Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 174. FEBRERO. Año 1980
0. SUMARIO
LA BENDICIÓN de la paz o la maldición de la guerra... Pero todavía persiste el anhelo de bien, frente a la amenaza del mal, aunque no acertamos a conjurar los continuos peligros. Ni basta con sólo pedir a Dios lo que depende, ya, de los hombres, de lo que entre todos debemos hacer. La Iglesia ―la asamblea, ya en la historia, de los hijos de Dios, de los continuadores de Cristo— contiene la semilla de verdadera esperanza de todas las bendiciones que el hombre anhela. Y el hombre las alcanzará cuando se vuelva a Dios y le mire como Padre y entonces la vida del hombre será una proclamación de la gloria divina. Porque Dios es Dios de paz; el hombre, todavía, una criatura de Dios, inteligente y libre, para la paz.
EL OBRERO DE UNA FÁBRICA
MEJORAR LA IGLESIA
LAS EXIGENCIAS DE LA FE FORMAL
SUPERACIÓN DE LA FE IMPLÍCITA
LA MISA SOBRE EL MUNDO
LA PAZ AMENAZADA
{1 (21)}
1. EL OBRERO DE UNA FÁBRICA DE ARMAMENTOS
No depende de mí la suerte de este mundo:
¿acaso yo decido que estallen estas guerras?
El bien o el mal no puedo
determinarlo yo.
Que nadie, pues, me acuse de pecado:
yo me limito a atornillar las piezas,
aunque doy forma a los fragmentos de la muerte.
Pero jamás ensamblo la fatal
destinación de todos.
Podría haber imaginado otro conjunto
(¿sin estas piececillas?)
que consagrara el bien para los hombres,
y preservarlos de la destrucción que engendran
sus propios actos:
sería tanto como liberarlos
de la deformación de la mentira.
Pero si el mundo en que trabajo ya no es bueno,
también es cierto que su mal no es obra mía.
Mas pienso: ¿acaso basta con saberlo?
Karol WOJTILA 2 (22)
{2 (22)}
2. Mejorar la Iglesia
DESPUÉS de Cristo, la Iglesia, que es, en expresión de Bossuet, su extensión. Una extensión todavía dolorosa, contrastada, cubierta del polvo del mundo, desfigurada muchas veces, como el rostro de Cristo camino del Calvario con la Cruz a cuestas. Pero una extensión auténtico, en pleno misterio, identificándose, a pesar del acecho de lag contradicciones, y precisamente a causa de ellas con el Cristo que redime, con el Cristo «que ha de padecer mucho, que ha de ser desechado por los jefes del pueblo, por los sumo9 sacerdotes y letrados, que han de ser ejecutados pero que resucitará», y con él sus redimidos.
Esta realidad "cristiana de la Iglesia permanece oculta para muchos hombres, 116menge cristianos o no. Demasiado hemos tenido —y no faltan los que desearían que así siquiera siempre―, sobre la Iglesia, un concepto histórico, Bolamente pretérito y estático, a base de un evangelio idílico, de un recuerdo pascual, de un pentecostés milagroso y de un santificacionismo automático, seguido de una paz políticos ―constantiniana― que lo guarda y ampara, con la arrogancia de detentar la coincidencia cívica de la sociedad de los hombres "buenos" con Dios. Hemos fosilizado el concepto de Iglesia y, para que no lo pareciera tanto, hemos Añadido la vetustez fosilizada, la superficialidad de dinámicas teatrales o de actividades propagandísticas sobre aspectos descomprometidos, o intranscendentes, o lejanos, de efímera carga simbólica y ajenos a la vida. Y no. Eso no es la Iglesia, A no ser que fuere posible concebiría como algo desligado de Cristo. El mundo —"el espíritu del mundo"— y los que monopolizan en el su poder, quisieran una Iglesia —pseudo-Iglesia― así; una Iglesia sin misterio cristiano, desidentificada con Cristo: una Iglesia fosilizada, decorativa, manipulable.
Después de servir de comparsa o de decoración, una Iglesia Así, no tendría ninguna misión en este inundo, más allá del simple recuerdo literario del Evangelio, previamente censurado en cuanto a interpretaciones Vivas y necesarias.
Pero hoy, cuando hablamos de crisis de la Iglesia, nos olvidamos demasiado fácilmente de que la crisis es algo más general, que afecta a toda la civilización que nos envuelve y, por ello, sin esfuerzo, podemos darnos cuenta que, en todo caso, la perfectibilidad institucional que afecta en todas direcciones al resto de las realidades terrenas, no puede por menos de alcanzar —aunque sea solamente a ellos― a los aspectos también humanos e institucionales eclesiásticos. Y, aun aún, comparando sus deficiencias con las de las demás realidades y obras en las que concurren los hombres, todavía la Iglesia ofrece un contenido menos contaminado de herrumbres {3 (23)} que el que se hace evidente en las demás formas institucionales de convergencia humana.
Pero, como quiera que sea, de la crisis de nuestro tiempo, saldrá un inundo mejor, y de este mundo, una Iglesia más purificada. Ello será así y ocurrirá cuanto antes, en la medida en que tardemos menos en comprenderlo y disponernos a la propia renovación. Ésta sí que está siempre a nuestro alcance y, por esto, no debemos olvidarnos de tenerla en cuenta y de dedicarnos con abnegación n ella, porque se trata de algo que nos atañe ineludiblemente, que es posible a cada uno que positivamente contribuye al mejoramiento cierto del resto de la Iglesia, de la que somos miembros.
NO SOMOS TAN INOCENTES...
No somos tan inocentes de los males que lamentamos:
las amenazas de guerra,
los asaltos del terrorismo,
el hambre del mundo,
y hasta la tristeza de las cotidianas insolencias,
de los malos modales,
de las ficciones civilizadas,
de la frialdad adusta de los que nunca han amado...
De éstos y de otros males que lamentamos,
podríamos decir,
con las recientes palabras
de una revista italiana, la Civiltá Católica,
referidas a una situación concreta
de violencia e inseguridad:
«Ha podido desarrollarse porque todos,
de algún modo encerrados en el propio egoísmo,
en la propia indiferencia,
la hemos dejado prosperar
con la caída de los valores humanos,
con la idolatría del dinero,
de la mentalidad consumista y permisiva
y con la ideología intocable
de los derechos sin deberes,
con el cultivo de un modelo de sociedad anclada
en las nubes de las utopías
en vez de en la realidad concreta del hombre».
{4 (24)}
3. Las exigencias de la fe formal según Newman
NEWMAN entendía por fe formal la que se podría llamar fe de la inteligencia y de la conciencia, en contraposición a la fe material o fe de la rutina, que no se esfuerza en iluminarse con la claridad sobrenatural de la verdad de Dios, ni saca todas las consecuencias a que se compromete la conciencia que abraza la fe.
Pensaba también que las formas con que se presentaba y exponía la fe católica, resultaban inadmisibles al espíritu crítico de los hombres de ciencia, aun en el caso de hombres honrados y serenos en su negación de Dios. Le confirmaba en esta convicción la amistad que tenía con algunos de ellos, como William Froude, Mark Pattison, Blanco White...
Pero es que, además, estimaba que, de no renovarse las formas de exposición de las verdades cristianas, perjudicaba a los mismos fieles católicos, que degeneraban hacia una fe material, rutinaria y acomodaticia. No comprendía el prurito "apostólico" de ciertos católicos ―incluso de la jerarquía― preocupados por batir records de conversiones al catolicismo. Creía poco en este celo y poco también en las conversiones: el celo mal entendido era un triunfalismo que había que imponer o un fanatismo que se contagiaba, y las conversiones triunfo de la sugestión sobre la epidermis del alma.
Newman insistía en un planteamiento más razonable de todo lo que deba ayudar a la ilustración de la fe; Newman era más objetivo.
«Yo soy católico, escribía en su Apología, a causa de mi fe en Dios». La fe, la buena y verdadera fe conduce al catolicismo. La fe no es un alistamiento, sino un compromiso que transforma la vida; el que se resista a entender y aceptar esto, hace inoperante la iluminación de Dios y no puede dar testimonio auténtico, ni vale su apostolado.
{5 (25)} «Se quejan de mí, decía, porque no hago conversiones... Antes de preparar conversiones para la Iglesia, hay que preparar a la Iglesia para las conversiones»).
Newman sufrió mucho, entre los mismos católicos a causa de la incomprensión de sus ideas, que más tarde se aceptarían como clarividentes y que aun hoy, conservan una indiscutible juventud y vigor intelectual y, si cabe, incluso mayor oportunidad.
Ya anciano y cardenal, había proyectado un viaje a Roma para entrevistarse con León XIII y proponerle «nuevas formas de que debería valerse el sistema de educación entre los católicos»; pero sus achaques le impidieron realizar el proyecto.
En otra ocasión, precisamente chanceándose a propósito de su reciente cardenalato y su posible (?) "ascenso" al papado, dejando a un lado la broma y centrando las palabras sobre lo que juzgaba más importante decía que, «si él fuese Papa, su primer acto de gobierno consistiría en nombrar una comisión encargada de comparar las conclusiones de la ciencia con los datos que ofrecían las enseñanzas tradicionales en lo que se relacionaba con los estudios bíblicos y la historia de los orígenes del cristianismo».
Creyó entrever el futuro no muy lejano del mundo, polarizado en dos grandes grupos humanos: el catolicismo renovado, por una parte, y por otra, el mundo de la incredulidad apoyándose en la ciencia.
Otras posiciones intermedias que, aun durante el siglo XIX podían representar algo, irían decayendo o integrándose en uno u otro de los dos polos señalados.
{6 (26)} A medida que estos dos bandos se destacasen, el cristianismo en general sería considerado como algo que no hay que combatir pero que ya está pasado y superado. Esta acusación saldría del campo de la incredulidad bien intencionada. Entonces no le quedaría más opción, a la Iglesia, que la de "reanunciar" el Evangelio, mal aceptado por muchos católicos y, por esto, mal interpretado por los incrédulos. Entonces «no se tratará de anunciar, sino de reanunciar el Evangelio a aquellos que lo habían conocido y luego abandonado porque creyendo conocerlo lo juzgaron inútil».
Esta tarea de reconversión, esta especie de "reconquista" espiritual será mucho más ardua que la primera evangelización.
La primera evangelización sirvió para roturar y remover el campo del mundo; la buena semilla de la fe cayó, en un primer momento, sobre terrenos no siempre buenos y, como en la parábola del sembrador, el ciento por uno se consigue solamente al sembrar en tierra buena. El campo es el mundo; pero el campo también es la Iglesia. Según la teoría de Newman, el apostolado no consiste tanto en aumentar las dimensiones del campo, como en mejorar la calidad de su tierra para que reciba la semilla codiciada.
La fe material newmaniana, representa también esta dimensión cuantitativa, en contraposición a la fe formal, que es la calidad. Sin la restauración de esta fe formal en el seno de la Iglesia, en sus fieles, todo intento apostólico, toda pretendida re-evangelización no pasaría de esfuerzos inútiles, de tácticas humanas, cuyos progresos {7 (27)} cuantitativos serían el producto de las prudencias de las sabidurías y de las políticas de los hombres que habrían acomodado, otra vez, a la conveniencia muelle de su vida y egoísmos terrenos, el mensaje de Cristo, retardando más y más el advenimiento de su reino.
Pero la lógica de los incrédulos hace cada vez menos fácil esa falsificación; los avances del ateísmo, tan exigente, hacen cada vez menos fácil el retraso hacia cualquier representación inauténtica de la verdad. Cada vez más, el cristianismo, o será evangélico con todas las exigencias de la fe formal, o no será.
La violencia se impregna de mentira y tiene necesidad de la mentira • La verdad fortalece la paz desde dentro • La primera mentira, la falsedad fundamental, es no creer en el hombre y en su necesidad de redención. Restaurar la verdad es, ante todo, llamar por su nombre a los actos de violencia • El homicidio es un homicidio, y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, pierden su dignidad propia.
La paz está amenazada cuando reinan la incertidumbre, la duda y la sospecha. Uno de los grandes engaños que corromper la convivencia es desprestigiar hasta lo bueno y lo justo que pueda haber en el adversario • No hay paz sin una disponibilidad al diálogo sincero y profundo.
La carrera de armamentos hace sospechar una sombra de mentira y de hipocresía en ciertas afirmaciones de voluntad de coexistencia pacífica • Supone menosprecio a la verdad, la mentira propiamente dicha, la información parcial y deformada, la propaganda sectaria, la manipulación de los medios de información.
Jesús revela al hombre su verdad plena; lo restaura en su verdad, reconciliándolo con Dios, consigo mismo y con los otros.
JUAN PABLO II
{8 (28)}
4. SUPERACIÓN DE LA FE IMPLÍCITA
LA TEOLOGÍA no es la misma fe: pero una fe excesivamente "implícita" ―como la llamaría Newman― sofocaría su aliento sobrenatural en las cenizas de la pereza de la inteligencia que, siendo la reina de las facultades del hombre, no puede elegir mejor objeto de reflexión que Dios mismo.
La teología no es la misma fe: es ciencia de Dios y por eso ayuda a la fe. Decir teología al servicio de la fe, es decir teología al servicio de la vida, sobre todo en este tiempo en el que, el creyente se da cuenta, con más viveza que en otras épocas, que para realizar un acto de fe, no le basta vincular la inteligencia a una fórmula conceptual, sino que, a través y más allá de esto, ha de identificar su actitud y toda su persona con la realidad en la cual cree. Compromiso personal es equivalente a compromiso inteligente, responsable, total y libre. La fe, para el creyente, guía el esfuerzo esclarecedor de la inteligencia; pero la teología, que representa este esfuerzo iluminado, dilata y profundiza el campo de la fe y lo purifica de inercias convencionales, de anquilosamientos sentimentales y pueriles, que en realidad no son más que distracciones pseudo-religiosas y obstáculo, por lo tanto, para acercar verdaderamente el hombre a Dios. En pocas palabras lo ha resumido un teólogo español de nuestros días:
«Una Iglesia sin teología no pasa de ser una asamblea de tontos o de fanáticos, y una teología sin Iglesia se reduce a una ciencia-ficción de lo divino».
No importa que al emprender una profundización teológica surjan problemas. Los problemas existen independientemente y, el no afrontarlos, es solamente aplazarlos y aumentarlos; aunque sean problemas para la fe. Sólo se resuelven, finalmente, cuando no se eluden y cuando se tratan con honradez.
Sí, más teología para los que estamos en la Iglesia y también para los que nos miran desde fuera. Más teología para sacudir el polvo arcaico que oculta verdades olvidadas por la inconsciencia o por comodidad; más teología para descubrir esa luz nueva que hace crecer la verdad, día a día, en nuestro mundo siempre más ansioso de absoluto, cuyos hombres, incluso cuando lo niegan, buscan sin darse cuenta al verdadero Dios más teología para liberarnos de las caricaturas de la divinidad, para poder reconocer su presencia sencilla, próxima y viva.
De lo contrario, una fe demasiado "implícita" desembocaría en esta sorpresa, de algún modo ya iniciada en el mundo de hoy: que no todos los que se denominan cristianos lo son realmente, puesto que en la práctica existen grandes contradicciones con su bautismo —tal vez jamás comprendido―, mientras que, fuera de la Iglesia, existen ansias de redención, tan universales y vehementes que se acercan al bautismo de deseo.
{9 (29)}
5. LA MISA SOBRE EL MUNDO
YA QUE, una vez más, Señor, ahora ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo.
El sol acaba de iluminar, allá lejos, la franja extrema del horizonte. Una vez más, la superficie viviente de la Tierra se despierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremenda labor bajo la capa móvil de sus fuegos. Yo colocaré sobre mi patena, oh, Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán molidos hoy.
Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos del Globo y a converger hacia el Espíritu. ¡Que vengan, pues, a mí el recuerdo y la mística presencia de aquellos a quienes la luz despierta para un nuevo día!
Señor, voy viendo y los voy amando, uno a uno, a aquellos a quienes Tú me has dado como sostén y como encanto naturales de mi existencia. También uno a uno voy contando los miembros de esa otra y tan querida familia que se han ido juntando poco a poco en torno a mí, a partir de los elementos más dispares, las afinidades del corazón, de la investigación científica y del pensamiento. Más confusamente, pero a todos sin excepción, evoco a aquellos cuya multitud anónima constituye la masa innumerable de los vivientes; a aquellos que me rodean y me soportan sin que yo los conozca; a los que vienen y a los que se van; a aquellos, sobre todo, que, en la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en su fábrica creen en el progreso de las cosas y perseguirán apasionadamente hoy la luz.
{10 (30)} Quiero que en este momento mi ser resuene acorde con el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa o diferenciada, cuya inmensidad nos sobrecoge; de ese Océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones introducen la turbación en los corazones más creyentes. Todo lo que va a aumentar en el Mundo, en el transcurso de este día, todo lo que va a disminuir todo lo que va a morir, también he aquí Señor, lo que trato de concentrar en mí para ofrecértelo; he aquí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que a Ti te gusta.
Antiguamente se depositaban en tu templo las primicias de las cosechas y la flor de los rebaños. La ofrenda que realmente estás esperando, aquella de que tienes misteriosamente necesidad todos los días para saciar Tu hambre, para calmar Tu sed, es nada menos que el acrecentamiento del Mundo arrastrado por el universal devenir.
Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por tus gracias, te presenta en esta nueva aurora. Sé que este pan, nuestro esfuerzo, no es en sí mismo más que una desagregación inmensa. Este vino, nuestro dolor, no es todavía, ¡ay!, más que un brebaje disolvente. Mas Tú has puesto en el fondo de esta masa informe —estoy seguro de ello, porque lo siento― un irresistible y santificante deseo que nos hace gritar a todos, desde el impío hasta el fiel: «¡Señor, haz de todos nosotros uno!» Porque a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, Tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura-porque, irresistiblemente, reconozco en mí más que a un hijo del Cielo a un hijo de la Tierra subiré esta mañana, con mi pensamiento, a los lugares altos...
Teilhard de Chardin, en HIMNO DEL UNIVERSO 11 (31)
{11 (31)}
6. documento: LA PAZ AMENAZADA
DESPUÉS de terminada la II Guerra Mundial, en ninguna ocasión el miedo a la guerra había recorrido la palpitación del mundo con la sensación amenazante de este año que hace poco hemos comenzado. Es verdad que nunca hemos gozado de un momento de paz verdadera, porque la sangre ha seguido vertiéndose en lugares dispersos de la tierra y otras formas de violencia han continuado diezmando a los hombres, pero en estas primeras semanas del nuevo año el monstruo de la amenaza se agiganta. Definitivamente, los hombres no trabajamos como es debido por la paz y por esto no alcanzamos a conjurar el riesgo terrible de la guerra. En esta situación, que no parece disiparse fácilmente, hemos de volver a la palabra del Papa para recomenzar por la honestidad de la verdad, que es la única fuerza, y de la sinceridad, que es la única valentía. Por esta razón reproducimos el mensaje, todavía oportuno, de Juan Pablo II, para la XIII Jornada de la Paz, del pasado primero de enero de este año. Pasamos directamente al texto pontificio, suprimiendo el encabezamiento.
La mentira lleva a la violencia
1. Si es verdad ―y nadie lo pone en duda― que la verdad sirve a la causa de la paz, es también indiscutible que la "no-verdad" camina a la par con la causa de la violencia y la guerra. Por "no-verdad" hay que entender todas las formas y todos los niveles de ausencia, de rechazo, de menosprecio de la verdad: mentira propiamente dicha, información parcial y deformada, propaganda sectaria, manipulación de los medios de comunicación, etc.
¿Es necesario mencionar aquí todas las diferentes formas bajo las cuales se presenta esta "no-verdad"? Baste solamente indicar unos ejemplos. Porque, si una inquietud {12 (32)} legitima se abre paso ante la proliferación de la violencia en la vida social, nacional e internacional. Y ante las amenazas manifiestas contra la paz, la opinión pública es a menudo menos sensible a todas las formas de "no-verdad" que están en la base de la violencia y le preparan un terreno propicio.
La violencia se impregna de mentira y tiene necesidad de la mentira, procurando asegurarse una respetabilidad en la opinión mundial, a través de justificaciones totalmente extrañas a su propia naturaleza y por lo demás, frecuentemente contradictorias entre ellas mismas. ¿Qué decir de la práctica constante en imponer a quienes no comparten las mismas posiciones ―para mejor combatirlos o reducirlos al silencio― la etiqueta de enemigos, atribuyéndoles intenciones hostiles y estigmatizándolos como agresores a través de una propaganda hábil y continua?
Otra forma de "no-verdad" se manifiesta en la repulsa a reconocer y respetar los derechos objetivamente legítimos e inalienables de los que rehúsan aceptar una ideología particular o apelan a la libertad de pensamiento. El rechazo "de la verdad" se pone en obra, cuando se atribuyen intenciones de agresión a los que manifiestan claramente que su única inquietud es la de protegerse y defenderse contra las amenazas reales que ―por desgracia― existen siempre tanto en el interior de una nación como entre los pueblos.
Indignaciones selectivas, instituciones pérfidas, manipulación de las informaciones, descrédito sistemáticamente lanzado sobre el adversario ―su persona, sus intenciones y sus actos―, chantaje e intimidación: he aquí el menosprecio de la verdad, puesto en obra, para desarrollar un clima de incertidumbre, dentro del cual se quiere coaccionar a las personas, a los grupos, a los Gobiernos, a las mismas instancias internacionales a unos silencios resignados y cómplices, a compromisos parciales y a reacciones irracionales: actitudes todas igualmente susceptibles de favorecer el juego homicida de la violencia y atacar la causa de la paz.
La fe en la persona
2. En la base de todas estas formas de "no-verdad", alimentándolas y alimentándose de ellas, hay una concepción errónea del hombre y de sus dinamismos constitutivos. La primera mentira, la falsedad fundamental es la → {13 (33)} de no creer en el hombre, en el hombre con todo su potencial de grandeza, y además en su necesidad de redención del mal y del pecado que está en él.
Derivada de ideologías diversas, con frecuencia opuestas entre sí, se difunde la idea de que el hombre y la Humanidad entera realiza su progreso sobre todo por la lucha violenta. Se ha creído poder verificarla en la Historia.
Se han hecho esfuerzos por convertirla en teoría. Progresivamente, se ha llegado a la costumbre de analizar todo, tanto en la vida social como en la internacional, en términos exclusivos de relaciones de fuerzo y, consiguientemente, de organizarse para imponer sus intereses. Ciertamente, esta tendencia, ampliamente difundida, de recurrir a la prueba de fuerza para hacer justicia, está, a veces, contenida por treguas lácticas o estratégicas. Pero, mientras se deje flotar la amenaza, mientras se sostengan selectivamente ciertas violencias favorables a intereses e ideologías, mientras se mantenga la afirmación de que el proceso de la justicia es, en último análisis, un resultado de la lucha violenta, los matices, los frenos y las selecciones, cederán periódicamente a la lógica simple y brutal de la violencia, que puede llegar hasta la exaltación suicida de la violencia por la violencia.
La restauración de la verdad
3. En medio de tal confusión de espíritu, construir la paz con las obras de la paz es difícil y exige la restauración de la verdad si no se quiere que los individuos, los grupos y las naciones se pongan a dudar de la paz y permitan nuevas violencias.
Restaurar la verdad es, ante todo, llamar por su nombre los actos de violencia bajo todas sus formas. Hay que llamar al homicidio por su nombre: el homicidio es un homicidio, y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, pierden, por el contrario, su dignidad propia. Hay que llamar por su nombre a las matanzas de hombres y mujeres, cualquiera que sea su pertenencia étnica, su edad y condición. Hay que llamar por su nombre a la tortura y, con los términos apropiados, a todas las formas de opresión y explotación del hombre por el hombre, del hombre por el Estado, y de un pueblo por otro pueblo. Hay que hacerlo no para aquietar la conciencia con ruidosas denuncias que amalgaman todo ―no se llama entonces a las cosas por su nombre―, ni {14 (34)} para estigmatizar y condenar a las personas y los pueblos, sino para ayudar al cambio de actitudes y de mentalidades, y para dar a la paz su oportunidad.
La búsqueda de la verdad
4. Promover la verdad como fuerza de la paz, es emprender un esfuerzo constante para no utilizar nosotros mismos, aunque fuese para el bien, las armas de la mentira. La mentira puede deslizarse solapadamente en todas partes. Para mantener establemente la sinceridad, la verdad con nosotros mismos, hace falta un esfuerzo paciente, decidido, para buscar y encontrar la verdad superior y universal acerca del hombre, a la luz de la cual podremos valorar las diversas situaciones, y a la luz de la cual nos juzgaremos, en primer lugar, a nosotros mismos Y nuestra propia sinceridad. Es imposible instalarse en la duda, la sospecha, el relativismo escéptico sin deslizarse rápidamente en la insinceridad y en la mentira. La paz, he dicho más arriba, está amenazada, cuando reina la incertidumbre, la duda y la sospecha, y la violencia sale ganando. ¿Queremos verdaderamente la paz? Entonces tenemos que ahondar bastante más en nosotros mismos para encontrar las zonas donde, más allá de las divisiones que constatamos en nosotros y entre nosotros, podamos reforzar la convicción de que los dinamismos del hombre, el reconocimiento de su verdadera naturaleza, le llevan al encuentro, al respeto mutuo, a la fraternidad y a la paz. Esta laboriosa búsqueda de la verdad objetiva y universal sobre el hombre, creerá, con su acción y sus resultados, hombres de paz y diálogo, a la vez, fuertes y humildes con una verdad, a la que se darán cuenta de deber servir, y no servirse de ella para intereses de parte.
La verdad, fuerza de la paz
5. Uno de los engaños de la violencia consiste en tratar ―para justificación propia― de desacreditar sistemática y radicalmente al adversario, sus actuaciones y las estructuras socio-ideológicas en las que se mueve y piensa. El hombre de paz sabe reconocer la parte de verdad que hay en toda obra humana y, más todavía, las posibilidades de verdad que abriga en lo profundo de todo hombre.
No es que el deseo de paz le haga cerrar los ojos ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte de nuestro mundo. El las mira de frente. Las llama por su nombre, por respeto a la verdad. Más aún, anclado profundamente en las cosas de la paz, el hombre no puede {15 (35)} menos de ser todavía más sensible a todo lo que contradice a la paz. Esto les mueve a investigar valientemente las causas reales del mal y de la justicia, para buscarles remedios apropiados. La verdad es fuerza de paz porque recibe, por una especie de connaturalidad, los elementos de verdad que hay en el otro y que ella trata de alcanzar.
La verdad hace posible la paz
6. La verdad no permite desesperar del adversario. El Nombre de paz, que ella inspira, no reduce al adversario al error en el que lo re sucumbir, al contrario, él reduce el error a sus verdaderas proporciones y recurre a la razón, al corazón y a la conciencia del hombre, para ayudarle a reconocer y a acoger la verdad. Esto da a la denuncia de las injusticias una tonalidad especifica: esta denuncia no siempre puede impedir que los responsables de las injusticias se endurezcan ante la verdad claramente manifestada, pero, al menos, ésta no provoca sistemáticamente tal endurecimiento, cuyas víctimas pagan a menudo las consecuencias. Uno de los grandes engaños que corrompen las relaciones entre individuos y grupos consiste, para mejor estigmatizar el error del adversario, en desprestigiar todos los aspectos, incluso justos y buenos, de su actuación. La verdad va por otros caminos y así conserva todas sus posibilidades a la paz.
La dignidad de la persona
7. Y sobre todo, la verdad permite aún más no desesperar de las víctimas de la injusticia. No permite conducirlas a la desesperación de la resignación o de la violencia.
Induce a aportar por la fuerza de la paz que abrigan los hombres o los pueblos que sufren. Cree que, consolidándolas en la conciencia de su dignidad y de sus derechos imprescriptibles, ella los fortalece para someter las fuerzas de opresión a presiones eficaces de transformación, más eficaz que los focos de violencia generalmente sin mañana, a no ser un mañana de mayores sufrimientos. Con esta convicción, no ceso de proclamar la dignidad y los derechos de la persona. Por otra parte, como lo escribí en mi encíclica "Redemptor Hominis", la lógica de la "Declaración Universal de los Derechos del Hombre" y la misma institución de la "Organización de las Naciones Unidas", apuntan también va crear una base para una continua revisión de los programas, de los sistemas, de los regímenes, precisamente desde este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre, digamos de la persona {16 (36)} en la comunidad... (C. 17, 4.). El hombre de paz, dado que vive de la verdad y de la sinceridad, es pues lucido ante las injusticias, las tensiones y los conflictos que existen. Pero, en lugar de exacerbar las frustraciones y las luchas, él confía en las facultades superiores del hombre, en su razón y en su corazón, para inventar unos caminos de paz que llevan a un resultado verdaderamente humano y duradero.
La verdad se realiza en el diálogo
8. Para pasar de una situación menos humana a una situación más humana, tanto en la vida nacional como en la internacional, el camino es largo y se avanza en el por etapas. El hombre de paz lo sabe y lo dice, y encuentra en el esfuerzo de verdad, que acabo de describir, las luces necesarias para mantener su justa orientación. El hombre de violencia lo sabe también, pero no lo dice y engaña a la opinión, dejando entrever la perspectiva de una solución radical y rápida; instalándose luego en su engaño para "explicar las repetidas dilaciones de la libertad y de la abundancia prometidas.
No hay paz sin una disponibilidad al diálogo sincero y continuo. La verdad se realiza también en el diálogo:
ella fortalece pues ese medio indispensable de la paz. La verdad no tiene miedo tampoco de los acuerdos honestos, porque lleva consigo las luces que permiten empeñarse en ellos, sin sacrificar convicciones y valores esenciales. La verdad aproxima los espíritus, manifiesta lo que une ya a las partes antes opuestas; hace retroceder las desconfianzas de ayer y prepara el terreno para nuevos progresos en la justicia y en la fraternidad, en la convivencia pacífica de todos los hombres.
En este contexto yo no puedo silenciar el problema de la carrera de los armamentos. La situación en que vive la Humanidad de nuestros días parece incluir una contradicción trágica entre las múltiples y fervientes declaraciones en favor de la paz, por una parte y, por otra, la no menos real, pero vertiginosa escalada de los armamentos.
La existencia de la carrera de los armamentos puede también hacer sospechosa una sombra de mentira y de hipocresía en ciertas afirmaciones de la voluntad de coexistencia pacífica. Más aún, ¿no puede también justificar con frecuencia la simple impresión de que tales afirmaciones sólo sirven para ocultar intenciones contrarias?
{17 (37)}
Hacer la verdad es prever el futuro
9. No se puede sinceramente denunciar el recurso a la violencia, si a la vez no se trabaja en favor de iniciativas políticas valientes para eliminar las amenazas a la paz, oponiéndose a las raíces de las injusticias. La verdad profunda de las injusticias es contradicha también, tanto cuando la política se instala en la pasividad como cuando se endurece y degenera en violencia. Hacer la verdad que fortalece la paz en política es tener el valor de descubrir a tiempo las discrepancias latentes, de volver a abrir en tiempo oportuno los informes acerca de problemas neutralizados momentáneamente con unas leyes o acuerdos, que han servido para evitar su exasperación. Hacer la verdad es también tener el valor de prever el futuro: tomar en cuenta las aspiraciones nuevas compatibles con el bien, que surgen en los individuos y en los pueblos con el progreso de la cultura, a fin de adaptar las instituciones nacionales e internacionales a la realidad de una Humanidad en marcha.
Un inmenso campo está pues abierto a los responsables de los estados ya las instituciones internacionales para construir un nuevo orden mundial más justo, fundado 80bre Lu verdad del hombre, basado sobre una justa distribución tanto de la riqueza como de los poderes y de las responsabilidades.
Si, ésa es mi convicción: la verdad fortalece la paz desde dentro, y un clima de sinceridad más grande permite movilizar las energías humanas para la sola causa que sea digna de la misma: el pleno respeto a la verdad sobre la Naturaleza y el destino del hombre, fuente de la verdadera paz en la justicia y la amistad.
El Evangelio de la paz
10. Construir la paz es el quehacer de todos los hombres y de todos los pueblos. Todos están dotados de corazón y de razón, y hechos a imagen de Dios, son capaces del esfuerzo de verdad y de sinceridad que consolida la paz. En esta tarea común, invito a los cristianos a dar su contribución específica del Evangelio, que lleva a las fuentes últimas de la verdad, el verbo de Dios encarnado.
El que más armas tiene, más responsable es frente a los pueblos sumidos en la miseria.― G. MOMIGLI {18 (38)} El Evangelio da un relieve especial al lazo que existe entre la mentira y la violencia homicida, en estas palabras de Cristo: «Ahora buscáis quitarme la vida, a mí, un Hombre que os ha hablado la verdad que oyó de Dios... Vosotros hacéis las obras de vuestro padre... vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida, desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 40. 41. 44). Por esto yo puedo decir con tanto convencimiento en Drogheda, en Irlanda, lo que repito ahora: «La violencia es una mentira, porque va en contra de la verdad de nuestra fe, de la verdad de nuestra Humanidad... No confiéis en la violencia.
No es éste el camino cristiano. No es éste el camino de la Iglesia católica. Creed en la paz, en el perdón y en el amor: éstos son de Cristo».
Sí, el Evangelio de Cristo es un Evangelio de paz:
«Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Y la fuerza de la paz evangélica es la verdad. Jesús revela al hombre su verdad plena; lo restaura en su verdad, reconciliándolo con Dios, consigo mismo y con los otros. La verdad es la fuerza de la paz, porque revela y realiza la unidad del hombre con Dios, con él mismo, con los demás. La verdad que consolida la paz y que construye la paz, incluye constitutivamente el perdón y la reconciliación. Rechazar el perdón y la reconciliación, significa engañarnos y entrar en la lógica homicida de la mentira.
La verdad os hará libres
11. Sé que todo hombre de buena voluntad puede comprender todo esto en su experiencia personal, cuando escucha la voz de su corazón. He ahí por qué os invito a todos, a todos los que queráis afianzar la paz, devolviéndole su contenido de la verdad que disipa todas las mentiras; entrad en el esfuerzo de reflexión y acción que os propongo en esta VIII Jornada Mundial de la Paz, interrogándoos acerca de vuestra disponibilidad al perdón y a la reconciliación y haciendo, en el campo de vuestra responsabilidad familiar, social y política, gestos de perdón y de reconciliación. Haréis la verdad, y la verdad os hará libres.
La verdad producirá luces y energías insospechadas para dar una nueva oportunidad a la paz en el mundo.
Oración de las Naciones Unidas.
Nuestra tarea es sólo un astro minúsculo del universo. A nosotros toca hacer de ella un planeta, cuyas criaturas no estén torturadas por guerras, ni atormentadas por hambre y miedo, ni desgarradas por separación insensata según la raza, el color de la piel o la ideología. Danos, Señor, valor y previsión para comenzar hoy mismo esta obra, a fin de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos lleven un día con orgullo el nombre de hombres.
STEPHEN VICENT BENET