Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 157. MARZO. Año 1978
0. SUMARIO
CRISTO es la verdad: la verdad de Dios y la verdad del hombre; la verdad que tenemos y la verdad que nos falta; la verdad que enseña y la verdad que pregunta; la que se nos da y la que hemos de ir haciendo; la verdad del esfuerzo y la verdad de la fe; la verdad que enriquece y salva, y la verdad que compromete y transforma; la que buscan los limpios, la que necesitan los tristes. Cristo es toda la verdad: La verdad de la vida, la verdad del dolor, la verdad de la muerte y la verdad del amor. Cristo es la Verdad.
COMO LOS DEMÁS
EL SACERDOCIO DE LA MUJER
LA ASAMBLEA DE BARCELONA
OTRO SACERDOCIO
ANUNCIAR LA FE EN VIETNAM
LA VERDAD
EL MIEDO, EL AMOR Y LA MUERTE
{1 (37)}
Tiempo de oración:
SABEMOS...
QUE HEMOS DE SEGUIR TRABAJANDO.
Sabemos que no hay tierra
ni estrella prometidas.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando.
Sabemos que mil veces y mil veces
pararemos de nuevo nuestro carro
y que mil y mil veces en la tierra
alzaremos de nuevo
nuestro viejo tinglado.
Sabemos que por ello no tendremos
ni ración ni salario.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando.
Y sabemos
que sobre este tinglado
hemos de hacer mil veces y mil veces todavía
el mismo viejo truco bufo-trágico
sin elogios
ni aplausos.
Lo sabemos, Señor, lo sabemos
y seguimos contigo trabajando...
León Felipe 2 (38)
{2 (38)}
1. Como los demás
HOMBRES como los demás son, han de ser, los sacerdotes de Cristo, los hombres vinculados a él por creerse por 61 llamados y que le responden con el deseo mantenido de atender a ese llamamiento que refuerza el compromiso bautismal y cree, sobre el radical del primer sacramento, el de hacerse vocero universal y anunciador pacifico del mismo Evangelio que predicaron los primeros Apóstoles y distribuidor de las gracias por medio de los signos que Cristo estableció, para sellar a los justificados. Para edificar la Iglesia que le perpetúa, mientras prepara el reino de Dios. Toda una vida y todos los esfuerzos para todos los hombres y para que todas las cosas lleven a Dios y A su reino.
Después vendrán las técnicas y las racionalizaciones organizativas que tendrán qua relativos méritos, si no pasan de mero instrumento provisional para el gran fin hacia el que todo se dirige, pero que no servirían de nada ―y hasta ocultarían o retrasarían el progreso hacia el reino de Dios― si no se resignaban a la humildad de lo provisorio y mudable. Y vendrán los peligros de establecer paralelos entre los modos, estilos y reinos de este mundo, absorbente, si pudiera, hasta de lo más santo, para rebajarlo, reducido y dirigido, al limitado e inmediato interés de las puras apetencias humanas: IAS pasiones disimuladas de la vanidad, de la codicia, de la pobre sensibilidad.
El que quiera seguir a Cristo tendrá que estar continuamente venciendo tales peligros, sea sacerdote o simplemente bautizado: pero se verá, In lucha, especialmente en el sacerdote. Porque el inundo ha tendido ―tiende todavía― a hacer del sacerdote un ser de una categoría especial y le mira como promocionado a un cierto encumbramiento social, para atribuirle una santidad, una sabiduría y un relieve que, por ejemplo, no tendría otro individuo del mismo nivel de extracción, sobre todo si ésta era humilde. En cuyo caso, al la intención original era pura y desinteresada, dará justo motivo de alabanza a padres y educadores que supieron descubrir y encauzar tal "vocación", pero someterá inevitablemente a examen la propia conciencia del interesado, al que se le plantea el problema del total desinterés y de la pureza de su entrega personal, hasta superar las miras, si no materiales sí por lo menos {3 (39)} las que sugiere la vanidad buscadora del propio prestigio en las promociones y ascensos mundanos.
En este sentido, el movimiento secularizador sirve de crisol de las vocaciones. Cada vez será menos posible el compartir o substituir las miradas puestas en el reino de Dios con el engaño de compaginarlo con la vanidad de un prestigio personal a costa del orgullo sacro de clase, o del interés, ventajas o seguridades que pudiera prestar una promoción social, alcanzada al precio de algún esfuerzo ascético para mantener las más visibles e indispensables apariencias de decoro clerical, como signo convenido de entrega a Dios. El sacerdote ha de ser y será, cada vez más, un hombre como los demás. Ni el sacerdocio cristiano será una promoción equivalente a la que hubiera sido difícil o inaccesible en otra parte (para alcanzar ego que ahora se dice "la propia realización personal"); ni un refugio para el que no hubiera sido capaz de abrirse paso en el mundo ni una carrero hacia progresos y ascensos en el concurso de valías y reconocimientos de lo ―con fingido pudor de humildad― exhibido... El que no sirviera para el mundo, no servirá para Dios; el que buscara lo que el mundo puede dar a los audaces. Será más difícil que lo alcance en la Iglesia. El sacerdote será un hombre como los demás, como fue Cristo, que fue "un hombre como los demás hombres.., aunque sin pecado", al modo como proclama san Pablo, y al modo como él y los demás verdaderos apóstoles le imitaron.
Pero decir y querer esto y hacerse posible, no es tarea de sólo los que ya son sacerdotes o tienen sus puestos en los lugares más visibles de la corteza organizativa de la Iglesia que formamos entre todos. Con tantos defectos como queremos quitarle, la bien cierto es que en ella siguen sólo los que entre todos le acarreamos y trasmitimos y, por esto, podemos decir con justicia, que tenemos, en cada momento de su historia, los sacerdotes que le preparamos y que, entre todos nos merecemos.
Lo que entendemos por cristianismo, lo que del Evangelio vivimos en nuestra vida, lo que transmitimos a los demás, en especial a los jóvenes, respecto de la Iglesia y respecto de las realidades existenciales y los ideales que en ellas vivamos y enseñemos a vivir, serán la condición primera para lo mejor que deseemos para la Iglesia y sus sacerdotes.
Ni basta con invocar una cantidad genérica y hacernos, de esta manera, "diferentes" para delegar en ellos y exigirles las urgencias que no quisiéramos compartir como hermanos suyos en la Iglesia.
El sacerdote será, en sentido evangélico, un hombre como los demás, en la medida en que los demás cristianos dispongan, ofrezcan, den y merezcan ese tipo de sacerdotes. Un hombre como los demás y un hombre para los demás, un hombre de Dios para que en él y con él encontremos a Dios y nos encontramos con Dios. Pero n10 sólo él, sino todo cristiano ha de ser hito y referencia a Dios...
{4 (40)}
2. EL SACERDOCIO DE LA MUJER
POCO DESPUÉS de celebrado el Concilio Vaticano II, el conocido teólogo consultor, P. Bernard Haering, afirmaba que, desde la teología resultaba todavía difícil poder afirmar o poder oponerse a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Todos sabemos que, con posterioridad, la Iglesia se ha decidido por mantener la actual disciplina. Los teólogos siguen discutiendo. En último término, decía el P. Haering, el futuro puede ofrecer nuevas perspectivas, y por eso la cuestión ha de quedar abierta.
El futuro, afortunadamente, está en manos de Dios.
Algunos, incluso obispos, han insinuado que las cosas pueden cambiar cuando las necesidades causadas por la escasez de sacerdotes, obliguen a profundizar sobre el tema de la posible ordenación femenina. Pero esta razón es entristecedora porque sería continuar dando a la mujer el resto de lo que no alcanza el hombre o de lo que le sobra. Sería oportunismo y no convicción; concesión y no reconocimiento. Y la mujer es también una persona, como Mounier y otros han recordado. Lo que ocurre, para humillación de la humanidad, es que sólo acuciado por las circunstancias creadoras de los problemas y exigentes invocando una solución, hacen que el hombre aguce su pensamiento y tome más en serio todos los recursos que, si son nobles, coinciden con el querer de Dios. Monseñor Araujo Sales, ya dijo entre pasillos conciliares: «Un día puede la Iglesia leer un signo de Dios en las exigencias de la Pastoral en América Latina o en África, o detrás del telón de acero, y ordenar allí mujeres-sacerdotes:
Dios no cesa de hablar a su Iglesia y le dicta su voluntad a través de los acontecimientos que a veces pueden ser más claros que los textos bíblicos. El Espíritu, que vive en la Iglesia, él solo, puede ayudarla a leer convenientemente unos y otros. Tengamos confianza en él».
Pero la cuestión principal no está en el hecho de que llegue o no la mujer al sacerdocio. Vemos cómo en otros campos la mujer consigue puestos o se le conceden posiciones que, sin embargo no cambian en la medida que tales hechos se explotan como propaganda del símbolo, la situación habitual {5 (41)} discriminatoria, o lo hacen de modo mucho más lento a como se quiere dar a entender con tales muestras aisladas que dan acceso a la mujer a algún puesto equiparable al de los hombres: algunas mujeres en un Parlamento, una mujer en un cenáculo de intelectuales, representan algo, pero no bastan en sí mismo tales signos si no van acompañados o son consecuencia de cambios generales de mentalidad en la sociedad y en las relaciones que en ella siguen manteniéndose. Ni bastan, siquiera, los simples reconocimientos teóricos, aunque sean importantes ―¡y menos mal si existen!— porque tales reconocimientos no pasan de la posibilidad exigitiva de derechos, de penosa reclamación. ¡Desgraciada la sociedad que pretende prescindir del derecho, pero igualmente desgraciada la que ha de estar continuamente invocándolo! Un gran apóstol, el P. Carpentier decía a propósito de estos reconocimientos hermosos en teoría: «En el fondo se ha obedecido a esta idea simplista, consistente en igualar a la mujer con el hombre, y se le dice que ella tiene los mismos derechos.
Pero, ¿se trata de "derechos" o de valor humano? Si se dijera que la mujer no puede realizar tareas "desfeminizantes", ¿dispensaría de sus derechos" de otra forma auténticamente valedera? Porque se trata de "valor" específico, el reconocimiento de la mujer supone (muy lejos de hacerle la competencia) el reconocimiento del auténtico valor del hombre, que está en la tendencia a amar, no a dominar (esto es animalidad). Nuestra sociedad está dominada por la idea de "derechos". Pero los derechos no son necesarios más que por razón de que la persona se siente y es en realidad atacada. Un ángel no tiene "derechos" porque es invulnerable. El día en que hayamos reconocido que la sociedad propiamente humana no usa los derechos más que secundariamente, cuando es necesario (es decir, cuando se violan los derechos), el día en que se habrá llegado por fin ―progreso hacia el fraternalismo del mundo― {6 (42)} a vivir en la sociedad como en una familia –ya que así debería ser en la que los derechos no son invocados a no ser cuando la familia está muerta, será entonces cuando entre las profesiones no le será Estadísticas {t} He aquí las establecidas el primero de enero de este año por la Oficina Central Católica de Estadística, y que dan una idea de la situación de la Iglesia a nivel mundial.
CONTINENTE - Población - Católicos - Porcent.
AFRICA - 400 957 000 - 48 528 000 - 12,1
AMERICA 555 846 000 - 341 290 000 - 61,4
ASIA - 2301 291 000 52 - 589 000 - 2,3
EUROPA - 663 128 000 - 261 924 000 - 39,5
OCEANIA - 21 094 000 - 5 227 000 - 24,8
TOTAL - 3 942 316 000 - 709 558 000 - 18,0
CONTINENTE - Sacer. Dioc. - Religiosos - Total
ÁFRICA - 5 034 - 10 944 - 15 978
AMÉRICA - 65 140 - 49 899 - 115 039
ASIA - 12 024 - 12 068 - 24 092
EUROPA - 174 225 - 70 046 - 244 271
OCEANIA - 2 908 - 2 495 - 5 403
TOTAL - 259 331 - 145 452 - 404 783
CONTINENTE - Religiosos - Religiosas
AFRICA - 4940 - 33 691
AMÉRICA - 21 707 - 296 001
ASIA - 5 709 - 75 327
EUROPA - 34 999 - 546 557
OCEANIA - 3033 - 16 950
TOTAL - 70 388 - 968 526
CONTINENTE - Seminaristas-Sem. mayor
Diocesanos Religiosos
AFRICA - 3 883 - 512
AMÉRICA 12 288 7943
ASIA - 6351 - 3971
EUROPA - 15 960 8 223
OCEANIA- 573 – 446
TOTAL - 39 055 - 21 095
CONTINENTE - Seminaristas Diocesanos - Sem. menor Religiosos
ÁFRICA - 22 363 - 1 766
AMÉRICA - 21 802 - 15 780
ASIA - 10 197 - 4 214
EUROPA - 35 877 - 28 823
OCEANIA - 373 - 64
TOTAL - 90 612 - 50 647
A un número total de habitantes de 3 942 316 000, corresponde la cifra de 709 558 000 de católicos, lo que representa el 18 por ciento de la población mundial.
También, frente a la cifra de 475 171 hombres, entre sacerdotes y religiosos, figuran casi un millón de religiosas, exactamente 968 526.
La mies sigue siendo mucha y aparentemente pocos, todavía, los operarios.
{7 (43)} plenamente reservada a la mujer como en otro tiempo la de enfermera. Por ello será preciso todavía un gran proceso para llegar a esta participación».
Menos mal si existe el reconocimiento teórico de derechos, pero aun cuando no existiera, como cristianos, desde el Evangelio, tenemos infinidad de modos de preparar, progresando día a día, lo que solamente los derechos no podrían obtener. Por eso, si precipitadamente se llegara a la ordenación sacerdotal de la mujer sin convertir las mentalidades hasta influir decisivamente en vez de ser influidos, o, por lo menos, hasta llegar a contrarrestar el peso cultural que, en este sentido, hemos recibido de los criterios sociológicos de la antigüedad judía y del mundo romano, pero que son extraños al Evangelio y, por lo tanto, paganos, correríamos parecido riesgo al de las ficciones que sin dejar de seguir sacrificando y relegando de hecho y en general a la mujer se cometen con el abuso de concesiones simbólicas que no son eficaces o sólo lo son mínimamente. No basta que las cosas "parezcan" hechas, sino que es preciso que además se hagan si todavía no se han hecho.
Los símbolos se prestan también a la ambigüedad si no van o vienen de la realidad simbolizada.
Por lo tanto, no basta con proclamar que «la mujer tiene un papel importante en la sociedad, en la Iglesia, en la cultura... etc.», sino que hay que hacerlo y hacer posible que así sea. Las deformaciones o inconvenientes que los misóginos oponen a la integración de la mujer suelen ser efecto y respuesta de las discriminaciones que ellos mismos han impuesto. Algún gesto, algún esporádico desmentido simbólico no basta para lograr el equilibrio y ser justos.
Mujeres sacerdotes... ¿Por qué no? Pero el problema principal no está en llegar a ordenar a una mujer, sino en cambiar la mentalidad de muchos ―muchos― varones, también eclesiásticos. Pero la Iglesia es seguramente muy sabia cuando muestra, actualmente, sus reticencias, en bien de la misma mujer, no sea que, también en las cosas santas, la convirtiéramos en juguete novedoso para ser consumido por la superficialidad bobalicona, como ocurre, en otros ámbitos, donde al mismo tiempo que se la exalta ditirámbicamente, se la sigue utilizando, como criada barata, como ama de llaves o guardadora de niños, o como objeto de lujo para exhibir y humillar a los menos afortunados o, simplemente, que podamos contemplar la indiferencia con que se la convierte en motivo comercializado de placer o de publicidad sin que nadie muestre sorpresa por esta irrespetuosa explotación unidimensional de la mujer.
Sí que sería positivo, desde ahora mismo, no impedir que la mujer se realice a sí misma, para que no siga siendo un ser secundario.
No importa, a la hora de la siega, si el trigo lo sembró un hombre o una mujer.
S. Thomas More
{8 (44)}
3. LA ASAMBLEA DE BARCELONA
A finales del pasado diciembre, concluía, en Barcelona, la Asamblea Diocesana de Presbíteros. El conjunto de conclusiones aprobadas han merecido una calificación de progreso y equilibrio generalmente satisfactorios, según los comentaristas.
Recogemos algunas de las proposiciones aprobadas y que hacen relación al tema del sacerdocio.
ORDENACIÓN DE HOMBRES CASADOS
La Asamblea pide que, en determinadas condiciones y por motivos pastorales se pueda proceder a la ordenación de hombres causados.
Votos 3741, si
126, no
44, en blanco
6, nulos
MINISTERIOS A SACERDOTES SECULARIZADOS
La Asamblea pide que no se impida el ejercicio de algunos ministerios pastorales ―tanto de la palabra, la enseñanza o los sacramentos que pueden ser administrados por los laicos en determinadas circunstancias― a los presbíteros secularizados de vida seriamente cristiana que lo pidan.
Votos: 389, sí
117, no
38, en blanco
7, nulos
MINISTERIOS A LA MUJER
Que el obispo transmita a la Santa Sede la petición de la Asamblea de que se permita cumulo ante el conferir a la mujer ministerios laicales en las mismas condiciones exigidas a los hombres.
Votos: 391, sí
126, no
27, en blanco
7, nulos
FORMACIÓN PERMANENTE
Que se facilite a todos los sacerdotes un tiempo de excedencia, al menos tilda diez años, para dedicarse con mi intensidad a su formación y vida espiritual.
{9 (45)}
4. Otro Sacerdocio
OTRO sacerdocio. ¿Otro?... Sólo puede ser lícito hacer referencia o formular aspiraciones para "otro" sacerdocio cuando precisamente dejamos de lado todos los sacerdocios — otros" sacerdocios —para insistir en el único, en el de Cristo y reproducimos, aplicamos, desarrollamos y extendemos el del único y supremo Sacerdote. Cuando se invocan renovaciones del sacerdocio se indica, simplemente, la vuelta una y mil veces al original sacerdocio cristiano. Y esa vuelta es necesaria por cumplimiento de pura fidelidad a su mandato, al encargo que Cristo ha dejado a los suyos de perpetuarle en el mundo, mientras el mundo sigue y evoluciona dirigiéndose a su fin, que es el reino de Dios.
Y podemos preguntarnos: ¿es que nos hemos desviado o hemos corrompido lo que Cristo instituyó? Seguramente constituiría una enorme ligereza, cuando nos referimos al sacerdocio cristiano, aventurar la afirmación de que se ha traicionado el encargo de Cristo. No obstante, cuando se dirigen acusaciones a la Iglesia, generalmente se olvida el sentido propio y preciso que tiene la palabra y se restringe la acusación entendiendo por Iglesia a la "casta" sacerdotal y, más particularmente, a la encumbrada en la jerarquía; pero a ésta se la acusa más porque representa un poder paralelo a otros poderes y a veces confundiéndose con ellos a través de la historia, que por la referencia a la verdadera representación de un encargo divino.
Lo que ocurre es que las transformaciones de la sociedad actual provocan situaciones críticas a todos los niveles y ellas {10 (46)} también afectan a la Iglesia y a sus instituciones. También el sacerdocio cristiano recibe el reto de esa conflictividad que imponen las circunstancias y resulta que, entre los mismos creyentes, se produce una turbación angustiosa cuando comprueban que disminuyen las "vocaciones" al sacerdocio y se han hecho frecuentes los casos de secularización hasta constituir un fenómeno cualitativa y cuantitativamente relevante:
porque no solamente el número de abandonos, sino la calidad personal de los que se han ido, crean dudas sobre la validez a ultranza de las formas que perviven.
Pero, bien mirado, que la crisis afecte también a la Iglesia presente en este mundo que reta a todos, quiere decir que no se cultiva, en su seno, la placidez somnífera de las rutinas beatas que puedan ofrecer descansado remanso para los que, huyendo de la conflictividad mundana, puedan despreciar, honrados y protegidos, lo que abandonan y miran de lejos… tal vez porque allí no hubiera podido triunfar la codicia ansiosa de prestigios y seguridades demasiado difíciles para conseguir y alcanzar con el trabajo y el mérito de lo simplemente secular y temporal.
Por encima de los aciertos y desaciertos que nos correspondan a los que perseveramos y a los que se hayan ido —algunos no debieran de haberse ido... lo cierto es que la lección que el fenómeno impone no es para tristezas, sino para la esperanza. Persiste en los secularizados un verdadero amor a Cristo y muchos colaboran y quieren hacerlo todavía más en el apostolado y ministerios de la Iglesia. Y en cuanto {11 (47)} a la inmensa mayoría de los que siguen ejerciendo gozosamente su sacerdocio sacramental, se hace patente algo más que la simple fidelidad, y es el afán incesante por redescubrir en Cristo, lo que fue e hizo y lo que haría y sería en este mundo de hoy y en las circunstancias que a cada uno le envuelven. De donde el ir también ellos al mundo, buscando formas nuevas, que no son siempre felices, pero que evidencian y conllevan, con el amor a Jesús y a los hombres que tratan, el sufrimiento por querer conciliar, por una parte, la presencia en las avanzadillas de la evangelización y el testimonio cristiano, mezclándose con los hombres allí donde ganan su pan, buscan su verdad y forjan sus esperanzas y, por otra, con la pureza de esa provisionalidad en la que se cobija el espacio para todo lo santo y puro y bello que Dios tiene todavía por hacer en el mundo y para los hombres, recapitulándolo en Cristo, que sigue siendo el único sacerdote en todos los sacerdotes y a través de todos ellos y, no solamente de ellos, sino de todos los que, por la fe, se le aglutinan y hacen un cuerpo en su misterio.
Otro sacerdocio no será nunca una vuelta a la Sinagoga, a la que, con frecuencia, nostálgicos de arqueologías y pompas amortizadas, han querido algunos retroceder a la Iglesia.
Cristo mismo no quiso pertenecer a aquella casta sacerdotal.
Otro sacerdocio no será la espiritualidad oficializada benévolamente y amparada y utilizada por los imperios. El de Cristo no es un reino como los de este mundo.
Otro sacerdocio será el mismo que fue en Cristo, aunque en otro tiempo y en otra parte del mundo y para otros hombres, a los que Cristo se vuelve a presentar y a repetir su Palabra. Lenguas, modos, formas nuevas, pero el mismo mensaje. Un sacerdote de hoy será un hombre como los demás, como el que sería en Cristo, sólo que tiene un encargo de parte de Dios y hace por cumplirlo: el Pan, la Palabra, el Perdón, el Amor y la Vida.
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5. ANUNCIAR LA FE EN VIETNAM
POR razones de espacio no dábamos, el mes pasado, el texto íntegro de la intervención de Mons. Nguyen | Van Binh, archispo de Ho-Chi-Minh-Ville (ex Saigón), sobre los problemas de la catequesis en un país de estructura comunista. No nos resignamos a prescindir de las reflexiones que hacía respecto a cuestiones inevitables que era preciso proponerse:
Desde nuestra distanciada posición occidental, nuestros problemas inmediatos no parecen ser los mismos. Cierto que desconocemos las evoluciones sociales y políticas que tendremos que vivir como cristianos, pero, sin gastar la fantasía aventurando hipótesis históricas futuribles, podemos descubrir alguna analogía entre nuestra sociedad y la estructurada manifiestamente según los principios del materialismo marxista, para que de algo nos puedan servir las reflexiones del arzobispo vietnamita. Si además volvemos la mirada a los primeros tiempos y primeros pasos que dio la Iglesia en el mundo pagano donde inició su expansión, partiendo de cero en cuanto a protecciones y amparos oficiales o estructurales y mirada con recelo por los más poderosos, no cuesta admitir que los problemas y las dificultades de la Iglesia vietnamita se parecen, salvando distancia, a los de los primeros cristianos.
En cuanto a nuestra situación en el mundo occidental y más o menos cristiano, no hace falta que forcemos la expectativa de un cambio marxista para darnos cuenta, por lo que se refiere al materialismo, de cómo éste condiciona la mayor parte de esperanzas y ocupa los pensamientos de los hombres, por más que la llamada "sociedad de consumo" He haya encargado de dosificar el reparto ilusorio de satisfacciones, pero como señuelo, gratificación y estímulo, para seguir pendientes de las nuevas inventadas e innecesarias necesidades que mantienen y aumentan el ansia de consumir...cosas materiales. También nosotros somos materialistas; también nosotros, aunque desde otro polo menos monolítico, mas igualmente engañoso, erigimos en criterio rector y en fundamento y explicación de los fenómenos que más preocupan en nuestras relaciones y nuestra convivencia, lo que principalmente es valorable desde el punto de vista económico y material. Capitalismo de Estado y capitalismo prácticamente oligárquico se llevan alguna diferencia en cuanto a polos de absorción económica, pero el sentido absorbente es el mismo. Y uno y otro hacen que el hombre imagine su máximo grado de libertad y realización si consigue ascender hasta la cima o las cimas desde donde asegurar el logro de una buena posición material. La escalada es el poder y el poder es el control del dinero que, a fin de cuentas, impone siempre las alternativas opcionales y posibles, sin más límite que sus propios intereses.
{13 (49)} En un mondo preso en tales preocupaciones y principios, un Cristianismo que no consienta ser mutilado o disminuido, tiene graves problemas para hacerse entender. Una impregnación cristiana aceptada sin restricción, podría convertir en benéfico para todos el capitalismo monolítico, poniendo espíritu a la igualación que pretende, y lo mismo, podría también convertir en función social la detentación minoritaria de las riquezas y de los bienes materiales, haciendo de los patronos los grandes promotores del bienestar común. Todo esto desde el planteamiento teórico.
La Iglesia no puede ser partidaria de fórmulas prácticas concretas de la organización económica o política que los hombres elijan para sí mismos. Pero debe ser anunciadora del Evangelio, entero, y denunciadora de toda injusticia.
Y aquí comienza toda su problemática:
tanto frente a los que quieran absorberlas para instrumentalizarla en beneficio de su respectiva ideología o intereses, como frente a los que no le quieren consentir la proposición de un verdad que no puede, ni ella misma, recortar.
Tanto como ilustración de los problemas de la evangelización en una sociedad marxista, como de los que surgen ante cualquier prevención materialista, del signo que sea, nos parece que puede ser interesante cuando dijo el arzobispo de Saigón, y que, como complemento de lo anticipado en el número anterior de este Boletín, reproducimos A continuación en sus párrafos más importantes.
CUESTIONES ESENCIALES
En la actualidad, en Vietnam, nuestros fieles, lo mismo que los responsables de la pastoral, no están todavía preparados para vivir en una sociedad marxista. Pero el Espíritu Santo continúa actuando y nosotros, por nuestra parte, hemos de colaborar con él.
He aquí los problemas que plantea la enseñanza del catecismo, formulados en las cuestiones siguientes:
1. ¿Quién me escucha?
2. ¿Qué he de decir?
3. ¿Qué me he de proponer?
4 ¿Cómo me he de expresar?
En primer lugar, los que me escuchan son miembros de la sociedad marxista-leninista: en ella han nacido y crecido; han sido iniciados en la doctrina marxista-leninista desde el jardín de infancia. En nuestra República socialista todas las escuelas son administradas por el Estado y, el conjunto de los programas de educación, apuntan a formar hombres para el socialismo. Lo cual nos lleva a la segunda cuestión.
LO QUE HAY QUE DECIR
¿Qué he de decir? La respuesta viene determinada por dos elementos: por una parte, lo que yo he de decir y, por otra, lo que el otro espera.
{14 (50)} Yo he de decir el Evangelio del reino de los cielos: Dios, el universo y el hombre en la economía de la redención. Y debo decirlo todo, sin suprimir nada.
Pero además, para alcanzar mi cometido, he de tener en cuenta lo que espera el otro, lo que quiere oír. Lo cual quiere decir que el contenido de mis enseñanzas ha de tener en cuenta las interrogaciones, las inquietudes de los jóvenes de mañana. Pues así, y solamente así, podré hacer algo para superar estas dificultades y avanzar un poco más. En el medio marxista, los jóvenes permanecen perplejos ante la condición humana, ante la cuestión de la presencia de Dios en el universo y en la propia existencia:
esta presencia ¿es causa de conflicto?, ¿es un obstáculo para el progreso de la humanidad? Cristo y la salvación, el Espíritu Santo y la Iglesia ¿añaden algo a la fe, a la esperanza de los marxistas? La esperanza escatológica cristiana ¿se inhibe y es negligente frente a la esperanza marxista? O por el contrario ¿la supera y en qué medida?
Todas estas cuestiones exigen que se atienda a algunos rasgos del contenido catequético para poder dar satisfacción a mis oyentes sin, con ello, alterar ni falsear la Palabra de Dios con el intento de halagarlos.
QUE SE HA DE PROPONER
En cuanto al objetivo que debo proponerme no puede ser otro que el ayudar a mis oyentes a comprender y a vivir su fe en este medio marxista. Es lo mismo que si dijera que es preciso introducirlos en una visión de fe en la cual ellos pueden situar a Dios, al universo y al hombre. No me puede bastar o no debo intentar aclarar las objeciones y dificultades pasajeras, sino que debo ayudar a los jóvenes a que ellos mismos se enfrenten a los problemas nuevos que surgirán. Por esta razón no me puede ser permitido ocultar las diferencias existentes entre marxismo y cristianismo. Por el contrario, he de hacerles una exposición leal, aunque no atrincherando las razones en la oposición, sino por medio de una actitud de apertura y de diálogo. Ya convencidos, tendré que acostumbrar a los jóvenes a vivir y a dialogar con los marxistas. Creemos que es preciso iniciar el diálogo y que, por ello mismo, es necesario formar una generación nueva que sea capaz de establecerlo con los marxistas. Si bien, el punto decisivo para todo este planteamiento es el siguiente.
{15 (51)} 16 (52)
COMO EXPRESARSE
Lo decisivo es saber cómo he de expresarme. Es indispensable que, para que mis oyentes puedan comprenderme, debo utilizar su mismo lenguaje. Por lo demás, se trata de una exigencia que Dios también ha respetado en relación con el hombre: tenemos el ejemplo de los profetas y, finalmente, sabemos que nos habló por medio de su Hijo amado. Podemos decir: «La Palabra se ha encarnado y ha vivido entre nosotros». No puede sorprendernos que los jóvenes que han nacido y crecido en el ambiente marxista por fuerza hablarán un lenguaje marxista. La posición de san Pablo de «ser judío con los judíos y griego con los griegos», ¿puede ser aplicada a los cristianos que viven en un ambiente marxista?
Pero es verdad que presentar, hoy en día, la fe católica valiéndonos del lenguaje marxista no significa, en modo alguno, "marxistizar el cristianismo. Pues tampoco fue.
"aristotelizada" o "existencializada" la fe católica cuando, anteriormente, ha sido presentada mediante la utilización del lenguaje aristotélico o existencialista, si se nos permite hablar de este modo. Porque Dios que había hablado a Israel no aceptó ser identificado con divinidad otra alguna, y tampoco Jesús consintió ser confundido con ninguna de Las imágenes que los judíos de su tiempo se hacían del Mesías.
CONCLUSIÓN
Estos son nuestros problemas fundamentales. Aunque nos queda el tener que dar respuesta a cuestiones todavía más concretas, como: ¿Quién hará la catequesis? ¿Dónde y cuándo y cómo hacerla? Es preciso no olvidar que, en adelante, todas las actividades de carácter religioso habrán de llevarse a cabo en el recinto del templo y, en todo lo demás, la prioridad se concede al trabajo y a la producción. Para terminar, permitidme, queridos hermanos en el episcopado, que os pida la ayuda iluminada de aquellos entre vosotros que tengan experiencia sobre estos problemas y, principalmente, la de aquellos que sean competentes en la utilización del lenguaje marxista. Gracias.
{17 (53)}
6. La Verdad
¿Qué es la verdad?
La soledad del hombre
y su secreto espanto:
sólo, quizá, este hombre,
tu escondrijo.
El poder sentencia
a un reo atado de manos.
Lejos, en la noche de afuera,
oímos cómo cantan gallos.
Se extiende rumor de matracas,
las luces se apagan.
¿Qué es la verdad?
Vidrio lanzado, hecho añicos,
por los cuatro vientos de la ciudad,
trozos de fango pisoteados,
un último grito de ahogado,
crueles vestigios de cepillo,
sangre en pieles finas de caballo,
limpias agujas de cristal
en dedos pringosos de bribón,
sutiles reflejos de espejo
en el grosor del hierro del azadón
que cava fosas en malos huertos
donde son colgados los dados de los muertos,
itinerante acecho de los lagos,
dolor, vacío, pecado, espanto:
el hombre que tengo ante mí.
Salvador Espriu 18 (54)
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7. El miedo, el amor y la muerte
UN las clases inferiores, en las formas de religión que han equivocado su verdadero centro y han perdido el equilibrio de la verdad; en los deísmos fríos que secuestran a Dios entre rígidos e inexorables mecanismos de la naturaleza, el miedo a lo alto es todavía posible; pero a la luz de Cristo el miedo no puede abrirse camino en el alma. El mismo infierno (contra el cual se alzan algunos cristianos modernos, desde Péguy a Berdieff) cambia de sentido y de proporciones en labios de un Maestro-Juez que ha querido afrontar voluntariamente el infierno desde la cruz para que nadie se pierda, si él mismo no quiere perderse como "el hijo de la perdición".
No se puede negar que el terror es el mayor enemigo del hombre: pero ha sido vencido, en la muerte, por Cristo. Experiencias cotidianas, próximas y remotas, aseguran que esta afirmación no es pura retórica. Berdieff ha dicho: «El amor es la principal arma espiritual contra la muerte. Estos dos antípodas, el amor y la muerte, son inseparables. Es precisamente al acercarse la muerte cuando el amor se manifiesta con mayor fuerza.
El amor no puede ser vencido por la muerte... Cristo ha vencido la muerte porque era la encarnación del amor divino universal.» De donde, la presencia de Cristo cambia todo elemento negativo en piedra de construcción. Y, aunque permanezca la tragedia, ya no causa terror, porque el dolor cesa de ser inhumano, absurdo, inútil. El mismo san Pablo nos describe su experiencia viva, en una existencia llena de amenazas endurecidas: «peligros en las ciudades, peligros en la soledad, peligros en el mar, peligros en los falsos hermanos... » Peligros en su mismo ser; pero no es el miedo el que lo invade, sino la certeza de una omnipotencia que lo compenetra a través de su misma impotencia. Una sola palabra sostiene al gigante de la humanidad: «te es suficiente mi gracia».
El miedo invade desde las cátedras a los hormigueros humanos, pero no alcanza la orilla de las zonas que viven en la luz, o, por lo menos, a la sombra de Cristo.
Card. Giulio Bevilacqua, C.O.