Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
190. DICIEMBRE. Año 1981 |
0.
SUMARIO |
HACE
veinte siglos que Dios recomenzó la creación. |
Lo
celebramos cada año, y es la Navidad. No sería poco que todos los hombres
pusiéramos nuestra voluntad, y la hiciéramos buena y constante para
reconstruir gozosamente el mundo que tenemos entre manos, y en el que es
posible abrir caminos para la felicidad, si trabajamos, si nos damos
generosamente. Es preciso volver a nacer para recompensarlo todo. |
PARA
SER FELICES |
ESE
NINO ERES |
LOS
DERECHOS DEL NIÑO |
LA
MISA, ADVIENTO Y PASO DE CRISTO |
LA
REBELIÓN DE LOS PÁJAROS |
LA
DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA |
{1
(165)} |
1.
PARA SER FELICES |
Amamos
la música no solamente por los sonidos, |
sino
por los silencios que contiene: |
sin
la alternancia entre el sonido y el silencio |
no
habría ritmo. |
Si
queremos ser felices, |
y
llenamos de ruidos todos los silencios de la vida, |
fecundos, |
colmando
de trabajo los descansos que nos da, |
reales, |
convirtiendo
nuestro ser |
en
máquina de actuaciones, |
no
crearemos nada más sobre la tierra |
que
un infierno. |
Si
no reservamos en nosotros |
algunas
zonas de silencio, |
no
podremos jamás oír a Dios |
en
los intervalos de nuestra música. |
Si
no descansamos, |
Dios
no bendecirá nuestro trabajo. |
Si
deformamos nuestra vida |
llenándola
enteramente de acciones y experiencia, |
Dios
se apartará en silencio |
de
nuestro corazón, |
que
se nos quedará vacío. |
E.
Thomas Merton 2 (166) |
{2
(166)} |
2.
Ese niño eres tú |
NACER.
Siempre estamos naciendo, mientras crecemos, mientras vivimos. Incluso la
muerte ―única― será un nacimiento ―«un mayor
nacimiento»―, como dijo el poeta Maragall―. Por esto, en el
hombre, nunca se acaba de borrar al niño, y hasta parece que como si la
parábola de la vejez buscara la inclinación de un regreso a la infancia. Tal
vez porque el hombre nunca acaba de ser niño, Dios mismo, cuando se hace
hombre, comienza siendo un niño. |
Cada
vez que nace un hombre, podemos los demás mirarnos en él, porque estamos en
el mismo camino, paso más paso menos, frente a la única meta del "gran
nacimiento". A lo mejor, en vez de afirmar que el hombre es el único
viviente que "sabe" que ha de morir, deberíamos decir que es el
único que sabe de "nacer" a Dios, que sabe, si tiene fe, que ya
está naciendo para Dios. |
Hasta
el momento culminante del definitivo encuentro con Dios, en la Vida que no
acaba, la sed y el hambre de Dios son el impulso que le mueve, mientras Dios
le va saliendo al encuentro. Dios se le va insinuando, descubriendo,
manifestando, en una maturación de fe, y el hombre va siendo como el niño al
que se le van abriendo los ojos para reconocer, admirado, al padre, a la
madre. Como el niño, el hombre nunca lo acaba de saber todo, ni de su origen,
ni de su destino, respecto de Dios. Es un misterio siempre en trance de ser
desvelado, y cada manifestación de Dios excita más el deseo para un mayor
descubrimiento. |
De
Dios, el hombre, no recibe más que manifestaciones fragmentadas, incompletas,
sucesivas, reflejadas. |
No
tenemos ningún acceso a Dios fuera de sus manifestaciones creadas. No
obstante, desde la encarnación del Hijo de Dios, sí tenemos integrado en ese
misterio la maravilla de la creación de la naturaleza humana de Cristo, que
la más completa y magnífica de las manifestaciones creadas de Dios. |
Pero
Cristo comienza siendo un niño, igual que comenzamos nosotros, y luego crece,
como crecemos todos, y llega hasta la muerte; pero ya en ella, convierte el
fracaso en triunfo y la muerte en vida nueva, como repitiendo el ciclo, pero
por encima de lo creado. |
Cristo
es el tipo. Cristo es nosotros. Cristo es la cima de un misterio que nos
identifica con él, aunque sin despersonalizarnos a nosotros, ni atomizarle a
él. Cristo es la cima de la creación, y el adelantado de la nueva creación,
frente a la cual todavía somos niños, y tenemos que crecer en gracia y
sabiduría, hasta llegar a la plena edad, para abrirnos al "gran
nacimiento", a la transformación gloriosa de verdaderos hijos de Dios. |
Por
esto, cuando nace un niño, y cuando nace Cristo, ese niño ―y ese
Cristo― somos cada uno de nosotros, soy yo y eres tú. |
{4
(168)} |
3.
Los derechos del niño y del adolescente |
TAL
VEZ se abusa de la palabra "derecho" porque la revolución
concienciadora a la que asistimos en nuestros días, levanta por doquier
reivindicaciones y proclamas, cada vez más particularizadas, las cuales, a
pesar del valor positivo que contienen en sus declaraciones, con frecuencia
descuidan la simetría del "deber", que suele más bien recordarse a
los demás y olvidar en sí mismo aun entre muchos de los bien intencionados
reivindicadores. No faltan, por ello, los que, con alguna razón, desearían
que, además de los "derechos" se proclamaran del mismo modo los
correlativos "deberes". |
Pero
existe un caso en el que esta correlación queda evidentemente disminuida,
porque o no puede exigirse o ha de hacerse con mitigaciones inevitables,
precisamente para respetar la justicia. Es el caso del niño y hasta del
adolescente, los cuales, como seres personales, son depositarios de más
derechos que deberes, ya que no han alcanzado el desarrollo necesario para
asumir una total responsabilidad autónoma. |
Navidad
es un tiempo muy adecuado para hablar de los niños. Y no sólo porque Cristo
entra en el mundo como un niño, sino porque, en nuestra vida, tal como la
tenemos organizada, coinciden las fiestas navideñas con las vacaciones más
hogareñas que otras veces, y los niños llenan la mayor parte de las horas de
la vida familiar y festiva. Es una ocasión para pensar en ellos, aunque
debamos reconocer que, al hacer referencia a sus "derechos" por
fuerza es preciso que apuntemos a la correlación de "deberes", pero
recayendo éstos en los mayores y en la sociedad como tal. |
Ahorraremos
prolijas reflexiones para poder, con relativa brevedad, seguir el índice de
un documento que, hace algunos años, publicaba Mons. Ramón Masnou, obispo de
Vic, para instruir a sus diocesanos. |
Él
quería que esos llamados "derechos" del niño fuesen la ocasión del
amor de los mayores hacia ellos, para que ese amor fuese no sólo sentimiento
afectivo, sino verdaderamente efectivo, es decir, traducido en la realización
de lo ordenado a colmar los derechos del niño y del adolescente. |
{5
(169)} 1. En primer lugar, el niño tiene el DERECHO A LA VIDA, primero y
fundamental. Resurgen, en nuestra época, teorías justificadoras de raíz
abiertamente pagana, capaces de dar categoría de buen talento práctico al
crimen de Herodes, inspiradas en el egoísmo o la lujuria. |
Son
muchos los padres que consideran al hijo como un "estorbo". |
Llevados
del materialismo, ausentes de verdaderos ideales, alejados de la religión,
convierten al placer en su ídolo. No faltan los padres que, para deshacerse
siquiera momentáneamente de sus hijos, los llevan antes de tiempo yantes de
edad a la escuela, porque les "estorban". |
2.
El niño tiene derecho, además, a tener BUENOS PADRES, pues de ellos deberán
recibir las primeras ideas, palabras y ejemplos. Se puede decir que el futuro
del hijo dependerá en proporción casi definitiva del influjo de sus padres,
de la atención que éstos le presten, de la convivencia nunca apresurada ni
elíptica con ellos. Abundan los padres que parecen desconocer sus
responsabilidades, para quienes la paternidad resulta poco menos que una
sorpresa y luego un enorme descuido. No solamente los padres deben hacer bien
a los hijos, sino que ellos mismos, a causa de ese deber que tienen como
exigencia hacia ellos, les debería igualmente beneficiar perfeccionándolos
continuamente. |
3.
Otro derecho del niño es UNA BUENA ESCUELA, complementaria del influjo y de
los cuidados del hogar, sin que pueda reemplazarlos. La escuela no solamente
ha de proporcionarle instrucción en los saberes científicos y literarios
útiles a la vida, sino que debe, además, educar y formar a la persona, pues
solamente así se preparará debidamente para la vida. El derecho del niño a
recibir esa instrucción y educación, no se lo da el Estado, ni la sociedad,
ni los maestros, ni siquiera sus padres, pues es anterior incluso a éstos
porque se lo da Dios. Por ello no puede depender del gusto de los padres la
buena educación, la formación y la instrucción que ha de recibir el niño; ni
pueden los padres, sin abuso, prohibir que se les enseñe religión. |
4.
EL DERECHO AL CATECISMO, correlativo al deber de la Iglesia, de los padres,
de los maestros de enseñarle no sólo lo que constituye el sistema doctrinal
relativo a la fe, sino además conducirle a la práctica progresiva, sin
descuidar la oración y el trato con Dios y la conducta que se refleja en la
vida, en el culto, en la moralidad. Uno de los azotes mayores que padece la
sociedad todavía llamada cristiana, es la ignorancia en que están sumidos,
respecto a las verdades relativas a la fe, muchas de las personas que, sin
embargo, son o se precian de cultas en otros aspectos. |
{6
(170)} 5. EL DERECHO A LA EXPANSION o, si queremos, al juego honesto y sano.
La preocupación por el futuro material, queriendo asegurar al máximo el
porvenir bien remunerado, en no pocas ocasiones se traduce en sobrecarga de
trabajos y estudios que mantienen en angustia bajo amenaza de exámenes o
evaluaciones que exacerba al niño y al adolescente. La vida se les presenta
como una competición tremenda porque los mayores les señalan metas de acuerdo
con aspiraciones desmesuradas, contrarias a la misma naturaleza o posibilidad
en perspectiva, frente a la saturación de los "mejores" puestos, a
los que aspiran demasiados candidatos. Se atropella la que pudiera ser la
vocación personal de cada uno, puesto que se enseña a elegir lo aparentemente
mejor remunerado o mejor considerado. Orgullo y egoísmo mezclado que, ya en
la juventud, se transmite al que se asoma al mundo. |
Se
le ofrecen distracciones, pero no siempre las naturales y sanas, sino las
excitantes y exageradas, las artificiales, y así caen y pasan de una
embriaguez a otra. |
6.
EI DERECHO A UN PORVENIR, que no puede ser inspirado por los egoísmos ni
codicias paternales intentando que el hijo llegue" donde el padre o la
madre no pudieron y, de este modo, se vean redimidos del complejo de fracaso
o de pobres con que ellos se asomaron al mundo. El porvenir se tendrá que
edificar enseñando a trabajar. Ni herencias ni vagancia preparan para la vida
y la felicidad; es el trabajo que hace la vida fructífera y que introduce esa
necesaria dosis de austeridad bien entendida, sin la cual las pasiones o los
antojos acaban haciendo desgraciado al hombre, e injusto con los demás. |
7.
EL DERECHO A LAS ATENCIONES CORPORALES, es decir, es espacio para vivir, el
alimento para crecer, los cuidados {7 (171)} para proteger la salud. Todo lo
cual repercute en las condiciones de vivienda, en la ordenación de jardines y
lugares para el juego, en los servicios de asistencia, en la justicia
económica y social. |
8.
EI DERECHO A LA AMISTAD, que significa una extensión de la vida afectiva,
hasta más allá del círculo familiar. El juego, la escuela es ocasión de
conocer a otras personas. Los padres que protegen excesivamente a sus hijos,
los hacen solitarios, misántropos, insociables, taciturnos, incapaces, en
definitiva, para traducir en vida la capacidad de querer y amar, de ayudar y
servir, serenamente, constructivamente, cristianamente, a los demás. |
No
les duela a los padres que sus hijos tengan amigos que, si les educan bien,
encontrarán en la escuela, en la iglesia, en el asociacionismo cultural o
apostólico en que puedan participar, en el sacerdote que orienta su alma, en
el catequista, en el maestro generoso. |
9.
EI DERECHO A UNA SOCIEDADQUE LES COMPRENDA, además de que les quiera educar. |
Comprender
no significa dar siempre la razón, incluso significa tener que recurrir a la
necesaria corrección, pero no desde la posición defensiva que se preocupa de
suprimir molestias o peligros, sino desde el bien del sujeto en formación,
que necesita ser orientado, prevenido, enseñado, querido y preparado
razonablemente para que pueda alcanzar la madurez humana. Esos violentos y
gamberros que rompen por romper, que queman gasolina inútilmente y llenan de
ruidos y peligros calles y ciudades, son marginados afectivos, son niños o
jóvenes no amados efectivamente por sus padres, aunque éstos les compren
juguetes carísimos o les complazcan en caprichos estúpidos. |
10.
EI DERECHO A LA CIUDADANIA CRISTIANA, es decir, a un lugar propio para ellos
en la Iglesia, que no es sólo de los fieles mayores, sino también suya y en
la que han de sucedernos heredando nuestras responsabilidades en ella. |
Por
ello, ya desde un principio, tienen el derecho de encontrar en ella todo lo
que necesitan para desarrollar su vida de fe: enseñanzas, verdades, ejemplos,
participación en el mismo organismo, por derechos que arrancan del mismo
bautismo que a todos nos hermana en Cristo. |
Podrían
añadirse otros puntos, como el derecho a la modestia y al pudor, el derecho a
la delicadeza de sentimientos, el derecho a ser respetados, el derecho a
superar la vulgaridad para que su vida, aspirando a los ideales más nobles,
crezca en valor por el desarrollo de todas sus posibilidades... |
Todos
sus derechos son exigencias de respuestas de amor a ellos de los mayores. Ese
amor no les faltará si, antes, tenemos el amor a Dios. |
«Cualquier
renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad
a su vocación», se dice en el Decreto sobre el Ecumenismo, nom. 6. Su
vocación es la fiel respuesta a la misión que Dios le ha confiado. Pero la
Iglesia somos todos los fieles, somos cada cristiano, somos tú y yo.
Nosotros, cada uno, debemos responder. |
{8
(172)} |
4.
LA MISA, ADVIENTO DE CRISTO |
LA
SANTA Misa no solamente es una fórmula, sino una gran acción, la mayor que
pueda tener lugar en la tierra. No es la simple invocación, sino ―si me
es lícito usar esta palabra― la evocación del Eterno. Se hace presente
en el Altar, en cuerpo y sangre, Aquel ante el cual se inclinan los
Ángeles... Es ésta una realidad augusta y el fin y razón de cada parte del
rito eucarístico. |
Las
palabras son necesarias, pero como medio, no como fin; no se limitan a servir
de súplicas sino que son instrumento de algo que está por encima, instrumento
de la consagración y de la inmolación. |
Se
producen y concatenan como impacientes para completar del modo más rápido su
misión. Van derechas a su fin porque forman parte de una acción integral... |
Pagan
las palabras rápidamente, y Cristo pasa con ellas, como cuando caminaba sobre
las aguas del lago, en los días de su vida mortal, llamando a uno y a otro.
Pasan rápidas, porque la venida del Hijo del Hombre es semejante al relámpago
que brilla de una parte a otra del cielo. Son como las palabras de Moisés,
cuando invocaba al Señor, que seguía como nube a su pueblo, y, como Moisés en
la montaña, también nosotros nos acercamos a él, nos postramos y lo adoramos.
De este modo nosotros, cada cual desde su lugar, invocamos el gran Adviento,
esperamos el "movimiento del agua"… contemplando la acción que se
realiza sobre el Altar, acompañando su proceso y asociándonos a su
consumación, que es mucho más que seguir rutinariamente y sin esperar nada
una árida fórmula de plegaria del principio al fin, sino formando como la
integración de un concierto que conjuga en la unidad armoniosa la diversidad
de todos los reunidos. |
JOHN
HENRY NEWMAN, C. O. |
{9
(173)} |
5.
La rebelión de los pájaros |
LOS
HOMBRES, poco a poco, se olvidaron de mirar al cielo; se olvidaron de esas
flores de luz del jardín del firmamento, y se hicieron estrellas artificiales
y ruedas de metal chirriantes sobre los caminos grises del asfalto. Se
encerraron, ellos mismos, en espacios cúbicos que llenaron de ruidos, y ya no
tuvieron tiempo ni para abrir ventanas al universo, hacia arriba, y admirarse
de los caminos rutilantes, silenciosos y puros de las altísimas
constelaciones que condensan misterio y paz, de un trazo, en un solo signo,
mientras se pasean por los caminos de las nebulosas espaciales. |
Los
hombres se olvidaron de los campos, de los árboles, de las flores; se
olvidaron de la triunfante y esplendorosa benignidad de las auroras y las
puestas de sol, cuando la luz extiende las manos de sus rayos para llegar a
tocar o para bendecir todas las cosas. |
Se
olvidaron de las formas y los colores originales de la creación y de las
músicas que hay en el movimiento o en el aliento de todos los seres. Y fue
entonces cuando también se olvidaron de los pájaros. Los pájaros que, como
forasteros consentidos, alegraban la ciudad, repitiendo, sobre las espirales
del aire, los trinos que habían traído aprendidos de los campos, preservando
así, para el hombre, el último recuerdo de la pureza de lo creado. Sobre el
arco del vuelo eran como gotas de música, como un desquite ingenuo
contrastando con las falsificaciones perecederas de la organización
ciudadana. |
{10
(174)} Pero llegó un día en que la ciudad se hizo irrespirable para todos, y
especialmente para los pájaros, y tuvieron que huir para poder sobrevivir. La
vida se marchitaba y nadie se daba verdaderamente por enterado. Y ellos se
fueron, sobremontando la corrupción, hacia lo alto, hasta hacerse invisibles,
como si hubiesen proyectado el intento de fundir su voz aguda con la luz
fulgurante de las estrellas puras, hermanas suyas. |
En
la tierra nadie se daba cuenta de la desolación. Solamente los niños añoraban
la ausencia de los pájaros. La gente mayor seguía multiplicando máquinas y
ruidos, imitando falsificaciones, inventando hogueras, fabricando humos,
intoxicando estúpidamente todo su entorno, y caminaba, de cierto, hacia el
colapso y la muerte. |
¿Cómo
podrían decir qué es el pecado los que intentan describirlo? |
Los
niños, solamente ellos, quisieron que los pájaros volvieran; aunque les
faltaban fuerzas para poder comenzar, desde ellos mismos, un mundo nuevo,
quisieron hacer todo lo posible para intentarlo. Es verdad que, a veces, el
que quiere cosas más grandes no es el que tiene mayores oportunidades, sino
el que pone en la empresa toda su voluntad. |
Dentro
de pocos días, en este mismo mes de diciembre, en algún lugar se estrenará un
filme que, en otra lengua, llevará un título con este significado: "La
rebelión de los pájaros». El argumento es sencillo: |
los
pájaros huyen del mundo que estropean {11 (176)} los mayores, pero los niños,
sólo ellos, quieren de verdad que vuelvan y sólo ellos ponen todas sus
fuerzas para conseguirlo. Quiere ser una apología de la fuerza de la
infancia, tal vez de la posibilidad de esperanza que todavía hay en ella para
redimirnos de amenazas que los mayores, nosotros solos, nos hemos construido. |
Navidad,
para los cristianos, tiene que ver con la infancia, porque en el misterio de
Dios humano, ahora recordamos la primera etapa, que es su infancia. Pero
sabemos que la infancia, incluso cuando es alabada en el mismo Evangelio, no
se reduce a la inocencia, ingenuidad o incapacidad para la malicia, sino a la
simplicidad y generosidad de la mirada y de la voluntad puesta en el bien
totalmente elegido. También los niños de hoy pueden salvar el mundo; pero no
solos, sino con los mayores si no despoblamos el cielo interior de sus mentes
y les damos ideas verdaderamente cristianas y el testimonio de nuestra
sinceridad en la fe. |
Solamente
así volverá la belleza y el bien a la vida. Y, por lo tanto, la paz. |
{12
(176)} |
6.
Documento: SOBRE LA DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA DE LA EXISTENCIA SILENCIO,
ORACIÓN Y PERSONA |
REPRODUCIMOS
sólo una parte de la carta pastoral que escribía al clero y pueblo de Milán,
en vistas al curso de actividades que se reemprendían en la diócesis
ambrosiana, el que Acababa de ser, desde hacía poco, su nuevo arzobispo,
designado por muy expresa voluntad personal del Papa, pues se trataba del
padre jesuita Carlo Martini, y ya sabemos que los jesuitas solamente suelen
ser designados para ocupar sedes, en todo caso, en países de misión, por lo
cual (lo mismo que ocurre con los demás religiosos) sólo raramente acceden al
episcopado. |
Esa
carta a la que nos referimos podría parecer, por lo menos, Anticonformista,
puesto que se dirigía a un clero y a un pueblo continuamente expuestos a la
tentación del activismo y de la eficacia. |
En
general, en el norte de Italia y más concretamente en Milán y la entera
región lombarda, se concentra el núcleo más dinámico del progreso industrial
italiano, del interés por la cultura europea y de la apertura cosmopolita, en
evidente contraste con otras zonas más sosegadas, sobre todo del sur,
deprimido e indolente, con cierta propensión al fatalismo, si bien compensado
por la corriente de un sentimiento religioso no demasiado ilustrado,
folklórico, fácil y popular, a veces cercano a la enajenación. El mismo
atraso y monotonía cultural impide que sean demasiado profundos los problemas
del espíritu y los planteamientos de la fe. |
Éstos
surgen más bien allí donde el ritmo acelerado del progreso reta al hombre
entero, en especial cuando éste cede a la fácil tentación estandardizante y
materialista de la eficacia y la deshumanización, en la que el hombre, puesto
a crecer, lo hace unidimensionalmente, hacia la sola e inmediata economía y
comodidad de lo sensible, olvidado del necesario desarrollo paralelo de la
actividad interior y profunda del espíritu. Cuando este peligro acecha, se
impone la necesidad de la reflexión contemplativa, para no quedarnos con un
hombre aparentemente bien {13 (177)} vestido, gozando del confort de la
técnica, aséptico y organizado, pero espiritualmente vacío. Por esto resulta
oportuna la invitación del arzobispo de Milán a sus fieles. El remedio no estaría
en huir otra vez al campo, o en renunciar al progreso, sino en equilibrar, en
mantener paralelamente los avances materiales con los ascensos espirituales,
en mirar fuera profundizando dentro. En rigor se podría decir que se trata de
un esfuerzo de "encarnación" en el sentido más justo, porque el
bien al que Dios nos llama no está en otro tiempo ni en otro lugar del
nuestro, ni sería lícito frenar el progreso humano, sino que debe estarse
presente en él, debe ser asumido y dominado para elevarlo sin destruirlo,
como el Verbo transformó la naturaleza humana de Cristo, sin destruirla, al
asumirla en la Encarnación. |
He
aquí la segunda parte del escrito de referencia, encabezada con el
significativo epígrafe de «SILENCIO, ORACIÓN Y PERSONA». |
Recuperación
de valores |
La
propuesta de reflexionar sobre la dimensión contemplativa de la vida intenta
provocar implícitamente la recuperación de algunas certezas que en los años,
confusos pero fecundos, que acaban de transcurrir, han ido esfumándose o
sufrido algún eclipse. |
Tales
son la importancia religiosa del silencio, la primacía de la persona humana,
la del ser sobre el tener, sobre el decir, sobre el hacer; la justa relación
entre persona у comunidad. |
Naturalmente,
la recuperación de estos valores no puede significar abandono o
desconocimiento de aquellos que el pasado reciente ha destacado justamente,
como la plegaria de la comunidad que coralmente canta y habla con Dios, la
necesidad que a la profesión de fe y a la alabanza siga la coherencia del
testimonio y de las obras, la importancia de la dimensión eclesial en todos
los ámbitos de la existencia cristiana. |
Mas
parece que ha llegado el momento de recordar, en vista a un seguimiento de
Cristo más intenso y armonioso, que el entregarse a la contemplación y al
silencio fecunda y enriquece la plegaria vocal y comunitaria; que no se da
acción o compromiso que no surja de la verdad del ser profundo del hombre que
en Cristo ha sido renovado y exaltado; que es precisamente la conciencia de
la libertad de cada persona, con sus convicciones, con sus esperanzas y sus
propósitos, que constituyen la autenticidad y el mérito de toda existencia
asociada al nombre del Señor, 14 (178) |
1.
El silencio. Miedo y fascinación del silencio |
Si
en un principio existía la Palabra y por la Palabra, venida a nosotros,
comenzó a realizarse nuestra redención, resulta claro que, de nuestra parte,
en el inicio de la historia personal de nuestra salvación, debe haber el
silencio: |
el
silencio que escucha, que acoge, que se deja animar. |
Cierto
que, a la Palabra que se manifiesta tendrán que corresponder luego nuestras
palabras de agradecimiento, de adoración, de súplica; pero antes ha de haber
el silencio. |
Si,
tal como sucedió a Zacarías, el padre de Juan Bautista, el segundo milagro
del Verbo de Dios es hacer hablar a los mudos, es decir, desatar la lengua
del hombre terrenal vuelto sobre sí mismo para cantar las maravillas del
Señor, el primero es el de hacer enmudecer al hombre charlatán y disperso
(cf. Lc 1, 20-22). «Que la Palabra haga enmudecer mi verborrea», como dice
Clemente Rebora, noble espíritu de poeta milanés de nuestros tiempos, cuando
describe con desnuda claridad los inicios de su conversión. |
Podemos
decir, incluso, que la capacidad de vivir un poco del silencio interior
connota al verdadero creyente y lo libera del mundo de la incredulidad. |
El
ruido enajenador |
El
hombre que, según los dictados de la cultura dominante, ha excluido de sus
pensamientos al Dios vivo que llena todo espacio, no puede soportar el
silencio. Para él, que pretende vivir en los márgenes de la nada, el silencio
es la serial terrificante de la nada. Todo ruido, por más atormentador y
obsesivo que sea, le resulta más agradable; cualquier palabra, incluso la más
insípida, le parece liberadora de una pesadilla; cuando las voces callan,
cualquier cosa le parece preferible ante el horror de ser colocado
implacablemente ante la nada. Toda palabrería, todo grito, toda estridencia
es bien aceptada si de algún modo y por breve tiempo consigue distraer la
mente de la conciencia espantosa del universo desierto. |
El
hombre "nuevo" ―al cual la fe le ha dado un ojo penetrante
que ve más allá de la escena y la caridad un corazón capaz de amar al
Invisible― sabe que el vacío no existe y que la nada ha sido
eternamente vencida por la Infinidad divina; sabe que el universo está
poblado de → 15 (178) |
Hombre
"nuevo" y silencio |
criaturas
gozosas; sabe que es, a la vez, espectador y, de algún modo, partícipe de la
exultación cósmica, reverberación del misterio de luz, de amor, de felicidad
que constituye la sustancia de la vida inagotable de Dios Trino. |
Por
esto el hombre nuevo, como el Señor Jesús que en el albor del día subía
solitario a la cima de los montes (cf. Mc 1, 35; Lc 4, 42; 6, 12; 9, 28),
aspira a tener para sí mismo algún espacio inmune de ruidos enajenantes,
donde sea posible prestar oído a la percepción de algo de la fiesta eterna y
de la voz del Padre. |
Pero
que nadie se equivoque: el hombre "viejo", que tiene miedo del
silencio, y el hombre "nuevo" conviven normalmente, en diferente
medida, en cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros se ve agredido
exteriormente por hordas de palabras, de sonidos, de clamores, que ensordecen
nuestro día y nuestra noche; cada uno se ve insidiado interiormente por el
multiloquio mundano que, con mil futilidades nos distrae y nos dispersa. |
Silencio
y comunión |
En
este ruido, el hombre nuevo que hay en nosotros debe luchar para asegurar en
el cielo de su alma aquel prodigio de «un silencio como de media hora» del
que nos habla el Apocalipsis (8, 1); que sea un silencio verdadero, colmado
de la presencia, resonante de la Palabra, atento a la audición, abierto a la
comunión. |
2.
Oración y ser del hombre. El ser que se hace consciente ante Dios |
Considerada
en su naturaleza profunda y en su movimiento original, la plegaria no es una
actitud que se yuxtapone extrínsecamente al hombre: brota del ser, se destila
y fluye de la realidad de cada hombre. |
Podríamos
decir que la plegaria es, de algún modo, el mismo ser del hombre que se pone
en transparencia ante la luz de Dios, que se reconoce por lo que es y,
reconociéndose, reconoce la grandeza de Dios, su santidad, su amor, su
voluntad de misericordia. En una palabra, toda la realidad divina y el
designio divino de salvación tal como han sido revelados en el Señor Jesús
crucificado y resucitado. |
Todavía
antes que palabra, antes todavía que pensamiento formulado, la plegaria es
percepción de la realidad {16 (180)} dad que inmediatamente florece en la
alabanza, en la adoración, en la acción de gracias, en la petición de piedad
a aquel que es la fuente del ser. |
Percepción
de lo presente y trascendente |
Emergen
y se configuran como contenidos fundamentales, en esta experiencia global,
sintética, espiritualmente concreta: |
―la
percepción de las cosas que están al margen del proyecto de Dios, percepción
que se transforma en súplica para ser nosotros mismos salvados de la insidia
de la insignificancia y la vaciedad; |
―la
percepción de la presencia de aquel que es plenitud y jamás ausente o lejano
de donde haya algo que exista de verdad; |
—
la percepción de Cristo vivo en el cual se resume y personaliza todo el
proyecto divino («Ubi Christus, ibi regnum», dice san Ambrosio), que
fundamenta el reconocimiento y la verificación de la relación de comunión con
aquel que es el único Señor y Salvador; |
―la
percepción, en Cristo, de la voluntad del Padre como norma absoluta de vida,
de tal modo que la oración ya no es una tentativa para doblegar la voluntad
divina a la nuestra, sino la tentativa siempre renovada de conformar nuestro
querer al del Padre (cf. Mt 6, 10; 26, 39-42); |
―la
percepción de la realidad del Espíritu, fuente de toda la vida eclesial, que
ruega en nosotros (cf. Rm 8, 19-27), de modo que la plegaria se convierte en
anhelo para salir de la soledad y del encerramiento del individualismo y
petición para abrirnos cada vez más al reino de Dios que se va instaurando en
los corazones y entre los hombres, es decir, en la Iglesia; |
―la
percepción de la cruz como victoria sobre el mal que hay en nosotros y fuera
de nosotros, que hace de la plegaria una actitud de contestación del pecado,
de la injusticia, del mundo", y nostalgia de la Jerusalén celestial
donde todo es santo. |
3.
La persona, protagonista de toda plegaria. El misterio de la persona |
Sin
duda es justo y necesario subrayar la vocación social que permanece inscrita
en cada acto del hombre y {17 (181)} la índole eclesial de la totalidad de la
vida cristiana. Pero nunca podemos olvidar que en la fuente de todo está el
misterio de la persona, misterio siempre singular y singularmente inédito,
que no es sumable ni confrontable. |
Aunque
esté constituido en una condición y en una naturaleza que recibe por
generación y que comparte con todos sus semejantes, el hombre encuentra la
primera razón de su grandeza en el hecho de provenir, según el núcleo
originario e inconfundible de su ser, inmediatamente de Dios creador, que
desde la eternidad lo ha llamado por su nombre; y en el hecho de tener que
volver a aquel que es, al mismo tiempo, su principio y su destino, con una
decisión (o mejor, con una serie de decisiones) de la cual es totalmente
responsable, porque no es condicionable de una manera determinante por
ninguna criatura, fuera de él mismo. |
{18
(182)} |
Hijo
de Dios |
A
pesar de haber sido generado y nutrido en una comunión universal de vida que
es la Iglesia, el cristiano tiene un valor inestimable porque ha sido amado
personalmente por el Padre, que lo ha querido hacer hijo suyo; ha sido
alcanzado personalmente por la acción redentora de Cristo, que ha derramado
su sangre por él; es guiado por el Espíritu santo en la respuesta personal
positiva a la llamada divina de salvación. Del "nosotros" y sobre
el "nosotros" de la Iglesia emerge y se define el yo del creyente,
el cual se abre al "todo" de la catolicidad. |
De
este modo, la plegaria ―incluso cuando es vocal, Litúrgica o, del modo
que sea, asociada― recibe verdad y valor únicamente si encuentra su
constante inspiración en el misterio personal y concreto de la adhesión de
fe, de esperanza, de caridad que alimenta y caracteriza la vida renovada. |
Ante
el Padre, que es la fuente de mi vida y mi meta, ante el drama de un destino
que se ventila una vez por todas, ante el sí y los no que deciden mi suerte
eterna, estoy yo, no el grupo, la clase, la comunidad. Cierto que no estoy
solo porque el Espíritu ruega en mí y por mi lo que yo no sé pedir, y mi
Salvador está a mi vera, me une a él, y me hace participar de sus
sentimientos filiales. Pero nadie puede substituirme en esta empresa. |
Comunidad
y persona |
Aunque
vivo, decido, ruego en una comunidad de hermanos que me sostiene, me reanima
y espiritualmente me dilata, permanezco siempre yo viviendo, y mío es el
riesgo de la decisión, y mía la tarea de emprender la aventura difícil y
embriagadora de la vida de oración. |
Detenernos
a considerar la oración en el momento preciso en que brota silenciosamente y
secretamente del corazón del hombre, significa, por lo tanto, meditar sobre
el misterio mismo de toda oración cristiana. |
Tanto
si se mantiene tácita y solitaria, como si se reviste de palabras
exteriormente e incluso públicamente proferidas, o si adquiere la dignidad de
plegaria litúrgica a través del canto y de la imploración de la Iglesia, toda
invocación sincera hecha a Dios encuentra siempre en el ser personal, que
antecede y fundamenta toda comunicación extrínseca, la fuente primera que
mana de la vida personal de fe, de esperanza y de caridad de su alma
necesaria e insustituible. |
Dios
nos libre de los sabios... |
Dios
nos libre de la ignorancia disimulada con presunciones de falsa sabiduría y
nos libre, también, lo antes posible, de la ignorancia a secas. |
Pero
Dios nos libre, además, de la sabiduría que sólo es sabiduría de este mundo y
para este mundo, porque aquellos a los que ella hace sabios, sólo adquieren,
atesoran y ostentan saberes para su vanidad y para compensar, así, la
ausencia de verdaderos y profundos valores humanos y espirituales, para
olvidarse del tremendo complejo de vergüenza o de los miedos que los
consumen. |
Por
todo eso Dios ha bendecido a los pobres de espíritu y ha elegido para su
reino a los sencillos de corazón y hasta a los que parecen ignorantes a los
ojos del mundo. Estos son capaces de ser felices haciendo puramente el bien,
porque son los únicos que saben ser generosos, y no es poca sabiduría. |
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