Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 167. ABRIL. Año 1979
0. SUMARIO
EL HOMBRE no es un ser destinado al absurdo, sino a la trascendencia; hay un plan divino sobre él, en el que interviene, además, su libertad. A partir de ahí, es posible avanzar superando las aparentes contradicciones. Esa gran contradicción que es el testimonio y el fracaso de Cristo, su vida y su muerte, su humillación y su gloria, su amor y su dolor, son la garantía, el anticipo que todo hombre tiene, si acepta la dialéctica de lo sobrenatural, para ser definitivamente libre, redimido.
DEL LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO, de Ramón Llull
MUERTE Y VIDA
AMOR Y DOLOR
KIOSCO
MÁS VALE TROCAR..., de Juan del Encina
LIBERTAD DE FORMA PARA EL MATRIMONIO
EL CRISTIANISMO ES UNA SOCIEDAD
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1. DEL LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO
Encontráronse el Amigo y el Amado, y dijo el Amado al Amigo: —No hay necesidad de que me hables; mas hazme señas con tus ojos, que son palabras a mi corazón, que te dé lo que me pides.
Preguntó el Amado al Amigo: ―¿Sabes aún lo que es amor? —Respondió el Amigo: ―Si no supiera qué es amor, ¿sabría qué cosa es trabajo, tristeza y dolor?
El Amigo dijo al Amado: —Tú que llenas el sol de resplandor, llena mi corazón de amor.― Respondiole el Amado: ―A no estar tú lleno de amor, no derramarían lágrimas tus ojos, ni tú habrías venido a este lugar para ver a tu Amado.
Desobedeció el Amigo a su Amado, y lloró el Amigo, y el Amado vino a morir con el vestido de su Amigo, para que el amigo recobrase lo que había perdido, y diole mayor don que el que había perdido.
Veíase el Amigo apresar y atar, herir y matar por amor de su Amado. Y los que le atormentaban preguntábanle: —¿Adónde está tu Amado? —Respondioles el Amigo: ―Helo aquí en la multiplicación de mis amores y en la tolerancia que me da en mis tormentos.
―Dime Amigo ―preguntó el Amado―: ¿tendrás paciencia si te doblo tus dolencias? ―Sí ―respondió el Amigo―, con tal que dobles mis amores.
Ramon Llull s. XIII (trad. de Ovejero y Aguilar) 2 (62)
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2. Muerte y vida
EL contraste entre muerte y vida, el problema del tiempo y la eternidad, se resuelven, desde la fe, cuando, con palabras de Rahner, «la eternidad no es una manera incalculablemente larga de duración del puro tiempo, sino una forma de la espiritualidad y libertad realizadas en el tiempo, por lo cual solo puede comprenderse desde la recta inteligencia de éstas. Un tiempo que por así decir, no perdura como arranque del espíritu y de la libertad, no genera ninguna eternidad».
No vivimos para morir, sino que morimos pensando en la muerte de Jesús, y sabemos que él «muere hacia la resurrección». Ni la muerte es un término, ni la resurrección un comienzo de un nuevo periodo, sino la «definitividad permanente y salvada de su única vida singular». Sería dar un falso sentido a la resurrección" en la que creemos los cristianos, tanto al referirla a Cristo como a nosotros mismos, si la entendiéramos originalmente representada por una revivificación física y material. El cuerpo, en efecto, es algo que tenemos", pero la resurrección no nos devuelve, sino que nos realiza en algo: en lo que "somos". Enfebrecido, el hombre egoísta, consumista y posesivo. He pierde detrás de buscar el "tener", en vez do anhelar afirmarse en el "ser". Le falta la pureza y la serenidad profunda del espíritu para conseguir liberarse del miedo que le inspira recoger y poseer seguridades que, al fin, le quitan la libertad, convertido en esclavo guardador de lo que le impide realizarse. La propia limitación le hace miedoso. V el miedo egoísta, incapaz de verdadera abnegación, empobrecido en libertad, ocupadas. A veces las pocas energías que le quedan, en mantener apariencias falsamente espirituales con que disimular la íntima incapacidad y esclavitud. Es decir, la falta de "ser", que es lo mismo que la falta de libertad.
El hombre es libre, es "salvado" en Cristo cuando se olvida no sólo de "parecer" sino de "tener", cuando supera la ficción de la envidia o del resentimiento, cuando vence in dureza posesiva del egoísmo y tras in libertad, empieza a "ser" 61 mismo, no solamente en el espíritu, pero si desde el espíritu. A este hombre, aunque no es sólo espíritu, le llamamos "hombro espiritual porque ha espiritualizado todo su ser, su vicio, su tiempo. Su {3 (63)} orientación hacia lo definitivo para lo cual ha sido creado y después de creado, liberado, salvado, redimido en Cristo.
Superando dualismo platónicos ―ideas, cosas materiales― el hombre He encuentra a si misino afirmado prototípicamente en la resurrección de Cristo. La fe es una experiencia anticipada de Cristo resucitado en la vida del cristiano. Por ello san Pablo afirma que la muerte ya no existe porque Cristo In ha destruido con su resurrección.
El Cristianismo es una inserción en la vida de Cristo, en la vida definitiva de Cristo que trasciende el tiempo: trascendencia que radicalmente se inicia con la Gracia, que no se añade al ser, sino que transforma el ser en cristiano. Una transformación vinculada y a imagen de Cristo: de Cristo resucitado, pero de una resurrección que no añadía, sino que plenificaba la enteridad de su vida, de esa vida que también fue dolorosa y "mortal** porque era humana, humana como la nuestra, a la que tampoco se añade o suprime nada, pero se transforma totalmente. Sufrir, morir, para el cristiano, ya tiene sentido y valor: es un dolor y una muerte whacia la resurrección, hacia la plenitud gloriosa del "ser". Como en Cristo.
Jesucristo, cuando compareció como prisionero ante el tribunal de Pilatos y fue preguntado por él acerca de las acusaciones que le hacían los representantes del Sanedrín, ¿no respondió acaso: «Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad»?
Con estas palabras pronunciadas ante el juez, en el momento decisivo, era como si confirmase, una vez más, la frase ya dicha anteriormente; «Conoced la verdad y la verdad os hará libres». En el curso de tantos siglos y de tantas generaciones, comenzando por los Apóstoles, ¿no es acaso Jesucristo mismo el que tantas veces ha comparecido junto a los hombres juzgados a causa de la verdad? ¿Acaso cesa él de ser portavoz y abogado del hombre que vive «en espíritu y en verdad»? Del mismo que no cesa de serlo ante el Padre, así lo es también con respecto a la historia del hombre.
Juan Pablo II, enc. «Redemptor hominis»
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3. AMOR Y DOLOR
RECORDAMOS, todavía, los conciertos orfeónicos de Navidad: entre los cantos que resonaron en el ámbito de nuestro templo, no podríamos olvidar «Joia en el món» de Haendel y el popular villancico manchego «Dime, niño, de quién eres» con que nos obsequiaron los cantores castellonenses.
Y luego, en el concierto del Orfeón de la Mancha, el inolvidable Más vale trocar... de Juan del Encina.
Fue una liturgia de las voces, todavía no extinguida, porque Navidad nos prepara la Pascua y la letra sostenida en la melodía, mantiene su sentido cuando su resonancia, como olas de sonido en el aire de nuestra primavera, despide los fríos de la muerte y amanece, en los árboles y en el azul del cielo, en la aurora del cielo: lo que entonces nos servía de villancico, se nos hace ahora, a través del drama doloroso de la pasión de Cristo, salmo aleluyático: la vida y la muerte y la muerte y la vida conjugadas en un canto pascual, con el sentido nuevo de un amor, también nuevo, a Dios: de un amor que ya no muere porque es vencedor de la muerte.
Sin Cristo, se sigue viviendo para morir; con Cristo, después de Cristo, se muere para vivir, porque el dolor purifica el amor, y la muerte no extingue la vida, sino que la ""transforma" para un amor aún más grande que ya debe comenzar aquí.
Los santos de los primeros tiempos así lo entendieron. Y cada vez que en el mundo y la Iglesia se ha producido una crisis, ese misterio de poda invernal y de florecimiento de primavera, se ha manifestado en los cristianos. Tal vez por eso, el arte cristiano, cuando en formas de belleza ha intentado vehicular y expresar la hondura de esta verdad, nos ha dado las síntesis luminosas de la poesía o las formas o los colores de la plástica, nos ha mostrado siempre, más que apoteosis triunfales, el lamento de un amor inefable o los lamentos de un gran vía-crucis. Amor y dolor; y dolor y hasta muerte, pero para más alta vida, como en Cristo.
Así, en plena Edad Media, cuando la rudeza de los hombres comienza a vencerse hacia un redescubrimiento de la vida para detenerse en el amor y en la bondad y gentileza encantadora del afecto y del enamoramiento humano, se redescubre, a la vez, lo más humano del {5 (65)} Cristianismo, la Humanidad santa de Cristo, y los grandes enamorados de Cristo serán los santos de aquellos tiempos: Francisco de Asís, Catalina de Siena, Ramon Llull, Jacopone da Todi... Y mientras los trovadores trenzarán palabras y las revestirán de melodías para complacer a quienes aman, serán imitados y hasta superados por los "trovadores a lo divino", por los grandes místicos medievales, antes aún de que surjan las excepcionales figuras de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, a los que precedieron y hasta prepararon el camino.
Esta hora es también aquella en que ha logrado su esplendor el canto gregoriano, vestidura alada de las palabras para la oración, y presupuesto para toda la música posterior, profana o religiosa.
Juan del Encina, que da motivo a estas líneas, no es poeta medieval, aunque recoge influjos provenzales e italianos que le hacen diestro tanto para los temas profanos como para los de vena religiosa y espiritual. En los manuales se le reconoce más como «padre del teatro español» que en otras de sus vertientes: no puede decirse que fuese un místico, si bien su vida andaba a la búsqueda de Dios y a los cincuenta años se ordenaba de sacerdote. Tal vez sí pueda y deba decirse de él que era el mejor músico español de su tiempo, y música, lírica e ingenio puso en todo su trabajo, que fue incesante y reconocido. Coetáneo de los Reyes Católicos, favorecido por los Duques de Alba, apoyado por los Papas Alejandro VI y León X, que reconocían su talento musical tras largas permanencias en Roma, volvió definitivamente a España después de un viaje a Tierra Santa y ge ordenó de sacerdote. Hay que situarlo entre los tipos característicos del Renacimiento, tiempo de grandezas para España, que conoce igualmente una expansión de la cultura y receptora del humanismo renacentista italiano precedente.
Fácil versificador, conocedor de los clásicos latinos, pero artista y realista de las formas, con genio musical y lenguaje cuidado pero sencillo es, todavía, un tesoro a medio descubrir por lo que se refiere a su «Cancioneros, que bien le hubiera valido para su fama aun al margen de atribuirle la paternidad, {6 (66)} seguramente justa, del teatro español o, incluso, de la "zarzuela" española, como no duda en estimar el maestro Asenjo Barbieri.
Después de él, propenso en lo religioso al juego del binomio "amor-dolor" los grandes místicos castellanos estilizarán las formas, todavía hoy no superadas. Pero del mismo modo que, como en Juan del Encina, hay que reconocer que obedecen a la constante de la espiritualidad cristiana desde sus mismos orígenes, también luego comprobamos su pervivencia en los poetas cuando, sin demasiado artificio, se acercan a glosar el misterio cristiano, como, por ejemplo, en los villancicos de Lope de Vega («Las pajas del pesebre...») Igual que en uno de esos cantares sueltos, popularizados, como el que las monjas de Beas cantaron a san Juan de la Cruz, cuando llegó a su locutorio, extenuado, profundamente afligido por penas, ingratitudes y persecuciones sufridas, sin poder hablar apenas, y que dice así:
«Quien no sabe de penas
en este valle de dolores,
no sabe de cosas buenas,
ni ha gustado de amores,
que penas es el traje de amadores».
Es el tema que también encontraríamos en las escasas poesías que nos dejó san Felipe Neri, salvadas de las llamas a las que arrojó todos sus papeles, no sólo por humildad, sino también porque los demás no habrían comprendido su lenguaje, su sentido o sus motivos.
Los cristianos creemos en el Cristo glorioso, resucitado y vencedor de la muerte; pero siempre hemos tenido conciencia de la contingencia de todo lo que se mueve en el tiempo y de la presencia del dolor en todo lo que es limitado, a la par que el anhelo hacia la plenitud produce la tensión del esfuerzo que sólo el amor, el enamoramiento abierto al ideal, hace perseverante.
La Iglesia es esa gran empresa continuadora del hacer y del vivir de Cristo. Pero este vivir de Cristo no está en la contemplación y el aplauso de la Redención como gesta, sino como empresa a la que nos unimos. Su cruz no era solamente suya, sino de todos los suyos. Y han habido momentos en la Historia en los que los hombres, a pesar de todos sus defectos, lo han entendido bien así y, en parte, sus mismos defectos, les convencían de la necesidad de no cejar en el ideal de hermanarse en Cristo, para superarlos, finalmente... Un texto del historiador E. Bagué nos sirve para explicar uno de estos momentos:
«La fe y la vida se confunden en la realidad viviente de la experiencia práctica. Por eso la grandeza de {7 (67)} aquel siglo XIII, síntesis admirable de todos los ideales que movieron a los hombres de la Edad Media, no consiste precisamente en haber sido uno de los más fecundos del pensamiento humano y uno de los más armónicos y completos en la realización de la vida colectiva, sino en haber sabido considerarse los hombres compañeros de Cristo en el camino de la vida. Mercaderes, artesanos, constructores, estudiantes, frailes, reyes y señores, todos trabajaron bajo el impulso de un superior ideal religioso, todos tuvieron un patrono a través del cual imitar a Cristo, modelo perfecto de toda la Humanidad. Unos, como san Francisco, se aproximaron a su modelo con tal perfección, dentro de lo humano, que mereció el nombre de otro Cristo (alter Christus), otros se quedaron mucho más atrás; otros se cansaron al principio del camino; otros, en fin, renunciaron a seguirlo, seducidos por la riqueza, los placeres y las vanidades de este mundo. Pero todos admitían que esto era necesario. Y como no se puede seguir a Cristo sin ayudarle a llevar su cruz, las pinturas de la época nos ofrecen un hermoso símbolo de esta concepción cristiana de la vida y representan al Salvador avanzando con la cruz a cuestas seguido de papas, cardenales, obispos, clérigos, magistrados, caballeros, artesanos, mercaderes y hasta de un niño, que ayudan a todos para soportar su peso».
Seguir a Cristo, amarlo y sufrir con él para mejor amarlo, para vivir su vida. Al fin y al cabo, el arte, la literatura, la música revelan al hombre, traducen lo que lleva dentro, como individuo y como colectividad. Por eso, en la vida y en el arte cristiano, se mantiene la constante del binomio "amor-dolor".
La Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya "suerte", es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo.
Juan Pablo II, enc. «Redemptor hominis»
A mi entender una persona iluminada por la religión, es aquella que se ha liberado, en la medida de sus posibilidades, de la cadena formada por sus propios deseos egoístas y que se preocupa tan sólo por los pensamientos, sentimientos y aspiraciones a los cuales se adhiere en base a su valor, que trasciende al individuo.
Albert Einstein
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4. kiosco
De una entrevista al ayatollah Madari
Le pregunto: Marx ha dicho que la religión es el opio del pueblo, ¿qué responde a esta pregunta?
«Respondo que Marx no estaba bien informado sobre la religión del Islam. Si la hubiese estudiado a fondo, habría comprendido que el sistema económico propuesto por nosotros es bastante mejor y funciona mejor que el suyo. Y si se encontrara. aquí, frente a los hechos de estos días, tendría que admitir que ha sido precisamente la religión la que ha levantado al pueblo contra el régimen que lo explotaba y a restituirle su dignidad. Si esto es opio...» Ettore Mo, en CORRIERE DELLA SERA, 5.3.1979 La "pura espectacularidad" {t} Lo sagrado, lo arcano, lo profundo, lo íntimo, la síntesis sujeto-objeto... no interesan. Sí, en cambio, lo inmediato, los hechos, lo práctico. Interesa más la erudición que la sabiduría, la práctica forense más que el derecho, la sociología más que la filosofía social, la pastoral más que el dogma o la moral. De este modo la superficialidad se apodera de todo y favorece a las más espectaculares precocidades. En tierras sin abonos surgen, por evidente generación espontánea, generaciones nutridas de políticos espontáneos. De este modo se multiplican los nuevos milagros, y de la ausencia de metafísicos surgen pléyades de jovencísimos filósofos, que llenan las salas inmensas de los congresos.
En tal situación lo que pasa a contar es la "pura espectacularidad''. Datos estadísticos, "retórica-testimonio", acusaciones proféticas... despiertan siempre el aplauso homogéneo y aséptico de los que tratan de curar sus graves insomnios.
Luis Vela, en RAZÓN Y FE. febr. 1979 Educación {t} «Me siento impresionada por la enorme evidencia de la necesidad de una renovada educación, de una continuada educación, como se dice, a través de toda la vida».
Mrs. Williams, Ministro de Educación de Inglaterra, en THE DAILY TELEGRAPH, 6.3.1979 9 (69)
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5. MAS VALE TROCAR
Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores.
Donde es gradecido
es dulce morir,
bivir en olvido
aquél no es bivir;
mejor es sufrir
passión y dolores
que estar sin amores.
El que más penado
más goza de amor,
quel mucho cuydado
le quita el temor;
assí ques mejor
amar con dolores
que estar sin amores.
No tema tormento
quien ama con fe,
ni su pensamiento
sin causa no fue;
aviendo por qué
más valen dolores
que estar sin amores.
{10 (70),,}
Es vida perdida
bivir sin amar
y más es que vida
saberla emplear;
mejor es penar
sufriendo dolores
que estar sin amores.
La muerte es vitoria
do bive aflición,
que espera aver gloria
quien sufre passión;
más vale presión
de tales dolores
que estar sin amores.
Amor que no pena
no pida plazer,
pues ya le condena
su poco querer;
mejor es perder
plazer por dolores
que estar sin amores.
JUAN DEL ENCINA, siglo XVI 11 (71)
{11 (71)}
6. Libertad de forma para el matrimonio
Muy pronto va a comenzar una fuerte discusión de una ley sobre el matrimonio. Hay dos teorías: que todo matrimonio sea, primeramente, civil y, si se quiere, completado luego por el de la Iglesia; o bien que se pueda elegir entre una u otra fórmula, con los mismos efectos civiles para ambas.
Ninguna de estas dos teorías es racional. La primera obliga a casarse dos veces. En la segunda no se entiende que papel tiene un juez, un cónsul o un comandante de buque (como en las películas americanas). Nuestro país podría inventar un sistema razonable: la autoridad civil que la ley determine examina la situación legal de la pareja y, si procede, otorga una autorización o licencia para casarse. Los novios luego contraen matrimonio de la manera que más les plazca:
ante un ministro religioso, un ciudadano cualificado de algún modo o, si tanto se empeñan, ante el alcalde, el juez o el capitán de un barco. Este firma un acta del matrimonio celebrado, con dos testigos por ejemplo, y se lleva a registrar. El ritual, el lugar y las circunstancias quedan a la elección de los contrayentes. No se dan duplicidades discriminatorias ni oficialidades innecesarias. Ni hace falta que los juzgados se conviertan en "iglesias civiles".
J. Camps, pastoralista.
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7. documento: EL CRISTIANISMO HA SIDO SIEMPRE UNA SOCIEDAD
UNA de las mentes más claras de los años veinte y treinta de este siglo, entre el clero catalán, era el docto Carles Cardó (1881-1959), canónigo de Barcelona, teólogo, apologista, elegante y exacto en su magnifica prosa, poeta, conferenciante, historiador y, por encima de todo, sacerdote y hombre de Iglesia. Hace pocos años se le dedicó un homenaje póstumo, en el que colaboraron una selección de amigos e intelectuales católicos, entre los cuales también estaban Charles Journet, Jacques Leclerg, Jacques Maritain, el presidente de Pax Romana Sugranyes de Franch, el padre Bartolomé Xiberta, Ferran Soldevilla, José Luis Aranguren, el arzobispo Pont y Gol, Trueta... Nosotros traducimos, aquí, un fragmento de un trabajo aparecido en el número de enero de 1926 de «La Paraula Cristiana» de Barcelona.
Cristianismo y naturaleza humana
Veinte siglos de existencia sin hacer marcha atrás, sino creciendo continuamente en profundidad y en extensión, demuestran sobradamente que el Cristianismo encaja perfectamente con la naturaleza humana. Y que esta afinidad de espíritu no se reduce a una raza (como sucede en el Budismo y en el Islamismo), sino que conecta con el fondo común a todos los hombres, donde sólo puede llegar la mano de Dios, lo demuestra el hecho espléndido de su catolicidad, que permite la holgada convivencia en su seno de comunidades pertenecientes a cualquier raza, a cualquier nacionalidad, a cualquier lengua. Pues, si el Cristianismo es el más social de todos los fenómenos, por ser el mis específicamente humano → {13 (73)} (es el único que no presenta vestigio alguno ni ningún precedente en los irracionales), el Cristianismo es esencialmente social. Un Cristianismo individualista, un soliloquio con Dios, desentendido de toda disciplina colectiva, de toda obediencia intelectual, de todo sacerdocio, es todavía más absurdo que un nacionalismo exclusivo de un individuo.
El Cristianismo, Pueblo de Dios
El Cristianismo es el Pueblo de Dios. Este es el pensamiento constante de Jesucristo, puesto de manifiesto en todas las páginas de los cuatro Evangelios, incluso en aquellas que, como las de san Mateo, han sido sometidas al contraste y comprobación de autenticidad por la más exigente crítica racionalista. Cristo no propone su religión como un cuerpo doctrinal y un código de preceptos dirigidos a cada uno de los hombres, sino como un espíritu que aglutina a los hombres socialmente y los constituye en IGLESIA, palabra griega que significa reunión. El reino de Dios, para emplear la denominación predilecta del Maestro, grávida ya de trascendencias sociales, se compara a toda clase de sociedades: a la de las piedras que forman una casa, a la de las ovejas que componen un rebaño, a la que constituyen señor y siervos, y por fin, a la más típicamente representativa: la familia.
La Familia de Dios
Fue Jesús quien enseñó a los hombres la maravillosa oración colectiva que comienza con estas palabras: «Padre nuestro... Una cena ―acto familiar por excelencia― es también el acto principal de su culto, en el cual abrió los tesoros de su corazón y estableció el Sacrificio de la Ley Nueva. En el seno de esta familia, Jesús señala y establece ya de antemano autoridades reforzadas con los poderes más eminentes y a las cuales es debida toda obediencia en el orden moral y en el intelectual: «Tu eres Pedro (peira, piedra) y sobre esta piedra edificare mi Iglesia y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella.
Y te daré las llaves (señal de poder) del reino de los cielos y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatarás en la tierra será desalado en el cielo» (Mt 16, 18-19). Este poder de alar y desatar moralmente ―justísima semejanza de la obligación moral― es comunicado también a los Apóstoles (Jn 20, 23).
{14 (74)} A la preparación de este pueblo escogido, que ha de extenderse desde levante a poniente (Mt 28, 19), se dirigen todos los afanes de Jesús, todos los trabajos de su predicación, todos los sufrimientos de su pasión; a su implantación inicial sobre la tierra miran las palabras que dirige, ya resucitado, a sus discípulos. En definitiva:
Jesucristo no hizo nada más que fundar una Iglesia.
La Iglesia y los primeros creyentes
Contraprueba magnífica de esta verdad fundamental es la actitud del todo espontánea de los discípulos, apenas el Maestro desaparece de la vista de los hombres. No existe vacilación alguna a la decisión de formar una comunidad, o mejor dicho, a continuar formando la misma comunidad que ya existía alrededor de Jesús. Ninguna vacilación, tampoco, en acatar la autoridad de los Doce, al mismo tiempo que se les distingue llanamente de los demás discípulos al paso que se reconoce la primacía de Pedro sobre todos ellos, que es el que pronuncia el primer discurso cristiano y preside aquella primera asamblea eclesiástica en la que se elige a Matías, el cual es aceptado como Apóstol, con igual autoridad que los elegidos directamente por Jesús. Un cristiano solitario, en aquellos tiempos, ni siquiera es concebible.
Una reunión de hermanos
Esta conciencia de formar una familia divina era tan fuerte entre los primeros creyentes, que entre ellos ni siquiera se llamaban cristianos", sino "hermanos". San Pablo dice a los tesalonicenses (I Tes 4, 9): «No hace falta que os escriba sobre el amor de fraternidad, porque bien habéis vosotros aprendido de Dios a amaros mutuamente». Este primer mandamiento de Jesus forzosamente tenía que congregarlos en comunidades visibles y, si algún peligro existía en la primitiva cristiandad, no era nunca del lado del individualismo. La Iglesia pudo llegar a afectar, en algunos lugares, una estructura colectivista; pero jamás pudo parecer una organización liberal, legitimadora del individualismo. Otro peligro amenazaba a aquella cristiandad incipiente y habría podido disolverla si el Espíritu no hubiese velado por ella: la reabsorción por el judaísmo. No es preciso que aquí reproduzcamos la historia de la controversia judaizante en la que san Pablo 15 (75)
La Iglesia y los paganos
turo la parte principal, ni como desde un principio los romanos confundieron cristianos con judíos (confusión aclarada ya al principio de la persecución de Nerón):
basta recordar que la Iglesia nació como una evolución de la Sinagoga, que fueron judíos sus primeros adherentes y que muchos de ellos, sobre todo los provenientes de la secta de los fariseos, querían montar un sincretismo judeo-cristiano obligando a los fieles venidos de la gentilidad a todas las prácticas de la Ley mosaica, cuando no les redaban incluso la entrada. Así el Cristianismo habría terminado siendo una disidencia de la Sinagoga, siempre en minoría y condenada a la desaparición, como ocurre con casi todas las disidencias.
La dispersión de los discípulos
El martirio de san Esteban fue el hecho que separó definitivamente las dos religiones y convirtió el judaísmo en el enemigo más encarnizado de la Luz nueva. Esta persecución trajo como efecto la dispersión de los cristianos por Fenicia y Chipre y hasta la ciudad de Antioquia, donde predicaron con gran fruto Pablo y Bernabé y lugar donde nació el nombre de "cristiano" para designar a los discípulos de Jesús (Act 11, 20-26). Esto ocurría en el año 12 de nuestra era.
Separada así del judaísmo, la nueva religión carecía de todo aglutinante humano para poder conservar su unidad orgánica: la raza, la lengua, la ley, eran más bien elementos disgregadores. Todo hacia suponer que se reduciría a una de tantas doctrinas predicadas por los propagandistas (a las que alude Orígenes, «Contra Celsum» III, 50) que era fácil encontrar en cualquier parte, destinadas sólo a un momento de éxito para caer luego en el olvido perpetuo.
Comunidades y única comunidad
Un cristianismo puramente "espiritual", como han llegado a imaginar nuestros impacientes de toda disciplina religiosa, habría desembocado, inexorablemente, en este fin. Sin embargo vemos, bien al contrario, como por una especie de instinto se constituyen comunidades separadas entre sí sólo por la distancia. A diferencia del judaísmo que establecía diferentes sinagogas incluso dentro de una misma ciudad, la nueva Fe establecía en cada {16 (76)} una una iglesia, que de la ciudad tomaba el nombre, como sucede todavía en la actualidad.
Iglesia "católica"
Pero el amor fraterno no conoce distancias materiales y alcanza a los fieles de todo el mundo: todos se creen integrados formando una sola familia por la profesión de una misma fe recibida y sujeta a una misma autoridad. De donde vino, muy pronto, la generalización, que es lo mismo que decir "catolización" del nombre: al conjunto de iglesias se le llamó Iglesia, como se ve en las cartas de san Pablo: en los saludos con que comienza o cierra sus escritos, o en el cuerpo doctrinal de los mismos. Por ej. en Rom 16,5; en el principio a los Tes.; en I Cor 15, 9; etc.
Integración de la diversidad
El aglutinante que podía hacer una sola familia de gentes de tan diferente y aun opuesta procedencia, era la incorporación a Cristo, por medio del bautismo que justificaba al fiel y le infundía el Espíritu de caridad. Así se conjugaba aquel organismo universal, cuerpo místico de Jesucristo, socialización del Verbo encarnado, colectividad unida más íntimamente que la que pueda originar cualquier patria, o Estado, o Imperio político. En efecto, ella ha sido la tónica que ha resistido los vendavales ideológicos, las revoluciones que hunden reinos, las transformaciones que han destruido y creado patrias. La sociedad cristiana es lo único que queda en el mundo de cuantas cobijó el Imperio romano. Nosotros que somos muchos ―decía san Pablo: I Cor 12. 12-13— no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, y cada uno de nosotros somos miembros uno del otro. Tal como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser varios, no forman más que un solo cuerpo, así es en Cristo. Porque todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un cuerpo, tanto los judíos como los gentiles, tanto los esclavos como los libres: todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Ciento cincuenta años después, Tertuliano ponía como respuesta a estas mismas palabras de san Pablo: Somos un cuerpo por la conciencia de la religión, por la unidad de la disciplina, por la alianza en la misma esperanza.
(Apol. 30).
{17 (77)} Así se formó, social, es decir, católico desde el principio aquel Israel de Dios del que habla san Pablo al final de su carta a los gálatas, aquella raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo conquistado de Dios, como calificó a la Iglesia naciente su jefe risible san Pedro. Y sus enemigos como tal la persiguieron. Jamos creyeron los emperadores romanos que perseguían a lunáticos solitarios, sino que siempre el aglutinante fortísimo que iba formándose en el subsuelo espiritual e incluso material ―símbolo y argumento al mismo tiempo― del Imperio.
La iglesia, organismo sobrenatural
Para vivir y actuar en este mundo ―mundo compuesto, relativo y provisorio―, un ideal, cualquiera que sea, ha de encararse en un organismo. Organismo del alma humana es el cuerpo; organismo de la Patria es el Estado; organismo de la Religión es la Iglesia. Como es imposible en este mundo un alma separada del cuerpo, una Patria sin Estado, (si no es con dolor y replegamiento y riesgo de muerte), así es imposible una Religión sin Iglesia o algo equivalente. Una religión impone deberes individuales y sociales, internos y externos, creencias, ritos, prácticas.
La regulación de todos estos elementos ha de ser una función de autoridad, la cual, al tratarse de una religión universal, debe organizarse jerárquicamente, lo cual engendra inevitablemente el fenómeno del funcionarismo.
Sin este engranaje, una religión sería un sentimentalismo vaporoso, un impulso sin camino, una tendencia sin norte.
Y Jesucristo conocía demasiado bien a la humanidad para darle una esencia volátil que se evapora en frasco abierto.
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El Espíritu y la Iglesia
Si el condicionamiento estructural impuesto por la naturaleza humana llera consigo sus desventajas e impurezas (lo cual es innegable), la actitud del hombre religioso no debe ser la de atacar el organismo debilitado por parásitos del sentimiento religioso, para hacer imposible su funcionamiento en el mundo de los hombres, sino hurgar en él atravesando el mal epidérmico, para superar la anécdota pasajera y encontrar bajo la apariencia de formalismos externos y de defectos individuales, la incandescencia del Espíritu que informa su Iglesia.
La perdurabilidad de la Iglesia no se debe a virtudes humanas, sino a asistencia divina.
Ser cristiano no significa convertirse en una clase determinada de hombre por un método determinado, sino que significa ser el hombre que Cristo crea en nosotros. No es el acto religioso lo que hace que el cristiano lo sea, sino su participación en el sufrimiento de Dios (de Cristo, hombre-Dios) en la vida del mundo.
Dietrich Bonhoeffer