical se ejerce por un sueldo seguro y no costoso de obtener; y sobre todo se habría dado con la vieja solución de Pablo que, teniendo derecho a ser alimentado, siempre quiso trabajar con sus manos y ganar su propio sustento».
{6 (26)}
4. Las cosas, las verdad
CADA VEZ habrá menos herederos. Las herencias se dilapidan cuando se reciben fácilmente y se usan al estímulo del afán de la codicia afortunada. O se pudren en la pereza del heredero, cuando las guarda. Esos son los destinos de las herencias que pueden triturarse en polvo o aventarse en cenizas de rescoldo a extinguir.
El Señor no era "el Rico", sino "el Maestro". Antes que dar nada, antes que dar cosas, hay que enseñar "qué es" y "para que lo que entregamos, con el fin de que no tuerzan el uso los que lo reciben, para que el abuso no les hiera y destruyan el trozo de mundo que les envuelve, o pervivan sólo falsificados.
Hay que comenzar haciendo sabios, para que no les rompa ni les haga daño lo que los mayores den a los más jóvenes, y para que a éstos las esperanzas no se les conviertan en glotonería, o la ignorancia en desprecio insolente, y el don les haga ingratos, y la fuerza no ordenada destructores.
Es el ser, y no el tener; es el saber, y no el parecer; es el crear, y no el ponerse; es el hacer, y no el plagiar; es el amor y la generosidad, y no la envidia y la ira.
Cuando nos quejamos de los jóvenes, es que les hemos dado más de lo que les hemos enseñado, o que han recibido más de lo que han aprendido.
Más cosas que verdades.
No hay que dar, sino enseñar a crear. Y crear no es perderse en la inquietud novelera que sugiere la escaparatería fácil, quincallera y cambiante del mundo: en modas, ideas, estilos, métodos y —como se dice— estructuras... Lo genuino necesita pocos adornos para ser bueno; la verdad no precisa de adjetivos.
Dar la verdad, decir la verdad, enamorar a los buscadores de la verdad; querer hacer esta verdad en el mundo, sin consumir envoltorios, sin suplantarla con sucedáneos, sin quedarse en lo simplemente material, sin mantener falsificaciones para disimular el complejo de precariedad decadente.
No cosas, ni cosificaciones, sino verdades y deseo de vivirlas y de enseñarlas a vivir.
El hombre ha nacido para eso. Cuando es incapaz de ese enamoramiento, o cuando en sí mismo congela esa su vocación esencial, tampoco puede apreciar lo que sirve de soporte —cosas materiales o valores temporales— {7 (27)} a lo que es superior, espiritual y trascendente, para sí mismo y para los demás. Para el sabio no hay nada solamente material; para el necio hasta el espíritu es captado sólo en reducción sensualizada; hasta la verdad ha de ser ideologizada; hasta Dios es intrascendente, o simplemente estorba.
Su dios pequeño —su idolatría— son las cosas; o, tal vez, el mismo Dios verdadero, pero manipulado, reducido a una cosa más de este mundo, acaso importante, pero que apenas supera el resto de lo creado.
El sentido mismo de la vida evoluciona, imponiendo, poco a poco, la relatividad de todo lo que es únicamente sensible, de todo lo que pasa y se olvida. En cada hombre la vida será lo que el hombre valga mucho más que lo que el hombre tenga o parezca. Las cosas valdrán, relativamente, según lo que aprovechen en la edificación del hombre, día a día, generación tras generación. Y ninguna generación será malograda si cada una cumple el esfuerzo puro, inteligente y generoso de transmitir más verdades que cosas.
LA DIGNIDAD HUMANA.
«Todo cuanto atenta contra la vida, como homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado; todo cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar lamente ajena; todo cuanto ofenda la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana; todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador».
Const. conciliar IGLESIA Y MUNDO, n. 27
{8 (28)}
5. Campo de amor
Si me muero,
que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma;
apláudanme el cantar.
Si me muero,
será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío en que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero,
ya sé que no veré
naranjas de la China ni el trigal;
he levantado el rastro —esto me basta—,
otros acecharán.
Si me muero,
que no "me mueran" antes
de abriros el balcón de par en par:
un niño que es un niño está mirándome
el techo de cristal.
Si me muero,
que sepan que he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío en que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Blas de Otero 9 (29)
{9 (29)}
6. VOLVER A NAZARET
COMO EL RICO que evoca su estirpe y, en el origen de ella, ha de referirse a su primer antepasado pobre, pero glorioso porque de sus abnegados esfuerzos se generó una descendencia a la que cupo mejor fortuna, hasta triunfar en el mundo y merecer la fama, así, algunas veces, recordamos y hablamos de Nazaret y de la pobreza original, en todos los sentidos, de Cristo y de la Iglesia primitiva. Aquello ya pasó, y es glorioso porque, como de una semilla, surgió la frondosidad del árbol que formamos los cristianos.
Con el pensamiento volvemos a menudo a Nazaret y nos consolamos pensando que allí está la raíz de todo lo grande del Cristianismo; y lo grande de ahora es la copa del árbol, y la copa somos nosotros.
Somos de la estirpe histórica de Cristo y de aquella Iglesia incipiente, pura, desprendida, fiel y perseguida, que luego conoció la paz y, desde esa paz, cambió, dominándolo, todo el mundo conocido.
Pero estas deducciones no son totalmente correctas, por no decir incorrectas o precipitadas. Aunque por error o por interesada manipulación, tantos hayan querido usurpar el nombre del Cristianismo para introducir y mantener dominios que nada tenían que ver con el Evangelio del que «vino a servir y no a ser servido», y a enseñar a sus discípulos que, en contra del espíritu del mundo, toda grandeza para el Reino de los cielos consiste en ser servidor; la opresión es de los mundanos.
{10 (80)} Hemos de volver a Nazaret, no sólo para alegrarnos de reconocer allí la raíz de "estar en el mundo" para todo el que, nacido del espíritu para ser hijo de Dios, aprenda a estar, también ahora, en el mundo de nuestro tiempo, y ser y vivir aquí sin desmentir aquel primer original testimonio del Hijo de Dios.
No faltan los que, hasta para el bien, hasta para el Evangelio, piensan que se difunde como una propaganda, como un producto ideológico para consumir desde el pensamiento de los hombres. Y, como los mundanos triunfan en este mundo en la medida en que adquieren, concentran y monopolizan recursos y fortunas, y la gente compra inevitablemente lo que se le anuncia, se hacen propagandistas y no evangelizadores, edifican empresas y no Iglesia, dan participación en negocios y se olvidan del don divino de la gracia, organizan pero no aman, y se preparan triunfos con la estrategia que place y sorprende a las personas para las que hasta Dios ha de ser mundano porque creen que sólo el éxito y el triunfo legitiman la bondad. En el mundo ciertamente es verdad que se da la razón, generalmente, al que tiene la fuerza, y el que quiera hacer valer su razón —a veces harto discutible— ha de recurrir a la fuerza.
Pero en el Evangelio no es así. El Evangelio no renuncia a tener razón ni busca que no se le reconozca: donde haya un hijo de la paz, será recibido el mensajero de la paz; si no lo merecen, hay que llevar el anuncio del bien y de la verdad a otra parte.
{11 (31)} Es inimaginable un Cristo que acuda a Herodes o recurra luego a Pilato, o una Iglesia primigenia que se procure recomendaciones, a través de los prefectos romanos o las gentes nobles bien instaladas, para que puedan llegar los apóstoles al mismo césar a fin de proponerle la obra redentora de la humanidad, anunciada por los profetas y esperada desde tantos siglos. Mateo, el judío empleado en la administración de hacienda romana, ha de dejar su puesto para seguir a Jesús; los apóstoles pescadores dejarán, al fin, su pequeña empresa pesquera familiar... Hay una reluctancia por lo institucional, por lo empresarial, no utilizado ni "a fin de bien".
Cristo vive en Nazaret, como un modesto artesano, con la exquisita agilidad que da todo lo sencillo recoge un día sus herramientas y se pone a andar caminos nada exóticos y llega a los grupos de población judía de entonces y les anuncia el Evangelio.
Hay que volver a Nazaret, no sólo con la imaginación y el sentimiento avivado por el recuerdo, sino como reemprendiendo, continuando el estilo de Cristo. Porque no se trata ya de que triunfen los cristianos sobre todas las controversias que el mundo, ignorante o malévolo, les prepare; no se trata ni de que triunfe la Iglesia —que aquí, comparado con las corrupciones de lo demás que sigue establecido, es algo hermoso, aunque provisional—, sino que se trata de que triunfe Cristo.
Pero el triunfo de Cristo no consiste en procurarle adheridos, sino conocedores que lo reciban como una verdad vigente, no pasada. Vigente en los principios y el aliento que informa la vida, y en los medios y el estilo. La Iglesia no es una empresa, el Cristianismo no es un partido, el apóstol no es un propagandista, el Evangelio no es una ideología, el triunfo mundano que encandila a los mediocres no es el Reino de Dios.
En la copa del árbol está todavía, solamente, Cristo glorioso. Gloria que no podemos anticipar ni, menos, falsificar improvisándola; sino volviendo siempre a Nazaret, para alcanzarla en su estilo, junto a Cristo, prescindiendo del aplauso del mundo.
{12 (32)}
7. documento: LAS TENTACIONES DEL NEOCAPITALISMO
UN ESCRITO DIRIGIDO A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESI POR UN GRUPO DE SACERDOTES.
CON LAS FIRMAS de 49 sacerdotes, muy cualificados la mayor parte en los campos del pensamiento teológico y de la actividad pastoral, se entregó a los obispos durante la celebración de la Asamblea el siguiente texto, que ofrecemos en su integridad:
Profundamente preocupados por la evolución de nuestra sociedad hacia un nuevo modo de convivencia, nos hemos reunido varios sacerdotes, de la más diversa procedencia y dedicación pastoral, con el fin de reflexionar sobre el futuro de la Iglesia en nuestro país.
Conscientes de nuestra responsabilidad, les transmitimos con entera sencillez el fruto de nuestra reflexión, materializado en unas conclusiones, con la esperanza de que les sirva en el desempeño de la ardua tarea que tienen encomendada. Estas conclusiones descansan en un trabajo más amplio, que también ofrecemos a quienes deseen conocerlo.
Nuestro futuro neocapitalismo
Estimamos que, a corto plazo, nuestra sociedad responderá a las características de una sociedad neocapitalista de corte europeo, con las matizaciones que nuestra tradición cultural y el reciente pasado forzosamente introducirán. Esta sociedad se muestra: económicamente, desigual, competitiva, fundada en el interés privado; políticamente, democrático-burguesa con ribetes autoritarios; socialmente, {13 (33)} conflictiva, sobre todo por la lucha de clases y la exasperación del problema regional o de las nacionalidades; culturalmente, pluralista; religiosamente, tendente a una secularización progresiva.
El neocapitalismo ofrece todas las características de un "sistema" y, como todos los sistemas, tiende a una integración de todos los elementos que encierra, mediante la asignación de una función a cada uno de ellos. También como todo sistema, el neocapitalismo suscita la aparición de su "contrario", y está atravesando por toda suerte de tensiones y de conflictos.
El neocapitalismo dispone de medios poderosísimos y eficaces en orden a la integración que pretende: económicos, políticos y culturales. Su utilización implica, de alguna manera, la entrada en la dinámica del sistema, una integración más o menos lograda.
En busca de una legitimación
En la estructura del neocapitalismo la Iglesia tiene un lugar asignado y está llamada a desempeñar una función de legitimación del sistema y de creación del tipo de hombre que este necesita. Igualmente entra en los esquemas de la oposición para el cumplimiento de las mismas funciones en sentido contrario.
La legitimación propiamente dicha se entiende en el sentido que tradicionalmente le otorga la ciencia política.
La creación de un tipo de hombre adecuado al sistema se consigue mediante la indoctrinación directa o indirecta.
El precedente secularizador
En una sociedad en que el proceso de secularización viene ya de lejos y se halla en un estadio avanzado, la legitimación religiosa ha perdido importancia; no así en una sociedad como la española, en que la Iglesia todavía goza de una fuerte influencia en determinadas zonas o sectores de población. De aquí que se puedan distinguir dos procedimientos para alcanzar la legitimación deseada.
La legitimación directa solicita de la Iglesia un apoyo doctrinal explícito o la realización de gestos suficientemente transparentes para significar una aprobación. Así, por ejemplo, mediante la publicación de ciertos documentos en que se otorga una aprobación más o menos explícita, a las medidas de gobierno o a los proyectos para el futuro; {14 (84)} así también de la presencia calificada de la jerarquía en solemnes ceremonias de claro sentido político.
Para poner sordina {1} a la "contestación" {1] de la Iglesia
Una sociedad más secularizada, al disponer de sus propios criterios de legitimación desea únicamente evitar la "contestación" de su legitimidad y la consiguiente carencia de "consensus". Este objetivo se consigue mediante la "privatización" del mensaje religioso; en nuestro caso, mediante la reducción de la vida cristiana al ámbito de lo íntimo y su ausencia de la vida pública.
Creemos que en el futuro se solicitarán de la Iglesia los dos tipos de legitimación. Ello dependerá de algunas variables, entre las que cuenta: el "talante religioso", de los gobernantes; la mayor o menor aceptación de la legitimación capitalista por la población; lo que, a su vez, es función del acierto del sistema en todos los órdenes.
Se ofrecen compensaciones
La sociedad neocapitalista integradora debe ofrecer una compensación por la función desempeñada por la Iglesia. Lo hace por la oferta de medios ventajosos para la consecución de los objetivos que la Iglesia se fija; pero su utilización, como ya se ha dicho, implica un proceso de integración en el sistema. Otro tanto habría que decir de la oposición.
Los bienes económicos constituyen la primera oferta del neocapitalismo, que en esto sigue la línea del capitalismo tradicional y su propia naturaleza. Con ellos es posible la prosecución eficaz de los objetivos, según un tipo de racionalidad que pertenece también a la esencia del capitalismo. Aceptar los medios económicos ofrecidos por el capitalismo es tanto como aceptar la lógica propia del sistema.
No es difícil prever una política de ayuda económica a la Iglesia, el aumento de haberes del clero, las subvenciones a los centros de enseñanza, etc., no constituyen más que los adelantos de la "oferta" neocapitalista.
Poder y privilegios {1}
La participación en el poder nunca llega hasta el punto de poder amenazar la "cumbre" del mismo. Previsiblemente adoptará dos formas de acuerdo con las circunstancias y la actitud de la jerarquía eclesiástica:
{15 (35)} a) La que puede conceder un partido político, más o menos "confesional", con el que se identificaría la "política" de la Iglesia a través de su jerarquía; b) Otra, más difusa, consistente en otorgar a la Iglesia determinados privilegios, particularmente en el campo de la enseñanza o de los medios de comunicación social.
Todo ello en el disfrute de una "libertad jurídica" garantizada en el ordenamiento legal, que responde a una concepción de la libertad y del hombre basada en los principios individualistas del liberalismo. Libertad, "autonomía", como ausencia de toda coacción exterior, que desconoce el carácter esencialmente comunitario del hombre.
La hora de las tentaciones:
Ante la gravedad de la "oferta" neocapitalista, nuestra reflexión se ha centrado en: las tentaciones de que puede ser víctima la Iglesia al valorar los elementos positivos que encierra la oferta; en el modelo de Iglesia y de sociedad que su aceptación entrañaría y, a nuestro entender, en la infidelidad que supondría a Jesucristo y a la misión que le ha confiado.
económicas
La "tentación económica" tiende a producir un modelo de Iglesia que concede preferencia a lo institucional sobre el de "comunidad de creyentes"; a privilegiar las "obras" en relación con la evangelización directa y con la adhesión personal, libremente consentida, de los cristianos al ofrecimiento de Jesús. No queremos caer en un "utopismo" ingenuo, desconocedor de las necesidades reales; pero tampoco queremos olvidar la dimensión esencial, sanamente utópica, de la pobreza cristiana.
¿Cómo hablar de "Iglesia de los pobres" en una Iglesia rica? ¿Cómo evitar un clasismo creciente en el seno de la Iglesia? ¿Cómo predicar a un mundo consumista las excelencias de la pobreza evangélica? ¿Cómo recordar con autenticidad la opresión de los países subdesarrollados si disfrutamos de los bienes que se les arrancan? ¿Cómo atender a la urgente recomendación de san Juan cuando nos dice que los cristianos deben vivir como Cristo vivió?
La aplicación inmediata y directa de las "tentaciones" de Jesús y de su actitud al caso actual pecaría de simplista e implicaría un error exegético. Pero, ¿cómo olvidar {16 (36)} su vida pobre, los medios que empleó para la predicación de su mensaje?
y políticas
La "tentación del poder" falsificaría la imagen de la Iglesia, que difícilmente podría presentarse, de hecho, como sacramento de salvación, de unidad y reconciliación.
Situada entre los privilegiados de este mundo, sus relaciones con él se establecerían a nivel de poder y de diplomacia; no a nivel de evangelización testimonial.
: La identificación con un partido político, "protector de los derechos de la Iglesia", haría caer a la Iglesia en el "partidismo" y le llevaría a la "ideologización de la fe" para justificar posiciones y actitudes sumamente discutibles, cuando no rechazables. Lo mismo sucedería, aunque de forma más difusa, con la aceptación de privilegios hábilmente "justificados", bajo pretexto de defender los derechos" de una mayoría católica, identificada con el número de los bautizados.
Consecuencias: clientes en lugar {1} de fieles
La consecuencia sería mantener el esquema del nacional-catolicismo y de la Iglesia de cristiandad, superado aparentemente. La preocupación por el número y la conservación de la clientela nos haría recaer en el cristianismo sociológico y en la frustración de las esperanzas que en este momento legítimamente se pueden concebir.
y la privatización {1} del mensaje {1} cristiano
A través de un proceso ineluctable, la Iglesia se vería progresivamente integrada en el sistema y desempeñaría la función de legitimación que éste le pide. Pero es fácil que, en algún momento, esto se pretenda conseguir a través del "neutralismo". de la Iglesia; de su reducción a la función cultual y sacramental; de la privatización del mensaje cristiano de salvación.
El "neutralismo" religioso se opone tan terminantemente, a nuestro entender, al mensaje de Jesús como el "partidismo" que desconoce la libertad de los cristianos.
Jesús no fue "neutral", ni tampoco "partidista". Su mensaje salvador no se reduce al ámbito de lo íntimo, de lo privado, sino que alcanza al hombre en todas sus dimensiones; también en la dimensión comunitaria o social que le es esencial.
{17 (37)}
La neutralidad cómplice
El "neutralismo" supone la aceptación de un modelo de sociedad y la dejación de la función crítica que la Iglesia de Jesús debe ejercer respecto de todas las realidades mundanas. La preferencia de Jesús por los pobres y oprimidos; el carácter liberador de su mensaje, que no se reduce a una liberación socio-política, pero que la asume, se oponen a una pretendida neutralidad que no sería, en expresión de Pío XII, más que una neutralidad "cómplice".
y la falsa unidad
El neutralismo parece favorecer la unidad de la Iglesia, liberándola de luchas intestinas, de la repercusión de los conflictos humanos en su interior. Creemos que esta perspectiva de la unidad falsea su verdadero planteamiento cristiano y es causa de una falsa imagen de la Iglesia.
La unidad es un bien hacia el que hay que caminar; pero, como todo lo cristiano, tiene una dimensión escatológica que no es lícito desconocer.
La verdadera Iglesia también es "creyente"
Jesús vino para predicarnos un mensaje de salvación que es también un mensaje de unidad y reconciliación.
Pero su "unidad" era productora de división entre marido y mujer, entre padres e hijos. Jesús fue piedra de contradicción y escándalo y aceptó libremente el procedimiento más original que jamás se haya imaginado para conseguir la liberación: la muerte en la cruz como preludio de la resurrección. La Iglesia, también como institución, debe ser "creyente"; debe vivir su misión en esa seriedad del Crucificado.
El momento histórico que vivimos obligará a la Iglesia a hacer opciones ante el futuro: es un momento cargado de esperanza y de temor; de grave responsabilidad para todos nosotros que podemos, de alguna manera, anular el soplo del Espíritu.
Debe mostrar al mundo la juventud {1} eterna de su Señor
Tras siglos enteros en que la Iglesia ha presentado ante el mundo moderno una imagen falseada, que ha provocado la repulsa de los pobres y oprimidos que deberían haber sido sus predilectos, la fuerza del Espíritu que habita en ella ha conseguido modificar esa imagen ante el pueblo que, entre respetuoso y asombrado, contempla una nueva imagen familiar y querida. ¿Podrán las "tentaciones" del neocapitalismo segar este brote de una Iglesia que comienza a mostrar la juventud eterna de su Señor?
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8. Para después de las guerras
Una novedad que no fuera capaz de echar fuera el pasado y todo lo que es viejo, no sería una novedad pura, no sería la auténtica novedad.
La novedad auténtica tiene el poder de acabar con la tragedia de los viejos conflictos entre hombre y hombre, entre grupo y grupo, y esto lo realiza tanto en el recuerdo o memoria de las cosas, como en la realidad existencial. Y tiene también el poder de romper las antiguas maldiciones, las consecuencias de la culpa antigua, de la culpa heredada de una generación a otra, la culpa de las naciones, de las razas, de las clases, la que se extiende del viejo i al nuevo continente.
La novedad pura es capaz de invalidar las maldiciones por las cuales la culpa de un grupo—la culpa real y la del recuerdo— engendra una permanente culpabilidad en otros grupos.
PAUL TILLICH (The Shaking of the Foundations) (The Shaking of the Foundations)