Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 183. FEBRERO. Año 1981
0. SUMARIO
APOSTAR por el hombre desde la realidad creada, y apostar por el mundo, en el tiempo, como un acto de fe de gratitud at Creador, sin reduccionismos ni renuncias, hi huidas, sino para recoger el sentido, de nuestro ser y de todo lo que nos envuelve, y restituirlo a Dios. Sin servirnos de Dios, para descansar en la beatitud de los aprovechados, sino para  servir a Dios. Servirle es una gracia, un gozo, y la libertad.
EL SENTIDO DE LO SAGRADO
SIN PRIVILEGIOS
PRESUMIR DE LOS HIJOS
SECULARISMO Y SECULARIDAD
LA CRÍTIICA FÁCIL Y DIFÍCIL
PLEGARIA HUMILDE
LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDADS ACTUAL
LANZA DEL VASTO
DIOS APUESTA POR EL HOMBRE
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1. EL SENTIDO DE LO SAGRADO
ACABAMOS de salir de un largo período en el que, dentro de la vida de la Iglesia, fórmulas, símbolos y signos han sido poco comprensibles. De donde el deseo de hacer tabla rasa a fin de aproximarse a Dios por otros caminos. Puede, en ello, haber una sana reacción contra todo lo que significa automatismo, ausencia de participación, palabras estereotipadas.
Estamos en vísperas de un nuevo amanecer. Pero nos permite presentir, a pesar de todo, que la relación con Dios no suprime el misterio. Al contrario: permanece una línea de separación más allá de la cual no es posible pasar porque más allá está el misterio.
Si queremos explicarlo todo, nos exponemos a no comprender nada, pues así de cierto es que, con la sola inteligencia, no podemos abarcar el misterio de la Iglesia. Para acercarnos a él y penetrarlo, nada es tan necesario como los actos, los gestos, los signos humildes, que alcanzan la profundidad de nosotros mismos, los "arquetipos", como dicen algunos.
El fervor no se puede alimentar con la sola explicitación. En la vida de la oración común no basta con los gestos más explicados para romper los automatismos.
Reduciéndolo todo a fórmulas nos arriesgaríamos a perder el sentido de lo sagrado. Se crearía un vacío en el cual se filtraría la indiferencia e incluso el rechazo. El que pierde el sentido de lo sagrado siente la tentación de ironizarlo y de convertirlo en deformación caricaturesca. Crece en él una fuerza subyacente que expele cualquier gesto de humildad, hasta impedir doblar la rodilla ante el misterio de Dios y de la Iglesia.
Quien, sin perder el sentido de lo sagrado, quiere lograr un mundo cada vez más secularizado, ha de tener en cuenta dos cosas que le servirán para profundizar en las fuentes de la vida contemplativa:
a) vivir el misterio de la Iglesia, b) permanecer en la espera contemplativa de Dios.
Roger Schutz, en Dynamique du provisoire 2 (22)
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2. Sin privilegios
COMO GRAVITANDO en torno al gran misterio navideño, la liturgia nos lleva a contemplar una constelación de personajes y santos que reviven, como figuras de un gran belén, para ayudarnos a profundizar espiritualmente el sentido de la encarnación del Verbo. Evocamos el más sugestivo, Maria, porque con la fiesta de su Purificación (reverso de una sola celebración que comprende, también, la Presentación de Jesús en el Templo), se cierra el tiempo de Navidad. La celebración es antigua; de ella nos da cuenta santa Eteria, intrépida peregrina española, que en el siglo IV ya la encontró establecida en Tierra Santa y que la llamó Cuaresma de la manifestación del Señor, Cuaresma de la Virgen... Ya entonces, la piedad de los más antiguos cristianos, recordaba a Maria resumiendo en ella el significado espiritual de la Navidad, desde el símbolo de su representación sencilla ―hoy diríamos "secular"―, de mujer de pueblo como las demás mujeres, que se sometía a un precepto legal sin alegar excusa alguna, a pesar de que, para ella existía la razón más alta = u maternidad divinas, como para expresar mejor que con mil razonamientos, que Cristo no viene a dar privilegios de ningún género a sus seguidores.
Cierto que tampoco viene a rebajar ni a mundanizar ninguna de las exigencias divinas, que seguirán siendo puras y totales; pero deja claro que no viene para anticipar, precipitándolo, ningún triunfo, ni a que el reino de Dios resista comparación posible con los reinos de este mundo.
Los aprovechados no tendrán cabida en el reino de Dios. Podrán, si acaso, revolotear en torno a él, y hasta presumir por apropiación de los reflejos que, al aproximarse, les alcancen; pero no entenderán su verdad ni vivirán su vida. No será posible, a costa de Dios y de la Iglesia, buscar preeminencias que Dios bendiga, y equivocarán camino los que apunten a puestos o dispongan estrategias para sus medros porque los juzguen más fáciles que los que reparto el mundo. Si de cualquier modo los alcanzaran, no serían más que falsificaciones humanas de equivocados o frustrados que un día tendrían que avergonzarse frente al juicio de Dios, y hasta de los hombres.
{3 (23)} Encarnarse es descender al nivel común de los hombres ­―«menos en el pecado», puntualizar San Pablos. Las primeras generaciones cristianas ya lo entendieron así. Y no tardaron en proponer a la Virgen como ejemplo, porque la Virgen era símbolo de la Iglesia. Ellos sabían, porque Cristo lo había proclamado, que era bienaventurada «más bien por haber oido la Palabra de Dios y ponerla en práctica» que por haber engendrada materialmente al Hijo de Dios.
La secularidad es la encarnación, es Dios que vino al mundo, al siglo.
a la tierra y al tiempo, para caminar junto a los hombres, "con" ellos ―"Emmanuel"―. La Iglesia lo entiende y continúa su gesto. Mientras los fieles seguimos a Cristo, sabemos que el reino está cerca, pero que todavía no ha llegado, por lo menos en su fase triunfante, que no nos es licito anticipar, sin cometer graves errores y tal vez incurrir en idolatrías, porque ello no seria posible, en apariencia, sin objetivar la trascendencia, o sin la pretensión vana de encerrarla en cualquier limitación creada, presuntuosa y mezquina.
Como el agua que corre, como el sol todavía elevándose, como la vida que sigue, así, la Palabra de Dios está en la vida de los que siguen a Cristo con fe, puros de la codicia pretenciosa de cobrarse, antes de tiempo, el servicio que le hacen a Dios.
Somos todavía caminantes, en trance aún de purificación, y andamos por los caminos de los hombres, a campo abierto, sin tener ni pretender mansión estable, sino sabiéndonos peregrinos en este siglo. Todo es provisional. Está muy de acuerdo con el Evangelio que, cada vez más, por ejemplo, no sea un honor el ser sacerdote o que ser cristiano no sea motivo de prestigio o recomendación social. El que quiera acercarse a Cristo para seguirle sin reducciones ideológicas ni escapatorias beatas o farisaicas, que no venga a nosotros con esperanzas de compensaciones para su honra porque habrá cada vez menos gratificaciones para repartir A ambiciosos pueblerinos. El que las espere tendrá que buscarlas en otro lugar. Porque nos vamos Acercando, poco a poco: fieles y pastores, a tener que repetir y a volver a creer que seguir a Cristo es abandonarse a la suerte de quien dijo: «Las alimañas tienen cobijos y guaridas, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».
Pero tiene la verdad y tiene el camino para la vida, porque él mismo es el camino y la verdad y la vida.
Hay cuatro clases de hombres: el mediocre, que dice: lo mío es mío y lo tuyo es tuyo; el hombre ordinario, que dice: lo mío es tuyo y lo tuyo es mío; el santo, que dice: lo mío es tuyo y lo tuyo es tuyo. Finalmente hay el hombre malvado que dice: lo tuyo es mío y lo mío es mío.
DE LA TRADICIÓN JUDÍA
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3. PRESUMIR DE LOS HIJOS
SAMANIEGO había ironizado sobre la altivez de la espiga hueca de granos, y la humildad de la inclinada por el peso que promete generosidad de cosecha.
Los hombres solemos ser, con frecuencia, como las espigas; el soberbio se alaba a sí mismo, tal vez porque, en el fondo duda de su propio valer; el humilde no necesita la cuidada estrategia del juego de apariencias. No cabe duda de que la Virgen María es ejemplo de humildad, o ¿qué mujer, que hubiese sido Madre de Dios, se habría resignado al silencio que la relegara a la condición humilde y sencilla de las demás mujeres pobres de su pueblo?
Las historias cuentan que a principios del verano de 1846, dos mujeres viajaban en una misma diligencia-correo, en el trayecto de Ancona a Ferrara, entonces pertenecientes, todavía, a los Estados Pontificios. Eran los principios del pontificado de Pío IX, ese papa de talante liberal y amado por el pueblo, que admiraba su sencillez; si bien más tarde no le faltarían aflicciones y turbulencias que modificaron su carácter.
Iban, pues, dos mujeres en la citada diligencia. Una de ellas, más joven, ricamente vestida y engalanada con joyas de precio, hubo de esperar, en la primera de aquellas poblaciones, a que subiera una anciana, vestida decorosamente, pero de aire sencillo y pacífico. La dama engalanada preguntó a la recién llegada anciana, que ocupó asiento a su lado, en la diligencia, que adónde iba:
―A Senigallia— le contestó.
―¿Vais a Senigallia? La conozco.
Es una ciudad pobre... Yo voy a Turín. Turín es una gran ciudad y alberga grandes títulos de nobleza.
Yo misma me visito con la marquesa de Suza, con la condesa de Ivrea, con la condesa de Villanuova, con la baronesa de Asti Spumante... En invierno da gusto participar en los bailes de la corte. ¿Vos asistís al {5 (25)} baile, en Senigallia?
La anciana se limitó a sonreír y desvió la vista y las palabras contemplando el Adriático, cuyas aguas eran visibles desde la ventanilla del carruaje. En una de las paradas un mendigo se acercó a los viajeros, y la dama anciana depositó una limosna. La dama ufana echó en el sombrero del mendigo, ostentosamente, una moneda de plata. Diríase que una hinchazón de orgullo comprimido hacia brillar los ojos y convertía en ampulosos los gestos y palabras de la dama ricamente vestida.
Finalmente llegaron a Senigallia.
La dama rica iba a perder la compañía de la anciana que con pocas palabras, casi monosilábicas, y amable y pacífica sonrisa había soportado caritativamente la vanidad de su acompañante, a lo largo de todo el viaje. Pero la dama rica no quiso perderse, en el último momento, la respuesta a lo que tal vez esperaba, pero sobre lo que no había sido preguntada por la discreta anciana.
―¡En fin, señora, ya veo que no me conocéis dijo la señora engalanada, ya sin disimular su orgullo―, mi hijo es gobernador!
―¡Y bien, distinguida dama, mi hijo es el Papa! ―Respondió la anciana, al mismo apearse de la diligencia. Era, en efecto, la madre de Pío IX, que volvía de la coronación de su hijo, que había tenido lugar en Roma, en la basílica lateranense. Junto a la portezuela del carruaje la esperaban algunas personas, entre las cuales un obispo, que le hizo una reverencia.
Si te viene el pensamiento de que todo lo que has pensado sobre Dios es equivocado y que no hay Dios, no te consternes por ello. Tu falta de fe no procede de que no hay Dios. Si no crees ya en el Dios en que creías antes, eso procede de que en tu fe había algo equivocado, y debes esforzarte en entender mejor a qué llamas Dios. Si un salvaje deja de creer en su dios de madera, esto no significa que no hay Dios, sino sólo que Dios no es de madera.
LEÓN TOLSTOY
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4. Secularidad y secularismo
NO SE TRATA de dar nuevas definiciones al cristianismo, ni de desvirtuar su vigor o rebajar sus exigencias haciendo concesiones a estilos o modas para mantener o aumentar la clientela.
No se trata de introducir una solución nominalista que nos libre de dar la imagen de atrasados culturales, para tratar de salvar, a última hora, el prestigio maltrecho. Ni tampoco se trata de recurrir a un "-ismo" que, para criterios simplemente humanos, encubra retrasos prácticos, excuse ignorancias crasas o absuelva de obtusidades mentales, que no tendrían justificación.
Por eso no somos partidarios —creemos que no podemos serlo― del secularismo, cuando por él se entiende una actitud sistemáticamente iconoclasta, neurotizada por la obsesiva visión de un mundo cerrado que incurre en los mismos errores que censura de los demás, con la pretensión de imponer, con esa reincidencia, su concepto propio de cristianismo, al fin y al cabo reducido a una ideología más que, esta vez, se llama secularismo.
El secularismo es una reducción sectaria; la secularidad, en cambio, es un espíritu. Secularismo y secularidad aparecen como una reacción frente al concepto estático del cristianismo más o menos convencional; pero mientras el primero opone una reacción inquieta, novelera, cambiante, inestable, la secularidad se presenta como una reacción activa, creadora, explicativa, desarrollante. El primero reduce lo espiritual a lo secular; la segunda se eleva a lo espiritual desde lo secular, liberándolo. El primero se detiene clamorosamente en lo superficial, aparente, más preocupado por la imagen, autocontemplativo; la secularidad tiende a lo profundo y es desprendida, proyectada al mundo para espiritualizar, simplificándolas, sus estructuras, y evitar que cristalicen en la inmovilidad. El secularismo es más destructivo que revolucionario, en apariencia más intransigente, pero en realidad más anárquico; la secularidad es espiritualmente revolucionaria, es decir, que acelera la evolución desde un realismo total, superador de los sectarismos díscolos, destructivos.
Cristo, respecto del judaísmo, es un hombre secular, difícilmente {7 (27)} encasillable y, por lo tanto, controlable por el poder de aquella sociedad sedimentada en la teocracia. Y el cristianismo surge liberándose de las estructuras sacralizadas del judaísmo, y es merced a ello que se hace universal. Desde la sacralización y de las idolatrías del poder se explican la muerte de Cristo, los sufrimientos de los mártires y las luchas y contradicciones que ha padecido la Iglesia. Tanto cuando los poderosos del mundo han querido aprovecharse de ella para integrarla en sus sistemas de dominio, como cuando ha sido tentada para repetir, en su vertiente humana, esas reducciones sacralizadas tendentes a encerrarla en sí misma, sofocando, de este modo, la necesidad expansiva y profundizadora de su mensaje libertador, redentor, a cambio de apariencias de grandeza y solidez terrena, como la de los grandes del mundo rivalizando con ella. Afortunadamente, cada una de estas tentaciones ha sido compensado por otras tantas reacciones de signo espiritual, de vuelta al Evangelio, que han protagonizado los santos, los cuales, desde heroicas posiciones de desprendimiento frente a todo lo que representaba seguridad y prestigio, dentro del concierto humano incluso creyente, que les envolvía, repetían en sí mismos las actitudes de Cristo y el espíritu de las primeras comunidades cristianas. No otra cosa representaron el movimiento eremítico y el origen del monacato, las grandes órdenes medievales y las fundaciones religiosas de los albores de la Edad Moderna. Los fundadores y reformadores siempre partieron del desprendimiento, de la desacralización de las seguridades, incluso jurídicas, buscando y defendiendo su libertad para seguir a Cristo. Ellos han salvado la santidad de la Iglesia, es decir, la radical fidelidad a Cristo, y han evitado los males de una fosilización institucional que la hubieran podido hacer regresar al espíritu de la Sinagoga, al sectarismo judaizante, al servilismo de la ley, a las idolatrías del poder. Que son el refugio de los miedos y de las ansiedades vanas cuando falla la fe.
El cristianismo es liberación, y enseña a ser libres para el bien.
Nadie que no alcance a ser, primeramente, él mismo libre, podrá jamás liberar a los demás, había dicho Mounier. Esa libertad está en la secularidad. Nadie podrá liberar al mundo, si no está en el mundo, sin ser del mundo. Es la secularidad de la levadura y de la luz:
el secularismo corrompería la levadura y convertiría en tinieblas la luz; mientras que la secularidad trasforma la masa por la levadura e ilumina la oscuridad con la luz.
La ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia es ciega.
ALBERT EINSTEIN
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5. LA CRÍTICA FÁCIL Y DIFÍCIL
SE HABLA de desinterés por la religión y de decadencia del cristianismo, pero lo cierto es que, incluso en los diarios liberales y agnósticos aparecen, día tras día, informaciones y comentarios directa o indirectamente referidos a temas religiosos. Y si bien no siempre demuestran una objetividad que los hagan, sin más, fiables, por lo menos revelan el concepto que del cristianismo tienen algunos comentadores y críticos.
Inevitablemente produce dolor la inexactitud o el oportunismo tendencioso de alguna letra impresa, cuando se piensa en la cantidad de lectores desinformados a los que pueda alcanzar. Pero no por ello han de dejarse de constatar algunos beneficios. Por lo pronto nos enteramos de los juicios que merecen a algunos y a alguna parte de la sociedad, nuestras creencias y el conjunto moral de «pueblo de Dios» en que se profesan. También es cierto que algunas de las críticas no nos pueden alarmar porque nos damos cuenta que parten de supuestos inexactos o se apoyan en datos improvisados e incompletos; otras son simple repetición de las mismas que internamente se hace la misma Iglesia, en busca incesante de conversión y purificación; otras, finalmente, debemos agradecerlas porque nos descubren o recuerdan aspectos que, desde dentro de ella, éramos propensos a olvidar.
Las críticas pueden venir del despecho, de la envidia, del resentimiento; pero no es menos cierto que también de la nobleza y honestidad de quienes nos contemplan, pues la Iglesia no tiene el monopolio de la virtud ni de la buena intención. Si bien es lógico que supongamos que la conozcan menos los extraños y que lo que en ella es esencial ―fe, gracia― les resulte incomprensible, lo cual les descalifica para juzgar de ella más allá de sus aspectos históricos o de las valoraciones humanas, culturales, sociales. Pero la crítica formulada con honestidad nunca debe de alarmarnos ni de entristecernos, porque nos preserva, por lo menos, de triunfalismos peligrosos.
Es triste, sin embargo ―ya no se trata en general de la prensa―, la ligereza de quienes, desde la cómoda posición de la irresponsabilidad, se atreven a juzgar doctrinas en las que no creen, proponer reformas para instituciones de las que son ajenos, o dar consejos de remedios que ellos mismos no se aplican. Espectadores descomprometidos, teóricos aficionados que, si en vez de hablar de religión, osaran, con igual ignorancia, tratar de discutir de matemáticas o de medicina, serían el hazmerreir de sus oyentes. ¿Será que abusan de la gratuidad de Dios para hablar de él impúdicamente en vano?
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6. PLEGARIA HUMILDE
Oh Jesús, Señor mío, yo creo y por tu gracia yo quiero creer
y reconocer que es verdad hasta el fin del mundo,
que nada de grande se hace sin sufrimiento,
sin humillación
y que, por estos medios, todas las cosas son posibles.
Yo creo, Dios mío,
que la pobreza es mejor que la riqueza,
el dolor mejor que el placer,
la oscuridad y el desprecio mejor que el renombre,
y la humildad mejor que los honores.
Dios mío, no te pido que me sometas a estas pruebas,
que no sé si podría soportar;
pero, por lo menos, Señor, tanto en prosperidad como adversidad,
yo quiero creer lo que he dicho:
no quiero poner mi confianza en la riqueza,
el rango, el poder, la reputación;
{10 (30),,}
no quiero que mi corazón descanse en el éxito de este mundo,
ni se apoye en sus ventajas;
no quiero desear lo que los hombres llaman
recompensas de la vida.
Antes bien yo quiero, con tu gracia,
preferir lo que el mundo desdeña u olvida,
honrar a los pobres,
venerar a los que sufren
admirar y venerar a tus santos y confesores
y caminar con ellos, sin hacer caso de los criterios del mundo.
Finalmente, mi amado Señor, soy tan débil
que no soy capaz de pedirte estos sufrimientos como un don,
y no tengo fuerza para hacerlo;
pero te pido, por lo menos,
que sepa recibirlos,
cuando tu sabiduría y tu amor me los quisieran mandar.
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7. LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD ACTUAL
A VECES tomamos como señal de descristianización lo que no es más que el decaimiento de ideologías, substitutivas del verdadero cristianismo, y que había sido posible construir a base de absolutizaciones parciales o temporales del mensaje de Cristo. Aunque en ocasiones se haya pretendido confundirlo con él, afortunadamente el cristianismo no es una ideología. Por eso, lo que ocurre actualmente, tal vez tenga más que ver con una depuración saludable que con un descenso del cristianismo. Las ideologías se anticipan al ejercicio de la libertad humana, cuando resulta que la religión, en todo caso, ha de ser tomada como una relación de libertad y de liberación ―redención― apoyada en la gracia, más que en ningún otro caso, en el cristianismo. En este sentido nos parece interesante un trabajo de Gabriel Armengual, publicado en el número 99 de «Qüestions de vida cristiana», cuyos párrafos principales traducimos a continuación.
Cuando nos referimos al «aislamiento del cristiano» hacemos una afirmación valorativa del creyente en el mundo de hoy. La primera cuestión que se plantea es, por lo tanto, la de preguntar por la fe en este mundo actual, caracterizado por un ateísmo masivo.
Sobre esta cuestión habría que considerar dos aspectos:
el primero, desde un análisis de la actualidad, desde la sociología, sobre el lugar o función de la religión en el conjunto social de la formación del capitalismo tardío; el segundo, desde la teología, sobre lo que es religión. → 13 (33)
1. La religión no es una ideología
Esta es la afirmación sociológica sobre el lugar y función de la religión en la sociedad actual. Esta afirmación no es más que la aplicación a la religión de la afirmación de Marcuse y Habermas (y, en general, de la escuela de Frankfurt) sobre la ciencia y la técnica como ideología, aplicando el concepto a las sociedades tecnológicamente avanzadas de nuestros días.
El nacimiento de la modernidad
Las raíces de nuestra sociedad arrancan de la Ilustración, del surgir de la burguesía y la economía mercantilista: es el nacimiento de la modernidad y del capitalismo como modo de producción. La sociedad moderna se caracteriza por un desarrollo constante de las fuerzas productivas; desarrollo que no depende del influjo de un marco institucional orientado según las tradiciones culturales, sino que las fuerzas productivas se van independizando de dicho marco y, de vez en cuando, un poniendo en cuestión, minándola y destruyéndola, la fuerza legitimadora de las tradiciones culturales.
La nueva ideología
El capitalismo es el modo de producción que se caracteriza por la erosión de las legitimaciones que provienen de las tradiciones culturales y cosmovisiones. Pero también para ofrecer otra que ya no baja del cielo, sino que puede ser recogida desde la base del trabajo social. Es la institución del mercado, en la cual, los propietarios privados intercambian mercancías entre las que se incluye, para los que carecen de propiedad, la propia fuerza del trabajo, todo lo cual se rige por «la justicia del intercambio de equivalentes». Esta es la ideología burguesa, expresada en las categorías de libertad, igualdad, tolerancia, reciprocidad.
Lo que ocurre es que, estas categorías, en las leyes del mercado, se convierten en la ley del más fuerte, para dar lugar a lo que se denomina capitalismo liberal.
La consecuencia es que el poder ya no es político, sino económico, legitimado por la ley del intercambio de equivalentes. Así, la racionalidad del capitalismo acaba con la legitimación que provenía de cosmovisiones y tradiciones culturales, carentes ya de vigencia social.
{14 (34)} la primacía de las fuerzas productivas destaca la acción técnica instrumental, basada en saberes empíricos y también en la elección nacional, según estrategias que parten de saberes analíticos. La elección racional de la acción estate oriente por una correcta valoración de las alemanes posibles. Es lo que desde M. Weber, lleta el nombre de  racionalización, en nombre de la cual se implanta una forma determinada de dominación política no confesada.
La doble racionalización
Esta racionalización se extiende en dos direcciones:
a) desde la base, la racionalidad invade todos los campos:
educación, sanidad, familia, seguridades económicas, laborales, de tiempo libre. Puede ser indicativo el observar que las afiliados a sindicatos de izquierda no siempre rotan a partidos políticos de izquierda. Por otra parte, b) desde arriba, en tanto que interpretaciones del mundo, pierden fuerza convincente y circulante y capacidad para motivar. Estas legitimaciones se substituyen por otras que se basan, fundamentalmente, en la critica a las interpretaciones del mundo y en los rendimientos del sistema.
Son las ideologías en sentido estricto a diferencia de las cosmovisiones. Tales ideologías se basan siempre en la ciencia y en la técnica, que adquieren función legitimadora y tienen carácter ideológico.
Conciencia tecnócrata
En la evolución del capitalismo se evidencia este proceso de racionalización. La ciencia no sólo se convierte en primera fuerza productiva, sino que asume funciones Legitimadoras. La ciencia se tecnifica y pasa a crear el fenómeno de la conciencia tecnócrata, que subordina la política a la técnica.
En contra de las previsiones de Marx, luego de que La ciencia y la técnica se conviertan en ideología, las fuerzas productivas pierden su carácter crítico, progresista, revolucionario, y se convierten, paradójicamente, en legitimadores del sistema. Es el punto en el cual los intereses de las fuerzas productivas convergen con los de la autoperpetuación del sistema.
Con la tecnificación de la política las masas se despolitizan, incluso la "moralidad" es eliminada.
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Tres consecuencias
De cuanto hemos descrito podemos deducir tres afirmaciones: 1.4 La ciencia y la técnica han invadido todos los ámbitos y han substituido las tradiciones culturales y las cosmovisiones. Y por esto la religión no es ya un elemento de la estructura social, y menos todavía una ideología legitimadora, como pudo ser en otras épocas.
2. Se da un gran vacío causado por la erosión que la racionalidad técnica del capitalismo ha causado a las cosmovisiones y o las tradiciones culturales. Es un vacío de acción comunicativa, de orden político y moral, incluso de crisis de identidad: de legitimación a nivel estructural y de motivación a nivel personal.
3. Para colmar este vacío no es posible volver a cosmovisiones para las cuales sería preciso recurrir a estadios espirituales anteriores (milicos, románticos...), que no responden a la problemática actual. Aunque si cabe una apropiación crítica de las tradiciones culturales, con lo que podrían recobrar vigencia, en la medida en que fueran internalizadas, y serían internalizadas en la medida en que fueran objeto de discusión libre y razonable.
2. La religión es la relación libre entre sujetos libres
Se trata de una afirmación teológica o definición de la religión que rechaza las concepciones (en el fondo románticas) de la religión que, de antuvio, ya se presenta como una cosmovisión. La religión (sobre todo y expresamente la cristiana) no es, por su misma naturaleza, una interpretación global del mundo, o «la captación global del sentido de la propia vida en un momento histórico determinado». Tal concepto solamente podría ser operativo presuponiendo una antropología (naturalista, romántica), no existente, del hombre como ser estructuralmente religioso. La religión puede implicar ciertos elementos de una cosmovisión, Y excluir otros, incluso, extrapolando, puede explicar o excluir una cierta interpretación del mundo, pero en sí mismo no es una interpretación del mundo, como lo muestra la misma historia del fenómeno {16 (36)} religioso, que se ha vivido y ha convivido en multitud de interpretaciones del mundo.
Con esta aclaración, tratemos de explicar el contenido de la afirmación establecida.
Libertad y gracia
La libertad de la relación viene afirmada en su carácter de gratuidad, de gracia, aunque se pueda considerar, además, como la respuesta adecuada al deseo natural de alcanzar a Dios, porque la respuesta no es anterior a la demanda o al deseo, sino al revés, el deseo mismo es ya acción gratuita y libre de Dios, en quien lo suscita. En teología esto se suele mostrar tanto en el plano ontológico trascendental (Rahner), como también, y es más directamente teológico, en la doctrina de la Trinidad. La acción del Padre (la creación = hacerse compañero de diálogo) es anterior y en vistas a la encarnación del Hijo; lo mismo que la acción del espíritu no es otra cosa que la demanda y la respuesta de nuestra fe en Dios, al acoger su autodonación, y es así como nosotros volvemos a Dios volviendo Dios a sí mismo desde y mediante la exteriorización o apertura divina al mundo.
Superación extrañamiento
La libertad de la relación se muestra también en la superación de todo extrañamiento en esta relación: se alcanza la unión con el opuesto, como en casa propia en la de otro, a sí mismo en el extraño, recobrando la propia identidad y la autoconciencia.
Este movimiento de exteriorización y de retorno nos descubre el dinamismo libertador de tal relación; no se trata de una libertad duda de una vez para siempre, naturalísimamente, sino que la libertad consiste en edificarse en la alteridad, no en la pura autoposesión particular, sino que es preciso salir de sí mismo y reencontrarse en el otro. Dicho teológicamente, mediante la cruz: pues ésta constituye el camino de la realización de la libertad, que es todo lo contrario de un camino fáustico, acumulativo, progresivo, de libertad.
Religión y persona
La libertad del hombre se hace visible, seguramente más que nunca, cuando la religión deja de ser una cosmovisión y toma un carácter personal y personalizador, y por eso mismo de libertad y liberador. El tema de la personalización del hombre mediante la relación con Dios → {17 (37)} debe ser uno de los temas mus originales del cristianismo.
Por un lado, la relación con Dios es ciertamente la expresión de la estructura espiritual del hombre, de su "apertura al mundo" que jamás lejos de lo inmediato dado, pero también esta "apertura al mundo" no pasaría de simple ampliación del entorno si no fuera una apertura personalizadora hacia Dios, es decir, si la relación con Dios no fuese liberadora y constitutiva de la persona, en su singularidad, no reducible a género o grupo, precisamente porque es una relación con lo absoluto, que no solamente supera el colectivo anónimo o el particular concurrente, sino que posibilita, crea y garantiza la afirmación de cada sujeto en su carácter de sujeto libre.
Religión y comunidad
La religión es también relación libre entre sujetos libres de la comunidad religiosa. La relación con Dios se manifiesta en esta misma posibilidad y realidad de relación libre, porque la relación entre tales sujetos no es únicamente una relación singular más, sino la realidad que posibilita y hace real la relación libre comunitaria.
{18 (38)} La personalización se mediatiza en la relación con los desde. La relación libre con Dios es la relación fundadora de la comunidad, porque universaliza la relación personal, creando comunidad en la anulación de los singulares, por lo cual. La comunidad deja de ver un conglomerado natural, de carne y sangre, y pasa a ser comunidad de sujetos libres.
Espíritu comunicación y libertad
¿Qué tiene que ver esta definición de religión con lo dicho antes?
1. Que la religión, por su contenido, no se define como una cosmovisión, sino como una relación libre de sujetos libres, que en relación personalizadora y liberadora, constituyente de sujetos libres y capaces de un diálogo libre de dominio y capaz de crear relaciones libres en la sociedad. Dicho en términos teológicos: el espíritu vive en la comunidad, y por lo tanto ésta no depende de objetividad externa alguna de ley o de tradición. Incluso el recuerdo que tiene de Cristo es recuerdo de la propia historia de la comunidad que en él tiene comienzo y se constituye, pero que no nos obliga a ser repetidores, sino "seguidores".
2. La capacidad de crear discursos comunicativos le viene de la misma libertad, que es la única determinación: libertad que no se creen mediante acción técnica alguna, sino mediante la superación de cualquier no-identidad. De donde, para la reactualización constante de la "tradición" (paradosis) del Señor, es esencialmente una comunidad enarrante constituida por la interacción y la comunicación.
3. La "vocación a la libertad", que nos ha constituido en Hijos es un llamamiento para liberar la creación entera.
La libertad y la cruz
Por todo ello, si se pueden encontrar situaciones en las que el cristiano aparece como aislado en el mundo actual, tales situaciones han de tomarse como impulsos del cristiano hacia el exterior, hacia la comunicación y hacia la realización de la libertad. Pero esto no puede tomarse como un proyecto de cumplimiento inmediato, porque la realización de esta liberación total se va produciendo, en este mundo, por medio de la cruz y de la conversión o transformación.
LANZA DEL VASTO.
Discípulo de Gandhi, quien le impuso el sobrenombre de Shantidas, aprendió de él la doctrina de la paz y de la no violencia, desde posiciones no sólo cristianas, sino incluso católicas. De regreso a Europa, fundó una primera comunidad pacifista en Montpellier, regida por estos siete principios: obediencia a la decisión común, trabajo manual, responsabilidad y corresponsabilidad, purificación, veracidad, no violencia y pobreza. Todo dentro de un marco austero, pues la jornada de la comunidad tiene su inicio a las cinco de la mañana y finaliza a las diez de la noche. Los alimentos no comprenden la carne. Tampoco se admiten asalariados, sino que todo se comparte. Otras fundaciones se esparcieron por Europa y, finalmente acababa de iniciarse una en nuestra misma provincia, en Elche de la Sierra, donde precisamente la muerte acaba de sorprender a este insigne pacifista. Hace muy poco que, con ocasión de su estancia cerca de nosotros, había declarado: «Creamos comunidades tales en las que, si todos hicieran lo mismo, no habría guerra, ni revolución, ni miseria, ni servidumbre. Compartimos nuestros bienes, no los acumulamos ni personal ni comunitariamente. Todo el sobrante que nos queda va destinado al Tercer Mundo».
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8. Dios apuesta por el hombre
Decir que el optimismo tiene la última palabra es reconocer que el pesimismo tendrá muchas de las palabras penúltimas. Decir que es la última supone igualmente que el optimismo gana esa palabra vencedora en la fe, no meramente en la experiencia de la vida; y la gana contra la incredulidad (lo que no significa contra la realidad, ni al margen de ella, ni como huida de ella...) Finalmente, decir que es la última supone recibir esa palabra como gracia.
Y por eso no es falso, aunque sea hiperbólico, decir que, el ser cristiano, en definitiva, no consiste en creer en Dios, sino en creer en el hombre. ¡Esto es lo difícil y lo milagroso! Pero creer en el hombre, no porque éste se muestre, o se haya mostrado, o se vaya a mostrar en el futuro digno merecedor de esa fe, sino por algo más radical: porque primero Dios ha creído en él, porque Dios tuvo esa audacia de apostar primero por el hombre y, en esa apuesta, le ha salvado.
José Ignacio González Faus José Ignacio González Faus