Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 187. OCTUBRE. Año 1981
0. SUMARIO
OTRA VEZ se procesa el esfuerzo, y se vuelca la semilla en los surcos, pan condensado de una cosecha para otra cosecha. Otra vez la apuesta de las semillas y el silencio de las raíces, mientras las lluvias vienen a purificar el aire, para que la esperanza se haga pura sobre los caminos limpios, por los que nos llegará, cada dia, el pan de la vida que sigue, más silenciosa-si cabe― y más escondida, pero para darnos, más allá del ciclo de frio, cuando vueluu otra vez el verano, el milagro de su multiplicación.
«LABOREM EXERCENS»
TERESAS
COMUNISMO Y CRISTIANISMO
EL PASO DE SANTA TERESA POR LA MANCHA
LOS LÍDERES DEL FUTURO
SAN FELIPE NERI Y SANTA TERESA DE ÁVILA
LA LIBERTAD Y LA IGLESIA
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y EL MITO
DIÁCONOS
PARA EVITAR EL ANALFABETISMO CRISTIANO
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1. "LABOREM EXERCENS", UN PASO ADELANTE EN LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
LOS PRIMEROS comentarios, especialmente provenientes desde Italia, indican que este documento papal dará pie a muchas reflexiones. Donde parece que ha suscitado mayor interés, en el ámbito europeo, c9 en Francia, donde "La Croix" ha publicado el texto integro, y "Le Figaro" y "Le Monde" amplios extractos. La prensa germano-occidental insiste en la defensa que el Papa hace del derecho al trabajo y, asimismo, que en el documento se refleja la vida y experiencias del propio Papa en Polonia, donde fue obrero en su juventud y pudo conocer de cerca el sistema socialista.
A propósito de ello, el cardenal Koening, arzobispo de Viena, afirma que la encíclica es objeto de optimismo y esperanza, en particular porque contiene una disposición al diálogo con el marxismo y la idea fundamental de la prioridad del hombre con respecto al capital. Marxismo y capitalismo son igualmente rechazados ante la primacía del hombre, cuyo ser y actividad no puede diluirse en una socialización que lo sacrifica al capitalismo de estado, ni en la mera utilidad cuantitativa y monopolistica del concepto de capital.
De América Latina vienen las primeras reacciones de entusiasmo, especialmente de Brasil y Colombia. La Iglesia brasileña cree que no podía haber llegado en mejor momento». El secretario general de la Conferencia Episcopal del Brasil ha destacado estas palabras del pontifice: «En algunos países en vias de desarrollo hay millones de hombres que están obligados a cultivar las tierras latifundistas, sin esperanza de poder alguna vez llegar a la posesión siquiera de un pedazo mínimo de tierra». Este párrafo se refiere, sin duda, a lag «personas que quedan sin defensa ante el "hambre de tierra" de individuos o grupos podero- sos.
La enciclica también ha fortificado el movimiento sindical colombiano que se balla en una difícil situación ante la amenaza de un «paro cívico nacional precisamente en este mes de octubre.
Las organizaciones sindicales colombianas han presentado reclamaciones al presidente de la República que concuerdan con los derechos que proclama la enciclica.
También en Argentina, el secretario general de la Confederación Nacional del Trabajo ha declarado que el documento papal wresume las aspiraciones de todos los trabajadores del mundo.
En España han sido pocas las reacciones. Sin embargo, Antonio Montalbán, secretario general de CC. OO. del país valenciano, afirmaba que el Papa reconoce una serie de principios y valores sociales de aplicación universal con una claridad nunca vista hasta ahora en los documentos oficiales de la Iglesia católica.
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2. Teresas
CUANDO a la santa de Ávila le impusieron el nombre de Teresa, acababan de elegir uno que no estaba en el santoral cristiano. Luego ella, desde niña, lo echaría en falta y tomaría la resolución de una entrega total a Dios cuando mirase al cielo pensando en aquella vida que en Dios nos espera y que dura «para siempre, siempre, siempre...» Mucho más tarde, otra niña que también se llamaría Teresa, se puso a contemplar, arrobada, el firmamento y creyó ver escrito su nombre en lo alto, con perlas encendidas, en la forma de la T de la constelación de Orión.
Y decidió igualmente hacerse santa. Ahora, una y otra, son como luces del firmamento cristiano en el cielo del mes de octubre, en que la Iglesia hace recuerdo de ambas.
Fue de tanto mirar al cielo y de pensar en el infinito desde el corazón.
La primera, andando por muchos caminos, pero recorriendo, sobre todo, el interior del espíritu hasta la morada donde Dios habita y nos espera; la segunda, sin moverse del claustro, cuyo umbral cruza en plena adolescen:
cia, aunque madurísima de gracia, y mirando y llevando en el corazón la proyección apostólica del florido campo de las misiones.
Distintas en el tiempo, el lugar, la edad, los temperamentos; pero semejantes en la opción única por la santidad y en el medio esencial ―fidelidad a la gracia por la oración, a través del cual la alcanzan. Semejantes también porque ambas biografiaron sus experiencias y hablaron y escribieron, por obediencia a sus superiores, de lo que realmente habían vivido.
La santidad es la fidelidad a la gracia, es recibir y guardar un don de Dios, es reconocer y no despreciar a Dios que nos llama y nos bendice...
Pero todo esto no es posible sin mantener vivo el trato con él, porque es más que una doctrina y que un saber teórico. Por ello exige la realidad del trato personal con Dios y la sinceridad que limpia de impurezas la mirada y el pensamiento cuando se descubre y reconoce su presencia en la profundidad del propio ser y en la realidad envolvente que todo lo relaciona {3 (127)} con él. Todo lo demás tiene menos importancin, y hasta ninguna importancia, si no so sumn A osta mirada, si no empuja este latido. Los caminos para que sea Asi pueden ser distintog para cada santo y para cadn cristiano, pero todos llevan a la síntesis de esta contemplación y trato personal y consciente y a este movimiento que se proyecta total y serenamente hacia Dioscomo una mirada y como un latido que sólo a él busca y sólo en el descansa.
La Teresa española, por los caminos quemados de sol o quebrados de hielos, y más tarde la Teresa francesa, desde las brumas normandas, miraban hacia el alma y miraban hacia el cielo y querían para ellas y para todos los hombres, que el mundo llegara A Ser camino de Dios. Recordarlas, Procurando evitar la facilidad trivial del mito con que ―como a otros santos- A veces se loa ha deformado, puede sernos un estímulo para agradecer los dones de Dios y reconducir todo el impulso de la vida hacia él.
3. Comunismo y cristianismo
El dinamismo comunista es, para una pequeña aristocracia intelectual, el resultado de una heroica tensión hacia el porvenir más humano, que puede ser hoy una utopía, pero que podría convertirse mañana en realidad ―para la masa es fiebre del odio que ha erigido lo que es parcial (lo económico) en absoluto (lo divino). De hecho, los medios excogitados para mantener enardecidas a las masas ininterrumpidamente, se reducen a la presión que ejerce el odio: por la deformación sistemática del pensamiento ajeno hasta transformar a los hombres así manipulados en sombras agitadas, ebrias de mentira, atrincheradas en el egoísmo, obcecadas por el mito revolucionario que olvida que las revoluciones exteriores son inútiles si el hombre interior no cambia; pues toda violencia genera violencia, toda herida abre mil más, cada gota de sangre anuncia cataratas.
El cristianismo auténtico es hambre y sed de justicia; pero hambre y sed de justicia total, que abraza a Dios y al hombre, y que confiesa que le es imposible llegar a Dios si no es a través de la realización de la justicia por el hombre.
Card. Giulio Bevilacqua, C. O.
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4. EL PASO DE SANTA TERESA POR LA MANCHA
HACEN BUENOS los caminos los pies de los justos que los pisin. Por eso, cuando recordamos que santa Teresa pisó cstas tierras manchegas, podemos decir que fueron bendecidas por ella, porque se portaron sus gentes co- To wi hubiesen sentido cs "bendición" a través de la ráfaga del paso de la monja andariega y fundadora de monasterios carmelitanos aunque ninguno fundara inmediatamente en el cerco de lo que ahora constituye nuestra provincia albacetense. Pero aun con parecer menos trascendente, esa tierra que reune polvo de todos los caminos ibéricos, los arremolinó como nube ―por un momento de luz y de alegría espontánea. En ninguna parte la Santa babía recibido mucstras más vivas de afecto entre las rentes del pueblo.
Era ya Teresa una "vejezucla* enferma, y le faltaban sólo dos años para seguir en este mundo. Iba, desde Malagón a la fundación del monasterio de Villanueva de la Jara, en la provincia de Cuenca, casi al linde de ésta de Albacete. Fundación sobre la que dudo por algún tiempo, como ella misma declara en el libro de LAS FUNDACIONES, cap. 28, pero que finalmente vio era querer de Dios el llevarla adelante.
a pesar de lo arriesgado que parecía en orden al futuro sustento material de las monjas, todavía sin casa y en un poblado de apenas mil vecinos. Por otra parte, respecto a lo material, el Señor le había hecho ver con qué tesoras se había becho lo que estaba hecho hasta aquím...
Así que, dice ella misma, wpuntualmente partimos de Malagón sábado antes de cuaresma, a 13 dias de febrero, año 1580. Fue Dios servido de hacer tan buen tiempo y darme tanta salud, que parecía nunca había tenido mal».
La Santa acababa de pasar grandes penas tras las que no tardaria en recibir, después de ellas, algún consuelo, como fue la tranquilizadora noticia de que el libro de su {5 (129)} VIDA, llevado a la Inquisición hacía algunos años, no contenía «en él cosa que no sea muy buena», como le dijera a ella misma el cardenal Quiroga, inquisidor general, en Toledo, al regreso de la fundación de Villanueva de la Jara. Y fue precisamente en medio de ese estado de inquietud cuando itineró por tierras manchegas, y por eso le supieron tan a bien las bondades y el afecto que aquí recogía sin buscar, y que Dios le daba sin pedir, para que un poco de confortación venida de los más sencillos pusiera un lenitivo sobre las heridas abiertas por los malévolos, en la vida y en la fama de aquella santa alma de Dios.
Gabriel de la Asunción y Anto- Dio de Jesús, eran los descalzos encargados de recogerla, y vinieron la víspera, del convento de La Roda. Llegaron con «un coche y un carro», y comenzó, al día siguiente, la marcha que conmovería a todos ellos, por el aire triunfal que la gente les tributaba, no sólo porque los descalzos eran conocidos en aquella tierra, sino, principalmente, por el anuncio que de boca en boca se iba haciendo de que pasaría con ellos y algunas monjas, una santa de verdad, en carne y hueso, fundadora de tantos conventos reformados. Desde Malagón, por Fuente del Fresno, Villarrubia, el paso del Guadiana por Alameda de Cervera hasta Socuéllamos, de donde partirían «tres horas antes que amaneciera, para librarse de la gente».
Era de noche todavía y se les quebró el coche y les pareció milagro que hubiesen podido andar con él hasta el lugar no lejano de Villarrobledo y proceder a la reparación.
Allí, «una dueña muy honrada y aficionada a las cosas de virtud» acogió a la comitiva. Fue en este lugar donde la gente se agolpó de tal manera para ver a Teresa, que rompió la puerta de la casa y las ventanas, y tuvo que intervenir la autoridad del pueblo, con alguaciles, custodiando la puerta para que les dejasen siquiera algún tiempo para comer; y ni esto bastó porque «fue menester encarcelar alguna gente para que pudieran salir, que toda su ansia era ver a la Madre, que hablarla no había remedio», dijo luego Ana de san Bartolomé.
Es gracias a los escritos de la propia santa Teresa, pero además por los de esta fiel enfermera suya, y secretaria, que sabemos tantos detalles de este paso de santa Teresa por tierras de Albacete. Ana de gan Bartolomé, mucho más joven que Teresa, era una mujer de escasa instrucción, pero de inteligencia despierta, que aprendió a escribir con soltura y corrección con sólo el hecho de copiar las cartas que Teresa debía mandar. Ella comprendía a Teresa y atenta cuidaba hasta donde alcanzaba, de su salud y de procurarle el remedio, el es- {6 (130)} caso descanso o el alimento que a la Madre convenía.
De Villarrobledo fueron a Minaya, luego pasaron por Santa Marta y llegaron a La Roda. Legua y media más allá de La Roda estaba el convento de los descalzos, en las riberas del Júcar, entre Fuensanta y Villalgordo, recostado sobre la ribera opuesta. Y dice la M. Ana de san Bartolomé: «Como supieron que la santa Madre llegaba, saliéronla a recibir en procesión buen trecho antes que llegásemos al monasterio... Llegaron de rodillas a pedirle la bendición, y la llevaron en procesión a la iglesia». Santa Teresa escribiría que «a mí me enterneció mucho, pareciéndome estar en aquel florido tiempo de nuestros santos padres. Parecían en aquel campo unas flores blancas... Entraron en la iglesia con un Te Deum..." Estos frailes descalzos que así la recibieron, eran los del monasterio descalzo de Nuestra Señora del Socorro; monasterio que Catalina de Cardona hiciera levantar en lugar desierto, por lo que los rodenses llamaban a aquellos ejemplares carmelitas, «los frailes de la buena Mujer». Cuando Teresa llegó allí hacía tres años que la Cardona había muerto, después de llevar una vida penitente de ermitaña, en una cueva próxima a la iglesia, que las gentes de las comarcas vecinas visitaban como lugar de peregrinación. Cuando en 1603 los descalzos {7 (131)} se trasladaron de La Roda a Villanueva de la Jara, llevaron consigo los despojos de la venerable ermitaña, y allí estuvieron hasta que, en 1936, fueron profanados y destruidos. Santa Teresa creyó ver en la gloria a esta venerada ermitaña rodense.
Ese cambio de paisaje que se opera al cruzar el Júcar por Villalgordo, resumía de alguna manera el modo de ser y el alma de la tierra donde la Santa recibió las mayores muestras de fervor popular, a pesar del paisaje domado por el frío y calcinado por el calor, de la blanca, llana, enjuta, a veces desértica planicie manchega. Pero muy cerca de la costra, somera bajo la tierra endurecida de los campos y de los caminos sin sombra y de ardores y lluvias sin cobijo, corren ríos escondidos de miel y claridades de agua en espera del bullicio, que salta como plata un poco más arriba por el cauce del Júcar, mientras, súbitamente, el sorprendente verdor de la vegetación inesperada, milagrosa, se alza como manos colosales que baten palmas que peina el viento y dora la luz al son impaciente del canto del agua que ya no se remansa ni cabe en el silencio, y por eso revienta en cascada de dulzura incontenible.
La Mancha, la buena Mancha, rústica, dura por fuera como barro cocido, pero dulce por dentro ―desde dentro― como la miel que se guarda en las orzas, vergonzosa de la propia dorada dulzura que se multiplica en el misterio de la humildad, dio el mejor consuelo a esa "vejezuela" santa, cargada de penas y de trabajos por amor de Jesús y de la Iglesia. Cuando, desde Villanueva de la Jara, deshaciendo el camino de ida, regresó a Toledo, decía eufórica: «Aunque eran 30 leguas de donde vine, no traje cansancio, sino más salud que suelo». Y es que los consuelos también descansan el alma. Solamente, mejor que éstos de la tierra, iba a tener muy pronto los eternos del cielo.
Los líderes del futuro.
El hombre crea falsas divinidades, dioses, a su medida. Idolos que surgen y cuen; que se proclaman y se olvidan en pocos momentos.
Fuegos fatuos que duran poco...
Fanatizaciones conseguidas a base de la publicidad, sin dar tiempo al razonamiento, sin belleza durable de ideales...
El hombre, y el hombre de hoy, espera, busca, se afana por enamorarse de algo bueno, elevado, ennoblecedor, hermoso.
A tanta búsqueda, a tanta fallida esperanza sucede, con harta frecuencia, el desencanto, la tristeza, la frustración.
Todavía, esto, durará un poco más. Hasta que nos purifiquemos de las vanidades pretenciosas y de las beaterías insulsas, y nada substituya la verdadera sed y hambre de bien y de verdad. Entonces iremos a buscar a los verdaderos líderes. Estos líderes serán los místicos.
Napoleon Bonaparte, al final de su vida, convencido ya de que por la fuerza o por la política no podía llevar a cabo su sueño de transformar el mundo, se dedicaba a la enseñanza del catecismo cristiano a los niños.
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5. SAN FELIPE NERI Y SANTA TERESA DE ÁVILA
PARA establecer una relación entre san Felipe y santa Teresa de Jesús, no es necesario forzar ningún denominador común sobre los principales aspectos de la santidad (oración, alegría sobrenatural, caridad...), porque disponemos de datos y curiosas coincidencias que los aproximan, sin por ello confundir o desfigurar sus características propias.
El gran rasgo común es que la Providencia los quiso dar a la Iglesia en el mismo siglo y para que fuesen agentes de su verdadera reforma y renovación, cada uno en su lugar; pero, además, es que ambos nacieron el mismo año de 1515, aunque san Felipe sobreviviría a la santa de Avila en trece años.
Toda renovación o reforma verdadera de la Iglesia le viene de sus santos, y no cabe duda que lo fueron Teresa y Felipe. Por lo inismo, conocieron el sufrimiento y padecieron grandes dificultades e incomprensiones; pero, curiosamente, fueron finalmente reconocidos y amparados en su obra renovadora por el mismo papa, Gregorio XIII, prudente y sabio en leyes, gracias al cual, puede decirse que de propia iniciativa, se fundaba la Congregación del Oratorio, ciertamente de carácter jurídico singular y hasta excepcional al tener en cuenta la anterior e inmediata rigurosa normativa de san Pío V, que acababa de imponer los votos a todos los estados de perfección, mientras que Gregorio XIII los excluía para el Oratorio. Y este mismo papa sería el que zanjaría el doloroso antagonismo y disputas entre carmelitas "calzados" y "descalzos", concediendo a éstos autonomía para subsistir y regirse en los conventos ya fundados y en los que en el futuro surgieran.
Otra coincidencia lo constituye la fecha de la común canonización, que fue el 12 de marzo de 1622, cuando en una misma ceremonia, el papa Gregorio XV proclamó santos a ambos. En tal ocasión, los romanos, iban diciendo por Roma que el Papa «canonizaba a cuatro españoles y a un Santos... Los españoles, además de Teresa, eran, Isidro de Madrid, Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Los cuatro merecedores del honor de la santidad, pero menos populares, en Roma, que san Felipe Neri, que se puede decir que accedía a la canonización oficial como un reconocimiento postulado por la aclamación del pueblo, mientras que los cuatro españoles, a pesar de sus indudables méritos y virtudes, eran inscritos en la lista de los santos por influjo y recomendación del entonces más poderoso rey de la tierra, pues era la hora histórica del esplendor español en el mundo.
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6. La libertad y la Iglesia
Charles-René Forbes de Montalembert (1810-1870), liberal convencido y fervoroso católico, pertenece a esa serie de figuras ilustres y batalladoras francesas del siglo pasado: Lamennais, Lacordaire, Ozanam... Las siguientes palabras las escribió en reacción contra el régimen autoritario de Napoleón III, pero siguen teniendo valor ante cualquier situación objetiva parecida a aquélla, en que deba defenderse el derecho de la Iglesia a existir libremente.
OH, cuán rápidamente se ha echado en olvido la verdad de que la religión tiene necesidad de la libertad y la libertad de la religión! Breve es la vida, pero lo es todavía más la memoria humana. A cualquier hombre, dotado de la conciencia de un deber público, de una misión, aunque modesta, hacia sus semejantes, le falta el tiempo para poder dedicarse a hacer lo esencial, y todavía más para rehacer lo que es esencial. ¿Por qué ha de recomenzarse siempre, sin tregua, volviendo a deberes que debían de haberse cumplido de sobras?
¿Hará falta que estemos obligados a demostrar, de nuevo, una verdad que parecía haber entrado en el rango de los lugares comunes; o que, entre todos los regímenes, el que ha puesto a la Iglesia a mayores peligros ha sido el régimen absolutista? Da igual que se trate de un absolutismo de masa o de un hombre solo. Un poder sin freno, sin controles verdaderos, es decir, un poder prácticamente omnipotente, es necesariamente temible para la Iglesia por el solo hecho de poderlo todo: la omnipotencia constituye una tensión demasiado fuerte para la debilidad humana; pues quien lo puede todo, lo quiere todo, y por eso se siente necesariamente inducido a invadir incluso los dominios espirituales, aunque éste sea el solo que se halla fuera de su órbita, el solo que permanece erguido frente a {10 (134)} él. En tales condiciones, cualquier régimen, si lo quiere, arrebata la libertad de la Iglesia, la engaña y la traiciona, para luego oprimirla. Incluso cuando busca alianza con la Iglesia antes de comenzar la inevitable lucha, el poder absoluto sólo puede concederle favores, reposo, honores y privilegios; pero jamás le dará ni derechos ni fuerza alguna. De tal modo que, cuando la lucha comience, la Iglesia se encontrará ―humanamente hablando― sin fuerzas y sin derechos...
La libertad es una de las fuerzas vitales de la humanidad:
existe siempre y en todas partes, por lo menos como estado de nostalgia y de esperanza, cuando no es posible en la realidad.
Pero tiene dos enemigos: la revolución y el despotismo, o mejor se trata de uno solo aunque bajo dos formas distintas. La religión es su salvaguardia y su contrapeso legítimo y natural.
Los que la empujan hacia alguna de estas dos fuerzas enemigas, le causan un daño irreparable. Cuando ella parece que bendice al despotismo, rechaza la libertad hacia la revolución, el mundo consternado pierde su equilibrio.
Pero de todos los despotismos, el más intolerable en nuestros días es el que se ejerce o parece ejercerse con el concurso de la religión. Entonces subleva los mejores sentimientos del alma, porque nos damos cuenta que se aprovecha de lo santo en ventaja de un interés profano. De una parte, fomenta en los sacerdotes los males más difíciles de sanar en la naturaleza humana, como es el orgullo y la blandura. De otra, ofrece a los eternos enemigos de la verdad el pretexto más cómodo y más fecundo, del que se sirven con infalible éxito. La Iglesia pierde poco a poco la estima de las almas que le eran fieles; comienza siendo la burla, aparece como cómplice y acaba, siempre, siendo la víctima.
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7. SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y EL MITO
NO CABE duda que toda religión y todo héroe religioso ha tenido que ver con el mito. Esta posibilidad de añadir, desde fuera, lo ilusorio o ficticio, o de elevar a la categoría de tipo una tradición sagrada, un modelo ejemplar o una revelación primigenia a un hecho o a su protagonista, se detecta en las sociedades más arcaicas hasta en las que suponemos más evolucionadas. Ni siempre el mito ―salvo cuando se alimenta de ilusión o ficción, debe ser absolutamente rechazable. No obstante, las primeras generaciones cristianas lo combatían como falsificaciones de la verdad, incompatible con el contenido del mensaje cristiano y con el ejemplo de la historia de Cristo y de los santos.
Pero aquel esfuerzo de los primeros cristianos no bastó y, más adelante, la Iglesia ha debido no solamente depurar de fantasías las pretendidas historias de algunos santos, sino incluso, en algún caso, ha llegado incluso a dudar de que hubieran existido. Un ejemplo de ello lo tenemos en la reforma del calendario cristiano llevada a cabo por Baronio, y la más reciente de que podemos ser testigos, como consecuencia del Vaticano II y la subsiguiente reforma litúrgica.
Esto que comprendemos que ha sido posible con santos del medioevo, de alguna manera también ha ocurrido con algún {13 (137)} santo más reciente. Lo cual a nadie debe escandalizar, en una época, en la que, por los motivos que aquí no vamos a analizar, se opera en tantos otros campos, a nivel individual y colectivo, esa proyección idealizada de transferencias con las que el hombre tiende a admirarse a sí mismo, fuera de sí mismo, para curarse o distraerse de las propias frustraciones, ávido además de hallar la propia justificación en el ensueño del héroe creado, o falsificado con exageraciones psicológicamente interesadas. El cine, el deporte, la canción ligera, a veces un político, han despertado mitos personales y colectivos que han incidido en los tocados según fuese su psicologia, su soledad, su ignorancia.
En santa Teresa del Niño Jesús ―juna gran santa!-también se dio el mito, inmediatamente posterior a su canonización por Pío XI. El mito surge cuando responde a las carencias psicológicas de quien lo invoca, ávido de complementación ilusoria o de autojustificación hipotecada en la transferencia hacia el héroe.
Teresa, no Teresita
El mismo Pío XI quiso atajar uno de los mitos que ya se insinuaban en la santa de Lisieux: a la hora de inscribir su nombre en la lista oficial de los santos, pretendian hacerlo con el diminutivo de "Teresita" del Niño Jesús, y el Papa replicó: «No, Teresita, no; poned Teresa, porque era una mujer entera». De todos modos, se hizo prácticamente inevitable el uso popular del diminutivo, y no faltaron exageraciones panegiricas sobre la "niñez»>"} la "infancia espiritual", que degeneraban hacia el mito cuando no eran maneras de designar la humildad filial, la sinceridad, la confianza y el amor a Dios como Padre.
Tampoco se tenía en cuenta que la Santa había dicho en una ocasión «que la inocencia no es la ignorancia», a propósito del mundo y de la vida religiosa, y de los pecados y las virtudes. Bastaría con contemplar algunas de las fotografías que afortunadamente nos quedan para descubrir la distancia que había entre la serenidad y la profundidad de su mirada --por ejemplo la que está junto a la cruz del patio conventual, o la que tiene el cementerio al fondo...- {14 (138)} y el concepto melifluo y hojaldrado, sentimental y amunecado con que a veces se la ha descrito.
La enfermedad de los Santos
Cuando, hace medio siglo, la tuberculosis preocupaba más que el cáncer y el miedo a la guerra nuclear actuales, se dio la mitificación de aquella enfermedad que causó la muerte de la santa carmelita. Se le llamó la "enfermedad de los santos" y - oh confusión de la terdadera humildad cristiana!...— se produjo este curioso fenómeno, que desde luego nos abstenemos de generalizar, pero que sí tuvo algún relieve entre gentes más o menos dadas a Dios, y en edad joven, y es que padecieron la sugestión de descubrir en sí mismos síntomas — por supuesto más o menos imaginarios... afortunadamente para ellos― de tal enfermedad que, al cabo de poco, el médico desmentia ante la evidencia de los exámenes radioscópicos y la irrelevancia de que el candidato a santo o a santa, alcanzara la temperatura de 37° centígrados y una décima, una vez al mes..., y creyera tener gusto de sangre en la boca, al levantarse. También se establecieron curiosas comparaciones entre la santa de Lisieur y nuestra Teresa de Avila, en razón de la supuesta común enfermedad, porque en ésta habían dicho los médicos que la trataron en sus dolencias de joven, que «estaba ética...
Pero ha habido, por último, una exageración que entra en el mito, ariadido a lo verdaderamente sobrenatural y santo de la admirable Teresa del Niño Jesús, que hay que afrontar porque tal vez sea el más grave, puesto que ya no se reduce al riesgo de permitir que se tome a los conventos y a los que abrazan seriamente la vida religiosa como si fueran allí a jugar con el Niño Jestís, como enajenación infantilizante, sino que llevaría a suponer que la vida comunitaria es una especie de tortura soportada sólo en aras de la tozudez del que aguanta las arbitrariedades de sus superiores, y compensada solamente por la seguridad o por el prestigio social que a veces confieren, en ciertos medios, los hábitos recibidos y el hecho de pertenecer a una determinada comunidad. No cabe negar que también los que profesan la vida religiosa están sujetos a las debilidades propias de los hombres, pero éste no es el caso para ser trasladado, en énfasis, al supuesto de santa Tesesa del Niño Jesús, ni el de la mayoría, por descontado. En honor de la vida comunitaria en general, y del Los superiores {t} amaron y {t} ayudaron a la Santa {t} En honor de la vida comunitaria en general, y del {15 (139)} caso que nos ocupa en particular, se ha de desmentir el supuesto de que los superiores que le cupieron en suerte a la santa francesa, la sometieran a heroísmo alguno de obediencia difícil, extraordinaria o humillante; sino más bien todo lo contrario. Así se desprende no solamente de la autobiografía, o «Historia de un Alma», y de los dos gruesos volúmenes, recientemente publicados y anotados, de toda la correspondencia de la santa y de la relativa de sus corresponsales y amigos y allegados que la nombran.
Predilecta en un hogar cristiano
Santa Tesesa del Niño Jesús tuvo la suerte de nacer en un hogar profundamente cristiano y de haber sido tratada con exquisito afecto y mimo, aun cuando quedara huérfana de madre muy pronto. Fue la "reina" de su padre y complacida siempre por todas sus hermanas, y por los Guérin, tíos y sobrinos por parte de madre, de los que una prima, predilecta como hermana, entraría finalmente en el mismo carmelo de Lisieux y tendría por Maestra de Novicias a la misma Teresa.
De todos es sabido que, siendo la menor de las hermanas, insistió por entrar en el convento a los quince años, para lo cual fue preciso hacerle una excepción totalmente fuera de costumbre en las leyes de la Iglesia. Finalmente consiguió su propósito, pero conoció oposiciones, perfectamente comprensibles y tampoco puede sorprender que, una vez en el convento, que fue generoso en admitirla a tan tierna edad, hubiera algún comentario sobre "esa niña de quince años" cuando, aun inculpablemente, cometiera algún error en las tareas o deberes encargados. No se olvide que, para que ella pudiera entrar a esa edad, fue preciso que su hermana Celina, cuatro años mayor que Tesesa y también con vocación de carmelita, permaneciera al lado de su padre, anciano y enfermo, hasta que éste muriera. Las dos hermanas mayores eran ya carmelitas, y la tercera visitandina.
"Las cuatro hermanas"
Cuando finalmente entra Celina en el Carmel, son cuatro hermanas en un mismo convento, a las que se juntaría la prima Guérin: cinco de una misma familia, en un grupo comunitario de veinticuatro personas, por fuerza se ha de notar, y era deber de la priora cuidar que, por encima de las solas afecciones naturales, aquellas cinco carmelitas fueran tratadas al igual que las demás, en el reparto {16 (140)} parto de tareas y trabajos. En realidad, la facilidad para la admisión de tantos miembros pertenecientes a una misma familia, se debió al influjo de la priora. Madre Maria de Gonzaga, de quien algunos han querido resaltar aspectos negativos: pero fue ella precisamente que abrió a Teresa al interés por las misiones y le confió el trato epistolar de vocaciones y sacerdotes misioneros; ella también que la propuso para Maestra de Novicias: y ella que le mando que escribiera la Historia de un Alma, cuya primera parte, como recuerdos de infancia, la habia ya escrito por mandato de la anterior priora, Madre Inés de Jestis, Paulina, hermana de Teresa, que sucedió a la M.
María de Gonzago, y alternó el priorato con ella.
La M. María de Gonzaga
Es la M. Maria de Gonzaga la que escribirá esta alabanza póstuma en el acta de profesión de la santa: Modelo acabado de humildad, de obediencia, de caridad, de prudencia, de desprendimiento y de regularidad que colmo la dificil tarea de Maestra de Novicias con una prudencia y una perfección solamente igual a su amor por Dios».
El hecho de que esta misma priora, al terminar Teresa el noviciado, propusiera esperar medio año para su profesión, no puede tomarse como rechazo, sino como acción prudente, puesto que Teresa contaba a la sazón sólo 16 años y el compromiso a que se obligaba, según entonces eran las leyes de la Iglesia, no era temporal y renovable, sino perpetuo y definitito. Todos coinciden en reconocer a la M. María de Gonzaga una gran personalidad e inteligencia y una visión algo abierta respecto a la misma vida contemplativa. Y seguramente a esta óptica hay que llevar la propuesta para enviar a la ultima entrada de las hermanas Martin, al Carmel de Saigón, que pedía refuerzos de vocaciones, lo cual, ciertamente, pudo no agradar a Tesesa, pero no se trataba de su persona, aunque la contrariara. Sin embargo, el proyecto no llegó a prosperar.
Las penas de familia
Cuando la Santa escribía que «hay páginas de la historia de su alma que no se leerían nunca en esta tierra», es muy arriesgado suponer, sin otros motivos, que se quejara de los superiores. Santa Teresa tuvo penas muy grandes, por lo que objetivamente eran y por su gran sensibilidad, que ya en la infancia se había descubierlo a través de su enfermedad de escrúpulos. Dos de esas penas-> {17 (141)} nos pueden ser fácilmente conocidas: su hermana Leónida, de difícil carácter, que sólo después de tres intentos de vida claustral, consigue estabilizarse en la Visitación de Caen. La otra pena es la que padece por la enfermedad de su padre, que ha de ser recluido en una casa de cura mental, como una especie de oprobio, como una vergüenza ante la que se derrumba toda aquella honorabilidad y reconocimiento público de que antes gozaba, como caballero y como cristiano. Era como una muerte у más que una muerte, a compartir apenas sólo entre las cuatro hermanas (tres en el Carmel, y Celina todavía yendo y viniendo de ver al padre enajenado y al locutorio conventual) у, la quinta, en el apartado convento de las visitandinas.
Santa desde la libertad
Ya muerto el señor Martin, en el convento eran «las cuatro hermanas», pero además, hermanas debían de serlo de todas, pues el Señor no las obligaba a quererse menos entre ellas, pero sí a querer más a las demás. Pero esto no fue una pena, sino la tarea de un ideal libremente abrazado y, en conjunto, prudentemente conducido por quienes el Señor ponía a presidir.
Decir con ligereza otra cosa, sería querer dar a la gente un falso concepto de lo que es la vida religiosa. El que lo hiciera demostraría desconocerla, o estar necesitando construir o valerse de un mito para amparar la pobreza de sus pensamientos.
8. DIÁCONOS
En la ciudad de Kønigstein (Alemania Federal), tuvo lugar en los últimos días del pasado mes de agosto, un encuentro internacional de diáconos, con representación de dos miembros de la diócesis de Barcelona, que, como se sabe, es pionera en España de la experiencia en la inserción del diaconado permanente en los ministerios de la Iglesia. El hecho puede haber pasado inadvertido para muchos; pero es útil hacerlo notar, porque forma parte de los proyectos y esperanzas positivas de una renovación, seguramente de alcance todavía mucho más amplio, pero que ya se insinúa en los tiempos nuevos que nos va tocando vivir.
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9. PARA EVITAR EL ANALFABETISMO CRISTIANO
COMIENZA el curso, y con él el tema de los colegios vuelve a ser conversación diaria en las familias. Es lógico que todos nos preocupemos por la enseñanza, especialmente de los más jóvenes. Si, además, somos cristianos, no podemos descuidar la importancia que tiene, incluso por encima de los demás conocimientos que se imparten en las escuelas, que los niños y jóvenes adquieran, en esta misma edad, una debida y adecuada instrucción cristiana. Por desgracia, aun entre los mismos que se llaman cristianos, no se siente igualmente esta necesidad, y se deja el capítulo de la formación cristiana de los que se han de preparar para la vida, a un segundo orden, como de adorno, o simplemente como de costumbre transmitida de practicar algunos ritos o rezos más o menos mal entendidos. Más tarde, al tropezar con estos adultos que sólo se pueden llamar cristianos por adscripción sociológica, pero que, prácticamente, son analfabelos, o poco menos, en las verdades fundamentales del cristianismo, nos encontramos, a lo sumo, con partidarios de un Cristo desconocido, y respecto de los cuales podría lamentarse lo mismo que Orígenes, en el siglo III, decía de los hombres que se maravillan cuando consideran los acontecimientos de la vida de Jesús, pero se muestran escépticos cuando se les revela la significación profunda que contiene, y que se niegan a aceptar).
La razón de este descuido puede ser que, el egoísmo humano, quiere dedicar poco tiempo a lo que no le prepara para ganar dinero o no le divierte o halaga.
Pensamos, sin embargo, que hay muchos padres, verdaderamente cristianos, que si se preocupan de la formación cristiana de sus hijos y que ellos mismos les dedican, en casa, un tiempo debido, y que piden para ellos, en los colegios, y revisan luego por sí mismos este aspecto fundamental de la formación personal de los que tienen el deber de preparar para una vida que pueda ser de cristianos. Para ayudar a estos padres nosotros tenemos, en el Oratorio, durante te el curso, todos los domingos, y tal como anunciamos en estas mismas páginas, unos encuentros catequéticos para niños y adolescentes.
Además, queremos pedir a las personas mayores que quieran ayudarnos en esta tarea, que se acerquen a nosotros para ofrecerse a dedicar, también ellas, una parte de su tiempo, tanto para formarse a sí mismas como para ayudarnos en esta labor, tal vez poco relevante, pero en verdad importante si la dedicación se mantiene con perseverancia, desinterés y buena voluntad. ¡Se dedica tánto tiempo a conocimientos y curiosidades inútiles! Si sólo una parte de esa energía perdida se empleara en profundizar las verdades de la fe y en enseñarlas, seríamos santos y remediaríamos la mayoría de las cosas que lamentamos.