Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
167. ABRIL. Año 1979 |
0.
SUMARIO |
EL
HOMBRE no es un ser destinado al absurdo, sino a la trascendencia; hay un
plan divino sobre él, en el que interviene, además, su libertad. A partir de
ahí, es posible avanzar superando las aparentes contradicciones. Esa gran
contradicción que es el testimonio y el fracaso de Cristo, su vida y su
muerte, su humillación y su gloria, su amor y su dolor, son la garantía, el
anticipo que todo hombre tiene, si acepta la dialéctica de lo sobrenatural,
para ser definitivamente libre, redimido. |
DEL
LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO, de Ramón Llull |
MUERTE
Y VIDA |
AMOR
Y DOLOR |
KIOSCO |
MÁS
VALE TROCAR..., de Juan del Encina |
LIBERTAD
DE FORMA PARA EL MATRIMONIO |
EL
CRISTIANISMO ES UNA SOCIEDAD |
{1
(61)} |
1.
DEL LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO |
Encontráronse
el Amigo y el Amado, y dijo el Amado al Amigo: —No hay necesidad de que me
hables; mas hazme señas con tus ojos, que son palabras a mi corazón, que te
dé lo que me pides. |
Preguntó
el Amado al Amigo: ―¿Sabes aún lo que es amor? —Respondió el Amigo:
―Si no supiera qué es amor, ¿sabría qué cosa es trabajo, tristeza y
dolor? |
El
Amigo dijo al Amado: —Tú que llenas el sol de resplandor, llena mi corazón de
amor.― Respondiole el Amado: ―A no estar tú lleno de amor, no
derramarían lágrimas tus ojos, ni tú habrías venido a este lugar para ver a
tu Amado. |
Desobedeció
el Amigo a su Amado, y lloró el Amigo, y el Amado vino a morir con el vestido
de su Amigo, para que el amigo recobrase lo que había perdido, y diole mayor
don que el que había perdido. |
Veíase
el Amigo apresar y atar, herir y matar por amor de su Amado. Y los que le
atormentaban preguntábanle: —¿Adónde está tu Amado? —Respondioles el Amigo:
―Helo aquí en la multiplicación de mis amores y en la tolerancia que me
da en mis tormentos. |
―Dime
Amigo ―preguntó el Amado―: ¿tendrás paciencia si te doblo tus
dolencias? ―Sí ―respondió el Amigo―, con tal que dobles mis
amores. |
Ramon
Llull s. XIII (trad. de Ovejero y Aguilar) 2 (62) |
{2
(62)} |
2.
Muerte y vida |
EL
contraste entre muerte y vida, el problema del tiempo y la eternidad, se
resuelven, desde la fe, cuando, con palabras de Rahner, «la eternidad no es
una manera incalculablemente larga de duración del puro tiempo, sino una
forma de la espiritualidad y libertad realizadas en el tiempo, por lo cual
solo puede comprenderse desde la recta inteligencia de éstas. Un tiempo que
por así decir, no perdura como arranque del espíritu y de la libertad, no
genera ninguna eternidad». |
No
vivimos para morir, sino que morimos pensando en la muerte de Jesús, y
sabemos que él «muere hacia la resurrección». Ni la muerte es un término, ni
la resurrección un comienzo de un nuevo periodo, sino la «definitividad
permanente y salvada de su única vida singular». Sería dar un falso sentido a
la resurrección" en la que creemos los cristianos, tanto al referirla a
Cristo como a nosotros mismos, si la entendiéramos originalmente representada
por una revivificación física y material. El cuerpo, en efecto, es algo que
tenemos", pero la resurrección no nos devuelve, sino que nos realiza en
algo: en lo que "somos". Enfebrecido, el hombre egoísta, consumista
y posesivo. He pierde detrás de buscar el "tener", en vez do anhelar
afirmarse en el "ser". Le falta la pureza y la serenidad profunda
del espíritu para conseguir liberarse del miedo que le inspira recoger y
poseer seguridades que, al fin, le quitan la libertad, convertido en esclavo
guardador de lo que le impide realizarse. La propia limitación le hace
miedoso. V el miedo egoísta, incapaz de verdadera abnegación, empobrecido en
libertad, ocupadas. A veces las pocas energías que le quedan, en mantener
apariencias falsamente espirituales con que disimular la íntima incapacidad y
esclavitud. Es decir, la falta de "ser", que es lo mismo que la
falta de libertad. |
El
hombre es libre, es "salvado" en Cristo cuando se olvida no sólo de
"parecer" sino de "tener", cuando supera la ficción de la
envidia o del resentimiento, cuando vence in dureza posesiva del egoísmo y
tras in libertad, empieza a "ser" 61 mismo, no solamente en el
espíritu, pero si desde el espíritu. A este hombre, aunque no es sólo
espíritu, le llamamos "hombro espiritual porque ha espiritualizado todo
su ser, su vicio, su tiempo. Su {3 (63)} orientación hacia lo definitivo para
lo cual ha sido creado y después de creado, liberado, salvado, redimido en
Cristo. |
Superando
dualismo platónicos ―ideas, cosas materiales― el hombre He
encuentra a si misino afirmado prototípicamente en la resurrección de Cristo.
La fe es una experiencia anticipada de Cristo resucitado en la vida del
cristiano. Por ello san Pablo afirma que la muerte ya no existe porque Cristo
In ha destruido con su resurrección. |
El
Cristianismo es una inserción en la vida de Cristo, en la vida definitiva de
Cristo que trasciende el tiempo: trascendencia que radicalmente se inicia con
la Gracia, que no se añade al ser, sino que transforma el ser en cristiano.
Una transformación vinculada y a imagen de Cristo: de Cristo resucitado, pero
de una resurrección que no añadía, sino que plenificaba la enteridad de su
vida, de esa vida que también fue dolorosa y "mortal** porque era
humana, humana como la nuestra, a la que tampoco se añade o suprime nada,
pero se transforma totalmente. Sufrir, morir, para el cristiano, ya tiene
sentido y valor: es un dolor y una muerte whacia la resurrección, hacia la
plenitud gloriosa del "ser". Como en Cristo. |
Jesucristo,
cuando compareció como prisionero ante el tribunal de Pilatos y fue
preguntado por él acerca de las acusaciones que le hacían los representantes
del Sanedrín, ¿no respondió acaso: «Yo para esto he venido al mundo, para dar
testimonio de la verdad»? |
Con
estas palabras pronunciadas ante el juez, en el momento decisivo, era como si
confirmase, una vez más, la frase ya dicha anteriormente; «Conoced la verdad
y la verdad os hará libres». En el curso de tantos siglos y de tantas
generaciones, comenzando por los Apóstoles, ¿no es acaso Jesucristo mismo el
que tantas veces ha comparecido junto a los hombres juzgados a causa de la
verdad? ¿Acaso cesa él de ser portavoz y abogado del hombre que vive «en
espíritu y en verdad»? Del mismo que no cesa de serlo ante el Padre, así lo
es también con respecto a la historia del hombre. |
Juan
Pablo II, enc. «Redemptor hominis» |
{4
(64)} |
3.
AMOR Y DOLOR |
RECORDAMOS,
todavía, los conciertos orfeónicos de Navidad: entre los cantos que resonaron
en el ámbito de nuestro templo, no podríamos olvidar «Joia en el món» de
Haendel y el popular villancico manchego «Dime, niño, de quién eres» con que
nos obsequiaron los cantores castellonenses. |
Y
luego, en el concierto del Orfeón de la Mancha, el inolvidable Más vale
trocar... de Juan del Encina. |
Fue
una liturgia de las voces, todavía no extinguida, porque Navidad nos prepara
la Pascua y la letra sostenida en la melodía, mantiene su sentido cuando su
resonancia, como olas de sonido en el aire de nuestra primavera, despide los
fríos de la muerte y amanece, en los árboles y en el azul del cielo, en la
aurora del cielo: lo que entonces nos servía de villancico, se nos hace
ahora, a través del drama doloroso de la pasión de Cristo, salmo aleluyático:
la vida y la muerte y la muerte y la vida conjugadas en un canto pascual, con
el sentido nuevo de un amor, también nuevo, a Dios: de un amor que ya no
muere porque es vencedor de la muerte. |
Sin
Cristo, se sigue viviendo para morir; con Cristo, después de Cristo, se muere
para vivir, porque el dolor purifica el amor, y la muerte no extingue la
vida, sino que la ""transforma" para un amor aún más grande
que ya debe comenzar aquí. |
Los
santos de los primeros tiempos así lo entendieron. Y cada vez que en el mundo
y la Iglesia se ha producido una crisis, ese misterio de poda invernal y de
florecimiento de primavera, se ha manifestado en los cristianos. Tal vez por
eso, el arte cristiano, cuando en formas de belleza ha intentado vehicular y
expresar la hondura de esta verdad, nos ha dado las síntesis luminosas de la
poesía o las formas o los colores de la plástica, nos ha mostrado siempre,
más que apoteosis triunfales, el lamento de un amor inefable o los lamentos
de un gran vía-crucis. Amor y dolor; y dolor y hasta muerte, pero para más
alta vida, como en Cristo. |
Así,
en plena Edad Media, cuando la rudeza de los hombres comienza a vencerse
hacia un redescubrimiento de la vida para detenerse en el amor y en la bondad
y gentileza encantadora del afecto y del enamoramiento humano, se redescubre,
a la vez, lo más humano del {5 (65)} Cristianismo, la Humanidad santa de
Cristo, y los grandes enamorados de Cristo serán los santos de aquellos
tiempos: Francisco de Asís, Catalina de Siena, Ramon Llull, Jacopone da
Todi... Y mientras los trovadores trenzarán palabras y las revestirán de
melodías para complacer a quienes aman, serán imitados y hasta superados por
los "trovadores a lo divino", por los grandes místicos medievales,
antes aún de que surjan las excepcionales figuras de Juan de la Cruz y Teresa
de Ávila, a los que precedieron y hasta prepararon el camino. |
Esta
hora es también aquella en que ha logrado su esplendor el canto gregoriano,
vestidura alada de las palabras para la oración, y presupuesto para toda la
música posterior, profana o religiosa. |
Juan
del Encina, que da motivo a estas líneas, no es poeta medieval, aunque recoge
influjos provenzales e italianos que le hacen diestro tanto para los temas
profanos como para los de vena religiosa y espiritual. En los manuales se le
reconoce más como «padre del teatro español» que en otras de sus vertientes:
no puede decirse que fuese un místico, si bien su vida andaba a la búsqueda
de Dios y a los cincuenta años se ordenaba de sacerdote. Tal vez sí pueda y
deba decirse de él que era el mejor músico español de su tiempo, y música,
lírica e ingenio puso en todo su trabajo, que fue incesante y reconocido.
Coetáneo de los Reyes Católicos, favorecido por los Duques de Alba, apoyado
por los Papas Alejandro VI y León X, que reconocían su talento musical tras
largas permanencias en Roma, volvió definitivamente a España después de un
viaje a Tierra Santa y ge ordenó de sacerdote. Hay que situarlo entre los
tipos característicos del Renacimiento, tiempo de grandezas para España, que
conoce igualmente una expansión de la cultura y receptora del humanismo
renacentista italiano precedente. |
Fácil
versificador, conocedor de los clásicos latinos, pero artista y realista de
las formas, con genio musical y lenguaje cuidado pero sencillo es, todavía,
un tesoro a medio descubrir por lo que se refiere a su «Cancioneros, que bien
le hubiera valido para su fama aun al margen de atribuirle la paternidad, {6
(66)} seguramente justa, del teatro español o, incluso, de la
"zarzuela" española, como no duda en estimar el maestro Asenjo
Barbieri. |
Después
de él, propenso en lo religioso al juego del binomio "amor-dolor"
los grandes místicos castellanos estilizarán las formas, todavía hoy no
superadas. Pero del mismo modo que, como en Juan del Encina, hay que
reconocer que obedecen a la constante de la espiritualidad cristiana desde
sus mismos orígenes, también luego comprobamos su pervivencia en los poetas
cuando, sin demasiado artificio, se acercan a glosar el misterio cristiano,
como, por ejemplo, en los villancicos de Lope de Vega («Las pajas del
pesebre...») Igual que en uno de esos cantares sueltos, popularizados, como
el que las monjas de Beas cantaron a san Juan de la Cruz, cuando llegó a su
locutorio, extenuado, profundamente afligido por penas, ingratitudes y
persecuciones sufridas, sin poder hablar apenas, y que dice así: |
«Quien
no sabe de penas |
en
este valle de dolores, |
no
sabe de cosas buenas, |
ni
ha gustado de amores, |
que
penas es el traje de amadores». |
Es
el tema que también encontraríamos en las escasas poesías que nos dejó san
Felipe Neri, salvadas de las llamas a las que arrojó todos sus papeles, no
sólo por humildad, sino también porque los demás no habrían comprendido su
lenguaje, su sentido o sus motivos. |
Los
cristianos creemos en el Cristo glorioso, resucitado y vencedor de la muerte;
pero siempre hemos tenido conciencia de la contingencia de todo lo que se
mueve en el tiempo y de la presencia del dolor en todo lo que es limitado, a
la par que el anhelo hacia la plenitud produce la tensión del esfuerzo que
sólo el amor, el enamoramiento abierto al ideal, hace perseverante. |
La
Iglesia es esa gran empresa continuadora del hacer y del vivir de Cristo.
Pero este vivir de Cristo no está en la contemplación y el aplauso de la
Redención como gesta, sino como empresa a la que nos unimos. Su cruz no era
solamente suya, sino de todos los suyos. Y han habido momentos en la Historia
en los que los hombres, a pesar de todos sus defectos, lo han entendido bien
así y, en parte, sus mismos defectos, les convencían de la necesidad de no
cejar en el ideal de hermanarse en Cristo, para superarlos, finalmente... Un
texto del historiador E. Bagué nos sirve para explicar uno de estos momentos: |
«La
fe y la vida se confunden en la realidad viviente de la experiencia práctica.
Por eso la grandeza de {7 (67)} aquel siglo XIII, síntesis admirable de todos
los ideales que movieron a los hombres de la Edad Media, no consiste
precisamente en haber sido uno de los más fecundos del pensamiento humano y
uno de los más armónicos y completos en la realización de la vida colectiva,
sino en haber sabido considerarse los hombres compañeros de Cristo en el
camino de la vida. Mercaderes, artesanos, constructores, estudiantes,
frailes, reyes y señores, todos trabajaron bajo el impulso de un superior
ideal religioso, todos tuvieron un patrono a través del cual imitar a Cristo,
modelo perfecto de toda la Humanidad. Unos, como san Francisco, se
aproximaron a su modelo con tal perfección, dentro de lo humano, que mereció
el nombre de otro Cristo (alter Christus), otros se quedaron mucho más atrás;
otros se cansaron al principio del camino; otros, en fin, renunciaron a
seguirlo, seducidos por la riqueza, los placeres y las vanidades de este
mundo. Pero todos admitían que esto era necesario. Y como no se puede seguir
a Cristo sin ayudarle a llevar su cruz, las pinturas de la época nos ofrecen
un hermoso símbolo de esta concepción cristiana de la vida y representan al
Salvador avanzando con la cruz a cuestas seguido de papas, cardenales,
obispos, clérigos, magistrados, caballeros, artesanos, mercaderes y hasta de
un niño, que ayudan a todos para soportar su peso». |
Seguir
a Cristo, amarlo y sufrir con él para mejor amarlo, para vivir su vida. Al
fin y al cabo, el arte, la literatura, la música revelan al hombre, traducen
lo que lleva dentro, como individuo y como colectividad. Por eso, en la vida
y en el arte cristiano, se mantiene la constante del binomio
"amor-dolor". |
La
Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya "suerte", es decir, la
elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición,
están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo. |
Juan
Pablo II, enc. «Redemptor hominis» |
A
mi entender una persona iluminada por la religión, es aquella que se ha
liberado, en la medida de sus posibilidades, de la cadena formada por sus
propios deseos egoístas y que se preocupa tan sólo por los pensamientos,
sentimientos y aspiraciones a los cuales se adhiere en base a su valor, que
trasciende al individuo. |
Albert
Einstein |
{8
(68)} |
4.
kiosco |
De
una entrevista al ayatollah Madari |
Le
pregunto: Marx ha dicho que la religión es el opio del pueblo, ¿qué responde
a esta pregunta? |
«Respondo
que Marx no estaba bien informado sobre la religión del Islam. Si la hubiese
estudiado a fondo, habría comprendido que el sistema económico propuesto por
nosotros es bastante mejor y funciona mejor que el suyo. Y si se encontrara.
aquí, frente a los hechos de estos días, tendría que admitir que ha sido
precisamente la religión la que ha levantado al pueblo contra el régimen que
lo explotaba y a restituirle su dignidad. Si esto es opio...» Ettore Mo, en
CORRIERE DELLA SERA, 5.3.1979 La "pura espectacularidad" {t} Lo
sagrado, lo arcano, lo profundo, lo íntimo, la síntesis sujeto-objeto... no
interesan. Sí, en cambio, lo inmediato, los hechos, lo práctico. Interesa más
la erudición que la sabiduría, la práctica forense más que el derecho, la
sociología más que la filosofía social, la pastoral más que el dogma o la
moral. De este modo la superficialidad se apodera de todo y favorece a las
más espectaculares precocidades. En tierras sin abonos surgen, por evidente
generación espontánea, generaciones nutridas de políticos espontáneos. De
este modo se multiplican los nuevos milagros, y de la ausencia de metafísicos
surgen pléyades de jovencísimos filósofos, que llenan las salas inmensas de
los congresos. |
En
tal situación lo que pasa a contar es la "pura espectacularidad''. Datos
estadísticos, "retórica-testimonio", acusaciones proféticas...
despiertan siempre el aplauso homogéneo y aséptico de los que tratan de curar
sus graves insomnios. |
Luis
Vela, en RAZÓN Y FE. febr. 1979 Educación {t} «Me siento impresionada por la
enorme evidencia de la necesidad de una renovada educación, de una continuada
educación, como se dice, a través de toda la vida». |
Mrs.
Williams, Ministro de Educación de Inglaterra, en THE DAILY TELEGRAPH,
6.3.1979 9 (69) |
{9
(69)} |
5.
MAS VALE TROCAR |
Más
vale trocar |
placer
por dolores |
que
estar sin amores. |
Donde
es gradecido |
es
dulce morir, |
bivir
en olvido |
aquél
no es bivir; |
mejor
es sufrir |
passión
y dolores |
que
estar sin amores. |
El
que más penado |
más
goza de amor, |
quel
mucho cuydado |
le
quita el temor; |
assí
ques mejor |
amar
con dolores |
que
estar sin amores. |
No
tema tormento |
quien
ama con fe, |
ni
su pensamiento |
sin
causa no fue; |
aviendo
por qué |
más
valen dolores |
que
estar sin amores. |
{10
(70),,} |
Es
vida perdida |
bivir
sin amar |
y
más es que vida |
saberla
emplear; |
mejor
es penar |
sufriendo
dolores |
que
estar sin amores. |
La
muerte es vitoria |
do
bive aflición, |
que
espera aver gloria |
quien
sufre passión; |
más
vale presión |
de
tales dolores |
que
estar sin amores. |
Amor
que no pena |
no
pida plazer, |
pues
ya le condena |
su
poco querer; |
mejor
es perder |
plazer
por dolores |
que
estar sin amores. |
JUAN
DEL ENCINA, siglo XVI 11 (71) |
{11
(71)} |
6.
Libertad de forma para el matrimonio |
Muy
pronto va a comenzar una fuerte discusión de una ley sobre el matrimonio. Hay
dos teorías: que todo matrimonio sea, primeramente, civil y, si se quiere,
completado luego por el de la Iglesia; o bien que se pueda elegir entre una u
otra fórmula, con los mismos efectos civiles para ambas. |
Ninguna
de estas dos teorías es racional. La primera obliga a casarse dos veces. En
la segunda no se entiende que papel tiene un juez, un cónsul o un comandante
de buque (como en las películas americanas). Nuestro país podría inventar un
sistema razonable: la autoridad civil que la ley determine examina la
situación legal de la pareja y, si procede, otorga una autorización o
licencia para casarse. Los novios luego contraen matrimonio de la manera que
más les plazca: |
ante
un ministro religioso, un ciudadano cualificado de algún modo o, si tanto se
empeñan, ante el alcalde, el juez o el capitán de un barco. Este firma un
acta del matrimonio celebrado, con dos testigos por ejemplo, y se lleva a
registrar. El ritual, el lugar y las circunstancias quedan a la elección de
los contrayentes. No se dan duplicidades discriminatorias ni oficialidades
innecesarias. Ni hace falta que los juzgados se conviertan en "iglesias
civiles". |
J.
Camps, pastoralista. |
{12
(72)} |
7.
documento: EL CRISTIANISMO HA SIDO SIEMPRE UNA SOCIEDAD |
UNA
de las mentes más claras de los años veinte y treinta de este siglo, entre el
clero catalán, era el docto Carles Cardó (1881-1959), canónigo de Barcelona,
teólogo, apologista, elegante y exacto en su magnifica prosa, poeta,
conferenciante, historiador y, por encima de todo, sacerdote y hombre de
Iglesia. Hace pocos años se le dedicó un homenaje póstumo, en el que
colaboraron una selección de amigos e intelectuales católicos, entre los
cuales también estaban Charles Journet, Jacques Leclerg, Jacques Maritain, el
presidente de Pax Romana Sugranyes de Franch, el padre Bartolomé Xiberta,
Ferran Soldevilla, José Luis Aranguren, el arzobispo Pont y Gol, Trueta...
Nosotros traducimos, aquí, un fragmento de un trabajo aparecido en el número
de enero de 1926 de «La Paraula Cristiana» de Barcelona. |
Cristianismo
y naturaleza humana |
Veinte
siglos de existencia sin hacer marcha atrás, sino creciendo continuamente en
profundidad y en extensión, demuestran sobradamente que el Cristianismo
encaja perfectamente con la naturaleza humana. Y que esta afinidad de
espíritu no se reduce a una raza (como sucede en el Budismo y en el
Islamismo), sino que conecta con el fondo común a todos los hombres, donde
sólo puede llegar la mano de Dios, lo demuestra el hecho espléndido de su
catolicidad, que permite la holgada convivencia en su seno de comunidades
pertenecientes a cualquier raza, a cualquier nacionalidad, a cualquier
lengua. Pues, si el Cristianismo es el más social de todos los fenómenos, por
ser el mis específicamente humano → {13 (73)} (es el único que no
presenta vestigio alguno ni ningún precedente en los irracionales), el
Cristianismo es esencialmente social. Un Cristianismo individualista, un
soliloquio con Dios, desentendido de toda disciplina colectiva, de toda
obediencia intelectual, de todo sacerdocio, es todavía más absurdo que un
nacionalismo exclusivo de un individuo. |
El
Cristianismo, Pueblo de Dios |
El
Cristianismo es el Pueblo de Dios. Este es el pensamiento constante de
Jesucristo, puesto de manifiesto en todas las páginas de los cuatro
Evangelios, incluso en aquellas que, como las de san Mateo, han sido
sometidas al contraste y comprobación de autenticidad por la más exigente
crítica racionalista. Cristo no propone su religión como un cuerpo doctrinal
y un código de preceptos dirigidos a cada uno de los hombres, sino como un
espíritu que aglutina a los hombres socialmente y los constituye en IGLESIA,
palabra griega que significa reunión. El reino de Dios, para emplear la
denominación predilecta del Maestro, grávida ya de trascendencias sociales,
se compara a toda clase de sociedades: a la de las piedras que forman una
casa, a la de las ovejas que componen un rebaño, a la que constituyen señor y
siervos, y por fin, a la más típicamente representativa: la familia. |
La
Familia de Dios |
Fue
Jesús quien enseñó a los hombres la maravillosa oración colectiva que
comienza con estas palabras: «Padre nuestro... Una cena ―acto familiar
por excelencia― es también el acto principal de su culto, en el cual
abrió los tesoros de su corazón y estableció el Sacrificio de la Ley Nueva.
En el seno de esta familia, Jesús señala y establece ya de antemano
autoridades reforzadas con los poderes más eminentes y a las cuales es debida
toda obediencia en el orden moral y en el intelectual: «Tu eres Pedro (peira,
piedra) y sobre esta piedra edificare mi Iglesia y el poder de la muerte no
prevalecerá sobre ella. |
Y
te daré las llaves (señal de poder) del reino de los cielos y todo lo que
atares en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatarás en la
tierra será desalado en el cielo» (Mt 16, 18-19). Este poder de alar y
desatar moralmente ―justísima semejanza de la obligación moral―
es comunicado también a los Apóstoles (Jn 20, 23). |
{14
(74)} A la preparación de este pueblo escogido, que ha de extenderse desde
levante a poniente (Mt 28, 19), se dirigen todos los afanes de Jesús, todos
los trabajos de su predicación, todos los sufrimientos de su pasión; a su
implantación inicial sobre la tierra miran las palabras que dirige, ya
resucitado, a sus discípulos. En definitiva: |
Jesucristo
no hizo nada más que fundar una Iglesia. |
La
Iglesia y los primeros creyentes |
Contraprueba
magnífica de esta verdad fundamental es la actitud del todo espontánea de los
discípulos, apenas el Maestro desaparece de la vista de los hombres. No
existe vacilación alguna a la decisión de formar una comunidad, o mejor
dicho, a continuar formando la misma comunidad que ya existía alrededor de
Jesús. Ninguna vacilación, tampoco, en acatar la autoridad de los Doce, al
mismo tiempo que se les distingue llanamente de los demás discípulos al paso
que se reconoce la primacía de Pedro sobre todos ellos, que es el que
pronuncia el primer discurso cristiano y preside aquella primera asamblea
eclesiástica en la que se elige a Matías, el cual es aceptado como Apóstol,
con igual autoridad que los elegidos directamente por Jesús. Un cristiano
solitario, en aquellos tiempos, ni siquiera es concebible. |
Una
reunión de hermanos |
Esta
conciencia de formar una familia divina era tan fuerte entre los primeros
creyentes, que entre ellos ni siquiera se llamaban cristianos", sino
"hermanos". San Pablo dice a los tesalonicenses (I Tes 4, 9): «No
hace falta que os escriba sobre el amor de fraternidad, porque bien habéis
vosotros aprendido de Dios a amaros mutuamente». Este primer mandamiento de
Jesus forzosamente tenía que congregarlos en comunidades visibles y, si algún
peligro existía en la primitiva cristiandad, no era nunca del lado del
individualismo. La Iglesia pudo llegar a afectar, en algunos lugares, una
estructura colectivista; pero jamás pudo parecer una organización liberal,
legitimadora del individualismo. Otro peligro amenazaba a aquella cristiandad
incipiente y habría podido disolverla si el Espíritu no hubiese velado por
ella: la reabsorción por el judaísmo. No es preciso que aquí reproduzcamos la
historia de la controversia judaizante en la que san Pablo 15 (75) |
La
Iglesia y los paganos |
turo
la parte principal, ni como desde un principio los romanos confundieron
cristianos con judíos (confusión aclarada ya al principio de la persecución
de Nerón): |
basta
recordar que la Iglesia nació como una evolución de la Sinagoga, que fueron
judíos sus primeros adherentes y que muchos de ellos, sobre todo los
provenientes de la secta de los fariseos, querían montar un sincretismo
judeo-cristiano obligando a los fieles venidos de la gentilidad a todas las
prácticas de la Ley mosaica, cuando no les redaban incluso la entrada. Así el
Cristianismo habría terminado siendo una disidencia de la Sinagoga, siempre
en minoría y condenada a la desaparición, como ocurre con casi todas las
disidencias. |
La
dispersión de los discípulos |
El
martirio de san Esteban fue el hecho que separó definitivamente las dos
religiones y convirtió el judaísmo en el enemigo más encarnizado de la Luz
nueva. Esta persecución trajo como efecto la dispersión de los cristianos por
Fenicia y Chipre y hasta la ciudad de Antioquia, donde predicaron con gran
fruto Pablo y Bernabé y lugar donde nació el nombre de "cristiano"
para designar a los discípulos de Jesús (Act 11, 20-26). Esto ocurría en el
año 12 de nuestra era. |
Separada
así del judaísmo, la nueva religión carecía de todo aglutinante humano para
poder conservar su unidad orgánica: la raza, la lengua, la ley, eran más bien
elementos disgregadores. Todo hacia suponer que se reduciría a una de tantas
doctrinas predicadas por los propagandistas (a las que alude Orígenes,
«Contra Celsum» III, 50) que era fácil encontrar en cualquier parte,
destinadas sólo a un momento de éxito para caer luego en el olvido perpetuo. |
Comunidades
y única comunidad |
Un
cristianismo puramente "espiritual", como han llegado a imaginar
nuestros impacientes de toda disciplina religiosa, habría desembocado,
inexorablemente, en este fin. Sin embargo vemos, bien al contrario, como por
una especie de instinto se constituyen comunidades separadas entre sí sólo
por la distancia. A diferencia del judaísmo que establecía diferentes
sinagogas incluso dentro de una misma ciudad, la nueva Fe establecía en cada
{16 (76)} una una iglesia, que de la ciudad tomaba el nombre, como sucede
todavía en la actualidad. |
Iglesia
"católica" |
Pero
el amor fraterno no conoce distancias materiales y alcanza a los fieles de
todo el mundo: todos se creen integrados formando una sola familia por la
profesión de una misma fe recibida y sujeta a una misma autoridad. De donde
vino, muy pronto, la generalización, que es lo mismo que decir
"catolización" del nombre: al conjunto de iglesias se le llamó
Iglesia, como se ve en las cartas de san Pablo: en los saludos con que
comienza o cierra sus escritos, o en el cuerpo doctrinal de los mismos. Por
ej. en Rom 16,5; en el principio a los Tes.; en I Cor 15, 9; etc. |
Integración
de la diversidad |
El
aglutinante que podía hacer una sola familia de gentes de tan diferente y aun
opuesta procedencia, era la incorporación a Cristo, por medio del bautismo
que justificaba al fiel y le infundía el Espíritu de caridad. Así se
conjugaba aquel organismo universal, cuerpo místico de Jesucristo,
socialización del Verbo encarnado, colectividad unida más íntimamente que la
que pueda originar cualquier patria, o Estado, o Imperio político. En efecto,
ella ha sido la tónica que ha resistido los vendavales ideológicos, las
revoluciones que hunden reinos, las transformaciones que han destruido y
creado patrias. La sociedad cristiana es lo único que queda en el mundo de
cuantas cobijó el Imperio romano. Nosotros que somos muchos ―decía san
Pablo: I Cor 12. 12-13— no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, y cada
uno de nosotros somos miembros uno del otro. Tal como el cuerpo es uno y
tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
varios, no forman más que un solo cuerpo, así es en Cristo. Porque todos
nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un cuerpo,
tanto los judíos como los gentiles, tanto los esclavos como los libres: todos
hemos bebido de un mismo Espíritu. |
Ciento
cincuenta años después, Tertuliano ponía como respuesta a estas mismas
palabras de san Pablo: Somos un cuerpo por la conciencia de la religión, por
la unidad de la disciplina, por la alianza en la misma esperanza. |
(Apol.
30). |
{17
(77)} Así se formó, social, es decir, católico desde el principio aquel
Israel de Dios del que habla san Pablo al final de su carta a los gálatas,
aquella raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo conquistado de
Dios, como calificó a la Iglesia naciente su jefe risible san Pedro. Y sus
enemigos como tal la persiguieron. Jamos creyeron los emperadores romanos que
perseguían a lunáticos solitarios, sino que siempre el aglutinante fortísimo
que iba formándose en el subsuelo espiritual e incluso material
―símbolo y argumento al mismo tiempo― del Imperio. |
La
iglesia, organismo sobrenatural |
Para
vivir y actuar en este mundo ―mundo compuesto, relativo y
provisorio―, un ideal, cualquiera que sea, ha de encararse en un
organismo. Organismo del alma humana es el cuerpo; organismo de la Patria es
el Estado; organismo de la Religión es la Iglesia. Como es imposible en este
mundo un alma separada del cuerpo, una Patria sin Estado, (si no es con dolor
y replegamiento y riesgo de muerte), así es imposible una Religión sin
Iglesia o algo equivalente. Una religión impone deberes individuales y
sociales, internos y externos, creencias, ritos, prácticas. |
La
regulación de todos estos elementos ha de ser una función de autoridad, la
cual, al tratarse de una religión universal, debe organizarse
jerárquicamente, lo cual engendra inevitablemente el fenómeno del
funcionarismo. |
Sin
este engranaje, una religión sería un sentimentalismo vaporoso, un impulso
sin camino, una tendencia sin norte. |
Y
Jesucristo conocía demasiado bien a la humanidad para darle una esencia
volátil que se evapora en frasco abierto. |
{18
(78)} |
El
Espíritu y la Iglesia |
Si
el condicionamiento estructural impuesto por la naturaleza humana llera
consigo sus desventajas e impurezas (lo cual es innegable), la actitud del
hombre religioso no debe ser la de atacar el organismo debilitado por
parásitos del sentimiento religioso, para hacer imposible su funcionamiento
en el mundo de los hombres, sino hurgar en él atravesando el mal epidérmico,
para superar la anécdota pasajera y encontrar bajo la apariencia de
formalismos externos y de defectos individuales, la incandescencia del
Espíritu que informa su Iglesia. |
La
perdurabilidad de la Iglesia no se debe a virtudes humanas, sino a asistencia
divina. |
Ser
cristiano no significa convertirse en una clase determinada de hombre por un
método determinado, sino que significa ser el hombre que Cristo crea en
nosotros. No es el acto religioso lo que hace que el cristiano lo sea, sino
su participación en el sufrimiento de Dios (de Cristo, hombre-Dios) en la
vida del mundo. |
Dietrich
Bonhoeffer |
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