Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 182. ENERO. Año 1981
0. SUMARIO
LO EXTRAORDINARIO del Cristianismo es su espiritualidad y su universalidad. Una espiritualidad que es todo lo contrario de enajenación, porque conciencia, sitúa e integra al hombre total, en su ser y en su crecimiento y finalidad. Y una universalidad que sin destruir la gran variedad de culturas y tiempos, las conjuga porque tiene el encargo de llevar el mensaje de Dios a todas y porque de todas recibe riqueza y plenitud para ir aproximando a la novedad del reino de Dios los ideales de todos los hombres y de todos los pueblos. Por esto la Iglesia está en medio del mundo: va a él y desde él glorifica a Dios y libera al hombre. No entenderán nunca la verdadera Iglesia de Cristo, ni los sectarios ni los materialistas.
DESCONSUELO
ESTRELLA Y NO LÁMPARA
XV CENTENARIO DE SAN BENITO
LLULL, ECUMENISTA DEL SIGLO XIII
AMIGO Y AMADO
EXILIOS
EL EJEMPLO DE UNOS LAICOS
¿HAY QUE BAUTIZAR A LOS NIÑOS?
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1. DESCONSUELO
OH DIOS de amor, con las fuerzas que me dais comienzo este Desconsuelo, que compongo cantado para que me sirva de consolación y para publicar la gran sinrazón y el agravio que los hombres os hacen a vos, Señor, que en el angosto paso de la muerte nos juzgáis. Y cuanto más me consuelo, mayor flaqueza siento en mi corazón, porque, como en un puerto, se remansa en mi alma el enojo y el dolor; por lo cual el consuelo se me trueca en muy grande desconsuelo.
Y así estoy en placer, de una parte, y de otra, en dolor. No tengo amigo que me consuele, sino sólo vos, Señor, por quien sufro este gran peso... (al ver) cuan pocos son los cristianos y muchos los incrédulos e infieles.
Yo dejé, por esto, esposa, hijos y heredades, y pasé treinta años en trabajos y congojas. Cinco veces fui a la corte romana, a mis expensas; he asistido a tres capítulos generales de Predicadores y a otros tres capítulos generales de Menores; y, si supieseis lo que he dicho a reyes y a grandes señores y cuánto he trabajado... me compadeceríais...
Si yo, en mi ignorancia, falto por defecto de entendimiento y discreción, pido que me vengan compañeros que me ayuden en la empresa; mas no los puedo hallar, ni pequeños ni grandes, y me encuentro solo y desamparado; y en tan poco me tienen, que se burlan de mí como de un loco.
El mundo queda en su deplorable error; y no se halla apenas hombre alguno sobre la tierra que tenga interés en alabar a Dios y que Dios sea alabado de los hombres, antes cada uno se alaba sólo a sí mismo, a su hijo, a su caballo, a su halcón y a sus cosas. ¿Quién, pues, podrá alegrarse de cosa alguna? ¿Quién podrá dejar de entristecerse?
(Del Desconhort, de Ramón Llull, compuesto en su vejez, al ver frustrados sus propósitos misioneros al exponerlos a los grandes a quienes acudió).
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2. Estrella y no lámpara
NO ES tras la seguridad de la muralla, sino sobre el polvo y A través de los vientos de todos los caminos del mundo a los que Cristo nos lanza, si hemos de ser fieles a sus mandatos. Ojalá entendiéramos su palabra cuando nos dice: Id a todo el mundo.. Así no opondríamos resistencia a las señales que nos fuerzan a ello, cuando los tiempos y el acontecer histórico nos obligan a romper vallas y corlar amarras A seguridades con las que somos propensos a construirnos ciudadelas cristianasen vez de perseverar andando, como peregrinos, hasta más allá del tiempo, hasta que todo converja en Cristo.
El Cristianismo será universal, no porque vengan a él todos los hombres, sino porque los cristianos sepamos vivir como hijos de Dios y en fraternidad, en medio de todos los hombres. La Iglesia no estará cerca de todos porque predique o legisle lo que se ha de hacer, sino porque, más allá de la insistencia en predicar la doctrina y de la estética de su proclamación, los cristianos vayamos entendiendo que la fe abrazada no es una seguridad, ni un prestigio, sino un compromiso, que rebasa los intereses de lo provisional.
Se trata de recoger y de repetir el estilo de Cristo. Qué y cómo.
Porque nos resistimos a la conversión, ante un mundo que se nos hace demasiado nuevo, y que no Acabamos de entender desde el esquema de la fe, señalamos crisis, lamentamos males y padecemos desalientos. Todavía no hemos comprendido aquella frase sacada del Evangelio y repetida por Juan XXIII: «Estad atentos a los signos de los tiempos». Seguimos pensando que son los tiempos que han de cambiar amoldándose A 11090tros. Y no que BOMOA nosotros que hemos de ser más cristianos (no menos), precisamente para santificar lo nuevo que amanece. Se trata de asumir una proyección redentora (no cómoda, negligente, hedonista), universalizadora del bien, Activa y generosa. No de inhibirnos, no de excusarnos hipócritamente por que ya no quedan espacios de vanidad y residuos de religión pagana, gratificadores de pretendidos esfuerzos por la noble causa de Dios.
{3 (183)} Al principio de la vida de Cristo, unos extranjeros fueron A Adorarle pero luego, los primeros cristianos, se diseminaron por el mundo, llevados por el acontecer histórico que aceptaron y de este modo, se convirtieron en semilla evangelizadora.
Hemos reducido el concepto de Iglesia al conjunto de sus jerarcas, hemos extraído del Evangelio acomodaciones moralizantes, hemos burocratizado el apostolado, y hemos dejado la transformación del mundo para los milagros que haga Dios, y el recuerdo de la literalidad evangélica y de la vida de los primeros cristianos para la poesía, distante, descomprometida, pero útil PAFA Adecentar externamente el comodismo aburguesado del cristianismo superficial que hace compatible la fe (?) con las actitudes residuales paganos.
Pero «los signos de los tiempos» nos fuerzan. Conmovidos por la novedad que no deja en paz las conciencias, hemos encontrado una palabra.
"secularismo", que parece explicativa de todos los fenómenos que se nos Antojan sorprendentes. No obstante, esta palabra se hará vieja enseguida, porque ella sola no bastarán explicar lo que va a ser la Iglesia en diáspora que se nos viene encima, y en la que no sabríamos vivir sin la conversión pendiente, pero indispensable. Como lo entendieron los Santos, y como lo entienden, también en nuestros días, los cristiano9 perseguidos, los pueblos divididos, los pobres del Señor despreciados.
Los «signos de los tiempos» o, si queremos, esa estrella que es preciso seguir para ser fieles a los caminos de Dios. Estrella elevada, en el espacio universal; no lámpara encerrada, para el adorno doméstico.
A san Pablo le agradaban los escritores paganos, o lo que llamamos ahora los clásicos, y esto es muy notable. El, el Apóstol de los gentiles, era tan culto en literatura griega, como Moisés, que dio la Ley a los judíos, lo era en el conocimiento de la sabiduría de los egipcios; y no abandonó esta ciencia hasta que «aprendió a conocer a Cristo» (Ef 4, 20). No creo exagerar si digo esto, puesto que por tres veces se aparta de su tema para citar pasajes de estos autores... (Act 17, 18; 1 Cor 15, 32; Tito 1, 12). Y es tanto más notable cuanto que uno de los escritores que cita parece ser autor de comedias que hubiera osado decir que leía en gracia a su alta moralidad. ¿Cómo explicar esto?
San Pablo sentía un verdadero amor por las almas. Amaba con un amor apasionado a la pobre criatura humana, y la literatura griega no era más que la expresión de esta naturaleza.
Card. JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
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3. San Benito y la presencia ecuménica en Tierra Santa
EN LAS TIERRAS pisadas por patriarcas y profetas y por el mismo Jesucristo, existen varias comunidades religiosas y, entre ellas, siete (tres de monjas y cuatro de monjes) pertenecientes a la Orden Benedictina. Nos parece oportuno, siquiera sea brevemente, escribir unas pocas líneas como un homenaje a san Benito de Nursia, cuando en el año que acaba de fenecer, se cumplen quince siglos de su nacimiento (480). Y queremos nombrar especialmente a una de estas comunidades: la que integra el «Instituto Ecuménico de Tantur», la más reciente de todas y que se debe al interés que tuvo el papa Pablo VI para que fueran los monjes benedictinos del Monasterio de Montserrat quienes asumieran la tarea de mantener allí no solamente un lugar de encuentro, de estudio y de investigación, sino el lugar donde profesores y estudiosos de las diversas confesiones cristianas pudieran experimentar una vida de trabajo en común y de convivencia familiar y, sobre todo, la participación diaria en las horas de oración. Procurar que esto sea posible es la misión de este grupo de monjes benedictinos, que llevan allí casi diez años.
La idea surgió del papa Montini, a consecuencia del Concilio Vaticano II. Pensaba que precisamente si de aquella tierra surgió el cristianismo, desde allí se debía, con mayor razón, facilitar el encuentro y el diálogo, en la oración y el estudio, de los cristianos interesados en encontrarse en la fe y el amor a Cristo.
El papa exponía con estas palabras la misión que se confiaba a estos monjes, cuando les decía, antes de partir: «Vuestra misión es importante. Se trata de algo enteramente nuevo. Es una nueva experiencia que exigirá mucha paciencia en un sitio y en unas circunstancias difíciles. Vuestra presencia ha de ser un símbolo, y vuestro apostolado, vuestras mismas personas, vuestra vida. Sed transparentes. Que vuestra vida sea una vida {5 (185)} de fe. Todo será nuevo. Tendréis que inventar. Acoged y amad a todos. Os metéis en un sitio como en una tempestad. Sed hombres de paz... Porque soy consciente que se trata de algo difícil y original siento la obligación de estar con vosotros y de orar con vosotros.
Y ofreciéndoles un cáliz les dijo:
Será un recuerdo de este encuentro y un símbolo de la presencia del Papa en vuestra oración y en el sacrificio eucarístico de cada día».
A la cabeza de esta comunidad está el Padre Adalberto Franquesa, uno de los liturgistas más prestigiosos y preparados, cuyas contribuciones al Concilio y a las reformas posteriores son bien conocidas por cuantos han seguido las etapas de renovación que vivimos en la Iglesia post-conciliar. Hace poco, a quien le pedía el significado de aquella presencia de los monjes de Montserrat en Tierra Santa y con la responsabilidad de la misión encargada, el P. Franquesa recordaba unas palabras que, a propósito del ecumenismo, había pronunciado el papa Juan XXIII; «El Señor, cuando nos juzgue, no nos pedirá si hemos hecho la unión, sino si hemos sufrido, orado y trabajado para conseguirla».
San Benito, padre de Europa, porque le debe la civilización y casi la fe, que definen su cultura a partir del Medioevo, en esa unidad que le dio grandeza y capacidad civilizadora para beneficiar a otras zonas del mundo, es un símbolo adecuado en la búsqueda de la unión de todos los que creen en Cristo e invocan al mismo Dios.
Aunque el camino sea arduo, como los siglos.
El que busca a la Iglesia perfecta, al sacerdote perfecto, al cristiano perfecto, quedará eternamente desengañado. Padece una enfermedad infantil cristiana, y lo peor es que no se da cuenta de ello. Demuestra que todavía no se conoce a sí mismo ni sus flaquezas. De lo contrario, sería misericordioso, misericordioso incluso con la Iglesia.
HANS J. RINDERKNECHT
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4. Llull, ecumenista del siglo XIII
EN LOS TIEMPOS modernos que nos toca vivir, las grandes síntesis del saber y de la cultura humana, no las hace un hombre solo, sino que son el fruto de un trabajo elaborado en equipo.
Pero en la Edad Media, el esfuerzo enciclopédico para recoger y ordenar la sabiduría y las experiencias que había que transmitir a otros, solía ser el producto de la intuición y la tarea absorbente de toda una vida. Se carecía de medios para hacerlo de otro modo (por ejemplo Justiniano con sus recopilaciones; pero los sabios medievales no eran ricos como los emperadores...) Así Graciano y Ramón de Penyafort con las leyes, Tomás de Aquino con la teología, Ramón Llull en la filosofía... El esfuerzo de este último, para comprender su sentido, podría compararse a lo que representan en la actualidad las publicaciones de fascículos periódicos de saberes enciclopédicos que luego se encuadernan en libros; lo que éstos representan como divulgación de conocimientos, puede hacer pensar en lo que supuso, en el caso de Ramón Llull, la "democratización" que intentaba en la forma adoptada para la transmisión de su saber. Porque él es el primero, en Occidente, que escribe de filosofía, en plan enciclopédico, sin valerse del latín.
Llull es un sabio, un místico y un utópico, que escribe sus libros en el naciente catalán, al que consagra definitivamente con una riqueza léxica que lo hace autónomo del latín, porque quiere que todos lo entiendan, y no solamente los sabios e ilustrados, aunque él es una de las mentes más relevantes de su siglo. Además, le anima la esperanza utópica de lograr la unidad en la fe, para todas las creencias que conoce, y se basa en procedimientos racionales para llevar a las inteligencias de todos a la ecuación lógica de la verdad del Dios único.
Es de notar que él ―probablemente terciario franciscano, después de su conversión― siempre permaneció laico. Hasta entonces, no sólo de fe y de mística y filosofía se había escrito no más que en latín, sino también, siempre, por monjes o clérigos. Él escribe en lengua romance y es un laico. Pero un laico que consagra toda su vida y su gran sabiduría a la más audaz de las empresas: la unión de todos los hombres por la fe en el único Dios verdadero. Y escribe libro tras libro, y acude al solio de los papas y a los palacios de los reyes para {7 (187)} buscar apoyo a sus proyectos, sin cesar jamás en repetir sus súplicas.
En este sentido es todavía emocionante la lectura actual de su canto el «Desconhort».
No le hicieron demasiado caso.
No le faltaron enemigos, incluso póstumos. No obstante, tuvo el consejo y el estímulo de otro gran santo y otro gran sabio, Ramón de Penyafort, que le animó a permanecer en su retiro de Mallorca, trabajando en sus libros, abandonando el proyecto de acudir a la Sorbona, donde tal vez hubiera tenido mayores dificultades.
En contacto con tres civilizaciones ―cristiana, musulmana y hebrea―, {8 (188)} concibe el proyecto de facilitarles la convergencia en la fe.
Hombre de pensamiento, pero enamorado de la naturaleza y lanzado a una continua ascensión, volcará su saber bien ordenado, encendido de profunda vibración espiritual, en sus escritos, que no sólo serán las primicias en romance del saber filosófico occidental, sino que le situarán entre los más grandes escritores místicos de la Iglesia.
Su esfuerzo apasionado y lúcido tiene la armonía de una catedral bien trabada y la solidez ciclópea de sillares ensamblados por la cohesión de la fe convertida en llama de amor a Dios. Entre amor y desamor tiende un arco gigantesco que lo abarca todo: Dios, los ángeles, los cielos, los elementos, las plantas, los metales, los animales, el hombre, el paraíso y el infierno.
En tierras hispánicas y en otra lengua, habrá luego otros místicos, grandes santos (Juan de la Cruz, Teresa de Jesús...), sacerdotes o religiosos; pero anterior a todos ellos, y laico, del que los demás, directa o indirectamente recibirán influjo, está abriendo camino entre el hablar de la gente corriente, fuera de claustros y universidades, ese gran sabio, filósofo, místico, idealista utópico, amador maravilloso de toda la creación, enamorado de Dios que ejercerá un poderoso influjo entre las gentes de su tiempo, aunque muera mártir de su ideal y sin ver realizada su divina utopía.
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5. Amigo y Amado
Pensamientos del «Llibre d'Amic e Amat» del Beato Ramón Llull, místico, misionero y ecumenista utópico del s. XIII.
• Dijo el Amigo al Amado: ―Tú que llenas el sol de resplandor, llena mi corazón de amor.
• Preguntó el Amado al Amigo: —¿Sabes aun lo que es amor? ―Respondió el Amigo: ―Si no supiera qué es amor, sabría qué es pena, tristeza y dolor.
• Entre el temor y la esperanza establece su morada el Amor, en donde vive por pensamientos y muere por olvido (cuando los cimientos se apoyaban en deleites de este mundo).
• El Amigo preguntó al entendimiento y a la voluntad cuál de los dos era más cercano de su Amado. Y corrieron los dos, y llegó antes el entendimiento a su Amado que la voluntad.
• Desobedeció el Amigo a su Amado, y lloró el Amigo, y el Amado vino a morir con el vestido de su Amigo, para que el Amigo recobrase lo que había perdido, y diole mayor don que el que había perdido.
• Madrugó el Amigo e iba buscando a su Amado, y encontró gente que iba por los caminos, y les preguntó si habían visto a su Amado. Y respondiéronle diciendo: —¿Cuándo fue la hora en que tu Amado estuvo ausente de tus mentales ojos? ―Respondió el Amigo: ―Desde que vi a {10 (190)} mi Amado en mis pensamientos, nunca jamás estuvo ausente de mis ojos corporales, porque todas las cosas visibles me recuerdan a mi Amado.
• Deseaba la soledad el Amigo, y fuese a vivir solo para lograr la compañía de su Amado, sin el cual se halla solitario entre las gentes.
• Solo estaba el Amigo a la sombra de un bello árbol. Y pasando varios hombres por aquel paraje, le preguntaron por qué estaba solo. Respondioles el Amigo: —Ahora estoy solo que os he visto y oído; pues antes tenía la compañía del Amado.
• Al Amigo le preguntaron: ―¿Cuáles son tus riquezas?
―Respondioles: ―Las pobrezas que por mi Amado padezco. ―Y cuál es tu descanso? ―El desfallecimiento que por amor me da. —Y ¿quién es tu médico? ―La confianza que tengo en mi Amado. —Y ¿quién es tu maestro? ―Respondió que las significaciones que las criaturas le dan a su Amado.
• Pensó el Amigo en la muerte, y temiola, hasta que se acordó del Amado, y con alta voz dijo a los que tenía presentes: ―¡Oh, señores: amad mucho, para que no temáis la muerte ni los peligros en honrar y servir a mi Amado!
{11 (191)} • Llamó el Amigo con voz alta a las gentes, y díjoles... que en cualquier cosa que hiciesen amasen en todas, que así lo mandaba el Amor.
• Buscando el Amigo a su Amado, encontró a un hombre que moría sin amor y dijo: ―Ah, qué daño tan grande es que los hombres, de cualquier suerte que mueran, mueran sin amor! ―Por esto dijo el Amigo al moribundo: ―Dime, hombre, por qué mueres sin amor? ―Respondió: —porque sin amor vivía.
• Sembró el Amado en el corazón del Amigo deseos, suspiros, virtudes y amores. Regó el Amigo aquellas semillas con la grimas y llantos.
• Decía el Amigo: ―Si vosotros, amantes, queréis fuego, venid a mi corazón y encended en él vuestras lámparas; y si queréis agua, venid a las fuentes de mis ojos, que corren en lágrimas; y si queréis pensamientos de amor, venid a tomarlos de mis recuerdos.
• Dime, insensato por amor: tienes dinero? —Respondió:
―Tengo a mi Amado. —¿Tienes villas, castillos o ciudades, reinos, condados, baronías o dignidades? ―Respondió:
―Tengo amores, pensamientos, deseos, llantos, trabajos y dolencias por mi Amado, que son mejores que imperios ni reinos.
• Dime, amador: ¿tienes riquezas? ―Respondió: ―Sí, tengo amor. —¿Tienes pobreza? —Sí, tengo amor.
• Dime, qué cosa es amor? ―Respondió que amor es aquella cosa que pone en servidumbre a los libres y da libertad a los siervos, de donde cabe preguntar si el amor es más cercano a servidumbre o si a libertad.
• El Amado creó y el Amigo destruyó; juzgó el Amado y lloró el Amigo; recreó el Amado, consolose el Amigo; acabó el Amado su obra, y quedose el Amigo eternamente en compañía de su Amado.
• Pensaba el Amigo en la muerte, y temía hasta que se acordó de la ciudad de su Amado, de la cual son puerta y entrada la muerte y el amor.
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6. Documento: EXILIOS
LA IGLESIA no se derrumba. A veces nos cuesta comprender el acontecer de lo extraordinario e inesperado, y un cierto aturdimiento nos llevaría incluso a turbar la serenidad de la fe. Pero no. Los vientos del mundo no pueden apagar la fe, sino, por el contrario, contribuyen a avivar su llama, con tal que haya un poco de pureza en la claridad de los ojos del creyente; es decir, con tal que, teniendo en cuenta hasta donde alcanza el proyecto cristiano (que acaba en Dios), ordenemos los fenómenos de la experiencia, no ya para que Dios nos sirva para la vida, sino para que la vida nos sirva para entender y alcanzar a Dios. Cambios, crisis, sorpresas, novedades, problemas...El siguiente artículo de Joseph Thomas, publicado en la revista francesa «Christus», hace exactamente un año, nos puede ayudar en este esfuerzo por aplicar la fe, purificando nuestra mirada, hacia Dios, frente a aconteceres que parecen sorprendentes en el mundo y la Iglesia de hoy.
He aquí que yo lo hago todo nuevo. Ap 21, 5
¿Por qué hablamos de exilio? La actualidad cotidiana nos impone esta imagen. A pesar del deterioro de nuestra sensibilidad, nos basta con abrir los ojos. Nuestras calles están llenas de exiliados. Se expanden, sin cesar, nuevas avalanchas arrojando su contingente de emigrados, de refugiados políticos, de trabajadores en busca de trabajo.
Han sido condenados a abandonar su patria. Ya no podían vivir en ella; era imposible. Han salido a la búsqueda de medios de vida, sobre todo a la búsqueda de la libertad. No salieron de buen grado, sino obligados por la necesidad, forzados por la amenaza.
Nuestros recuerdos están llenos de todas las migraciones que hemos conocido. No está lejos de nosotros el tiempo de las personas desplazadas, antes de estas hubo las deportaciones masivas de la guerra, el éxodo de los años cuarenta. Éxodo, exilio... que no acaban nunca, desde el exilio del que nos habla la Biblia y desde el clamor que se elevaba a la orilla de los ríos de Babilonia.
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Y plugo Padre que en él habitase toda la plenitud por él reconciliar consigo todas las cosas, del cielo las de la tierra. Col 1, 19-20
Hay otro exilio. Porque, ¿cómo expresar de otro modo la situación de tantos hombres y mujeres, nacidos y crecidos en la fe de la Iglesia, que un día decidieron abandonarla? Esto es historia actual. Y la hemorragia continúa, más discreta, tal vez, algunas veces. No obstante muchos cristianos, laicos, sacerdotes, religiosos, religiosas, siguen abandonándola. Es verdad que resulta imposible confundirlos dentro de una óptica única, hacerlos entrar en el esquema de un mismo modelo, pero de entre estas salidas algunas rozan las partes más vivas, más comprometidas de la Iglesia. Basta pensar, por ejemplo, en aquellos "militantes de origen cristiano" y, todavía más, en los hijos de tantos militantes generosos.
¿Por qué se han ido? ¿Es que no se puede decir que, para un gran número de ellos, la casa ya resultaba inhabitable? Poco a poco han ido marcando distancias respecto a la institución. Se han ido desligando con el sentimiento de que ella se había desentendido de ellos. Otras treces, la ruptura ha sido más radical, pues algunos se han convertido en extraños a todo el sistema cultural cristiano, y han sido conducidos hacia otros universos culturales para ellos más habitables. A veces, entre su pasado y su presente, entre su lenguaje materno y el nuevo lenguaje asumido, la deriva ha sido lenta, la desviación progresiva.
A veces la ruptura se ha impuesto de una vez, como una evidencia fulgurante. Las creencias de otros tiempos se les han hecho, de repente, increíbles. Las prácticas, insignificantes. Para algunos sacerdotes, el sentimiento de esfuerzos pastorales desproporcionados con la gravedad de un desafío que llevaban muy profundamente; también la fatiga frente a tantas fatigas interiores, el gravoso peso de una imagen que se ha fijado sobre ellos y que los paraliza, y también la seducción para una misión hasta las fronteras de la fe, más allá de los caminos establecidos de antemano.
También hay otros dramas. Como el de este antiguo sacerdote "fidei donum" vuelto de Latinoamérica. Detenido por la policía, ha tenido finalmente que abandonar el país. Su obispo no ha hecho nada por retenerle, más bien lo contrario. Ha vivido allá un tal combate, que ya no se siente capaz de soportar el clima de su Iglesia de origen (Francia). No puede celebrar la eucaristía. Está demasiado {14 (195)} separada, aquí, del lavatorio de los pies, del servicio, de la liberación de un pueblo. Su fe y su combate están en otro lugar. Prefiere seguir luchando por un pueblo que necesita ser liberado. Para ello se sumerge en la clandestinidad. Como hombre subterráneo sigue, de todos modos, amando a la Iglesia. Se mantiene sacerdote. Siente temor por ser recuperado, pero también de que duden de su sacerdocio, aunque no pueda ya celebrar la eucaristía. Y este otro, sacerdote de origen americano, refugiado político o religioso. La Iglesia y el Estado se han unido para que se exilie. Vuelto a París ha pedido la reducción al estado laical. Y tantos casos difíciles, incluyendo a estos sacerdotes jóvenes, venidos de lejos, bien formados, pero que no han podido soportar la vida en su país, en medio de una Iglesia decadente. Han huido para poder seguir viviendo.
Se convertirán Yavé los confines de la tierra, se postrarán delante de todas las familias de las gentes, presidirá todos los pueblos. Sal 22, 28-29
La hemorragia sigue, tal vez menos espectacularmente que tiempos atrás. En lo que se refiere a los laicos, el éxodo de la Iglesia se produce sin alborotos. La operación se realiza en silencio. En lo que se refiere a sacerdotes, religiosos y religiosas, el mínimo de procedimientos discretos no siempre es respetado. Conozco a algunos que han preferido desaparecer en la noche, con los cuerpos y los bienes hundidos en el naufragio, sin testimonio alguno.
Huyen de sí mismos. A veces ha podido ser el resultado de un acuerdo tácito: «Tanto para ti como para mí es mejor que nos separemos». Se sienten incómodos; tal vez desde tiempo que su acción provocaba malestar en los responsables... Se prefieren las situaciones claras. El desenlace suscita, a veces, un aligeramiento para los que se quedan, un aligeramiento ambiguo, por cierto. A veces incluso un aligeramiento vergonzoso.
Ahora están en otro lugar. No es un lugar cristiano.
Han partido muy lejos de nuestras carreteras bien pavimentadas. Utilizan otro lenguaje. Crean otras relaciones.
En realidad, dónde están? Imposible decirlo con exactitud. La distancia en relación con la institución tal vez pueda más o menos repararse; pero que puede decirse en relación con la fe? ¿Quién puede juzgar la fe del hermano? ¿Quién puede decir que, en tal o cual situación, ya no quedan vestigios de fe? Estos hombres subterráneos, perdidos en el anonimato de las grandes ciudades, ¿siguen {15 (195)} perteneciendo, todavía, a la Iglesia? Creen haber vivido el final de una cultura, de una organización eclesial: ¿es esto el fin de la fe?
Dios más alto que los cielos, es más profundo que el abismo, es más extenso que la tierra, más ancho que el mar. Job 11, 7-14
Alguien, que ha mantenido contacto con alguno de ellos ha escrito: «Me han hecho descubrir un determinado misterio que yo llamaría "misterio de la kénosis"). Es una palabra silenciosa que se oculta, que está allí, en el corazón del mundo, en el corazón de los pobres, sin hacer ruido, y que sigue humildemente su camino sin ser reconocida por nadie... Pasan de largo a través de las ruinas de nuestras discusiones estériles. Se acerca la hora en que nos darán ―algunos ya lo han hecho― una palabra de resurrección... Algunos hacer una experiencia de Evangelio que, en el momento en que se imaginaban que del sacerdocio lo habían abandonado todo, descubren, precisamente allí, que son sacerdotes... Están allí, desconocidos, sin apoyo de nadie... A través de ellos se ofrece a la Iglesia una experiencia del todo nueva.
¿Qué son éstos, sino exiliados? Pero, tal vez, en ese lugar en que se encuentran, y a causa de ellos, el Evangelio podrá despertar a una conciencia nueva.
¿Podemos resignarnos con la espera de su "retorno"?
Ciertamente no. Y, a pesar de ello, los necesitamos. Sería muy grave que siguiéramos nuestro camino olvidados de ellos, como se olvidan los muertos. Ausentes, lejanos, todos estos amigos perdidos siguen interrogándonos. La verdadera cuestión que nos plantean no se refiere a nuestras responsabilidades pasadas respecto a ellos, o a la vejez y anquilosamiento de nuestra cultura y nuestra organización cristianas. Se refiere a la manera como vivimos nuestra fe, como vivimos en la Iglesia. Dudan del sentido real de nuestra fe, del sentido verdadero de la Iglesia.
El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
Sólo podrá descansar su cabeza sobre el leño de la cruz.
Hasta allí, con él, estaremos siempre en camino. No se nos permite el sueño de que antes encontraremos un lugar confortable en la seguridad de las certezas adquiridas de una vez por todas, en la posesión tranquila de verdades incontestables.
Pasamos como extranjeros. Los exiliados somos nosotros. Porque la patria siempre está hacia delante. Podemos {16 (196)} pensar que la tenemos solamente en la imagen del camino marchando hacia ella. Creer no es ver, ni poseer. Lo mismo que la fe, la Biblia está toda ella penetrada por un adelantamiento que la precipita hacia el final. Es el fin lo que trae. Un cielo nuevo, una tierra nueva, todavía no lo hemos alcanzado, todavía no hemos llegado a la casa.
Sucederá al fin de los tiempos que correrán la cima que ocupa Yavé todas las gentes, vendrán muchedumbres de pueblos. Is 2, 2-3
Creer quiere decir cruzar una tierra que nos es extranjera. Quiere decir preferir el riesgo del descubrimiento al hastío de la posesión. Quiere decir descubrir el secreto de cómo respirar en la fatiga de la marcha. Quiere decir aprender a ser feliz en la movilidad. El vino que se ofrece siempre es vino nuevo. El que quiera guardarlo en odres viejos, lo perderá todo, continente y contenido. Entonces los cristianos no serían otra cosa que los guardianes de un museo, un museo de cosas muertas.
Creer quiere decir vivir el exilio. Las referencias familiares se borran. Es preciso aprender a descifrar, una vez cruzada la frontera, los signos nuevos sobre indicadores que marcan los caminos. Solamente es válida la carretera que conduce a otra parte. Hay que olvidar el camino andado. Cada día la Palabra me invita a dejar la tierra.
Jamás podrá ser encarcelada en mi sabiduría la Verdad que me atrae.
Y nunca será la Iglesia, este cerco, este corral cerrado en el que se refugiaba Israel, encarcelado en la Ley. Jesús abrió una brecha en este muro. Ya no hay cerco donde sea preciso conducir y encerrar a la fuerza, a las ovejas errantes. «No son las paredes, sino la fe lo que edifica a la Iglesia», es el refrán medieval que todavía nos alecciona en nuestro tiempo.
A pesar de todo, la tentación es grande. Nos persigue la nostalgia de un Templo que se ha de reconstruir. Con grandes paredes ¡cómo se simplificarían las cosas! No sería posible dudar de quién está fuera y quién está dentro. Pero, en el fondo del templo acabaría por no haber más que un Lázaro pudriéndose. Sólo él estaba siempre dentro; Jesús, en cambio, estaba fuera.
La Iglesia no es un lugar. El templo no se construye para nosotros. Se construye de nosotros, de las piedras vivas de nuestros cuerpos abujardados, cincelados a lo {17 (197)} largo de nuestra historia. No estamos dentro del Templo.
No ocupamos la Iglesia. Igual que en Saint-Nicolas-du-Chardonnel, la Iglesia está siempre fuera de las paredes.
Pero, ¿estamos seguros de que no quedan todavía un numero mayor de iglesias "ocupadas"? Hay todavía tantos cristianos que se sienten tan bien en su casa, en su parroquia, en su capilla, en su grupito, que nos hacen pensar en el pueblo de Cafarnaúm, que llenaba la casa, bloqueando todos los accesos. Para llegar hasta Jesús, aquel día, fue preciso desmontar el techo. Sólo entonces consiguieron hacer entrar al paralítico. Que luego volvió solo a su casa, pasando por la puerta. Toda la Iglesia verdadera es de este modo, un lugar de paso en el acontecer de la fe. La Iglesia no es una resistencia, ni principal ni secundaria. No encerramos a nadie dentro, y menos a Cristo.
Una luz viva iluminará toda la tierra, pueblos numerosos vendrán de lejos, a fin de habitar junto Señor.
A pesar de todo, Cristo se refirió a los que «están fuera» (Mc 4, 11). Para éstos el misterio del Reino permanece todavía velado. De repente, cada suceso, para ellos es como una parábola de la cual no saben descifrar el sentido.
Pero, por contra, una vez que Juan pretende impedir que alguien libere de demonios en nombre de Jesus «porque no viene con nosotros» (Mc 9, 38), porque no era del partido, Jesús declara, rechazando tal discriminación: «Quien no está en contra de nosotros, está con nosotros». Lo esencial está en que, incluso alejados del grupo visible, el nombre de Jesus todavía habla.
Sin embargo, será preciso trazar, en algún lugar, una frontera. La Iglesia ha de guardar su cohesión en la fidelidad al Evangelio. Ha recibido la misión y el poder para ello. Las llaves que se le entregaron, bien que permiten abrir y cerrar una puerta. Es verdad. La comunidad a la cual Mateo destinaba su evangelio ya lo habían experimentado. Pero la fórmula de "excomunión" es rara: «Si tampoco hace caso de la Iglesia, que sea para ti como un pagano y un publicano» (Mt 18, 17).
El publicano, al lado de la prostituta, era el preferido de Jesús. Jesús no excluye a nadie. Existen ciertamente un "dentro" y un "fuera" de la Iglesia, pero el "fuera" está en manos de Cristo. Cristo es mayor que la Iglesia. Y Dios puede bendecir cosas que la Iglesia no puede aceptar. Pero esto es un secreto de Dios. No nuestro.
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7. » EL EJEMPLO DE UNOS LAICOS
SEIS PADRES de familia de la diócesis de Málaga, se han ofrecido al obispo, monseñor Buxarrais, solicitando ser ordenados diáconos para mejor poder servir en el apostolado, si el obispo lo juzga oportuno. Presentan la solicitud después de haber cursado cinco años de estudios eclesiásticos en el Centro de Teología de la diócesis de Málaga.
Comentamos la ejemplaridad de este ofrecimiento, que podría ser imitado por otros cristianos, y que, sin duda, lo será por algunos. Lo ejemplar no es solamente el hecho de ofrecerse para participar en tareas y responsabilidades apostólicas, sino el haberse preparado, previamente, con estudios realizados perseverantemente con este fin. Para el ejercicio más intenso del apostolado lo único que es preciso no son los estudios, ciertamente. Ante todo, es indispensable una aptitud y disponibilidad física y espiritual, sobre la que se edifica el resto de cualidades que disponen al sujeto para su llamamiento a una mayor entrega apostólica. Pero no hace falta mucha imaginación para poderse dar cuenta de que el haber cursado cinco años de estudios especiales, sin por ello haber descuidado los respectivos deberes profesionales en el ámbito de su vida y trabajo civil, ha tenido que suponer para estos cinco cristianos malagueños, muchas renuncias, en las que habrán participado, sin duda, otros miembros de sus respectivas familias.
En general se comprende y admite que un adulto estudie para mejorar su calificación profesional o ascender a otro trabajo mejor retribuido; pero no es tan frecuente que se tome como normal una dedicación a estudios que carecen de perspectivas o calificaciones gratificables. Aunque sea cierto que muchos cristianos podrían hacer otro tanto, no es demasiado frecuente que nos resignemos a renunciar a tantas cosas inútiles, y hasta perjudiciales, a las que dedicamos, para perderlo, tiempo y energías que merecerían mejor causa. Y, si algún esfuerzo nos proponemos, suele ser más por el estímulo del egoísmo que pone precio a todo o de la vanidad que busca y espera el halago, que por el de la generosidad y entrega a los hermanos y a la Iglesia, que necesita ser servida con sencillez, perseverancia e inteligencia.
¡Cuántos gastos inútiles, cuánto tiempo perdido, cuántos esfuerzos en sólo mantener apariencias, cuántas "relaciones públicas", cuánto novelerismo, cuántos prejuicios vanos... entre los mismos que nos llamamos cristianos! Debiéramos darnos cuenta de que faltan apóstoles, nuevos apóstoles, sin que esperemos que vengan de lejos. Debiéramos pensar: «Yo mismo, tal vez...» Y prepararnos espiritualmente, y no sólo espiritualmente, sino también la inteligencia y las costumbres, y poder decirle al Señor, de verdad: «Heme aquí, Señor».
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8. ¿Hay que bautizar a los niños?
Una reciente "Instrucción" de la S. C. de la Doctrina de la Fe, de 20 de octubre del año pasado, viene a responder a esta pregunta, que ha de ser afirmativa cuando los padres son cristianos. Pero «deben asegurarse unas garantías para que este don (el bautismo es una gracia, no una coerción) pueda desarrollarse mediante una verdadera educación de la fe y de la vida cristiana, de manera que el sacramento alcance su "verdad" total. Estas garantías normalmente son proporcionadas por los padres o la familia cercana, aunque diversas suplencias sean posibles en la comunidad cristiana.
Pero si estas garantías no son serias, podrá llegarse a diferir el sacramento y deberá también rehusarse, si éstas son ciertamente nulas».