Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 161. OCTUBRE. Año 1978
0. SUMARIO
EL MUNDO mira a Roma, donde el efímero pontificado de Juan Pablo I deja otra vez vacante la silla de Pedro, tras la muerte de Pablo VI. Pero nada ha sido inútil ni desgraciado. La Iglesia no mide tiempo ni pesa cantidades, y recoge el tesoro de las palabras y los gestos ―pocos o muchos, de los últimos pastores mientras espera el gozo seguro de otra bendición de la Providencia, de otras manos que recojan el cayado y continúen el camino con toda la grey expectante.
JUAN PABLO... II
EL PAPA DESEADO
JUAN PABLO I
EL PRIMER "ANGELUS" DE JUAN PABLO I
LA IGLESIA QUE SONRÍE
IR A MISA EL DOMINGO
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1. JUAN PABLO....II
COMO el rocío que se hace luz efímera sobre las hojas y 80bre las flores, para saludar la claridad amaneciente, y se pierde, minúsculo, en la vaporosidad del aire que irrumpe en las puertas de la jornada, así la corta vida y la humilde muerte del papa Juan Pablo I se nos va en la fugacidad declinante del verano, apenas iniciado el gesto de su presencia luminosa por el camino, en el sitio de Pedro.
Nos hubiera gustado saber lo que este hombre bueno guardaba en su corazón de cristiano para una Iglesia santa, para un mundo mejor, para los hombres, para los jóvenes de nuestro tiempo inquieto y, a la vez, cansado, cuando angustias y esperanzas se contradicen, y grito y canción, y gemido de dolor e himno de esperanza abigarran, ensordeciéndolo, el rumor de la vida. El papa Luciani, ahora que acababa de recibir, en su fe de cristiano, la cualificación de hermano mayor de todos, hubiera podido legítimamente decirnos, más explícitos, sus proyectos, descubrirnos en detalle sus pensamientos, empujarnos con su autoridad por el camino del gozo y de la libertad salvadora del Evangelio. Pero sólo un gesto, un ademán, una palabra, una bendición y una sonrisa... Y, abajo, entre los hombres, los ojos abiertos, el corazón en las manos y el aplauso del pueblo como el canto del agua que salta limpia, libre y clara, gozosa y esperanzada. Y se ha ido, sin acabarnos de revelar el tesoro que guardaba...
Humanamente saltan las palabras de desolación, quebranto, desgracia; pero los cristianos sabemos que ni siquiera la muerte es un fracaso ni rompimiento, aunque los cálculos de los hombres se dirigen a suplir o amaestrar, vestida de precauciones excesivamente aseguradoras, la desnudez amorosa de los designios de la Providencia que nos fuerza a proyectar con desprendimiento y a juzgar con más pureza, no solamente las obras de los hombres, sino las mismas obras de Dios cuando en ellas intervenimos los hombres.
El papa Luciani, Juan Pablo I, ha muerto, para que, todo lo que esperábamos después de Pablo VI, sea más puro, más bueno, mas grande.
No se ha perdido nada. Uno siembra ―cada uno siembra, todos siembran...― y otro recoge. Cuando un papa muere ―Ratti, Pacelli, Roncalli, Montini, Luciani...― es como si una rama del árbol de la Iglesia se desgajara; pero no se pierde a la deriva del naufragio pagano de la muerte, sino que se hace remo que suma impulsos a la nave de Pedro, y el mástil crece, mientras escribe, llevado de la mano de Dios, la trayectoria ágil, intrépida, purificada, del crecimiento de Cristo en el mundo, sobre la superficie inmensa del tiempo, en la Historia.
Juan Pablo I y Juan Pablo II. Y Pedro y Cristo.
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2. El Papa deseado
RESULTABA sorprendente que al paso que se pretendía una mayor y más acusada simplicidad, la solemnidad, estilizada por una actitud de pureza despreocupada por el resultado, se convertía en más grandiosa, más comprensible y más participada: aquella caja de madera de ciprés sin pintar, sin Adorno alguno, lisa, sola, sobre el pavimento enlosado de la enorme plaza de san Pedro, en el funeral de Pablo VI, tenía más grandeza que todas las pompas fúnebres, que miles de lámparas consteladas, que montañas de flores de recuerdo... Y el aplauso espontáneo de la multitud congregada, como rumor de cascada que recoge y guarda el abrazo inmenso de la magnífica columnata berniniana, valían más que todos los himnos espirituales, que todas las músicas fúnebres que los hombres pudieran dedicar para decir "adiós" desde la frontera de los sentidos que nos separan de la inmortalidad, Al Padre común que se recoge en el seno de Dios, donde nos espera para «estar siempre con Cristo» en la paz, en la vida que no acaba en el amor.
Pero con sentido diverso, no de separación, sino de encuentro y promesa de compañía en otra etapa del camino de la Iglesia, también la sencillez estallaba en la espontaneidad de protocolizada de un hombre sonriente dispuesto a prescindir de grandezas significativas de simbologías distanciadoras, que habla del papado como si se mirara al espejo con la conciencia de cada oyente en la propia alma, que no le gustará usar tiara, que no se sentará en un trono, que dirá a los que le han elegido:
«¡Que Dios os perdone!...» pero que aceptará el cargo y la carga para poderles servir, para servir a Dios, para servir a la Iglesia, para servir a todos los hombres. Nadie hubiera imaginado que el "adiós" se repitiera tan pronto en el mismo lugar, un mes más tarde, uniendo, casi, encuentro y despedida.
Sin nostalgias miramos el porvenir y se reaviva el deseo, todavía presentes las ideas que las mentes do claras mostraban al mundo para decir le, seguramente, lo mismo que todos anhelaban, convertido en deseo y en oración casi universal.
Pocos días antes del conclave, los teólogos más conspicuos del mundo entero ―Albergo, de Bolonia: Chenu, Congar, Geffré, de Paris: Greeley, de {3 (103)} Chicago; Greinacher, Küng, de Tubinga. Grootears, de Lovaina: Gutiérrez, de Lima: Schillebeeckx, de Nimega en Holanda― habían proclamado cuál sería a su juicio, el Papa que necesitaba nuestro tiempo, y querían:
UN HOMBRE ABIERTO AL MUNDO, al mundo tal como es, con sus glorias y sus miserias, respetuoso con la tradición, pero atento a las críticas Actuales, a los signos de los tiempos, a la evolución de las actitudes humanas, que hable a los hombres de un modo que le puedan entender, que irradie humanidad...
UN GUÍA ESPIRITUAL, apoyado él mismo en la verdad, en la sinceridad, que tenga valentía para fortalecer a los demás, más allá de estimular con simples consejos, pero sin caer en el autoritarismo, de modo que su autoridad personal, objetiva y carismática supere lo meramente formalístico, oficial o institucional. Garantizador de la libertad en la Iglesia, en la que ejerce su autoridad más bien por inspiración que por imposiciones, más por razones que por decretos, más por la búsqueda del consenso en el diálogo que por decisiones aisladas.
UN AUTÉNTICO PASTOR, no sólo y primariamente de Roma, sino universal, que sirve a los hombres antes que a las instituciones. Libre de todo culto personal, libre de ansiedades... No un doctrinario defensor de viejos bastiones sino más bien un pionero pastoral para una renovación de la presentación y de la práctica del mensaje del Evangelio en la Iglesia.
UN SINCERO COMPAÑERO DE LOS OBISPOS, más como hermano de ellos, que como patrón a los que ellos sirven: que el Sínodo deviniera más decisivo, en vez de permanecer como órgano meramente consultivo:
aceptación de la diversidad de naciones y mentalidades, las diferencias entre jóvenes y ancianos y entre hombres y mujeres: también que en la Curia no solamente tuvieran representación los teólogos de corte tradicionalista sino. Además, los representativos de la teología católica contemporánea.
UN MEDIADOR ECUMÉNICO, de modo que se entienda el primado del oficio de Pedro como una primacía de servicio en medio de la entera Cristiandad, un oficio que ha de ser continuamente renovado según el espíritu del Evangelio y ejercicio con responsabilidad y libertad cristiana; debe promover el diálogo y la cooperación con las demás Iglesias cristianas, remover obstáculos...también tomar con seriedad la relación de la Iglesia con los judíos, el Islam, las demás religiones...
UN CRISTIANO GENUINO, lo cual no impone inmediatamente que ser un santo o un genio: caben las limitaciones y defectos humanos, pero un cristiano genuino quiere decir un hombre que en la palabra y en sus convicciones es guiado por el Evangelio de Jesucristo tomado como una decisiva norma de vida.
Naturalmente, damos solamente un resumen de los criterios que los teólogos ofrecían, con independencia de la nacionalidad del candidato, en vistas al bien y futuro de la Iglesia.
A cada uno nos corresponde pedir, rogar y merecer que el nuevo papi responda a los deseos del mundo, de los cristianos y de la Iglesia.
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3. JUAN PABLO I: no tan inesperado, no tan conservador, no tan socialista
ES tan cierto que el anuncio de lo seguramente esperado deja de ser "noticia" (no es ninguna noticia decir en domingo que el día siguiente será lunes...), que el mismo material informativo, excesivamente profesionalizado, tiende a ser tratado o manipulado ―incluso sin tendenciosidad maliciosa― exagerando los detalles que pueden suscitar mayor sorpresa; lo sorprendente y lo novedoso be influyen y así la avidez de la curiosidad ―superficial, perezosa para las profundizaciones, se siente satisfecha, siquiera momentáneamente, en el consumo de las noticias que espera, o busca o necesita para salir de sí misma.
Decimos esto a propósito de la elección de Juan Pablo I que, para algunos y quizás también para muchos, fue inesperada y sorprendente cuando, en realidad, no sólo genéricamente respondía equilibradamente al conjunto de las tendencias dominantes en la Iglesia actual, profusamente señaladas desde todas las vertientes de la información profana y religiosa, sino que, además, figuraba entre esa docena larga de "grandes nombres" de cardenales "papables", aunque no estuviese entre los primeros: y figuraba, en los comentarios, como una alternativa hacia la síntesis de las posiciones más destacadas. En este sentido había sido el diario genovés "Il lavoro" que, reuniendo datos y buscando el equilibrio deseado, situaba, en cuarto lugar, como probable eligendo, al cardenal Luciani. En la prensa italiana —"Il Popolo", "La Repubblica", "Il Corriere della Sera"...— también había figurado entre los catorce cardenales que tenían más probabilidades. La gran prensa internacional —"Le Monde" francés, la revista "Time" americana...― no {5 (105)} citaba entre los probables al cardenal Luciani, pero tal vez haya que pensar que, en Francia, la figura del cardenal Villot, verdaderamente "papable" pero no extinguido aún el recuerdo al fondo del cisma de Avignon, y en América, la posición hegemónica de los USA, no les permitía la intuición imparcial, víctimas, respectivamente, del prejuicio de la "grandeur" y de la contradicción del hegemonismo mundial.
En España, sin embargo, como en Italia, sí que había circulado el nombre del cardenal Luciani: los diarios "El País", "Pueblo", "Ya".
"La Vanguardia", "ABC" e incluso "El Alcázar" hacen conjeturas y publican —"Ya"— una biografía; la revista "Cuadernos para el Diálogo" en una de las cinco fotografías de los "papables" aunque todos ellos lo presentaban como una figura relativamente conservadora, dentro de la Iglesia italiana, pero capaz de conjugar las diversas opciones que el conclave trataría de armonizar.
Hay que despejar el mito de la sorpresa, por lo tanto.
Pero en España, todavía más que {6 (106)} en Italia y en la misma Francia, tras las primeras alabanzas de ritual, de corrección y de rutina en unos casos, y de devoción implícita en otros, aparecieron algunas manifestaciones de recelo en relación con el supuesto conservadurismo de Juan Pablo I. Sería lamentable que también sobre este aspecto se cultivara el mito y se establecieran preconceptos y sospechas. Bastaría darse cuenta de la espontaneidad y sencillez con que rompió, inmediatamente, con ciertos formalismos tradicionales, para rebatir cualquier afirmación categórica de conservadurismo. Y bastaría recordar que algo parecido se dijo inmediatamente después de la elección de Juan XXIII a quien ciertamente, su formación tradicional no impidió —como bien lo hizo notar en el prólogo del "Diario del Alma" el padre Giulio Bevilacqua, amigo y compañero del papa Roncalli— iniciar las más audaces renovaciones en la Iglesia de nuestro siglo.
Lo que importa es que sea en verdad un hombre de Dios con el bagaje cultural y la lucidez sensata que acompañen su camino de fe como pastor de los que también creen.
En una reciente entrevista al cardenal Suenens le objetaban que el papa Juan Pablo I no tenía experiencia de la Curia romana y, así, cómo podría completar la reforma iniciada por sus dos inmediatos predecesores, especialmente por Pablo VI; pero el cardenal belga respondió: «Probablemente será mejor que no haya sido antes curial para que pueda reformar la Curia».
Otro mito informativo en torno a Juan Pablo I era el de su padre socialista. En cuanto a la simple valoración del socialismo un cristiano puede perfectamente repetir las palabras que el mismo Papa acababa de pronunciar a alguien que aludía a los antecedentes de su padre: «¡Qué pena que el socialismo haya mezclado el ateísmo en sus programas! ¡Qué tendrá que ver la lucha por la justicia con el materialismo sin Dios!» En otra ocasión había dicho:
«¡He heredado de mi padre una desconfianza frente a cierto capitalismo que ha sido la fuente de tantos sufrimientos, de tantas injusticias y de tantas luchas fratricidas...!» Y el hermano del Papa, aclaraba a un periodista: «Nuestra familia era una familia de profunda tradición católica. Es verdad que mi padre, emigrado en Alemania a la edad de doce años, en busca de trabajo, se afilió a sindicatos y a la socialdemocracia. Pero aquel partido no había sido nunca anticlerical; lo es, en todo caso, el socialismo italiano. La realidad es que yo siempre había visto a mi padre creyente y practicante. En mi casa rezábamos todos, todos los días, y asistíamos a Misa. Mi padre no se opuso a que mi hermano {7 (107)} Albino estudiara para sacerdote y le costeó la carrera».
No debía ser, en fin, tan remota o imprevista su elección cuando, en el mismo día, cerca de las ocho de la tarde, más de media hora antes de que la despistada Televisión Española interrumpiera (?) sus programas para dar la noticia, en Roma, "L'Osservatore Romano" sacaba a la calle, húmeda de tinta, una edición extraordinaria, de sus ocho grandes páginas, dos de las cuales estaban dedicadas, además de la noticia de la elección, a una amplia biografía —por supuesto preparada y compuesta, como otras probables, de antemano― bajo el título: «El don de la claridad, el carisma de la simplicidad», y para subrayar la continuidad con el pontificado de Pablo VI, reproducía la homilía del cardenal Luciani pronunciada en el Congreso eucarístico de Pescara, en la que se manifiesta en la línea del pensamiento del papa Montini.
Llevaba razón, seguramente, v acertó en su pronóstico, el "Comité americano para la elección en sable de un Papa" (en América se hacen "comités" para todo...), cuan:
do había dicho en Roma: «Se busca un hombre que sepa sonreír, Dara hacerlo Papa».
Desaparecido el papa Luciani, sigue abierto el mismo deseo, y ojalá este optimismo cristiano sobresalga, una vez más, por encima de cualquier apresurado y trivial sensacionalismo alimentador del consumismo informativo.
HUELGA DE GASOLINERAS El derecho de huelga es más antiguo en Italia que en España. En cierta ocasión, el cardenal Luciani, tenía anunciada una visita a una parroquia no muy alejada del centro de Venecia, pero fue advertido de que no se disponía de gasolina para la ida en coche y, al mismo tiempo, el párroco telefoneaba Al cardenal para establecer la anulación del acto y anunciarlo al pueblo. No obstante, el cardenal insistió en que haría la visita y dijo al párroco que no se preocupara, que acudía a tiempo, para todo lo establecido.
Efectivamente, el cardenal Acudió... montado en bicicleta, y fue recibido con aplausos de alegría por todos los fieles.
Dios es "Madre" Juan Pablo I comentaba el pasaje de Isaías del cap. 49, 14-15: «Y Sion ha dicho: Dios me ha abandonado; mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Es que una madre puede olvidarse de su hijo?... Pero aunque esto pudiera ser, yo, tu Dios, jamás me olvidaría de ti».
Y Juan Pablo, desde la ventana donde se asomaba a la hora del Ángelus para decir unas palabras de saludo a los fieles que le aguardaban desde la plaza de san Pedro, añadió: «Dios es Madre, Dios es más Madre que las madres....
Abajo, interrumpiendo sus palabras, espontáneamente las mujeres se pusieron a aplaudir al Papa; los diarios del mundo, cuando daban la noticia, añadían que las feministas de todas partes se alegraban de oir esta voz de la Iglesia.
Pero este pensamiento estaba ya en la Biblia, lo habían enarbolado los Profetas, lo habían comentado e ilustrado los santos Padres... Sólo después, los "hombres fuertes" comenzaron a olvidarlo con su visión unilateral y masculinista del mundo, y de un Dios como si mundo. Dios es Padre, Dios es Madre, y más que padre y que madre.
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4. El primer "Ángelus" de Juan Pablo I
Ayer por la mañana, fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca había imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos compañeros que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: «Ánimo, si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo». Y el otro compañero: «No tenga miedo, en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa" Luego, al llegar el momento he aceptado.
Después vino la cuestión del nombre, porque también preguntan qué nombre se quiere tomar y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: «El papa Juan quiso consagrarme obispo él personalmente aquí en la Basílica de san Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia le sucedí en la cátedra de san Marcos, en esa Venecia que aún está completamente llena del papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el papa Pablo no sólo me ha hecho cardenal, sino que unos meses antes, sobre el estrado de la Plaza de san Marcos, me hizo ponerme completamente sonrojado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre las espaldas. Jamás me he puesto tan colorado. Por otra parte, en quince años de Pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y sufre por la Iglesia de Cristo.
Por estas razones dije: «Me llamaré Juan Pablo».
Entendámonos, yo no tengo la "sapientia cordis" del papa Juan, ni tampoco la preparación y la cultura del papa Pablo, pero estoy en su puesto, debo tratar de servir a la Iglesia. Espero que me ayudaréis con vuestras plegarias.
JUAN-PABLO I, 27.8.78 9 (109)
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5. La Iglesia que sonríe
LARGAS semanas nos ha acompañado san Mateo, desde el sermón de las Bienaventuranzas, la predicación del Reino, su misterio a través de las parábolas, que dibujan la futura Iglesia, con sus apóstoles y Pedro que se adelanta en la fe y que el Señor bendice y pone por fundamento...
Cuando moría Pablo VI, si las lecturas diarias y dominicales de la misa no nos habían resbalado por la mente, estábamos preparados, desde la Palabra, para entender el Calvario y el Tabor de Pablo VI y para —enseguida― abrirnos a la esperanza en el andar de la Iglesia. Porque en ninguna institución el luto se transforma tan rápidamente en gozo y la muerte en signo de resurrección, como en la Iglesia. En su continuado andar el cayado de un pastor pasa a las manos de otro, para una etapa más, que resume y multiplica el impulso de la precedente andadura.
En el caminar de la Iglesia por el mundo, el gesto renovador de Juan XXIII y la herencia tremenda de Pablo VI, convergen en Juan-Pablo I, que sonríe a los caminos del futuro que la Providencia gobierna. Consumidos los últimos años de la generosa vida de Pablo VI, aunque los cansancios no apagaran la luz de sus palabras ni el ejemplo de sus gestos, el mundo entero estaba a la expectativa de una alegría que cambiara en optimismo la "mestizia", la aflicción de las críticas y las dificultades de un mundo y una época chirriante de cambios y transformaciones... {10 (110)} Y las amplias cristaleras de la "loggia" de san Pedro se abrían, con rapidez sorprendente, para derramar sobre el mundo la imagen sonriente de Juan-Pablo I, casi sin más programa que su mismo nombre, ni más discurso que su sonrisa fugaz, como la luz que huye.
Esa misma sonrisa que la muerte, avara de luz, ha eclipsado, pero que ha de reaparecer magnificada en el rostro inmarcesible de la Iglesia, que no se cansa, ni envejece, ni muere.
Como sol que renace la Iglesia renueva sus esperanzas.
Aunque la formemos hombres, no ocurre en ella como en los reinos de este mundo: aquí las sucesiones no son "reacciones" sino desarrollo, camino y continuidad; en los reinos del mundo, las dinastías y los relevos en el poder, traumatizan la historia de las sociedades, en la Iglesia ―salvo que los hombres la salpiquen con sus mediaciones e intereses terrenos— es siempre un renacer sereno y pacífico, prometedor de cosechas de bien universal; en los reinos de los hombres se discuten o se intentan proteger derechos o intereses contingentes, en la Iglesia se construye el Reino de Dios, que no descuida, pero que trasciende lo creado. Los reinos del mundo acaban con el mundo y acaba, cada uno, antes de que acabe el mundo: el dinero los corrompe y la envidia y la violencia los manchan.
Los reinos del mundo quieren reducir, a su misma condición, el propio Reino de Dios y, en segmentos o partes aisladas de {11 (111)} su historia, consigue falsificaciones pasajeras y asustar con el esporádico zarandeo de la duda; pero la Iglesia, a pesar de todo, no acaba en ninguna época, ni desaparece con ninguna dinastía, ni cierra ninguna frontera: sigue, renace, se rejuvenece a cada paso, porque va más allá de la Historia: más allá del mundo, de los hombres y del tiempo.
Por eso puede sonreír siempre.
6. «Caro Pinocchio...»
Cuando ya era patriarca de Venecia, el actual pontífice Juan Pablo I. publicó una serie de cartas a personajes clásicos, cuya referencia le servía de apoyo para deponer, con sencillez y de modo directo, sus ideas cristianas. Traducimos un fragmento de una de las más célebres, dedicada a Pinocho: personaje de ficción que todos los niños y adolescentes italianos conocen perfectamente.
EN tu camino hacia la independencia, como casi todos los jóvenes que rondan la edad de 17 a 20 años, tropezarás tal vez también tú, querido Pinocho, con el duro escollo de la fe. Respirarás objeciones antirreligiosas con la facilidad inconsciente con que se respira el aire, en la escuela, en la fábrica, en el cine... Si tu fe es como un montón de buen trigo, se te avalanchará un ejército de ratones a comérselo. Si es un vestido, cien manos se alargarán a rompértelo a tirones. Si es como una casa, picos y azadones la desmantelarán. Será necesario que sepas defenderte: de la fe, en la actualidad, podrás conservar sólo lo que sepas defender.
Para muchas objeciones hay una respuesta persuasiva. Para otras, en cambio, todavía no se ha encontrado una explicación exhaustiva.
¿Qué hacer? ¡No abandonar la fe!
Recuerda que Newman decía: «Diez mil dificultades no llegan a formar una sola duda».
Y no te olvides de estas dos cosas:
Primero: hemos de tener en estima todo lo que tenemos por cierto, a pesar de que no sea la certísima que dan las matemáticas. Que han existido Napoleón, César, Carlomagno no es cierto como la ecuación 2 más 2 igual 4, pero es cierto de certeza humana, histórica. En este mismo modo es cierto que ha existido Cristo, y que los Apóstoles lo vieron muerto y luego resucitado.
Segundo: el hombre tiene necesidad del sentido del misterio. «No existe nada de lo cual lo sepamos todos, decía Pascal. Sé muchas cosas de mí pero no todo; no sé, con precisión, qué es mi vida, mi misma inteligencia, el grado de salud que (continúa en la pág. 18) 12 (112)
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7. documento: IR A MISA EL DOMINGO
En las siguientes líneas traducimos los párrafos más destacados de un folleto publicado por la Abadía de Montserrat, en su colección «L'Espiga» y que ha escrito Pere Puig i Mirosa, a guisa de reflexión y respuesta a la corriente más o menos generalizada, especialmente entre los jóvenes, que cuestiona la preceptiva asistencia dominical a la celebración de la Eucaristía.
De un tiempo a esta parte, más de una vez, se ha repetido este eslogan: «Si no te viene en gusto no es preciso que vayas a misa el domingo». Puede ser que incluso haya sacerdotes que lo prediquen abiertamente. Tampoco es nuevo oír a jóvenes que dicen: «No voy a misa porque la misa no me dice nada», «porque me aburro», «porque no me gusta», «porque no quiero hacer comedia»... Parece una cuestión de sinceridad y, bajo este aspecto, la juventud en masa deja de asistir a misa. El abandono se ha propagado como una epidemia, con la angustia consiguiente de muchas personas responsables: padres, educadores, sacerdotes.
Las causas del abandono
Pero el descenso de la práctica dominical no es de ahora. Hace años que, tanto en el campo como en la ciudad, abunda la gente que abandona habitualmente la misa festiva. Varios factores concurren en el fenómeno: el descenso del sentido religioso, la secularización, el ansia de Independencia, el egoísmo, el comodismo, la complejidad de la vida, el sentido que se da al "fin de semana", la {13 (113)} inmigración... Del examen honesto de cada uno de estos factores se llega a la conclusión de que no todos ellos significan descuido o mala voluntad: para el trabajador rendido por la fatiga del trabajo semanal, para el inmigrante no aclimatado en el nuevo ambiente, para mucha gente que tiene su domingo acaparado por servicios o trabajo, la práctica dominical no resulta fácil; sin hablar de las personas enfermas o delicadas, de los ancianos o de los que viven lejos de alguna iglesia.
La sinceridad
Lo nuevo, actualmente, es que el abandono de la misa festiva se produce también en el seno de las familias tradicionalmente practicantes y, como afirman, por razones de sinceridad.
¿Qué yace bajo la apariencia de este fenómeno? Si dejamos de lado los abusos inevitables, creemos que, en conjunto, es un síntoma que revela el tránsito de una situación legalista, y en ocasiones farisaica, a una situación que quiere ser honrada y auténtica.
Pedagogía de la obligación
Sin olvidar el esfuerzo digno de alabanza del incesante adoctrinamiento catequístico y, en especial, del Movimiento Litúrgico que, a lo largo de todo este siglo, ha trabajado tenazmente para dignificar la celebración de la misa y hacerla comprensible al pueblo que se interesaba, la instrucción ordinaria ha resultado insuficiente, porque no se ha superado, en líneas generales, la idea de que, ir a misa el domingo, era simplemente un precepto de la Iglesia.
Resultados y contradicciones
De ello se han derivado, o se derivan todavía, diversos inconvenientes: un cristianismo fundado en la casuística moral y en el miedo; una asistencia a misa frecuentemente pasiva y superficial, sin frutos de vida; un fomento de seguridades que se refugian en el mínimo moral, con el afán de esquivar el pecado grave; mala conciencia, incluso a veces entre personas que estarían justificadas para no asistir a misa, debido a reales dificultades físicas o morales que se lo impiden; la falsa idea de que "ser un buen cristiano" se identifica con el hecho de asistir a misa, de tal modo que los que no asisten ―con frecuencia pobres {14 (114)} y trabajadores, gentes que soportan el peso más duro en la sociedad― no pueden considerarse practicantes ni, por lo tanto, buenos cristianos, y, en cambio, los ricos y hacendados sí. Situación que oculta una verdadera injusticia Y que contradice directamente las bienaventuranzas del reino.
Las recientes reformas
De otra parte ―y la dificultad viene de lejos hasta que no se ha llegado a las recientes reformas, la misa resultaba ininteligible y se hacia forzosamente pesada.
Con el Concilio y las subsiguientes reformas hemos pasado a unas celebraciones que, en general, resultan más ágiles, más participadas, más festivas, más inteligibles y más fructuosas, gracias a la introducción de la lengua y del canto del pueblo en la liturgia.
Al mismo tiempo, el ansia de autenticidad ha despertado en muchos un sentido de responsabilidad más atento.
Y esta responsabilidad conduce a la crítica sana de algunas misas todavía rutinarias o barrocas o inadaptadas, sea por el contenido de las homilías o las plegarias... Un hecho todavía más importante lo ha constituido el poner en evidencia el mal de fondo: el legalismo y sus consecuencias.
Para decirlo claramente: si el abandono del precepto dominical indica, por lo común, un descenso de la vida cristiana, es preciso declarar, por otra parte, que la simple asistencia a la misa con la finalidad de cumplir el precepto no es garantía absoluta de vitalidad cristiana. Es indiscutible que se da el caso de personas no practicantes que han aceptado un compromiso de vida en favor de los de mus; del mismo modo que es evidente que existen practicantes no comprometidos y de vida egoísta. Ante tal constatación cabe esta pregunta: ¿quiénes están más cerca del Evangelio?
Es precisamente esta constatación ―no el capricho sistemáticamente contestatario―, lo que hace que muchos jóvenes dejen la misa con el pretexto de que la Eucaristía del domingo es un ritualismo sin consistencia, que fomenta la evasión ante los deberes que impone la vida de cada día. Y es que la sola pedagogía de la obligación lleva solamente al miedo al pecado y al fomento de la auto-satisfacción {15 (115)} del deber cumplido, pero no al compromiso evangélico.
Es preciso, por lo tanto, redescubrir la Eucaristía en sus dimensiones propias, como signo y motor de vida cristiana.
Un enfoque más evangélico:
Será preciso Insistir, con preferencia, no ya sobre el precepto, sino sobre las motivaciones del precepto. Aquí las resumimos:
día del Señor
1) El domingo en el día del Señor. Es la conmemoración de su triunfo pascual. Jesucristo resucitado vive en medio de nosotros y nos salva. Su triunfo sobre la muerte es también el triunfo sobre nuestra miseria. La Eucaristía actualiza esta Pascua y la presencia del Señor entre nosotros. Es preciso participar en esta Eucaristía si, mínimamente, queremos corresponder al amor primero de nuestro Dios y Señor.
día del hombre
2) El domingo es, también, el día del hombre.
Como Jesus lo decía de la fiesta de los judíos: «El sábado (domingo cristiano) es para el hombre». El hombre puede, tiene derecho a la fiesta, a descansar del trabajo fatigoso, a rehacer su salud corporal y psíquica, a estrechar los lazos familiares y sociales, a enriquecer culturalmente su espíritu; tiene más tiempo para rogar y para dedicar a Dios. Es preciso, pues, que salga del vértigo de cada día y que restaure su cuerpo y su espíritu, individual y colectivamente. Se le ofrece esta oportunidad en el encuentro dominical.
día de la Iglesia
3) El domingo es el día eclesial por excelencia.
Los cristianos se alegran y hacer fiesta, porque Cristo en su muerte y su resurrección los ha salvado. Y lo celebran reuniéndose en torno a la mesa de Cristo, la misma que les ha preparado mientras les dice: «Tomad y comed».
El domingo es el día en que, reunidos en asamblea, adquieren conciencia viva del hecho que, en Cristo, somos una gran familia que tenemos a Dios por Padre. La Palabra de Dios nos ilumina, nos conforta y nos responsabiliza; {16 (116)} luego tomamos el Cuerpo de nuestro Salvador, mientras celebramos «el memorial» de su muerte y su resurrección, hasta que vuelvas al final de los tiempos, cuando esta familia habrá llegado «a la plenitud de edad», como dice san Pablo.
Si estas motivaciones las hacemos nuestras, tendremos necesidad de integrarnos en la asamblea dominical del Señor, será un gozo formar parte de ella ―y dolor las veces que una dificultad nos impida asistir― y se traducirá en un compromiso de vida cristiana sin el cual la Eucaristía sería nada más que una mera evasión o, si se quiere, un pasatiempo.
Cuando faltan estas convicciones, es que todavía se permanece en un estado de inmadurez, fluctuante, propensos a dejarse arrastrar por el viento que sopla más fuerte y se cae, en general, del lado en que nos esclaviza más fácilmente el egoísmo o el capricho.
El precepto
Pero, ¿y el precepto?
El precepto subsiste todavía, como un estímulo externo para la inmadurez en la vida cristiana, para todos aquellos que tienen necesidad de una ley que les ayude a andar. El cristiano maduro, en cambio, no tiene necesidad del precepto y prescinde prácticamente de él: prescinde no porque lo desprecie o se haya abolido, sino porque no se mueve por el peso de la ley externa o por el miedo al castigo, sino más bien por el amor y por el convencimiento y gusto de las motivaciones expuestas. El precepto le sobra. Le sería tan absurdo como si, en la vida física, el Estado impusiera la obligación de comer bajo pena de multa o cárcel.
El que ama no necesita ley externa, porque tiene una exigencia interna que le lleva a hacer infinitamente más de lo que prescribe una lista completa de deberes.
La historia
Con esta libertad interior, que dicta el amor de Cristo, vivían las primeras generaciones cristianas. San Lucas nos dice que «tomaban parte asiduamente en las enseñanzas de los apóstoles, en la fracción del Pan (Eucaristía) y en las plegarias. Y tomaban el alimento con {17 (117)} alegría y simplicidad de corazón» (Hechos, 2, 42-46). La «fracción del Pan» no era impuesta como un deber. Se reunían el domingo para rememorar y renovar la experiencia pascual de las apariciones del Señor muerto y resucitado. Sólo cuando comenzó a decaer la visión festiva del domingo se introduce como un deber la asistencia a la asamblea dominical.
Nada sin la conversión
Con todo lo expuesto no hemos constatado, todavía, a determinadas dificultades. Si el precepto subsiste, ¿es de todo punto indispensable cumplirlo, quiérase o no?
Dejando de un lado las situaciones de imposibilidad, hay otros casos en los que, un mínimo de honradez, hace obligatoria la abstención. Veamos algunos importantes.
La caridad
Dice Jesús: «Si presentas tu ofrenda en el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí la ofrenda ante el altar y corre antes a hacer las paces con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5, 23-24). La Iglesia ha entendido siempre este pasaje en el sentido de que, antes de participar en la Eucaristía, (viene de la pág. 12) gozo, etc. ¿Cómo puedo, pues, pretender comprender y saber todo lo que se refiere a Dios?
Pero las objeciones más frecuentes las oiréis referidas a la Iglesia.
Tal vez te pueda servir una anécdota referida a Pitigrilli. Es ésta: en Londres, en el Hyde Park, un predicador al aire libre sufre repetidas interrupciones por parte de un individuo mal aseado, sucio, despeinado, que dice: «Hace ya veinte siglos que existe la Iglesia y todavía el mundo está lleno de ladrones, adúlteros y asesinos». «Lleváis razón, responde sin inmutarse el predicador, y, además hace dos millones de siglos que existe el agua en el mundo y daos cuenta en qué estado tenéis vuestro cuello».
En otras palabras: ha habido papas malos, obispos malos, sacerdotes malos y católicos malos. Pero esto, ¿qué significa? ¿Que ha sido aplicado el Evangelio? No, sino que significa lo contrario: que el Evangelio no ha sido aplicado.
Querido Pinocho, sobre los jóvenes como tú existen dos frases famosas que te las quiero decir. La primera que te recomiendo es de Lacordaire: «¡Tened un criterio y hacedlo valer!» La segunda es de Clemenceau y, sinceramente, no te la recomiendo: «No tiene ideas, pero las defiende ardorosamente».
{18 (118)} es indispensable una sincera reconciliación con el hermano. El que no se quiera reconciliar no puede participar en ella. Es un precepto divino, que prevalece sobre el precepto de la Iglesia de asistencia a la misa dominical.
Habrá que distinguir sinceramente y sin hipocresías entre verdadera voluntad de perdonar y sentimiento: la Eucaristía ayudará a llevar el sentimiento a la voluntad.
La Justicia
Algo parecido dice san Pablo respecto a los ricos que oprimen a sus hermanos pobres. Lo dice a propósito de los ágapes fraternos que acompañaban la celebración de la Eucaristía en los primeros tiempos. A veces se ponía en evidencia la división injusta entre ricos y pobres: «En los ágapes cada uno se adelanta a tomar la propia cena, y mientras uno queda con hambre, otro se embriaga... ¿Es que tomáis a la ligera a la Iglesia de Dios y queréis confundir y humillar a los que no tienen nada?» (1 Cor. 11, 21-22). La Eucaristía es signo del Cuerpo de Cristo: de su cuerpo físico y también de su cuerpo místico, que son todos los fieles, unidos en comunión de fe y de caridad.
Si la comunidad está profundamente dividida por una injusticia que hace imposible la caridad, la Eucaristía se convierte, parcialmente, en una mentira.
Es preciso una sincera conversión antes de acercarse a la Eucaristía. El que no quiera vivir como cristiano no tiene derecho a integrarse en la asamblea.
Huelga decir que el que no cree tampoco tiene derecho a la asamblea eucarística, porque introduce una división más profunda en el Cuerpo de Cristo: no es cristiano.
Es preciso ir a Misa
Resumiendo: ¿es preciso ir a misa el domingo?
Sí, es preciso: si se quiere ser fiel a Cristo y si se quiere agradecer su amor; si se quiere sentir el gozo de ser cristiano y se quiere vivir con plenitud la comunión eclesial; si se quiere vivir según las exigencias de la fe y de la vida cristiana. Y también, naturalmente, si se quiere cumplir un precepto de la Iglesia.
Pero, el que no quiera vivir como cristiano..., es mejor real y honestamente, que no haga comedia. Que se abstenga; que antes se convierta, como dice el Evangelio:
«El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en la buena nueva» (Marcos 1, 15).