Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 173. ENERO. Año 1980
0. SUMARIO
LA PALABRA "paz" es corta como "pie" y hay que decirla andando, como todo lo que ha de hacerse vida en el hombre. Paz para la vida y paz en la vida, para que quepan, en la paz, todos los demás bienes y para que en ella se guarden y se multipliquen todos.
Paz en el hombre, dentro del hombre; paz que, para que lo sea, es imposible añadir o imponer; paz que ha de nacer y de crecer en el bien y de la justicia.
EL PERIÓDICO
HOMBRE
DIGAMOS NO A LA GUERRA
EL ACUERDO INTELECTUAL
EL IDEAL
LA RELIGIOSIDAD JUVENIL
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1. Tiempo de oración: EL PERIÓDICO
También resuena aquí
del mundo como un eco aprisionado.
Acercas a él tu rostro
y parece que sientes el inmenso
vaho de su respiración
acelerada, ardiente, dolorida...
Aquí tienes la suma
de los pasos de un día; los kilómetros
de dolor y de gozo; la fatiga
y la dicha, caídas como hojas
mustias al aire del olvido...
Tus manos las recogen
en el silencio ahora
para besar en ellas el árbol de la vida:
No, no mueren en vano,
día a día, hoja a hoja, nuestros versos,
nuestras canciones; los insultos como
piedras, los besos como flores.
¿O no quedan grabados,
vida por vida,
hombre por hombre, nombre
por nombre, oh Dios, en tu silencio?
Aquí resuena, sí, el clamor del mundo
recogido en tus manos;
a él arrimas tus labios y el secreto
rumor callado de tu corazón...
Rafael Alfaro 2 (182)
{2 (182)}
2. Hombre
VALE la pena ser hombre. Al pensarlo, alguna vez es necesario detenerse para decir con énfasis o escribir con mayúscula la palabra «Hombre». Y más todavía cuando hemos de agradecer a Dios que él mismo haya querido asumir nuestra naturaleza, en este abrazo colosal que nos da a todos a través de su Hijo, Jesucristo, hecho hermano nuestro; no hay sonido de la voz, ni signo alguno para decir o expresar la admiración rendida de sabernos colocados junto a él.
No puede ser inútil el gesto de Dios, aunque parezca excesivo. Sólo desde los miedos del fanatismo pagano ha podido, el hombre, suponer que camina hacia la desgracia de su aniquilación. Corto de mirada para abarcar la inmensa grandeza de los proyectos de Dios —misteriosos, porque no nos caben en la mente de criaturas—, lo ha relegado a la lejanía absoluta, y se ha creído condenado a la soledad de su pequeñez.
Pero el hombre ni está solo ni es tan pequeño. Es más grande, ontológicamente, que todo el mundo visible: es como la síntesis y la cima de todo lo que se ve. Y, además, tiene la compañía de Dios para poder recoger el sentido del resto de lo creado y restituido, en ofrenda cuasi-sacerdotal, al supremo Hacedor. Por el hombre llega a Dios toda la naturaleza, al tiempo que ésta sirve de marco previo para que, el ser racional, construya el Reino de Dios desde el solar de este mundo. Del mismo modo que, en Jesucristo, decimos Hombre-Dios, en el cristiano decimos Iglesia en el tiempo y en la eternidad, caminos de la tierra y reino del cielo, dominio de los hombres y triunfo de Dios.
La Encarnación es la clave en que se explica todo el sentido, hasta agotarlo, que pueda alcanzar lo humano para Dios y, también, el modo cabal de restituir la creación entera, poseída y dominada por el hombre, a Dios. Lo creado se re-crea: hay una parábola que se inicia en el Génesis y que acaba en el Apocalipsis, en tránsito finalmente glorioso. Desde que Dios dijo al primer hombre «poseed la tierra», se eleva, el gesto de la humanidad, hasta el cenit de Cristo y, desde entonces, estamos los cristianos juntando nuestras manos a las suyas, hasta el cumplimiento que termina en la {3 (183)} cima donde Dios nos espera y que es lo que llamamos «su Reino», misterio todavía, porque no lo podemos medir ni en su anchura ni en su profundidad, ni saber su día ni su hora, aunque sí conocemos ―y, mientras permanecemos en el tiempo, nos basta― el sentido, la dirección a tomar a partir de Cristo, camino y verdad para nuestras obras y para nuestra le.
Y esa es la grandeza de nuestra condición de hombres: que nos movemos en el misterio abarcado por Dios, al tiempo que este misterio se nos va simplificando y revelando para constituir nuestro propio crecimiento espiritual: un crecimiento que nos dispone a la comprensión, a sabiendas de que no será exhaustiva, porque no agotaremos lo cognoscible de Dios, pero sí que nos iremos abriendo cada vez más totalmente, hasta absorber todo nuestro ser y dedicar todas nuestras fuerzas a un proyecto divino que es, a la vez, nuestro y humano. La creación sigue poseída por el hombre y el hombre poseído por Dios; se trata de una posesión liberadora, redentora; se trata de una re-creación y de una redención en Cristo y desde Cristo, el Dios-Hombre, el gran puente entre nosotros y Dios, Padre suyo y Padre nuestro. Hay palabras de Cristo que nos confirman este pontificado divino-humano, como cuando decía que «el Padre estaba en él, y él en el Padre», y «él estaría con nosotros ya para siempre», hasta el fin. Era como si dijera:
«El Padre está en mí y yo estoy en el Padre», para añadir de seguido; «Como yo estoy con vosotros y vosotros estáis conmigo», porque es cierto que quería que «donde él estuviera, estuviéramos también nosotros».
Por todo esto vale la pena ser hombre, después de Cristo. Aunque sea un «después» que contiene todavía esperanzas, «hasta que vuelva».
Después de que Dios se haya hecho hombre, es preciso agradecer que nos acompañe desde su santa Humanidad, por estos caminos del mundo ―parábola para el fin―. Es preciso agradecer y admirarnos, mientras andamos todavía, porque se hizo hombre y porque somos hombres. «Algo vale el hombre cuando Dios decide vestirse de hombre», decía un cristiano del siglo segundo. Ya no somos tan pobres y, sobre todo, ya no estamos solos:
Dios —«Emmanuel»— está con nosotros.
{4 (184)}
3. DIGAMOS NO A LA GUERRA
Estocolmo.— Los juguetes bélicos desaparecieron definitivamente de las tiendas suecas, en virtud de la Ley restrictiva que entró en vigor el 1° de diciembre pasado. (De los periódicos)
NO pretendemos hacer la apología del eufemismo, aun cuando, en tantas facetas de la vida —lenguaje y comportamiento— demostramos que no sabemos, o no podemos, prescindir de él. Sabemos que siempre ha habido males que nos hemos resistido a nombrar explícitamente, cuando nos afectan de cerca: la tuberculosis, por ejemplo; hoy en día el horror del diagnóstico del "cáncer", cuyo nombre se evita como signo de fatalidad. Y hasta en los males morales: Manzoni oculta el nombre del ser más despreciable que aparece entre los personajes de su novela, cumbre del romanticismo italiano.
No se nombra el mal como si hacerlo equivaliera a concederle una propaganda gratuita y, por supuesto, inmerecida y prohibida. San Pablo es categórico al exhortar que, los pecados más horrendos y los que se les parecen "ni siquiera se nombren" entre los cristianos.
Nuestra vocación es el bien: conocerlo, desarrollarnos en él, comunicarlo: ¿a qué, pues, dedicar atención a lo que es, de plano, negativo en origen, si disponemos de poco tiempo y de energías limitadas para emplear en lo positivo, tanto en nosotros mismos, como en relación con los que hemos de preparar para la vida? En buena lógica, no caben concesiones al mal, ni más atención que la necesaria para rechazarlo, evitando que contagie el bien.
Todo esto es válido en muchos campos y, en especial, en pedagogía. Desde este ángulo, y por su efecto social, nos parece muy sabia la reciente ley sueca que prohíbe la venta de juguetes bélicos en los comercios de todo el país. ¡De la guerra nada, ni siquiera como pretexto de juego! Cualquier adulto normal puede comprender la bondad {5 (185)} de esta ley, aunque, por des gracia para el hombre, sepamos que la sola adultez de la edad no se corresponde siempre con la prudencia que debería acompañarla:
muchas personas seguirán mostrándose contrarias a la guerra, a la par que seguirán incurriendo en la ligereza estúpida de seguir regalando más juguetes bélicos a los niños...
Replicarán, algunos, que, con sólo no regalar juguetes bélicos a los niños, ni se consolida la paz, ni se evitan las guerras futuras. La pereza de la imaginación y de verdadera dedicación a los niños, por parte de los mayores, y la falta de personalidad para reaccionar frente a la insistencia de la propaganda comercial, pasará por alto, en muchos casos, ni siquiera un leve pensamiento de crítica respecto a lo que más conviene para la educación de los pequeños, para salvarles de la vanidad y de la precoz tentación de la violencia. Todo hombre, desde la más tierna infancia, ya tendría que aprender, de modo radical, que no debe matar a nadie ni destruir la naturaleza.
No solamente en Suecia, sino que otras voces, y también en España, y en sentido parecido, se han alzado, con ocasión de la celebración del "Año del Niño", para que, responsablemente, todos hagamos lo posible para preparar generaciones felices, sabias, sanas y pacíficas. Pero, indisciplinados y poco exigentes con nosotros mismos, a la hora de ser congruentes con los ideales que decimos profesar, veremos cómo los niños, una vez más, en las fiestas navideñas y, en particular, la de los Magos, tan propicia para obsequiarles, sostendrán en sus manos, los regalos de tantos juguetes maravillosos, muchos de los cuales serán reproducción de los más sofisticados arquetipos bélicos para una guerra futura, que ya comenzará a bullir en la indefensa imaginación de un niño que jamás debiera haber aprendido de los mayores, si le amaban, que se puede matar a un semejante. Otra vez, pistolas y correajes, tanquecitos con cañones que disparan, ametralladoras y fusiles, intoxicando el corazón, hecho para otros entusiasmos, de niños que jugarán a delincuentes y a policías, a guerras y a batallas, como entrenándose en el inhumano, brutal y salvaje arte inventado de la violencia y de la guerra.
Los mayores, ¿somos tan inteligentes como pretendemos, o como decimos?...
Era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre… que solamente tenía dinero.
{6 (186)}
4. EL ACUERDO INTELECTUAL
NAVIDAD nos sugiere, siempre, los pensamientos de paz, caridad, perdón, humildad… referidos a la convivencia, a la familia, al hogar, a las comunidades humanas, a los grupos de hombres que han de caminar juntos, en necesaria avenencia, por los campos del mundo, labrando su felicidad, superando el frío de la soledad, construyendo el bien del amor recíproco, para cosechar la paz anhelada por todos.
La benignidad del misterio navideño bendice el consuelo de los logros de los hombres, en este sentido; pero, también, despierta la nostalgia o aviva la tristeza cuando este bien no se ha logrado, o se ha perdido. Los hogares rotos, la sociedad egoísta, los pueblos en pugna, la paz amenazada, chocan, como un insulto, contra la lección que nos da la santa Humanidad de Dios, en figura de niño recién nacido. Y, entonces, tras el lamento, proponemos remedios para volver la felicidad a la familia desunida, la serenidad al grupo humano disgregado, la estabilidad a la comunidad en crisis, la paz a la sociedad y a los pueblos en rivalidad y lucha.
Los remedios que proponemos suelen dirigirse en uno de estos dos sentidos: el primero, más expeditivo, consistiría en imponer la obediencia para que vuelvan a ser observadas las normas puestas para asegurar la existencia y función del grupo, dado que, sin observancia del orden integrador, caeríamos en la escandalosa ficción de suponer familia o sociedad lo que no pasaría de amontonamiento humano entre elementos que se desconocen o se repelen.
El segundo y más profundo medio de solución, atiende menos al aspecto externo y normativo, para fijarse en lo más radical del ser humano: se trataría de establecer y recordar la primacía del amor entre los que han de vivir o convivir juntos. Todavía, como un perfeccionamiento de este segundo camino, cabría imaginar una combinación entre obediencia y caridad, o, {7 (187)} si se prefiere con otros nombres, entre disciplina y amor, entre coerción y vida, dado que la sola obediencia parece demasiado dura, y el solo amor, demasiado etéreo y peligrosamente reducible a abstracciones tan farisaicas como la falsa obediencia.
Newman, al pensar en lo que ha de ser esencia de la vinculación en la comunidad humana, había tenido en cuenta estas dos posibilidades apuntadas, pero no le satisfacía ninguna de ellas. Según su criterio existen, en efecto, «tres vínculos en toda comunidad, a saber: el amor, la obediencia y la concordia o avenencia intelectual» y pensaba que, esta última, era la que hacía efectivamente posible la unión. Sin lo que él llamaba «the intellectual agreement» (acuerdo de inteligencias), es inútil la disciplina impuesta, es un sueño y una ficción el pretendido amor disidente, porque lo que une y reúne para la vida y la acción en grupo, es la convergencia en el acuerdo recíproco y el mismo punto de vista y comprensión inteligente del ideal específico y de la tarea común. Cuando esto falla puede haber otras cosas, pero no una familia, no una comunidad, no una sociedad.
El comentario de estos principios para su aplicación en profundidad a las crisis familiares, matrimoniales, comunitarias y sociales de nuestro tiempo, nos llevaría demasiado espacio. Pero es posible, por lo menos, una deducción práctica consistente en tener en cuenta, sobre todo por los padres, esposos, educadores y dirigentes, en el título que sea, de los grupos humanos en crisis: la obediencia y el amor son necesarios; pero, en cuanto a la primera, es difícil y hasta odioso tenerla que recordar a ultranza para imponerla; en cuanto al amor, es imposible imponerlo porque nadie ―excepto Dios— puede entrar en lo íntimo del corazón humano.
En cambio, sí que es posible exponer y comunicar ideas unos a otros o, cuando éstas ya se han dado o proclamado, reunirse los que coincidan y estén de acuerdo con ellas.
{8 (188)} Además, todo hombre es libre para partir en busca de coincidencias si no las encuentra, en principio, donde él está. Un acuerdo —"intellectual agreement"— que le permita convivir y avanzar sin forcejeos ni disentimientos desperdiciadores o colapsadores de energías vitales.
Muchas familias fracasan porque ya no partieron de ese acuerdo inicial, desde las ideas, ni luego hubo esfuerzo alguno por edificarlo.
Substituyó a las ideas la ilusión, y al amor el sentimentalismo; luego el desamor y la dispersión acabaron con el proyecto de una comunidad que debía ser para la vida.
Sólo un profundo esfuerzo de conversión podría reemprender el camino, por supuesto desde las ideas, y tratar de reparar tantos males.
Muchas veces es ya una tragedia en el matrimonio. Cuando sucede en las relaciones entre padres e hijos, el daño se acaba —o se transforma― con la emancipación de los hijos, que llegan a la plena responsabilidad así de mal preparados. En otras formas de convivencia, ésta resulta un nombre sin sentido y se acaba buscando ideales en otras partes. Y hemos dicho la palabra clave, "ideal", que es, sin duda, lo que pretendía establecer, como primacía, Newman, con su "intellectual agreement". Sin ideal no hay nada que amar, no hay orden alguno a que someterse, y la vida sería poco más que vegetación. Se existe, pero no se vive; se está, pero no se es.
¿Ideales?...
No, menos, bastante menos: altares a dioses falsos ―y, con frecuencia, ni eso― para defender el puesto, para preparar el ascenso y para asegurar y aumentar más fácilmente el patrimonio. Y nada que, humana y espiritualmente, pueda valer más que todo eso, cualesquiera que sean las palabras.
Quemar la libertad.
Si corres siempre así caminos de locura en la noche de tu odio, caballo Sepharad, el azote y la espada te han de gobernar.
No puede escoger príncipe quien labra el mal, quien ha matado o roba, quien no alzará el templo de su esfuerzo al trabajar.
Que el primer fuego quema la libertad.
Contempla en este espejo tu triste faz, aprende el verdadero ser de tu mal:
en el rostro del ídolo tu rostro está.
Salvador Espriu
{9 (189)}
5. El ideal
ESA ESTRELLA de la Epifanía no habría bastado a lucir por encima de las nubes, en las noches del camino de los Magos, si antes no hubiera estado ya encendida en el firmamento interior de estos hombres, perseverantes en la búsqueda de quien iban a adorar, Jesús, rey de los judíos. No basta, para que el hombre busque y reconozca a Dios, que éste se le manifieste; toda epifanía solicita la puesta en acto de la potencialidad que ya está en el hombre y cuya actividad depende de la decisión positiva de éste. Desde el hombre, no existen decisiones fatales, ni respuestas automáticas al estímulo externo, que prescindan de la libertad.
CUANDO el hombre toma conciencia del bien que se le manifiesta, que descubre al hacérsele patente, y vuelca hacia él su respuesta generosa, decimos que es un idealista. Pero no cualquier reacción positiva, cualquier aceptación del bien evidenciado convierte al hombre en servidor votado a un ideal.
La aceptación de un ideal, por parte del hombre, es más que la solicitud por un interés, que la selección de una preferencia intelectual o afectiva; no bastan las solas motivaciones estéticas, y menos aún las interesadas o egoístas a las que espontáneamente nos inclinamos para la satisfacción de la vanidad, de la codicia o del propio gusto. Es idealista el hombre que integra en sus pensamientos, en sus aspiraciones y en su conducta, una respuesta o correspondencia libre y total al bien elegido, y la mantiene como lo mejor para presidir y dominar toda su vida. Lo demás, por debajo de este nivel, no son ideales: son intereses, es cultura, son soluciones o instalaciones adecentadas, o tal vez simples egoísmos disimulados...
NO ES fácil ser idealista. La vulgaridad cotidiana está plagada de disimulaciones elegantes, de postizos culturales, de recursos para cubrir inconfesadas y amargas frustraciones {10 (190)} o escondidos resentimientos barnizados de decoro. Para que haya un idealista, desde la sola perspectiva de la dignidad de los valores humanos, es preciso que el ideal se estime como la misma vida: y no falta el ejemplo de aquellos que la dedican y exponen en aras de ideales a los que reconocen una nobleza por la que no dudan apostarla.
PERO, para que desde la fe exista un verdadero ideal, hace falta algo más: es necesario que el ideal supere el valor que concedemos a la propia vida, es decir, el ideal ha de valer más que la vida en el tiempo. Un ideal humano, vale tanto como la vida; el ideal cristiano, en cambio, vale más que la vida, porque la esencia del hombre liberado en Cristo es inmortal.
CON apariencias de servidores de un ideal, existen esteticistas, moralistas, utilitaristas de índole varia, que se adornan (por sugestión, inconsciencia o vanidad) o que utilizan (por egoísmo, oportunismo o vicio de aprovechados) palabras o simulaciones dignas y nobilísimas, que les resbalan o que no han profundizado jamás. Otros, más sinceros, o simplemente cínicos, "pasan" de todo, y declaran con descaro su radicalismo egoísta.
PERO hay idealistas en nuestro mundo; hay gentes que, como los Magos, dejan atrás sus instalaciones, sus intereses y sus gustos, y se echan a andar tras el ideal de la estrella, desde la oscuridad y la duda de todas las soledades, para consagrarse a lo que, desinteresadamente, descubren como lo mejor. Y gozan cuando adivinan que lo mejor, como dijo el poeta, nunca viene solo, sino que, por el contrario, viene con todo y lo exige todo. El ideal es para la vida y para toda la vida, porque vale más que la vida. Y lo siguen, puros y libres.
{11 (191)}
6. documento: LA RELIGIOSIDAD JUVENIL
RESUMIMOS un trabajo de perspectiva sociológica publicado por Pere Codina Mas en la revista "MISIÓN ABIERTA". Se toma el concepto de religiosidad en sentido amplio, del modo que, en el lenguaje corriente, puede expresar difusamente diversos grados de concreción. Se divide en tres partes: como desplazamiento de lo sagrado fuera de la Iglesia, en relación con las tendencias que se observan dentro de ella y, en tercer lugar, en relación con la crisis de la sociedad capitalista. Todo ello en relación con el tiempo que estamos viviendo.
[1] Sentimiento de lo sagrado y religión fuera de la Iglesia: Actitud hipotéticamente religiosa
Ha habido en nuestra sociedad, un desplazamiento de los objetos en que tradicionalmente se ha concretado lo sagrado. Este desplazamiento se puede palpar de forma especial entre la juventud de hoy, en la que se manifiesta con claridad y con insistencia que el hombre sigue con su necesidad de mitizar, de absolutizar, de divinizar. En el fondo es la necesidad de superar la banalidad de lo cotidiano de la vida, gracias a las referencias a un mundo más acorde con los deseos y valores del individuo. Es muy probable, casi seguro, que estos jóvenes rechacen la etiqueta de "religioso" para tales comportamientos, pero no hay duda de que a nivel funcional ―no de contenidos, evidentemente— nos encontramos frente a una actitud que, cuando menos, la podemos designar como hipotéticamente religiosa, por cuanto está compuesta de sustitutos funcionales de religión tradicional.
Tenemos de todo esto ejemplos en cantidad. Abundan en los diversos ámbitos de la vida juvenil sacralizaciones, mitos, ritualizaciones... Ahora bien, son ámbitos que se {12 (192)} sitúan fuera del marco de lo cotidiano y que, precisamente por ello, son capaces de dar ilusión y sentido a este cotidiano, o, en el peor de los casos, compensar la falta de sentido del mismo. El deporte, la política, el ocio, el consumo, son los campos más adecuados para estas sacralizaciones y mitificaciones.
Los sustitutos funcionales
Junto a estas actitudes que acabamos de reseñar y que hemos designado como "hipotéticamente religiosas" y como "sustitutos funcionales" de la religión, aparece entre la juventud otra actitud que podríamos designar como "para-religiosa". La preocupación por la trascendencia y la búsqueda de la misma aparecen de forma más explícita. Se busca un sagrado no-inmanente de la existencia, que se sitúe más allá de lo biológico, lo social y lo histórico.
Dentro de este grupo estarían los que recurren a experiencias mágico-sacrales o experiencias para-normales: astrología, horóscopos, parapsicología, ufología, la misma creciente preocupación científica y sistemática por los testimonios de una posible "vida más allá de la vida", el ocultismo, el interés por el exorcismo (como fruto de la angustia ante el problema del mal y como fruto también de algunas películas taquilleras), las peregrinaciones juveniles, la utilización mecánica de algunas de las mediaciones de las grandes religiones orientales, la moda de los amuletos, y la revitalización en niveles generalmente superficiales de simbolismos "religiosos", etc. En todos estos hechos observamos el fenómeno de la utilización de unas mediaciones más espontáneas y elocuentes para la juventud como vehículo, no de una auténtica actitud religiosa, pero sí, al menos, de algunas de las necesidades profundas del hombre, a las que esta actitud respondía, La religión laica {t} Encontramos también en la religiosidad juvenil otra actitud, cada vez más frecuente, y es la que podríamos designar con el nombre genérico de religión laica. La actitud fundamental es la búsqueda de una trascendencia inmanente al hombre y al mundo, a través de una apertura al misterio de la existencia, escondido y manifestado en la persona, en la naturaleza, en la totalidad. Esta actitud puede vivirse bajo dos modalidades distintas: → {13 (193)} a) En primer lugar están aquellos jóvenes que, a pesar de afirmarse no creyentes (o "ex-creyentes"), tienen, sin embargo, un verdadero sentido de lo sagrado y hablan de él con toda naturalidad. Guardan el sentido de un cierto misterio de la existencia, se plantean el problema del destino, del sentido del hombre y de su mundo, y se esfuerzan por darle una respuesta cabal dentro de los estrictos horizontes humanos.
Orientalismo
b) Próximos a esta actitud se encuentran también aquellos jóvenes ―bastantes numerosos por cierto— que han adoptado más o menos profundamente prácticas ascéticas o incluso místicas provenientes de tradiciones culturales o religiosas esotéricas, orientales las más de las veces: budismo, yoga, zen, o la meditación trascendental en sus distintas modalidades, siempre y cuando esta meditación, y lo mismo cabe decir del yoga, sea algo más que un simple método de relajación psíquico o físico.
Sectas
Por último, y siempre fuera del ámbito estrictamente eclesial, nos encontramos con numerosos movimientos religiosos que presentan todos los rasgos de sectas, entre los que podemos señalar el Movimiento de "Jesús", los "Niños de Dios", "Campus Cruzade por Cristo", o incluso el "Hare-Krishna", todas ellas presentes en España. No entramos aquí en el problema de si se trata de religiones, o bien si se mueven sólo a nivel de sacralizaciones o mitificaciones según las cuales Jesús, por ejemplo, no pasaría de ser un simple héroe, o de ser el más grande de los mortales. No siempre los adictos a la secta nos sabrían dar una respuesta adecuada a la cuestión.
[2] Movimientos y tendencias dentro de la Iglesia:
Tomamos como ejes de observación: el grado de compromiso socio-histórico, y el grado de aceptación del cambio. Los espiritualistas {t} 1º. Los grupos espiritualistas. El contenido de su compromiso no va mucho más allá de unas prácticas espirituales {14 (194)} o piadosas. Estos grupos continúan reconociendo la validez del sistema eclesial pre-conciliar, por más que, a nivel verbal o de algunas prácticas aisladas, se muestren satisfechos de poder expresar su coincidencia con el Concilio.
Podríamos situar en este apartado a la gran mayoría de asociaciones religiosas radicadas en parroquias o en iglesias de religiosos. Algunas, sin embargo, como las CC.
MM. o los Cursillos de Cristiandad han experimentado una fuerte evolución y son caso aparte.
Sin excluir la posibilidad de que algún joven que otro se halle en el seno de tales grupos, no parece ser esta la visión de la Iglesia, de la fe y de la historia que más atraiga a nuestros jóvenes.
La masa de los cristianos
2º. La gran masa de cristianos. No rechazan de plano el cambio, ni tampoco se ilusionan por él. Digamos que soportan el cambio ―un cambio que no comprenden―, y que viven implícitamente anclados en el modelo eclesial preconciliar. Lo importante para ellos son los momentos rituales; la coherencia doctrinal y la coherencia disciplinar. La fe se transmite como un elemento más —esencial, eso sí— de la cultura, y los medios de transmisión de la fe son los mismos que los de la cultura. La adhesión de la persona al grupo religioso, que este modelo pueda asegurar, no parece que pueda prolongarse mucho más allá de la adolescencia. Difícilmente la podemos hallar, como actitud juvenil en otro sitio que no sea un área rural que no conozca los cambios técnicos y económicos de estos años.
El compromiso limitado
3º. Grupos conservadores con un compromiso limitado. Su vivencia religiosa no es espiritualista, desencarnada, sino que intenta comprometerse en una acción. Al interior de una sociedad burguesa intenta un compromiso vital moderno en coherencia con su fe. Ahora bien, sucede que este compromiso se limita a unos campos existenciales muy concretos: la familia, la cultura, la empresa, el trabajo. Parece como si se tratara de parcelas que hubiera que bautizar de forma extrinsecista y fragmentaria; no se ve la vida cristiana como una totalidad animada internamente por una fe que busca dar un sentido nuevo y coherente a las distintas dimensiones de la vida. → {15 (195)} Por otra parte, son grupos que rechazan el cambio, entre otras razones porque este cambio les exigiría abandonar la fragmentación y el extrinsecismo que han introducido en su vida cristiana. No pueden aceptar el cambio, como tampoco integrar el hecho de la modernidad, porque ello significaría su autoliquidación.
Los jóvenes que giran en la órbita de estos grupos y movimientos suelen ser de extracción burguesa o pequeño-burguesa. Su adhesión a tales grupos suele interpretarse como huida de un sistema social y religioso que, en su condición de cambiante, hace tambalear las seguridades básicas de la persona. La misma necesidad de seguridad les lleva a aceptar fideísticamente un lenguaje religioso elaborado, cerrado, y por lo mismo inmutable, cuya custodia e interpretación han sido confiadas a la autoridad.
Sus revisiones de vida, sus análisis de la realidad, no son lo suficientemente críticos como para ver la relación de los diferentes ámbitos de la vida con las infraestructuras socio-económicas y políticas generales. Por lo mismo, su compromiso se sitúa siempre a un nivel personal-individual y no es capaz de llegar al nivel estructural-social.
Nuevo modelo de Iglesia
4º. El nuevo modelo oficial de Iglesia. Entendemos por tal aquella forma de existencia eclesial articulada jerárquicamente tanto en lo que respecta al culto como en lo que hace referencia a las creencias y a la disciplina, y que se rige por criterios objetivos de renovación y adecuación emanados de la jerarquía. La articulación con la jerarquía se realiza normalmente a partir de la parroquia o de instituciones parroquiales o para-parroquiales, etc.
No son muy numerosos los jóvenes que han aceptado integrarse en grupos parroquiales.
La vivencia religiosa de los jóvenes que se mueven alrededor de la parroquia difiere según se trate de participación juvenil en grupos generales o bien de grupos juveniles propiamente tales. Tiende a ser más repetitiva en el primer caso y más creativa en el segundo.
Los grupos descritos anteriormente tienen la fe como polo o quicio de su sensibilidad espiritual. Este grupo {16 (196)} tiende a acentuar sobre todo la dimensión del amor (fraternidad), la autenticidad, la rectitud de corazón y la moral interiorizada. Tal vez la dimensión de la esperanza quede un poco diluida y también todo lo que ella comporta de compromiso, acción, proyecto y escatología.
¿Primacía del "ser" o del "hacer''?
5º. Nuevos grupos y movimientos eclesiales. Surgidos del modelo post-conciliar de Iglesia, tenemos estos grupos que presentan, como denominador común (aunque no uniforme), unos nuevos polos de sensibilidad espiritual y unas nuevas orientaciones de pensamiento y de acción.
Al interior de estos grupos podemos diferenciar dos bloques que se distinguen de acuerdo con la preeminencia que dan en su escala de valores al ser o bien al hacer. Para el primer tipo de grupos el hacer tendrá valor sólo cuando sea reflejo del ser cristiano: por lo mismo hay que intensificar el ser. Para el segundo tipo, en cambio, el ser sólo tendrá valor cuando quede reflejado en un hacer:
por lo mismo hay que actuar.
Las relaciones que mantienen los primeros con la jerarquía son bastante desiguales. Las comunidades catecumenales, focolarinos y algunos carismáticos suelen tener una gran devoción por la jerarquía. Ésta, por su parte, los contempla con una cierta benevolencia (tanto más benévola cuanto menor es la agresividad crítica de estos grupos respecto a la institución y a la misma jerarquía). Los otros grupos, en cambio, apenas si mantienen relación formal con la jerarquía en cuanto tal.
En cuanto a los grupos centrados sobre el hacer, nacidos casi siempre al amparo de la institución, suelen presentar un historial empedrado de dificultades con la misma institución. Siguen con fidelidad y convicción la revisión de vida ("ver, juzgar, actuar"). Esta práctica les va haciendo críticos y en cierto modo pragmáticos en su forma de entender la vida y la fe, y también muy sensibles al peligro de alienación y del escapismo que ronda siempre a los grupos "centrados sobre el ser". Sin embargo, cuando en estos grupos se ha olvidado la identidad cristiana, el ser cristiano, han surgido las crisis. Muchas de las actividades que desarrollan en nada se distinguen de las que otros jóvenes no creyentes están llevando a cabo.
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Cristianos por el socialismo
6º. Cristianos por el Socialismo. Comunidades Cristianas Populares...
Se desmarcan de los grupos anteriores por una mayor radicalidad teórica y práctica, y por una también radical desconfianza frente a la espiritualidad intimista que ofrecen algunos de los grupos anteriores, sobre todo aquellos que hemos visto centrados sobre el ser.
Los guerrilleros
7º. Guerrilleros de derechas y de izquierdas. Son las opciones últimas en cada sentido. No vamos a entrar en ellas por ser suficientemente claras y por no ser demasiado frecuentes: poco frecuentes por lo que respecta a la juventud de derechas y menos aún por lo que respecta a la izquierda.
[3] Religiosidad juvenil y crisis de la sociedad capitalista:
A los jóvenes de hoy, nacidos entre el 55 y el 65, ya nada les queda del optimismo a todo nivel ―social y eclesial― que caracterizó aquellos años.
La máquina económica funcionaba a ritmo acelerado, se hacían previsiones socioeconómicas a medio y largo plazo, extrapolando un presente sumamente dinámico, y dando por supuesto que el ritmo de crecimiento se iba a mantener constante. Hubo figuras relevantes que encarnaron y sostuvieron dicho optimismo y que aún hoy son símbolos de una época: Juan XXIII, Kennedy... El mismo Concilio no dejó de ser fruto de una época y tuvo, por lo mismo, un papel importante en este optimismo.
Ideales de humanidad de los años sesenta
A nivel social global podemos observar que una de las características relevantes de aquellos años fue la prevalencia del polo público-universalista sobre el polo privado-individualista. Prevalece la dimensión política, altruista, abierta; es la época del compromiso, se empieza a hablar de "egagement" en nuestras latitudes; hay unos ideales de humanidad.
{18 (198)} Llegó mayo del 68 que fue la culminación y la superación de toda una década.
El choque entre las exigencias del compromiso socioeconómico (las "realidades temporales") y las formas concretas de transmisión y de vida de un catolicismo sociológico hizo que muchos jóvenes cambiaran la mística religiosa por la mística política.
La crisis
Pero llegó la crisis y con ella abrió los ojos nuestra sociedad y se dio cuenta de que su vida dependía de un hilo, en manos de una Parca caprichosa: el petróleo en manos de los árabes. Y vino la recesión. Y con ella la inseguridad, la incertidumbre. El optimismo dejó paso al pesimismo.
La juventud actuará una vez más como caja de resonancia de la crisis global de la sociedad.
Las implicaciones de esta crisis con la religiosidad juvenil son bien evidentes. Cuando de forma comunitaria unos comportamientos y actitudes religiosas se apartan de lo que hasta ahora había sido norma, o la rutina, podemos estar seguros de que el cambio responde a unas motivaciones o factores sociales muy concretos. El desplazamiento de valores que ha habido en la sociedad (de público-universalista a privado-individualista) también se ha reflejado en la cultura juvenil y en su religiosidad.
Conclusión
Ha habido ciertamente crisis, pero no de la religión, del sentido religioso, de lo sagrado en cuanto tal, sino que la crisis ha afectado de lleno a las formas institucionalizadas de la religión. Esta crisis de las instituciones religiosas se sitúa dentro de la crisis general de las instituciones, característica de nuestra época. Por un lado, las iglesias han dejado de ser el lugar social, propio y exclusivo, de las manifestaciones sociales de la religión. Por otro lado, se ha debilitado sensiblemente el grado de institucionalización de muchas formas religiosas.
BARRER.
Te encontré barriendo
tronos hundidos,
imperios derrumbados,
gloria a pedazos.
Mucho respeto, Barrendero,
si encuentras trozos de sueños,
de vida,
de amor.
Es esencial saber
sobre qué abismos volamos
y sobre todo
―sobre todo—
Adónde vamos.
HELDER CAMARA (Brasil)