Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 162. NOVIEMBRE. Año 1978
0. SUMARIO
Publicación mensual del Oratorio Núm. 162 NOVIEMBRE Año 1978 SUMARIO UN PAPA nuevo, más bien que un nuevo Papa, va a ser por su origen, por su carácter, por sus actitudes, Karol Wojtyla. La Iglesia, con él, se rejuvenece y abre a nuestras esperanzas, mientras el mundo entero lo recibe con simpatía y entusiasmo. ¡Ojalá los cristianos ayudemos a convertir en realidad las esperanzas de la Iglesia y del mundo!
BLANQUERNA
LA VALENTÍA DE LA IGLESIA
EL PAPA WOJTYLA, PAPA NUEVO
DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ.
CREO EN LA SANTA IGLESIA
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1. BLANQUERNA, PAPA LEGENDARIO DE LLULL
CONCORDARON unánimes todos los cardenales en elegir que Blanquerna fuese creado Papa. Y todos quisieron y dijeron en una voz que el fuese Papa, y luego inmediatamente cantaron el Veni Creator Spiritus y el "Te Deum laudamus", y tomaron a Blanquerna para sentarlo en la silla apostolical; pero Blanquerna no lo quiso, y dijo estas palabras:
―Fama es por todo el mundo que el Papa podría con sus hermanos los cardenales ordenar y poner en buen estado 1 todo el mundo, si quisiese. Y como el mundo ahora se halla en tan gran discordia y desorden, es cosa temerosa el ser Papa, y en él es significada gran culpa mientras no use de su poder en ordenar el mundo, siguiendo su voluntad todo el poder que Dios le dio para ordenarle. Y, como yo sea indigno de tener poder tan grande, en cuanto me falta el saber y el querer, por esto tan noble y tan grande poder como es este poder apostolical, no debe ser encomendado a mi flaco saber y querer. Y, por tanto, yo renuncio el poder apostolical y pido que sea dada respuesta a las diez cuestiones que yo he propuesto a esta corte.
Cuanto más fuertemente el obispo Blanquerna se excusaba y renunciaba al pontificado, con tanta mayor fuerza se movía la voluntad de los cardenales a que el fue se Papa, siendo condición de la elección que aquellos que más fuertemente se excusan y renuncian, deben ser preferidos en la elección, como se convenga en las demás condiciones que corresponden al hombre digno de ser elegido. Y por este motivo, el obispo Blanquerna consintió entonces en recibir el oficio papal, y dijo estas palabras.
―En mí hay falta de saber y querer que se iguale al poder apostolical. Si por vosotros soy elegido Papa, os pido que me ayudéis, como por igual querer y saber usemos del poder que se me ha dado en procurar que Dios sea conocido y amado, y que su pueblo sea por el bienaventurado. Y si no lo hiciereis, me haréis grande injuria y gran pecado. ―Todos los cardenales prometieron gustosamente al Papa que le ayudarían en todo lo que era su voluntad, según la libertad del saber y del poder que Dios les había dado y según el Cargo que Dios había sujetado su voluntad a servírsele. Y, de esta forma, el obispo Blanquerna fue elegido Papa.
RAMÓN LLULL., místico del s. XIII, traducción castellana del s. XVII revisada por Batllori y Caldentey.
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2. La valentía de la Iglesia
LA elección de Juan Pablo II no ha sido un desafío al mundo, ni un reto al comunismo, ni un desprecio a los cardenales italianos, ni una maniobra de la jerarquía pastoralista contra la curia romana... Aunque corrieran ríos de tinta y zumbieran las rotativas, aunque resonaran las ondas o destellaran imágenes manipuladas para llamar, como sea, la atención perezosa del consumidor vulgar de noticias sensacionales, lo bien cierto y lo que explica este suceso sin duda notable en la historia de la Iglesia de la que somos miembros, e darnos cuenta de que la Iglesia es valiente, y precisamente fijándonos en la debilidad de los hombre que la componemos, porque, en conjunto, en todo este evento, las aspiraciones, los deseos manifestados por todo el mundo expresados de forma genérica, pero insistente, han encontrado expresión en la elección obtenida.
Han sido valientes los cardenales, valiente el pueblo de Dios y valiente el propio Papa.
La valentía del senado de la Iglesia ha sido proclamada, inmediatamente, sólo dos días después de su elección, por el Papa mismo, en el curso de la audiencia concedida a los cardenales, que les ha dicho que «no sólo ha sido un acto de confianza el llamar como obispo de Roma a un no italiano, sino también un acto de valentía». Él, para decirlo, usaba una palabra italiana, que significa valentía, pero que tiene un sentido más preciso que la fonéticamente equivalente de nuestro castellano; esta palabra es "coraggio" y en castellano "coraje".
Pero el significado italiano es más preciso: es poner toda la fuerza en el corazón y poner el corazón en todas las fuerzas.
Por lo demás, les decía, es propia de lor cardenales la valentía, in la cual carecería de sentido el {3 (123)} símbolo de la púrpura ―sangre― que se les impone y que significa el compromiso para confesar la fe y servir a la Iglesia de Dios. Sacó a la memoria el mártir inglés John Fisher, quien mientras estaba en prisión, poco antes de ser decapitado, era creado cardenal por el Papa. También hoy ha habido y hay personas «a quienes ni les ha sido, ni les es ahorrada la experiencia de la cárcel, de los sufrimientos, de la humillación por Cristo».
Valientes han sido los cardenales también, una vez más, porque cuando los reinos del mundo en sus "crisis" se hacen larguísimas en la búsqueda de hombres y soluciones, el conclave ha dado ejemplo designando con serena diligencia y en menos de dos días, a otro sucesor de Pedro, que nos llega con todas las apariencias de haber sido una óptima elección.
Valiente, además, el pueblo de Dios. No la multitud informe que goza y busca los acontecimientos de muertes dramáticas o los encumbramientos o coronaciones teatrales como otra enajenación más, sino esa gran masa de creyentes que deseaba y pensaba en un verdadero hombre de Dios, en un hombre espiritual y no mojigato, en un hombre sensato, claro demente , pero con luz en los ojos y fuego en el corazón. Deseo cultivado en las aspiraciones más puras del alma, traducido en oración informal pero viva y constante, que finalmente se ha alegrado y ha sentido que tenía derecho al gozo porque ese Papa era "suyo" cuando en las primeras imágenes, ha visto que ponía el pie firme y la serenidad humilde con el ardor y la claridad de la palabra segura, capaz de dar confianza a los más pusilánimes y de abrir nuevos caminos a los generosos, para el bien de la Iglesia y del mundo que, consciente o inconscientemente, lo necesita.
Pero a la hora de la valentía del pueblo de Dios, no podemos pasar por alto a una porción importante del mismo, del cual ha sido extraído este Papa. Esta valentía ―este "coraje": de juntar fuerza y corazón― que merece allí, colectivamente, en el conjunto de sus cristianos, casi la investidura de una púrpura colectiva, porque ha sido, a través de su historia, mártir y torturado, creyente católico y siempre fiel a la Iglesia de Cristo. El Papa viene de Polonia, que siempre fue fiel, aunque nunca tuvo un Papa. Polonia es una llanura inmensa — "Polonia" quiere decir, etimológicamente, y desde nuestras tierras tenemos derecho a una leve emoción..., quiere decir "los llanos"― Llanura inmensa que solo hacia el sur inicia suavemente su elevación para asomarse a la balaustrada de los Sudetes y de los Cárpatos, como para volver un poco el rostro de las brumas del norte y de los helores de la tundra {4 (124)} inhóspita. Y la tierra sube porque, de más allá, le vino la fe, que ninguno de los terribles asaltos sufridos ha conmovido, lo largo de su bella, dolorosa, esforzada y milenaria historia. Como ejemplo próximo a nuestra época, bastaría decir que en menos de dos siglos, ha sido troceada y repartida cuatro veces, hollada y escarnecida su cultura, relegados sus sabios, silenciados sus poetas, arrinconados sus artistas y perseguidos sus creyentes. Pero han seguido teniendo fuerzas en medio del frio de la soledad y de las amenazas de los cuchillos del odio, y del dolor de los pies llagados por las deportaciones (4.000.000 en la última guerra mundial), para mantener incólume su fe y hoy mismo, a pesar de los esfuerzos y la opresión de una dictadura que ha intentado de varios modos erradicar la religión, casi la totalidad de los polacos son católicos, pero católicos no de simple adscripción sociológica, sino católicos convencidos y practicantes, entrenados, endurecidos en las dificultades, discutidos en su libertad de conciencia, pero invictos en la fe. Ningún tirano ve atrevería a hacerles mártires porque lo serían todos. Esa fe les abre a lo universal, más allá del mar, más allá de la estepa, más {5 (125)} allá de los montes y de los márgenes fronterizos impuestos... para que el pensamiento de un Dios de todos los hombres y una libertad igualmente universal, les redima del exceso de la obcecación nacional, y les haga puro el mismo amor a la tierra, a "su" tierra, hombres y cosas.
Curiosamente, este pueblo de santos, de mártires y de valientes en la fe: ese pueblo de trabajadores, de artistas y de sabios, no había tenido nunca un Papa. Por esto, ahora, el que la Iglesia da al mundo, es una gracia y un regalo para todos los cristianos, pero es, especialmente y además, un premio para ellos, para Polonia, tierra de llanos y llanura; tierra de fe, de esperanza, de abnegación, de constancia y de valientes.
Finalmente, también el papa Juan Pablo II ha sido valiente. Cuando el mundo, sumido en las distracciones forzadas de las técnicas materialistas, siente sin saber expresarla, la soledad del corazón y habla de socialismos, sociologías y sociedades para liberarse o protestar del individualismo que le corroe y del miedo que le paraliza, desesperado de desconocer el sentido de la vida; cuando ocurre todo esto, vemos que la Iglesia se hace más universal y, restañadas las heridas de viejas divisiones, abre su mirada y sus brazos a este mundo, necesitado, problemático y difícil, pero que es de Dios, y llama a un hombre de mirada azul, sin artificios de cristales, pero que no puede disimular su sabiduría, acostumbrado a hurgar en los libros y a otear los horizontes, que ha pasado penas y trabajos, que no ha tenido ni ganas, ni medio, ni tiempo para posturas aburguesadas ni ha pensado jamás en rentas protectoras ni grandezas humanas, y la Iglesia lo sienta en la silla de Pedro. Y él acepta: acepta porque es valiente, como lo han sido los que le han elegido y porque es de tierra de valientes. Y acepta porque pone el corazón en las fuerzas y pone todas las fuerzas en el corazón para decirnos, como a martillazos de amor y de fe, que tiene miedo, pero que se abre a Dios; son palabras como el repicar del bronce en los campanarios del cielo y en el corazón de los hombres, cuando las dice desde la balaustra donde pone las manos, para que los arcos enormes de piedras que de allí se abren, le sean brazos más largos que acojan fraternalmente a todos: «Hermanos, hermanas, he tenido miedo, pero me he dirigido al Espíritu... Y estamos aquí para confesar nuestra fe común... y también para reemprender el camino en la vida de la historia y de la Iglesia, con la ayuda de Dios y de todos vosotros».
Amémosle. Amémosle, sin mitos.
Caminemos con él, en la Iglesia, por el mundo, con los hombres, hacia Dios.
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3. EL PAPA WOJTYLA, PAPA NUEVO
LA historia de cada hombre, la historia de la humanidad, la misma historia de la Iglesia, es una sucesión que discurre a través del tiempo, influida por él, por los hombres de cada época: lo que podemos exigir en un momento dado no puede ser incondicionalmente válido para otra situación temporal histórica. La que puede ser sorpresa por tener en la sede de Pedro a un Papa no italiano entra en estas relativaciones que, por lo demás, mantienen inalterado el principio de la universalidad en la sucesión del Sumo Pontífice.
Por esta misma razón es previsible, para épocas futuras, otros sistemas de elección del mismo modo que, el actual, no es parecido al originario y a otros intermedios.
Pero hemos de dar gracias a Dios del resultado actual en el que la nota de universalidad resplandece más que en elecciones anteriores.
Por motivos históricos hubo un cierto nacionalismo remoto en la práctica de la designación y representatividad de la sede Vaticana.
Se dio un paso importante con Pio XI por medio de la invención del minúsculo Estado Vaticano, que aseguraba la supranacionalidad del Papado. Con Pío XII la nota de internacionalidad de la Iglesia adquiere {7 (127)} una esplendorosa manifestación, después de las grandes guerras, en la memorable celebración del Año Santo de 1950. Pero el que marca un hito definitivo en la Iglesia de nuestros días, es Juan XXIII, que quiere que la Iglesia pueda hacerse entender al mundo de hoy:
convoca e inicia el Concilio y multiplica el nombramiento y la diversidad de los cardenales, que llevan al Sacro Colegio la representatividad de todos los continentes. En realidad recogía un intento no culminado de Pío XII.
El papa Montini ―sucesor de Pío XII a través de Juan XXIII― entra en una Iglesia universalizada:
termina el Concilio y, con a cuestas todo el peso de su aplicación, se lanza a los caminos del mundo, llevado de su sentido humano universal y del anhelo ecuménico, latente desde los tiempos de Mercier y los más lejanos de Newman y León XIII, pero como descubierto y acuciante desde el Concilio, por Juan XXIII.
Pablo VI, con plena conciencia, dedicará todas sus fuerzas a la tarea heredada y, por ello, encontrará las dificultades que le llegarán de tres frentes: principalmente de los tradicionalistas conservadores ―comparables a los judaizantes que obstaculizaban al apóstol Pablo y, como reacción impaciente frente a la rémora tradicionalista, las imprudencias progresistas, menores en importancia que el cerrilismo tradicional. En medio, un tercer elemento, constituido por una porción indolente y numerosa, de los que vieron en el Concilio poco más que un recurso para reponer alguna modulación restauradora en el cansino repertorio de sus ideas desvitalizadas, esclerosadas.
La breve presencia de Juan Pablo I no fue inútil, y ha sido a través de su transparencia evangélica que nos llega Juan Pablo II, con esa visión nueva, refrescante y sólida que parece dispuesto a superar los últimos restos de las barreras que separan mundo de hoy e Iglesia.
Juan Pablo II no llega sólo como un "nuevo Papa", sino como un {8 (128)} "Papa nuevo". Cierto que es la consumación, sin rupturas, de etapas de un camino que han preparado los predecesores, y en cierto modo los resume, pero es otro hito desde el que se definirán nuevas actitudes en la Iglesia por las que el Concilio no solamente no sea discutido, sino que deje de ser referencia tópica y se lleve a todas sus consecuencias y que el mundo pueda entender a esa Iglesia que también se acerca a él para darle la mano y responder a las ansias más profundas de este viejo mundo, que se ha hecho de nuevo adolescente, cara a crecimientos en los que pide, sin saber, que le comprendan y que le llenen el espíritu.
Tenemos nuevo papa y papa nuevo: heredero y renovador a la vez; no hay rupturas sino consumación de etapas en un mismo camino que han preparado y dispuesto los predecesores. Es todo un símbolo el gesto del Papa que, al acercársele para la "obediencia" el cardenal Wyszynski, el viejo campeón de la libertad en Polonia, se puso en pie él, el Papa, para besar las manos del hermano mayor, como lo haría el hijo con el padre.
Abajo, en los ríos de las palabras, los hombres discuten, barruntan, deciden o suponen, pero ―dándose o sin que se den cuenta― es Dios el que gobierna, resume y realiza, sin milagros ―no hace falta―, pero providencialmente, la nave de Pedro.
Jóvenes:
sois el futuro del mundo, sois la esperanza de la Iglesia y sois mi esperanza.
Juan Pablo II, 22.10.1978
Adolescentes.
El amor los madura de repente y, adultos de improviso, cogidos de la mano caminan en tropel:
son corazones fluidos von pájaros cazados, perfiles de tiniebla todavía.
Yo sé que dentro late, del corazón indómito, el pulso de este mundo.
Cogidos de la mano se sientan en silencio a la orilla del río de la vida, sobre un tronco de árbol de la tierra. La luna se mueve en un triángulo de luces mortecinas.
Las brumas no se atreven a alzarse todavía.
Crecen sus corazones sobre el rio.
¿Será también así, yo me pregunto, cuando se alcen de nuevo para seguir andando?
¿Será quizá la luz entre las plantas que les descubrirá la hondura no sabida, hasta el momento?
¿Lograréis соnѕеrvar lo que en vosotros nace?
¿Separaréis por siempre el bien del mal?
KAROL WOJTYLA, 1958.
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4. «Dejad que los niños se acerquen a mí»
NINGÚN papa contemporáneo ha mostrado el do minio magistral de la situación en la ceremonia inaugural de su pontificado, como Juan Pablo II: dominio sorprendente al dirigirse a un cuarto de millón de fieles en las más de tres horas transcurridas desde el aplauso que saludó su presencia hasta que se despidió desde el balcón diciendo: «Es la hora de ir a comer todos, y también el papa».
Este es el comentario que hacía, al día siguiente, el diario inglés "The Times". El vigor de este principio, la profunda convicción de las palabras y la cordialidad patente de sus gestos nos ponían a todos en contacto con la profundidad de sus ideas compactas, llenas de coherencia intelectual y, al mismo tiempo, de fácil conexión popular. Una homilía magnífica y habló en once idiomas, entre ellos, como un abrazo que se tendía especialmente a los pueblos de la Europa oriental, en polaco, lituano, checo y ruso.
Concluidas las oraciones finales, el papa se entusiasma y rompe el protocolo y ritual previsto para ir hacia las primeras filas del pueblo y en particular hacia los polacos presentes alli en un grupo de cerca de cuatro mil, y luego hacia la hilera de autoridades. Pero hay una anécdota que nos llevaba visible.
{10 (130)} mente a los días del Evangelio: «Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis». y un niño se aproximó al papa y el papa al niño, y el papa recibió sus flores y el niño la caricia del papa.
Y al final, antes de volver a la basílica, el papa Wojtyla, inventó un nuevo rito: cogió el báculo rematado en cruz y, con gesto solemne y vigoroso, con la unción de un nuevo Moisés, levantándolo, dio la bendición, como para decir, que era Cristo quien bendecía y no él.
Hermanos, hermanas:
no tengáis miedo!
Hermanos y hermanas: no tengáis miedo a acoger a Cristo y de aceptar su potestad:
ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo.
En nuestro conocimiento y con la potestad de Cristo, servid al hombre y a la humanidad entera.
No tengáis miedo. Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo. Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, tanto los sistemas económicos como los políticos, los campos extensos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. No temáis:
Cristo conoce la intimidad del hombre. Sólo él lo conoce.
El hombre actual, con frecuencia, no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo.
Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid pues ―os lo ruego, os lo imploro con humildad y confianza―, permitid que Cristo hable al hombre de hoy. Sólo él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.
Juan Pablo II
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5. documento: CREO EN LA SANTA IGLESIA
Es frecuente oír opiniones que distinguen y hasta oponen la idea de la Iglesia a la realidad de Jesucristo. Este se admite, pero se prescinde de la Iglesia. Una sincera y serena observación de la relación que el Evangelio establece entre Cristo y la Iglesia lleva, necesariamente, a no poder prescindir de la Iglesia, si se cree totalmente en Jesucristo, ya no poder creer en Jesucristo si se prescinde de la Iglesia. El cardenal León-Josef Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, en una carta pastoral del verano último, afronta esta relación y ofrece criterios que pueden fortalecer la fe de los creyentes y aclarar las concepciones de los que, sin fe, correrían el riesgo de interpretar superficialmente todo el fenómeno religioso cristiano manifestado a través del misterio de la Iglesia. Ofrecemos los fragmentos principales.
Iglesia visible e Iglesia invisible
La Iglesia de la que se habla espontáneamente y a la que se hace referencia en la prensa, la radio, la TV, es una Iglesia que se contempla en su estructura visible, como una sociedad humana, con sus cuadros y sus leyes; es una realidad sociológica de contornos bien definidos.
Es una realidad histórica que posee una larga historia, con altos y bajos, de grandezas y de crisis, de santidad y de miseria.
Pero una mirada sociológica o histórica de la Iglesia es una mirada truncada, porque es parcial. La verdadera {13 (133)} Iglesia es, sin duda, una realidad visible, pero es, simultáneamente una realidad invisible. Aunque se trata de hecho, de dos aspectos de una misma y única realidad.
Para ser fieles a la Iglesia, tal como Cristo la ha querido, es imprescindible admitir y creer en el misterio de la Iglesia que se sitio en el interior y alcanza hasta mus allá de sus aspectos sociológico e histórico.
La Iglesia según el Vaticano II
El Vaticano II, en la LUMEN GENTIUM, ha destacado rigorosamente estos dos aspectos, el risible y el espiritual, de la misma y única Iglesia.
Leamos de nuevo este pasaje: «Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y raridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesias terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos casos distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por lo cual, en virtud de una analogía que posee su valor, se la compara con el misterio del Verbo encarnado. En efecto, así como la naturaleza asumida por el verbo divino este a su servicio como un órgano viniente de salvación que le permanece inseparablemente unido, así también la totalidad social que constituye la Iglesia está al servicio del Espíritu de Cristo, que le da la vida, en vistas al crecimiento del cuerpo (cf. Ef. 4, 16). Esta es la única Iglesia de Cristo que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica (LG, n.8)».
En lugar de considerar a la Iglesia a partir de nosotros mismos, a partir de los hombres que la componen a lo largo de los tempos, es preciso mirarla con los ojos de La fe, a partir de Jesucristo, que en quien ha querido y ha fundado su Iglesia.
Esta Iglesia en para los creyentes, una presencia privilegiada de Jesucristo, el cual e completando en ella aquí en la tierra, misteriosamente, lo que comenzó y le va dando vida a través de veinte siglos.
{14 (134)} Es un lugar privilegiado porque en el nosotros recibimos en plenitud su palabra, su vida, su espíritu.
Pero antes de seguir adelante, analicemos que quiere decir "lugar privilegiado".
La Iglesia como lugar privilegiado
A los ojos de Dios, privilegio significa responsabilidad mayor, misión nueva, mandamiento de llevar más lejos el mensaje recibido, el tesoro confiado que no puede esconderse. Cuando Dios tiene una predilección, ese amor significa que exige más. La más elevada manifestación de predilección divina ―en María― transforma en espiritual, para que pueda ser universal, su capacidad de madre. Del mismo modo, cada cristiano consciente de su vocación cristiana, deviene, con nuevo título, responsable de sus hermanos.
Es en este sentido que decimos que la Iglesia es el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Dios.
En ella y por medio de ella nos da el Señor, en plenitud, su palabra, su vida, su espíritu.
La Iglesia como ministerio de la Palabra
A ella le debemos, en primer lugar, la palabra de Dios, tal como nos viene en la Sagrada Escritura.
El Nuevo Testamento nos transmite la historia de Jesus, su vida, su predicación, sus sufrimientos, su muerte y su resurrección. Pero esta historia no termina, sino que tiene una continuación, porque lo que Jesucristo ha anunciado, proclamado y vivido no pertenece solamente al pasado: el Cristo de ayer es también el Cristo de hoy, es nuestro contemporáneo.
La palabra de aquél de quien decían: «Jamás otro hombre ha hablado como este hombre», no murió con él:
vibra todavía y atraviesa los siglos como una ola misteriosa, incontenible.
Esta palabra, viviente por siempre, es la que la Escritura nos hace llegar como una resonancia, como un eco de la misma pronunciada por Cristo, y no la tendríamos sin la Iglesia que la recogió fielmente en el pasado y que, con la misma fidelidad, nos la transmite, de generación en generación.
{15 (135)} Y, además, la Iglesia la interpreta, la aclara, la actualiza, nos la hace vivir. En cada Eucaristía que celebra, la Iglesia nos invita a compartir esta palabra inspirada, antes de invitarnos conjuntamente a compartir el pan de vida.
Escritura y Tradición
Sin la Tradición vita de la Iglesia, la Escritura estaría relegada al capricho y al antojo del gusto de cada uno y de las modas del tiempo. Seríamos como navegantes sin mapa y sin brújula, dejados a la fuerza del viento.
La Tradición y la palabra son una misma cosa, constituyen una unidad. La Tradición nos transmite la palabra, y la palabra, a la vez, aclara y orienta la Tradición. Su trabazón interna, su recíproco influjo es vital.
Muy acertadamente se ha dicho que «la Escritura no puede ser palabra de Dios si se separa y aísla de la Iglesia; y que la Iglesia no sería la esposa de Cristo si no hubiera recibido el don de la inteligencia de la Palabra: estas dos fases de la vida de Dios entre los hombres son aspectos de un mismo misterio. La Iglesia implica la Escritura, como la Escritura implica la Iglesia». Así lo escribe Georges H. Tavard en uno de sus libros.
La Iglesia como ministerio de vida
Pero la Iglesia no es solamente el lugar donde resuena la palabra de Jesus: es, también, el lugar donde el Señor prosigue, prolonga y acaba su acción vivificadora.
Porque Jesús no solamente colma, con su presencia, los treinta años de su vida: su acción atraviesa los siglos Y perdurará hasta el fin de los tiempos.
El actúa para nosotros, ya no por medio de una presencia física, sino de una manera misteriosa por medio de su acción sacramental, que está en el mismo corazón de la vida de la Iglesia.
Los antiguos escritores de la Iglesia lo han repetido con insistencia: no es el sacerdote el que bautiza, consagra, absuelve y sana en el ministerio sacerdotal y por medio de él: es Cristo quien nos sumerge en el agua bautismal y nos asocia, para siempre, a su misterio de vida y {16 (136)} de muerte: es el que renueva para nosotros el "sacramento pascual", como se dice en la liturgia del viernes de Pascua.
En la acción sacramental se contiene, oculta, la operación de Cristo.
El lugar por excelencia, para ese encuentro con Cristo, es la celebración eucarística, y los restantes sacramentos se ordenan con respecto al de la Eucaristía.
Yo quisiera pediros que renovéis vuestra fe en este misterio sagrado, pues está situado en el corazón de toda la vitalidad cristiana. La Iglesia celebra la Eucaristía seguir el mandamiento recibido del Maestro, pero la Eucaristía, por su parte, hace a la Iglesia. Minimizar la realidad sacramental eucarística equivaldría a comprometer el futuro de la Iglesia. Nunca meditaremos bastante la descripción que, de la primera comunidad cristiana, se nos hace en el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-46), porque, normativa, e inspiradora, sirve para todos los tiempos.
la Iglesia como ministerio del Espíritu Santo
Pero la Iglesia de nuestra fe, no es reunión de aquellos que, personalmente o en comunidad, se profesan de Cristo y se consagran a la evangelización y al servicio de los hombres: sino que la Iglesia tiene una existencia y una consistencia que precede y ultrapasa la pura adhesión consciente de los creyentes en Jesucristo y en la comunidad particular de la que son miembros. Ella es, al mismo tiempo, la comunidad que constituimos conjuntamente ―la Iglesia somos nosotros, exclamamos― y el seno que nos contiene, la comunidad materna que nos engendra en la vida de Dios, en el Cristo y por el Espíritu.
La Iglesia de nuestra fe ha nacido santa. Su santidad no se constituye como resultado de la adición de santos que ella engendra, sino que la santidad le es propia, de modo que no la hacemos santa los hombres, aunque fuéramos todos santos, sino que es ella, santa, que nos hace manos a los fieles: ella tiene la santidad de Cristo y de su Espíritu en ella.
Nuestra vocación cristiana consiste en ser fieles a la gracia inicial del bautismo recibido y en traducirla progresivamente en nuestra vida.
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Llamamiento universal a la santidad
Por esta razón el Vaticano II consagra, en la LUMEN GENTIUM un capítulo entero al deber de santidad que pesa sobre el cristiano.
Dice: «Es pues del todo evidente para todos los fieles, de cualquier estado o condición, que están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección deben los fieles emplear las fuerzas recibidas según la plenitud de Cristo, a fin de que siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como espléndidamente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos» (LG, 40).
Conclusión
Como conclusión, quisiera invitaros a leer una vez más, y a meditar el documento de base del Concilio, es decir, la Constitución LUMEN GENTIUM, consagrada a la naturaleza de la Iglesia. Se trata, en fin, de llevar una vida plenamente cristiana. Pero esto supone reservarse en la vida privada, familiar y comunitaria un lugar privilegiado para la oración que es la que nos pone en comunión con Dios y se traduce en acción fraterna. Que los fieles puedan comprender que el cristianismo solamente puede ser vivido en plenitud si permanece abierto a la palabra de Dios, a su vida y a su espíritu.
Os aseguro que en su elección intervino claramente la providencia de Dios. Lo afirmo porque lo he vivido. Tengo la convicción de que será un gran papa, de la talla de los que han regido la Iglesia en los últimos cien años.
Narciso JUBANY, Cardenal-arzobispo de Barcelona, a sus diocesanos, el 18 oct. 1978
Un Papa que viene del Este.
En números redondos los católicos del mundo alcanzan la cifra de 700.000.000, de los cuales, algo más del diez por ciento (concretamente 70.808.000) viven en países comunistas, donde sufren por lo menos fuertes reducciones en su libertad O, incluso, abierta persecución.
Pero no es sólo el establecimiento concreto del Marxismo que reprime la libertad y ataca la religión.
En otras partes del mundo, y especialmente en la América latina, los fascismos y las partidocracias autoritarias, dan también lugar a las "iglesias del silencio" que sufren la represión como en los países comunistas, agravada por la ambigüedad de gobernantes teóricamente creyentes y prácticamente perseguidores de la fe, que desacreditan y cuyas consecuencias no aceptan.
El Papa que viene del Este, podrá comprender y trabajar por la libertad en otras partes.
El nombre del Papa.
Los que oyeran el anuncio de la elección hecho, desde el balcón de san Pedro, por el cardenal Felici, tras el "Habemus Papam!" tradicional, pudieron apercibirse de una cierta vacilación al pronunciar el nombre de "Carolum Wojtyla" correspondiente al elegido.
Los signos del abecedario polaco no se corresponden exactamente al nuestro latino; la diferencia más importante que para la correcta pronunciación del apellido del Papa nos interesa, la representa la "I" que debería llevar una raya inexistente en nuestros signos, y que le da el sonido de "u" latina "ou" francesa, "w" inglesa...) Resumiendo: el apellido "Wojtyla" consta de tres sílabas y es una palabra llana, acentuada, por lo tanto, en la penúltima, y cuya pronunciación correcta sería, para nosotros: "Voi-tí-ua".
Una última curiosidad que nos puede resultar interesante en la Mancha, tierra de horizontes sin fin: el nombre de "Polonia" viene de "Polsh", de cuya etimología se deduce el significado de "llanura".
"los llanos"... Porque también Polonia, en su mayor parte, es una inmensa llanura.