Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 154. DICIEMBRE. Año 1977
0. SUMARIO
NAVIDAD de novedades, Navidad de esperanzas y de incertidumbres, de fugacidad del gozo para adentrarnos en la presentida austeridad invernal, más rigurosa, nos aparece, este año, que otras veces. Navidad, no obstante, que, como todas las Navidades, nos lleva a acercarnos a los personajes de la primero de este mundo, para mirarlos y aprender de ellos a entrar y seguir por los caminos humildes que Dios depara a los que quiere más puros para que vean mejor, desde la misteriosa sencillez de lo más santo, la aparición y la presencia de Dios entre los hombres.
LA TÚNICA
EMMANUEL
PRIMERA CONVERSIÓN DE NEWMAN
NO ERA INVIERNO TODAVÍA
AMBIGÜEDAD NAVIDEÑA
"Y LA PALABRA..."
PARA UNA NUEVA ECONOMÍA MUNDIAL
{1 (161)}
1. LA TÚNICA
(Canción navideña, traducida por su mismo autor, el P. Jaume Garcia i Estragués, C. O.)
La Madre de Dios
hila que te hilaba:
vestir quiere al Niño
que a luz Ella daba:
ángeles del Cielo
le traen la lana,
también oro fino,
oro, seda y plata.
La Madre de Dios
hila que te hilaba.
La Madre de Dios
cantaba, cantaba:
Un milagro fue
la túnica blanca:
crecía Jesús
y ella se alargaba;
siendo El ya mayor
aún puede llevarla.
La Madre de Dios
cantaba, cantaba.
La Madre de Dios
lloraba, lloraba...
Al pie de la Cruz
era sorteada
del Hijo muriente
la túnica sacra.
Los dados herían
de la Madre el alma.
La Madre de Dios
lloraba, lloraba...
¡Oh Madre de Dios,
vestidnos el alma
del divino amor
que toda os inflama!
{2 (162)}
2. Emmanuel
DIOS hizo el mundo e hizo el hombre. Y, luego. Dios se hizo hombre y camino por los caminos del mundo.
No se conformó, después de hacerla, con contemplar la más bella de sus obras. No le bastaba, como el escultor o como el artista, pararse a mirar y admirar la obra realizada. Enamorado y poderoso, la abraza y la invade. No se confunde con ella para que, manteniéndola distinta de él, la obra siga "siendo" y, mientras es y existe: pueda continuar amándola y contemplándola.
Además, la mejor y la más bella de sus obras, la ha dotado de la conciencia de saberse maravilla del poder divino y logro de la sabiduría y del Amor de Dios, con luz de inteligencia y alas de libertad, para que pueda descubrir a ese Dios que le acompaña y le invade. Emmanuel, el "Dios con nosotros", además de saberse creada por él.
Los hombres podemos descubrir que Dios nos ama y podemos dar respuesta a este amor, con otro parecido al que Dios nos tiene, aunque más humilde, pero igualmente maravilloso; 60mos hijos de Dios, Dios se muestra en nosotros porque llevamos su semejanza y nos envuelve cálidamente su amor: porque Cristo es nuestro hermano y caminamos junto a él hacia el Padre mientras el mundo se va haciendo "reino de Dios", al paso que los que todavía no le conocen a él pero ya nos conocen a nosotros pueden, A través del testimonio de nuestra fe convertida en vida, llegar a conocerle, porque recordamos «que dijo que el que recibe a vosotros y oree el anuncio que le hacéis vosotros y hace caso de vosotros, a mí me recibe, en mi cree, mis palabras guarda; y quien me ve desde la fe, ve al Padre, porque nadie Va al Padre si no es por mí, y el Padre y yo, que somos una misma cosa, moraremos en él».
Emmanuel. "Dios con nosotros", conociéndonos, conduciéndonos y Amándonos desde dentro, para caminar con nosotros más estrechamente, para que el ir a Dios sea "andar con Dios", para que el camino comience a ser meta para que en la tierra se inicie el reino de los cielos, para que el {3 (163)} tiempo se estremezca al rozar con la eternidad, y el hombre se maraville de llevar a Dios y todas las fuerzas se le transformen en amor.
Emmanuel, Dios que está ya con nosotros.
{4 (164)}
3. NEWMAN: Primera conversión de Newman
LA VIDA de los hombres es siempre, en cierto modo, un regreso a Dios. La fe interviene y aviva la conciencia de ese ir y volver a Dios, incesantemente, hasta el definitivo logro de su posesión eterna. Cuando los santos ―por ejemplo, san Felipe― hablan de conversión, se refieren a ella no como a una meta alcanzada, sino como a un paso, bien dado y sin desperdicio, hacia el fin donde Dios nos espera. «La mano de Dios no abandona a los suyos y los guía por caminos que desconocen», decía Newman teniendo en cuenta, seguramente, la propia experiencia del contacto de esa mano divina, con que la Providencia nos conduce, misteriosa pero sabiamente. Los tratadistas de la vida de perfección sobrenatural designan a estas sucesivas y progresivas conversiones, de las que tiene necesidad toda alma que se dirige a Dios, como pasos a las vías o moradas o grados de la vida espiritual.
Newman, del que poseemos, en realidad, material suficiente para seguirle en su itinerario espiritual, se nos muestra con bastante claridad, por lo menos en los más importantes de estos pasos o conversiones del alma. Un repaso ligero sobre su copiosa obra nos induciría, tal vez, a catalogarlo como historiador, como teólogo, como poeta, como apologista, como pedagogo y, según la mentalidad de nuestros días, incluso como periodista; pero en ninguna de estas categorías se nos daría entero, y él mismo rehusaría verse clasificado así. Newman es, por encima de todo, un convertido, un gran convertido, un peregrino de la verdad, un incansable buscador de la paz que, hambriento y sediento de su claridad, apenas saboreada en un primer descubrimiento, el efluvio recibido se le convierte en vivo estímulo para una sucesiva y siempre nueva búsqueda de Dios, ansioso de conocerle más y de vivirle mejor.
{5 (165)} Lo más glorioso y lo más doloroso de la vida de Newman, se condensa en esta palabra: conversión. Luz y cruz, «por la cruz a la luz». Dolor de crecimiento y gozo de haber crecido. Caminar para ver y ver para caminar. Fe para convertirse y convertirse para crecer en la fe; convertirse toda la vida, hasta la «bienaventurada visión de paz» que nimbó su alma, ya anciano, en los umbrales de la eternidad.
Hay, en toda la trayectoria de Newman, un fervor que se controla y domina, pero que no cesa; una prudencia que administra el empuje, es verdad, pero que no detiene el esfuerzo, y una sinceridad profunda, paciente y valiente que, aun en las horas de fatiga, cuando la prueba se hace dura, mantiene viva la convicción de que puede confiar en Dios y hasta de que siente que Dios también confía en él. Una perseverancia granítica, pero no deshumanizada; una fidelidad al estilo de Dios, un dinamismo sin precipitación, una valentía sin arrogancia, una paciencia sin debilidad, una sinceridad sin dureza, un entusiasmo sin estridencias inútiles, un corazón delicado, con una capacidad inmensa de sentir y de amar, pero sin sentimentalismos, a la inglesa.
¿Cuándo, pues, tuvo lugar esta primera conversión de Newman?
Él la llama "su" conversión y la sitúa al final de su infancia, a los quince años: «...my conversion when I was fifteen». Pero dejemos, antes, que él mismo nos relate sus pasos hasta este momento, el primero, en su edad consciente, que podemos llamar crucial.
{6 (166)} «The beginning of a new life...» Espigando en la Apología vemos con qué entusiasmo le inundó esta nueva vida, que también llama "gran cambio", a great change:
«Caí bajo la influencia de un credo definido, y recibía en mi entendimiento impresiones de un dogma, las cuales, por la misericordia de Dios, nunca más se han borrado ni obscurecido».
Bendice el recuerdo del Dr. Mayers que fue, para él, «el medio humano de este principio de fe divina», que acrecentó con lecturas calvinistas que confirmaron en su conversión, persuadido de estar destinado a la gloria eterna. Sin embargo, dice:
{7 (167)} «No tengo conciencia de que esta creencia me inclinare a ser descuidado en el servicio de Dios. La conserve hasta los veintiún 2004; entonces se fue disipando gradualmente, pero creo que debió tener alguna influencia en mis opiniones y (...) en aislarme de los objetos que me rodeaban, en confirmarme en la desconfianza de la realidad de los fenómenos materiales y en hacerme descansar en el pensamiento de dos, y sólo dos, supremos y luminosos seres absolutamente evidentes para mí: yo mismo y mi Creador, myself and my Creator».
Más abajo añade:
«Estoy obligado a mencionar, aunque lo hago con gran repugnancia, otra profunda convicción que por este tiempo, otoño de 1816, se apoderó de mí; no puede haber equivocación respecto al lecho, a saber, que era voluntad de Dios que yo debía permanecer soltero toda la vida. Esta anticipación que tomó arraigo en mi casi continuamente desde entonces, (...) estaba más o menos unida en mi pensamiento, con la noción de que la vocación de mi vida requería este sacrificio que incluía el celibato; por ejemplo, misiones entre los paganos, a lo cual tuve gran inclinación durante algunos años.
Esto fortificó el sentimiento de mi separación del mundo visible».
Mucho más tarde escribirá en su Diario:
(15 dic. 1858): «Oh Dios mío, tu gracia me volvió al bien (...) a la edad de quince años, y me dio lo que, por tu continua asistencia, no he perdido nunca. Tú cambiaste mi corazón y mi mentalidad de entonces (...), me parece que aquellas oraciones estaban inspiradas, en gran parte, por una gran generosidad, por una inmensa alegría, ardor y ausencia de egoísmo».
Siente que el corazón se le hace joven, y vuelve su mirada al santo de la alegría, nuestro glorioso Padre, y le dice, mientras contempla las primeras gracias recibidas, deseoso de nuevas:
«Oh Felipe, consígueme un poco de tu fervor. Vivo más y más en el pasado y con la esperanza de que el pasado reviva en el porvenir».
Sí, el Señor le irá derramando luces, disipando tinieblas, ex umbribus et imaginibus ad veritatem, desde las sombras y las imágenes a la claridad esplendorosa de la verdad.
John Henry Newman, sujeto de esta memoria, nació en Old Broad Street, en la ciudad de Londres, el 21 de febrero de 1801, y fue bautizado en la iglesia de St. Bernet Fink el 9 de abril del mismo año. Su padre era un banquero de Londres, oriundo del collado de Cambrigde. Su madre descendía de una familia protestante francesa que había dejado Francia por este país al ser revocado el Edicto de Nantes. Era el mayor de seis hermanos, tres varones y tres mujeres, de los cuales sólo sobrevive un hijo, él mismo (9 nov. de 1881).
El primero de mayo de 1808, cuando tenía siete años, fue llevado a una escuela de 200 alumnos, que luego fueron aumentando hasta 300, en Ealing, cerca de Londres, dirigida por el Rev. George Nicholas, doctor en letras, de Wadham College. De niño, sentía gusto por el estudio y aprendía rápidamente:
el Dr. Nicholas, a quien llegó a querer mucho, decía a menudo que no había habido ningún alumno que pasase por el colegio, desde la primera clase a la última, tan aprisa como John Newman. Aunque no era un niño precoz, desde la edad de once años, empezó a escribir composiciones originales en prosa y en verso, y en la prosa dio muestras de estar dotado de gran sensibilidad y de cuidar diligentemente el estilo. Dedicó a estos ejercicios literarios y a la lectura de los libros que caían en sus manos, gran parte del tiempo de sus recreos; y sus compañeros de clase recuerdan que nunca, o casi nunca tomaba parte en los juegos.
En Ealing pasó ocho años y medio, y no fue trasladado a Winchester College porque ni su madre ni sus profesores se decidieron a hacerlo, accediendo al deseo del interesado. Durante el último semestre de su vida escolar, desde agosto a diciembre de 1816, prolongando accidentalmente su estancia más que la de sus compañeros de clase recibió el influjo de un hombre excelente, el Rv. Walter Mayers, de Pembroke College, de Oxford, uno de los profesores de humanidades de quien recibió profundas impresiones religiosas, de carácter calvinista, que fueron para él el comienzo de una nueva vida...
No era invierno todavía.
Tenía poco menos de treinta años y le faltaban sólo tres semanas para ser ordenado de presbítero, cuando encontró a un amigo sacerdote, ya mayor. Hablaron de la Iglesia, del mundo, de lo que queda todavía por hacer para el reino de Dios y, en eso, le dice el sacerdote maduro:
―¿Qué te parece si nos quitaran todas las cana y nos quemaran todas las iglesias, y nos viéramos reducidos A no tener nada do todo lo que nos envuelve y ampara, do todo lo que nos sostiene y prestigia: cargos, hábitos, sueldos, limosnas, reverencias, calificaciones espirituales, sugestiones y vanidades que A veces llamamos apostolados, relevancias autocontemplativas y magistrales, mitos personales, escalafones, burocracias, ascensos para gremios de humildades fingidas, etc. y aún de muchas cosas legítimas, y nos dijeran, como el mismo Señor a galileos de hoy: «En, sois sacerdotes, salid a la calle, con y como los demás hombres, y comenzad todo de nuevo?»
Al joven candidato al sacerdocio, que oía, se le iluminaron los ojos y, mirando a la gente que transitaba cerca, respondió, casi extático, al amigo mayor:
―¡Sería maravilloso!
Y se separaron sonriendo.
En la calle la gente caminaba deprisa. Atardecía. El cielo ora obscuro y hacia frio; pero no importaba nada la lluvia que comenzaba a caer. Era invierno sólo por fuera.
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4. Ambigüedad navideña
SI el mundo ha rechazado la luz es «porque sus obras son malas y prefieren las tinieblas», como escribe san Juan; pero es también porque aquéllos que creían en la luz no la han amado. Sin saberlo tal vez, o valiéndose de su complejidad, han sido utilizados por la voluntad de poder de los imperios. La palabra de Dios ayudaba a Mammona.
Los millones de tapones de botellas de champán que saltan esta noche en todos los rincones de Occidente, en honor de un pobrecillo nacido en Galilea, hace mil novecientos... años, es un malentendido que resume la historia cristiana. Hoy como en los primeros días, el Reino de Dios se reduce a un poco de fermento en la masa.
Casi todos los políticos que en el curso de la historia han invocado al Niño de esta noche fueron en realidad sus verdugos. En nombre suyo, los conquistadores del rey católico destruyeron razas enteras. Los reyes cristianísimos no fueron tales sino por ironía, y las manos que todavía ayer dejaban caer sobre Hiroshima la bomba atómica, aniquilando de un solo golpe doscientas mil creaturas de Dios, eran manos Cristiana.
E incluso aquí, y hoy, en el momento en que estoy escribiendo... Pero ¡para qué hablar! Cada uno de nosotros sabe muy bien la parte que debe asumir en todo lo que sucede, y que en democracia no existen "irresponsabilidades"...
FRANCOIS MAURIAC, en su "Journal" 9 (169)
{9 (169)}
5. «Y la Palabra... »
«Hablamos de la Palabra, que es la vida, porque la vida se manifestó, nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna ...» (I Juan, 1, 1-2)
DESDE que san Juan dijo que "la Palabra se hizo carne" todo sonido articulado por el hombre, dicho mirando hacia fuera de sí mismo, como partiendo para otros el pan de la propia verdad, es una comunicación y una ofrenda de bien: lleva el agua pura del manantial del pensamiento, en el vaso frágil de la voz.
Y la Palabra deviene santa si el pensamiento es limpio, si es engendrado en la noche de la contemplación del espíritu absorto en Dios, como si en el camino hacia él cogiera las estrellas de la orilla del cielo, para desmenuzar en pétalos de luz, la verdad del amor compartido con los hermanos. ¡Que hermoso es el amor entre los hermanos!, dice, admirado el salmista. Los hermanos son los hombres desde que Dios, que ya era Padre de ellos, bajó para hacerse primer hermano arquetípico, primogénito, entre todos.
e Dios, cuando quiso decir algo definitivo a sus criaturas, se hizo hombre, cristalizó en la Historia, para ser su hito y para superarla, pero sin ahogarse en ella, sin destruirse en polvo de recuerdos que perece, sin reducirse a ningún dato, sin perder nada, sino alcanzando un matiz sublime de expresión candente, inteligible, ya, a toda mirada y a todo corazón limpio de cualquier hombre hermano. La Palabra de Dios fue, al fin, un Hombre, el Hombre.
Ya, en la creación, "había dicho y se hizo" el hombre; pero en el origen el hombre permanecía ante él, como el mundo. Ahora, en la Encarnación, se mete dentro de él, y anuda esa intersección misteriosa y, por ello mismo, inefable, del {10 (170)} Dios-Hombre, Jesucristo, el hombre-salvador, ungido por la divinidad.
Por eso, desde Jesucristo, cuando hablamos a la luz de la fe, toda palabra de hombre, toda palabra nuestra, deviene santa, En el brindis del amor, la palabra es el vaso del pensamiento, la copa pura, la mano virgen que ostenta la verdad encarnada en el gesto, iluminada en la voz. Y cada palabra es como una madre que lleva un pensamiento en brazos, como un hijo nacido en la pureza del alma, en las navidades del corazón, y la levanta y ofrenda a los hermanos que la oyen, mientras caminamos juntos.
Ya la palabra, aun simplemente humana, es más que horma de la idea, más que pie que deja la huella en el polvo o en el barro del camino, más que concha que guarda la perla, más que lámpara que ampara la llama.
No importa que también llamemos palabras a los dardos del resentimiento guardados en la aljaba de las bocas tristes, que visten de palabra las insinuaciones de la envidia, la ostentación de la vanidad, los cálculos del egoísmo, las envolturas de la mentira, los disimulos farisaicos. Al fin caerán sus sonidos como cáscaras huecas.
La palabra lo es cuando nace de la verdad; cuando es vaso, signo y vestido de la verdad. La verdadera palabra dice y contiene, anuncia y hace, es y lleva, resuena y vive, proclama y enseña, señala y crece. La palabra es vida.
Y es santa, conjugadora del bien. Dios la ha dado al hombre para que pueda, con ella, abrirse a los demás hombres. {11 (171)} Si el hombre tuviera solamente que tratar con Dios, no la habría necesitado: él, entero, habría sido todo palabra y respuesta única a su amor y, el pensamiento, libre como el palomo fuera al palomar, se hubiera bastado para batir sus alas en el ancho cielo de la contemplación espiritual de Dios y volar altísimo.
Pero, para sus hermanos, el hombre, sin palabra, hubiera sido como una tumba ambulante, inexpresiva y muda, o un corazón frustrado para el amor. Los silencios son la muerte, hijos de la muerte del corazón sin amor, que ya no tiene nada que decir o, si algo dice, es para verter el escombro de lo que se desecha o sobra o no interesa, en disimulo formal de la miseria de amor. Por eso, son posibles las voces que no son palabra, las risas que no son gozo, los gestos medidos que no son afecto y las sonrisas puramente estratégicas, que sirven para hacer como que se dice para que no conste que "no dicen" pero que, realmente, no dicen nada a nada de un ideal, de un amor.
La verdadera palabra es santa porque lleva y dice el amor, y así nos es posible movernos en este universo de símbolos –en el mundo, todo es signo, decía san Ireneo, donde la Creación entera, y sobre todo el hombre, tiene el valor y la calidad de lo que puede expresar y decir, de lo que puede evocar y anunciar, de lo que puede descubrir y ofrecer, donde todo es convertible en amor, si lo hacemos, sabiamente, signo de la misma vida. Porque todo es amor y gracia, todo es bien y generosidad si alcanzamos darle su propia expresión: si lo hacemos pensamiento y lo brindamos gozosamente generosos y lo recibimos agradecidos Cristo es la proclamación y la ofrenda de todo lo que Dios ha pensado y querido del hombre y para el hombre. Es su Palabra.
Más humildemente, también nosotros, semejantes a Dios, pensamos y tenemos qué decir, y decimos con las palabras:
decimos y vivimos para Dios, y decimos y hacemos para los hombres; contemplamos a Dios y amamos a los hombres. Por eso san Juan puede concluir diciendo que «la Palabra es la vida de los hombres».
{12 (172)}
6. documento: PARA UNA NUEVA ECONOMÍA MUNDIAL
CON OCASIÓN de la apertura de las Jornadas Interdiocesanas de Argelia, celebradas el presente año, y dedicadas al estudio de los problemas que se plantean ante la exigencia de un nuevo orden económico internacional, el cardenal Léon-Etienne Duval, tuvo el discurso de apertura, que publicaba La Documentation Catholique, el 15 de mayo, y del que traducimos los párrafos más sustantivos. El cardenal dedicaba la primera parte de su exposición a recordar el carácter imperioso de los compromisos de la fe, que no permiten eludir ni el análisis de la situación presente, ni el deber de una acción concertada para la creación de un mundo nuevo. Situación harto grave por la realidad que pone al descubierto; pero también esperanzada por la conciencia que de ella se tiene a nivel mundial. Y proseguía en sus principales pasajes:
Todos estos motivos (de gravedad y de esperanza) nos impulsar a actuar, a actuar vigorosamente, conscientemente, rápidamente, y por estas razones:
RAZONES PARA ACTUAR
―Es, ante todo, el respeto a la persona humana. Bastaría que una sola persona fuese injustamente oprimida para que existiera motivo más que suficiente para movilizar, en su favor, al resto de la humanidad, ya que cada persona posee, ella sola, una dignidad superior a todo.
¿Qué es, pues, lo que ocurre cuando ya no se trata de un solo individuo, sino de multitudes de nuestros semejantes?
{13 (173)} ―Es, también, la destinación universal de todos los bienes de la tierra. El Creador ha establecido que los hombres los administren, no para una fruición egoísta, sino para que sirvan a todos.
―Es una exigencia imperiosa de la fraternidad universal establecida por Dios como ley fundamental de la humanidad. Si esta exigencia es hollada, la humanidad se precipita en la propia ruina. Por esto la fraternidad universal sería una tana expresión si pudiera aceptarse que, junto a pueblos que abusan en su abundancia, existen los que mueren de miseria o que son reducidos por la opresión.
―Es, de modo parecido, una exigencia de nuestro destino eterno. Si hemos sido llamados al gozo de una paz sin fin en la casa de Dios, nuestra vida en la tierra ha de ser la preparación y el anticipo de la futura. Al aceptar el reino del egoísmo volveríamos la espalda a la ciudad celestial. (Mt 25, 31-46).
Cristo ha elegido una vida en pobreza, no para adormecer el egoísmo de los ricos, sino para exaltar a los humildes y rehabilitar a los pobres.
DOS GRANDES TENTACIONES EL CAPITALISMO LIBERAL
A los creyentes les están acechando dos tentaciones ante este planteamiento de la justicia internacional.
La primera es la del fatalismo. El fatalismo es hijo de esta concepción materialista de la sociedad que tiene su origen en el paganismo de la antigüedad y en el mecanicismo cartesiano: su elaboración más extendida es la formulada por el capitalismo liberal. En el mundo, dicen, se dan leyes económicas cuya observancia conduce a asegurar el equilibrio de la humanidad. Lo cual, en principio, puede sostenerse; pero la razón protesta, el corazón se subleva, la fe lo contradice cuando tales leyes se conciben, en primer lugar, para acaparar el placer que se obtiene de las cosas, para adquirir mayores riquezas, y no, primordialmente, en función del bien de las personas. Una tal concepción lleva a la opresión de los pueblos, a la miseria. La historia ha demostrado la falsedad de que la riqueza conduzca, de manera automática, a la promoción de los pobres. Y es que un orden económico bien entendido ha de ser pensado, ante todo, para el bien del hombre.
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LA LUCHA FATAL
Y existe otra forma de fatalismo, consistente en pensar que la lucha es el elemento esencial de todo progreso político y social. La cuestión es delicada y hace falta entenderla correctamente. Evidente que no podemos negar la conflictividad, no solamente entre clases, sino también entre pueblos, entre el mundo occidental y el tercer mundo. Pero esperar que, automáticamente, resulte de tales luchas y conflictos el progreso de la humanidad, es lo mismo que abandonar la suerte de los pueblos al instinto y no a la razón... La máxima pagana de «si quieres la paz, prepara la guerra, nunca fue, por desgracia, tan actual como en nuestros días, disimulada con apariencias pseudo-científicas. Exige más valentía, y es más lúcido querer construir la paz por medios pacíficos: ala paz por la paz», como decía san Agustín. Ello requiere una valentía en la inteligencia que no se da fácilmente en nuestra época.
EL VERTIGO DEL DESALIENTO
Un problema tan vasto, tan complejo, puede sobrecoger incluso a personas bienintencionadas, sin recursos bastantes para afrontarlo; pueden sentirse llevados por el vértigo del desaliento ante el descenso progresivo que la ayuda pública concede al desarrollo y ante la amplitud de las mutaciones que es preciso llevar a cabo en el orden económico mundial.
SE REQUIERE UNA VOUINTAN POLÍTICA
Es evidente que la construcción de un nuevo orden económico mundial puede ser el resultado, únicamente, de una voluntad política, y de una voluntad política a escala mundial.
Si es así, ¿dónde debe situarse y cómo se ha de concretar la acción de la Iglesia, en unión con las demás comunidades de creyentes?
Si de algo podemos sorprendernos, a estas alturas, es de que los creyentes parecen haber olvidado que la acción más eficaz, la más decisiva es la que se ejerce sobre las conciencias individuales y colectivas. La verdadera historia de la humanidad es la que se inscribe en los corazones y en la transformación de las vidas.
Sin duda alguna, es preciso proceder a mutaciones de orden jurídico. Pero tales mutaciones tendrán que ser arrancadas de los poderes políticos, y solamente podrán {15 (175)} serlo en virtud de la fuerza de los movimientos de la opinión pública, y la opinión publico depende, precisamente ―cuando es auténtica― de las conciencias individuales y colectivas.
NO EL CLERICALISMO
Desconfiemos de cualquier forma de clericalismo. Caeríamos en los defectos de esta tendencia si esperáramos de la Iglesia una generalización de lo que se ha venido en llamar su "acción de suplencia". No entra dentro de la misión de la Iglesia suplir los organismos competentes para el gobierno de los pueblos. Aceptarlo sería tanto como desviar nuestra atención de lo que debe constituir nuestra obligación estricta, de la que nadie puede dispensarnos: que apunta al cambio de las mentalidades, a la transformación profunda de las conciencias.
En este sentido, el campo de acción es inmenso:
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TRABAJO DE INFORMACION
―Trabajo de información. Ello en primer lugar, porque son muchas las personas que están implicadas de modo inconsciente en procesos de egoísmo y de injusticia, que no sólo les cierra a ellos la visión de la realidad, sino que además preparan un futuro terrible a la humanidad.
Son numerosos los economistas y publicistas que se dedican a iluminar a los espíritus desorientados o ignorantes, pero se impone una acción más amplia, más concertada, más generalizada.
TRABAJO DE FORMACIÓN
―Trabajo de formación: nuestros contemporáneos, tomados en conjunto, ¿están en condiciones de asumir efectivamente las propias responsabilidades en el plano de la injusticia internacional? ¿tienen, como mínimo, la conciencia de esta responsabilidad? Ese es el mayor obstáculo: que a la hora precisa para tener que ejercitar esta responsabilidad, aparece, en muchos espíritus, como ausente la conciencia que debiera impulsarla, como si fueran incapaces para interesarse por algo más que el propio bienestar.
EL COMPROMISO
―Esfuerzo de compromiso. Es por medio de la acción y en la acción que se transforman las conciencias. Por otra parte, el compromiso para la justicia internacional no queda ceñido a los Parlamentos u organismos de la ONU: se ejerce en cualquier lugar donde se somete a cuestión la dignidad de la persona humano. La causa de la humanidad es la causa del hombre y el hombre no existe en abstracto, sino que existe en José, en Pedro, en Abderramán, en Abdelmaljid... En lo universal, el progreso concienciador de la humanidad está en función del valor absoluto de la persona humana. Es la humanidad entera la que está amenazada cuando, con la complicidad más o menos afirmada de la multitud, una sola persona es víctima de la injusticia y del desprecio. Por el contrario, la entera humanidad se eleva ennoblecida, cuando una sola persona ve respetada su dignidad y reconocidos sus derechos.
ACCIÓN UNIVERSAL
―La acción de la justicia ha de ser universal en todos sus aspectos:
―Ha de dirigirse a todos los hombres; lo cual significa que debe tomar en consideración a cada persona en particular {17 (177)} sin desestimar los actos más humildes en servicio de los pobres, las acciones más sencillas.
―Ha de movilizar todas las fuerzas vivas, y a todos los niveles de las responsabilidades sociales e internacionales.
―Ha de afectar activamente a todos los sectores en donde esté en peligro la dignidad de la persona humana y donde los derechos del hombre se vean amenazados (emigrantes, marginados, pueblos privados de libertades espirituales, estados de miseria sin voz para protestar, víctimas de la discriminación racial, víctimas de la tortura...) {18 (178)} ―Ha de poner en obra todos los medios al servicio de la iluminación de las conciencias y capaces de suscitar y potenciar los movimientos de la opinión pública.
ACCIÓN DEL TESTIMONIO
―Pero al mismo tiempo ha de ser, indispensablemente, un testimonio: los hombres serán encauzados sólo en la medida en que acepten cambiar su propia vida, o lo que llamamos "conversión". Solamente, podrá establecerse una mayor justicia en el mundo a partir de una moderación real en el uso de los bienes materiales y alejándose de la carrera desenfrenada hacia el crecimiento indefinido y hacia un disfrute cada vez menos controlado.
LA MAYOR RIQUEZA. LA PAZ
Pero es preciso recordar que el primer principio con que se encabeza la Carta de la humanidad, es la bienaventuranza de los pobres; recordar que la paz entre los hombres es algo mucho más precioso que la riqueza egoístamente poseída; recordar que el afán incontrolado de gozo conduce a la ruina de la humanidad. En cambio, el testimonio de los que, por amor a Cristo y a los hombres han elegido una vida de pobreza real, de plegaria y de abnegación, aparece como un signo de las realidades superiores, sin las que no es posible una vida verdaderamente humana y un llamamiento al amor y a la verdadera reconciliación universal.
PALABRAS DE ALIENTO {1} DE LA IGLESIA
En una tarea de tal exigencia, tenemos necesidad de una palabra de esperanza, y esta palabra nos viene de la Iglesia; tanto si se trata del Concilio Vaticano II (especialmente de la const. Gaudium et spes), como de las enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI, tenemos a nuestra disposición un conjunto doctrinal abundantísimo que nos permite entablar el diálogo con todos aquellos contemporáneos nuestros que se afanan en la búsqueda de la justicia en el mundo.
El Sínodo de 1971 precisaba: «La misión de predicar el Evangelio, en nuestros días, requiere el compromiso de trabajar por la liberación total de la persona, a partir de su misma existencia terrena». ¿Podríamos decir, pues, que carecemos de razones válidas para pensar que esta acción en pro de la justicia, en el mismo nivel de la humanidad, si se concierta por los cristianos unidos con todos los hombres de recto corazón, no será el anuncio de una gran luz para la entera familia de los pueblos?
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
En relación con el artículo 24 de la Ley 14/1966 de 19 de marzo, de Prensa e Imprenta, se hace constar:
Que LAUS es una publicación que pertenece a la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri.
Que, al igual que las demás obras apostólicas del Oratorio, se mantiene con las aportaciones espontáneas de los fieles y el trabajo de los miembros de la Congregación.
Que el contenido propagandístico y de anuncios que figura en la publicación es económicamente desinteresado.
Que el P. Ramón Mas Cassanelles es el director de la revista y autor de los artículos que van sin referencia.
Agradecemos la constante simpatía y apoyo de cuantos nos animan en nuestra tarea.