Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 179. OCTUBRE. Año 1980
0. SUMARIO
CADA VEZ más, el año comienza en octubre, en lugar de hacerlo en enero. Es ahora, cuando se juntan las grandes cosechas y se dispone la sementera, que la vida levanta un hilo, entre nosotros; hito que hasta Los cambios sociales, los problemas económicos, los debates políticos, los programas culturales, las angustias y las esperanzas colectivas, toman como referencia, marcando caminos. Los que somos cristianos, desde la misma realidad envolvente, levantamos a la visión de la fe todo el panorama y, caminando con Dios, seguimos y buscamos esperanzados hacia adelante.
LAS TRES VIRTUDES
LA SÍNTESIS NECESARIA
LA "RAZIONALE"
EL MATRIMONIO QUE VIENE
CARTA ABIERTA A EMMANUEL MOUNIER
LOS MATERIALISMOS
EL CRISTIANISMO CONTROVERTIDO
EL HOMBRE NUEVO
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1. LAS TRES VIRTUDES
Yo soy, dijo Dios, el Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña.
Yo soy, dijo Dios, El Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que levanta todas las mañanas.
Yo soy, dijo Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene tensa por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se distingue por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Charles Péguy 2 (122)
{2 (122)}
2. La síntesis necesaria
TESIS, antítesis, síntesis. Un pie, otro pie, y el salto. La síntesis es siempre como el arco de un vuelo que conjuga oposiciones para superarlas en la novedad que a partir de ellas se edifica, del pasado, al presente, hacia el futuro. Como en los ladrillos: uno, y otro y, encima, asimétrico, el que los ata, creciendo la pared, hacia lo alto. Y ahora estamos este "hacia", doloroso y apremiante: apremio para el mundo y, por lo tanto, también para la Iglesia y para cada hombre de este tiempo.
Todo es hermoso y difícil; pero igualmente inaplazable dentro de esta proyección "hacia" adelante, que Juan XXIII calificó de "irreversible", es decir, necesaria. Tenemos los datos: una verdad y un plan de Dios, y tenemos ―el otro dato este mundo en que vivimos. Y hay que hacer la síntesis.
La urgencia es insoslayable; no podemos inhibirnos o excusarnos de la misión que nos reclama con exigencias imposibles de ocultar. La gran tentación del creyente de hoy sería la de intentar la huida, tanto si lo hiciera ―como los modernos iconoclastas― rompiendo los datos para huir irracionalmente hacia adelante, como si, imitando a la mujer de Loth, se negara a mirar hacia adelante, pretendiendo refugiarse en la seguridad egoísta de lo que la ilusión, falsamente modesta, considera inmutable, pero que en realidad yace carcomido por la caducidad encenizada y estéril.
Ritos, estructuras profanizadas, politizaciones de la idea de Dios, moralismos enjutos de Evangelio, sentimentalismos que distraen de alimentar la fe, busca de seguridades que no comprometan, remedios para miedos que apagan el entusiasmo para hacer el bien... Esas y otras tentaciones nos rondan cercándonos: unas nos adormecen, otras nos aturden, y todas, si prosperan, nos atan los pies para este salto que habría que dar hacia la novedad cristiana que el mundo espera, necesita y podemos y debemos darle, los que decimos que tenemos fe.
{3 (123)} A veces, por un momento, creemos entender esto perfectamente, y nos paramos en la serenidad pacificadora de este pensamiento y de su verdad aceptada, pero enseguida delegamos en ―en transferencia ideal― aquello que podemos y que, precisamente nosotros, deberíamos hacer, cada uno. A pesar de criticar alguna vez a la Iglesia como "organización", descargamos sobre esa misma organización el fardo de nuestro propio deber, despersonalizándonos de responsabilidades. Pero entonces nos resulta esta Iglesia demasiado "clerical" donde parece que sólo un pequeño grupo de personas monopoliza su misión. Y llevamos alguna o mucha razón; pero ha sido entre todos que hemos hinchado la necesidad de las exageraciones que justamente lamentamos. Tal vez criticamos a los "beatos" que nos parece que acaparan la imagen de la Iglesia o de lo que entendemos, en su corteza, la piedad cristiana, pero no nos damos cuenta de que ellos son los más perseverantes, aunque esta perseverancia puede ser interesada y menos pura, en varios casos. Nos cansan los ritos, pero asistimos indocumentados a ellos, como espectadores y "cumplidores", en vez de hacerlo como participantes; vamos a cumplir cada uno con Dios, en busca de la propia paz y satisfacción, y no para edificar una hermandad que preside Dios; no hacemos todo lo que podemos para corregir ese individualismo en nuestros planteamientos frente a la vida y, por ello, tampoco cuando nos presentamos ante Dios para glorificarle juntos en las asambleas de la fe.
Andamos por la vida con el corazón embobado en las vanidades del mundo, o dividido por sus solicitudes, y no tenemos inconveniente en censurar a una Iglesia que, decimos, llega siempre tarde a señalar las verdaderas injusticias y vacila, a diferencia de los viejos profetas, a la hora de denunciar las formas concretas de la malicia de nuestros días, de los grandes pecadores actuales... retrasos y dudas a veces ciertos, pero que, a la debida distancia y proporción, tenemos y mantenemos cada uno desde nuestras decisiones, olvidándonos que también tenemos parte, por lo tanto, en las responsabilidades que delegamos a otras instancias, dentro de la única Iglesia que entre todos formamos... La Iglesia es imperfecta como los hombres que la formamos y, a veces, menos imperfecta, pues vemos que no cesa de predicarnos la esperanza y de proponernos la conversión. La conversión es la síntesis necesaria, es el paso adelante, es la novedad del sentido de Dios que hay que llevar a un mundo en transformación.
Pero, ¿queremos, de verdad, llegar a ello, cada uno, todos? ¿Dedicamos tiempo, estudio y esfuerzo para entender a Dios y para cambiar ese mundo? Por ejemplo: ¿con qué constancia estudiamos reflexivamente un buen Catecismo? ¿Cada cuándo leemos los Evangelios?... Mal si decimos que queremos un mundo mejor, si no nos hacemos mejores y no nos capacitamos para llevar a él el sentido de Dios; pero mal, también, si nos preparamos y capacitamos para muchas tareas sin pararnos a elegir las que mejor nos han de servir para llevar al mundo la síntesis actualizada de lo divino.
Es lo único necesario.
Nuestro fin último no es la felicidad, el bienestar, la prosperidad de una sociedad cómoda, sino la realización espiritual del hombre.
E. MOUNIER
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3. La "razionale"
LOS biógrafos clásicos de san Felipe subrayan la importancia que el santo daba a la humildad y la obediencia, sometiendo el propio juicio a la voluntad manifestada de Dios, en los cauces legítimos de su providencia, especialmente a través de los superiores y refieren que, cuando trataba de ello, solía llevar su mano a la frente mientras decía: «Toda la santidad del hombre está en este espacio de sólo tres dedos toda la importancia está en mortificar la racional...» Con esta palabra "racional", que le era muy familiar, entendía el juicio propio, sede desde donde la voluntad esquiva toda otra dependencia. Cualquier otra mortificación le era sospechosa si no partía precisamente de ahí, del entendimiento y del propio juicio.
Las mortificaciones externas, las posturas visibles de la ascética las estimaba en poco si faltaba el vencimiento del juicio y la disposición interior del pensamiento ―la "razionale"―, a partir del cual tienen valor las determinaciones de la voluntad.
Por lo demás, san Felipe, al proceder así seguía la doctrina ascética tradicional y el mismo Evangelio, que pone en las ideas y en el corazón la raíz de toda conversión y la sinceridad de la piedad.
Pero podemos añadir un significado a la citada expresión de san Felipe, tomando el pensamiento y la propia inteligencia, no como punto de partida de todo movimiento desordenado de independencia, sino como sede de la verdad, de toda verdad que el hombre percibe y guarda. También en este sentido, sin necesidad de forzar los significados, se puede decir que «toda la santidad del hombre depende de la verdad que tenga en su mente» si la traduce en vida, en sinceridad para con Dios. Es imposible que el hombre sea bueno si no sabe y no entiende que puede y que ha de ser bueno; es imposible amar a Dios, más allá de ilusiones, distracciones o reducciones sentimentales o beatas, si las ideas, respecto de Dios, no se depuran en una fe que, precisamente a través de la inteligencia, nos la descubre {5 (125)} mostrándonos hasta donde vamos siendo capaces día tras día, quién es él, qué quiere de nosotros y del mundo que nos rodea. Allí donde abunda la tontería beata, o donde se pierden tiempo y energías en engañosos devocionismos que nos distraigan de la auténtica visión cristiana del mundo y de la misión en él de la Iglesia, o que nos entretengan diciendo simplemente «Señor, Señor...» a ratos, pero en realidad siguiendo absortos en nosotros mismos, o sugestionados en disimuladas vanidades o en ridículos cuidados de lo que es inútil para nuestro bien espiritual y para el reino de Dios, es que la "racional" no funciona: huecos de ideas, sustituimos las convicciones de que carecemos por los sentimientos, las ideas por las modas, el buen celo apostólico por el oportunismo y hasta a riesgo de hacer de la tierra y el tiempo, no la hora y el espacio desde donde ya preparamos el reino de Dios, sino de convertir el reino de Dios en una contingencia o minimización terrena, recortada a la medida de nuestra mezquindad.
Toda la cantidad del hombre está en la gracia que recibe de Dios, y la primera gracia es la fe.
y la fe es una verdad, y la verdad de Dios ha de comenzar cabiéndonos en esos tres dedos de frente.
Incluso aquella mortificación interior y aquella humildad y obediencia, sin esta fe, sin ideas cristianas claras y sólidas, o no se daría, o no pasaría de apariencia falsificada de virtudes que tampoco existirían, aunque nos engañara la estudiada estética aparente del gesto que la falsifica.
Después de dos intentos de armonizar ambas libertades personal y comunitaria ―lo Antiguo y lo cristiano (me limito a Occidente)―, se formó un primer humanismo abstracto A raíz del Renacimiento, dominado por la mística del individuo; un segundo humanismo, igualmente abstracto y no menos inhumano, se ha formado hoy en la URSS, dominado por la mística de "lo colectivo".
La lucha gigante que se libra ante nuestros ojos no es por motivo de alguna paz o de alguna distribución de bienestar. Se encara con el primer Renacimiento que se derrumba, y con el segundo que se prepara.
Lo trágico del combate es que el hombre está en los dos campos, y que si uno aplasta al otro, pierde una mitad inalienable de sí mismo.
EMNANUEL MOUNIER
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4. EL MATRIMONIO QUE VIENE
SE ha acusado a la Iglesia de ejercer una excesiva intervención en la institución matrimonial. Tal vez estas acusaciones serían menores si se tuviera en cuenta el descuido del poder civil, en su esfera, durante toda la Edad Media... Pero, para ser justos, tendríamos que admitir que el pecado ha sido tanto por exceso, si acaso, como por defecto. Ha habido un exceso de condescendencia al suponer, implícitamente, en demasiados casos, una fe y una disposición de las que carecían los contrayentes que, a pesar de ello, creían que podían exigir para ellos un matrimonio canónico. Este matrimonio ni se puede conceder, ni se puede imponer a los no creyentes o a los que se acercan a él con muy graves objeciones a la fe, o con grande ignorancia de lo que es y significa el sacramento matrimonial. La Iglesia debía de haber intervenido, precisamente, más, y haber exigido, antes de ahora, esa indispensable clarificación para evitar al máximo tantos errores y simulaciones, inspirados en conveniencias mundanas y sociales, y que luego han podido dar lugar, más todavía de cuanto ha ocurrido, a serias dudas sobre la misma validez del acto que sancionaba.
La presión sociológica ha pretendido tener por más moral una forma de matrimonio que, en determinados casos, no pasaba de lo ambiguo.
Por otra parte, tampoco exigía la Iglesia, a aquellos que podían comprender mejor el sacramento que iban a recibir, una preparación más de acuerdo con los criterios que deben presidir una buena conciencia cristiana que se dispone religiosamente a una unión sellada ante Dios. A los que ahora se quejan de ciertos conatos de preparación pastoral para parejas que quieren recibir el matrimonio cristiano, todavía se les exige poco, y se verá muy pronto cuando la laicización progresiva de las leyes vaya {7 (127)} incidiendo en esta institución básica de la sociedad.
Leyes que no son de temer para los fieles, pero que, indudablemente, tendrán repercusión sociológica, desplazando, por sustitución, estilos de apariencia ritual o de convencionalismos cristianos, que ya no será mal visto amortizar.
Para algunos, el hecho de que desaparezca o disminuya la presión sociológica religiosa, les parece un mal para la Iglesia; pero, en realidad, no lo es tanto. Lo que ocurre es que ésta, no tendrá que tener tanta preocupación en testimoniar, por el rito matrimonial, la legitimación del inicio de vida de familia entre un hombre y una mujer que se casan, sino que tendrá que preocuparse y dedicarse más intensamente, en hacer, primaria y esencialmente, cristianos mejores, y más ilustrados y conocedores del catecismo, que tantas veces dicen creer, pero que desconocen en parte o tienen olvidado cuando más falta les hace, precisamente en el momento de emprender responsablemente, desde la propia autonomía, la creación de un hogar.
No hay que temer en demasía por las leyes que vengan. Los cristianos convencidos y maduros en la fe bien cimentada, serán indiferentes a las leyes laicas y sacarán más provecho y comprenderán mejor, entonces, las leyes de la Iglesia, liberados de ambigüedades, presiones y malentendidos.
En adelante, cada vez más, cuando una pareja cristiana pida celebrar y recibir el sacramento del matrimonio, no será ya para cumplir el trámite social de legitimar una convivencia entre hombre y mujer, que sería mal vista sin pasar por la parroquia, sino que sabrán que el matrimonio es el sacramento del amor, y no de cualquier amor, sino del amor entre hombre y mujer, que se comprometen a ser signo, ante todos, del grande e infinito amor de Cristo a su Iglesia, y de Dios a todos los hombres.
Ese es el matrimonio cristiano que hemos de desear, porque es el único que podemos llamar cristiano. Otras formas de matrimonio pueden ser igualmente legítimas, pero de ellas no se podrían decir como de ésta, estas palabras de Cristo: «Lo que Dios ha unido...), y «donde están dos reunidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos.
Yo creo que el gran defecto de hoy es el egoísmo. La gente no apoya su vida en aspiraciones de tipo intelectual o espiritual sino que centra su objetivo en disfrutar de todos los placeres posibles con la mayor intensidad; y esto es algo transitorio.
MIGUEL DELIBES
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5. Carta abierta a Emmanuel Mounier (fragmento)
MUCHAS COSAS de esta Iglesia nuestra de cada día nos parecen hoy nuevas... Y todo lo nuevo es nuevo y fuente, tiene raíces profundas. Lo nuevo siempre es un poquito descubrimiento de mediterráneos. No importa que a veces nos quedemos momentáneamente boquiabiertos, si al cerrar la boca sabemos penetrar las raíces profundas que nos enseñan la tarea de quienes nos precedieron. Nada fecunda sin un profundo enraizamiento. Enraizamiento en la propia tierra, enraizamiento en la propia y común historia, enraizamiento en la deseada Iglesia. Decía, con Rugama y Cardenal, que «con la muerte damos vida». Tú la diste y ahora eres raíz inamovible de esa vida que fluye, corre, salta, mueve montañas, de esa vida que llamamos fe. De esa vida que sopla más allá de toda prudencia y medida en este mundo, donde los creyentes buscan su identidad, su puesto secular, su palabra colectiva junto a la de otros hombres. De esa vida que llamamos fe.
Raíz-Emmanuel Mounier, te acompaño, me acompañas.
Tú creías en los hombres en lucha, especialmente en los réprobos, no dejaste de bregar un solo minuto de tu vida por ellos, por todos. Cárcel, enfermedad, separaciones, dolor y transfiguración...
«...Sólo los muertos resucitan».
Raíz-Emmanuel Mounier, hace ya muchos años que estás resucitando.
De hermano a hermano, de compañero a compañero... deseaba escribirte esta carta mientras nos encontramos en la Ciudad de la Comunión. Donde serán nuevas todas las cosas.
Hasta siempre, Raíz-Emmanuel Mounier.
Alfonso C. Comín 9 (129)
{9 (129)}
6. LOS MATERIALISMOS
LA PREOCUPACIÓN del mundo occidental por defenderse del socialismo en su forma más radical, ha dado origen a los fascismos que, si bien han pretendido, en origen, atajar los males del comunismo, por una parte, y del liberalismo, por otra, han acabado prácticamente absorbidos y mantenidos por el capitalismo mundial que los ha utilizado como servidores para su defensa.
Ahí está la tragedia de América Latina.
El socialismo podría ser cristiano (cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades), si no recurriera al medio radical de la dictadura de clase, para imponerse. Pero frente a esta descalificación, no hay que olvidar la contradicción feroz que el liberalismo capitalista encarna y mantiene todavía, Economías de guerra y guerras de economía que, uno y otro bando, asumen sin escrúpulos, puestos los ojo sólo en la ventaja material; magnificación de la lucha y la rivalidad primitiva de hombre con hombre.
Ese mundo triste y roto del que nos lamentamos es hijo y obra del liberalismo surgido a fines del siglo XVIII que, partiendo del naturalismo y del racionalismo a ultranza, des emboca en la libertad económica estimulada y hasta justificada por el lucro, la competitividad selectiva en las ganancias que margina a los menos audaces y escrupulosos, o a los menos capaces, y que pone su finalidad en el dominio y goce incondicionado de los bienes materiales. Todo lo demás —la {10 (130)} misma religión, que no se rechaza cuando se presta a ser domesticada― es un medio utilizado para este fin egoísta.
Pues no hay que olvidar que el laicismo, como actitud escéptica y aun opuesta a la religión, surgió del liberalismo, y sólo tardíamente aparece en el socialismo, cuando éste creyó identificar la interesada defensa del materialismo con las exageraciones de las tesis cristianas sobre la intangibilidad del derecho de propiedad; tesis que eran falsificación de la escolástica, si bien utilizada por los liberales al convertir la religión en ideología de apoyo. Pues para la doctrina escolástica Dios es el único verdadero dueño de todo, la criatura racional es sólo administradora de la obra de Dios, todas las cosas son para todos los hombres, habrá que dar cuenta a Dios del uso de los bienes creados... etcétera.
La violencia de la dictadura que implanta el socialismo radical contra el liberalismo, ha degenerado en capitalismo de estado, aunque éste se admita sólo como situación transitoria. Pero también, el llamado neoliberalismo, aunque pretende corregir los excesos del liberalismo puro, en realidad surge de la preocupación por restaurarlo y así conjurar el progreso del socialismo aparentemente irreversible, por lo menos en su forma moderada.
En todo el espectro de posiciones y posibilidades, aparece la preocupación de lo material, como algo primario que genera, {11 (131)} al fin y al cabo, a un hombre con más sensaciones que sentimientos y que verdaderos ideales, el cual contempla el mundo y, en el mejor de los casos, lo concibe como un lugar para el placer y el bienestar, sin espacio para la generosidad y el espíritu; aunque esta carencia espiritual se pretenda reemplazar por fantasiosas excursiones hacia el exotismo, donde todo compromiso queda relajado, o la invocación de una estética fugaz y falaz que diluye cualquier saber. Buena prueba de ello son los ejemplos ―los malos ejemplos― de tantos jóvenes de extracción social o mental burguesa, educados en el placer y el egoísmo, en los que se personifica la contradicción humana de la sociedad materialista en que han nacido y en la que se mueven, indolentes o irritados, pero ferozmente egoístas y aprovechados, porque para ellos la palabra amor solamente significa sexo, la felicidad dinero, y la mejor suerte vivir en holganza. No saben amar: la poca y mala educación recibida les sirve sólo de envoltorio para disimular cínicamente su gran pobreza humana. Son el deshecho del materialismo liberal y los escandalosos legitimadores del materialismo marxista que, desde otra vertiente, se asume sin reflexión ni estudio, como reacción airada que reacciona contra la vagancia, el privilegio y la injusticia.
Afortunadamente, los que en la austeridad y el trabajo, los que en la escuela de la generosidad hayan vivido —y no son pocos― capaces de ideales que les trasciendan, hombres y cristianos de una pieza, también existen, y hacen menos ruido que los materialistas cínicos de cualquier ideología o clamoroso desencanto. Existen, y por ellos merece vivir: son portadores de ideales que transmitirán a generaciones posteriores: ideales que valen tanto como el hombre y hasta más que el hombre: ideales que hacen al hombre persona y, superando la tentación o la indolencia de los materialismos, convierten al ser personal humano en hijo de Dios.
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7. Documento: EL CRISTIANISMO CONTROVERTIDO
ESTE verano murió un cristiano de esos para quienes el Evangelio es causa de incesante inquietud para sí mismos, y ellos lo son para los demás; murió Alfonso Carlos Comín, un cristiano controvertido, de fe sincera y de un compromiso evangélico asumido plenamente ante el mundo. Interesa menos el matiz de su opción, que la actitud de la que partía. Y es esa actitud personal, reflexiva, responsable, abierta a los problemas más vivos de esta hora del mundo, convertida en respuesta de fe, con el enorme esfuerzo de hacerse concreta, como una valiente encarnación de los principios que él creyó más puros, partiendo del Evangelio, a la hora de edificar la justicia, de proclamar la verdad y de vivir el amor, para que alcanzara a muchos y a los más necesitados.
Los comentarios de la prensa cristiana mejor informada no pasaron inadvertidos a los lectores medianamente interesados en el fenómeno cristiano y su repercusión en la sociedad que nos toca vivir, cuando se refirieron al personaje desaparecido. Por lo demás, los que desde las ultimas décadas hayan estado algo atentos al movimiento renovador suscitado en la Iglesia, más de una vez han dado con el artículo, o han asistido a una conferencia, o han leído un libro de Alfonso Carlos Comín, y les habrá quedado el reflejo de aquella vibración serena, entusiasta. esperanzadora y dolorosa al mismo tiempo, que era a la vez llama y rescoldo en la palabra, en los ojos, en el gesto, hasta en la dulce ironía, en la lealtad y en la inteligencia de aquel hombre todavía joven, de rostro como de Cristo secularizado, que hablaba mucho, que pensaba más, y que siempre daba la impresión de que todavía le quedaban muchas más cosas por decir, tanto si su verbo discurría frente a cenáculos intelectuales como si se dirigía a obreros y gentes de pueblo. Y que pensaba en Dios y que hablaba con Dios. Si las palabras no se nos gastaran tan deprisa, podríamos decir de él que era un seglar cristiano comprometido con su tiempo y con sus hermanos de camino.
Sin esfuerzo alguno para tender paralelos, resulta inevitable compararlo con {13 (133)} la necesaria figura del casi reciente Emmanuel Mounier, el malogrado fundador de «Esprit», lúcidamente inspirado en superar el materialismo marxista y la desesperación existencialista, levantando la bandera de un cristianismo radical, que él llamaría personalismo cristiano, y que ya han tenido que asimilar, por lo menos teóricamente o en parte, cualquier doctrina o propósito político-social, formulado con posterioridad, si ha pretendido llamarse además cristiano. Pero tanto para entender a Mounier como a Comín, habrá que relacionarlos, en su filiación ideológica, testimonial y trascendente, con nombres como el de Charles Péguy, Jacques Maritain, Gabriel Marcel, Teilhard de Chardin, Yves Congar, Henri de Lubac... todos los cuales, como precedente, no tuvieron poco que ver con el movimiento católico desatado a partir del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII.
Alfonso Carlos Comín, como Mounier, es un ejemplo para los seglares cristianos, de la misma manera que, lejanamente, en el siglo II, ya lo fuera san Justino, aquel intrépido filósofo seglar que hubiera querido armonizar su cristianismo total con las últimas corrientes del pensamiento de su época. Ejemplos todos que no seguirán jamás los que, a pesar de llamarse creyentes, tomen la fe como una seguridad desde la que extraigan la fórmula cómoda que legitime su posición establecida; no podrán seguir su ejemplo los que, como diría Newman, ya lo creen todo porque... no creen nada. Pero sí que será un estímulo confortador a tantos seglares, que no faltan también en nuestros días, todavía creyentes y esperanzados, que aman a Cristo y aman este mundo, y están dispuestos a hacer algo por él, con toda la sinceridad de una vida inteligente y generosamente comprometida.
De las muchas cosas leídas sobre la muerte de Alfonso C. Comín, elegimos el artículo de otro seglar católico, Joaquín Ruiz Giménez, aparecido en «El País», el 14 de agosto de 1980, que con el título «Las razones de aquel inmenso corazón», dedicaba al amigo en su permanente cumpleaños. Decía así:
No pude estar, Alfonso, junto a tu cuerpo, ya sin latido, en la hora de tu marcha. Sabía demasiado que las heridas de tu carne, todavía joven, eran inexorables, y que cada atardecer o cada madrugada podía llegarnos la noticia que no queríamos oír. Pero confiaba ciegamente en la fuerza de tu espíritu, capaz de vencer todas las leyes de la materia. ¡Te había visto resurgir tantas veces!
La última fue en Madrid, durante el pasado otoño, cuando nos reunimos en Majadahonda para participar en el « Foro del hecho religioso». Simplemente un año antes nos habías sobrecogido en el mismo lugar, con tu ser maltrecho y aquel como desmayo que movió a María Luisa a regresar contigo sin tardanza a Barcelona. Y, sin embargo, ganaste el pulso a la cruel enfermedad con tu increíble coraje interior y acudiste a la nueva convocatoria, meses después, lúcido y penetrante, como en tus mejores {14 (134)} tiempos. Cómo sonaron tus palabras, hondas, claras, irresistibles, cuando irrumpiste en el coloquio, rebosando vida, v disipaste ―para mí, para muchos― el aparente dilema de la fe-juego y la fe-compromiso hasta la muerte!
Luego, el largo silencio de un difícil invierno y una primavera sin gracia, con referencias indirectas sobre las recaídas y fugaces recuperaciones; pero, al mismo tiempo, la inagotable esperanza de una nueva victoria. ¡No llegó!
(¿Por qué, Señor, por qué, cuando Alfonso era uno de tus testigos más necesarios? «No hay respuesta», sólo supe decir un día a aquella alumna de mi facultad, de aguda inteligencia y de sazonante sensibilidad, que me preguntaba por la razón del mal y del sufrimiento en el mundo:
«No hay respuesta, joven amiga; sólo hay la aceptación transitoria del dolor y la espera en la otra ―y definitiva― esperanza).
Allí, en el Madrid atosigante de finales de julio, y secos los labios y más seca el alma, no acerté a escribir una línea sobre lo que has sido ―sobre lo que eres, ya sin mudanza, y sobre tu huella en esta España nuestra, que queríamos sin vencedores ni vencidos. Pero tú me entiendes, Alfonso, y sabes que tu nombre, tu perfil, tu acción, tu ensueño me crecían dentro, minuto a minuto, y me empujaban a decir, cara a todos, mi devoción por ti ―¡mi devoción, no tengo otra palabra!, y mi radical gratitud por el bien que me hiciste.
Por eso, a la altura de Poblet, camino del Ampurdán ―¡tierras tuyas!―, mi mujer y yo te buscamos junto al estremecedor monasterio, y en la persona de María Luisa y de vuestros estupendos hijos ―¡qué entrañable imagen tuya y de ella!― te abrazamos con un nudo en la garganta y una irresistible alegría en el alma.
Ahora, en la víspera de tu cumpleaños, que festejaremos en Castellterçol, tu rincón amado ―porque ti los seguirás cumpliendo puntualmente desde tu paz sin fronteras!―, me arreglo como puedo, torpemente, para publicar desde aquí, (desde Sant Antoni de Calonge, donde tantas veces dialogamos sobre el drama y la utopía de nuestros pueblos) el testimonio abierto de la amistad fraterna que nos ligó años y años ―y que nos seguirá ligando hasta el reencuentro definitivo―, pero también de mi solidaridad inequívoca con todo lo sustancial de tu vida, más allá de {15 (135)} diferencias necesarias o de opciones políticas diversas y complementarias.
¡De pronto, se me agolpan en el recuerdo ―y en la imaginación del mañana― tantas cosas cuyas, Alfonso, tantas cosas nuestras!
Andalucía y Cataluña, distantes e inseparables: la herencia amorosamente renovada de Emmanuel Mounier; Cuadernos para el Diálogo y El Ciervo; Justicia y Pas ―y a su calor, el anhelo de reconciliación nacional, las firmas por la amnistía, los objetores de conciencia, la lucha contra la pena de muerte y las torturas―, los encuentros de Montserrat o las «Conversaciones culturales» de La Coruña, de la mano de nuestra admirable Berta Guimeraes; o Coordinación Democrática y la Plataforma de las nacionalidades y regiones, en la prueba del verdadero consenso, y Taula de Canvi o tus artículos y tus libros, uno a uno, a cual mus incitante, provocativo, liberador, y los coloquios en torno a ellos, con amigos coincidentes o polémicos, de las más opuestas ideologías, pero congregados en y por ti (aquella tarde de noviembre de 1977, en el Club Mundo, de Barcelona, dialogando contigo, en alta voz, Verdura, Borres, Manuel Sacristán y yo mismo, sobre «Cristianos en el partido y comunistas en la Iglesia»! Y por doquier tu rostro, tallado a cincel, de luchador de manos limpias y abiertas, sin armas de las que hieren y matan, profeta de un tiempo nuevo, con la negra cabellera al aire ―seguidor del Cristo rebelde, buscado por los agentes del "desorden establecido"― y siempre tu vivificante viento de humanidad.
Te confieso, Alfonso, que cuando me puse a garrapatear estas sencillas reflexiones tuve la tentación de encabezarlas con este titulo: Con Alfonso Comín, la izquierda se sienta a la derecha del Padre. Y evocar luego, paso a paso, los esenciales versículos del evangelista Mateo (25, 31-46), sobre el final destino de los que bregaron ―o no bregaron― aquí abajo, con el pan, el agua, el vestido, la salud, la libertad de los pobres, los enfermos, los marginados, los presos, los oprimidos por lodos los poderes. Tú ya has pasado ese examen en el amor ―en el amor y en la justicia, ya sabemos dónde estás―. Y que, de algún modo, contigo están también ―o lo estarán― las legiones de hombres y mujeres con quienes, a lo largo de los siglos, compartiste eso decisiva aventura.
{16 (136)} Y aunque ahora no me adentre en esa meditación (para no politizar más allá de lo indispensable este diálogo contigo), escrito queda lo escrito, y algún día, bajo tu impulso, habrá que ahondar sobre ello y sacar todas las consecuencias.
Vuelvo, en cambio, a la idea que en este instante más me interpela y que, por algo, preside estas cuartillas.
Más de una vez dije, Alfonso, que cada día iba comprendiendo mejor la atracción ejercida sobre tu espíritu por lectura no dogmática y pluralista del marxismo (como interpretación de la realidad colectiva y como impulso para una acción transformadora de la sociedad), hasta llevarte a la opción concreta ―la del PSUC―, que signo tu tenaz andadura, al tiempo que se hacía más pura y más liberadora tu fe cristiana, en la segunda y definitiva singladura de tu existencia.
Y te alegró oír que esa experiencia tuya me incitaba como creyente ―y, sin ambigüedades, como cristiano de la Iglesia católica― a estrechar los vínculos de diálogo y de cooperación con los socialistas cristianos y también con los marxistas agnósticos o ateos, respetuosos para nuestra fe, en la construcción de un mundo más libre, más justo, más humano.
Es cierto que con la misma lealtad te confesé que no acertaba todavía a ver, en el plano intelectual, el engarce armónico del "materialismo histórico" (al menos, en lo que éste concierne a la auténtica dimensión humana de religiosidad y a su proyección ultrahistórica) con la visión cristiana de la vida, incluso en su formulación más evangélica, más consciente de las alienaciones y más emancipadora frente a todas las injusticias (para ser honesto, te añado ahora, Alfonso, que tampoco logro ver doctrinalmente el punto de conjugación de la omnipotencia divina y el de la libertad interior del hombre, y, sin embargo, creo en ellas y vivo en ellas, con esperanza).
La verdad es que tú, con enorme delicadeza, respetaste siempre esa dificultad teórica de mi mente, te abstuviste de argumentaciones y confiaste en mi buena voluntad a la hora de actuar.
{17 (137)} ¿Me dejas, Alfonso, que te pague con la misma moneda? Nunca durante tu vida discrepé de tu opción ni se me ocurrió alejarte de ella (lo que, además, hubiera sido intento inútil, y lo digo en tu honor). Más aún, admiré siempre tu valentía para afrontar sin hiel las incomprensiones y los riesgos, y tu sobrecogedor ejemplo de peregrino de la fe en campo extraño.
Ahora, cuando tú ya ves todo, cara a cara, y te sobran la gramática, y la lógica, y la metafísica, y hasta la teología, de uso en estos barrios, nos contemplas y nos acompañas a todos ―amigos y adversarios― con tu inagotable sonrisa de comprensión y de amor.
De algún modo, tu viejo compañero de andanzas espirituales Blas Pascal, adivinó tu peripecia y nos enseñó para siempre, que hay razones del corazón que la razón no conoce. Las tuyas, las razones de tu corazón sin límites, quedan aquí, más vivas que nunca, ligadas a tu imagen, y nos aguijonean hacia la libertad, la justicia y la Y cuando los sueños" de nuestra pobre razón razonante amenacen con "engendrar monstruos" y nos arrastren hacia el conformismo o el desencanto, guárdennos siempre, Alfonso, las impalpables y hermosas razones de tu inmerso corazón.
Toda la humanidad es una inmensa conspiración de amor sobre cada uno de sus miembros.
EMMANUEL MOUNIER
El trabajo no puede ser erigido en religión de la producción o en religión del sudor. Su dignidad no viene del rendimiento o del esfuerzo; no viene de sus consecuencias económicas, sino de sus consecuencias humanas.
EMMANUEL MOUNIER
La cultura no consiste en el tasamiento del saber, sino en una transformación profunda del sujeto, que le dispone a unas posibilidades. Quien no ama, aunque sepa mucho, es un erudito (en latín "erudiscere" significa quitar la corteza, arañarla), un hombre o mujer que se contenta con barnices, que araña, pero que jamás defenderá con su vida lo que los libros le han ensenado.
EMMANUEL MOUNIER
El cristianismo de nuestros países se convierte rápidamente en una religión de mujeres, de viejos y de pequeños burgueses, siendo como es la religión de los violentos, la religión de los pobres, la religión de la comunión universal en la que todos los miembros deben ser prójimo y hermano.
EMMANUEL MOUNIER
Sería una falsedad decir: con los comunistas yo arreglo los problemas de la tierra, con mi fe los problemas del cielo.
E. NOUNIER
No es rico solamente quien tiene mucho dinero.
Es rico el pequeño empleado que se avergüenza de su abrigo cosido, de su calle. Es rico el empleado que acepta el mundo a causa de los favores del patrón, la vendedora que toma parte en los objetos de lujo, el proletario que devora el ideal de ser empleado de banca, el joven antimilitarista que sueña en secreto en llegar a teniente coronel de reserva.
Emmanuel Mounier
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8. EL HOMBRE NUEVO
EL hombre "nuevo" es un hombre cristiano. Emmanuel Mounier lo había entendido así cuando afirmaba lapidariamente:
«el cristiano es un hombre que se asume», un hombre que acepta serlo, que para ello parte de su misma naturaleza, añadiendo a ella todo el esfuerzo de su capacidad latente, para aportarlo al acervo común, que llamamos cultura, es decir, eso que añadimos a la naturaleza y que transmitimos como enriquecimiento que perfecciona a la humanidad.
Que es decir tanto como que es preciso trabajar —pensar y hacer―, porque «cuando la cultura se para, se hace incultura: academicismo, pedantería, tópicos».
Pero todo este esfuerzo que parece énfasis de naturalismo, viene promovido, alentado, según Mounier, por la presión de un compromiso interior y superior que toca la naturaleza, pero que la supera, porque «se trata de volver a las fuentes del amor de Cristo, de abandonar la soberbia y el poder, la riqueza y todo lo demás, para mantener la pureza de lo sobrenatural».
Sin la apertura a este amor, fracasa el esfuerzo únicamente natural.
Un hombre egoísta nunca comprenderá ni aceptará votarse a ese amor. En general nos cuesta mucho curarnos del propio egoísmo, a no mediar circunstancias que nos obliguen a superarlo. Él había conocido, en propia experiencia, cómo la adversidad podía convertirse en escuela de desprendimiento y por lo tanto, de purificación, para encaminarnos a la propia realización como seres humanos previa a la cristalización de la personalidad cristiana y había dicho: «un hombre que no conoce la enfermedad o la cárcel es un hombre incompleto».
Para Mounier «toda la humanidad es una inmensa conspiración de amor sobre cada uno de sus miembros». Pero el amor se hace puro y total en el cristianismo, porque de él parte toda esa fuerza transformadora, resucitadora del hombre a una vida nueva.
Los que aspiran a profundas renovaciones sociales de la humanidad y lo hacen desde la posición de la fe en Cristo, no pueden pasar por alto las reflexiones humanístico-cristianas de Maritain, las existencialístico-cristianas de Marcel y las personalistas de Mounier. Ellos han desbrozado un camino todavía por terminar y seguir, hoy, para el mundo que amanece, en el que se afirma el hombre, la vida y la persona.
Las esforzadas voluntades de los que con entusiasmo trabajan y se comprometen como fieles cristianos en la lucha por el bien de la humanidad que necesita cambios estructurales, saben que, cuando quieren ilustrar y fundamentar sus posturas y convicciones, necesariamente deben acudir con la inteligencia al estudio de estos tres maestros contemporáneos, apenas desaparecidos.