Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 189. NOVIEMBRE. Año 1981
0. SUMARIO
LA MUERTE parece triunfar de la vida, pero el amor triunfa de la muerte, cuando no traiciona lo que le es esencial: la generosidad entusiasmada por el bien.
Los santos son los que han creído en el sumo Bien, en el solo Bueno, y se han enamorado hasta hacer, de su de su muerte!, el testimonio de su amor. Siempre ha habido, siempre habrá esos testimonios, porque no podrán apagarse jamás las ansias de justicia, la búsqueda de la libertad y la sed de amor, que, cuando apuntan a Dios, o a los intereses de Dios, producen el santo.
CRECIENDO HACIA LA TIERRA
SANTOS
LUIGI SCROSOPPI, NUEVO BEATO
COMPRENDER LA MUERTE
LA FAMILIA Y LA ENTREGA A DIOS
LA MAYOR DIFICULTAD PARA LA FE
{1 (145)}
1. CRECIENDO HACIA LA TIERRA
Cuando llegue la noche y sea la sombra un báculo,
cuando la noche llegue tal vez el mar se habrá dormido,
tal vez toda su fuerza no le podrá servir
para mover sólo un grano de arena,
para cambiar de rostro una sonrisa,
y quizá entre sus olas podrá nacer un niño
cuando llegue la noche.
Cuando la noche llegue
y la verdad sea una palabra igual a otra,
cuando todos los muertos cogidos de las manos
formen una cadena alrededor del mundo,
quizás los hombres ciegos comenzarán a caminar
como caminan las raíces en la tierra sonámbula;
caminarán llevando el corazón igual que un ramo de coral,
y cuando al fin se encuentren
se tocarán los rostros y los cuerpos
en lugar de llamarse por sus nombres,
y sentirán una fe manual
repartiendo entre todos su savia,
y crecerán los muertos y los vivos,
unos dentro de otros hasta formar un solo árbol
que llenará completamente el mundo,
cuando llegue la noche.
LUIS ROSALES 2 (146)
{2 (146)}
2. Santos
ACTUALMENTE poseemos un sentido restringido de la palabra "santo".
En los primeros tiempos del cristianismo, esta palabra servía para la designación de todos los cristianos. Era santo el purificado, el limpio, el bautizado en la fe cristiana. Suponía la aceptación del Evangelio, el sentirse acogido en la Iglesia en la que se perpetuaba misteriosamente y se desarrollaba como un puro don la vida de Cristo, y suponía, además, la coherencia ideal y práctica del fiel con esta vida. El cristiano, se decía, es otro Cristo («Christianus, alter Christus»), y el que es cristiano una vez ya lo es para siempre («Semel christianus, semper christianus»). Era entendido como una vida, un carácter, una consagración. Es conocida la expresión paulina de «no vivo yo, sino que vive Cristo en mín. Sólo por influencias del pensamiento helénico ―especialmente del estoicismo― se pudo enervar el vigor del primer cristianismo mistérico, al darse la circunstancia de las conversiones masivas, aunque el concepto primero se mantuvo y mantiene en los núcleos de fieles más apegados al Evangelio. La masificación cristiana llevó al moralismo y al cultualismo, heredado éste, en parte, del gusto por la ritualidad suplantada del olimpo pagano, y aquél de algún influjo de las mismas filosofías éticas. La "huida del mundo" de aquellos cristianos disconformes con tales efectos, dio lugar a las formas de vida evangélica, o "apostólica" (finalmente se le llamó más en general "vida religiosa"), de los que huyeron al desierto y luego se organizaron en monasterios, si bien sin desvincularse de la Iglesia, sino intentando influir en su cuerpo desde el Evangelio que se intentaba vivir plenamente.
Más tarde se reservó el nombre de "santos" para designar solamente a los que habían dado testimonio de la fe con el derramamiento de su sangre, es decir, a los mártires, y se celebraban sus aniversarios. Más tarde se incluyeron además a los obispos. Después de varias evoluciones, la Iglesia reserva este nombre sólo para aquellos cristianos que han llevado una vida heroica de virtud y son propuestos por ella como ejemplares e intercesores.
En la lista oficial de los santos (el Martirologio) figuran aproximadamente unos 35.000, pero el culto litúrgico solamente incluye unos 150, además de algunos "santos" y "beatos" cuya celebración solamente tiene lugar en alguna ciudad o nación, o en alguna comunidad.
{3 (147)} LA santidad, no obstante, debe ser la meta de todo fiel cristiano, no en el aspecto ―ciertamente secundario― de llegar a merecer esas veneraciones y recuerdos litúrgicos externos. Por supuesto que ni todos los santos, ni siquiera todos los "grandes santos" están en el calendario. La Iglesia solamente destaca los que cree que es oportuno proponer para la general edificación de los fieles. Aspirar a este reconocimiento exterior fácilmente podría significar una escondida vanidad de gloria póstuma. Hemos de ser santos no para recibir el aplauso de los hombres, sino para dar gloria A Dios y crecer al máximo en su conocimiento, en la gracia y en su amor.
La llamada "crisis religiosa" de nuestro tiempo, está en los caminos de la Providencia para purificarnos de sedimentaciones paganas, de seguridades morales y de anticipaciones triunfalistas y llevarnos, no a una élite, sino a un grupo cada vez más extenso, a la pureza redescubierta del Evangelio y del misterio do Jesús, intentando honestamente, sinceramente, vivir ahora y en nosotros, su vida. De este modo deberíamos, todos, querer ser santos.
MANIPULAR A LAS PERSONAS Y HACER DINERO CON COSAS SAGRADAS.
En el número 281 de la revista INTERVIÚ (página 31 del suplemento Tiempo de Hoy), y con ocasión del congreso sobre teología y pobreza que tuvo lugar hace poco en Madrid, apareció una entrevista conmigo, sobre la que quisiera informar de lo siguiente:
a) No concedí a INTERVIÚ ningún género de entrevista, ni respondí para nada a las preguntas que allí parecen dirigírseme, ni estaba informado de su aparición. La revista compuso el diálogo con frases sacadas de mi ponencia en el congreso de Madrid, aisladas de su contexto y ligeramente desfigurada, a veces, para hacerlas empalmar con las preguntas que ella compuso. El lector podrá constatar esas diferencias cuando se publiquen las ponencias del congreso.
b) Ya otra vez me negué a ser entrevistado por INTERVIÚ, porque me duele su manera de manipular a las personas, y su forma escandalosa de hacer dinero con cosas tan sagradas como el dolor y la liberación de los hombres. Esta vez ya no se me dio ni la oportunidad de decidir. Y aunque mi valoración fuese equivocada, siguen siendo míos los derechos y la responsabilidad de hablar o callarme.
c) En esta maltrecha democracia, la misma libertad que parece tenemos derecho a exigir, es la libertad para callar. INTERVIU trata esa libertad exactamente igual que trató el franquismo a la libertad de palabra. Como ser humano, quisiera protestar por ese pequeño "tejerazo" informativo.
Ante la práctica imposibilidad de que ningún periódico publique este desmentido, recurro para ello a las páginas de VIDA NUEVA. Gracias.
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, Barcelona (V. N. 1.299)
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3. Santoral oratoriano: Luigi Scrosoppi, nuevo Beato
A PARTIR del pasado día cuatro de octubre, el calendario del Oratorio cuenta con un nombre más: el del P. Luigi Scrosoppi, beatificado por el papa Juan Pablo II. La causa de su beatificación ha sido promovida por el celo y la devoción filial de él fundó, la «Congregación de Hermanas de la Providencia», en Udine (Italia), en el siglo pasado; una obra que le llevó la mayor parte de sus energías, y que habría bastado para colmar la plena dedicación de su persona, pero que, como ocurre con los seres extraordinarios, especialmente con los santos, no podía agotar la generosidad sin límites de su entrega, siempre pronta y clarividente, a la hora de hacer el bien, a partir de la solidez de lo que permanece, porque él no se conformaba jamás con el gesto aislado o el acto pasajero, tal vez suficiente para el momentáneo consuelo de las solas apariencias o de la necesidad de justificación del propio sentimiento. El bien se hace no por medio de salpicadas acciones bondadosas, ostentosas o, por lo menos, descomprometidas, que permiten seguir reservando lo mejor y principal de nuestra vida, amparada en apariencias de justicia y de virtud; el bien se hace con la entrega de la propia vida, arriesgando, con ella, todo lo que tenemos.
En el caso del P. Scrosoppi esto fue así. Prescindimos de detalles sobre su vida, porque se alargaría más allá de la capacidad de estas páginas el relato que merecen; pero en él es cierto que, siendo de familia rica, dedicó toda su hacienda, hasta empobrecerse, en el apostolado que emprendió y que, el hacerse sacerdote, ni representó para él una promoción, ni desde el ambicionó cargos o lustres eclesiales de ningún género. Si algo le impidió entrar en una orden religiosa en busca de garantías para una más plena consagración evangélica, fue el convencimiento de que, permaneciendo {5 (149)} secular, podría hacer más bien a los necesitados, para lo cual no se reservó descanso alguno.
Es cierto que no le faltó el estímulo de los buenos ejemplos: el de una madre ejemplar y cristiana, lo mismo que el padre, comprensivo y generoso, y el de un hermano (de un primer matrimonio de su madre), que le aventajaba en edad 18 años, y también sacerdote, al que profesó un afecto y admiración constante.
Hasta cierto punto, se podría decir que recogió las ideas y propósitos de este virtuoso hermano mayor y del que, acumulando a su buen ejemplo el propio tesón, completo, después que muriera, los proyectos que habían compartido en una misma dedicación y en parecidos ideales de consagración al Evangelio y al apostolado. Y ello, tanto en la obra en favor de las huérfanas, luego estructurada en Congregación, como en el esfuerzo por restaurar el Oratorio en la ciudad de Udine.
La vida del P. Luigi Scrosoppi transcurre en Udine desde su nacimiento, el 4 de agosto de 1804 hasta su santa muerte, el 3 de abril de 1884. Pero el Oratorio se había fundado allí en 1658. Corrían malos tiempos para Italia, y muy revueltos para Europa entera, no sólo por el signo de la reciente Revolución Francesa, sino desde la aparición del fenómeno Napoleón Bonaparte, que acababa de ser coronado emperador en mayo de 1804, en París, y que, un año más tarde, afirmaba en Monza su realeza sobre Italia. Mientras, la humillación del papa Pío VII en Fontainebleau, al fin su regreso a Roma, y por añadido el fermento del nacionalismo italiano hacia la "unitá". Guerras de cambiados signos, altibajos de la política, liberalismo secularizador, inseguridad de las instituciones religiosas, cambio de costumbres... E inseguro se mantenía el Oratorio de Udine, amenazado de incautaciones y de disolución. Fue precisamente en medio de tal estado de cosas, que el hermano mayor de Luigi, el ejemplar Carlo ―Carlo Filaferro, del anterior matrimonio materno―, decide no sólo hacerse sacerdote, sino entrar además en la amenazada Congregación, del Oratorio. Su primera Misa, celebrada en la iglesia (entonces del Oratorio) de santa María Magdalena, fue un acto íntimo, profundo y casi escondido: el papa seguía prisionero del emperador y no había lugar a grandes exaltaciones, sino a súplicas casi desde otras catacumbas.
Pocos meses después, el poder civil expulsó de su casa a los padres de la Congregación del Oratorio (tres semanas de tiempo les concedía una orden del 15 de mayo de 1810), y se dispersaron por la ciudad. La iglesia, no obstante, permaneció abierta al culto, aunque disuelta la comunidad oratoriana. A esta iglesia, de santa María Magdalena, {6 (150)} acudió siempre, desde niño, con su madre a oír la misa de su admirado hermano sacerdote y a comulgar de él, y de allí mismo le vino su vocación sacerdotal y, finalmente, también oratoriana.
Los tiempos eran difíciles. Los dos hermanos no cesaban en su entrega apostólica por el bien espiritual y caritativo de la ciudad: los estragos de las guerras y de la peste, las costumbres cristianas amenazadas, las miserias humanas por remediar... La idea de restaurar el Oratorio seguía siempre viva a pesar de las circunstancias adversas, precisamente porque éstas demostraban más la necesidad de apoyarse en él, como forma que institucionalizara el mantenimiento de los ministerios y la asistencia al apostolado y a la caridad apremiante, que pretendía no sólo el remedio de las carencias materiales, sino también, y explícitamente, la formación y elevación cultural y religiosa de aquel marco social en el que se movían.
El padre Carlo murió a principios de 1854. Pero es preciso añadir que otro hermano de ambos, Giovanni, también sacerdote, había muerto del cólera cinco años antes, y fue el único, de los tres hermanos sacerdotes, que tuvo cargos parroquiales, aunque estuvieron unidos por un perfecto y constante amor fraterno y apostólico indefectible.
Quedaba solo el menor de los tres, {7 (151)} nuestro Luigi Scrosoppi, frisando los cincuenta años, y se decide resueltamente a restaurar el suprimido Oratorio.
No le habían faltado sufrimientos por amor a Dios, a las almas y a la Iglesia. Pero ahora, ni tendría al hermano mayor ni a la dulce madre, años ha muerta. Solo, emprendería una tarea que sería como una herencia, no del fruto de trabajos ajenos, sino del compromiso de sepultar en ella los suyos. Porque al fin acabaría con la apariencia de un fracaso. Pero, ¿por ventura no tuvo esa misma apariencia el final de Jesús, el Maestro?
Casi con la diligencia con que se cumple un testamento, apenas muerto el padre Carlo, Luigi consigue reunirse con otros cinco sacerdotes, todos mayores de 45 años, aunque dispuestos, al parecer, a llevar adelante la empresa. Eran buenos eclesiásticos, píos y cultos, pero después de los primeros asentimientos a algunos pareció poco prudente ―¿de qué vivirían, sin cargos parroquiales, ni esperanza cierta de remuneraciones?― sin contar con suficientes medios económicos para adecuar vivienda y subsistencia. La confianza en la Providencia a que se remitía el padre Luigi, pareció, al más docto y sosegado, que era un despropósito, quien dijo: «Dios nos ha colocado la cabeza por encima de todo nuestro ser, para que la usemos y nos rijamos por ella»). Toda la experiencia precedente, con la caridad y el apostolado, que pudiera aducir el padre Luigi, sirvió de poco al convencimiento de los demás.
Aquellos tiempos eran malos para la ciudad de Udine y para otras ciudades italianas, así que otros Oratorios tampoco pudieron mandarle más que un sacerdote del Oratorio de Venecia, y contó, además, con uno —el único de los primeros cinco convocados ―con lo que alcanzaban el mínimo de tres sacerdotes, para la constitución legal en Congregación: «tres faciunt collegium», además de un hermano laico fidelísimo. Estos cuatro hombres aventaron las cenizas de un rescoldo que, muy pronto, desató por la claridad y la pureza de sus llamas, las envidias de los malévolos. Pero el bien se hacía, porque resucitaba una corriente de oración y la palabra del Evangelio revivía con renovado vigor en aquella iglesia de santa María Magdalena, que la ciudad tenía casi como un símbolo {8 (152)} de piedad y de centro de generoso apostolado, gratuito, desinteresado de recompensas y de honores.
El padre Luigi Scrosoppi fue el único que ocupó el cargo de Prepósito durante esta restauración del Oratorio de Udine, a partir de la reunión de los cuatro miembros.
Era difícil conseguir el aumento de la comunidad, como exigía la necesidad del apostolado y la aceptación de los fieles que acudían al Oratorio.
Al fin, a últimos de 1865, recibía la Congregación a un sacerdote que, llevado poco después de influencias extrañas, acusaba a su Prepósito de injusto y celoso («porque no le dejaba dirigir el culto de la Iglesia») ante las autoridades diocesanas y ante otras casas del Oratorio, con otros detalles injustos que atentaban al prestigio y espontánea estima de que gozaba el buen padre Luigi, a quien se lo debía todo. Bajo apariencia de celo, mal aconsejado, en realidad apasionado y equivocado, constituyó, sin duda, el dolor mayor con que se tropezó la paciencia extraordinaria y el amor al Oratorio de nuestro recién proclamado beato Scrosoppi.
Pero, además, cuando parecía un respiro la ausencia de este miembro equivocado y desagradecido, una nueva pena se abalanzó sobre el padre Scrosoppi: de nuevo, no sólo fue disuelta la Congregación del Oratorio por el poder civil, sino que éste se incautó, además de la casa que habitaban los padres del Oratorio, de la amada iglesia de santa María Magdalena, que fue execrada y destinada a fines profanos.
El padre Luigi Scrosoppi murió pobre 16 años más tarde. Pobre porque lo único que tenía por vender, procedente de la herencia familiar, lo liquido apenas muerto su hermano Carlo para emplearlo en la restauración del Oratorio. Lo demás había ido a parar, grano a grano, como de un racimo de uva, a las "orfanelle", o al diario católico que se acababa de fundar en la ciudad, o a sufragar los gastos de una predicación masiva para una misión general, o en el sostenimiento y educación de vocaciones...
Tuvo más éxito ―que jamás se atribuyó― con la fundación femenina que ahora goza de haberle procurado el honor de la beatificación. Pero los dolores y los fracasos, no fueron debidos a la malicia de los hombres o de los tiempos ―como suele decirse, sino más bien a misteriosa disposición de la Providencia ―¡que siempre invocaba!, para librarle de soberbias y de anticipación indebida de paz y de gozo que tenía que recibir, no de sus obras ni de las criaturas, sino del Autor de todas ellas y de su Creador, es decir, de Dios. Como oratoriano fue parecido a la semilla que, apenas germinada, muere sofocada por las espinas. Pero la culpa no fue de la semilla, ni del sembrador.
TRES GRACIAS.
Durante la pasada guerra civil española, fue detenido el magistral de la catedral de Vic, Juan Lledó, y llevado a fusilar, sin control ni juicio, por el solo hecho de ser sacerdote. Antes que el pelotón disparara, pidió que le concedieran siquiera un minuto para decirles unas palabras, que fueron éstas:
«Durante mi vida he pedido a Dios tres gracias: In primera, poder vivir y morir en amistad con Dios, y creo que esto me lo concede hoy, pues muero con la conciencia tranquila. La segunda morir mártir, y creo que esto también se me concede en estos momentos, puesto que vosotros me decís que mi delito es ser sacerdote y que esto sólo basta para que disparéis sobre mí. Y la tercera, que por lo menos, en toda mi vida, pudiera hacer algún bien y salvar el alma de otro, puesto que para eso me hice sacerdote, y para esto he trabajado y sufrido, aunque no tenga la certeza de haberlo logrado; pero en este momento se lo pido de nuevo a Dios y quisiera que esta alma fuese alguna de las vuestras. Nada más.
Gracias».
En aquel mismo instante, uno de los milicianos arrojó su fusil al suelo, corrió al lado del sacerdote y dijo: «Padre, ése soy yo. Yo también soy católico».
Y hubo allí dos mártires.
Santo Tomás de Aquino, yacía en su lecho de muerte. Su hermana quiso Acercarse para hacerle una pregunta trascendental: ―Dime.
Tomás, qué es lo principal para poder alcanzar la santidad.
Santo Tomás le contesto con una sencillez que escondía la más profunda sabiduría; le dijo: ―Lo principal es desearlo, quererlo de verdad.
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4. Comprender la muerte
«El que duda es más iluso que el que cree». Elías Canetti.
EL ÚLTIMO Nobel de literatura, entre tímido y osado, confunde a quien se acerca a hablarle o a recorrer, saltando líneas, el pensamiento escueto de sus libros.
Nosotros hemos buscado palabras suyas sobre el hombre y la muerte y, como respondiendo a nuestra imaginaria pregunta, nos dice que esa mezcla de ternura y de amenaza mezclados un poco como el amor y el celo de las de los viejos profetas, salen de su sinceridad profunda, y «de la pasión que él siente por la humanidad», y quiere despertarla de su letargo «porque es necesario que comprenda la muerte».
La muerte resume todas las limitaciones temporales y sensibles de lo humano. No faltan los que hablan de la muerte, ni faltan los que matan y dejan matar. A veces da la impresión de que se organizan legitimaciones de poder y de fuerzas para que exista la necesidad de matar a fin de satisfacer el sentimiento patológico de sobrevivir. «Hay héroes que saben siempre quién asiste a su espectáculo», hay heroísmos que se montan a sí mismos. Y hay personajes que, aunque recuerden y digan que honran a los muertos, los recuerdan como Napoleón, «porque son hombres que han hecho el holocausto de su vida para que ellos le saquen provecho».
Y hay la muerte de los contrarios. De los que se eliminan y se maldicen para edificar sobre su derrota la triste victoria {10 (154)} del llamado vencedor. Pero el pretexto de bien o de restauración de lo que ellos definen como justicia, no puede legitimar la atrocidad de la violencia sobre la que montan la irracionalidad que llaman heroísmo. El enemigo que ha sido necesario matar, nunca da ninguna victoria. «Me subleva el corazón un combate con armas distintas de las solas armas del espíritu. El adversario muerto no prueba nada».
Sin embargo, parece como si los hombres de hoy sólo obedecieran al estímulo de lo que multiplica y organiza la violencia. ¿Para qué se utiliza la ciencia de los sabios, el trabajo de los técnicos, las riquezas de los estados más industrializados? «La ciencia se ha traicionado a sí misma y se ha convertido en religión, en religión para matar, y tiene la pretensión de querer convencernos de que ha habido un progreso que va desde las religiones que enseñan a morir a esta nueva religión que enseña a matar. Será urgente, por lo tanto, poner la ciencia bajo la soberanía de un poder superior que, sin destruirla, la reduzca a la condición de sierva. Y queda muy poco tiempo para dedicarse a hacerlo así. Pues se complace en presentarse como una religión y se apresura a exterminar a los hombres aun antes de que reaccionemos con valentía para destronarla.
Resulta así que, saber equivale a poder; pero se trata ya {11 (165)} de un poder dirigente e impúdicamente adorado: sus adoradores se satisfacen con cubrirse con su pelo, con sus escamas y, cuando ni eso alcanzan, les basta aunque sea sólo las huellas de sus pesados pies artificiales».
Por esto vienen las guerras que, «se hacen más largas desde cuando los hombres se sientan en poltronas y comen en la mesa». Esta época en la que tantos hombres «intentan serlo todo, menos aquello precisamente que podrían ser.
Sí, viajan en automóvil a través de los paisajes de su alma, y como quiera que solamente se detienen en las gasolineras, creen que no existe nada más».
Queda como posibilidad la fuerza del amor, si tenemos fe, si abandonamos el refugio de la cómoda irresponsabilidad que ofrece la duda. El que duda no es más sabio, sino un iluso y la ilusión que edifica su vanidad y su egoísmo nunca le podrá dar la difícil y limpia fuerza de la fe.
Queda el amor y la fe. También a la fe puede sustituir la duda, y también el amor puede padecer amenazas. Pero «para destruir el amor de que es capaz un hombre se necesitan muchos años; aunque es verdad que ninguna vida sería bastante larga para llorar la desgracia de este amor asesinado, porque matar el amor es más que un asesinato».
Comprender la muerte es comprender la vida, y creer es hacer pura la vida. Si, además, hemos de ser felices ante la idea de la muerte y hemos de tener paz ante su presencia, es preciso comprenderlo todo desde la verdad que nos alcanza, para mirar y mirarnos sin miedo. Porque «vil, verdaderamente vil, lo es solamente el que tiene miedo a sus propios recuerdos.
«Cuando trabajes, no mires nunca la hora. Ten en cuenta que los santos no llevaban reloj», dijo una vez Pablo Picasso a Joan Miró, que acababa de estrenar uno muy chic.
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5. LA FAMILIA Y LA ENTREGA A DIOS
NO SE TRATA de hacer una apología más de la familia, que podría parecer oportuna ahora, cuando nuevas leyes civiles van a influir sobre ella. Incluso, cuando decimos "familia" tendremos que extender el concepto a algo más que al círculo estricto del propio hogar, para comprender el ambiente precedente o concomitante que lo acompaña o completa. De todos modos no se puede negar que el hombre, todavía, como ambiente primero y humano que le entorna, tiene a la familia: padres, hermanos, parientes, primeras relaciones humanas que disponen los vínculos de la sangre, enucleados desde el ámbito familiar.
Santos del Evangelio
Cuando nos referimos al santo por excelencia, a Jesucristo, vemos que no podemos prescindir de su pertenencia a un núcleo familiar; núcleo que, en Jesucristo, ya no comprende la extensión antigua del patriarcado Israelita.
También comprobamos que, la piedad cristiana, desde muy pronto asocia a las figuras típicas de la santidad del Nuevo Testamento, los rasgos supuestamente virtuosos y santos de las personas que, históricamente se entroncan de inmediato con el santo que se glorifica: no sólo Jesús con María y José, sino el Bautista y sus padres Isabel y Zacarías; igualmente se asocian otras figuras evangélicas emparentadas (parientas de la Virgen, primos del Señor, hermanos de Betania...); y esto se repite en los siglos inmediatos posteriores, en la era de los mártires, en los santos Padres...
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Los padres de los Santos
Cuando en nuestros días dirigimos la mirada y nos detenemos en el estudio biográfico de los santos, tampoco podemos dejar de comprobar el influjo predisposición que éstos recibieron, en general de sus padres e inmediatos familiares, o de aquellos que los suplieron o complementaron amigos, maestros...), aunque luego no aparezcan glorificados oficialmente en la lista en que la Iglesia registra a sus héroes, es decir, a los santos cuya ejemplaridad propone al resto de los fieles. Alguien, alguna vez, tendría que entretenerse en el reseguimiento "de los padres de los santos": seria posible suponer, incluso desde ahora mismo y sin profundizar demasiado en la búsqueda, que algunos de estos antecesores o progenitores de los santos, hayan sido tan santos como sus hijos o discípulos y que tal vez ―¿ quién sabe?― les hayan aparentemente superado en alguna ocasión: la madre de san Juan de la Cruz, la "matrigna" de san Felipe Neri, la esposa de san Isidro, el hermano de santa Teresa de Ávila, los padres de santa Teresa del Niño Jesús...
Padres santos e hijos pecadores
Se tendrá que reconocer que, en ocasiones, de padres virtuosos han salido hijos pecadores, y viceversa. Pero incluso en muchos casos se puede ver que lo que pareciera un mal, actuaba como estímulo para una reacción en bondad cuando la gracia intervenía y la nobleza heredada o aprendida no se hacia atrás, por ejemplo en el caso de san Francisco de Asís y su padre, que no comprendió al hijo (al contrario de la madre).
A reces, de familias que parecían menos fervorosas o incluso distanciadas de la asiduidad de prácticas religiosas, salieron hijos virtuosos y hasta verdaderas y grandes vocaciones evangélicas: pero, acercándonos más de cerca al núcleo familiar que suponemos aparentemente menos cristiano, descubrimos un acervo de virtudes que a reces son algo más que buenos hábitos humanos, porque significan austeridad, honradez, puntualidad, fidelidad, justicia, desprendimiento, veracidad, generosidad... que otros, aparentemente más piadosos, dejan de tener, a pesar de las apariencias con las que mal disimulan egoísmo y estrecheces de miras, porque toman el cristianismo más bien como un seguro de eternidad que les salve de males en el mundo y condenaciones en la otra vida, que como un compromiso para transformar la propia existencia en una {14 (158)} entrega a Dios, más allá de la protección de los moralismos o del prestigio de las apariencias mantenidas y gratificadas incluso en esta vida, como si «se pudiera servir a dos señores».
Los valores humanos
De padres en apariencia menos cristianos, de los que han surgido a veces entregas totales a la vida apostólica, en algunos de sus hijos, se han dado casos en los que, si bien al principio opusieron resistencia más bien por falta de formación cristiana, a las vocaciones de estos hijos que se iban a dedicar totalmente a Dios, luego, en cambio, cuando precisamente por haberles afectado tan de lleno el llamamiento divino, han tenido que encararse con la realidad del cristianismo entendido sin ambigüedades, han acabado entusiasmándose porque Dios les había bendecido con aquel hijo o aquella hija, o hermano o hermana... que el Señor quería totalmente para sí a fin de dedicarse plenamente a la propia santificación y al apostolado.
Los padres convertidos
Allí donde la nobleza precedente, la claridad de ideas aceptadas y la purificación de los egoísmos familiares ha sido posible, esas transformaciones se han dado. En cambio, a pesar de mantener apariencias de cristianismo, allí donde el egoísmo materno o paterno ha querido retener al hijo o a la hija que iniciaban la entrega a Dios, esta entrega se ha visto interferida por apegos, sentimentalismos, intereses, egoísmos y deformaciones que han dado al traste con la vocación en ciernes o ya iniciada, y han impedido que superara la ambigüedad de lo simple y solamente humano, convirtiendo en apariencia mediocre un rutinarismo o disimulo de perfección que nunca llegaría, por desgracia, a la santidad a la que había sido llamado.
Y no digamos del caso en que se cayera en la tentación de pretender sacar utilidad material, o entretenimiento sentimental, del que Dios llamaba para sí, porque, por más que se etiquetara de otra manera, sería menos santidad ésta que la de un buen cristiano de los de a pie, que se mantiene en la vida de gracia y asume sus deberes con mayor sacrificio y menos protección.
El Evangelio exigente
Cada vez que en el Evangelio sale la introducción de «si quieres ser perfecto... si quieres venir en pos de mí, si quieres entrar en el reino...», es preciso no perderse lo que sigue. Y no son pocas las palabras que dedica a la {15 (159)} relación entre entrega y familia. Ahí Jesús no ahorra exigencias, que no son para menospreciar los lazos familiares, pero si que impone sobre ellos la necesidad de una radical purificación, que nos libre de engaños.
Porque queremos un cielo para este mundo y un Dios útil y dócil a nuestros intereses y deseos, utilizamos la degradación de muchas cosas nobles con tal de establecer, aunque sean sólo aparentes, razones justas a nuestras reclamaciones egoístas. En general, por ejemplo, cuando se trata de Dios y la familia, se reconoce menos derecho al que se entrega a Dios que al que abandona la familia para otra dedicación secular u otra vocación humana.
En disculpa de esta apreciación injusta hay solamente el error de pensar que la vida de dedicación a Dios es una vida perezosa, cuyos deberes siempre se pueden aplazar aun cuando opongamos a los mismos, no otros deberes ni superiores ni inferiores, sino solos intereses o caprichos, para los que apenas discutiríamos si el que concurriera no fuera Dios.
Los derechos de Dios
Para una profesión que sea remunerada en más de lo que bastaría para vivir decorosamente, o para que un hijo o hija "se coloque" en matrimonio ventajoso, padres y madres estarían, con harta frecuencia, dispuestos a largas y prolongadas separaciones, aun a destiempo. Esa conformidad a veces se pretende enmascarar de amor cristiano, pero es sólo interés o/y vanidad o poco más. Y gastan y se endeudan y se afanan para lograrlo. Pero si se trata de algo que pertenece a una dedicación, que aunque sea de valor superior y espiritual no exige más en tiempo, ausencias y aspectos materiales que la profana, enseguida se construyen argumentos egoístas y retenciones sentimentales a las que, por tratarse de Dios, ya no se transige. O, si no hay más remedio, se admite con gran dramatismo y, posteriormente, se va entorpeciendo, a no ser que una verdadera conversión ―difícil cuando no existía aquella precedente nobleza y claridad de ideas de base humana― se opere y sitie todo en su lugar.
En general no puede hablarse de disposición para la santidad sin un previo empobrecimiento material y afectivo que nos haga puros para que Dios pueda disponer de nosotros y podamos ser moldeados por los medios que el mismo pone a nuestro alcance en el ámbito de la Iglesia.
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"Déjalo todo y ven..."
«Si quieres ser santo, ve, véndelo todo, déjalo todo, y luego ven... », se dice en el Evangelio; pero si a lo que decimos que hemos dejado, le tenemos puesto un lazo ―«aunque sea un hilo fino», dice santa Teresa―, no podremos volar hacia y donde Dios nos llama.
«Si alguien ama más a su padre, su madre, su... ―es decir, da su tiempo, su energía, su actividad, su dedicación, cuando no es necesario para el reino de Dios― no es digno de mí».
Maestro, voy enseguida, pero déjame ir al entierro de mi padre... Y Jesús le responde: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú dedícate al reino de Dios».
Cuando le dicen que fuera le esperan la Madre y parientes, contesta que «son los que oyen sus palabras y las ponen por obra los que se pueden llamar madre y parientes suyos»... Con lo cual no pronunciaba desprecio alguno hacia la Virgen sino todo lo contrario, puesto que proclamaba que era su gran discípula, porque nadie oyó mejor ni cumplió con fidelidad mayor que ella sus palabras.
El corazón partido
Todos los hombres nos interesan y, sin duda alguna, los familiares, no para que nos distraigamos de la santidad y nos perdamos o entretengamos en disipaciones de tiempo, fuerzas y sentimientos que hemos de dedicar al reino de Dios, sino para llevarlos a ellos a este reino, como la Virgen que fue colaboradora insigne de la obra del Señor. No se puede servir a muchos señores ―¡ni a dos!― al mismo tiempo; no se puede partir el corazón; no se puede pluriemplear la vida. Sino que toda la prudencia del cristiano debe orientarse a integrar en Dios, lo más directamente posible, sin vanidades, ni distracciones, ni ocios, ni condescendencias, las fuerzas y la vida.
Los mundanos, los que "triunfan" lo hacen así, para llegar a ser un gran político, o un cantante de fama, o un rico en poco tiempo... no dudan en sacrificar lo que para Dios jamás harían. La diferencia está en que ellos, mientras se desprenden y sacrifican en aras de sus ambiciones, no aman a los demás, mientras que el cristiano que quiere hacerse santo, está siempre abierto al amor para hacer el bien espiritual a todos, sin excluir a los parientes, y que éstos, con tal que lo entiendan un poco así, recibirán sin duda ese bien espiritual y verán cómo se abre para {17 (161)} ellos un camino de felicidad al hacerse más amigos de Dios. Si esto no lo entendieran así, se sentirían continuamente extraños respecto del miembro de su familia que, eventualmente, se hubiese entregado a Dios, o se equivocarían exigiendo y esperando de él poco más que beneficios materiales o gratificaciones perecederas.
La Iglesia y las buenas Vocaciones evangélicas
Es claro que todo ese relato parece dirigido a la consideración de las vocaciones a la vida evangélica; pero no hay duda que éstas no faltarán a la Iglesia, y las que se mantienen serán efectivamente de gran beneficio al reino de Dios, en la medida en que, desde la familia se disponen las circunstancias de la vida doméstica у las perspectivas de la vida de modo que la respuesta al ideal evangélico sea posible y, además, cuando, de haberse dado en algún miembro tal llamamiento, surge y se mantiene la comprensión de lo que significa esa entrega, para que se convierta en elemento vivo, vivificador y dinámico del crecimiento eclesial. Cuando esto ocurre así, no sólo se hace santo el llamado o llamada, sino que la vocación alcanza, en su beneficio (espiritual) a la entera familia que secunda, entiende, ruega y se desprende con generosidad, como lo haría, por lo menos con otra actividad o vocación de esas que el mundo aplaude, aunque no duren para la vida eterna.
Ejemplo del Beato Scrosoppi
Hace poco ―un mes― ha sido beatificado un oratoriano del que hacemos memoria en estas mismas páginas, el padre Luigi Scrosoppi. Aparentemente, no dejó familia, en un principio, ni su ciudad, ni su riqueza (que la tenía); pero todo lo empleó para el reino de Dios, todo lo integró en el ideal de su apostolado y de su caridad. Hubiera podido ocurrir al revés: no pasar de sacerdote relativamente pio, enmadrado y de merienda doméstica para paladar regalado, con limosnas más o menos esparcidas y decoro clerical externo mantenido... Pero esto hubiera sido muy poco para la grandeza a que Dios le llamaba. Otros, para dejar el porvenir mundano o los afectos que retienen — «como el hilo al pajarillo», que decía santa Teresa― hubieron de alejarse de sus circunstancias; en cambio, el beato Scrosoppi, no se alejó, pero transformó todo, y lo polarizó todo en Cristo у los intereses de Cristo. Y fue santo; seguramente también lo fueron sus hermanos, y su padre, y su madre...
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6. La mayor dificultad para la fe
La culminación de la obra divina es el hombre. Él es la flor y la perfección de la actividad creadora, hecho para servir y adorar a su Creador. Sin embargo, miradle, los que os creéis sabios y despreciáis la Palabra revelada; observadle atentamente, y decid con sinceridad si lo consideráis ofrenda apta para ser presentada a Dios. No voy a referirme al pecado, porque vosotros no aceptaríais el término. Os invito simplemente a que os fijéis en el hombre tal y como se le ve en el mundo, y reconociendo, como debéis reconocer, que la multitud no se guía por regla alguna y que son muy pocos los que veneran a su Creador; viendo, como veis, que la enemistad, el fraude, la crueldad, la opresión y la injuria constituyen el contenido de la vida humana; conociendo además las estupendas capacidades del hombre y su frustración en una existencia tan breve, ¿podéis aventuraros a afirmar que el yugo de la Iglesia es pesado, cuando vosotros mismos, observadores del universo, os creéis racionalmente impelidos a confesar que Dios no ha creado ninguna cosa perfecta, sino un mundo material muerto y corruptible y un mundo de espíritus inmortales que se ha declarado en rebelión?
Debo concluir que si he de someter mi razón a unos misterios, no tiene gran importancia que se trate de un misterio más o menos. La mayor dificultad es sencillamente creer. La mayor dificultad es aceptar firmemente la existencia de un Dios vivo ―Creador, Testigo y Juez de los hombres­―, a pesar de la penumbra que le rodea.
Una vez que la mente se ha abierto como debe a la creencia en un poder que está por encima de ella; una vez que comprende que no es la medida de todas las cosas en el cielo y en la tierra, experimentará pocas dificultades para seguir adelante. No digo que deba aceptar la fe católica sin motivos. Simplemente digo que cuando crea en Dios se habrá removido el gran obstáculo para la fe, es decir, un espíritu orgulloso y autosuficiente.
JOHN H. NEWMAN, C. O.