Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 172. DICIEMBRE. Año 1979
0. SUMARIO
EN LA CREACIÓN, Dios dijo y fue hecho». En la Encarnación, Dios «hizo» y se convirtió en Palabra viva para toda la Humanidad. Jesucristo es la última y toda la Palabra de Dios a los hombres: en Jesucristo todo se dice, todo se contiene, todo se manifiesta y expresa. Es la gran realización que resume todo lo creado, y lo convierte en proyecto universal del Reino de Dios.
Jesucristo es principio y fin de todo: principio y fin para el hombre y culminación de la revelación o manifestación de Dios al hombre. Un ser en el que todo es Palabra de Dios.
PORQUE ES MEDIODÍA...
HABLAR
SAN JOSÉ, TODOS LOS SANTOS, NAVIDAD...
EL MIEDO DE HERODES
EL GRAN ADVIENTO
NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
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1. Tiempo de oración: PORQUE ES MEDIODÍA...
Oh Madre de Cristo Jesús, yo no vengo a rezar.
Hoy no vengo a ofrecerte nada, ni a pedirte nada.
Vengo solamente a contemplarte, oh Madre. Contemplarte, emocionado por el gozo, al saber que yo soy tu hijo y que tú estás ahí.
Sólo un momento, mientras todo se detiene, para estar contigo, María, donde tú estás; sin palabras, sólo con una canción, porque el corazón, dentro, está colmado. Porque eres hermosa, inmaculada.
La mujer en la gracia finalmente reconquistada; la criatura en su prístina felicidad y en su final sereno; tal como era salida de las manos de Dios, en la mañana de su origen esplendoroso.
Inefable, intacta; porque eres la madre de Jesús, que es la verdad viviente, sostenido en tus brazos, la única esperanza, el único fruto.
Porque eres la mujer, el paraíso de las antiguas ternuras olvidadas, cuya mirada penetra en la intimidad del corazón para que se derrame en lágrimas incontenibles.
Porque ya es mediodía y el sol está en su cenit; porque estamos ya en el centro de este nuevo día.
Porque tú estás siempre ahí; simplemente porque eres María, simplemente porque existes.
Por todo esto, gracias, Madre de Jesucristo.
Paul Claudel 2 (162)
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2. Hablar
LA BIBLIA comienza con el relato de la creación, pero no encuentra mejor modo para realzar el protagonismo divino que atribuyendo, al Creador, en elevación antropomórfica, el don de la palabra eficaz: «Y dijo Dios...», «y así fue....», «y fue hecho...» La palabra vale más que el gesto y, cuando nos la imaginamos en el Ser todopoderoso, incluye su obra o anuncia un designio infalible. Nos parece lógico, a los humanos, atribuir a Dios la palabra, porque, entre nosotros, es la más espiritual y poderosa de todas las manifestaciones sensibles y, por ello, no sabemos imaginamos a Dios sin atribuirle, de modo eminente y sublime, la facultad de hablar que es, entre todas las que posee el hombre, la más admirable.
Nada tan claro, tan sencillo, tan puro, tan rico y tan generoso como la palabra. Es vibración que se sustenta en el aire; es apertura que a nadie excluye: y esta ordenada a llevar la significación de la verdad comunicada, compartida.
Poder hablar: como una madre que envuelve en pañales a su recién nacido, poder, también el hombre, envolver, en limpieza de signos, su pensamiento. Poder mostrar a los demás lo que nos nace de la mente: manantial luminoso de vida ―conjunción de experiencias, de contemplaciones y de saberes―, donde tienen su génesis las ideas que luego nos definen ―nos comprometen, nos justifican o nos acusan― como a los padres sus hijos.
Cada vez que, desde la serenidad interior del alma, abrimos los labios para "decir lo que pensamos, convertimos en espiritual el paréntesis do los gestos y en bendición la mirada de los ojos, en un sublime hermana miento de todo el ser, que se vierte en transparencia y sinceridad. Porque la palabra es para la verdad: la mentira y el grito no son palabras son negación o violencia de lo que pensamos o de lo que som09, $on enturbiamiento o exageración, son traición o extravagancia.
Hablar debería ser algo sagrado, desde que Dios, cuando quiso hablar A los hombres ―superando, finalmente, todos los modos anteriores de comunicación con ellos―, se convirtió a sí mismo en mensajero de su propio mensaje, se hizo precisamente Hombre en Jesucristo, porque desde entonces la {3 (163)} Palabra ―el Verbo― fue una encarnación divina. Lo que Dios había pensado sobre el hombre, se realizaba en Cristo.
Desde que el Verbo se encarnó y la Palabra apareció entre nosotros, nuestras palabras parecen destinadas a ser resonancias de la suya, tal como las estrellas nos parecen dispersiones de la luz que, al llegar la mañana, se zambullen en in inundación espléndida del sol. Hablar deberán ser una actividad humana ungida de santidad: algo que parte del hombre, pero que reproduce gestos parecidos a la actividad de Dios, algo que nos comunica con todo lo creado y que, al mismo tiempo, nos eleva hacia el Creador.
Hablar es una actividad maravillosa cuando hablar es decir, porque decir es abrirnos a los demás para mostrarles nuestro cielo interior, la constelación de nuestros pensamientos. O admirarnos de la contemplación del de los otros.
Hablar, además, es un misterio, que nos purifica y eleva, cuando hablar es rezar porque rezar es mantener despierta la conciencia que contempla, se comunica Y Va entendiendo algo de Dios, para caminar Asidos de su compañía, como el día sigue al sol, como el río su cauce, como la música el aire, como la llama la brasa incandescente.
Hemos de aprender a hablar para saber decir y para poder rezar.
No es hablar el carraspeo, el ruido gutural a presión de los fuelles pulmonares, ni la imitación mecánica de articulaciones sonoras, ni la modulación enfática. Ni es buena rúbrica de la voz el gesto estudiado, teatral.
Frente a ellos hay silencios y modestias que son más elocuentes que la palabro inútil o imposible.
Hablar es contemplar el propio espíritu ―somos espejos de la Creación― con todo el universo reflejado en él, y traducir en belleza y fuerza de signo la verdad que se descubre la realidad próximo y cálida que se evidencia y se armoniza con lo que somos, lo que vemos y, mirando a Dios, lo que esperamos. Hablar es ser amigos de los hombres y ser hijos de Dios. Los amigos y los hijos siempre tienen algo que decir, más allá del esfuerzo o de la ficción del cumplido.
La mudez o la vaciedad de palabra, nos viene, si acaso, de no ser contemplativos. de no tener amigos, de no admirarnos del mundo, o de no amar a Dios. O de haber perdido la esperanza.
En la alegre simplicidad de vida inspirada en el Evangelio y en el espíritu de participación fraterna es donde encontraréis el remedio mejor contra el agrio escepticismo, la duda paralizante y la tentación de ver en el dinero el instrumento principal y la verdadera medida del progreso humano.
Juan Pablo II
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3. San José, Todos los Santos, Navidad...
AHORA resulta que, después del intento de supresión de la fiesta de san José (que a última hora no prospero) y de la experiencia, más o menos contestada, de la reciente supresión de la de Todos los Santos, parece que no se descarta el restablecimiento de esta última y que, en lo que respecta a san José, va a ser trasladada al tiempo de Navidad por considerarlo más propio que el de cuaresma, en que ahora se encuentra.
Sospechamos, sin embargo, que las razones económicas o electorales que tuvieron los políticos para quitarla o reponerla entonces no les ofrecerá mucha posibilidad de maniobra para nuevas variaciones del calendario, más allá de puros ajustes civiles, siempre ambiguos. Espiritualidad litúrgica y oportunidad política no siempre coinciden...
Sería demasiado pedirle a Valencia que quemara las "fallas" en diciembre.
Pero, por lo que atañe a los católicos, los comentarios que al respecto aparecen en la prensa y la que algunos de estos hechos nos proporciona, nos conducen a la prudente reflexión de que ya no podemos ni debemos aguardar a que las leyes civiles amparen o favorezcan nuestras celebraciones religiosas. Aunque sea cierto que el influjo del cristianismo ha dejado su impronta social en las costumbres y en la cultura de los pueblos y que sea legítimo aceptar el reconocimiento de este hecho y al mismo tiempo defenderlo, la razón en que los cristianos hemos de apoyar nuestra fuerza no está en las leyes o sistemas políticos que rijan en la sociedad civil sino en nuestra propia identidad y capacidad para profesar y vivir la fe. No hacen falta leyes que se ocupen de la religión, porque nos bastan las que respeten al hombre y reconozcan y defiendan todos los derechos {5 (165)} que tenemos como ciudadanos, seamos o no creyentes y aunque, por estas mismas razones, no aceptemos que la fe sea reducible a un asunto puramente interno y privado, para el que baste reducirlo a la sola interioridad de la conciencia, porque afirmamos la libertad, la espiritualidad y la sociabilidad como características esenciales del ser humano.
No podemos olvidar que los primeros cristianos no esperaron a que fuese reconocida su fe por los poderes establecidos, sino que, apenas convertidos a Jesucristo, se esforzaron para vivirla intensamente y anunciarla a los demás. El reconocimiento posterior que recibieron de los poderes públicos, y que aceptaron como un respiro después de sufrir múltiples persecuciones, no pudo salvar la ambigüedad en que se debate lo que es simplemente terreno, porque los favores de esta índole difícilmente escapan a los intereses, también terrenos y naturales, que los determinan.
Por todo ello, la lección que hemos de sacar de la historia antigua del cristianismo y de nuestra propia historia o experiencia, es que hemos de sentirnos de tal modo más comprometidos a confiar en nosotros mismos y nuestra propia fe, porque el desarrollo de la misma y el benéfico influjo que se extienda al mundo que nos rodea dependerá más de nuestra sinceridad, responsabilidad, concienciación y perseverancia en el estudio y formación cristiana, para mejor proclamar y defender la dignidad y los derechos de la persona, que de las leyes civiles o los apoyos seculares que pudiéramos tener a nuestro favor, por el simple hecho de ser cristianos. Confiar en tales apoyos y descuidar la responsabilidad que a todos, como creyentes, nos alcanza, correría el riesgo de conducirnos a la hipocresía colectiva. Mantener la sinceridad de la fe, con menos apoyos y, tal vez, con dificultades, puede ser la gran ocasión para un más auténtico acercamiento a Jesucristo y para el buen ejemplo que necesitan muchos, que vacilan todavía en la fe, como ocurría en las primeras generaciones cristianas.
Amar la vida y la humanidad con el amor de Dios:
esperar como él, valorar como él sin precipitar el juicio, obedecer al mandato que llega sin mirar hacia atrás: entonces él puede servirse de ti: entonces, probablemente, se servirá de ti.
DAG HAMARSKJOLD
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4. El miedo de Herodes
EL MIEDO es malo en los buenos, porque les deforma la óptica de la realidad y puede llegar a causarles un estado habitual y patológico de vértigo espiritual, que les inutilice para todo lo positivo.
Pero cuando el miedo es el humo de ideales corrompidos, ennegrecidos por la maldad, entonces es capaz de sugerir las peores atrocidades y los crímenes más horrendos.
Tal es el caso del rey Herodes, mezquino, cobarde, astuto, rastrero y cruel. Quiso ser, tal como nos lo presenta el relato evangélico, tan radical en su ambición, que ni le dio tiempo para comprender que «no venía a quitar las cosas que mueren aquel que daba el reino de los cielos», como canta la Iglesia en uno de sus himnos.
Le bastó, en el caso del Mesías esperado, oír las palabras "rey" o "reino", para desasosegarse presa de la inquietud: con los romanos ―los señores, los "grandes" del mundo de entonces― había encontrado o tenido que aceptar una fórmula que le permitía seguir siendo o pareciendo un "rey" ante los demás. Pero ahora era distinto, porque un misterio indescifrable rodeaba la aureola de ese Mesías, que respondía sin duda al anuncio de las profecías y que, llegado el momento, se presentaba con una puntualidad ya inevitable. Comprendió que con un poder así, con un "rey" y un "reino" de tal naturaleza, era más difícil componer sus ambiciones con fórmulas parecidas a la interesada tolerancia romana en la que, a fin de cuentas, se amparaba. Comprendió a su modo, pero no entendió. Antes, pues, de que ese nuevo rey creciera y consolidara su poder —cualquiera que fuese la naturaleza de ese poder― había que eliminarlo.
Por lo demás, los detalles y descripciones de los Profetas, eran ciertamente una señal que convertían en cierta la esperanza de otros.
Para él eran simplemente unos datos utilísimos que no debía despreciar, antes de que fuese demasiado tarde. Como todo soberbio y ambicioso, no creía en signos espirituales: los juzgaba inútiles si no se le sometían previamente. Y Cristo hacía su entrada sin tenerle en {7 (167)} cuenta a él; a él de quien ni siquiera habían decidido prescindir del todo los romanos, amos del mundo. Decididamente: lo que no se podía o no se dejaba dominar, le parecía, por lo menos, inútil o, todavía más, un estorbo. Y más que un estorbo: lo de ahora era la aparición de un rival, y un rival hay que exterminarlo cuanto antes, y como sea.
Lo que nos cuenta el Evangelio es fácil de comprender, y queda como una lección siempre oportuna para todos los poderosos del mundo, a quienes su ambición o la prolongada costumbre de dominar les puede llevar a la sugestión o al erróneo convencimiento de que su derecho al dominio es absoluto, aun en casos parecidos al de Herodes, tan precario e hipotecado. Y ocurre entonces que, aun cuando tropiecen con Dios o con los intereses o derechos de su reino espiritual, no pueden concebirlo sino como algo que necesariamente ha de ser también dominado. Con halagos o con amenazas; con procedimientos captatorios o con tácticas represivas. Si a pesar de sus intentos absorbentes y de la falsa prudencia de sus planes, Dios se les escapa "por otros caminos", fácilmente les invade el miedo herodiano, y los dedos se les hacen huéspedes y las sombras gigantes y se les excita sin razón la fantasía, víctima de pavorosos e inútiles temores, que les conducen a desatinadas y desesperadas tácticas para defenderse, incapaces de darse cuenta que el verdadero temor debían de haberlo buscado ―como hubiera de haber hecho Herodes― en sí mismos, porque Dios nunca viene a derribar ningún trono de este mundo, ni a usurpar coronas. No es Dios, sino la injusticia y la corrupción quienes acaban, si acaso, con ellos, tarde o temprano, como sucedió con la realeza ficticia de Herodes.
Como un aplauso de pureza, como lirios encendidos de rojo, como estrellas doradas con llamas de sangre, las almas de los inocentes segados por la espada del rey cruel, hacían de corona de luz, de vía láctea y palio luminoso sobre el camino del Señor ―Rey pacífico― que huía a Egipto. Mientras, una estrella más grande conducía a los Magos hacia Oriente. Y Herodes, ahogando su rabia en el clamor de las madres betlemitas, se hundía en el pozo verde y horrible de un miedo mayor y desesperado, hasta acabar en la locura.
Lo más extraordinario, lo únicamente extraordinario que hay en Cristo, no es que él renuncia a los tesoros del mundo, sino que él es libre. Con una libertad perfecta, clara, suficiente en sí misma. Ésa es la verdadera grandeza de Cristo.
ROMANO GUARDINI
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5. El gran Adviento
COMENZÓ el gran Adviento, cuando Dios prometió a Abraham que multiplicaría su descendencia hasta hacerla numerosa como las estrellas del cielo. «Cuéntalas, si puedes», le dijo el Señor al primer creyente.
«Como las estrellas del cielo, como la innumerable arena del mar». El cielo infinito, el mar inmenso. En metáfora, ésa es la imagen y el marco para el gran pueblo de Dios, para el pueblo de pueblos. Como el firmamento con millones de luces, como el infinito número de limpios granitos de arena de la orilla de todos los mares.
Desde Abraham, el primer hombre que se pone en camino dejando atrás cualquier apariencia de instalación satisfecha en este mundo, todos los que le siguen en la fe en las promesas de Dios, caminan mirando al cielo y a orilla de lo infinito. Es la gran caravana de los creyentes que, además de creer, les impulsa la esperanza, sobre todo desde que, en su camino cruzando el mundo, ha aparecido Cristo como forma definitiva de la humanidad que se orienta a lo absoluto, a la transformación espiritual del mundo. En esperanza Abraham ya vio los días del Salvador, y se alegró aun sin haberlos alcanzado. En nosotros, que vivimos después de Cristo, la esperanza {10 (170)} tiene un contenido de victoria, aunque no nos excuse de tener que labrar, día a día y paso a paso, la eficacia de su influjo espiritual.
Esa tensión hacia el reino de Dios que entre todos hemos de construir, es la esperanza de nuestro gran Adviento. Es la última etapa para preparar al hombre y al mundo a la libertad, porque en Cristo tenemos la definitiva señal de lo que hemos de hacer y sabemos lo que tenemos que esperar. En la tierra él colma la manifestación de Dios a los hombres, pero inicia la universalización de la verdad anunciada a todos y de la participación de la Gracia a todo el que no la desprecie. Se trata de construir el reino de Dios: un reino universal, espiritual, iniciado desde la tierra y para todos los hombres.
Más que el de una tribu, un pueblo o una nación.
Como las estrellas del cielo, hasta que todos los corazones sean claros, hasta que todas las ansias de la humanidad se centren en Cristo, «estrella espléndida de la mañana», anunciadora {11 (171)} del gran día que todos los hombres esperan, cada vez que se afanan por buscar y construir el bien, la justicia, la paz y el amor, aunque a veces le pongan otro nombre.
LA IDENTIDAD CRISTIANA.
Hemos hecho coincidir demasiado el "cristianismo" con un cuerpo de doctrina que puede transmitirse fácilmente a quien sea. Pero, por tratarse de un vida, que exige tiempo y deseo, las lentas maturaciones de todo el ser en el Espíritu y en el fuego de Dios, ¿no nos será preciso, ante lo desconocido y misterioso, una "iniciación" que, siempre renovada, invitaría al hombre entero a entrar en la vida divina"?
La identidad cristiana se desvanece. Pero, al fin, se Vigoriza en el corazón de los vivientes: porque se cumple más allá de la paja de las definiciones que acaban barridas y dispersadas por el viento de la historia y por el soplo del Espíritu. De este modo puede ocurrir que, mañana, el anuncio del Evangelio pueda ser más real.
Evangelista Vilanova
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6. documento: TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
(De la exhortación apostólica de Juan Pablo II «Cathechesi tradendae» de 25 de octubre de 1979). DE LA EXHORTACIÓN apostólica del papa Juan-Pablo II sobre la catequesis hoy, se desprende claramente su preocupación por los jóvenes de nuestro mundo; pero resulta igualmente evidente que escribe pensando en los mayores, en los cristianos adultos, de todos los órdenes, aquellos que, en la Iglesia, son los más responsables a la hora de transmitir el mensaje cristiano a los que tendrán que relevarles en las iniciativas y en las responsabilidades de la vida. Por esta razón, nosotros, en la precisión de tener que seleccionar solamente algunos párrafos del documento papal, transcribimos los que nos parecen apuntar a estos dos aspectos que acabamos de señalar.
El contenido del mensaje
Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su contenido no puede ser otro que el de toda la evangelización: el mismo mensaje ―Buena Nueva de salvación― oído una y mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en la catequesis mediante la reflexión y el estudio sistemático; mediante una toma de conciencia, que cada vez promete más, de sus repercusiones en la vida personal de cada uno; mediante su inserción en el conjunto orgánico y armonioso que es la existencia cristiana en la sociedad y en el mundo. → 13 (173)
La fuente
La catequesis extraerá siempre se contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que «la Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia», como ha recordado el Concilio Vaticano II al desear que «el ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana..., reciba de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella de frutos de santidad».
Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la catequesis es subrayar que ésta ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de un contacto asiduo con los textos mismos, es también recordar que la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria de la Iglesia.
La enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen a ella, bajo la dirección de los Pastores y concretamente del Magisterio doctrinal que el Señor les ha confiado.
Deberes de Ios padres
El Papa se refiere a los deberes de los padres, a la educación cristiana dada en las iglesias y en las escuelas; no se olvida, igualmente, de la atención que hay que prestar a la catequización de los minusválidos y otros marginados. Pero luego de referirse brevemente a estos puntos, enseguida pasa a tratar, más extensamente, de los adolescentes y jóvenes y de los adultos.
La importancia de los niños y de los jóvenes
El tema señalado por mi predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea General del Sínodo de los Obispos, versaba sobre «la catequesis en nuestro tiempo, con especial atención a los niños y a los jóvenes». El ascenso de los jóvenes constituye sin duda el hecho más rico de esperanza y al mismo tiempo de inquietud para una buena parte del mundo actual. En algunos países, sobre todo en los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está {14 (174)} por debajo de los veinticinco o treinta años. Ello significa que millones y millones de niños y de jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico:
acontecimientos recientes y la misma crónica diaria nos dicen que esta multitud innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incertidumbre y el miedo, o seducida por la invasión de la droga y la indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la violencia, constituye, sin embargo, en su mayor parte la gran fuerza que, entre muchos riesgos, se propone construir la civilización del futuro.
Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa multitud de niños y jóvenes a Jesucristo Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo no simplemente en el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a través del conocimiento cada día más hondo y más luminoso de su persona, de su mensaje, del Plan de Dios que él quiso revelar, del llamamiento que dirige a cada uno, del Reino que quiere inaugurar en este mundo, con el "pequeño rebaño" de quienes creen en él, y que no estará completo más que en la eternidad? ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance de las exigencias fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese Reino?
Habría que hacer muchas observaciones sobre las características propias que adopta la catequesis en las diferentes etapas de la vida.
Adolescentes
Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior: el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de la alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de las búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo: a veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. {15 (175)}  La catequesis no puede ignorar estos aspectos fácilmente cambiarles de un periodo tan delicado de la vida.
Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas ―la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad―. La revelación de Jesucristo como amigo, como guía y como modelo, admirable y sin embargo imitable: la revelación de su mensaje que da respuesta a las cuestiones fundamentales; la revelación del Plan de amor de Cristo Salvador como encarnación del único amor verdadero y de la única posibilidad de unir a los hombres, todo eso podrá constituir la base de una auténtica educación en la fe. Y sobre todo los misterios de la pasión y la muerte de Jesus, a los que san Pablo atribuye el mérito de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al corazón del adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que va descubriendo.
Jóvenes
Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su familia y por los amigos, mas a pesar de todo sólo consigo mismo y con su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante, deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero también, y sobre todo, como opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad. Es evidente que una catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la generosidad, que exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la paz entre las naciones, sobre la promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la liberación tal como la presentan documentos recientes de la Iglesia, completará felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena catequesis de las realidades propiamente religiosas, que nunca ha de ser desatendida. La catequesis cobra entonces una importancia considerable, porque es el momento en que el Evangelio podrá ser presentado, entendido y aceptado {16 (176)} como capaz de dar sentido a la vida y, por consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables:
renuncia, desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invisible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este joven como discípulo de Jesucristo.
La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo que se refiere, por ejemplo, a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia.
Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven.
Adaptación de la catequesis a los jóvenes
Es consolador comprobar que durante la IV Asamblea general del Sínodo, y a lo largo de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así despertada perdure por mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura, sino también verdadero deseo de conocer a "Jesús, llamado Cristo", al revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que topa, pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros. → {17 (177)} Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar, postulan también una atención especial.
Jóvenes sin apoyo religioso
Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más numerosos, nacidos Y educados en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero deseosos de conocer la fe cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.
Adultos
Continuando la serie de destinatarios de la catequesis, no puedo menos de poner de relieve ahora una de las preocupaciones más constantes de los Padres del Sínodo, impuesta con vigor y con urgencia por las experiencias que se están dando en el mundo entero: se trata del problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma principal de la catequesis, porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada. La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética.
{18 (178)} El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la fe de estos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son responsables. Así, pues, para que sea eficaz la catequesis ha de ser permanente, y sería ciertamente cana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura, puesto que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos.
Cuasi catecúmenos
Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles: a los que se resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe, y, en cuanto adultos, son verdaderamente catecúmenos.
Catequesis diversificadas y complementarias
Así, pues, los adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada ―que merecen atención especial dada su experiencia y sus problemas―, son destinatarios de la catequesis igual que los niños, los adolescentes y los jóvenes.
Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos, no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana.
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
En relación con el artículo 24 de la Ley 14-1966 de 19 de marzo, de Prensa e Imprenta, se hace constar:
―Que LAUS es una publicación que pertenece a la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri.
―Que, al igual que las demás obras apostólicas del Oratorio, se mantiene con las aportaciones espontaneas de los fieles y el trabajo de los miembros de la Congregación.
―Que el contenido propagandístico y de anuncios que figura en la publicación es económicamente desinteresado.
―Que el P. Ramón Mas Cassanelles es el director de la revista y autor de los artículos que van sin referencia.
Agradecemos la constante simpatía y apoyo de cuantos nos animan en nuestra tarea.