Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 151. JUNIO. Año 1977
0. SUMARIO
Publicación mensual del Oratorio Núm. 151 JUNIO Año 1977 SUMARIO N UANDO la crítica no sea ya desahogo de venganzas, frustraciones o resentimientos; ni las adhesiones 4 búsqueda de seguridades artificiosas, ni la duda pereza de la Inteligencia: ni el sentimentalismo sucedáneo del verdadero amor; ni las decisiones cálculo salvador de las apariencias y mantenedor de la vanidad; cuando el ansia de la propia justificación desaparezca y se despierte el hambre y sed de lo mejor, al margen de nosotros mismos; cuando busquemos las aproximaciones más adecuadas al querer y al plan de Dios en el mundo, en la Iglesia y en la vida de cada hombre... estaremos lejos de la pérdida inútil de energías y de la irracionalidad de cualquier fanatismo, o del embobamiento de cualquier beatería. Y estaremos cerca, más cerca, del Reino de Dios, que retardamos con los cálculos del egoísmo y las fantasías huecas de la ignorancia.
ORACIÓN DE CONFIANZA
¿DIOS?
LAS FIESTAS
CRÍTICOS Y ENAMORADOS
BALADA DE LA COSA MÁS PEQUEÑA
EL MARXISMO COMO CRÍTICA
{1 (101)}
1. ORACIÓN DE CONFIANZA
Tú, que estás por encima de nosotros,
Tú, que eres uno de nosotros,
Tú, que estás –también- en nosotros,
haz que todo el mundo te vea —también en mí,
haz que yo prepare el camino
para que pueda agradecerte todo cuanto me suceda,
sin que olvide la miseria de los otros.
Guárdame en tu amor,
lo mismo que tú quieres que los demás
permanezcan en el mío.
Que todo lo que forma parte de mi ser,
sea para tu gloria,
y que nada me haga jamás perder la esperanza.
Porque yo estoy en tu mano,
y en ti reside toda fuerza y toda bondad.
Dame un corazón puro, para que te vea;
un espíritu humilde, para que te entienda;
el espíritu del amor, para que te sirva;
el espíritu de la fe, para que permanezca en ti.
Tú,
a quien yo no conozco,
pero a quien, ya, pertenezco.
a quien yo no comprendo,
pero a quien, ya, está consagrado
mi destino.
¡Tú!
Dag Hammarskjold 2 (102)
{2 (102)}
2. ¿Dios?
TANTO si se acepta, como si se rechaza, Dios es importante en el universo de nuestras ideas, de nuestros sentimientos, de nuestros compromisos, de nuestra vida. No se puede aceptar inconsideradamente, no se puede despreciar por ligereza. A los que les sea demasiado cómodo creer, lo mismo que a los que les sea más cómodo no creer, es preciso sacudirles la conciencia para despertarle la responsabilidad. Hay fideísmos irracionales e irrazonables; hay ateísmos, escepticismos y posturas sistemática y cerradamente críticas tras las cuales se parapeta la pereza mental, o la vanidad por no confesar la fundamental ignorancia, o el egoísmo endiosado vestido de mil pretensiones intelectuales.
Hay críticos, no obstante, que lo son no por rechazar a Dios, sino precisamente porque no dimiten en el afán por buscarle, por alcanzarle más puramente, dado que la idea que podamos tener de Dios siempre resulta necesariamente incompleta, y por ello es preciso insistir en la depuración y en el desarrollo nunca terminado. A algunos que salen diciéndonos que "han perdido la fe", puede que no les ocurra otra cosa que la de haberse detenido en borrosas ideas elementales y hasta pueriles, respecto de Dios, que ya no les sirven cuando, en otros aspectos, han progresado en el conocimiento de las cosas y la experiencia de la vida, se trata más bien de un desfase no superado, de una incoherencia a la que han faltado estímulos o que no ha respondido a los estímulos para avanzar, también en el conocimiento y trato con Dios, a la par que en el resto de la vida y saberes humanos.
También se dan los poco exigentes consigo mismos, que no advierten o no se detienen a considerar la propia incoherencia, y consiguen así ir viviendo tranquilos, tranquilizados y hasta dormidos, al amparo de sentimientos y sentimentalismos que creen puros porque son infantiles: y prudentes porque son paralizantes; en ellos todo es costumbre, costumbre el vivir y seguir viviendo y costumbre creer y seguir creyendo.
{3 (103)} Y es que el mayor o menor grado de fe no me recompensan en esta vida, toda ella cuajada de natividades y Aspiraciones Interesadas y salpicada de esfuerzos humanos que no se hacen si no son inmediatamente recompensados. Hace falta bastante pureza para interesarse por Dios y no cesar en su incesante búsqueda, sabiendo que todo esfuerzo, en esta lid, ha de ser gratuito, que Dios no pone precio ni sueldo A la fe y al Amor que se le profesa por quien lo antepone a todo y lo busca sin cesar.
No tiene importancia, a la hora de valorar y hacer puros el amor y la fe en Dios, la limitación que es consecuencia de la relatividad humana frente al absoluto divino. Pero si la tienen otras limitaciones que son consecuencia de nuestra pereza mental, de nuestro egoísmo, de nuestra vanidad, actitudes todas que inutilizan lo poco que de Dios podamos saber o impiden que progresemos hasta saber más.
No faltan los que, para descomprometerse de seguir buscando a Dios, se Amparan en razones, Ataquen o críticas a instituciones, estilos o métodos que tienen que ver con los modos de presentar el Evangelio o de intentar propagarlo, no porque realmente les preocupe demasiado que puedan resultar, o de hecho resulten inapropiados o equivocados, sino porque desde el parapeto de su posición crítica yo piensen suficientemente justificados en la Inhibición ante un esfuerzo no rentable, o excusados de tener que confesar que yacen en la ignorancia que con la crítica disimulan, por vergüenza de tener que admitir que jamás se preocuparon verdaderamente de desarrollar la tal vez lejana, elemental y mínima idea que de Dios recibieron en su niñez. Otras cosas, adem69 de Dios, o relegando a Dios, les preocuparon más. Dios no era útil. No era útil en la juventud y resulta comprometedor en la edad adulta. Dios, el Dios verdadero.
No somos puros, no somos bastante sinceros, nos falta transparencia en no pocas de las mismas ideas positivas que de Dios tenemos. De nada nos aprovecha que acusemos a los que tal vez se construyen de Diog una imagen domesticada y utilizable para complicidad del propio egoísmo, de las vanidades, tal vez también de las opresiones, enajenaciones o resentimientos...
De nada nos sirve que nosotros nos encerremos en la comodidad de la critica inoperante, quedándonos solamente con un Dios conceptual y abstracto, alejado de nuestra proximidad, evitado para que no nos comprometa, quedado en el mar de vacilaciones y temores en que se debate la pobreza del alma cuando oscila entre la presunción intelectual de las apariencias y la realidad de la inconfesada ignorancia y la cómoda pereza.
¿Dios?... ¿Dios, para qué?
Dios Para todo el que busque el Absoluto, para el que tenga un gran Interés... gratuito.
Dios para los inteligentes y para los puros de corazón.
{4 (104)}
3. Las fiestas
HAY un ritmo basado en la alternancia entre actividad y reposo que siempre tendrá que ser respetado, incluso por puro egoísmo: no se puede estragar, bajo la presión del esfuerzo continuado, ninguna de las capacidades del ser, sin precipitar su destrucción, sin romperlo, sin quemarlo. Hasta a los esclavos se les concede algún descanso para mantenerlos útiles para el trabajo que se les exige y por esto mismo no se les niega el indispensable alimento.
Pero las solas razones de utilidad o económicas no bastan a la hora de tener que regir la dedicación humana al trabajo, y tender a darle el mínimo intervalo de fiesta o reposo, es reducirlo a la pura categoría de los objetos, de los animales de carga o de las máquinas: es deshumanizarlo. Por supuesto que el hombre necesita del trabajo y necesita trabajar para integrarse en la participación gozosa del perfeccionamiento y transformación de lo creado. Creatura, pero también al mismo tiempo "creador", cumple su propia realización al aplicar inteligentemente sus fuerzas en el mundo que le envuelve. Si bien, precisamente por esto, hay que evitar tomarlo desde la única vertiente de la utilidad, porque el primer valor que con su trabajo realiza, ha de redundar en el perfeccionamiento de su propio ser. El no es para las cosas, para el mundo; sino que las cosas, la actividad que a ellas dedica y necesita dedicar, ha de ser para él. El es el rey de lo creado, él ha de «poseer la tierra y dominarla» y no ser dominado por ella.
Y todo el que se dedique y entienda en la organización de la actividad económica del hombre, para respetar el orden creado, no puede postergar la primacía del ser que lo ha de presidir. Si prescinde de este principio, lo degrada.
Todavía, hay que añadir que el "cuidado" del hombre no puede ser solamente ni principalmente para que "rinda más", sino para que sea más hombre. El economista puro es enemigo del hombre y hasta es mal economista. Porque el hombre no es solamente un ser útil, ni sólo un elemento de la economía.
Por eso nos duele oír y hasta leer, a raíz de la reciente supresión de fiestas en el calendario laboral español, la repetición de razones casi únicamente encasillables en esquemas económicos. Se dice de la política que es economía; pero {5 (105)} antes es, todavía, humanismo; de lo contrario tampoco es política, o buena política.
Se aducen también otras razones, entre las que se señala la del desperdicio vicioso del tiempo libre de ocupación, de la fiesta no dedicada al descanso ni al gozo racional de la vida ni a la expansión espiritual de la cultura. Pero, la mayor ocupación en sí misma, sólo indirectamente impide la posibilidad material de que ello ocurra así.
Los remedios directos son otros, porque el exceso de trabajo, la superactividad y el estrago, también deshumanizan y embrutecen.
Enseñar a emplear el tiempo, además de dedicarlo al trabajo justo y necesario, no es tarea secundaria ni, por supuesto, antieconómica.
Espíritu, cultura, arte, no deberían ser para consuelo o exhibición simbólica y elitista de unos pocos privilegiados, sino desarrollo y crecimiento espiritual y humano de la mayoría. De paso se evitaría que esta vertiente tan noble del hombre fuera prostituida por el precio, porque ya no podría venderse al ser de todos. Y, además, el hombre trabajaría mejor. Todo obrero sería, además, un sabio y un artista. Sería, en definitiva, más hombre.
Solamente permamece lo espiritual,
solamente lo espiritual es incorruptible,
solamente puede ser libre el espíritu.
Cristo dijo a Nicodemo: «El Espíritu,
como el viento, sopla donde quiere» (Jn, 3, 8).
El espíritu del hombre, es libre
y es ―y porque es― inmortal.
¿Lo pensó aquel condenado a muerte,
joven e idealista,
que escribió, poco antes de morir,
estos versos?:
Mañana, cuando yo muera,
no me vengáis a llorar:
nunca estaré bajo tierra,
¡soy viento de libertad!
{6 (106)}
4. CRÍTICOS Y ENAMORADOS
ES POSIBLE que algo o alguien no nos guste, pero que, todavía, lo amemos. Puede que el gusto padezca, pero que el amor persevere. No por una terquedad irracional, sino porque se mantiene viva y enraizada profundamente en el alma, una esperanza inconfundible, indecepcionable. No existe la vocación absurda de lo imposible, pero sí la fe inquebrantable de superar lo difícil, de remediar lo imperfecto, de continuar lo iniciado, de completar lo inacabado, de alcanzar la rotundez que el esbozo insinúa y promete. Persistir en la empresa no es, entonces, lanzarse a dar palos de ciego en la obscuridad, sino avivar la luz del corazón y acelerar el amanecer fecundo de las claridades del alba. Es vivir y andar en la esperanza porque el corazón no ha perdido la capacidad de amar, ni la mente ha extinguido la fe.
En el hombre las claridades de su inteligencia le llevan a apreciaciones más exigentes de las que sus fuerzas físicas pueden, precipitadamente, plasmar. Siempre se da una desproporción, una distancia humillante entre lo que ha hecho y lo que todavía le queda por hacer: los faros llegan más lejos que el motor.
El miope, por el contrario, se torna sistemáticamente exigente y, falto de perspectiva, desprecia todo lo inacabado porque no alcanza a ver que el camino no se acabó, y cada esquina es, para él, la meta, el punto final. Pero el Dios de la Biblia dijo a Abraham: «Mira al cielo, cuenta las estrellas, sal y contempla la orilla del mar, y cuenta los granitos de arena... ¡Así multiplicaré tu descendencia, que serán de todas las naciones de la tierra!» Dios no le dio al primer creyente, sino que le prometió, y le hizo salir y andar en pos de la gran promesa, todavía no alcanzada. Y Abraham y, en pos de él, todos los creyentes ―diría san Pablo― se pusieron a andar los caminos del mundo para construir la nueva humanidad de la hermandad que invoca, como único Padre, al Dios justo y todopoderoso.
{7 (107)} Jesucristo dinamizó esta promesa guardada en el rescoldo de un pueblo, de una raza, y enardeció, comprometiéndolos, a sus más íntimos, a sus "amigos", a los Apóstoles, a llevarla a todo el mundo. El efecto fue la Iglesia.
Pero la Iglesia no ha terminado, no se ha realizado completamente, en la historia, en el caminar de los hombres, este propósito, aquella promesa que perdura y empuja, por mil cauces, ora conocidos ora misteriosos, conspirando hacia la consecución de una promesa que contiene las más nobles de las aspiraciones que pueda el hombre albergar para compartir con sus semejantes. Los impacientes, log perezosos, los miopes se acercan a computar la dimensión de lo andado, a pesar la realidad de lo logrado hasta aquí y desprecian la realidad inacabada porque todavía no responde perfectamente al ideal propuesto.
En su desprecio hay ingratitud.
y pereza. Desprecian para no agradecer, con evidente altanería miserable e ignorante desde cuya hipocresía pretende relevarse del esfuerzo que les corresponde, a ellos también, en la tarea heroica de continuar y llevar a término el ideal prometido por Dios y anhelado por todos los hombres.
Dios no nos ha dado ni el mundo, ni cosa alguna, ni siquiera la santidad, la justicia, ni la misma Iglesia, como algo rotundo, perfecto, acabado...
Sino que, para que lo podamos amar como propio y entrar, en el entusiasmo de este amor, en comunión con El, compartiendo su obra creadora del mundo y liberadora del hombre, nos deja ver ―y hemos de ver― lo que todavía falta, el resto que queda por hacer, como un reto a nuestra capacidad ideal, a nuestra generosidad creadora, para hacer de la vida un consorcio con los planes de Dios, sembrándonos, {8 (108)} gozosos y abnegados, en el surco de las esperanzas universales que, para el fiel, es la configuración con Cristo, como si Cristo estuviera aquí, como si fuese ahora, como si estas cosas y este momento fueran suyos, como si yo fuera El.
Los santos, eran gentes que comprendieron todo esto: estuvieron en el mundo, vivieron unos tiempos, fueron miembros de la Iglesia en unas situaciones, en las que, en conjunto adoptaron una posición profundamente critica. No les gustaba, no les acababa de gustar ni su mundo, ni su tiempo, ni... su Iglesia. Pero no se les había extinguido el amor.
Un teólogo contemporáneo, notable por sus críticas a la imagen cristiana en la que con excesiva confianza descansamos, dio por respuesta a algunos que no querían ser molestados con la "impertinencia" de sus observaciones y le insinuaban que saliera de la Iglesia o cesara en sus observaciones: «No me voy de la Iglesia porque no me gusta». La respuesta, evidentemente, contenía implícito, este complemento: «...Pero todavía la amo».
Sería inexacto imaginar a los santos como a seres humanos que "defienden" a la Iglesia. Lo más cierto es que la construyen, la acaban, la perfeccionan, sabedores, incluso, que ni ellos mismos pueden colocar la última piedra. Pero ponen la suya gozosos de que descanse sobre la primera, Cristo.
Las frases inacabadas del Evangelio, son un lenguaje fluyente, que permite ser desarrollado:
―contienen una vida creciente,
―una verdad en plena coherencia,
―una realidad fecunda,
―una profundidad que alcanza el misterio.
Card. John Henry Newman, C. O.
El Evangelio total.
Si el Evangelio no es recibido en su totalidad; si no es, en primer lugar, el mismo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, el Cristo Salvador por su misterio de muerte y resurrección:
i no es la palabra de Dios a su Iglesia:
si esta palabra no es oída, convertida en oración, acogida en la acción de gracias, vivida en la fe... es posible siempre extraer de ella una frase para justificar el propio interés.
Pero, en tal caso, la palabra de Dios, llevada teóricamente a justificar una situación histórica concreta, se transforma en norma y en imposición. Funciona como pura ideología.
Entendemos por ideología un proyecto de sociedad a partir de una visión parcial de la historia presentada como un absoluto.
Mons. ROBERT COFFI, obispo de Gap.
{9 (109)}
5. Balada de la cosa más pequeña
IBA UNA VEZ Aflicción de camino, y en cuantos lugarejos encontraba detenía sus pasos, como presa de un ramo de locura:
―¿Haríais la merced de decirme cuál es la cosa más pequeña?
...Lo primero que tengo que decir es de un iluso niño que a las aves del cielo perseguía sin conseguir jamás darles alcance.
Aflicción ante el niño se detuvo, y, con una expresión más persuasiva que una mano tendida, le habló de esta manera:
―¡Pequeño cazador! ¿harías la merced de decirme cuál es la cosa más pequeña?
Y el niño respondió, levantando las manos:
―Aquel punto del cielo, que es un pájaro, y que ya ni la vista lo distingue.
Alzó los ojos Aflicción y replicó al instante:
―¡Hay algo más pequeño! ¡Hay algo más pequeño!
Y se perdió a lo lejos del camino, en triste abatimiento.
... Lo segundo que tengo que decir es de una dama que languidecía en la otoñal tristeza, dando al viento el caudal de {10 (110)} sus cabellos, rubios como un dorado cortinaje.
Aflicción se detuvo ante la dama, y con ojos arrasados de lágrimas, muchísimo más brillantes que un berilo, habló de esta manera:
―¡Oh, lánguida señora, que tremolas al viento tan dorada bandera! ¿Harías la merced de decirme cuál es la cosa más pequeña?
Parose un rato a meditar la dama, recogió con la yema de sus dedos la hebra de oro más fina, que por araña de conseja diríase tejida, y así habló displicente:
―La punta imperceptible de este cabello inútil.
Aflicción, un momento, quedose pensativa, como mirando el fiel de una balanza.
―¡Hay algo más pequeño! ¡Hay algo más pequeño!
Y desapareció senda adelante, agotadas sus fuerzas.
{11 (111)} ...Lo tercero que tengo que decir es de un sabio que conoce las hierbas, las buenas y las malas; sabe de encantamientos y nada se le oculta de la ciencia.
Aflicción fue a su encuentro y con labios temblorosos, cual si besara las palabras, antes de darles vuelo, le preguntó entre súplicas:
―¡Oh, tú, que sabes tanto del bien como del mal! ¿Harías la merced de decirme cuál es la cosa más pequeña?
El sabio respondió, extendiendo los brazos, como si pronunciara una sentencia:
―¡El átomo es la cosa más pequeña!
Aflicción se quedó pensativa un momento, cual si del si o del no su dicha o su infortunio dependiese, y acabó por decir:
―¡Aún más pequeña que eso, más pequeña!
Y ya no pudo andar, de tanto desconsuelo. Sentose en una encrucijada, y, hundiendo la cabeza entre sus manos, rompió en amargo llanto.
Hasta que por su lado pasó Consolación, y, poniendo una mano en la cabeza pesada y abatida de Aflicción, le habló de esta manera:
―¡Aflicción, Aflicción! ¿Por qué ese llanto tan amargo que parecen tus lágrimas trocitos de tu roto corazón?
A lo que dio Aflicción por cumplida respuesta, sin cesar en su llanto:
―Porque ni el leve pajarillo que tan alto se eleva, ni la punta dorada del cabello más fino, ni lo que dijo el sabio, me dan idea de lo más pequeño.
Y preguntó Consolación entonces:
―¿Podrías tú decirme, ¡oh Aflicción sin consuelo!, si hay algo más pequeño todavía?
Y contestó Aflicción, entre sollozos de profunda pena:
―¡El amor de los hombres al Amado!
Miguel Melendres 12 (112)
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6. documento: EL MARXISMO COMO CRITICA
CON ESTE mismo título, el Padre Augusto Hortal, S.I., pronunció el año pasado (23, nov.) una conferencia en el Colegio Mayor San Pablo, de A Madrid, dentro del ciclo desarrollado bajo el tema de "Marxismo y Cristianismo". Reproducimos el siguiente texto, redactado por el mismo autor, que contiene, a nuestro juicio, la parte más importante de la exposición.
El marxismo es, ante todo, o por lo menos empezó siendo una crítica. Las obras de Carlos Marx llevan con frecuencia un título o subtítulo, y casi siempre un contenido crítico. Son los aspectos críticos del marxismo la faceta quizá más valiosa y duradera de su aportación, y es tal vez el marxismo como correctivo crítico lo que ejerce el mayor atractivo sobre muchos insatisfechos con los caminos que lleva la sociedad.
Es paradójico, aunque no carece de cierta lógica interna, que el marxismo haya dado lugar a tantos dogmatismos, especialmente allí donde ha llegado al poder. Es trágico y merece nuestra atención especial, que un movimiento político-social que entra en escena para acabar con la explotación y con la opresión haya dado lugar y servido de legitimación para establecer nuevas formas de opresión. El marxismo es mucho más lúcido a la hora de detectar los fallos reales de nuestra sociedad que a la hora de llevar a cabo un proyecto político positivo.
Esta doble experiencia, esta ambivalencia del marxismo nos invita a recoger atentamente cuanto de crítica hay en el marxismo y a tratar de discernir los caminos por los que la crítica degenera en dogma, por los que la lucha por una sociedad más justa puede degenerar en situaciones irreversibles de opresión. Son muchos los marxistas que están hoy empeñados en esta tarea.
Nos remontamos en cada caso a Marx, para aludir después a la evolución ulterior. No se trata de convertir los problemas reales en problemas de interpretación de lo que dijo o quiso decir Marx. Marx ―hay que decirlo― sigue siendo uno de los mejores marxistas, en el buen sentido de la palabra. Y Marx es, sobre todo, lo poco que queda de referencia común a los muchos marxismos, cada uno de los cuales reprocha a los demás no ser fiel a él (revisionismo) {13 (113)} o pretender que lo haya dicho todo ya y todo bien (dogmatismo).
DE HEGEL A LA CRÍTICA
Carlos Marx se incorpora a la vida universitaria, a los dieciocho años, allá por la mitad de los años 30 del siglo pasado. Hegel ha muerto al comienzo de la década. En el ambiente filosófico se respira una atmósfera que, en una pincelada, podría caracterizarse con la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede seguir filosofando después de que Hegel ha dicho todo, lo ha dicho bien y ha mostrado que con su filosofía ha llegado a plenitud el espíritu absoluto, la culminación de la historia?
En su tesis doctoral y en sus escritos polémicos, primero con la Derecha y después con la izquierda Hegeliana, se percibe en el trasfondo la cuestión que acabamos de formular. La línea de avance y respuesta la encuentran los representantes de la Izquierda Hegeliana, entre los que inicialmente se encuentra Marx, en la praxis, en la tarea de traducir a la praxis, es decir, de realizar la filosofía formulada por Hegel. Esta praxis es una praxis intelectual, es la crítica.
Hegel no formuló, como creía, la autocomunicación de un mundo racional, sino las aspiraciones racionales de un mundo irracional. Por eso su filosofía se vuelve contra este mundo irracional, se hace crítica. La tarea del filósofo poshegeliano no es, pues, seguir especulando sobre tal o cual matiz que Hegel no vio, o que no vio con toda corrección y exactitud, sino pasar a la práctica.
Praxis, práctica ―en esta primera etapa de Marx― no es sino la misma actividad crítica que ejerce el filósofo.
Marx empieza pensando con otros hegelianos de izquierda, a los que después va a criticar en este punto con la dureza típica de los que fustigan defectos compartidos en otro tiempo, que la realidad social se transformaría tan pronto como un número suficiente de hombres se hagan conscientes de la irracionalidad del mundo. La crítica es praxis, la denuncia es transformadora.
«Hay que hacer la opresión real más opresora todavía, añadiendo a aquélla la conciencia de la opresión, haciendo la infamia más infamante al pregonarla».* Marx se lanza a este programa de "reforma de la conciencia" con el entusiasmo y la inocencia de un neófito. En los siguientes pasos de su evolución irá descubriendo el idealismo de esta postura, dando primacía a la praxis, considerando al pensamiento demasiado condicionado por las circunstancias reales en que surge, demasiado impotente, como para poder por sí solo transformar esas condiciones reales. Pero ya desde el comienzo la crítica pretende ser transformadora y la praxis ulterior no será praxis ciega, sino praxis crítica:
• «Nosotros no anticipamos dogmáticamente el mundo, sino a partir de la crítica del viejo pretendemos deducir el nuevo».** • «La fuerza propulsora de la historia, incluso de la religión, la filosofía y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución».*** 14 (114)
DE LA CRÍTICA DEL CIELO A LA CRÍTICA DE LA TIERRA
Han corrido y siguen corriendo ríos de tinta sobre la crítica marxista de la religión, y hoy mismo se sigue discutiendo entre marxistas y no marxistas si el marxismo es intrínseca, necesariamente ateo. Tanto por lo que respecta al marxismo histórico como al actual hay opiniones para todos los gustos dentro y fuera del marxismo. Empecemos por la cuestión histórica, sin pretender que ésta resuelva de una vez para siempre el juicio que sobre este punto haya que hacer sobre los marxismos del presente y del futuro.
Marx no pretendió tener una originalidad especial en este punto. No escribió ningún tratado de crítica de la religión, como lo hizo, por ejemplo, Feuerbach en La esencia del cristianismo. El pasaje central a que hacen referencia todos aquellos que se hacen eco de la crítica marxista de la religión es la «Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho, de Hegel», escrita en 1843 y publicada en los Anales Franco-Alemanes en febrero de 1844. Y este escrito es eso:
una introducción, una introducción a una obra que no llegó a publicarse, pero en la que por entonces estaba Marx trabajando. Marx se propone en esta introducción hacer ver la necesidad de no quedarse en la crítica de la religión, sino pasar a la crítica de la política, del Estado, del derecho.
Por así decirlo, Marx no critica la religión sino de paso, como introducción a otras materias que van a constituir el objeto central de su interés crítico. Por lo que a la religión se refiere, Marx asume las ideas de Feuerbach y no considera necesario extenderse en este punto.
Según Feuerbach, todos los predicados que se afirman de Dios (Dios es infinitamente bueno, eterno, creador, etc.) son reales, tan sólo el sujeto de todos ellos no es real, no es Dios, sino el hombre que, ignorando su propia esencia, la proyecta fuera de sí.
La religión ―resume Marx― no hace al hombre, es el hombre quien hace la religión, el hombre real, intramundano, en relación con otros hombres dentro de una situación determinada. Ese hombre produce una conciencia al revés; ese hombre busca el consuelo con el más allá, porque vive una situación de desconsuelo.
• «La miseria religiosa es a la vez expresión de la miseria real y un manifiesto contra la miseria real. La religión es el suspiro de la creatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, el espíritu de situaciones sin espíritu. Es el opio del pueblo».* El ateísmo marxista no es, sin embargo ―como algunos pretenden hacer creer, un dato anecdótico de la biografía de C. Marx. Marx no sólo fue personalmente ateo, sino que consideró el ateísmo como punto de partida de todo su pensamiento, y su crítica de la religión como comienzo y paradigma de toda crítica. Marx, eso sí, no fue un perseguidor directo de la religión y de las convicciones religiosas. Consideraba que éstas no surgían en el nivel individual y no era allí donde había que combatirlas, sino {15 (116)} luchando por suprimir y denunciando las condiciones de miseria que según él hacen posible y necesaria la religión. No hay que matar a Dios para que nazca el hombre. Basta con que hagamos posible que viva el hombre ―diría Marx― y Dios desaparecerá.
Los seguidores de Marx fueron continuadores de un ateísmo no solamente por capricho o convicción personal, sino por considerarlo pieza esencial del marxismo. Muchos de ellos no sólo han Luchado contra las condiciones objetivas que, según ellos, hacían posible y necesaria la alienación religiosa, sino que han perseguido directamente a los creyentes.
En este ateísmo beligerante entra la política religiosa de la mayoría de los partidos marxistas que ocupan el poder y de muchos que nunca han llegado a él.
Otros grupos y pensadores marxistas han llegado o están llegando a posiciones más matizadas. La socialdemocracia y los socialismos no comunistas han ido desprendiéndose de todos los elementos cosmovisionales del marxismo. Pero entre los mismos comunistas, tras las experiencias de luchas compartidas con cristianos y la revisión de las propias posiciones dogmáticas, hay muchos que han ido viendo que la religión además de opio del pueblo puede ser y de hecho está siendo estimulante de la lucha por la justicia. Según esta concepción que se sigue denominando marxista, el marxismo no puede ni necesita afirmarse como ateo. Al hacerlo hace una afirmación dogmática que no es posible dilucidar racionalmente. Lo único que el marxismo puede y debe decir sobre la religión es si en sus formas históricas concreta: ejerce, de hecho, una función legitimadora de opresión o de consuelo escapista y descomprometido, o si más bien ejerce la función de impulsar el cambio liberador. Hay experiencias de lo uno y de lo otro.
Ante esta evolución la tarea de los cristianos no sería la de convencer a los marxistas de que, si quieren seguir siendo marxistas tienen que seguir siendo ateos, para que cada cosa esté en su sitio, los frentes estén claros y podamos atacar a los enemigos de la propiedad privada como enemigos de Dios. Tenemos que felicitarnos de la desdogmatización del marxismo, aunque nos exija mus matices y nos haga distinguir entre marxistas dogmáticos y otros que no lo son o que al menos no quieren serlo.
Tendremos además que ejercer una función crítica, haciendo ver que el ateísmo marxista, por no ser una pieza anecdótica del sistema, tiene hondas raíces en él. El abandono del ateísmo exige transformaciones en las formulaciones e interpretaciones del materialismo histórico, si no quiere quedarse en pura confesión verbal con visos de oportunismo.
Pero nada más importante que asumir en nuestra praxis el reto que para los cristianos supone la crítica marxista de la religión. Marx se pasó de la crítica al dogma al decir que Dios sólo es una creación ilusoria del hombre y que la religión no puede ser más que opio del pueblo. Pero hemos de reconocer que de hecho nuestra religión ha servido y sirve en ocasiones de tapadera de situaciones inconfesables y de escapismo para no comprometerse en la lucha por la justicia.
{16 (116)} El dogma marxista se hace problemático pero la aportación crítica sigue en pie. Y la mejor respuesta a la crítica de la religión es mostrar con los hechos que nuestra religión no es opio adormecedor, sino motor de transformaciones humanizadoras de la sociedad. Al obrar así queda sin objeto, por haber sido asumida, la crítica marxista de la religión. La teología cristiana ya ha dado este paso a nivel teórico, algunos cristianos lo han dado también en su práctica.
CONCLUSIÓN: EL MARXISMO COMO CRÍTICA
Toda la obra intelectual de Marx, desde los Anales Franco-Alemanes, de 1843, hasta su muerte, en 1883, se puede estructurar en torno al concepto de crítica: crítica de la religión, crítica de la filosofía, crítica del desarrollo y del Estado, crítica de la economía política...
En todos estos casos no se trata de un concepto de crítica idealista que compara abstractamente ideal con realidad. Marx se pregunta constantemente por las condiciones de posibilidad ―no trascendentales, sino empíricas, de la realidad social en que los hombres viven― de la religión alienante, de la filosofía idealista, del materialismo abstracto, del Estado burgués, de la división de la sociedad en clases, de la plusvalía, etc. Esta crítica pretende denunciar una situación y colaborar a que esa situación haga crisis. La crítica no es sino el movimiento intelectual que lleva a la revolución, a la transformación revolucionaria del mundo existente.
La respuesta a la pregunta por las condiciones de posibilidad de la alienación humana en los diversos estadios no la encuentra Marx en un sujeto trascendental, sino en el hombre real entendido como actividad sensible productiva, en interrelación con la naturaleza y con los hombres. Crítica radical es la que va a la raíz, y la raíz es siempre el hombre, el hombre vivo, el hombre concreto que vive, trabaja y se relaciona con los otros hombres. La desaparición de la terminología humanista en la obra posterior, la evolución en la manera de entender al hombre (menos simplista y armonizante) la especialización metodológica en los temas estrictamente económicos, no debe hacernos olvidar que también en El Capital sigue siendo el trabajo, la actividad productiva material del hombre, la raíz última a la que todo termina por reducirse a través de las distintas mediaciones. Todo lo que no sea ver las cosas así, piensa Marx a lo largo de toda su obra, es ideología, engaño mistificador, equivalente a quedarse en las apariencias sin ir a la raíz, la realidad que es el hombre entendido como actividad material subjetiva.
La crítica de la religión, del Estado, de la plusvalía o del fetichismo de la mercancía en distintas terminologías, con matices distintos y a distintos niveles tienen un mismo presupuesto fundamental: no es la religión la que hace al hombre, sino el hombre es quien hace la religión, no es el capital acumulado el que produce riqueza por sí solo, ni tienen las mercancías propiedades misteriosas, es el trabajo (actividad sensible subjetiva) el que, bajo determinadas formas de producción, produce la plusvalía {17 (117)} {18 (118)} y presta esas propiedades misteriosas a las mercancías ―todo esto en una situación de antagonismo de clases en la que están inmersos no individuos especulantes, sino hombres concretos con necesidades concretas―.
Podemos poner en duda, y personalmente yo pongo en duda, si esta crítica es totalizante, si la perspectiva marxista dice todo lo que se puede decir con respecto a la religión, la cultura, la filosofía, la política o la economía. Podemos y debemos preguntarnos si una persona o una sociedad puede limitarse a criticar, a denunciar y a destruir. Podemos y debemos calcular si la crítica marxista no es también aplicable a los marxistas.
Pero después de Marx no se puede seguir siendo honradamente premarxista en una serie de puntos. No se puede predicar una religión que insiste unilateralmente en la resignación frente a la injusticia y remite a un más allá para dejar intacto el más acá. No se puede ignorar la crítica del trabajo asalariado y de la producción capitalista, no se puede seguir siendo idealista e ignorar la función social que ejercen determinadas ideas en determinados contextos sociales.
Hemos dicho al comienzo de forma global y hemos ido viendo después peso a paso que el marxismo es mucho más lúcido a la hora de detectar los fallos reales de nuestra religión, del Estado burgués, de la filosofía idealista, de la moral utópica, del derecho y de la cultura clasistas, de la economía capitalista, que a la hora de proponer y llevar a cabo alternativas positivas. La religión, aun desalienada, no desaparece, la dictadura del proletariado se desfigura y perpetúa, el Estado no se reduce a ser mero instrumento de la burguesía y también anda muy lejos de desaparecer...
Este juicio no intenta ser una mera concesión a un anticomunismo visceral, excesivamente difundido entre nosotros.
El marxismo como crítica, no es todo el marxismo. No sólo sus críticas, también sus análisis, sus méritos y sus propuestas merecen ser discutidas. No oculto mi mayor simpatía por el aspecto crítico del marxismo al que he dedicado estas líneas. Las limitaciones aquí constatadas son para los que no se consideran marxistas una invitación a confrontarse con la crítica marxista, a dejarse interpelar por ella y asumir todo lo asumible, que es mucho siempre que no se absolutice.
* K. Marx, A. Ruge, Los Anales Franco-Alemanes.
** K. Marx, Carta a A. Ruge, Hept. 1945.
*** K. Marx, F. Engels, La Ideología Alemana.
* Los Anales Franco-Alemanes ...
En la Iglesia
no debemos temer que, un día, lleguemos a constituir quizá, solamente, una minoría, pero sigamos siendo fieles;
no debemos temer ni nos avergonzaremos de la impopularidad, si somos coherentes;
no haremos caso de aparecer como unos vencidos, si continuamos siendo testigos de la verdad y de la libertad de los hijos de Dios.
PABLO VI