Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 149. ABRIL. Año 1977.
0. SUMARIO
UN CIRIO pascual, una luz en el mundo para todos.
Limpieza de sinceridad de la vida renovada. Todos los hombres no son todavía cristianos. Pero aún antes de aupar para que los que no se han bautizado o que permanecen lejos de la Iglesia, vengan o vuelvan a ella, convendrá la renovación, la conversión de los que, querámoslo o no, hemos de dar la imagen de Cristo a los que todavía no lo conocer, o lo conocer mal. Y esto hemos de desearlo, quererlo y hacerlo, porque es posible y es necesario, para nuestra misma felicidad y la que buscan y necesitan todos los hombres.
EVANGELISTA DE LA RESURRECCIÓN
QUIEN AMA Y QUIEN NOS AMA
EL ÉXTASIS NARCOTIZANTE
LA PRIMERA PIEDRA
MEDITACIÓN ANTE UN CRUCIFIJO
ROGER GARAUDY
SINCERIDAD CRISTIANA
{1 (61)}
tiempo de orar:
«Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos».
(Me acuerdo muy bien de él.
A todas horas.
Me acuerdo de él, buscándolo
en toda cosa, en todos;
sintiéndome buscado por sus ojos gloriosamente humanos;
sintiéndome seguido, reclamado, juzgado,
por tantos ojos suyos, todavía terrenos).
«En él, nuestras penas...»
(La soledad innata, donde crezco
como un tallo de menta.
La soledad del mundo.
La Justicia llorada inútilmente.
El complejo indefinible que me envuelve en silencio
las raíces del alma más profundas,
abiertas sólo a Dios, como el océano...
La durísima cruz de esta esperanza
donde cuelgo seguro y desgarrado,
la infinita ternura que me abrasa
como un viejo rescoldo
de montañas nativas.
El amor nunca dado y nunca amado.
La impaciencia sin citas y sin puertos...)
«En él, nuestra Paz...»
(La Paz pedida siempre.
La Paz nunca lograda.
La extraña Paz divina que me lleva
como un barco crujiente y jubiloso.
La Paz de hoy, sangrándome de ella,
como una densa leche.
¡La violenta Paz de su Evangelio!)
«En él, la Esperanza, y en él la Salvación».
 (...Y entretanto celebro su Memoria,
a noche abierta, cada día...)
Mons. Pedro Casaldáliga 2 (62)
{2 (62)}
1. Evangelista de la Resurrección
NO SABEMOS al otros, ni al tal vez la Virgen vieron antes que María Magdalena al Maestro salido gloriosamente del sepulcro. En cualquier caso el Evangelio lo silencia. Por él conocemos solamente del alborozo de esta mujer, la primera que vio al Resucitado y que corrió A decirlo a los apóstoles, escépticos ante el anuncio que se les hacía. Los misóginos de nuestros días volverían a perder la claridad del mensaje glorioso que se les diera, porque seguirían desconfiando del mensajero: una mujer...
El Evangelio está lleno de ironías, pero ironías divinas. Cuando estamos todos de acuerdo que la misión esencial de la Iglesia ―podrían abreviarse sacramentos, pero esta misión no podría suprimirse― es la de anunciar a Cristo y, precisamente, Cristo resucitado resulta que el cometido lo entrena, aún antes que ningún varón de entre los seguidores de Cristo, esta mujer y ―para colmo― ante los mismos varones, a los que los siglos venideros ―también en el nuestro― se hará necesaria referencia cada vez que se quiera argumentar en pro del requisito de masculinidad para la persona humana admitida al ministerio sagrado.
Bien en cierto que en ello, con independencia del Influjo masculinista que el mundo continúa a imponer, incluso a la Iglesia, se debe al reverente celo por no errar en desviaciones de lo que se calcula haber sido la voluntad de Cristo. Podría haberse extendido a suponer que, para no desviarse de lo que concretamente hizo Cristo al elegir sus Apóstoles, la condición posterior para los candidatos al sagrado ministerio debía ser. Además de la masculinidad, el pertenecer al pueblo judío. Afortunadamente, aunque el cristianismo comenzó su difusión entre los judíos, el hecho de la diáspora y el celo de Pablo por lo gentilidad hicieron relativamente fácil el sortear este primer escollo.
La Iglesia, de todos modos, no ha sido nunca totalmente antifeminista, ni en sus mismas estructuras humanas, porque enseguida supuso, hasta en lo social, algún grado de liberación de la mujer, superando en ello, con {3 (63)} frecuencia, el relativo retraso de la mentalidad mundana al respecto. Y, en el progreso liberador que realiza en el curso de los siglos, a pesar de las vacilaciones que los Influjos de las presiones culturales mundanas le suscitan, VA poco a poco adelantando hacia la meta de la total liberación del hombre. En un momento dado de la Historia humana, puede parecer rezagada o tal vez excesivamente conservadora pero esa actitud en realidad es fruto de un sentido de profunda responsabilidad para no caer en error. En cada momento la Iglesia es, en su desarrollo, no sólo lo que Dios quiere, sino lo que los cristianos le dejamos que sea, puesto que la Iglesia Homos todos los bautizados.
La Resurrección fue la victoria de Cristo y enseguida ―antes que de los varones―, la victoria de la fe de las primeras mujeres cristianas. Pero es que éstas habían mantenido esta fe encendida, sin que el viento de derrota que soplaba en el Calvario apagara la llama de su fidelidad en el momento en que los varones "todos, habían huido".
Tal vez por eso, porque lo esencial de la Iglesia había de ser la fe en Cristo y en el anuncio salvador de su Resurrección, en los planes de Dios tenía que caber esa divina ironía de que, una mujer fuese a proclamar el anuncio gozoso a los huidos y escépticos, y fuese la primera entre todos los que habían conocido al Señor, para que luego, cuando ellos presidieran y decidieran ―«ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo», diría san Pedro...― y predicaran, un leve movimiento interior de vergüenza y de humildad, atemperara el sentimiento de sentirse los primeros "amigos" del Señor quien, no sólo les amó y se entregó a la muerte, sino que, al fin, también se les apareció.
Como también se aparece, al fin, en el cenáculo de cada corazón que es capaz de hacer un simple acto de fe. La fe que en un principio ellos no tuvieron: la fe que, con entusiasmo, les proclamó Maria Magdalena, la primera evangelizadora de Cristo Resucitado.
La Eucaristía no es un misterio contra la razón, sino, en todo caso, contra la imaginación; por eso ha de ser aceptado por la fe.
Card. J. H. NEWMAN, C. O.
{4 (64)}
2. Quien ama y quien nos ama
EL HOMBRE es un pordiosero de amor; pero también es un corruptor de generosidades.
Busca quien le quiera aún antes de dedicarse a querer a otros; espera recibir y, mientras recibe, se precipita ―ingenuo, glotón y tontilisto― a contar las monedas de oro que se le hacen luz en la mano, olvidándose de levantar los ojos ―ni vergonzosos por la pobreza confesada, ni resentidos por la humillación de esperar y pedir, ni altaneros por la ingratitud del desprecio― para mirar a quien le regala. El hombre pordiosero de amor, cuando se olvida de mirar, es que ha perdido el gozo del alma, y que se le congela la mirada en el prisma emergente del egoísmo interior, radical.
Ya no ama, recoge; ya no piensa, calcula. Ya no será el manantial, sino el embalse donde se ahoga la corriente de bien que de fuera le llega y se le pega, como un añadido que no se integra, pero que es instrumentalizado para ocultar la original pobreza, disimulada en ropajes de vanidad. La apariencia de bien permanece, pero su sentido se ha corrompido.
El hombre, un ser que busca ser amado tanto como necesita amar y que se desequilibra en su mismo ser cuando el amor en él circula en uno solo de los sentidos que se funden en este circuito.
El egoísmo es el anti-amor, el querer ser amado sin amar, y nos viene principalmente del miedo, de la inseguridad y hasta de la ignorancia. Se acumula, se busca recibir sin haber dado y sin querer dar; nos arrimamos a las garantías protectoras y echamos a los rivales para aprovecharnos de sus conquistas e incorporarlas a nuestro prestigio periclitante, porque tenemos miedo de no alcanzar, sin este asalto, la falsa imagen que de nosotros nos hemos hecho para alejar el complejo de la propia pobreza, cuando la verdadera riqueza sería amar.
Pero, ¿qué es el amor?, ¿quién ama?, ¿quién es amado?
El sentimiento, el halago complacido, el aplauso esperado, nos engañan muchas veces sobre el amor. Sólo un esfuerzo limpio de inteligencia nos puede depurar los pensamientos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre lo bueno que recibimos y lo bueno que hemos de comunicar. De lo contrario, la palabra amor circulará {5 (65)} sin impregnar de su realidad ningún hombre que la pronuncie.
En el hombre el bien, todo bien, comienza siempre en la inteligencia. No se puede ser bueno, ni entender el bien, ni hacer el bien, sin pensar, sin querer pensar, sin aprender a pensar, sin saber pensar.
Pensar mirando hacia dentro y mirando hacia fuera, pero no desde la escena, sino bajando a los caminos y andándolos en fraternidad humana.
Ello sucederá cuando todos los enamorados, todos los que en el mundo están, dándose cuenta que su vida solamente tiene sentido si es prendida por el amor cristiano, conviertan su actividad y sus relaciones, no en carreras hacia la fama, no en luchas por el prestigio, no en ambiciones de posesión, ni en conquistas de poder o diseño previo de discutibles aureolas que la vanidad taimada prepara, sino en la entrega sincera y gozosa de uno mismo a la dinámica del bien.
Ser buenos y amar es ser hombres y hacer hombres sinceros, justos, laboriosos, desprendidos y entusiastas, puestos el corazón y la mirada en Dios, con el ánimo y la esperanza de cambiar el mundo.
¿Quién nos quiere?, ¿a quién queremos?
La respuesta podría estar el las breves palabras de un escritor francés de nuestros días, en la primera página de uno de sus libros, que dedicaba, agradecido, a sus maestros, cuyos nombres citaba, con esta frase preliminar: «En recuerdo de los que me han enseñado a pensar y me han ayudado a amar».
Porque nos quiere el que piensa y enseña a pensar y ama y nos abre caminos para el amor. Y queremos a quien damos ideas y ofrecemos una tarea de bien.
Desmontar la estructura de la superstición como instrumento político de opresiones... para que los hombres no cedan a los engaños y confusiones, a las mentiras y, sobre todo, al miedo y a la superstición.
Y para que no se dejen enmudecer, porque la libertad de palabra siempre cerrará el paso a sus ojos, a los adivinos y a los gurús y a los que sólo apetecen el gobierno y de cuya apetencia nace toda discordia civil y todo cisma religioso.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
{6 (86)}
3. EL ÉXTASIS NARCOTIZANTE
HASTA cierto punto la técnica es una extensión de la misma naturaleza: la técnica es creación del hombre, con sus propias fuerzas naturales, aplicándolas a la naturaleza, logrando síntesis dinámicas que se hacen instrumentalmente dóciles. ¿Para qué?
Los medios que el hombre logra dominar se le hacen por lo menos ambivalentes y en ocasiones, contradictorios, cuando vacila respecto a los fines o es incapaz de darles el contenido y cometido que, proporcionalmente, les correspondería para no estragar, exagerándolo, ningún sentido, ni postergar ninguna de las dimensiones humanas. "El hombre unidimensional" de Marcuse, es un hombre deformado. La técnica puede producir deformaciones.
No ha faltado quien señale tales fallos, en particular, respecto a uno de los avances más decisivos de nuestra época: los medios de comunicación, más proclives, todavía, a producir un éxtasis (Mac Luhan), a veces narcotizante, en quienes reciben su mensaje sin posibilidad de respuesta, que a establecer una real y fluida inter-comunicación de masas.
Hace algún tiempo que Aranguren, desde las páginas de la Revista de Occidente, se refería a la relación del "medio" con el consumo", pues DOB movemos en una sociedad crecientemente consumista, en la cual, como diría Roger Garaudy, lo que se llama política de crecimiento es una política que carece de otro objetivo que el de permitir que la máquina siga funcionando).
¿Qué se consume? Aranguren señala un triple campo monopolizado por los "media": información, publicidad, ocio.
En ellos, la frontera de lo que es noticia y lo que es simple anuncio, queda borrosa: igualmente, al querer ofrecer lo que "gusta" (los puros valores de la inteligencia pueden anunciarse a si mismos muy pocas veces), la simbiosis negocio-público convierte la información en un mero subproducto para uno y otro polo (empresas y público).
Con lo cual a lo que se llama "cultura de masas" habrá que oponer algunos reparos hasta reducirla a su realidad:
se trata de una cultura-ficción" encargada de crear un "mundo feliz", puramente ensoñado, mitológico... en el cual la "imagen" es, paradójicamente, más "real" que la realidad misma.
Responde a la sociedad tecnológica que vivimos, en la que el ocio también {7 (67)} es material de consumo, pero no espacio para la elevación cultural del hombre, para su desarrollo y espiritualización.
Estamos, diría la Constitución conciliar sobre la Iglesia y el mundo actual, «en las nuevas formas de cultura ―cultura de masas―, de las que nacen nuevos modos de sentir, actuar y descansar», como agentes que promueven, o deberían promover, la vida comunitaria, pero no acertamos todavía a colmar de un contenido positivamente elevador del hombre a quien se destinan. El problema es ético, tal vez el más grave de nuestro tiempo.
Unas recientes encuestas llevadas a cabo en Francia, revelan que, unos con otros, los ciudadanos de nuestro país vecino, dedican cada uno más de mil horas anuales cara al televisor (más de dos horas diarias). En muchos casos el éxtasis televisivo, encima de eu carga de banalidades o enajenaciones, colapsa o impide el diálogo familiar precisamente en los momentos en que las familias normales solían estar reunidas alrededor de la mesa, en conversación, tras una mañana, o una jornada de trabajo o, para los más jóvenes, pasada en la escuela.
Pero precisamente parece que son éstos, los más jóvenes, y las personas más ignorantes, las que más riesgos van a padecer. En Estados Unidos, los niños de siete a catorce años, pueden {8 (68)} contemplar cerca de catorce mil muertes (asesinatos, suicidios, accidentes) a través de la tele". El cálculo se acaba de hacer después de un estudio sociológico llevado a cabo en la Universidad de Utah. Dada la invasión de filmes americanos en todas las televisiones de los países occidentales y tercermundistas, el dato es extensible a casi todas ellas.
Hace poco, de unos sondeos de la UNESCO, se desprendía que los niños de los países desarrollados (por lo tanto, niños "escolarizados') pasan prácticamente un número de horas al año ante la televisión igual al que están en sus respectivas escuelas. Dicho sondeo añadía el siguiente revelador detalle:
que mientras los niños de diez años se desarrollan ante el televisor, después de los trece años solamente permanecen ante la pequeña pantalla los niños retrasados. A este dato, Roger Garaudy añade esta observación: «lo que demuestra que la mayoría de los programas están al nivel intelectual de un niño de once a doce años».
La conclusión no es alentadora: la televisión da una imagen falsa y mediocre de la vida, que engaña, enajena y desculturaliza al hombre.
Para el profesor Aranguren, las respuestas morales positivas por excelencia frente a la orientación que dan a la vida humana contemporánea los medios de comunicación de masas, es el lenguaje y la comunicación directa, y el carácter decisivo de la educación que ha de saberse servir de los "media" sin dejarse arrastrar por el estilo enajenador con que captar la atención desprevenida o mediocre. Esta educación ha de devolver a la vida del hombre su sentido y la conciencia de su responsable libertad.
Hay dos culturas, ambas insatisfactorias, en el presente: la académica, que finalmente es patrimonio de clase, una colección de saberes aparentemente inútiles ―pero al fin útiles para conseguir puestos y prebendas―, que está en sus finales. Y la tecnológica, ese conjunto de saberes que han transformado el mundo, directamente útiles, pero incapaces de transformar la sociedad.
La cultura de mañana exige la extensión cultural a todos, la participación activa de todos en su creación y la transformación de la cultura misma.
JOSÉ. L. LÓPEZ ARANGUREN
Hay una aberración muy común que recrimino constantemente cuando la oigo: La enseñanza es muy buena cuando las Universidades son muy buenas", dicen algunos, y no señor: la educación debe empezar por los párvulos, o será un desastre.
RAMÓN CARANDE
La baja de nivel en la cultura superior es muy grande, y ocurre en todos los países. No hay que alarmarse por estos momentos de desconcierto, no es consecuencia de las ideas políticas: en el fondo se debe a la multiplicación de la Humanidad.
ANTONIO TOVAR
{9 (69)}
4. La primera piedra
Dibujo de JUAN GRIS.
EN UNA OCASIÓN Cristo se refirió al lanzamiento de "la primera piedra" cuando retó a los acusadores de la mujer adúltera, para que iniciara el horrible castigo el que de ellos "estuviera sin pecado". Ya sabemos que, avergonzados, fueron yéndose uno a uno en silencio: eran todos culpables.
Pero también sabemos que, aquel silencio impuesto por misericordia, a plena luz del día, esperó la hora de la venganza ―de todas las venganzas― para cumplirse al llegar las primeras tinieblas de la noche del Jueves Santo. En Getsemaní la primera piedra no sería catapultada por la mano de ningún inocente, sino por la que primero recogería la dureza del pecado de todos, agrios de resentimiento.
{10 (70)} Tampoco, en la noche de las miserias humanas, son los justos los que lanzan las piedras, sino los pecadores, o los enfermos de alma. Podríamos prescindir de las violencias que parten de los silencios y de las durezas del alma, y nos asustaría prestar atención al cúmulo de las continuas e inútiles violencias físicas, malévolas o vanas, desde el niño que ha descubierto el gozo salvaje de matar un pájaro a chinazos o romper el cristal de un farol, o herir el tronco o la rama de un árbol, o ensuciar una pared con garabatos o insultos estúpidos, o estropear un jardín, o arrancar una flor..., nos avergonzaríamos de la vergüenza no sentida de los padres descuidados de tanto adolescente gamberro y matonil, a quien nadie ha enseñado a comenzar a ser hombre..., nos entristecería ir recordando a tantos adultos bien vestidos pero mal educados, que maltratan, desprecian o rompen lo que les es ajeno, o se aprovechan de lo mal controlado, como si les fuera indispensable la pequeña sal de la malicia, del vivalismo o de la estupidez para iniciar, aunque se les quiebre a medio, la sonrisa de la estultet: única felicidad del imbécil o del frustrado.
{11 (71)} Cristo fue víctima de esta imbecilidad, instrumentalizada por los que dirigieron su persecución y dictaron su muerte.
Cristo recibió, antes de morir, los insultos, los golpes, las piedras de los ignorantes que gozan del miserable privilegio de afirmarse —que creen que se afirman, cuando empujan o acosan o desprecian a los demás; de los que se sienten poderosos sólo porque pueden amenazar al que ama la paz y el bien que ellos, huecos de cualquier ideal, desprecian; de los que se creen imprescindibles sólo porque su brutalidad contenida "tolera" no derribar lo que otros edifican con esfuerzo y bondad. Se sienten poderosos de un poder solamente negativo: la credencial de ese poder está en la mano que guarda la piedra, siempre a punto de ser lanzada, despreocupadamente, desde la culpa o desde la ignorancia resentida de tenerse que reconocer; no desde la inocencia, porque ésta no es jamás piedra dura, oscura y escondida, sino luz limpia, patente y generosa, y no busca la noche, porque la convierte en día.
Un poeta salmantino, bañada el alma de las claridades rústicas de sus campos sin nubes, se imaginó que las piedras las lanzaban los inocentes contra los sayones que flagelaban a Cristo. Pero no es así. En la vida, los más débiles, a veces los mismos niños cuyos padres no les han enseñado las primeras lecciones del respeto a lo creado y a lo ajeno, gustan del descubrimiento de su fuerza o de su ridícula puntería, rompiendo o destruyendo. Llegarán a mayores y, aunque a ratos el artificio de los modales oculte sus malos instintos jamás corregidos, seguirán siendo vergonzantemente violentos y, si dan con Cristo en su camino, también le empujarán o amenazarán o apedrearán o prenderán. Bastará a los más cobardes, que otro les facilite soltar el ímpetu contenido lanzando "la primera piedra". Se sentirán valientes y fuertes, por un momento, desbocándose en la fácil acometida contra lo pacífico o lo más indefenso.
Cristo, por ignorantes o por malvados, todavía es apedreado y traicionado y escarnecido y aprehendido y torturado y crucificado. Le falta mucho todavía, al hombre, para limpiarse de su burdez.
{12 (72)}
5. Meditación ante un crucifijo 2000 años después
De José L. González Faus, publicada en la revista "Dichos y Hechos" (núm. 3 de 1971). Es un ejemplo de ironía cristiana, desde la posición de la fe, no envejecida del todo.
YA VES: en el fondo hemos aprendido bien tu lección y te perdonamos también nosotros. Y hasta te perdonamos con tu misma generosidad excusante: no sabías lo que te hacías, ¿verdad?
Ahora comprenderás que si hubieses tenido quince años más todo habría terminado bien. Habría sido más fácil llegar a un acuerdo. Y luego, hasta puede que Pilato te hubiera concedido una audiencia y hubiese designado un centurión para que te guardara las espaldas.
Y, créenos, todo eso habría repercutido en mayor bien de tu pueblo.
Pero en fin: ya pasó todo y será mejor no volver a hablar de ello.
Sólo te reprochamos una cosa: que no hicieras caso a los ancianos (Mt 15, 2; 26, 47. 57; 27, 1). Ellos sabían mejor que tú que la madurez no consiste en decir NO ante las cosas, sino en justificarlas. Ellos ya sintieron tener que promover tu condena. Pero... ahora que ya han pasado aquellas horas negras y el tiempo ha podido suavizar muchas asperezas, reconoce que tu actitud facilitaba bien poco las cosas.
Si hubieses sido más prudente, como te aconsejaban tus familiares (Mc 3, 21; Jn 7, 3-5) ―ahora comprendes que te querían bien, ¿no?―, habría podido evitarse el desenlace y habrías tenido más tiempo y más oportunidades para seguir predicando al pueblo aquellas cosas tan bonitas que predicabas (porque nosotros también sabemos apreciarlas, ¿ves?). Habrías podido hacer más bien. Compréndelo: en la vida siempre es necesario un poco de flexibilidad. Hay que pactar, hay que renunciar a lo ideal para salvar lo posible.
Tú, en cambio..., ¡en buen lío nos metiste! ¿No ves que los marxistas, como ese tal Garaudy se aprovechan de tu imprudencia para hacer {13 (73)} panegíricos tuyos y decir que en ti «el amor fue militante, subversivo», que por eso te crucificaron, que «pusiste de manifiesto lo absurdo de todas las sabidurías al demostrar precisamente lo contrario del destino inexorable: la libertad, la creación, la vida»?... ¡Por favor! Comprende que todo eso nos coloca en una situación bien poco airosa, y que luego nosotros nos las deseamos para ver de paliar los efectos de tu idealismo inexperto.
Pero, en fin, ya te he dicho que no tratamos de reprocharte nada.
De veras tendrías que creer que nuestra disposición para un diálogo es inmejorable y que estamos seguros de que será posible llegar a un acuerdo. Solamente deberías de tener en cuenta que tenemos muchos más años y más experiencia que tú.
Sé razonable. Estanos seguros de que ―ahora que los años te habrán hecho reflexionar y nos darás la razón― siempre será posible un arreglo. Y sin duda que interpretaremos correctamente lo que tú harías hoy ―que ya no eres tan joven― si nos limitamos a hacer de tu cruz una alhaja para nuestras jerarquías o un adorno para nuestros dormitorios.
Déjanos hacer. Ya verás como es para bien de todos.
Verdean ya los campos...
Verdean ya los campos y, si no se tuerce, tendremos buena cosecha en las eras del próximo verano, Habrá pan, que haya pan, por lo menos, para todos, y que no sea caro...
España produce mucho trigo. No obstante, si reuniéramos toda la cosecha de un año que no fuese malo ―la cosecha de trigo de todos los campos de España― llegaríamos, tal vez, a los seis millones de toneladas de trigo. Pero no nos entusiasmemos demasiado con la riqueza que el campo nos puede dar, porque, con la espléndida cosecha de un solo año, en el mercado de las guerras o de las violencias, solamente podríamos comprar dos bombarderos. Un bombardero pagado en trigo cuesta tres millones de toneladas de trigo, y en todas partes se siguen comprando armas y bombarderos...
a costa del pan, del pan de los más pobres.
Y nadie, o casi nadie protesta, de que se gaste más en armas, que en pan o en libros.
{14 (74)}
6. documento: ROGER GARAUDY
De una entrevista a Roger Garaudy, durante su reciente estancia en Barcelona, realizada por Antoni Matabosch y publicada en "Vida Nueva".
―Señor Garaudy, ¿cuáles son sus trabajos y preocupaciones actuales?
―Hace tres años me retiré como profesor de la Universidad para poder dedicarme con más intensidad a tres actividades que hoy realmente me interesan. En primer lugar, al diálogo entre civilizaciones; en este campo, en febrero aparecerá un libro titulado "Para un diálogo de civilizaciones. El Occidente es un accidente", y estoy preparando una exposición que se titulará "Sin rostro de los hombres y de Dios". Además, y sobre el mismo tema preparo un mini-cassette y unos libros. Mi segunda actividad es la formación y animación de los "grupos esperanza" que han surgido en respuesta a mi llamada por una nueva sociedad en mi último libro, "LE PROYECT ESPERANCE" (trad. castellana: "UNA NUEVA CIVILIZACIÓN").
Finalmente, me interesa la fe; estoy preparando un libro, que aparecerá dentro de unos meses, titulado "Mañana, la fe", en el que intento dar una visión más completa de lo que entiendo por actitud de fe, la cual no puede nunca confundirse con la aceptación de una ideología dogmática, sino que es una manera de vivir abierto a la trascendencia.
―A nuestros lectores creo que les puede interesar especialmente su concepción sobre las relaciones entre marxismo y cristianismo. Usted hace profesión de fe y de marxista. ¿Lo cree compatible?
―No sólo compatible, sino complementario. Empiezo por aclararle que no hablo ni de un cristianismo conservador ni de un cristianismo dogmático. Entre éstos si que hay incompatibilidad por ambas partes. Pienso que el pensamiento del obispo Lefeubre difiere completamente del verdadero cristianismo. En cambio, la obra de Chenu, Congar, Rahner, o González Ruiz nos descubre la autonomía de los valores profanos y la continuidad entre la vida cotidiana y la trascendencia. Estoy, además, muy interesado por la teología de la liberación latinoamericana:
para ellos, la fe es un fermento de subversión del desorden establecido; se trata de una teología que surge como reflexión a partir de la praxis a la luz de la fe.
{15 (75)} ―¿Y el marxismo?
―Para nada sirve un marxismo dogmático y anquilosado. Para mí, y también para Marx, el marxismo es una metodología de la acción histórica, es decir, un método para analizar la realidad y descubrir las posibilidades de cambiarla hacia un socialismo. Stalin lo dogmatizó, estableciendo una serie de principios, leyes y normas inamovibles, y todo dogmatismo lleva necesariamente a la dictadura, porque en nombre de principios eternos se intenta imponerlos a todo el mundo. Pienso también en Althusser, que ha retrasado en quince años el avance del pensamiento marxista y que, en el fondo, es un reaccionario. Yo creo en la línea de Gramsci, de Ernst Bloch, del socialismo con rostro humano de la Checoslovaquia de Dubcek, que están en el mismo camino ideológico de los actuales partidos comunistas italiano, español (tenemos grandes coincidencias con mi amigo Carrillo) y catalán.
—¿Dónde ve la complementariedad entre marxismo y cristianismo no dogmáticos ni conservadores?
―Ya he explicado en mi libro "Palabra de hombre" que mi esperanza de militante no tendría ningún fundamento sin la fe, porque esta fe nos hace plenamente responsables de nuestra historia. La fe no es una manera de explicar el mundo, no es una concepción del mundo o una ideología, sino que la fe es el último fundamento de la acción. Durante toda mi vida he intentado buscar el fondo humano del cristianismo. He ido descubriendo, poco a poco, las dimensiones de trascendencia de toda acción creadora del hombre. Cada vez que nosotros somos capaces de romper con nuestras rutinas, nuestras resignaciones, nuestras alienaciones respecto al orden establecido, y partiendo de ahí, somos creadores en las artes, en las ciencias, en la revolución y en el amor; cada vez que aportamos algo nuevo a lo humano, Cristo está vivo, la creación de Dios se continua y perfecciona a través de nosotros. La resurrección se realiza cada día. Lo que me parece esencial es vivir de una forma tal que ya no exista más para mi mismo y por mí mismo. Y esto es lo que nos ha enseñado Jesús.
―Algunos dicen que su forma de entender la trascendencia es solamente un modo de decir que el hombre siempre se puede superar a sí mismo. ¿Ha habido en su vida una "conversión", un encuentro afectivo y relacional con un Dios personal, como, por ejemplo, Maurice Clavel dice haber tenido?
―¡No se puede encontrar a Dios como quien se topa con una piedra! En mi vida no ha habido una "conversión" en el sentido clásico de la palabra, sino una maduración progresiva que, sin abandonar el marxismo, me ha {16 (78)} hecho ver que en la fe cristiana puedo encontrar la respuesta más válida a mis interrogantes marxistas.
Para mí, la fe se coloca en el interior de una acción y en la búsqueda de sus fundamentos y sus finalidades.
Como ya he dicho en una de mis conferencias aquí en Barcelona, no me gusta emplear la palabra "Dios" y, en cambio, prefiero referirme frecuentemente a Jesucristo. La razón es porque no podemos decir ni conocer nada de Dios si no es a través de lo que se nos ha revelado por medio de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Yo creo firmemente en lo que dijo Barth de que «todo lo que puedo decir de Dios es un hombre quien lo dice». Si yo pretendo ser un funcionario del absoluto y hablar en nombre de Dios, me transformo enseguida en un inquisidor o en un estalinista.
―Pero ¿no le parece que esta concepción de la religión es algo bien distinto del pensamiento de Marx y Engels?
Ellos hablaron de la religión como «opio del pueblo».
―Esto tiene una explicación. La crítica que Marx hizo de la religión era la propia de aquel período de la Santa Alianza: fue una critica política e histórica, no filosófica, contra una religión que era instrumento ideológico de las clases dominantes. El padre de Marx, judío, tuvo que hacerse católico por obligación y esto dejó rencor y huellas en su hijo. En cuanto a Engels, debo recordar que tuvo un gran aprecio por movimientos revolucionarios de algunos cristianos como el de Thomas Münzer, en el siglo XVI.
Tanto Marx como Engels lo que quieren es luchar contra el dogmatismo de cualquier especie. La trascendencia está implícita en sus obras.
Para mí, existe una complementariedad entre marxismo y cristianismo. Están en dos planos distintos, pero que se necesitan el uno al otro. La liberación del hombre que intenta el marxismo necesita de la interioridad, la iniciativa, la trascendencia y el proyecto de esperanza que el cristianismo aporta.
Completa y fascinante personalidad la de Roger Garaudy. Sus tesis, dignas de tenerse en consideración. En privado es una persona de una gran humanidad, y que habla con facilidad de sus encuentros o enfrentamientos con los grandes hombres de nuestro tiempo: De Gaulle, Malraux, Stalin, Togliatti, Sartre. En sus conferencias descubrimos su gran formación humanista. Su concepción de la vida y del mundo deben hacernos reflexionar a todos.
{18 (78)}
7. Condicionamientos sociológicos frente a sinceridad cristiana
«POR MUY importante que sea la tradición cristiana de nuestro país, es preciso proclamar con toda claridad ―y concretarlo tanto en las leyes civiles como en la práctica eclesial― que se puede ser ciudadano con todos los derechos, sin que para ello se deba pertenecer a la Iglesia católica. Han de desaparecer todos los condicionamientos que pueden llevar a personas no cristianas a simular una adscripción o pertenencia religiosa que no quieren».
Son éstas, palabras del cardenal Jubany, arzobispo de Barcelona.
¡Cuánto acto religioso tomado, usado en vano, por puro convencionalismo, por ficción, por inercia 90ciológica, vacío totalmente o poco memos, de su significación original y verdadera!
¡Cuánto blasonar farisaicamente de catolicismo, sin saber qué es la Iglesia, más allá de su reducción a un institucionalismo ideológico, ya inservible por los mismos que la han utilizado así!
¡Cuántos entierros y bodas, a los que, si se les quita el sentido social, de relación y cumplido humano, nada o casi nada queda!
¡Cuántos actos religiosos, cuántas celebraciones de misas, para cualquier cosa o motivo, oficial u oficioso, con ausencia espiritual de los mismos que asisten físicamente a tales actos a los que Dios y su mensaje interesa bien poco, más allá de sus individuales miras culturales, políticas, profanas... a las que ponen un acto sagrado como pretexto para otras intenciones, nobles o innobles!
¡Cuántas primeras comuniones, que serán las últimas o penúltimas, de niños que inconscientemente se acercan a recibir la Eucaristía, abandonados espiritualmente como fieles por sus mismos padres que, por inercia social, les llevan o dejan que vayan a comulgar, no por amor a Dios, sino por no contradecir las presiones de amigos, vecinos o parientes canturreadores de la impertinencia del "todos lo hacen"!
¿Cuándo seremos más sinceros, más puros, más auténticos? ¿Cuándo no será mal visto querer desterrar el fariseísmo, o cuándo callarán los fanáticos? ¿Cuándo querremos ser más respetuosos con Dios y más libres con los hombres?
Los filósofos, los historiadores, los guías del pensamiento y de la vida, siempre falsificarán el Cristianismo, si exclusivamente se limitan a presentarlo como un simple medio que se ofrece al hombre para realizar su propia medida humana. Porque el Cristianismo es la imposición esencial hecha al hombre para ir más allá de sí mismo, para salir de sí mismo, para entrar en el mundo divino; de lo contrario el hombre resbala por la pendiente degradante hacia las esferas subhumanas del instinto y de la bestialidad.
Card. GIULIO BEVILACQUA, C. O.