Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 166. MARZO. Año 1979
0. SUMARIO
LA SAVIA empuja, otra res, la vida de las plantas, y la Gracia la de los cristianos. Volver a vivir. Re-morir y re-vivir. Renovarse y resucitar en todo el ser que se prepara a estrenar vida. Lograríamos, en la Iglesia, cada uno y para todos, ese personal renacimiento y transformación de todo el ser si la fe que profesamos la entendiéramos no solo como la afirmación de Dios en nuestra vida, sino como el compromiso, por Dios, ante todo este mundo que queremos transformar para él.
SOY SACERDOTE
VIOLENCIA, NO-VIOLENCIA
DE LA «DECLARACIÓN DE PUEBLA»
EL MENSAJE DE JUAN PABLO
LA FE DE LOS PUEBLOS
REYES, SACERDOTES Y PROFETAS
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE
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1. SOY SACERDOTE
Toda mi vida es un milagro raro;
demostración de Dios en barro y oro.
Mi alma es una niña frente a un toro.
Mi corazón un niño con un aro.
Tengo tanto de mar cuanto de faro.
Soy un mendigo dueño de un tesoro.
Canto por no llorar, y cuando lloro
veo lo turbio dulcemente claro.
Hombre, loco, poeta... todo eso
que se suele decir, ¡y sacerdote!
crucificado en Dios a flor de beso.
Nombre no tengo, tengo sólo mote.
Y estoy perdiendo paz, fama y palabra,
para ganarme el cielo de rebote
A. Sánchez Torres, O. P.
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2. VIOLENCIA, NO-VIOLENCIA
PILATOS era escéptico de la autenticidad de la realeza de Cristo, cuando le fue entregado sin armas; Napoleón se burlaría del Papa que no posee ejércitos; Stalin y Hitler desafiarían a una Iglesia que no tiene divisiones armadas... Y todos han pasado, realzando con sus sombras, las verdades que escarnecieron u olvidaron.
Pero Cristo sigue vivo en su verdad, sin necesidad de armas para guardarla ni de ejércitos para imponerla. Y el grado de pureza de la Iglesia se mide por el de la fidelidad a la Verdad inerme del Evangelio de Cristo, y su fuerza por la voz con que lo repite.
La Iglesia no es violenta, como los violentos de este mundo; ni el de Dios es un reino como los reinos de este mundo. ¿Qué querían del Papa los que esperaban que en América lanzara a los sacerdotes a la "guerrilla"? La "guerrilla" es también un poder, como lo es la denunciada "violencia institucionalizada". Ninguna puede dar la libertad al hombre, a ninguna puede adherirse la Iglesia. Y no ha de hacerlo para defenderse de riesgos o compromisos, ante las alternativas de exaltación o declive de los partidos, sino precisamente para ser fiel al compromiso de decir a todos, algo que es más violento que las armas y que transforma más que las guerras: la Verdad del Evangelio. Falsa sería la Iglesia que no se alineara y, encima, permaneciera callada para defender su imagen" mundana, de prestigios y tácticas sugeridas de la vanidad triunfante.
Pero nadie puede decir que la Iglesia haya permanecido silenciosa o despreocupada. Busca con celo el modo de aplicar la verdad de Cristo a las situaciones dramáticas del hombre.
Ella no puede imponer por las armas la verdad cristiana. Perdería la razón por el uso del medio elegido para imponerla. Ella renuncia a las violencias de este mundo. La violencia está en el pensamiento, la espada es la Palabra y ésta llega al corazón del hombre y cambia la vida del hombre.
Todas las técnicas, todas las fuerzas ordenadas a la consecución de la más noble de las metas humanas, no alcanza a la fuerza, ni llega al valor insustituible de una verdad, de la verdad que el hombre necesita para descubrirse a sí mismo, para descubrir a Dios y para valorar su vida en libertad de hijo de Dios.
{3 (43)} La fuerza material es medida de la pobreza y debilidad del hombre. A ella acude desesperanzado y reducido a cobardía cuando es incapaz de pensar, de creer, de hablar y de convencer. Exige más violencia humana esa no-violencia que la brutal de amenazar, de herir o de matar.
Los que exigieran de la Iglesia otra actitud y otra acción, ni habrían entendido a Sócrates, ni comprendido a Cristo, ni admirado a Gandhi. Les habrían mirado, a lo sumo, irónicos y escépticos, como Pilatos cuando miró a Cristo y, viéndolo sin armas, sin soldados y totalmente pacífico, le dijo: «¿Y tú eres rey?». Pero Pilatos no sabía lo que era la Verdad, ni le interesaba.
Sabía de fuerza, de táctica, de intrigas y de ascensos. Como tantos que critican a la Iglesia, cuando precisamente se está esforzando en acentuar su fidelidad al estilo de Cristo.
3. De la «Declaración de Puebla»
Nos preocupan las angustias de todos los miembros del pueblo, cualquiera que sea su condición social: su soledad, sus problemas familiares, su falta de sentido de la vida... Más especialmente queremos compartir hoy las que brotan de su pobreza. Comprobamos, pues, como el más devastador flagelo la situación de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada por ejemplo en salarios de hambre, de desempleo y subempleo, desnutrición, mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, inestabilidad laboral.
Compartimos con nuestro pueblo otras angustias que brotan de la falta de respeto a su dignidad como ser humano, como «imagen y semejanza, de Dios» y sus derechos inalienables como hijos de Dios. Países como los nuestros en donde con frecuencia no se respetan derechos humanos fundamentales ―vida, salud, educación, vivienda, trabajo...— están en situación de permanente violación de la dignidad de la persona.
A esto se suman las Angustias que han surgido por los abusos de poder, típicos de los regímenes de fuerza, angustias por la represión sistemática o selectiva, acompañada de delación, violación de la vida privada, apremios desproporcionados, torturas, exilios, angustias en tantas familias por la desaparición de sus seres queridos, de guiones no pueden tener noticia alguna. Inseguridad total por detenciones sin órdenes judiciales. Angustias ante una justicia sometida o atada. Angustias por la violencia de la guerrilla, del terrorismo y de los secuestros realizados por extremistas de distintos signos que igualmente gravan la convivencia social. La falta de respeto a la dignidad del hombre se expresa también en muchos de nuestros países en la ausencia de participación social a diversos niveles. De manera especial nos queremos referir a la sindicalización. En muchos lugares la legislación laboral se aplica arbitrariamente o no se tiene en cuenta. Sobre todo en los países donde existen regímenes de fuerza se ve con malos ojos la organización de obreros, campesinos y sectores populares, y se adoptan medidas represivas para impedirla. Este tipo de control y de limitación de la Acción no acontece con las agrupaciones patronales que pueden ejercer todo su poder para asegurar sus intereses.
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4. El mensaje de Juan Pablo II
El diario "LE MONDE", tenido por el más prestigioso y objetivo de los periódicos con rango internacional, dedicaba, en primera página de su edición del 30 de enero último, el siguiente comentario al discurso inaugural de Juan Pablo II en la Conferencia Episcopal de Puebla, que traducimos íntegramente.
EL MENSAJE de Juan Pablo II lanzado en Puebla el 28 de enero, en la apertura de la conferencia del episcopado latinoamericano, no carece de garra ni de habilidad. Robusto en sus convicciones, sabiamente estructurado, su elocuencia es alta y firme. Su lirismo no procede de una efusión de sentimientos, sino de una amplitud de miras que sólo quiere proceder de una fuente: el Evangelio.
Partiendo de la fraternidad entre todos los obispos, de los que es el primero, el Papa evita cuidadosamente que parezca que da directrices a los sucesores de los Apóstoles («éste es, dijo, el eco de mis principales preocupaciones») y luego adopta el tono de un padre en la fe para elevarse gradualmente al de un jefe profundamente consciente de «su deber de evangelizador de la humanidad entera» ¿Cómo definir con más fuerza y amplitud la función papal, tal al menos como la Iglesia la entiende desde hace siglos y que se encuentra hoy objetada?
Se encuentran en este texto, aunque no fuera más que por su vocabulario, las fuentes filosóficas y teológicas a que ha recurrido, por ejemplo, un Santo Tomás de Aquino, un Jacques Maritain, o un Henri de Lubac. Juan Pablo II es un humanista que cree en una verdad objetiva y universal, extra yendo su fundamento y su razón de ser en la Iglesia.
La armonía de su pensamiento posee una coherencia rigurosa, aunque corre el riesgo de descuidar el lado irracional de las cosas. No se puede evangelizar correctamente, afirma el Papa, más que si se tiene una visión correcta del Evangelio, es decir, en definitiva, si se cree en la primacía de Pedro, si se obedece a los sucesores de los Apóstoles y si se reconoce el carácter sagrado del sacerdocio.
El mismo anacronismo a propósito de la doctrina social de la Iglesia, cuyo carácter indispensable afirma, mientras que prácticamente ha caído en desuso. Este Papa no detesta remar contra la corriente.
{5 (45)} Rechazando por igual capitalismo y comunismo como dos sistemas materialistas, busca la delineación de una tercera vía, de la que hay que decir que sólo queda esbozada.
Por otra parte es el papel de la Iglesia elaborar tal sistema político-social? ¿Tiene los medios para ello?
Si la Iglesia «posee la verdad sobre el hombre», como dice textualmente el Papa, está desprovista de ella cuando se trata de entrar en el campo de las aplicaciones concretas. La elaboración de una nueva cristiandad no es probable ni deseable.
Por el contrario, la Iglesia puede emitir un juicio sobre la integridad de la persona humana. Juan Pablo II no se priva de ello y denuncia los atentados a los derechos fundamentales del hombre, principalmente las torturas físicas y psíquicas, en un continente en el que son tan gravemente escarnecidos. Cuando afirma, con una fórmula original que «toda propiedad privada está gravada con una hipoteca social» y proclama la necesidad de la ética cristiana para promover el reino y la justicia, encuentra un máximo de asentimiento.
Una de las ideas-fuerza de Juan Pablo II es que el Evangelio no puede ser confundido con la política.
A sus ojos no podría haber verdadera teología de la liberación más que si ésta parte de la enseñanza de Jesucristo, pero no utiliza después más que métodos conformes con el Nuevo Testamento.
Quizá habría sido más convincente, más eficaz, si no hubiese silenciado las deficiencias crónicas de la Iglesia, las tentaciones de autoritarismo, las infracciones respecto de las libertades esenciales de los individuos y de las sociedades.
La Iglesia no es inocente. Se engrandecería al reconocerlo, porque es juzgada por sus actos más bien que por sus palabras.
Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la línea de su misión, que aun siendo de carácter religioso y no social o político, no puede menos de considerar al hombre en la integridad de su ser.
En el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, la Iglesia encuentra la inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa y cuanto atenta a la vida del hombre.
Juan Pablo II, 28-1-1979
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5. LA FE DE LOS PUEBLOS
ES admirable: mientras como un Boabdil destronado el Sha llora un imperio perdido, la fe de un pueblo musulmán se yergue para exigir una justicia temporal y para proclamar su sed de vida eterna.
Los satélites de los grandes polos hegemónicos —¿opuestos o compuestos?— tratan de matizar en posiciones que les desmarquen de radicales servilismos moscovitas o norteamericanos, mientras que a la sola invocación de Alá, Dios único y grande, las masas inermes atienden a la voz del ayatollah Khomeiny y hasta han muerto en las calles de las ciudades iraníes, conquistadas por los pobres. Los políticos se preocupan pensando cómo van a recuperar la intervención de la mayor parte de riqueza petrolífera del mundo, y qué deben hacer con los clientes perdidos de armas que ya no les quieren comprar.
Más lejos, casi contemporáneamente, al otro lado del mundo, el papa Juan Pablo II, abre las sesiones de una asamblea episcopal que tiene, ante sí, el problema de la evangelización cristiana a masas incontables de miserables (un setenta por ciento, están subalimentados; un cuarenta por ciento, nacidos irregularmente en o fuera de la familia...), de explotados por sistemas de servilismo económico capitalista. Y los políticos occidentales también se preocupan por esta figura blanca que ha crecido en edad, en fortaleza y en fe en un país donde la libertad religiosa y los mismos derechos humanos se escamotean o conculcan bajo el terror de una dictadura marxista. Es extraño: el pueblo polaco, sin ayudas ni desde el poder, ni desde el lado del poder, ha crecido en la fe y ha purificado su fe. Este hombre blanco que acaba de dar a la Iglesia, va a América, a tierra de pobres y, aunque los poderosos le sonríen, temen sus pasos y expían el sentido de sus palabras. El presidente americano ha estado pendiente de cada uno de sus actos, de cada una de sus palabras: un hombre a quien siguen las masas es peligroso, según el gesto, según la palabra que diga, especialmente cuando las masas son de pobres y desesperanzados, {7 (47)} que pueden poner en ese hombre blanco toda su esperanza... La CIA, ayudando y completando con su acción y asesoramiento a los gobiernos débiles del subcontinente dependiente, ya se alarmó a propósito de la II Conferencia Latinoamericana de Medellín y, desde entonces, sigue especialmente ocupada al cuidado y vigilancia de los más peligrosos obispos y sacerdotes progresistas latinoamericanos: no teme que se hagan guerrilleros —eso ya les descalificaría por sí mismos, como se descalificaron de Cristo los "zelotas"—, sino de que saquen demasiadas consecuencias de las verdades del Evangelio aplicables a la situación miserable de aquellas pobres tierras, en las que los poderosos, subvencionan generosamente los métodos para frenar la natalidad, y escamotean los presupuestos para la instrucción aun la elemental: el que sabe piensa, el que piensa es peligroso.
Algunos hubieran querido que el papa hubiese ido allí a proclamar una "guerra santa", para descalificar, por la proclamación de la violencia, el mismo Evangelio. Y no:
hay una violencia mayor que la "guerrilla": no está en los pactos {8 (48)} con las estructuras de poder, sino, en todo caso, como ha recordado, en la estructura básica de la sociedad, que es la familia; está en la misión profética del sacerdocio, como anunciador de la verdad evangélica a todos los hombres y ajustada a las realidades de injusticia donde el mismo hombre no se respeta; está en la atención a la juventud, en su instrucción y formación para capacitarla para la vida.
Cuando tanto se habla de crisis de fe, en el mundo de nuestros días, se dan dos ejemplos de resonancia universal en los que, con diferentes estilos, pero con la fe en Dios como base, los pueblos se levantan, y los poderosos temen por las verdades que gritan. Los poderosos cuentan dólares, barriles de petróleo, jornales baratos no protestados, y piensan en su bienestar creciente, refinado, exclusivo, aunque sea a costa de los demás, que les interesan no como hombres, sino como unidades económicas. Los que enarbolan la fe, claman por el hombre, por el hombre entero: ni sólo el temporal que ciñe la historia, ni sólo el espiritual que espera el cielo, sino en el que pasa por la tierra, criatura de Dios, hijo de Dios, miembro de la fraternidad universal, con todo cuanto exige, de inmediato, esa proclamación. Y los poderosos tiemblan y piensan si vale la pena encender una guerra, si sería rentable otro desastre universal, para evitar que la Verdad entusiasme a los pobres y prosperen sus exigencias.
El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad y, al mismo tiempo, único e irrepetible, alguien eternamente ideado y eternamente elegido:
alguien llamado y denominado por su nombre...
Frente a otros tantos humanismos, con frecuencia cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la Verdad sobre el hombre, que ella recibió de su maestro Jesucristo. Ojalá no impida hacerlo ninguna coacción externa. Pero, sobre todo, ojalá no deje ella de hacerlo por temores, o dudas, por haberse dejado contaminar por otros humanismos, por falta de confianza en su mensaje original.
Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como es la base de la verdadera liberación. A la luz de esta verdad, no es el hombre un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él.
Juan Pablo II, 28-1-1979
AUSENTES DE PUEBLA.
No solamente dolorosas, sino evidentemente significativas son las ausencias de cuatro obispos que deberían de haber acudido a Puebla de los Ángeles, para participar en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana.
Se trata de los dos obispos de Colombia, Gerardo Valencia y Raúl Zambrano y del argentino Enrique Angelelli, que murieron, cada uno de ellos, en otros tantos accidentes muy misteriosos, no suficientemente aclarados por las policías de los respectivos países. El cuarto es el obispo de Paraguay, Ramón Bogarín, que murió de un ataque al corazón veinte días después de haber sido detenido, en Riobamba, junto con otros dieciséis obispos. Es de señalar que los cuatro obispos eran apasionadamente defensores de los pobres y oprimidos.
No bastan las denuncias, hay que ser agentes de justicia.
Juan Pablo II
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6. Reyes, Sacerdotes y Profetas
PUEBLO de reyes, pueblo sacerdotal, pueblo de profetas, se ha llamado Israel. He aquí las tres dimensiones y, también, las tres instrumentalizaciones de la sacralidad: el orden y el dominio para establecer lo santo, el rito y el sacrificio para conjurar el mal y propiciar el bien, y el clamor de resonancia eterna para la proclamación de la Verdad. Pero sin olvidar que todo bien, todo orden, toda fuerza, no lo es jamás si no comienza por ser una verdad, si no parte de la autenticidad genuina, esa que está sólo en el principio y en la conclusión, que es alfa y omega de todos los caminos. Mientras el término no se alcanza, somos buscadores de la Verdad, nunca acabada de encontrar, pero ya centelleante de amaneceres, de promesas, de esperanzas, desde que Cristo se ha presentado como la Verdad de Dios, para que nos renovemos, nos reconstruyamos en una "creación nueva de hijos de Dios".
Los errores de Israel respecto de Cristo, son los mismos errores del mundo respecto de la Iglesia. El encargo esencial de Israel estaba en su misión profética, de anuncio y de esperanza en una Alianza superior con Dios; no estaba en su teocracia, {10 (50)} como nos manifiesta abiertamente el capítulo VIII del primer libro de Samuel, a pesar de la excepcional grandeza de David. No estaba tampoco en su función sacerdotal, meramente simbólica: todo lo que el símbolo les debiera haber recordado, se vino estrepitosamente abajo cuando la realidad, Jesucristo, se les presentó. Ese Ungido que no reconocieron era, cabalmente, el anunciado por los profetas, el no manipulado por ningún poder —su reino no era de este mundo, que no le era ajeno, pero que lo sobrepasaba—, el no profanado por el fanatismo cultual de los sacerdotes que lo acusaron de blasfemo —que, si hubiesen creído en Moisés, también habrían creído en él—. Su relación con lo santo les había hecho orgullosos del peor y más sutil de los orgullos, el de "elegidos" de Dios, orgullosos teológicos.
El mundo nuevo, las esperanzas Santas, el advenimiento del Reino de Dios, universal y eterno, no estuvo ligado a las dinastías, santas o pecadoras, de la institución real, ni se retuvo aprisionado en la casta de privilegio alguno en la guarda del Arca o en el acceso y oficios del Templo. Todo esto quedaba, si acaso, como un símbolo provisional indicador balbuciente {11 (51)} de otras realidades magníficas que sólo los profetas anunciaban, en momentos de exaltación o de angustia, por encima de las alternativas contradictorias de un pueblo que guardaba la conciencia de poseer un destino excepcional recibido de Dios, pero que se debatía entre querer imitar los estilos de las instituciones mundanas del poder, de la fuerza o de la riqueza, o bien se encerraba aséptico y arrogante en el orgullo satisfecho del prestigio de lo santo, convertido en objeto de posesión y en exclusividad de casta.
Y entonces eran los profetas que alzaban la voz frente a las desviaciones que iban tras los "absolutos ajenos", las divinidades extrañas, y los que denunciaban la insinceridad rutinaria del orgullo sacerdotal, y encendían en el corazón del pueblo hogueras de esperanza, más allá de la ambigüedad o el anquilosamiento, que eran como decadencias de su vocación santa, iniciada en Abraham y que debía llegar a constituir una familia universal de hombres para Dios.
Cuando vino Cristo no fueron los reyes ni los sacerdotes; no fueron los poderes "legítimos" ni las dignidades sacerdotales de Israel quienes le reconocieron; ni a ellos acudió para echar los cimientos de su empresa salvadora, la Iglesia. Y si bien aceptó que se le llamara "Rey", aclaró, enseguida, «que su reino no era como los de este mundo». Y si fue Sacerdote, no ingresó en la casta sacerdotal.
Él entronca con el mayor de los profetas del Antiguo Testamento, el Bautista, y los resume todos, como "gran profeta" porque todos habían hablado de él, y habían preparado su llegada. Sus primeros discípulos no fueron palaciegos ni servidores del Templo, sino jóvenes esperanzados en las promesas de Dios, ávidos de una verdad que ahora él, Cristo, proclamaba. A eso vino, a proclamar y a dar testimonio de la Verdad; esa era su misión y esa misma misión confió, esencialmente, a los suyos, y por eso es la misión esencial de la Iglesia. El reino y la fuerza de Cristo está en el amor, que nada hay más fuerte, ni que valga más que la misma vida del {12 (52)} hombre que el amor. El sacerdocio fue su vida y su muerte; con ella se rasga el misterio de todo rito pasado y ninguno tiene sentido ni valor si, en adelante, no se refiere a Cristo. La Verdad es amor, no dominio; la Verdad es profecía, no rito. La Verdad es vida y la vida libertad de hijos de Dios.
Muchos quisieran una Iglesia de reyes, una Iglesia de poderes, como aquellos israelitas a los que advertía Samuel; otros la preferirían meramente reducida al ejercicio ritual estético y simbólico de referencias distantes que consuelan y no comprometen a nada. Olvidan que la Iglesia de hoy, como el verdadero Israel de ayer, es esencialmente profética. Que tiene verdades que decir, que ha de ser libre para poder decirlas, mientras se esfuerza en "hacerlas" renovando y completando, en sus miembros, el misterio de la vida y también de la muerte de Cristo. A su entorno se le tienden tentaciones como el diablo a Cristo: para que adore el mundo y, a cambio, «el mundo le {13 (53)} dará», para que le divierta —le enajene― o le distraiga de males con milagros, para que se exhiba como espectáculo...
El espíritu mundano sigue preguntándose, como Pilatos, «qué es la Verdad», pero no la oye, todavía, de Cristo. Y la Iglesia, como Cristo, camina por el mundo diciendo esa Verdad que le debe hacer libre. Verdad muchas veces temida. Una Iglesia solamente poderosa, una Iglesia solamente ritualista, no tendría apenas dificultades con nadie, salvo la envidia de riquezas.
Pero una Iglesia profética, es temida, como Cristo fue temido, salvo por los que le oían con esperanza.
No es la realeza lo esencial, no es el sacerdocio lo esencial.
De la "DECLARACIÓN DE PUEBLA.
Es urgente liberar a unos del ídolo del poder absolutizado para lograr una convivencia social en justicia y libertad. En efecto, para que los pueblos latinoamericanos puedan cumplir la misión que les asigna la historia como pueblos jóvenes, ricos en tradiciones y cultura, necesitan de un orden político respetuoso de la dignidad del hombre, que asegure la concordia y la paz en el interior de la comunidad civil y en sus relaciones con las demás comunidades.
Entre todas las aspiraciones de nuestros pueblos sobresalen:
• La igualdad de todos los ciudadanos, que tienen el derecho y el deber de participar en el destino de la sociedad, con igualdad de oportunidades, contribuyendo a las cargas distribuidas equitativamente y obedeciendo las leyes legitimas establecidas.
• El ejercicio de sus libertades.
amparadas en instituciones fundamentales que aseguren el bien común, respetando los derechos fundamentales de las personas y Asociaciones.
• La legítima autodeterminación de nuestros pueblos que les permita organizarse según su propio genio y la marcha de su historia y cooperar en un nuevo orden Internacional.
• La posibilidad de restablecer la justicia, no sólo teórica y formalmente reconocida, sino llevada eficazmente a la práctica por instituciones adecuadas Y realmente vigentes.
También el hedonismo se ha constituido en algo absoluto en nuestro continente. Liberarse de este ídolo del placer y del consumismo es también un imperativo de la enseñanza social cristiana.
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7. documento: DESDE CHILE: LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, LOS DESAPARECIDOS...
LA Conferencia de Puebla ha convertido Latinoamérica en el centro de la Iglesia; es sin duda el continente de mayor vitalidad evangélica. El hecho de que aquí demos un par de documentos redactados el pasado noviembre en Santiago de Chile, no quiere decir que sólo allí haya graves problemas para los hombres y para la misión de la Iglesia. Un autor francés acaba de publicar un libro con un elocuente diseño en la cubierta: un Cristo clavado, no en una cruz, sino en la tierra ancha y larga, de océano a océano y desde las Antillas a Tierra de Fuego. El libro se llama "LE SANG ET L'ESPOIR" y su autor es Charles Antoine, editado por Le Centurion, en París.
Pero no es sólo allá en América; también en otras partes, sólo que allí ahora recobra conciencia y se agudiza el clamor de los pobres, y la Iglesia se presenta, desde el Evangelio, como única alternativa a los materialismos, establecidos o militantes.
Viajar a América hoy es fácil; pero se corre el riesgo de ver sólo los magníficos aeropuertos o las zonas residenciales, o de tratar sólo con los privilegiados y colaboradores del poder establecido, que tienen los mejores empleos y no el peligro de ser despedidos, que habitan las mejores viviendas y no yacen hacinados en el cinturón Vergonzoso de las ciudades o en las chozas campestres: América es también esa población marginada que representa su setenta por ciento de subalimentados, de analfabetos, de miserables.
Por otra parte, el Evangelio no puede ofrecer soluciones políticas o económicas que resuelvan técnicamente los problemas planteados, pero el simple hecho de su anuncio choca con las injusticias y las denuncia urgiendo su remedio.
Chile es sólo un ejemplo, oportuno de recordar cuando hace poco ―el pasado diez de diciembre― el VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD de Santiago acaba de recibir el Premio anual de las Naciones Unidas por «su lucha y valentía en favor de los derechos humanos». Pero es preciso decir qué es ese Vicariato de la Solidaridad.
{15 (55)} Su origen se remonta inmediatamente después del golpe de Estado dado por Pinochet, en septiembre de 1973. Las Iglesias católica, protestante y ortodoxa anunciaban la creación de un Comité ecuménico para la paz, el cual, ante la dura represión del nuevo régimen, se proponía los siguientes objetivos: primero, asegurar la defensa legal de los obreros que habían sido despedidos por represalia política, y, segundo, asegurar la asistencia legal gratuita a los numerosos prisioneros políticos, rin distinción de matices. El copresidente católico de este comité era el obispo auxiliar del arzobispo de Santiago, cardenal Silva Henriquez. Las dificultades comenzaron a los pocos meses, cuando en mayo de 1974 se publicaba, en México, un informe detallado sobre las torturas a las que eran sometidos los prisioneros chilenos. Y, al tiempo que se impedía el regreso de uno de los copresidentes del Comité a Chile, el General Pinochet imponía la disolución de dicho Comité ecuménico, si bien el cardenal Silva Henriquez respondía inmediatamente que las actividades del disuelto comité las continuarían los organismos eclesiásticos. Y así, entre amenazas, nació el VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD, que ha abierto más de 17.000 informes para socorrer jurídicamente a obreros y prisioneros, además de muchas otras actividades de asistencia y asesoramiento. En conjunto ha logrado mantener la esperanza, contra la imposición del miedo que amenaza con quitar empleo, o echar de la vivienda, conculcando derechos y libertades, sin contar con el capítulo de prisioneros y desaparecidos.
EI VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD, desafiando obstáculos y amenazas, ha tenido la osadía de convocar y celebrar, el pasado mes de noviembre, en el recinto de la catedral de Santiago, un symposium internacional sobre «La dignidad del hombre: sus derechos y deberes en el mundo de hoy». Han asistido, además de centenares de chilenos de todos los sectores, Théodor van Bove, representante personal de Kurt Waldheim, secretario general de la ONU: Niail Mc Dermott, secretario general de la Comisión internacional de juristas; Martin Ennals, secretario general de Amnesty international: el cardenal Arns, de Sao Paulo (Brasil); mons. Heckel, de la Comisión pontificia «Justicia y Paz», etc.
El symposium finalizó con un documento, cuya parte más concreta reproducimos a continuación:
a) Un número creciente de países, aunque miembros de la ONU, violan de manera directa y sistemática, los derechos elementales de la persona humana.
b) Muchos gobiernos han impuesto sistemas que relativizan el valor de la persona, en los cuales las "razones de Estado" constituyen un pretexto suficiente para ejercitar formas muy diversas de violencia institucionalizada.
c) En muchos países en vía de desarrollo, en América Latina, África y Asia, sucesivos golpes de Estado dan origen, en la mayor parte de los casos, a cruentas masacres que dividen el pueblo en amigos y enemigos, victoriosos y vencidos, e imponen una racionalidad {16 (56)} de guerra para la cual el primer fin constituye la eliminación del adversario, prescindiendo de todas las normas éticas y legales.
d) En estos regímenes se establecen sistemas represivos por medio de leyes de excepción, con ausencia de derechos civiles y políticos, violación generalizada de las constituciones y de las declaraciones internacionales sobre los derechos humanos.
e) En apoyo de tales regímenes existen claros intereses económicos, nacionales, que tienen por fin sólo el propio incremento, extraños por completo a las exigencias fundamentales de los pobres.
f) La adopción, por parte de tales Estados, de una ideología oficial con la consiguiente subordinación de los conceptos éticos y jurídicos a una doctrina determinada, da origen a un intolerante dogmatismo ideológico que se transforma en "razón de Estado".
g) En este tipo de regímenes operan frecuentemente servicios secretos y de policía, dotados de poderes ilimitados y escudados en la inmunidad, que alcanzan los peores excesos en materia de seguridad e integridad física de las personas y que extienden el terror generalizado en la población.
h) Con la pretensión de convertirlo en un método legítimo de afirmación política o social, el terrorismo se convierte en una opción desde la cual, por cada una de las partes, se cometen siempre con mayor frecuencia graves atentados a los valores fundamentales, como la vida, la libertad de las personas y la verdadera seguridad nacional.
i) Es tan grande la diferencia que existe entre naciones ricas y naciones pobres que está amenazada la posibilidad de alcanzar la propia dignidad de persona a los que son pobres. En los países donde la mayoría de la población es analfabeta e insuficientemente educada, donde las posibilidades de trabajo son limitadas, donde no existe fácil acceso a los servicios médicos y educacionales, donde la preocupación primaria es todavía la del hambre, el disfrute de los demás derechos humanos resulta prácticamente ilusorio.
j) La carrera de armamentos de las naciones, grandes y pequeras, es un atentado contra la paz y un motivo de grave escándalo porque en ella se invierten enormes cantidades de dinero que se deberían destinar a poner remedio a las condiciones miserables de grandes sectores de la humanidad.
{17 (57)} Pero los obispos de Chile, por su cuenta, quince días antes de que se celebrara este symposium sobre los derechos humanos, habían denunciado la desaparición de más de 600 prisioneros, de los cuales nadie había dado razón en Chile, y que «habían muerto, muchos de ellos, o todos ellos, al margen de toda ley». La declaración e contenía en los siguientes términos:
Movidos por una exigencia evangélica, el Comité permanente del episcopado ha examinado una vez más, el problema de los detenidos-desaparecidos y declara cuanto sigue:
1. En diversas oportunidades nos hemos dirigido a los representantes del gobierno sobre el problema de los desaparecidos. Las respuestas obtenidas hasta ahora no han sido satisfactorias.
2. Las personas llamadas detenidos-desaparecidos, que alcanzan varios cientos, por los antecedentes reunidos y presentados al gobierno, a excepción de algunos casos, han de considerarse detenidas por los servicios de seguridad del gobierno.
3. Hemos hecho cuanto dependía de nosotros para que llegara a establecerse la verdad sobre este dramático problema. Hemos puesto en manos de la autoridad los antecedentes que estaban en nuestro poder, tanto los proporcionados por los mismos familiares como los reunidos en el curso del proceso judicial. Hemos señalado muchos "caminos serios" a la "explicación" del gobierno.
Desgraciadamente hemos llegado a la conclusión de que el gobierno no llevará a cabo ninguna investigación que permita establecer la realidad de cada caso y las responsabilidades correspondientes.
4. Lamentamos tener que decir que hemos llegado también a la convicción de que muchos, por no decir todos los detenidos-desaparecidos, han muerto, al margen de toda ley.
No podemos hacer nada más. Esperamos que los familiares de los desaparecidos y la opinión pública lo comprenderán. Corresponde {18 (58)} al gobierno y, no a la Iglesia, el dar solución a este problema.
5. Con todo, no podemos permanecer silenciosos ante este hecho. Hemos de decir que el mandamiento de "no matar" continúa siendo el fundamento de toda civilización y, naturalmente, de todo humanismo cristiano.
Ningún fin puede justificar el uso de medios ilícitos. Matar a un hombre, al margen de toda ley, es un delito del cual protestamos en nombre de Dios, Creador y Padre de todos los hombres.
6. Suplicamos, no solamente a nuestras autoridades, sino a todos los chilenos, que renuncien definitivamente a toda violencia sobre las personas, a la tortura, al terrorismo, al desprecio de la vida humana. La violencia engendra violencia. La paz se consigue únicamente con instrumentos de paz.
7. Sabemos que no es fácil conformarse con la muerte de los seres queridos, y menos todavía cuando han sido víctimas de una violencia injusta. Que es difícil perdonar y apagar en el ánimo los sentimientos de rencor y venganza.
Nosotros, sin embargo, que hemos estado y continuamos estando al lado de los familiares de los desaparecidos, a lo largo de su calvario, les pedimos, en nombre de Jesucristo y del pueblo chileno, que perdonen de corazón, que se abstengan de la venganza y que, en su afán de querer conocer la verdad, se limiten a los procedimientos judiciales —incluso dándose cuenta de las limitaciones que tienen― y medidas que no estén inspiradas en la violencia.
Se lo pedimos por el bien de Chile y para que llegue el día en que podamos construir una patria justa y fraternal.
8. El señor ministro del interior nos ha asegurado que, mientras siga en el cargo, los derechos humanos no serán conculcados.
Sabemos, sin embargo, que, en menor escala y en forma ocasional, se siguen violando estos derechos. Denunciaremos cada caso que llegue a nuestro conocimiento. Confiamos que el gobierno tomará las medidas necesarias para prevenir los abusos y para reprimirlos, si continúan produciéndose. Se lo exigimos en nombre de Dios que sus representantes invocan.
9. Solamente nos mueve el deseo de la paz. Pero reafirmamos una vez más que, para que haya paz, ha de haber verdad, ha de haber justicia, ha de haber respeto y amor fraterno para todos, sin excepción.
El Comité permanente de la Conferencia episcopal de Chile, Santiago, 9 de noviembre de 1978.
Se requiere una Iglesia que testimonie, proclame, celebre, actúe el Evangelio con justicia, amor, pobreza: una Iglesia en un proceso dinámico, permanente, de evangelización de tal forma que todo lo cultural, lo político, lo económico, lo social, sea leído y discernido n partir del Evangelio.
Card. Lorscheider
Deben llamarse por su nombre:
todas las injusticias, toda discriminación, toda violencia contra el cuerpo del hombre, contra su espíritu, contra su conciencia y contra sus convicciones.
Juan Pablo II, 20.2.1979