Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 184. MARZO. Año 1981
0. SUMARIO
NO PODEMOS cambiar, de repente, el mundo entero:
pero sí podemos, cada uno, dar a Dios la respuesta que su gracia nos solicita. Esta respuesta equivale a la conversión. Convertirse es, sencillamente, volver otra vez a Dios, volver todavía más a Dios, para completar la propia vida en él. El mundo se cambia de hombre en hombre, de uno en uno. A veces perdidos, enajenados mirando al mundo, nos olvidamos de lo cercano y posible que está en nosotros.
SALMO II UN PROYECTO DE DIOS PARA UNA PERSONA
EL EJEMPLO DE CRISTO
CRISTIANOS "LIBERADOS"
LOCURA Y ESCÁNDALO DEL CRISTIANISMO
TIEMPO DE CUARESMA
ESPÍRITU, PALABRA Y SACRAMENTOS
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1. SALMO II
Fe soberbia, impía,
la que no duda,
la que encadena a Dios a nuestra idea.
«Dios te habla por mi boca»,
dicen, impíos,
y sienten en su pecho:
"¡Por boca de Dios te hablo.!»
No te ama, oh Verdad, quien nunca duda,
quien piensa poseerte,
porque eres infinita y en nosotros,
Verdad, no cabes...
Tú eres el que eres:
si yo te conociera
dejaría de ser quien soy ahora,
y en Ti me fundiría
siendo Dios como Tú, Verdad suprema.
Lejos de mí el impío pensamiento
de tener tu verdad aquí en la vida,
pues sólo es tuyo
quien confiesa, Señor, no conocerte.
Lejos de mí, Señor, el pensamiento
de enterrarte en la idea,
la impiedad de querer con raciocinios
demostrar tu existencia.
Yo te siento. Señor, no te conozco,
tu Espíritu me envuelve,
si conozco contigo,
si eres la luz de mi conocimiento,
¿cómo he de conocerte, Incognoscible?
La luz por la que vemos
es invisible.
Creo, Señor, en Ti, sin conocerte.
Creo, confío en Ti, Señor ayuda
mi desconfianza.
Miguel de Unamuno 2 (42)
{2 (42)}
2. Un proyecto de Dios para una persona
ESTE TÍTULO también podría ser una definición, si nos es lícito hablar del llamamiento de Dios a todo hombre, tal como nos resulta del lado humano. Desde Dios es gracia; la respuesta a la gracia, desde el hombre, es fe.
Un proyecto gratuito de Dios, para el hombre, es lo que podemos denominar "vocación", porque en las obras de Dios nadie asume nada sin haber sido antes llamado: incluso, convocado, porque aunque Dios llama uno a uno, su llamamiento se produce frente a todos, en la Iglesia que a todos hermana fase constructiva de su reino, diferente de los otros reinos.
Este llamamiento es real y total, porque es toda la creación que ha de ser restituida a Dios. Pero esta realización y la progresión de su alcance es un misterio para cada hombre, porque se siente y experimenta, pero no se puede medir; respeta la naturaleza, la supone, pero la supera. Por esto la respuesta se produce a través del camino de la fe, no sujeta a la computación ni a las leyes físicas. Es inútil hablar de vocación si no hay, por lo menos, una brizna de fe, una mínima apertura de buena voluntad hacia Dios, o si Dios es sólo una idea, un absoluto moral, a semejanza del infinito matemático. La fe no es una cuestión de filosofía, sino una experiencia vital y totalizadora, que nos abre a la trascendencia, a un Dios personal.
Dios llama a los hombres, a cada hombre; llama para el bien porque quiere el bien de todos. Y los hombres vamos teniendo, cada vez, mayores oportunidades de entenderle y de responder a su llamamiento. Se clarifican los caminos, se simplifica la lógica de la respuesta, se hacen más puros los pensamientos que nos aproximan a él; aunque todo ello es a costa de dolores, que padecemos juntos mientras hacemos historia, mientras andamos y buscamos, mientras oímos y respondemos, mientras vemos y seguimos. No importa si, do momento, las respuestas son todavía imperfectas y borrosas. Tal vez podrían darse, en ocasiones, respuestas más contundentes, pero, con la misma facilidad, tal vez serían igualmente menos asumidas y menos conscientes. Aunque no lleguemos a la perfección, {3 (43)} no es poco si, en cada momento, nuestra respuesta es lo más sincera puede ser en relación con la capacidad del progreso alcanzado. No hay que favorecer el escepticismo agnóstico, pero hay formas de falta de te que están cerca del acto de fe. De igual modo, hay formas de apariencias de fe que son una idolatría.
Dios llama y hay que responderle. La vida del hombre, toda ella, es la gran preparación para una respuesta al llamamiento de Dios, que está en la misma puerta de la vida, y llama. Cuando le abramos nos mirará a los ojos, y dependerá de la claridad y sinceridad de nuestra mirada que podamos reconocerle y que no rechacemos o nos rebote ―absurdo, extraño.
incomprensible― su abrazo.
Dios ha hecho que solamente el hombre lleve su imagen, para que a este le cueste menos reconocer su huella en sí. Dios está cerca. Dios toca a cada hombre: Dios habla. Dios llama a las conciencias. Tiene un proyecto para cada uno de nosotros. Reconocerlo os descubrir la propia vocación. Seguirlo ce liberarse para la santidad; es responder al amor: es, de algún modo: anticipar el encuentro, el abrazo definitivo. Dios tiene un proyecto de amor para cada uno y ama a cada hombre sin detener el amor en uno solo, amando a todos. Por esto responder a Dios es responder, un poco, también en nombre de todos. Y reconocer su amor es disponerse a amarle y a amar a todos.
3. EL EJEMPLO DE CRISTO
Si buscas un ejemplo de caridad: Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por los amigos. Es lo que hizo Cristo en la cruz. Luego, si él dio la vida por nosotros, no nos debe ser gravoso sufrir lo que sea por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, la más excelente está en la cruz.
Dos son las excelencias de la paciencia: o bien que el sufrimiento es muy grande, o bien que el sufriente podría evitar el propio dolor y no lo hace.
Si buscas un ejemplo de humildad, mira a Cristo crucificado: Dios aceptó ser juzgado por Poncio Pilato y aceptó morir.
Si buscas un ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Así como por la desobediencia de un hombre solo (es decir, Adán) muchos se hicieron pecadores, del mismo modo, por haber obedecido uno solo (Cristo), alcanzarán la justicia los demás.
Si buscas un ejemplo de desprendimiento de las cosas del mundo, sigue al que es rey y señor de los que dominan, en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, pero síguelo cuando está desnudo en la cruz, escarnecido, escupido, azotado, coronado de espinas y le dan de beber hiel y vinagre.
Santo Tomás de Aquino 4 (44)
{4 (44)}
4. CRISTIANOS "LIBERADOS"
EN ESTAS mismas páginas aludimos al llamamiento de Dios a cada hombre, y a la respuesta que éste debe darle desde la fe. Pero se dan especiales llamamientos de Dios a los hombres que llevan consigo la urgencia de una determinada disposición identificadora con la persona de Cristo y con su misión, por la que, el llamado, ya no se encuentra ―o no se encuentra solamente― yendo hacia Dios desde la propia vida, de los propios intereses e ideales, desde las contingencias terrenas, sino que se encuentra yendo al mundo desde Dios, como compartiendo los intereses y las miras de Dios por todo lo que contempla frente a sí en los caminos del mundo. En todo cristiano "viador", en todo caminante fiel se dan, sin duda, estas dos tensiones; pero cuando aumenta el énfasis o impresión identificadora con Cristo, nos encontramos con aquella forma de llamada de la gracia y de respuesta de la fe que los espirituales de la Edad Media llamaban "vida apostólica", porque tenía los rasgos de aquella que determinó la existencia y la dedicación de los primeros apóstoles y de sus inmediatos seguidores cuando asumían la plenitud de las exigencias evangélicas para consagrarse a Dios, servir a la Iglesia liberados de otras solicitudes, y dedicarse al anuncio (con la vida y con la palabra) del reino que no es de este mundo.
En todos los tiempos de la vida de la Iglesia ha habido cristianos que han percibido esa llamada especial de parte de Dios y la han correspondido. También hoy Dios sigue llamando y sigue obteniendo respuestas de los que no endurecen el corazón al reclamo divino.
Y, aun cuando en la actualidad se {5 (45)} habla de "crisis de vocaciones", resulta siempre difícil medir el alcance de las aparentes bajas, porque los efectos de la gracia de Dios en la Iglesia (la "vocación" siempre es una gracia) no son mensurables ni con cifras ni con estadísticas. No sería difícil, por otra parte, registrar cómo, históricamente, las épocas que parecían más infelices para la vida de la Iglesia, dieron grandes santos y fundadores de obras de apostolado y de formas y estilos de consagración evangélica, que compensaban de las crisis o eran remedio de los males que en apariencia asediaban a la Iglesia.
En la actualidad también se dice que vivimos una época de crisis.
Asistimos a un mundo aquejado por una profunda transformación cultural, que a todos alcanza y, por consiguiente, también a la Iglesia, y también a los que pueden oír y son llamados a responder a la invitación de Dios en un seguimiento de Cristo por la consagración de la vida al Evangelio. Tampoco aquí podemos medir la gracia. Aunque nos sea lícito suponer que, si es que realmente disminuyen las vocaciones, ello no redundará en daño para la Iglesia, sino que será para su purificación. Serán los mismos cristianos los primeros que deberán revisar sus propias ideas referentes al sacerdocio cristiano y a la vida de consagración evangélica. Y acabaremos agradeciendo a la Providencia que nos haya dejado vivir en esta época maravillosa, desde la que se prepara el amanecer de tiempos para los cuales somos nosotros llamados a disponer formas y modos de presencia en el mundo y de entrega a Dios que sirvan de anuncio cristiano y de estímulo para la fe de los hombres de buena voluntad que también viven en esta época nuestra. Porque Dios nos ha tenido esta confianza.
Es verdad que este amanecer doloroso y hermoso al mismo tiempo, no nos libra de los egoísmos e ignorancias que aún tenemos y arrastramos como lastre entorpecedor, que nos dificulta entender la verdadera naturaleza del Reino de Dios, apreciar el valor de la gracia, conservar la pureza del Evangelio y la vigencia de las palabras de Cristo sobre "la mejor parte" elegible en su Reino de paz, abnegación y amor, más que en el mundo y más que la misma vida.
Pero sabemos que, como los hubo en el pasado, también los hay en nuestros días, y seguirá habiendo en el futuro: corazones jóvenes para quienes Dios, el apostolado, el mundo que hay que santificar y el Reino de Dios ni son un "hobby" que les entretiene y divierte, ni una compensación sentimental que les distrae de peligros mundanos, ni un refugio de protección segura o de promoción fácil para ascensos honorables que la vida civil hacía más arduos, entre las ansias de los triunfos humanos. Superando esas tentaciones y miserias, la llamada {6 (46)} crisis vocacional de nuestro tiempo, puede servir para que entre todos descubramos y comprendamos mejor que la respuesta al llamamiento especial del Señor, no basta que sea lógica, sino que debe ser, además, enamorada. Solamente el amor de quien sea capaz de amar con la entrega total de la vida, podrá dar respuesta cabal a la invitación de Dios, desde la orilla de los pequeños y grandes mares de nuestro tiempo. Y responderá afirmativamente y mantendrá con gozo la fidelidad de la respuesta el que sea capaz de un amor de entrega que supere la inmediatez y exclusividad de las respuestas que dan los amores de este mundo, y que lo haga, no por inhibición o incapacidad afectiva, sino por afinamiento espiritual y por generosidad: porque sea capaz no sólo de amor, sino de un súper-amor.
Esos serán los cristianos "liberados", los de dedicación total al Reino de Dios. Y no nos faltarán en la medida en que el conjunto de cristianos no los tomemos como una especie de empleados de lo santo, de burocracia sacristanera, de casta clerical frente a la cual simultaneamos la comodidad de delegar en ella deberes simbólicos que nuestra profanidad elude y la mordacidad despectiva de críticas miserables.
Cuando alguien se lamenta de la escasez de vocaciones debe examinarse de lo que él mismo ha hecho para remediarla. Si él mismo ha sido llamado; si en su familia favorece las condiciones en las que los más jóvenes puedan percibir el llamamiento divino y puedan seguirlo; si es respetado el sacerdocio cristiano y la vida evangélica de dedicación plena a Dios, en las conversaciones domésticas... A menudo se tiene en poca estima tanto el sacerdocio como la vocación religiosa o, a lo sumo, se considera como algo raro, muy poco probable para los propios o sólo para los demás. Cuando se habla del porvenir de los jóvenes o a los jóvenes, se nombra siempre el dinero, el triunfo simplemente humano y cómodo de una vida futura fácil y asegurada materialmente. Si se alude a algún sacrificio, se justifica siempre para obtener luego la compensación de un beneficio propio (profesional, social, económico), y casi nunca el de la abnegación para emprender y mantenerse en una tarea u ocupación que redunde en servicio generoso a los demás. El egoísmo inspira las planificaciones para el futuro de los hijos, y de egoísmo se les habla y con egoísmo se les prepara para el futuro. De donde, muchos jóvenes ya entran en la vida prematuramente envejecidos y sin capacidad para verdaderos ideales. Serán los egoístas (más o menos "educados") de mañana, aunque tal vez barnizados de una fe que no les servirá ni para resolver su vida en el mundo, ni para entenderlo desde una perspectiva cristiana, ni menos para {7 (47)} {8 (48)} preparar luego a los demás. El contraste de egoísmos con que luego se encontrarán, les enseñará tácticas, y tal vez lleguen a ser hábiles, pero no buenos. Hablarán de amor, ciertamente, pero no sabrán lo que es, porque lo cofundirán con sentimentalismos hueros o pasiones egoístas.
Es posible no comprender qué es la "vocación". Ciertamente, no comprenderá nunca el que no sepa amar. Quien no sea capaz de entender qué es tratar con Dios, qué es amarle personalmente, tampoco comprenderá jamás qué es la vocación. La Iglesia será, para él, una organización para el culto, o una entidad moralizante, o una agencia benéfica, o un poder internacional, o algo por el estilo, pero sin profundidad radical, aunque tal vez útil, decoroso y complementario para gentes llamadas "de bien". Y seguirá aplaudiendo que "otros" cuiden de ritos y ceremonias, o prediquen decencia y sumisión, o repartan bonos de pan a hambrientos o recojan a los enfermos que estorban en las familias o a los ancianos que abandonan los hijos...
Pero, de amor, nada. De amor no entienden. Y seguirán siendo egoístas hasta en lo que llamen "amor".
En la medida en que los cristianos, conjuntamente, nos vayamos liberando de estos males, de esta visión pagana y deformadora del cristianismo y de la Iglesia, no nos faltarán buenas y santas "vocaciones".
DECIR que la religión cristiana es mística es decir que es sacramental.
Los sacramentos son "misterios" con los que trabaja Dios, y nuestro espíritu trabaja también con él, bajo el impulso del amor divino...
Pero hemos de tener en cuenta el no confundir el misticismo sacramental cori una especie de magia. El sistema sacramental es objetivo en su funcionamiento, pero la gracia no se comunica a quien no está dispuesto convenientemente.
Los sacramentos no producen efecto allí donde no hay amor. Así, un catecúmeno es bautizado y queda limpio y transformado por el Espíritu Santo; pero ello implica una elección y un compromiso personal, implica la aceptación de una obligación y de la resolución de llevar una vida cristiana. El bautismo no produce fruto, a menos que entendamos que se recibe por él una nueva vida en Cristo y que hemos de darnos para siempre a Cristo, y vivir como hijos de Dios.
Thomas Merton
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5. Documento: LOCURA Y ESCÁNDALO DEL CRISTIANISMO
Con este título, José M.* Valverde dio una conferencia en el monasterio de Montserrat, hace dos años, en Cuaresma. José M. Valverde es catedrático de Estética en la Universidad Central de Barcelona. Hombre cristiano, había abandonado voluntariamente esta cátedra cuando acababa de ser cesado en la suya el profesor Aranguren, catedrático de Ética de la de Madrid, solidarizándose con él porque «cuando no es posible la Ética sobra la Estética». El cambio de situación obrado en el régimen español ha restituido a ambos a sus respectivas cátedras. Es también poeta y crítico literario. En la introducción a la conferencia cuyos párrafos esenciales transcribimos, José M.ª Valverde decía que se proponía «desarrollar una suerte de consideraciones históricas que gira en torno a unas palabras de san Pablo, las palabras famosas de que el cristianismo es locura para los griegos y escándalo para los judíos; que quiere decir más o menos: locura para los intelectuales, los sabios y, al mismo tiempo, los hombres del Imperio que representaban y constituían la sociedad en grande; por otro lado, escándalo para los judíos es escándalo para los hombres de la piedad hecha institución, de la piedad unida a una raza, unida a un pueblo». Y dijo así:
PENSEMOS que la locura y el escándalo venían ya no solamente desde la plenitud del cristianismo, con Jesucristo, sino desde la promesa, desde la constitución misma del pueblo de Dios, que se establece con la llamada de Abraham. Abraham, de una manera especial, entra en la alianza con Dios cuando Dios le manda sacrificar a Isaac. Esto era realmente locura y escándalo: locura en cuanto que era una contradicción interna, aparentemente, en Dios, porque le había dicho que en su hijo le daría la gloria y descendencia, y ahora resultaba que le mandaba matarlo...
Sabemos ya cómo se resolvió la contradicción del mandato inesperado y paradójico.
{10 (50)} Pero la contradicción vuelve a plantearse en Jesucristo de una manera suprema. En el orden intelectual ya es un grave escándalo el que Dios se haga un hombre, como uno más, como un hombre que tuvo una cara, un cuerpo, y que vivía como todos. Y entonces, cuando empieza a hablar, encontramos que toma una actitud muy peculiar, que también, como la actitud de Abraham, está más allá de la moral y de la ética, hay, por ejemplo, un pasaje del Evangelio en que se cuenta que se le acerca un hombre y le dice algo muy legítimo: «Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia». Es algo justo y natural. Y, sin embargo, Jesucristo le rechaza, le dice:
«Hombre, ¿quién me ha puesto a mí como mediador entre vosotros?». Yo recordaba esto hace poco, cuando ha habido dos gobiernos en Sudamérica que han pedido la mediación pontificia para resolver no sé qué pequeña cuestión de una islita. (Es triste establecer este paralelo). Jesucristo, sorprendentemente, no hace hincapié en lo que suele ser nuestra vida moral, lo da por supuesto ya., Naturalmente que los padres deben amar a los hijos: cuando un hijo pide a su padre pan, el padre no le va a dar una piedra, etc., etc. Pero esas cosas «ya les interesan a los paganos», no hace falta que se insista en esto; para esto no hacía falla la Encarnación de Dios en Jesucristo. Incluso en el terreno de la familia, Jesucristo parece como descuidarla: quien no prescindía de su padre y su madre no puede entrar en el Reino de Dios... Y cuando a su madre a buscarle con sus parientes, con sus hermanos, y le dicen: « Ahí está tu madre y tus hermanos que te buscan», el contesta: a Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios, la palabra de mi Padre».
Esto llega a su crisis en la muerte de Jesucristo, cuando los judíos, muchos de ellos, han empezado a comprender que Jesús no iba a ser quien liberara al pueblo de Israel, que es lo que ellos estaban esperando como unido a la promesa. Entonces viene el abandono, viene incluso la traición y gran equívoco de que a Jesucristo le infligen una muerte política: la crucifixión, que era la pena que se {11 (51)} daba a los rebeldes contra el poder imperial; siendo así que Jesucristo en realidad no se había pronunciado en ese aspecto. El conflicto, un conflicto muy difícil porque no lo podemos reducir nunca a unidad, queda establecido así:
por un lado, sí, evidentemente, hay que amar lo bueno de este mundo, hay que amar a nuestra familia, hay que respetar la ciudadanía de la sociedad en que estamos... pero «esas cosas ya les interesan a los paganos». Como cristianos, dirá san Pablo, «nuestra ciudadanía está en los cielos». Y esto algunas veces es difícil de conciliar. A veces da lugar a conflictos, y en general resulta muy difícil de pensar al mismo tiempo. Estamos como viviendo siempre en dos mundos a la vez, en dos planos a la vez.
El drama de san Pablo
Esta tensión, esta dualidad, la vive dramáticamente san Pablo; ya en el episodio donde cuenta que le llaman ante el procurador imperial Festo, vemos cómo empieza de una manera muy elocuente ―Pablo era hombre culto, hablaba muy bien el griego, era ciudadano imperial―, hace su saludo imperial ante el procurador y empieza su alegato, pero hay un momento que llega a decir que él cree en un hombre que murió y que ha resucitado. El procurador, que le había escuchado con mucho interés, se echa a reír y le dice: «Las muchas lecturas, Pablo, te han enloquecido». ―Vuelve aquí el tema de la locura―. Luego hay el episodio importante, significativo, cuando llega a Atenas y se encuentra en el Areópago, donde se reunían tantos, diríamos hoy, "intelectuales", que se pasaban el día discutiendo y charlando. Allí hace un discurso, también muy bien preparado conforme a la retórica clásica, aprovechando que ha visto un altar al dios desconocido; les dice que él viene a hablarles de ese Dios desconocido; pero hay un momento en que les dice que él cree en un hombre a quien mataron y resucitó... Y entonces se echan a reír todos aquellos intelectuales le dicen: «Ya te oiremos hablar de eso otro día». Sin embargo, se dice en los Hechos de los Apóstoles: «algunos se convirtieron».
Pablo llega a decir en un momento dado, desengañado ya de la posibilidad de encontrar una conciliación entre la cultura clásica y el mensaje cristiano: «No os dejéis seducir por la filosofía y el vano engaño, siguiendo la tradición de los hombres».
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La era de Constantino
En todo caso, la tensión es muy fuerte. Es muy difícil vivir en los dos mundos por separado, e inmediatamente los primeros cristianos ya buscaron una unidad. Los padres apologetas buscan ser reconocidos como buenos ciudadanos. Y hay ya inmediatamente Padres que quieren recoger la filosofía griega para ponerla alrededor del cristianismo. Y esto, luego, pronto, llega a tener una versión social y política, cuando se declara al cristianismo religión oficial del Imperio, es decir, religión que en principio se supone que profesa el emperador y profesan los funcionarios y que el Imperio reconoce como única religión importante. Más adelante surge la gran falsificación del documento por el cual Constantino habría dejado a la Iglesia en su testamento Roma y todas las propiedades y dominios imperiales. Y es que, efectivamente, la civilización y la cultura son unos valores positivos... Y ¿por qué no habría que reunirlos con la fe cristiana?
La mística del trabajo
Cuando se hunde el Imperio de Occidente, también vemos al cristianismo cumpliendo una función civilizadora, muy legítima, muy positiva. Pensemos en cómo en la vida monacal aparece la idea del ora et labora ―reza y trabaja―. Y el dignificar el trabajo poniéndolo a la altura de la oración representó entonces una gran revolución social, un cambio de mentalidad. Si, efectivamente, "reza y trabaja". Pero el problema es el y. ¿Qué quiere decir ese "y"?:
¿que es lo mismo?, ¿que el trabajar forma parte de la oración?... Esto último es lo que se ha dado a pensar en el mundo moderno. En esto quizá empezaron antes los protestantes, sobre todo los calvinistas: la "ética del trabajo" de que tanto se habla ahora en los Estados Unidos, y en el ámbito católico lo que se ha dado a llamar "la santificación por el trabajo". Cosa ésta que es bastante discutible...
No olvidemos que el trabajo, tal como es en la realidad, aparece en la Biblia como un castigo dado a raíz del pecado original: Adán, sí, haría cosas, haría algo antes de pecar; pero después del pecado, el trabajo se convierte en un peso, un castigo. Y ésta es la situación en que estamos.
Además, esto tiene una consecuencia en cuanto a un terreno actualmente muy discutido: el terreno de la educación, educación en cuanto institución objetiva, social. Se habla mucho de "educación cristiana". Confieso que es un término {13 (53)} que yo no he llegado nunca a entender claramente, yo que no he hecho otra cosa en mi vida más que enseriar.
Porque al fin y al cabo, la escuela, la universidad, son instituciones de la sociedad, instituciones que preparan para la inserción en la sociedad, para ser una pieza dentro de la gran máquina. Y esto no está mal; pero no es cristiano, no es específicamente cristiano.
Esperanza de liberación
Lo cristiano es precisamente la esperanza de liberación respecto a las obligaciones a que estamos sujetos aquí en este mundo, a las renuncias, a las claudicaciones, a las alienaciones que impone la sociedad en el trabajo; y la vuelta a la inmensa fiesta que esperamos y que debemos procurar actualizar y vivir dentro de nuestros arios. ¿Santificamos las fiestas? Quizá no. Sí, nos queda el tiempo libre, pero hemos perdido quizá el sentido auténtico de la fiesta, el sentido del ocio cristiano, de que verdaderamente nuestra vida de oración tiene que ser como un intermedio, diríamos, corto un ámbito en que tomamos una cierta venganza respecto al tiempo ocupado, en que somos otros, en que empezamos a ser algo más allá de las cadenas de nuestras obligaciones.
Bien, la historia continúa, ya lo sabemos, con una tensión constante entre la Iglesia como institución que forma parte de las instituciones de este mundo y la Iglesia como reunión de los creyentes en Cristo, entre los cuales a veces surgen movimientos y personas que vuelven a llamarnos a la radicalidad del mensaje cristiano, el mensaje original de redención. Hay un momento en que esta situación llega a entrar en crisis. Y creo que esto es parte de la crisis de nuestro siglo. Como todas las crisis de nuestro siglo, se prepara en el siglo XIX, y quizá es Kierkegaard el pensador que lo prepara.
Kierkegaard
En todas las revoluciones, sean políticas, intelectuales, literarias o científicas de nuestro siglo, hay detrás un gran hombre del siglo XIX. Y éste es el que yo querría recordar aquí; un pensador que, por otra parte no se leyó hasta principios del siglo XX y tal vez, diríamos, hasta la primera guerra mundial, removiendo las raíces de nuestra situación cristiana, volviendo a llamarnos otra vez al Evangelio. De él quiero únicamente recordar un par de {14 (54)} cosas. El llamaba "reduplicación" a que lo que se dice so tiene sentido cristiano cuando se vive y se hace al mismo tiempo. La palabra que no va acompañada de la acción no tale nada y muchas veces es incluso contraproducente Pero, a la vez, hay otra cosa: que cuando decimos algo muy importante, como es lo cristiano, puede ocurrir que sed mejor que no lo digamos del todo abiertamente, sino que lo insinuemos y a través de nuestra vida e indirectamente en nuestras palabras llegue poco a poco a hacerse presente a los demás, porque el mensaje puede ser quizá demasiado grande para nuestra voz y para nuestra persona. Kierkegaard fue un hombre que practicó lo que decía.
En su vida hay, para empezar, una gran renuncia: él iba a ser párroco luterano, iba a casarse, iba a vivir tranquilamente con su sueldo del Estado, con una mujer que le quería, iba a tener su familia... Pero pensó: ¿qué sentido tenía montar toda esa vida tranquila y feliz sobre el hecho que mil ochocientos años antes habían matado a un hombre en la cruz? Le pareció monstruoso. Renunció silenciosamente a su amor, a su proyecto de vida familiar, a su proyecto de párroco, y se dedicó solamente a escribir.
Y ésta es la obra que ha tenido y que tiene eco en nuestro tiempo, removiendo, como decía, primero algunos pensadores protestantes, y luego también, hondamente, el mundo del pensamiento católico.
El siglo XX
Entramos aquí en el terreno de nuestro siglo. En nuestro siglo, sobre todo los primeros veinte o veinticinco años han sido de una radicalidad enorme en cuanto a cambiar los supuestos de nuestra mente, de nuestra vida. Me limito a aludir simplemente a hechos como el de la gran revolución política en la que se demostró que la sociedad podía fundarse sobre algo diferente a lo que había venido siendo su fundamento acostumbrado: la propiedad privada. Pensemos también en la ciencia: sencillamente, se vuelve incomprensible, deja de utilizar el lenguaje humano y sólo emplea un arcano sistema de signos matemáticos, que los científicos entienden pero que a los demás no nos dicen nada, y en que se plantean paradojas absolutamente sorprendentes para los demás; es decir, la ciencia se vuelve algo misterioso; y ésta es, vista desde fuera, su revolución, aparte de sus consecuencias prácticas también revolucionarias, {15 (55)} como por ejemplo: la energía nuclear. Aparece también una inmensa revolución en el arte: aparece un sistema nuevo de pintura, un sistema nuevo de arquitectura, construido absolutamente sin tener en cuenta la tradición. También hay un sentido nuevo de la literatura, hecha desde lo que es quizá el punto central de todo cambio de mentalidad: la conciencia del lenguaje, la conciencia de que la vida mental es lenguaje, siempre tiene que ser lenguaje y no sirve para nada apelar a un mundo de conceptos anteriores. Esto cambia por completo La situación del pensamiento, la situación de la filosofía. Eso para el cristianismo representa una profunda perspectiva porque nosotros precisamente estábamos preparados para entender esto: porque nosotros creemos que Dios es Palabra, que la Palabra se hizo carne y estuvo entre nosotros y habló entre nosotros... y toda nuestra fe es el relato de la historia de la salvación, aceptado tal como la rezamos en el Credo y como lo vivimos en la repetición de la liturgia.
Reacciones frente a la nueva cultura
Dentro de estos cambios, tan enormes que todavía no los hemos llegado a asimilar y a aceptar bien, el cristianismo encuentra que la cultura está en un momento en que sabe lo que es, y en que no tiene una consistencia propia; un momento quizá, de nihilismo cultural, aparte que las instituciones y la sociedad estén todas puestas en cuestión. Es decir, por un lado, la crisis de la cultura se retine con esta suerte de crisis de la conciencia del cristianismo que ya no quiere seguir siendo simplemente lo que había venido siendo desde hace más de mil quinientos años. Entonces, ¿qué puede pasar con el cristianismo?
Hay diversas actitudes. Yo voy a elegir tres fundamentalmente, actitudes que me parecen plausibles, admirables, pero que quizá no sean lo suficientemente radicales desde el punto de vista cristiano:
Conservadurismo cristiano-occidental
Una es la actitud tradicional, la conservadora, el decir: «Bueno, las cosas han venido siendo así, vamos a continuarlas, aunque ya en fondo sabemos que esto no tiene completamente sentido; ya sabemos que la civilización y la cultura quizá no sean buenos vehículos para el mensaje de la redención cristiana; pero esto puede ser un {16 (56)} mal menor; más vale continuar, apurar las consecuencias; al fin y al cabo los peligros son muy grandes, y si abandonamos el sistema, de lo que se llama la civilización cristiano-occidental, no sabemos que podría pasar; entonces continuemos...».
Reducción a la justicia
Otra segunda actitud, por la que tal vez yo, personalmente, sienta mayor simpatía, pero con la que tampoco estoy completamente de acuerdo, es la que podríamos llamar "reducción a la justicia". «El mundo está en una situación intolerable; ya no podemos consentir tranquilamente la sociedad como está establecida en este planeta, con todo lo que tiene de violencia, de explotación, de robo sistemático; vemos a los países pobres hundirse cada vez más en la miseria, mientras los ricos cada vez se aprovechan más de ellos...» Esto realmente "clama al cielo", cuanto más que no podemos menos de recordar ciertos pasajes evangélicos; por ejemplo, el Juicio Final tal como aparece descrito en el capítulo XXV de Mateo: «Venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis...» Creo yo que el cristiano, en este sentido, debe estar con todos los que sienten la inquietud a favor de la justicia; pero como uno más entre ellos, simplemente colaborando con ellos, y sin reducir su fe al ejercicio y la defensa de la justicia.
Reducción a un nuevo humanismo cristiano
Cabe también otra tercera vía: la "tercera fuerza", diríamos, el ideal de un humanismo cristiano, el afirmar:
«El cristianismo tiene mucho que decir, no tiene necesidad de unirse a otros, ni capitalismo ni comunismo; el cristianismo puede dar sus propias fórmulas sociales, puede dar su propia moral», etc., etc. Yo también admiro y respeto esta tercera posición. Hay altísimas figuras en la Iglesia que la profesan. Pero creo que tal vez falta ahí un último alcance de radicalidad cristiana. Hay también algo de deseo de reducirlo lodo a unidad, de ver el plano de la fe y el plano de todo lo bueno de este mundo como una sola cosa, en una sola perspectiva: es decir, es el intento de superar esa extraña dialéctica a que aludía antes. Esa incomodidad de que tengamos que vivir al mismo tiempo en dos planos puede tener un aspecto ligeramente {17 (57)} patológico. Se puede decir que el cristiano en ese sentido es un poco esquizofrénico: por un lado, entregándose sin reservas a todo lo que haya de bueno en este mundo, en colaboración e incluso a las órdenes de aquellos que no son cristianos y trabajan en esa causa; y al mismo tiempo, reservándose otra perspectiva desde la cual todo lo bueno que se haga aquí no es absolutamente nada. Esto es muy difícil, sobre todo si queremos mantener un cierto optimismo histórico.
Ironía del radicalismo Cristiano
Es decir, creo que hay tres perspectivas, las tres con mucho de positivo, las tres admirables. Pero yo no llego a identificarme con ninguna de ellas. Me temo que el cristianismo, si quiere ser radical, tiene que aceptar esta suerte de vacío, esta suerte, si se quiere, de nihilismo… no, no es una buena palabra; más bien diría esta suerte de ironía. Sí, por un lado, a todo lo bueno de este mundo; pero, por otro lado, pensemos que nuestra patria tampoco está aquí. Pensemos que nuestro Dios es un Dios misterioso, libre, con esa locura propia del amor. El amor es siempre algo que se resiste a toda razón, a toda justificación... Ése es nuestro Dios, ése es el Dios en el que no cabe que nosotros establezcamos ninguna explicación y ninguna interpretación de la sociedad y del porvenir histórico, por mucho que militemos en todo lo que nos parezca justo y razonable.
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Espíritu, {T} Palabra {T} y sacramentos {T}
SOLAMENTE podemos convencernos, racionalmente, de que la fe no se opone a la razón; pero no podemos, desde la razón, llegar por medio de mecanismos lógicos, a la fe. La fe primera siempre es una gracia, un don de Dios. El hombre solamente puede remover obstáculos a esa acción de Dios.
Dios no obliga al hombre; lo ha creado libre e, incluso para hacerlo santo, respeta la libertad de la criatura. Esa libertad llega a ser solicitada por Dios, pero no violentada ni substituida. Aunque Dios interviene gratuitamente en el bien y en la elevación sobrenatural del ser humano, quiere que todo paso hacia la purificación y cada momento de su proceso, se lleve a cabo concurriendo la voluntad humana. Es como un sobreañadido de generosidad a la misma gratuidad divina, para que, el bien que nos hace, sea a la vez de Dios y del hombre. Es difícil reducir a leyes la exquisitez de la acción de Dios en cada hombre: es espiritual, es inefable, es profunda y misteriosa; pero es verdadera y real como la historia misma de cada libertad.
Se equivocaría quien pensara que, frente a Dios, le basta al hombre alcanzar esos mínimos de decoro espiritual que solemos definir como "ausencia de pecado grave" o "conversión a las creencias cristianas". No se es cristiano porque, superado un obstáculo moral, y hecha una confesión, se entre descansar en la posesión de lo que también llamamos demasiado fácilmente "estado de gracia", como gozando de una renta de bendiciones en la que a veces no se sabe bien si el hombre ha dejado los pecados o si los pecados han dejado al hombre. Sería muis adecuado decir de quien quiere ser un buen cristiano, no que vive en "estado de gracia", sino que vive en "estado de conversión". El tiempo que nos va durando la vida y todo lo que encontramos en la sucesión de nuestro camino por el mundo está ordenado al proceso de esa acción transformadora que no cesa, en nosotros, del Dios gratuito y de nuestra libertad abierta a su influjo. Es el Espíritu de Dios en nosotros, que no debemos extinguir, porque su como un rescoldo interior que nos va purificando, iluminando, transformando.
Es correcto valernos de la metáfora del fuego para referirnos al Espíritu. Y la completamos si, aventando cenizas que lo envejecerían, alimentamos su calor y su resplandor con la Palabra de Dios, para que se haga llama de pensamientos y claridad de verdades divinas en nosotros. Es entonces cuando los 9ucrlmentog ―que son inicio o hitos de santificación, "encuentros con Cristo", como dice Schillebeeckx―, no nos resbalan, superan el estricto ritualismo repetitivo y nos hacen profundizar en el misterio cristiano, especialmente en la celebración y participación eucarística.
Tiempo de Cuaresma.
¿Qué menos que tratar de ordenar mejor el propio tiempo, y lograr un espacio para poder acudir y participar, diariamente a ser posible, en la Eucaristía? Atender a la Palabra de Dios, y revisar nuestras actitudes frente a la vida, desde la fe, como una respuesta agradecida al llamamiento del Señor. Y hacerlo con el tiempo debido, sin recortar la atención que se merece la preferencia de la gracia y de la propia santificación.
La organización social sólo existe para el servicio del hombre.
Ni siquiera en situaciones excepcionales que pueden surgir a veces, puede justificarse nunca violación alguna de la dignidad de la persona humana o de los derechos básicos que garantizan su dignidad. La legítima preocupación por la seguridad del país, según las exigencias del bien común, podría llevar a la tentación de subordinar al Estado la dignidad y los derechos del ser humano. Cualquier aparente conflicto entre las exigencias de la seguridad y las de los derechos básicos de los ciudadanos debe resolverse según el principio fundamental, siempre defendido por la Iglesia, de que la organización social sólo existe para el servicio del hombre y la protección de su dignidad, sin que se pueda pretender que sirve al bien común cuando no están garantizados los derechos humanos.
JUAN PABLO II, en Manila, 17. 2. 1981