Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
170. OCTUBRE. Año 1979 |
0.
SUMARIO |
EL
MUNDO no está enfermo de males ni intoxicado de errores, sino, más bien,
ayuno de bienes y necesitado de verdades. Alimentarle con la verdad que
sabemos y podemos comunicar, fortalecerle con ese bien que tenemos y debemos
compartir, y educarle para que no desperdicie fuerzas ni desprecie la
verdadera luz: ésa es la misión que nos incumbe, aun antes de protestar por
lo que honestamente no nos gusta. Olvidarlo sería ingratitud por una
capacidad recibida y, además, traicionar un encargo que nos compromete ante
Dios, y unos frente a otros, porque Dios es padre de todos, y todos somos
hermanos. |
A
PARTIR DE LA PALABRA |
MISIÓN
Y PACIFICACIÓN |
«TUS
INDIAS SON ROMA» |
LA
MISIÓN ES UNA NUEVA CONSTRUCCIÓN |
EL
CRISTIANISMO Y LA CIVILIZACIÓN |
{1
(121)} |
1.
A PARTIR DE LA PALABRA |
CUANDO
la Iglesia asume e institucionaliza las obras de los santos y fundadores, lo
hace no solamente porque reconoce la oportunidad de exaltar el valor
universal de las mismas, sino porque vienen a enriquecer con nuevas
modalidades, la encarnación del Evangelio en la vida. Cada obra de
apostolado, cada empresa de vida de perfección, cada sociedad o instituto
religioso constituyen otras tantas manifestaciones de un mismo dinamismo
apostólico y santificador, ejercido en nombre de Cristo, vivido en Cristo.
Unidad y variedad que son, providencialmente, fuerza Y agilidad a un mismo
tiempo, indispensables a su misión. |
Cada
una de estas empresas es celosa de lo que la distingue y especifica dentro de
la Iglesia. Se trata de un celo perfectamente justificado: porque en esta
razón específica está su propio origen y la motivación de su existencia. |
No
pocas veces ha sido tarea difícil pretender encuadrar o "envasar"
en leyes, necesarias a toda institución, lo más original y propio, lo más
característico de las obras de los santos. Los oratorianos sabemos la
repugnancia que san Felipe profesaba hacia el exceso de leyes, y cómo se
avino, urgido finalmente, por el mismo Papa en persona, a elegir en
Congregación aquella comunidad espontánea ―diríamos hoy― de
tiempo reunida en torno a él mismo, gobernada sin leyes, con sólo la caridad. |
Pero
¿qué era lo propio y específico de la obra de san Felipe? |
¿Qué
era lo nuclear en el Oratorio? |
¿Qué
era lo que podría dar motivo para que su obra se institucionalizara? ¿Qué
llamaría la atención de los hombres de Iglesia para empujarle a aceptar la
erección de su obra en Congregación? |
La
denominación "del Oratorio", que luego ha prevalecido, vino del
lugar donde se celebraban las reuniones: pasados los años de aquellos
primeros encuentros, en pequeño número de asistentes, que tenían lugar en su
misma habitación, de una manera informal y espontánea, fue necesario disponer
de un lugar más espacioso, medio salón medio templo, para el que la palabra
"oratorio" parecía adecuada. De esta palabra, y también de una
parte de lo que en tales reuniones se hacía, se quiso deducir ―tal vez
demasiado precipitadamente—, que la obra {2 (124)} de san Felipe Neri era una
como genial empresa de "apostolado de la oración". No se podría
negar que el Santo fue tanto un hombre de oración que, en ciertas épocas de
su vida, por lo menos, ocupó el ejercicio de la misma muchas horas del día y
noches enteras, y que siempre fue el respirar de su alma, gozosamente amiga
de Dios. Y que supo enseñar a los demás a tratar con Dios, enfervorizándoles,
hasta elevar sus mentes y convertir en oración los pensamientos y la vida. |
Pero
todo esto era más bien el fruto; la obra del Oratorio tenía otro centro. |
El
"ejercicio" propio del Oratorio consistía en el peculiar modo de
tratar la palabra de Dios: los "sermoni", los
"ragionamenti", el modo espontáneo de las
"conversaciones" generalmente dialogadas, pero no tan divagantes,
en las que sacerdotes y seglares participaban, sin aires doctorales, «sin
buscar aplauso, a la manera popular, como hacía san Francisco de Asís»,
escribía el discípulo predilecto de san Felipe, Tarugi (29.6. |
1584). |
En
los primeros tiempos en que esta forma comienza a prosperar, existe, en la
comunidad oratoriana inmediatamente formada por san Felipe, un celo muy
concreto e interesado en mantener la pureza original de su estilo «sobre la
conversación de la forma antigua del Oratorio en la cual intervienen todos
los que hablan en él». Repetidas revisiones quieren asegurar la fidelidad a
lo que se reputa como peculiar y característico del ejercicio del Oratorio,
es decir, «la palabra de Dios, tratada de manera sencilla, familiar, con
fruto y dignidad». Los primeros padres del Oratorio (Talpa) atribuyen a
Tarugi el saber interpretar este estilo de manera magistral por lo que es
llamado «Maestro y dux verbi del Oratorio». |
Cuando
el Oratorio, abierto a todos, sacerdotes amigos y seglares que reciben el
influjo espiritual de san Felipe, parece que tiende a desviarse o perder algo
de este estilo y modo peculiar de tratar la "palabra de Dios", se
comienzan a tomar precauciones y establecer normas (Lib. II Decr., 16. 7.
1587; 18. 10. |
1589;
Lib. III Decr., 1.1. 1594) para que los invitados a hablar, que no son del
Oratorio, se avengan a su estilo. Finalmente se llega a excluir {3 (123)} a
los eclesiásticos ajenos al Oratorio (Decr., 20. 5. 1596). |
En
cambio, cuando los Escolapios redactan sus Constituciones se dice en ellas
(Pars III, cap. 7) que se observe en la predicación la elocuencia familiar
«que usan los RR. |
Padres
del Oratorio de Roma». |
«Nosotros
hablamos al corazón», decía Tarugi. Era un género nuevo de elocuencia, muy
distante del usado en aquel tiempo; nuevo hasta formar escuela, hasta ser
algo típicamente peculiar del Oratorio, hasta constituir lo más
"original" de sus reuniones, a las que acudían las almas ansiosas
de verdad y sinceridad. Eran, estas reuniones, «una conversación con los
oyentes; así lo entendían unánimemente todos los Padres: la predicación
familiar era la característica esencial del Oratorio» (Ponnelle-Bordet). |
J.
H. Newman, en una de sus conferencias sobre el Oratorio, refiere el
testimonio del padre Manni, hijo espiritual del Santo, que recordaba que «el
oír diariamente la palabra de Dios, vale por los demás ejercicios de piedad». |
El
padre Gülden, del Oratorio de Leipzig, escribió: «Por palabra de Dios, no se
entendía solamente las palabras de las Sagradas Escrituras, sino también el
"verbum", que había tomado forma en la historia de la Iglesia, en
su vida y en sus obras, y también en el "verbum" que nosotros
podemos encontrar en todo ser humano, hermano nuestro, si estamos dispuestos
a recoger su "ingenium" y lo que el Espíritu Santo le dicta. No se
trata, hoy, de detenernos a estudiar escolásticamente todos estos aspectos de
la "palabra de Dios", sino de meditarla individual y
coloquialmente, y responder con la oración y asimilarla y fundirla en
nosotros con la plegaria, hasta realizarla en las obras. Dispuestos a llegar
hasta las fuentes, y hacer que nos influya, acogiéndola dentro de nosotros,
pero con referencia siempre al ser humano, tal como hoy se presenta...» Luego
la oración es sobre este objeto, es el trabajo interior del espíritu desde
este objeto, hacia Dios... |
Y,
en fin, podría añadirse lo de la "sola caritas", el capítulo de la
alegría, de la libertad. Y hasta llegar a la predilección tradicional del
Oratorio por la Liturgia, que siempre comienza, o debe comenzar, siendo el
anuncio del Evangelio, palabra que ha de hacerse vida; sin ello se reduciría
a esquemas rituales inútiles, lo que debería ser el encuentro gozoso del
hombre con Dios. |
Hace
cuatro siglos, pues, que el Oratorio trajo a la Iglesia esa vuelta a la
simplicidad del anuncio del Evangelio, del comentario vivo, sencillo, serio,
espiritual, encarnado de la palabra de Dios. Entonces impresionó, porque
respondía a la realidad. Que es la urgencia que subsiste siempre, cuando se
trata del Evangelio, de la palabra de Dios, del Dios que habla en las Santas
Escrituras, en la vida de la Iglesia, en la Historia del mundo y en la
conciencia de los hombres. |
{4
(124)} |
2.
MISIÓN Y PACIFICACIÓN: el ejemplo de Ramón Llull |
LA
IGLESIA es esencialmente misionera y comenzó a partir de la irradiación
apostólica de las primeras comunidades cristianas. La proyección del anuncio
de Cristo se ha ido cumpliendo, a través de veinte siglos, porque los
cristianos han ido a presentar el Evangelio a los hombres que lo desconocían
o porque éstos han rodeado a los cristianos y han preguntado por Cristo.
Además de este anuncio hacia fuera, la Iglesia ha tenido que seguir
predicando la Palabra a sus fieles, porque toda vida en crecimiento supone,
desde el espíritu, un proceso de profundización, y el cristianismo es
esencialmente vida y es espiritual. |
San
Pablo se nos muestra como arquetípico en toda la riqueza de aspectos desde
los cuales consideramos la misión, o anuncio del mensaje cristiano, el
Evangelio. |
Cualquier
replanteamiento que nos hiciéramos ha de consistir en una vuelta al Nuevo
Testamento y sin olvidarnos nunca de tener en cuenta al Apóstol por
antonomasia. Además, cada época ha propiciado circunstancias, modos y estilos
que la posterior evolución histórica ha mantenido o superado. En cada época y
momento de la vida del hombre, la Iglesia se ha esforzado en cumplir el
encargo misional, que ha de ser juzgado de acuerdo con las respectivas
situaciones y mentalidades propias de su tiempo. |
Hoy
en día, por ejemplo, pensaríamos que sería una aberración y un contrasentido
emprender cruzadas para extender el conocimiento del Evangelio o para
rescatar reliquias cristianas. Pero hemos de abstenernos de precipitar
nuestro juicio sobre las cruzadas de la Edad Media, sin antes tener en cuenta
el contexto histórico en que se inscribían aquellas gestas que ahora creemos
desafortunadas, pero que, en parte por lo menos, tuvieron su significación
misionera, protagonizada especialmente por los franciscanos y dominicos, que
significaron el aspecto pacífico en el enfrentamiento de pueblos y razas
entonces en contienda. |
Otro
tanto nos ocurriría con la expansión misionera del Renacimiento, motivada por
los descubrimientos geográficos de España y {5 (125)} Portugal, para cuyo
socorro evangelizador la Santa Sede establecía una especial Congregación —de
Propagación de la Fe― que, por otra parte, jamás pudo actuar porque los
Reyes conquistadores condicionaban la expansión de la fe a sus miras
imperialistas, sin admitir la autonomía de la Iglesia en la misión
evangelizadora. A pesar de lo cual hubo santos misioneros y no fue inútil la
mediatizada actividad de los predicadores, si bien se perdieron,
irremisiblemente, muchos elementos culturales indígenas, perfectamente
integrables en el Evangelio, que fueron destruidos con la implantación de los
nuevos modelos impuestos por la civilización imperial. |
Y
otro tanto con los recientes colonialismos, que veían bien la misión
evangelizadora si completaba la culturización de los dominados y no creaba
problemas de indocilidad frente a la metrópoli beneficiada con las riquezas
naturales extraídas a bajo o ningún precio. En el Congo, por ejemplo, frente
a míseros botiquines que acarreaban los abnegados misioneros o que existían
en los pocos y mal provistos hospitales, no faltaban aparatos de rayos X a la
salida de las minas, para "registrar" a los miserables que
trabajaban en ellas, a la salida, no fuera que se hubiesen tragado algún
diamante... Ni había, en el momento de su independencia, siquiera dos docenas
de indígenas universitarios... |
Muchas
veces, lo que la Iglesia decía al hombre negro, lo desmentía el hombre
blanco, que además era cristiano (?). |
La
misión siempre ha sido difícil, siempre ha sido una cruz, además de una
divina e inevitable urgencia. Todavía hoy, un día y otro, podemos leer en los
diarios que un misionero o sacerdote ha sido asesinado, y no por los
caníbales, sino por el poder establecido, y como represalia o medida
enmudecedora de una palabra que, aunque esté en el Evangelio, compromete la
codicia de los tiranos. |
Pero,
para los que se acerquen con imparcialidad a las páginas de la historia, es
posible siempre hacer un balance positivo de la contribución que la Iglesia
hizo a la pacificación, aun en los momentos en que se pretendía justificar la
{6 (126)} licitud de la violencia al servicio de causas justas o tenidas por
tales. |
En
apoyo de ello queremos traer un par de nombres significativos, que surgen en
la Edad Media, del hervor de las Cruzadas, que ellos entendían como una
empresa más bien para convencer a infieles ―«pues para poder ser
convencidos Dios hizo a los hombres racionales » (Llull)— que para vencerles
y obligarles con la fuerza de las armas. |
En
el siglo XIII nos encontramos con dos varones santos, Ramón de Penyafort y el
beato Ramón Llull (barcelonés el primero, mallorquín el segundo), opuestos al
sentido violento de la "cruzada". En el de Penyafort,
universitario, eximio jurista, no encontraremos en sus escritos expresiones
negativas, como era el estilo de otros escritores de la época, con el famoso
"contra" —contra iudeos", "contra gentiles"
"contra sarracenos"... Y su actuación y celo apostólico nos
confirma, a pesar del acceso que tuvo entre los "grandes" del mundo
"confesor de reyes y de papas"..., como le llama el cantar popular
la ausencia de tentaciones de violencia al servicio (?) de Cristo: no era con
la fuerza de las armas, sino con el respeto del hombre y en el diálogo
fraterno que se puede llegar a la auténtica verdad, al fondo del espíritu, a
Dios. |
No
le iba a la zaga el beato Ramón Llull. ¿Se conocieron ambos? Llull era paje
de Jaime I EI Conquistador, cuando el de Penyafort, hombre maduro,
"confesaba reyes y exhortaba papas..." Llull se inició en la corte,
pero a los treinta y tres años (1263), tocado por Cristo, cambió de rey: |
lo
sería Jesucristo, el Amado. Eran aquellos, tiempos de fe y de gestos heroicos
y él abandonó todo, decidido a emplear sus energías en el servicio de su
Señor y en la conversión de los no cristianos. Más tarde, su ardiente amor a
Cristo nos dará, entre otros escritos, su incomparable Llibre d'Amice Amat,
verdadera joya de la literatura mística; de su amor a las almas surgirán
varias obras directamente misioneras, en las que estudiará las diversas
religiones de que tiene noticia, reflexionará sobre lo que, en su época,
serían los "signos de los tiempos" aplicándolos al designio de
santificación universal querido por Dios, y hará una exposición nítida e
irónica sobre la esencia del cristianismo. Además, una amplia y vivacísima
concepción religiosa será vertida en su poema Blanquerna, la más conocida de
sus obras. |
Como
del resto ha hecho siempre la Iglesia ―salvo en aquellos casos en que
ha sido subyugada y utilizada por los poderes de este mundo, como instrumento
de colonización cultural—, Llull tuyo, como Ramón de Penyafort, una gran
preocupación por asimilar la lengua y la cultura de los pueblos que quería
evangelizar. En aquella época, {7 (127)} en la que el Mar Mediterráneo podía
considerarse, como observa Metodio da Nembro, el "lago árabe", no
solamente profundizó sus estudios de latín, para hacerse entender de las
altas jerarquías de la Iglesia, sino que estudió la lengua Y las
manifestaciones culturales árabes, siguiendo con ello la misma dirección que
el de Penyafort había iniciado al fundar escuelas lingüísticas en Túnez,
Barcelona y Murcia para el estudio del árabe, hebreo, turco, eslavo... en
orden a misionar las riberas mediterráneas. |
El
colegio de Palma de Mallorca, fundado en 1275 por Ramón Llull obedecía a la
misma preocupación, especialmente en lo relativo al mundo islámico. Aquí
estuvo Llull por espacio de un decenio, escribiendo, enseñando, hasta que
emprendió una serie de viajes cerca de los reyes cristianos, papas y
cardenales para excitarlos a colaborar con su plan pacífico de
evangelización. Casi treinta años duro su peregrinar, desde Mallorca, a las
costas del Norte de África, a las cortes de los reyes, a la del Papa... Finalmente
encontró la muerte en el martirio en el último de sus tentativos entre los
musulmanes. |
Aparentemente,
no tuvo éxito la porfía de Ramón Llull. En realidad, su canto Desconhort,
escrito en Roma en 1295, tal vez la más importante de las obras llullianas
por su fuerza dramática y por su interés autobiográfico, revela los
sentimientos de su corazón afligido, al ver que no se le hacía caso cuando
presentaba su plan —¿utópico?— para convertir el mundo. |
Pero,
¿tenía razón en despreciar sus planes de evangelización pacífica aquel mundo
cristiano medieval que había conocido el fracaso de las
"cruzadas"?... Sí, a pesar de los mitos de heroicidad, la razón de
la fuerza había fracasado ¿por qué no se daba una oportunidad a la fuerza de
la razón manifestada con el amor, no de unos cuantos misioneros soñadores con
el martirio, sino de la cristiandad entera, hermana de media humanidad
ignorante del Evangelio? No armas de violencia, sino "armas espirituales",
repetirá Ramón Llull: «oración, mortificación, sacrificio, ciencia...» Es la
obsesión que gravita en toda su obra Ars magna, imposible de comprender sin
este supuesto. |
Las
exigencias más audaces para una presentación del Evangelio con toda su pureza
a las masas que lo desconocen, hoy encontrarían, en Llull, no sólo un
precedente, sino un maestro, joven todavía, ante el amanecer de un mundo en
transformación, absurda si no es inspirada por la trascendencia. |
Llull
comprende, en pleno siglo XIII, que la Iglesia no se puede resignar a la
cerrazón impuesta por unos límites que determinan la "Cristiandad".
Esos límites han de derribarse y hay que penetrar más allá, sin límites. Por
ello pide, {8 (128)} ya entonces, que la Iglesia, no se resigne a mantener y
defender la pureza de su fe, sino que la comunique activamente, disponiendo
todos los medios a su alcance y que, para ello, instituya un organismo que
articule todo este dinamismo apostólico, a escala universal. No se le hizo
caso. Pero tres siglos más tarde, después de unos primeros tentativos de san
Pío V ―contemporáneo de san Felipe Neri—, Gregorio XV, en 1622,
instituía ese organismo con el nombre de "Sagrada Congregación para la
Propagación de la Fe", que ahora se llama con más propiedad, "para
la Evangelización de los Pueblos". Esta institución surgía en la Iglesia
ante la apremiante necesidad de evangelizar las grandes zonas de la tierra
descubiertas en el siglo XVI; pero es curioso constatar cómo, los países
descubridores más directamente interesados, se negaron a aceptar la
jurisdicción del nuevo organismo pontificio en las tierras de su dominio,
cuya evangelización estuvo directamente supeditada al poder político
respectivo. Por lo cual, dicha "Congregación para la Propagación de la
Fe" tuvo que alterar la finalidad para la que fue fundada y los papas la
dedicaron a la lucha por la recuperación de los países protestantes.
Extorsión que ha sido recientemente subsanada. En realidad, propiamente para
las misiones, ha funcionado sólo recientemente. Ello puede explicar, por lo
menos en parte, algunos de los problemas actuales que, en el orden cristiano,
tienen presentados los países latinoamericanos. |
Pero
Llull, además de un organismo central eclesiástico, asistido por un conjunto
convencional de delegaciones periféricas que coordinaran toda la actividad
misionera de evangelización, insistía para que, paralelamente, se operara una
igualmente universal reforma del mundo católico, no sólo en el aspecto
religioso, sino también en el político y social, sin lo cual la
evangelización se habría reducido a un recurso hipócrita para dilatar el
dominio de los reyes cristianos, pero no para la verdadera extensión
espiritual del reino de Dios. |
Por
lo tanto, con idéntico compromiso global, pero cumpliendo cada cual el propio
deber específico ―papas, reyes, cardenales, hombres de Iglesia,
sabios...— todos debían trabajar en orden a la propagación del Evangelio. No
sería difícil encontrar en la voz del protagonista de Blanquerna resonancias
del Vaticano II en el capítulo VI del decreto Ad gentes. Llull siente,
vivamente, el valor y la fuerza del "deber misionero" y lo subraya
repetidas veces. |
Obviamente,
el compromiso universal de todos los creyentes constituye el único verdadero
problema para una concreta y eficaz evangelización mundial, problema siempre
vivo y de extrema actualidad. |
Ei
bien que cada uno de nosotros somos capaces de hacer, no podemos delegarlo en
los demás porque todos tenemos una misión de la que hemos de responder, en la
iglesia, Ante Dios y Ante nuestros hermanos. |
{9
(129)} |
3.
«Tus Indias son Roma» |
ERA
el año 1556, cinco justos que san Felipe había sido ordenado sacerdote. Ya su
celo apostólico era conocido por Roma entera, que iba acudiendo, poco a poco,
a las reuniones de la tarde que ya se llamaban popularmente "el Oratorio
del Padre Felipe", iban a oírle, no por simple curiosidad, sino para
dejarse guiar por él. Era muy difícil, en aquellos comienzos de la labor
sacerdotal de san Felipe, distinguir dónde acababa la charla, la lección, el
comentario espiritual o la conferencia, y dónde comenzaba la conversación, el
diálogo y el trato de amigo más allá de la admiración o el devocionismo o el
apego personal. La espontaneidad, la sencillez y el fervor cristiano eran las
cualidades del estilo con que san Felipe trataba allí los temas de doctrina y
piedad, tomando como base algún hecho de actualidad o la lectura de algún
libro o algún documento interesante. |
En
cierta ocasión fueron leídas y comentadas allí unas cartas llegadas de
Indias, donde san Francisco Xavier y otros misioneros acababan de descubrir
una mies inmensa de almas que reclamaban mayor número de operarios
evangélicos. El propio san Felipe creyó sentir el grito misionero de un
llamamiento que le empujaba a ir allá y concibió la idea de ir acompañado de
sus más adictos seguidores. Pero no quiso partir sin antes someter sus planes
al consejo de un prudente sacerdote, y acudió a la abadía de san Pablo
extramuros para {10 (130)} exponer sus proyectos y pedir luz a un monje
benedictino que le remitió a un santo varón, el padre Vicente Chettini, a la
sazón Prior del monasterio de Tre Fontane. San Felipe desahogó su corazón con
toda la ilusionada generosidad de sus ansias misioneras. El virtuoso monje le
oyó y pidióle luego un tiempo para pensar, sin darle una respuesta inmediata.
Pasados unos días Felipe volvió al monasterio de Tre Fontane, y el santo
Prior le dijo: «Hijo mío: tus Indias son Roma». |
San
Felipe recibió esta respuesta como un oráculo, y nunca más pensó en abandonar
Roma, pues en verdad harto había en ella que hacer. Proceder de otro modo, en
su caso, hubiera sido ceder o mezclar, con lo bueno de la empresa de "ir
a las Indias", el espíritu de aventura o cambiar ilusión por ideal. Su
perseverancia en Roma no fue el establecimiento de una seguridad honrosa,
pues huyó siempre de las garantías o derechos que da lo institucional y del
prestigio que hasta lo santo puede conferir. Se mantuvo en Roma, y la amó
como algo que Dios le daba, para trabajar en ella hasta cambiar su faz de
ciudad pomposa y cortesana, reconquistándola para que fuera centro del fervor
cristiano. Roma, en efecto, tras la presencia de aquel florentino sobrevenido,
se purificó de aires disipantes y de muchas vanidades, para volver a
encontrar gusto en la palabra de Dios, en la oración, en las obras de
justicia y de caridad social, en el arte y la sana alegría. |
{11
(131)} |
4.
documento: LA MISIONES UNA NUEVA CONSTRUCCIÓN |
Puede
decirse que, pensando en el aniversario de su pontificado, el papa Juan Pablo
Il reemprende el mismo discurso de hace un año para extenderse en un
pensamiento que se vio forzado a condensar y resumir, porque eran demasiadas
las cosas que tenía que decir al mundo, en sus primeras palabras. Ahora toma
ocasión, con la Jornada Mundial dedicada a las Misiones, para exponernos su
pensamiento, y lo recogemos aquí, en estas palabras que escribió el pasado 14
de junio, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, dirigidas a todos los
cristianos. |
A
todos mis hermanos e hijos en Cristo: |
Al
inaugurar el ministerio apostólico el domingo 22 de octubre del pasado año
—fecha que felizmente coincidió con la Jornada Misionera Mundial en la
Iglesia Católica― no pude omitir, entre las intenciones primarias, que
hervían en mi ánimo en aquella solemne circunstancia, la referencia al
problema siempre actual y urgente de la dilatación del Reino de Dios entre
los pueblos no cristianos. Dirigiéndome a todos los fieles esparcidos por el
mundo, recordé cómo aquel día la Iglesia rezaba, meditaba y trabajaba para
que las palabras de vida de Cristo llegaran a todos los hombres a fin de que
fueran acogidas como mensaje de esperanza, de salvación, de liberación total. |
Aquel
pensamiento se renovó en mí mientras componía la primera carta encíclica y
trataba el tema de la misión de la Iglesia al servicio del hombre: y ahora
vuelve a vibrar todavía con mayor insistencia a la pista de la Jornada {12
(132)} Misionera del próximo otoño. A este respecto me parece oportuno
repetir y desarrollar una afirmación que tan sólo pude enunciar en la
referida encíclica, cuando escribí que «la misión nunca es una destrucción,
sino una reasunción de valores y una mueva construcción» (nº 12). |
Verdaderamente
esta expresión puede ofrecer un tema adecuado para nuestra común reflexión. |
La
misión no es destrucción de valores |
¿Cuántos
y cuáles son los valores presentes en el hombre? Recuerdo rápidamente los que
son específicos de nuestra naturaleza, tales como la vida, la espiritualidad,
la libertad, la sociabilidad, la capacidad de entrega y de amor; los que
proceden del contexto cultural, en el que se halla situado el hombre, como la
lengua, las formas de expresión religiosa, ética, artística; los que derivan
de su compromiso y de su experiencia en la esfera personal, familiar, laboral
y en las relaciones sociales. |
Ahora
bien, el misionero, en su obra de evangelización, establece contacto con este
mundo de valores más o menos auténticos y desiguales: frente a ellos el
misionero tiene que adoptar una actitud de atenta y respetuosa reflexión,
preocupándose de no sofocar jamás, sino de salvar y desarrollar estos bienes
acumulados en el curso de tradiciones seculares. Hay que reconocer el
constante estudio en que el trabajo misionero se inspira y debe inspirarse al
acoger estos valores del mundo, en el que desarrolla su actividad: la actitud
de fondo en los que llevan el feliz anuncio del Evangelio a las gentes es la
de proponer pero no imponer la verdad cristiana. |
La
dignidad del hombre está en su libertad |
Esto
lo exige, ante todo, la dignidad de la persona humana, que la Iglesia,
siguiendo el ejemplo de Cristo, ha defendido siempre contra cualquier forma
aberrante de coacción. La base fundamental e irrenunciable de esta dignidad
es la libertad. Además lo exige la naturaleza misma de la fe, que solamente
puede nacer de una libre adhesión. |
El
respeto al hombre y la estima «por todo lo que el mismo ha elaborado en el
interior de su espíritu respecto de los problemas más profundos y más
importantes» (R. |
N.
12) siguen siendo los principios básicos para toda recta {13 (133)} actividad
misionera, entendida como prudente, oportuna, activa siembra evangélica y no
como erradicación de lo que, por ser auténticamente humano, tiene un valor
intrínseco y positivo. |
La
misión es reasunción de valores |
«Las
nuevas Iglesias —se lee en el Decreto Ad Gentes— reciben de las costumbres y
tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las artes e instituciones de sus
pueblos, todo lo que puede servir para confesar la gloria del Creador, para
ensalzar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana»
(n° 22). La acción evangelizadora debe, por lo tanto, tratar de dar relieve y
desarrollar todo lo que hay de válido y sano en el hombre evangelizado y en
el contexto social y cultural al que pertenece. Con un método atento y
discreto de educación (en el sentido etimológico de "extraer"), la
acción evangelizadora debe hacer que broten y maduren después de haberlos
purificado de las incrustaciones y sedimentos acumulados en el tiempo, los
auténticos valores de espiritualidad, de religiosidad, de caridad que, como
"semillas del Verbo" y "signos de la presencia de Dios",
abren el camino a la aceptación del Evangelio. |
Misión
y patrimonio de los pueblos |
Haciendo
propia la «riqueza de las naciones, que han sido dadas a Cristo en herencia»
(A. G. 22), e iluminando con la palabra del Maestro aquella suma de
costumbres, tradiciones y conceptos que constituyen el patrimonio espiritual
de los pueblos, la Iglesia contribuirá también a la construcción de una
civilización nueva y universal, que, sin alterar la fisonomía y los aspectos
típicos de los diversos contextos étnico-sociales, alcanzará su
perfeccionamiento al adquirir los más elevados contenidos evangélicos. ¿No es
este, quizás, el testimonio que nos llega de tantos países de misión (pienso
por ejemplo en las Iglesias de África) donde la fuerza del Evangelio, libre y
conscientemente aceptado, lejos de anular, ha potenciado las tendencias y los
aspectos mejores de las culturas locales y ha favorecido su desarrollo
ulterior? |
El
Evangelio de Cristo ―recuerda también el Concilio en una bella página
de la Constitución Gaudium et Spes― renueva constantemente la vida y la
cultura del {14 (134)} hombre caído, combate y elimina los errores y males
que provienen de la seducción permanente del pecado. Purifica y eleva
incesantemente la moral de los pueblos: con las riquezas de lo alto fecunda
como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada
pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo. Así
la Iglesia, cumpliendo su misión propia, contribuye, por lo mismo, a la
cultura humana y civil... |
(nº
58). |
La
misión es una nueva construcción |
La
acción evangelizadora, tratando de transformar "desde dentro" a
cada criatura humana, introduce en las conciencias un fermento renovador
capaz de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la Humanidad,
que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación
(Evangelii Nuntiandi, nº 19). Solicitado por este impulso interior, el
individuo se siente movido a adquirir una conciencia cada vez mejor de su
realidad de "cristiano", esto es, de la dignidad que le es propia
como ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, ennoblecido por la
misma naturaleza del acontecimiento de la encarnación del Verbo, destinado a
un ideal de vida superior. |
Aquí
encontramos las bases de aquel "humanismo cristiano", en el que los
valores naturales se integran con los de la Revelación: la gracia de la
filiación adoptiva divina, de la fraternidad con Cristo, de la acción
santificadora del Espíritu. |
Así
resulta posible el nacimiento de la "nueva criatura" enriquecida al
mismo tiempo por los valores humanos y divinos: he aquí al hombre
nuevo", elevado a una dimensión trascendente, de la que obtiene la ayuda
indispensable para dominar las pasiones y para practicar las más arduas
virtudes, tales como el perdón y el amor al prójimo convertido en hermano. |
El
hombre nuevo |
Educado
en la escuela del Evangelio, el "hombre nuevo" advierte el
compromiso de convertirse en promotor de la justicia, de la caridad y de la
paz en el contexto {15 (135)} sociopolítico, al que pertenece y se convierte
en artífice o al menos en colaborador de aquella "civilización
nueva", cuya carta magna es el Sermón de la Montaña. Por eso aparece
claro que la renovación promovida por la actividad evangelizadora, aunque es
esencialmente espiritual, se dirige al corazón del grave e inquietante
problema de las injusticias y de los desequilibrios sociales y económicos,
que atormentan a una gran parte de la humanidad y puede contribuir a su
solución. |
Evangelización
y promoción humana, si bien son netamente distintas (Evangelii Nuntiandi, nº
35), se hallan entrelazadas por un vínculo indisoluble, que encuentra
significativamente su ligazón en la más elevada de las virtudes cristianas:
la caridad. Allí donde llega el Evangelio, llega la caridad., afirmaba mi
predecesor Pablo VI en el mensaje para la Jornada Misionera de 1970. En
realidad los misioneros no han descuidado jamás este compromiso fundamental,
esforzándose siempre por integrar su específico servicio "pro causa
salutis" con una decidida y constructiva acción en favor del desarrollo.
De ello es demostración espléndida el florecimiento, en todos los países de
misión, de escuelas, hospitales, institutos, además de una serie de iniciativas
en el campo técnico, asistencial, cultural, que son fruto tanto de duros
sacrificios personales por parte de los mismos misioneros, como de ocultas
renuncias por parte de tantos hermanos suyos, que residen en otras partes. |
{16
(136)} |
Colaboración
a las Obras Misionales |
Edificando
la Humanidad nueva, penetrada por el Espíritu de Cristo, la actividad
misionera se presenta al mismo tiempo como el instrumento idóneo y eficaz
para resolver no pocos males del mundo contemporáneo: injusticias, opresión,
marginación, explotación, soledad. Como todos pueden ver, es una obra inmensa
y estimulante a la que cada cristiano debe prestar su propia colaboración. |
En
realidad, la difusión del anuncio de salvación, lejos de ser prerrogativa de
los misioneros, es un grave deber que corresponde a todo el Pueblo de Dios,
como ha recordado autorizadamente el Concilio: «Todos los fieles, como
miembros de Cristo vivo, tienen el deber de cooperar a la expansión y
dilatación de su Cuerpo» (Ad Gentes nº 36). Por eso no puedo dejar de
insistir acerca de este deber como conclusión de estas palabras mías. |
Los
que habiendo recibido el don de la fe gozan de las enseñanzas de Cristo y
participan de los Sacramentos de su Iglesia, precisamente por la fuerza del
mandamiento del amor y también por la solidaridad de la caridad no {17 (137)}
pueden desinteresarse de los millones de hermanos, a los que todavía no se ha
anunciado la Buena Noticia. Ellos deben participar en la acción misionera
ante todo con la plegaria y con la ofrenda de los propios sufrimientos: |
esta
es la manera más eficaz de colaboración desde el momento en que precisamente
por el Calvario y por la cruz de Cristo realizó su obra redentora. Después
deben sostener la acción misionera con generosas ayudas concretas, porque en
las tierras de misión las necesidades de orden material son inmensas e
innumerables. |
La
primacía del esfuerzo misionero |
Estas
ayudas, recogidas por las Obras Misionales Pontificias ―órgano central
y oficial de la Santa Sede para la animación y cooperación misionera— se
distribuyen después con justicia y oportunidad entre las Iglesias jóvenes. |
4
estas obras —advierte el Concilio― debe reservarse el primer lugar,
porque son los medios para infundir en los católicos, desde la infancia, el
espíritu verdaderamente universal y misioneros (Ad Gentes, 38). |
Efectivamente,
las Obras Misionales Pontificias aseguran una eficaz coordinación con la
visión global de los proyectos y las peticiones; y porque de ellas parte,
ramificándose, la red capilar de la caridad misionera. |
La
circulación de la caridad |
Pero
su razón de ser no se limita tan sólo a una función organizativa: en realidad
las Obras Misionales Pontificias están llamadas a desempeñar un papel de
activa mediación y comunicación inter eclesial, favoreciendo un contacto
frecuente y fraterno entre las diversas Iglesias locales, entre las de
antigua tradición cristiana y las de reciente fundación. Y ésta es una
función mucho más elevada porque directamente refleja y promete la
circulación de la caridad. |
Expresando
desde ahora viva gratitud a todos los que han de acoger con corazón abierto
este mensaje, invoco la plenitud de los favores celestiales sobre los
venerados Hermanos en el Episcopado, sobre sus comunidades diocesanas y ante
todo sobre cada uno de los misioneros y misioneras y sus respectivos
Institutos, mientras, en prenda de mi inolvidable afecto, imparto a todos la
Bendición Apostólica. |
Además
del buen ejemplo, el ministerio sacerdotal conoce sólo la predicación como
método para curar. |
Solamente
la palabra sirve de instrumento, de alimento, de aire saludable. La palabra
es la medicina que suministra, la palabra es el fuego de que se sirve, para
cauterizar, la palabra es el bisturí que corta: 110 puede disponer de nada
más. |
S.
Juan Crisóstomo, en Del sacerdocio, Libro IV |
{18
(138)} |
5.
EL CRISTIANISMO NO ES UN HECHO DE CIVILIZACIÓN, SINO QUE SE INCORPORA A LAS
CIVILIZACIONES |
Aparece
en toda su urgencia la necesidad que el cristianismo tiene de incorporarse él
mismo a las civilizaciones de oriente, extremo y próximo, y de África... |
Esta
evangelización de civilizaciones enteras aparece como necesaria, pero es
también absolutamente non mal. El cristianismo no está ligado a ninguna
civilización particular. No es un hecho de civilización. Es una irrupción de
Dios en la historia. El hecho de que se haya expresado primariamente a través
del mundo occidental, no significa que deba ser identificado con occidente.
No hay que olvidar, además, que la revelación se realizó en primer lugar en
una raza y lengua semíticas. La evangelización del mundo grecorromano
representó una primera transferencia de la palabra de Dios de un ámbito
cultural a otro. Actualmente nos enfrentamos con la necesidad de llevar a
cabo una nueva transferencia. |
Por
consiguiente, no debemos mostrarnos intolerantes ante la existencia de
culturas distintas de la nuestra, ni desear destruirlas para imponer la
nuestra. Al contrario, deberíamos pensar que tenemos necesidad de esas
culturas para completar la nuestra. Nada es más obtuso que un exclusivismo
lingüístico. La humanidad sería menos noble si no existiera China, Arabia, y
el mundo de los pueblos de piel oscura. |
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