Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 169. JUNIO. Año 1979
0. SUMARIO
LIBERTAD y vida; libertad en la vida, para que la vida sea verdaderamente humana. Pero para ello, esta vida ha de ser poseída por el propio ser, conocedor de sí mismo. Por eso el hombre es libre cuando es activo y puede, consciente de sí mismo, guiar esa actividad conocida. La libertad comienza en la inteligencia y se manifiesta en la creatividad, pacifica, humilde, austera y constante.
CANTO DEL BARBERO PARIA
EL OCIO
DEFORMACIONES CRISTIANAS
VALORAR LA IGLESIA
LA FAMILIA, REDUCTO DE LIBERTAD
VIA-LIBERTATIS
RESPONSABILIDADES CRISTIANAS
EL OBISPO WOJTYLA ANTE EL VATICANO
NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS
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1. tiempo de oración: CANTO DE ADMIRACIÓN DEL BARBERO PARIA
(Fragmento de la literatura budista antigua, recogido por el P. Dieux, del Oratorio, citado en un tratado de Yoga).
El Ser de Bendición pasa por delante de mi casa.
¡Mi casa, la mía, la casa del barbero!
Yo corro. Él se vuelve y me espera.
¡A mí, el barbero!
Yo digo: «¿Puedo hablarte, Señor?»
Y Él dice: «Sí».
¡Sí, a mí, el barbero!
Y yo digo: «La Paz, existe para un ser como el mío?»
Y Él dice: «Sí».
¡También para mí, el barbero!
Y yo digo: «¿Te puedo seguir?»
Y Él dice: «Sí».
¡También yo, el barbero!
Y yo digo: «Oh Señor, ¿puedo permanecer cerca de Ti?»
Y ÉL dice: «Puedes».
¡También yo, el pobre barbero!
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2. El ocio
ES difícil referirnos con cierta propiedad al ocio, cuando nos damos cuenta que, en la actualidad, se nos presenta, las más de las veces, no como un paréntesis de libertad gozosa y creadora, sino bajo formas de consumismo, caprichoso o gregario, o de malgasto inútil y alienante. Este ocio mal entendido no hace al hombre mejor ni le hace feliz. A veces tampoco le hace infeliz por el mismo, pero favorece la parálisis o la deformación espiritual como ser personal que es el hombre.
Aristóteles, sabiamente, relacionaba ocio y trabajo y hacia, sobre el primero, dos afirmaciones (POLÍTICA VIII. 3. 1337 b): primera, que el ocio es preferible al trabajo y, segunda, que el trabajo tiene por fin el ocio. De lo cual deducía la importancia que tiene el investigar cómo hay que emplear el ocio. Es evidente que este ocio no puede identificarse con la pereza y la paralización o morosidad del desorden, sino que hay que entenderlo como "tiempo libre" en el más noble sentido humano de la expresión. Tanto es así que, al hombre, lo hemos de juzgar y valorar más por aquello a que dedica su ocio en este sentido, que por su actividad llevado de la necesidad para subsistir o cuando es estimulada por la recompensa dineraria o halagadora de su vanidad, todo lo cual es contrario a la verdadera libertad, supuesto que creemos que la libertad es la mayor prerrogativa de la dignidad humana.
El ocio no ha de ser para consumir, sino para crear. Consume el eslavo y crea el hombre libre. Consume el que se enrola en un viaje del que regresa más cansado que enterado o instruido: crea y recrea su espíritu el que se pone en contacto con la naturaleza y con la belleza y la asimila serenando y enriqueciendo su espíritu. Consume el que copia, orea el que estudia e investiga.
El ocio no es vagancia o simple inactividad, sino contemplación asimilativa de la verdad y de la belleza. De este modo considerado, el ocio es tan necesario como el trabajo para realizarnos a nosotros mismos. La diversión, el simple descanso, no es ocio, aunque se dedique a recuperar fuerzas para emprender de nuevo el trabajo. El ocio no tiene por función recuperar fuerza, sino profundizar en nosotros mismos y complementar lo que no puede darnos la finalidad prevalentemente utilitarista del trabajo, con frecuencia demasiado especializado y unidimensional.
{3 (103)} Por supuesto que no hay que hacer el elogio de la pereza ni del parasitismo, pero la eficacia absolutizadora que ha introducido el americanismo ―"time is money"―, cuando se enfrenta con la protesta del hombre "utilizado" no consigue nada mejor que tratar de darle más dinero por cada vez ―meced a la eficacia― menos tiempo de trabajo, oponiendo así trabajo y ocio, y se trabaja más para producir más y emplear así las ganancias en máquinas, coches y chismes que no le ayudan a ser más hombre, sino a engañarse creándose unas dependencias consumistas crecientes y enajenantes. Afortunadamente, en Europa, no se ha extinguido la idea de introducir la libertad tanto en el trabajo como en el ocio, lo cual es consecuencia de la mentalidad cristiana, de la que ni Marx prescinde cuando escribe que «el reino de la libertad comienza realmente allí donde desaparece el trabajo impuesto por la necesidad o las exigencias exteriores», lo que equivale a decir que el trabajo ha de ser elegido libremente y ha de ser amado, con lo que se evita la oposición entre trabajo y ocio.
Pero este ideal supone una transformación, todavía por hacer, respecto a la orientación del hombre y de la sociedad, desde que el maquinismo desnaturalizó buena parte del trabajo del hombre y altero, con el resurgir de las grandes ciudades, los módulos de relación y convivencia social.
Por esto es tan importante que, en esta situación, sepamos emplear bien el ocio o tiempo libre. Tiempo libre de una libertad siempre en peligro, porque es solicitada para la disipación, para la evasión, para la curiosidad inútil, cuando no por el egoísmo estéril o la bobería del consumismo.
EL PAPA.
A mí, el vicario de Cristo me parece solamente un hombre, una fuerte personalidad que encarna un cristianismo vivo, rico de humana experiencia. Cinco años de trabajo en una cantera y en una industria química; ferviente vida juvenil como actor, poeta, deportista; seria cultura teológica y filosófica; conocimiento de la sociedad industrial y de la sociedad campesina; estudios y enseñanza universitaria fundados sobre el pensamiento cristiano y sobre la mentalidad laica.
Livio Labor, senador del PSI y antiguo presidente de ACLI (referido por ADISTA, nº 1454)
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3. DEFORMACIONES CRISTIANAS
EN realidad, toda deformación cristiana, surge de la falta de fe. No es posible entender el Cristianismo desde fuera de la fe. Incluso, cuando la fe es vacilante, también produce alteración y algún desconcierto en el fiel inmaturo y vacilante. Y unas veces porque nos empeñamos en mirar con nostalgia el pasado que quisiéramos reproducir, o porque aplazamos para demasiado adelante lo que el Cristianismo ha de hacer en la vida, sufrimos la contradicción de la imagen deformada que de la Iglesia nos hemos hecho.
Un discípulo del P. Bevilacqua destacaba en él el hecho de que comprendiera la necesidad de que las ideas se vivieran de acuerdo con el tiempo y los cambios que éste impone, precisamente para poder ser fieles a ellas, para mantener su validez perenne. Y lo comparaba con Newman, ese otro gran oratoriano del siglo pasado, que escandalizó a más de un timorato cuando afirmo: «La Iglesia ha de cambiar para poder ser fiel a sí misma».
En esta vida, en la Iglesia, nos engañaríamos miserablemente si pensáramos que, cuando todavía estamos en camino del Reino de Dios, ya tenemos o podemos alcanzar la seguridad y el derecho a una situación suficientemente consolidada y protegida que garantice la total posesión de la verdad y de la salvación inadmisible. Esto solamente podría ser si la fe se separara de la vida. Esta seguiría evolucionando y desarrollando sus manifestaciones y la fe quedaría archivada como un dato desvinculado con todo lo nuevo, que sería lo mismo que decir con la vida.
Pasado y futuro, siempre en tensión de recuerdo o de esperanza, engendran también nostalgias cuando miramos demasiado atrás, o miedos cuando desconfiamos del porvenir. Hay deformaciones cristianas que vienen de esa nostalgia y de esos temores, y desde ninguno de los dos podemos entender o sentirnos bien en la Iglesia que ha de seguir siendo signo de Cristo, pero necesariamente renovado para ser capaz de dar el testimonio de Cristo en todo tiempo y a todos los hombres y ser entendida por ellos.
{5 (105)} Esta capacidad que no puede sorprendernos ni debemos truncar o impedir en la Iglesia, es consecuencia a la fidelidad a sí misma, a su pasado, que no puede ni debe reproducir, sino desenvolver y desarrollar. Sin esa evolución o desarrollo, el pasado no le serviría.
No es simple guardadora o depositaria, sino evangelizadora y anunciadora del Evangelio que ha de hacer libres a todos los hombres.
Pero, si esto es así, cabe que nos hagamos la pregunta que el P. Bevilacqua formulaba: «¿Hasta que punto el vínculo del pasado fue percibido por el cristiano como inderogable exigencia de continuidad histórica y cuándo, por el contrario, los cristianos se obstinaron en seguir adelante con el rostro vuelto hacia atrás hinchado el corazón de nostalgia por todo lo que fue y de rencor por todo lo que es y que será?» Estas deformaciones, cuando no proceden del egoísmo que hasta pretende hallar un aliado en la religión, suele provenir de la falta de profundización o de instrucción cristiana. Unas ideas sobre el Cristianismo que supongan apenas un bagaje moral o un poso sentimental para compensar insatisfacciones vitales, está muy lejos del Evangelio.
Por desgracia, muchas veces, los cristianos nos hemos conformado con ese mínimo residuo, sin que hayamos ejercido sobre nuestra actitud una crítica suficientemente sincera al cotejar nuestra actitud con el Evangelio. Entonces se comprende, en especial, la desazón por la exigencia de cambio que nos toca vivir, incluso como miembros de la Iglesia, si queremos ser verdaderamente sinceros con nuestra fe y sacarla de vacilaciones. Algunos, para quienes la fe era sólo una cultura, han optado por alejarse de la Iglesia; otros, siguen con sus miedos ante una contradicción que les desconcierta al no saber cómo relacionar la fe con la vida: no pueden detener la vida y no saben evolucionar en la fe. Esa evolución a la que se refirió Newman y que es, precisamente, no un modernismo, sino el medio de extraer de su tesoro, para cada momento nuevo, la novedad de su verdad y el vigor de su fuerza para ser vivida de modo que el mundo no se detenga y vayamos entendiendo por qué caminos Dios lo conduce a su Reino.
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4. Valorar la Iglesia desde la totalidad cristiana
LA mayoría de las valoraciones negativas que se hacen sobre determinadas épocas o sucesos de la historia de la Iglesia, provienen de que no se tiene en cuenta el conjunto o globalidad de las circunstancias que envuelven aquel hecho o momento sometido a análisis: también puede suceder que exijamos demasiado a nuestros pasados, sin tener en cuenta que disponían de medios más rudimentarios que los actuales y que tenían ideas menos elaboradas que las nuestras. Una consideración parcial o un lapsus ucrónico nos aleja de la realidad y del tiempo a que referimos impropiamente un análisis, porque las deducciones que extraigamos de un tal planteamiento inicialmente viciado o incompleto, por fuerza nos llevará a resultados exasperantes o absurdos.
Conviene recordarlo siempre al establecer comparaciones en las que es fácil agudizar matices que, al generalizarlos, atribuyeran al todo lo que sólo corresponde a una parte, sobre hechos, tiempos, personas, y colectividades. Comparar, de este modo, equivale a oponer y oponer a negar, por vía de deslizamientos lógicos tópicos, demagógicos, desfasados y hasta fantásticos.
En nuestra época, en la que los conocimientos se especifican en tal grado que ya apenas existe la figura del "sabio antiguo", que sabía "todo" porque el universo de los conocimientos, el saber "todo" era mucho más reducido que el contenido o sabiduría parcial de un sector de nuestra época, hay que tener más en cuenta el riesgo erróneo de las generalizaciones apresuradas.
En nuestro tiempo, los bienes, las cosas, los saberes, las noticias, se consumen, pero no se analizan, de donde nos resultan hombres unidimensionales, que parece que saben poco o mucho de algo, pero que, en conjunto, no saben nada de nada, si han de extraer su saber de esa generalización irreflexiva cuando, por un lado, ya no tienen hábito de analizar ni tiempo y gusto para estudiar y, de otro, carecen de ese mínimo de humildad para reconocer y aceptar, por lo menos, su parcial ignorancia. Porque sólo criticar negativamente no es analizar, ni descubrir defectos equivale a edificar aciertos.
{7 (107)} Alguien ha dicho que estamos volviendo al hombre de Protágoras, subjetivista y relativizador, en un proceder que traduce vanamente pretensiones de realismo y objetividad critica y a un absoluto categorial sin base. Pero, como a Protágoras le corrigió Platón, tal vez habrá que decir también ahora, a los hombres de hoy, cualquiera que sea el sentido que extraigan al aserto de que «el hombre es la medida de todas las cosas», que, en todo caso, «es Dios la medida de todo» porque sólo él lo contiene todo.
En el Cristianismo, el Hijo del Padre, Jesucristo, reúne en un sólo ser la síntesis del hombre y de Dios, apoyando ambas naturalezas en la sola subsistencia de la personalidad divina del Verbo.
Como hombre, limitado, pasible, relativo, débil, temporal... pero sin pecado, sin oposición, sin posibilidad de rechazo con lo mismo que le vinculaba ya necesariamente a la divinidad.
En este sentido es modelo completo, es ideal acabado para el hombre de hoy: completo Cristo hasta la llenumbre de Dios, y de todos los tiempos, al contrario de cualquier otro hombre y de los pensamientos de los hombres.
Por eso, analizar y juzgar el mundo desde Cristo, relacionar el mundo de los hombres y los tiempos con Cristo siempre viviente, posibilita juzgar y entender con su misma sabiduría, la verdad y los problemas de la vida y de los hombres, totalizarlo y recapitularlo todo en Cristo, y superar y resumir en su vida todos los tiempos, sin que ningún detalle parcial nos distraiga del todo, y podamos ser armónicos en el juicio y justos en la contemplación de cualquier suceso o de cualquier análisis de un momento de la historia de la Iglesia.
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5. LA FAMILIA. REDUCTO DE LIBERTAD
ESTA ruptura actual entre generaciones y la extrema fragilidad interna de muchos matrimonios, en especial jóvenes, no puede dejar indiferente a cualquiera que se precie de interesarse por el porvenir de la humanidad.
No deseo defender aquí y ahora un modelo determinado de familia ni quiero cerrar los ojos ante las limitaciones, sufrimientos e injusticias del pasado. Pero tampoco se sirve al futuro aceptando sin más, en un beatífico y perezoso liberalismo de bajo techo, la disolución de la familia como institución básica o creyendo que una desaparición conllevaría un progreso y una liberación para el hombre. En el bien entendido que el servicio honesto a la verdad obliga a recordar los sufrimientos que comporta nuestra situación actual para muchos, también entre los jóvenes. En todo este asunto llama poderosamente la atención que en los países de larga tradición democrática-liberal no son ya las Iglesias las únicas que se preocupan, desde sus presupuestos religiosos, por la estabilidad de la familia.
Muchos grupos agnósticos o ateos, por mero humanismo y desde presupuestos ideológicos que incluyen también los de la izquierda, se establecen como defensores de la misma. Cuando uno lee a ciertos prohombres del marxismo español repetir los eslóganes de los grupos más radicales del "feminismo" o de los "gays", comprende que, en esto como en otras cosas, España sigue siendo diferente. Ojalá que el cambio de rumbo no llegue demasiado tarde.
Porque si hay algo que se puede considerar adquirido hoy por la antropología es precisamente que el salto de la naturaleza a la cultura, la emergencia del hombre por encima de los animales va unida a la aparición de la familia. No hay, ni ha habido nunca, la mera "horda primitiva", viviendo en absoluta promiscuidad o al dictado del macho más fuerte. La familia no es un invento tardío fruto de la explotación del hombre sobre el hombre ―o la mujer en este caso― ni siquiera es la mera garantía del crecer humano de los hijos. La familia es también, por lo menos, humanización de la sexualidad y apertura al conjunto de símbolos que permiten la cultura. Esto sin detrimento de la necesaria comprensión para los diversos modelos culturales de familia que dependen de las técnicas, la economía y cualquier grupo humano. La familia, contra lo que muchos piensan, ha sido para el hombre uno de los últimos reductos de libertad y creatividad, en particular para los días difíciles.
Quienes de modo bastante torpe quieren regresar a una imaginaria sexualidad amorfa y sin fronteras parecen más bien adolescentes inmaduros o viejos ya definitivamente frustrados.
J. M. VIA 9 (109)
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6. VIA-LIBERTATIS
Los hombres son más sinceros cuando se encuentran más próximos a la muerte. Así Dietrich Bonhoeffer, cuando la certeza de la muerte presentida como próxima le hubiera podido sugerir escribir las estaciones de un Vía-crucis, compuso estas «Estaciones en el camino hacia la libertad», para mandar a un amigo que podía comprenderle, aunque se excusaba de lo defectuoso de sus estrofas porque «no era poeta». Para Bonhoeffer el «camino de la libertad» tenía cuatro estaciones: disciplina, acción, sufrimiento y muerte.
I. Disciplina
Si te decides a conquistar la libertad, aprende, ante todo, la disciplina de tus sentidos y de tu alma, para que tus deseos y tus miembros no te arrastren ahora aquí y más tarde allí.
Que tu espíritu y tu cuerpo sean castos, y enteramente sometidos a ti mismo y obedientes para buscar la meta que se les ha señalado.
Nadie alcanzará jamás el misterio de la libertad, si no es por medio de la disciplina.
II. Acción
Hacer y arriesgarte por lo que es justo, y no por lo que nos gusta; no fluctuar entre lo posible, sino emprender valientemente cosas reales.
No refugiarse en los pensamientos, sino pasando a la acción ha de consistir la libertad.
{10 (110)} Sal de la vacilación angustiosa y lánzate al torbellino de los acontecimientos, conducido sólo por la ley de Dios y por tu fe:
la libertad acogerá jubilosamente tu espíritu.
III. Sufrimiento
¡Oh transformación maravillosa! Tus manos fuertes, activas, están atadas.
Impotente, solitario, ves el fin de tu acción.
Sin embargo tú respiras y pones tu diestra tranquilo y confortado, en una mano más fuerte, y te das por satisfecho.
Solamente por un instante alcanzas tocar la libertad y te sientes bienaventurado, después se la devuelves a Dios, para que él la lleve a magnífico cumplimiento. IV. Muerte {t} Ven ya, suprema fiesta en el camino hacia la libertad eterna, muerte, rompe las cadenas y derriba los muros que pesan sobre nuestro cuerpo frágil y nuestra alma deslumbrada, para que finalmente alcancemos ver lo que aquí no hemos podido ver.
Libertad: te hemos buscado largamente con disciplina, en la acción y en Al morir te reconoceremos en el rostro mismo de Dios, el dolor.
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7. RESPONSABILIDADES CRISTIANAS
ENTRE corrientes individuales y sociológicas, nos debatimos para que, cuando alguien se atreva a llamarse cristiano, sea por algo más que por mera atribución adscriptiva, aislada, partidista o ideológica, y algo más que herencia social, que hábito cultural, pasivamente aceptado y, a lo más, transmisible como corteza protectora que ampara el grupo que nos es más útil, por la coincidencia de intereses que nos defiende, de prestigios que consolida, de promociones que ofrece, de garantías que sacraliza, en esa gran feria de la vida en la que, hasta la invocación de lo santo tiene el riesgo de ser instrumentalizado para la vanidad, la presunción y el egoísmo.
La crítica de la corteza caduca con que a veces envolvemos las semillas vivas de la verdad cristiana no nos ha de venir de los que miran, a los cristianos, desde fuera: ellos no pondrán ni un dedo para hacernos mejores, y critican para justificarse a si mismos, apenas sienten el resquemor de su vaciedad, la vacilación de su duda o el desamparo en su espíritu. La crítica nos la hemos de hacer nosotros mismos hasta que en nuestro reducto interior despierte la responsabilidad bautismal y se desprenda una voluntad firme para un cambio de vida acorde con la configuración cristiana asumida.
Responder como cristianos, no por vanidad, no por fanfarronería ideológica, no por mezquindad oportunista, no desde la actitud aprovechada de pueblerino llegado a más que disimula mal sus ignorancias con sus perfectos desprecios y, desde su promoción ficticia, capitaliza para sí las apariencias de lo que jamás ha poseído ni creado. Hay un poso de engreimiento y satisfacción, de levadura satisfecha y farisaica capaz, por sí sola, de desvirtuar el vigor de la más viva semilla de autenticidad cristiana. No llegan ahí ni los que nos critican de fuera, porque ellos no pueden saber cómo es la llama de la brasa que nunca han tenido en la mano, aunque la imaginen encendida en la de otros.
No es un problema de imaginación profética que se atreve a denunciar, sino de vida propia que se ha de convertir. ¿Cómo hemos llegado a ser cristianos? ¿Qué fuerza personal hemos añadido a nuestro bautismo?
¿Ha sido una ventaja, para nosotros la fe, o una urgencia comprometedora para cambiar nuestra vida y la del mundo? ¿Ha venido a romper nuestro egoísmo o a añadir otro egoísmo más, con seguridades y calidades postizas? ¿Hemos aceptado la fe, hemos recibido los sacramentos, demasiado pronto o demasiado tarde? ¿Tal vez demasiado pronto, como el que se apunta, como el que se inscribe, como el que se empadrona y pone el nombre en el encasillado burocrático de una máquina espiritual? ¿O demasiado tarde, porque hemos entendido la fe, no como una semilla o fermento transformador, sino como un añadido que dignifica y completa?
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8. documento: LAS PROPUESTAS DEL OBISPO WOJTYLA PARA EL CONCILIO VATICANO II
SE trata de referirnos al documento mandado por el obispo Wojtyla, en diciembre de 1959, al cardenal presidente de la Comisión antepreparatoria del Concilio. Tiene el interés de ser prácticamente desconocido, como uno más entre los centenares que la Comisión recibía de obispos y prelados de todo el mundo. El obispo Wojtyla no podía pensar entonces que sería el papa actual, del que ya tenemos sus primeros discursos pontificios, los de Puebla y la primera encíclica. El obispo Wojtyla tenía entonces poco menos de cuarenta años, hacía apenas un año que había sido consagrado obispo y once de su ordenación sacerdotal, a la que había llegado en la lucha y el trabajo simultaneado con los estudios. Conocía de cerca las dificultades que la Iglesia encontraba en su propio país y se había asomado un poco a Europa. Era el obispo auxiliar de la diócesis de Cracovia (millón y medio de cristianos, mil quinientos sacerdotes, en dos mitades de diocesanos y religiosos, y unas cuatro mil religiosas). El documento divide en nueve puntos sus propuestas. Teniendo en cuenta la evolución que en la misma Iglesia se ha ido produciendo, a lo largo de los veinte años que nos separan del de la redacción de ese documento, lo hemos de considerar de tono abierto y podemos suponer que, en la actualidad, salvadas las demás circunstancias, lo sería todavía más. Señalaremos cada uno de sus nueve puntos y destacaremos los párrafos principales.
HUMANISMO CRISTIANO
1. Las circunstancias en las que le toca vivir a la Iglesia de Cristo sugieren la conveniencia de iluminar algunos puntos doctrinales. Puesto que ha aumentado el materialismo (cientista, positivista, dialéctico), es preciso hacer una exposición del orden espiritual trascendental. Este {13 (113)} orden que tiene su principio en Dios, causa primera de todo, se encuentra también en el hombre creado a su imagen y semejanza.
Conviene delinear doctrinalmente el problema del personalismo cristiano. La personalidad humana se manifiesta principalmente en la relación de cualquier persona humana con el Dios personal: ahí esto: la cima de toda religión.
El personalismo cristiano constituye también el fundamento de toda la doctrina ética enseñada por la Iglesia y conexa con el evangelio.
Es preciso distinguir el personalismo cristiano de todo otro personalismo con vestigios de individualismo o de economismo materialista.
Al hablar de "personalismo cristiano" el obispo Wojtyla reproduce implícitamente los planteamientos y las ideas de Maritain y de Mounier. Cuando, acto seguido, se refiere al ecumenismo, casi reproduce frases del célebre cardenal Mercier, que resurgiría en la gran figura conciliar del ecumenismo: el cardenal Bea.
ECUMENISMO
2. El Concilio y toda la eclesiología teológica... deben dar menos relieve a lo que separa y profundizar más en lo que une. Así se podrá preparar, tal vez mejor, la conversión de los espíritus, si bien habrá de implorarse, con perseverancia, la gracia de la reconciliación con la Iglesia en lo que atañe a los puntos doctrinales que parecen más difíciles.
Cuando se refiere a los laicos, se lamenta de la reconocida poca importancia que se les concede en el vigente Código de Derecho Canónico, preponderantemente clerical, y dice:
LOS LAICOS
3. Es necesario, por parte de la clerecía, que adquiera un conocimiento más completo de toda la vida de los laicos y del valor, tanto en el sentido natural como sobrenatural, de esta vida.
{14 (114)} En la cura de almas los laicos no deben ser considerados como un objeto, sino como un sujeto cooperador. Se trata de un trabajo evangélico que ha de ir en progresivo aumento, y no de un pleito sobre la competencia entre clero y laicado católico.
Pero a los apartados que dedica mayor extensión, son a los que se refieren al clero su piedad, formación, disciplina, estudios.
LO SECULAR EN EL CLERO
4. Se han de acentuar con energía algunos rasgos específicos de la clerecía, en relación con los demás cristianos, que responden a la particular vocación que tienen en la Iglesia, pero hay que acentuar, al mismo tiempo, la conexión con los laicos, con el fin de mostrar la unidad del Reino de Dios en este mundo.
Parece oportuno que se facilite el contacto de los clérigos con muchos hechos y fenómenos de la vida humana, incluso secular...; pero insistiendo que no se trata de un secularismo, sino solamente de afirmar todo lo que tenga un valor, aunque carezca de aspecto religioso o sacral.
No puede darse, en la vida humana, una sacralización generalizada diferente de la que es indirecta y discreta, pero verdadera y profunda. La formación del clero ha de corresponder a esta tendencia.
Coincide con muchos de los proponentes de una reforma respecto a los sacerdotes que habían abandonado el ministerio situándose, según las leyes canónicas, en situaciones en las que no se les reconocía su "status" cristiano. El obispo Wojtyla, aboga porque se les conceda, con la reducción al estado laical, la dispensa plena de la ley del celibato para que puedan contraer libre matrimonio o legitimar situaciones de hecho parecidas. Fundamenta fu proposición en tres razones: el bien espiritual del mismo sacerdote, el bien de la Iglesia y la solución de casos especiales de errónea vocación. Y concluye:
EL CELIBATO
5. Esta propuesta se presenta a la Comisión antepreparatoria con el fin de que también se atienda a las voces de los que proponen algo parecido, pero se destaca que se trata de un asunto importante. La Iglesia, sin duda, es {15 (115)} del todo competente en esta materia. Debe, por lo mismo, detenerse a reflexionar y ponderar al máximo y con la mayor solicitud, si esta proposición serviría al bien espiritual y a la santidad de la clerecía, o si podría relajar la disciplina.
Muy exigente se muestra en lo que se refiere a la formación intelectual de los futuros sacerdotes, haciendo fuerza, en particular, en los medios que se emplean para proporcionar al nuevo clero la necesaria instrucción, clarificando bien, desde un principio, las intenciones y garantizando la vigilancia de los medios. Nada le objetaría Rosmini.
FORMACIÓN E INSTRUCCION DEL SACERDOTE
6. La raíz de la formación clerical está en el seminario. Por esto debe contar con una dirección y una organización óptimas, para que esté a la altura suficiente de las exigencias de la vocación y del estado sacerdotal, lo mismo que al cuidado de las almas y del contacto con los contemporáneos. En la formación del espíritu y de la conciencia de los alumnos es preciso trabajar desde un principio a partir del conocimiento cierto del sentido de la misión apostólica. La misión y el deber han de tener un lugar más importante en su espíritu y voluntad, dejando atrás la noción de beneficio de la que parte el Código de Derecho Canónico, aunque sea justa y conveniente.
Pero es posible que, esta noción canónica de beneficio y su mismo nombre deban de ser cambiados por algo que esté más de acuerdo con el talante del clérigo.
En el seminario es conveniente no solamente la formación {16 (116)} moral sino también la intelectual. Los seminarios no deben ser solamente estudios profesionales, sino verdaderas academias o estudios generales equiparables a las universidades. Porque es preciso que el sacerdote que trabaja en la cura de almas posea una conveniente autoridad intelectual entre sus contemporáneos, puesto que éstos, a la vez, vemos que también adquieren una formación superior en las universidades. De donde la necesidad de una preparación científica, en el sacerdote, como condición indispensable, y que los profesores y maestros estén perfectamente preparados para transmitirla.
Posiblemente no estaría fuera de lugar una comisión encargada de verificar la calidad de cada disciplina impartida, de modo parecido a lo que sucede en las universidades laicas.
Nada nuevo aporta en el número siete, que es el punto destinado a los religiosos.
Como singularidad se refiere a la necesidad de que exista un visitador apostólico estable en cada nación, y ello es comprensible en las circunstancias en que el obispo Wojtyla escribe, cuando se trata de la dificultad de comunicaciones con Roma; probablemente ahora ya no lo pediría, relajada un poco la dureza de aquella situación de práctico aislamiento. Se refiere, como a lugares comunes, a la colaboración entre religiosos y clero diocesano, por una parte, y, por otra, a la necesidad de respetar el carácter específico de cada orden o congregación y cuál sea su vocación principal en la Iglesia universal de Cristo.
El punto octavo se refiere a la liturgia y pide que sea admitida la lengua vernácula en la administración de sacramentos y sacramentales, pero evitando la nacionalización de los ritos. Piensa, también, en otras simplificaciones.
Finalmente, en el punto noveno, aboga por la desaparición de impedimentos matrimoniales menos importantes, que todavía figuran en el Código y propone la agilización de la labor ministerial del sacerdote, ampliando sus facultades hasta comprender, por lo menos en algunas circunstancias, todo el ámbito nacional.
No en vano han transcurrido veinte años para poder imaginar que, en la actualidad esa relativa apertura que entonces era manifestación de prudencia y valentía, ahora sería con mucho superada, acrecentada, ante las perspectivas que se abren en un mundo, también cambiado, que pide todavía mayores y más profundas acomodaciones. Sin duda que el obispo Wojtyla, convertido ahora en pastor universal de la Iglesia, deseará llevar adelante, yendo todavía más lejos, las reformas y acomodaciones que entonces vislumbraba: pero dependerá no solamente de él, sino del resto de los que formamos con él la Iglesia de Cristo, si, proporcionalmente y desde nuestro lugar y nuestra época, también albergamos aspiraciones de reforma y de cambio, para rejuvenecer a la Iglesia y para anunciar el Reino de Dios a nuestro mundo.
El cristianismo entró en la historia de Romano con la violencia, no con la fuerza militar, no mediante la conquista o la Invasión, sino con la fuerza del testimonio, pagada con el elevado precio de in sangre de los mártires, a lo largo de más de tres siglos de historia.
Entró con la fuerza de la levadura evangélica que, revelando al hombre su última vocación y su máxima dignidad en Jesucristo, comenzó a actuar en lo más profundo del espíritu para penetrar después en las instituciones humanas y en toda la cultura.
Juan Pablo II, 25.4.1979
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9. NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS
GENERALMENTE se le conoce con el nombre de CATECISMO HOLANDES, porque fue en Holanda donde se confeccionó después de diez años de trabajo emprendido por un equipo de teólogos y expertos agrupados en el Instituto Superior de Catequética de Nimega, que habían recibido el encargo de los obispos holandeses.
En España lo ha publicado Editorial Herder, de Barcelona y ha conocido una difusión verdaderamente amplia, excepto en los sectores más bien críticos del Concilio Vaticano II, puesto que este NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS era una consecuencia del mismo.
No se trata de un libro para leer de una vez y guardarlo olvidado; sino que debe figurar, entre los libros del cristiano, al lado de la Biblia.
Se llama "nuevo" porque en él se pretende anunciar la fe de un modo que corresponda a nuestros días; pero el mensaje de la fe sabemos que permanece substancialmente invariable, aunque se puedan renovar los enfoques y la luz con que sea examinada.
El catecismo clásico se reducía a un conjunto de fórmulas breves, fáciles de retener en la memoria. Este catecismo para adultos pretende, en cambio, presentar, en un lenguaje corriente, el mensaje de Cristo mostrando con amplitud sus perspectivas básicas y aclarando los problemas actuales a la luz del Evangelio.
También se auspicia, en el prefacio con que se presenta, que ha sido confeccionado con la esperanza de que favorezca y suscite el sentido de comunidad, que es la gran obra de Dios. Vivir con Dios es algo totalmente personal, ciertamente; mas no individual, sino comunitario. Dios es la fuente de toda comunidad.
Los temas tratados en este volumen fueron escogidos con la intención de dar materia para la reflexión del creyente adulto. Y se ha procurado, en lo posible, evitar el lenguaje técnico, de modo que no ofreciera dificultades innecesarias a la comprensión.
Los que lean estas líneas y posean ya el CATECISMO a que nos referimos, habrán podido comprobar por sí mismos la excelencia del texto, si realmente no lo han olvidado después de una simple incursión curiosa en lo nuevo. Como todo buen libro, no se puede leer todo de una vez, ni leer una sola vez, sino que ha de ser cita continua de la inteligencia y del interés del lector, en este supuesto, cristiano.
Los que todavía no lo tengan, adquiéranlo cuanto antes y léanlo con frecuencia. Vivimos en una época de grandes desfases entre lo que decimos creer y lo que conocemos de nuestra propia fe, lo cual hace más necesario adquirir o mejorar la ilustración propia sobre la misma.
Muchos critican simplemente para disimular su ignorancia; otros vegetan en el sentimentalismo ignorante, indecisos por acabar de ser realmente cristianos. La instrucción reflexiva sobre el contenido de la fe y su vivencia es indispensable al buen cristiano.
EL MANDAMIENTO LIBERADOR.
El mandamiento de Dios revolado en Jesucristo abarca la totalidad de la vida; no sólo vigila, como lo ético, la infranqueable barrera de la vida, sino que es a la vez el centro y la plenitud de la vida. No sólo es deber, sino también permisión: no sólo prohíbe, sino que libera en orden a la acción no-refleja. No sólo interrumpe el proceso de la vida donde falla, sino que la acompaña y la guía, sin que esto tenga que emerger siempre en la conciencia. El mandamiento de Dios viene a ser la orientación divina diaria de nuestra vida. El mandamiento de Dios es la permisión de vivir como hombre ante Dios.
D. Bonhoeffer