Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 191. ENERO. Año 1982
0. SUMARIO
QUEREMOS la paz negativa, es decir, la que resulta de la mera ausencia de males y miedos, la que asegura las posesiones y goces; queremos la paz de las garantías, no la paz de las virtudes. No queremos, todavía, la verdadera paz cristiana, la paz positiva, creadora, manantial del bien; la paz que nace de la justicia, la justicia que surge de la plenitud del amor, que es vida y aliento de Dios. Necesitamos esta paz, y necesitamos anunciadores de esta paz, que la asuman como un ideal para comunicar a todos los hombres.
O LOVING WISDOM!
EL IDEAL Y LA AVENTURA
LLAMAMIENTO A QUÉ Y PARA QUÉ
LA VOCACIÓN DE NEWMAN
AQUELLOS FORASTEROS
ARRUPE, UNA EXPERIENCIA PROFÉTICA
LA GUERRA, LA PAZ
«NO CON LA ESPADA»
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1. O LOVING WISDOM!
O loving wisdom of our God!
When all was sin and shame,
A second Adam to the fight
And to the rescue came.
O wisest love! that flesh and blood
Which did in Adam fail,
Should strive afresh against the foe,
Should strive and should prevail;
And that a higher gift than grace
Should flesh and blood refine,
God's presence and His very Self,
And Essence all-divine.
¡Sabiduría amable la de Dios,
cuando de la vergüenza y el pecado
nos vino a rescatar el nuevo Adán,
en lucha soportada en favor nuestro!
¡Oh deseado amor! La carne y sangre
que en el Adán primero sucumbió
de nuevo al enemigo retaría
hasta vencer del todo en la batalla.
Sería el don más alto de la gracia
que haría pura toda carne y sangre,
sería la presencia de Dios mismo
volcando entera la divinidad.
(traducción).
J. H. Newman 2
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2. El ideal y la aventura
EL IDEAL, como una meta pretendida desde la vida, está al final del camino, más allá del paso que a hora damos. El ideal es incompatible con la instalación, aunque pueda la mezquindad profanar su significado para decorar el egoísmo del descanso, como renta consumible. Hay una estética de la avaricio ―en el fondo, de la pereza― que pretende hermosear el esfuerzo presente como credencial del derecho al descanso futuro: hay una búsqueda y estudios preparación de las seguridades que se esperan como protección exigible, previamente calculada, elegida.
Pero el ideal, el ideal completo, es más que la fidelidad a una elección.
El verdadero idealista no es el romántico que hace profesión de irracionalidad en sus proyectos, sino el que conoce lo esencial del camino que emprendo, no sólo para salir de su lugar al echar a andar, sino para salir, además, de sí mismo. No va a buscar algo para sí, sino que va a entregar lúcidamente su vida y sus fuerzas a algo que vale más que él mismo. No es la peregrinación estética hacia una seguridad, sino la respuesta vocacional de una generosidad. Cuando no es eso, se trata de una falsificación de la palabra demasiado noble con la que se encubre un interés, un egoísmo o una vanidad.
Ya se comprende, entonces, que el motor del Ideal debe ser el amor. Solamente anda, solamente se mueve y camina el que ama. No hace falta repetir la frase con que Dante termina y condensa toda su triple, profunda y altísima peregrinación. Pero el que ama y camina, se acerca al fin no solamente porque se mueve, sino porque descubre paso a paso ―y comprende― las incidencias de su camino, como Anillos de una cadena que le vinculan al fin, sin esclavizarle, con un sentido de liberación creciente, en la medida en que comprenda mejor y se sienta más cerca del ideal al que se ha consagrado.
El idealista vive y se mueve hacia lo siempre nuevo y, al mismo tiempo ya conocido, puesto que pensamientos y convicciones se van convirtiendo en experiencia con sabor a nuevo: novedad ya gozosa o dolorosa, que es {3} lección y aliento todo de una vez, mientras crece como una sabiduría que va identificándose con la misma vida del que persevera.
Parece una aventura, por lo que tiene de valentía, por lo que tiene además de enfrentamiento con la novedad por la continua necesidad de reaccionar ante las imprevistas incidencias; pues cuando falta esa capacidad de reacción integradora, transformadora y estimulante, se convierte el posible pequeño gozo en instalación paralizante, y, alternativamente, la pequeña o grande dificultad, en escándalo e infidelidad. Hace falta, por todo ello, mucho amor. Por eso suelen decir, algunos, que el amor es una aventura. Pero el amor no es una aventura, sino una sabiduría, un sabor de Dios, una vida; aunque sea cierto que solamente aman los que no temen la aventura de vivir. El que siente miedo, no puede amar, y tampoco puede tener un ideal.
Porque la sabiduría no es una aventura, no lo es tampoco el amor. La es responder a lo esencial que hemos recibido, completándolo vocacionalmente: la aventura, en definitiva, es haber nacido. Y luego darse cuenta, agradecerlo y edificar sabiamente un ideal sobre la vida.
Si el amor a Dios, en frase, no siempre bien interpretada, de san Agustín, libera de toda ley, el amor entre los hombres que sería consecuencia de su reino en este mundo convertiría en inútiles todas las leyes. Cada uno se apresuraría a procurar el bien de los demás antes que preocuparse por el propio; se descuidaría de sí mismo, pero habría miles que cuidarían de él. La humanidad entera sería como una inmensa familia bien avenida en la cual todo sería común. La única ley sería el amor, y la dulzura de la anarquía no procedería del odio a la ley, sino de haberla hecho innecesaria, substituyéndola por algo infinitamente superior. Sería, en una palabra, el reino del Padrenuestro, el advenimiento del reino de Dios y el cumplimiento, en la tierra y en el cielo, de su voluntad.
Pero ahora imaginad una clase de liberalismo que pretendiera ofrecernos la libertad como resultado de la rebelión contra Dios, o un socialismo que pretendiera llegar a la comunidad de bienes por la lucha de las clases, o al anarquismo que quisiera suprimir la autoridad con la dinamita del odio. ¡Lástima de esfuerzos perdidos! Porque no existe otro liberalismo posible que no resulte del respeto a la legalidad, ni otro comunismo sincero que el que proceda de la caridad, ni otra verdadera anarquía que la del amor.
Carles Cardó
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3. Llamamiento qué y para qué
ESTAS PALABRAS no se refieren a vocación específica alguna, fuera de la común de todo cristiano. Todo otro llamamiento de Dios deberá, en cualquier caso, derivarse y edificarse sobre éste. Además, todo otro llamamiento específico será debidamente comprendido y apoyado por los cristianos, en la medida en que éstos comprendan su propio llamamiento general, y de este mismo modo participarán de su beneficio.
Cuando tanto se habla ahora de crisis de vocaciones, tal vez se olvida que dicha crisis, antes que en los sujetos que hayan sido o pudieran ser los llamados a un camino o a una misión especial dentro del conjunto cristiano, se ha producido en la generalidad de los cristianos en la respuesta común de su fe.
Cuando se habla de vocaciones se suele entender, corrientemente, del llamamiento especial de Dios a alguien dentro de la Iglesia o a una consagración determinada en alguna de las formas admitidas de vida evangélica. Sin embargo Dios no hace solamente esta clase de llamamientos. En el orden actual de la gracia el llamamiento a la vida y al bautismo es anterior a todo llamamiento especial; la crisis, si la hay, está más en esta vocación general que en cualquier otra especial.
¿En qué consiste y a que se nos llama a todos?
En primer lugar, todo llamamiento de Dios es un acto de amor que se manifiesta y se desarrolla en una realidad dinámica. Realidad dinámica que no se agota en quien es objeto de ella porque está ordenada a extenderse benéficamente a los demás. No solamente, cada uno de nosotros, no tenemos nada que no nos haya venido del amor de Dios, sino que no se nos ha dado nada para nosotros solos. Rechazar conscientemente ese amor o detener su expansión es lo que llamamos pecado.
¿Cuáles son las etapas o el progreso del llamamiento de Dios en el cristiano, en todo cristiano?
{5} Antes que nada, la vocación divina se manifiesta en el habernos llamado a la vida. Este llamamiento se ciñe en los límites de la creación pero inevitablemente, desde la personalidad de cada uno de los hombres, queda necesariamente abierta la relación a los demás con los que se forma la entera humanidad; exigencia de solidaridad y participación en un destino común, incluso desde el punto simplemente natural y creado.
Un segundo llamamiento que supone, en realidad, la culminación del llamamiento divino, es la configuración con Cristo, cuya vida se nos inserta con el bautismo y que ha de ser desarrollada progresivamente por la participación en su vida de resucitado.
Este llamamiento a la configuración con Cristo, se sacramentaliza y queda "pluralizado" en la Iglesia; en su seno se actualiza el encuentro con Cristo; en ella se recibe y desde ella se comunica todo don que nos viene de Dios y, de la variedad de tantos dones, surge la riqueza espiritual de todos. El protagonismo de cada uno depende de la fidelidad con que realice el bien para que ha sido llamado a comunicar a los cristianos y a todos los hombres.
Es claro, en cuarto lugar, que la voluntad positiva y mantenida para una respuesta a estos llamamientos, equivale a la santidad. La santidad es la autenticidad de la respuesta a Dios que llama.
La realización plena de esta vocación divina no cabe en el tiempo ni en este mundo, aunque se inicia ahora y aquí en cada uno y en todos nosotros, y parte desde la creación, apoyada en nuestro ser y existir. A esta realización misteriosa que excede todo el orden natural y temporal, la llamamos gloria y cielo.
Hay que comenzar, pues, con responder con gratitud a la vocación a la vida, a la vocación a la configuración con Cristo, al llamamiento a la Iglesia, a la santidad y a la gloria del cielo. Quien no haya descubierto en sí mismo, como aldabonazos del amor de Dios, todos estos llamamientos, no sólo se sentiría extraño a cualquier posible llamamiento divino especial, sino que jamás sería capaz de comprender a otros que lo hubieran recibido, salvo que lo identificara como una afición o actividad más o menos profesional o burocratizada, o como una singularidad sentimental enajenante o filantrópica, chocante o útil, según los casos.
Por esto decíamos que, si hay crisis, antes que de y en las vocaciones específicas, la crisis existe ―y es causa de las demás― en la vocación común de los cristianos.
Ideas sobre Dios, fe y respuesta de la fe. El resto es una consecuencia.
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4. El trabajo del tiempo en la vocación de Newman
PARA QUIEN no sepulta la fe, sino que desde ella contempla la vida y la acepta para responder a Dios agradeciéndola, el tiempo ya es parte de la eternidad, ya está inscrito en los designios de Dios, y no como una fatalidad, sino como un dinamismo que, a la vez, procede de Dios y vuelve a él, sin destruir nuestra libertad, como sintiendo que trabajamos con Dios. A esa "compañía de Dios" en lo que hacemos y en lo que acontece, la llamamos Providencia. Así la llamaba Newman, y la escribía en mayúscula, cuando, creyéndose inmerecedor de ella, decía: «La divina Providencia ha sido maravillosa conmigo durante toda mi existencia. Pienso que, cada uno de nosotros, tiene mucho que decir de la Providencia». Y, más claramente:
«Estamos en las manos de Dios, y debemos estar contentos de ejecutar, día tras día, nuestra tarea, sin preocuparnos de comprender o de anticipar los proyectos divinos y agradeciendo todas las grandes misericordias pasadas y presentes».
Pero si nos detuviéramos en esos solos fragmentos de sus cartas y anotaciones, pensaríamos, tal vez, en un Newman nadando en consuelos sobrenaturales. Sin embargo, cuando escribía esto, hacía cuatro años que se había explayado con estas palabras: «Cuando era protestante, mi vida era tranquila y mi oración infeliz; desde que soy católico, mi vida es infeliz y mi oración tranquila» (21.1.1863). Pronto iba a hacer veinte años de su conversión, y no se lamentaba de haber abrazado el catolicismo, si bien rondaba por su mente el pensamiento de la muerte, imaginando que esta estaba cercana, pero ésta no llamaría a su puerta hasta mucho más tarde (en 1890), aunque el tenerla presente confirió una serenidad profunda a su espíritu, que le hizo en ocasiones enigmático no sólo respecto de sus antiguos hermanos anglicanos, sino también de los católicos que habían recibido su resonada conversión.
Cuando se retira a Littelmore (1841) para disponer de tiempo dedicado a la oración y al estudio, su obispo anglicano le pide explicaciones, y él se las da fielmente, para decirle que no hace más que satisfacer un deseo de años sentido, por necesidad espiritual y que piensa que sería despreciar la benevolencia de {7} la Providencia si rechazaba la oportunidad de aquel retiro. Pasarán unos pocos años y llegará a esta conclusión: «¿Podré, en el futuro, disponer de mejor juicio que en la actualidad? ¿Debo esperar todavía?
Si tengo ahora razones para dar este paso (de la conversión), no hay motivo para demorarlo más. Debo dar a mi obra mi fuerza, no mi debilidad; debo dar los años de vida en los que aún puedo servir a la causa que me está reservada, y no las sobras de mi vida...> (1844). Un año más tarde se hace católico. Al cabo de veinte años dirá: «Cuando me convertí no experimenté la sensación de ningún cambio intelectual o moral en mi espíritu... Me encuentro en perfecta paz y tranquilidad, y jamás he tenido ninguna duda».
Esta ausencia de dramatismo, algunos católicos la interpretaban como falta de entusiasmo, como frialdad o desinterés por la fe abrazada. Le pedían "conversiones", y él se lamentaba de que creyeran que, por no dedicarse a obtenerlas «no estaba haciendo nada... Pues esto esperaban de mí. Pero yo soy totalmente diverso; mis objetivos, mi teoría de la acción, mis posibilidades se mueven en otra dirección, dirección que ellos no comprenden, ni alientan, sea Roma que fuera...
Para mí lo esencial no son las conversiones, sino la edificación de los católicos... Diciendo abiertamente que me aterra la idea de tener que hacer conversiones apresuradas de hombres cultos, porque temo que no hubieran medido el valor de sus pasos y que luego encontraran dificultades en la Iglesia en la que entraban, quería decir lo mismo, o sea, que la Iglesia debe prepararse para recibir a los convertidos como, por su parte, los convertidos para la Iglesia... Desde el principio hasta el final, la educación, en el más amplio significado de la palabra, ha sido mi preocupación...» El gigantesco esfuerzo de Newman en la fundación de la Universidad de Dublín no fue comprendido ni por los mismos católicos... y fracasó. «Me parece que he tenido muchos fracasos, y lo que he hecho no ha sido comprendido». Después de pasar lista sobre sus "fracasos" escribía: «Pero no me sorprende:
las pruebas son nuestra suerte. Lo que me aflige no son estas pruebas, sino lo poco que he hecho en medio de ellas... Lo anoto porque san Felipe pasó por cosas semejantes...
Soy un hombre en el ocaso; no merezco confianza; me consideran extraño: tengo mis maneras personales y no me entiendo con los demás... Durante toda la vida he dicado que era preciso sufrir por la verdad; y ahora es mi turno. No tengo derecho a lamentarme».
En 1879 el papa León XIII, para proclamar el reconocimiento de una vida consagrada a multitud de trabajos en medio de una ejemplaridad {8} intelectual y espiritual que no era justo ocultar por más tiempo, le crea cardenal. Newman se apresura a suplicar que no le fuerce a abandonar el Oratorio, "su nido", y le dice: «...quisiera rogar Su Santidad que no me aleje de san Felipe, mi Padre y mi Patrono... Por compasión a mi timidez de espíritu, en consideración de mi salud, mi edad, mi inexperiencia... ruego que me deje morir allí donde he vivido por tanto tiempo».
Once años más de vida le concedió la Providencia.
Newman, un hombre sincero, una verdad que crece a través del tiempo de su vida. Sincero sin herir a nadie, y también sin adulación para nadie. Le faltaba tiempo a aquello para lo que Dios le quería, y tenía conciencia de las exigencias divinas, serenamente, pero con fidelidad, con diligencia y perseverancia hasta el final. Demasiado inteligente para muchos de los que le rodearon, más encumbrados que él; demasiado espiritual, demasiado afinado en el alma para la vulgaridad de otros que, incluso sin mala intención, no le pudieron entender; demasiado sencillo frente a los estrategas o envidiosos... Pero suficientemente sobrenatural para comprenderlo todo y acercarse más puramente a Dios y al servicio de la Iglesia.
León XIII, recién elegido, cuando le preguntaron cuál sería la línea de su pontificado, contestó: «Esperar a ver cuál será mi primer cardenal...» Y fue Newman. También Pío XII decía a Jean Guitton: «No dude usted de que Newman será Santo y será Doctor de la Iglesia».
El influjo del pensamiento de Newman en el Concilio Vaticano II, en especial con relación al ecumenismo, exigiría un largo capítulo. Por lo demás, y no sólo en cuestiones ecuménicas, está en la lista de citas de todos los teólogos contemporáneos más esforzados en buscar formulaciones mejor adecuadas a la mentalidad del hombre actual.
El tiempo y su trabajo a través del tiempo, y Dios presente en su camino a través de la vida —«myself and my Creator»― por caminos providenciales honestamente andados, hasta poder decir: «Yo no he pecado jamás contra la luz».
Porque no se olvidaría nunca de los santos cuyas vidas ejemplares le habían impresionado siempre, aun desde que era protestante, y el ejemplo del cristianismo primitivo... «Una vez tuve el confortador pensamiento, que me dominaba totalmente, del amor de Dios que me elegía para él, y me pareció que le pertenecía del todo». Tal vez esta confidencia capital contiene la explicación, o substituye cualquier indagación que pretendiera aclarar la profundidad y singularidad de su espíritu, de su obra y de su personalidad.
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5. AQUELLOS FORASTEROS
AQUELLOS FORASTEROS venidos de muy lejos, a los que se ha identificado como fieles idealistas que responden con perseverancia a un llamamiento divino, hicieron algo más que cumplir con esta respuesta, aparentemente concluida a los pies de Jesús, el Mesías, cuando por fin lo encuentran y lo adoran. Ni concluía su camino, ni era sólo aquel camino.
Una vocación ―es decir, una actitud de respuesta y entrega al compromiso de una llamada que nos viene de Dios― exige ir más allá de ningún hito que pueda detener el paso del peregrino. Incluso encontrar a Dios no es detenerse en él para poseerlo, sino volver a los caminos del mundo para anunciarlo, para comunicarlo. Y ellos, que vinieron preguntando, se volvieron anunciando, a pesar de que ya la pregunta de la búsqueda causaba los trastornos del anuncio.
Quien pregunta por Dios, también anuncia a Dios.
Mientras andaban, no solamente andaban el camino de Oriente a Belén, sino que sus pensamientos y sus sentimientos recorrían, noche y día, los itinerarios de la mente y del espíritu, sin lo cual no le hubieran podido reconocer al pasar el umbral de la "casa donde habitaba". No se responde a una vocación, al llamamiento para algo para lo que Dios nos llama, con sólo enrolarnos en alguna comitiva peregrinante, o ir a alguna parte, o capacitarnos técnicamente para alguna {10} tarea apostólica. Puede ser que todo esto pueda compararse con el lecho de un río, que permanecería seco, sin el caudal de los pensamientos, de los sentimientos, del cristal de la fe y de la fuerza del amor moviéndose sin estancamiento por los caminos de las cosas, hacia Dios, que es el mar que nos recibe sin cesar, abriéndonos el abrazo infinito de su inmensidad.
La vocación es salir de uno mismo. , e ir más lejos de uno mismo, pero no a la deriva. Es mirar más alto, es llegar más hondo, es buscar continuamente a Dios, con una búsqueda que también lo proclama.
La fidelidad de esa búsqueda y el gozo de esa proclamación, empobrece y enriquece al mismo tiempo. Empobrece por caminos de desprendimiento que nos purifica de la posesión de lo inútil, que nos limpia del pesado bagaje de las codicias esclavizantes, que nos libera de las envidias y del orgullo {11} que se pudre en frustraciones o desprecios. Y nos enriquece, precisamente porque nos hace libres para el bien y así es posible consagrarse a lo mejor, como una elección para lo que no puede morir.
Tal vez por eso, a los personajes que vinieron de Oriente a postrarse a los pies de Cristo, el mito ha querido transformarlos en reyes. Pero más que reyes eran sabios, sabios de una sabiduría que el evangelista parece que quiere expresar en la rutilante estrella que bendice de claridades el camino de peregrinaje, pero que, seguramente, era sólo imagen de una claridad interior, como de amanecer que invadía el alma, como de "un gran gozo" incontenible, que tuvieron que ir a decir a los demás, "por otros caminos", y no sólo para burlar la malicia de Herodes, sino porque no les cabía en el corazón.
Es la fe la que llama a todos a este gozo, y la realización de cada camino dependerá de lo que desde ella se deja entrever, solicitando que nos pongamos en camino. Pero no convertiremos nuestra existencia en una verdadera respuesta al llamamiento de Dios (aunque mantengamos ese mínimo de creencias indispensables que denominamos "fe"), si no hacemos de nuestros pasos y de nuestros pensamientos más hondos, una actitud sabia y abierta a las claridades que conducen a Dios, con la sinceridad de un deseo que las dificultades no extinguen, sino que hacen puro y convierten en ideal. Quien no sea capaz de verdaderos ideales nunca se pondrá en camino hacia Dios.
Porque no he tratado de pisar el terreno a los demás, porque no se me ha ocurrido decir "vean lo que estoy haciendo y lo que he hechos, porque no he traído ni llevado cuentos, adulando a los grandes personajes, ni militado en uno u otro partido, no soy nadie... Creo que digo todo esto sin amargura.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
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6. Documento: ARRUPE, UNA EXPERIENCIA PROFÉTICA
HACE MUY poco que una revista alemana (Orientierung) publicaba unos párrafos del Padre Pedro Arrupe definitorios de una experiencia que tiene el valor de la sinceridad que brota de la preocupación cristiana de la fe, frente a los cambios de nuestro tiempo. Es posible que esas palabras seleccionadas para ser de nuevo ofrecidas a los lectores, se hayan querido imprimir de nuevo como un homenaje a quien las dijo tocado y transformado profundamente por la experiencia excepcional a que le había llevado su misión, como superior general de la Compañía de Jesús, adelantada en el apostolado de la Iglesia y comprometida, en este tiempo que nos toca vivir, en los campos más difíciles para el apostolado. Nos ha parecido oportuno también a nosotros reproducir estas palabras, que, además, hemos querido completar con otras que son parte de una carta escrita poco antes del último viaje que el padre Arrupe emprendió a Filipinas, el año pasado, y que dirigía como estímulo alentador, a una de las revistas desde la cual la Compañía, con mayor preocupación, ha procurado desde siempre estudiar la relación entre cristianismo cultura. Es claro que nos referimos a Razón y Fe.
En conjunto nos parece que se resume tanto el planteamiento problemático de este momento de nuestro mundo, como la actitud de respuesta que {13} debemos intentar darle desde el presupuesto de la fe cristiana. He aquí, pues, estas dos partes en las que se contiene el pensamiento del Padre Arrupe: pensamiento que cobra importancia especial en este momento en que la enfermedad y el relevo de su o, han aumentado su valor significativo.
I Visto y vivido
Declaro abiertamente que en los años en que he actuado como superior general de la Orden de los Jesuitas, he ido realizando un proceso de aprendizaje. En efecto, antes había vivido 27 años fuera de Europa, en Japón, y he conocido de este modo el mundo oriental. Pero la civilización del Japón, marcada por la industrialización moderna tiene mucho de común con Europa. En los últimos años, sin embargo, he descubierto, de modo personal y como consecuencia de múltiples conversaciones, toda la gran problemática del tercer mundo: el mundo de la India, de los países árabes, de África y de América latina. He experimentado la pobreza y el hambre de estos países.
Las cifras se manejan hoy con tanta frecuencia y audacia que apenas producen ya impresión alguna. Para mí fue decisivo encontrarme con hombres hambrientos, y no fue un hallazgo aislado, sino en grupo, masivamente, en todos los países. Me afectó la falta de ayuda y de perspectivas en que se encuentran estos seres humanos.
Una pobreza pasajera ya es cosa de mucho, pero la pobreza ininterrumpida marca más profundamente y puede llegar a minar la confianza en uno mismo. Tampoco olvidare jamás esto: la profunda desconfianza y sospecha que habita en la mente de estos hombres de que los países industriales tienen una culpa esencial en el hecho del retraso que les mantiene en esta miseria.
La riqueza del tercer mundo
Pero también he descubierto la riqueza de este tercer mundo: la riqueza de una auténtica cultura humana oculta bajo la pobreza y la miseria. He vivido la fuerza natural y la inquebrantable vitalidad espiritual de estos pueblos. Existe entre ellos una capacidad para la experiencia {14} de Dios y para la fraternidad exenta de egoísmo, que en vano había buscado en otras partes.
He aprendido mucho de este encuentro. He corregido las ideas que había tenido hasta ahora, y he desplazado el centro de gravedad de mi propia visión del mundo.
Abrigo la más profunda convicción de que el futuro de la humanidad se decidirá, en gran parte, en estos países y, en todo caso, jamás será posible prescindir de ellos en adelante. Y del mismo modo esto y convencido de que nos otros tenemos mucho que aprender de este mundo estos hombres. ¿No parece evidente? Durante bastante tiempo también lo había creído; pero finalmente he reconocido que una cosa es saberlo teóricamente y a través de informaciones tendenciosas, y otra muy distinta, hacer de esta realidad una convicción y una decisión personal y deducir de ella todas las consecuencias.
Tarea urgente
La segunda característica de mi proceso de aprendizaje es la experiencia del tiempo que empuja con urgencia. La realidad de la rápida transformación social es hoy universal. Pero en el tercer mundo ha adquirido una insospechada dimensión, y sigue su curso con fortísimas sacudidas. Nuestra cultura europea, material, social y espiritual, se fue desenvolviendo en procesos que duraron siglos. Pero en los países del tercer mundo, da la impresión de una repentina transformación que por esta misma razón se hace mucho más intensa y explosiva.
Se mantiene vivo todavía el recuerdo de mis visitas a más de veinticinco universidades y escuelas superiores de América latina que en gran parte fundó nuestra Orden después de la segunda guerra mundial. Teníamos entonces la impresión de que aquí iba creciendo una generación, que sabía lo que quería, y que a partir de una responsabilidad cristiana, plasmaría de nuevo el futuro de su patria. Sin embargo hoy, una buena parte de los estudiantes son marxistas, y nadie puede prever lo que va a ocurrir mañana. Por esto es preciso actuar rápidamente si se quiere evitar una catástrofe.
África
En África, nosotros, los cristianos, por medio de un trabajo minucioso y duro habíamos edificado un sistema escolar y habíamos formado una clase dirigente intelectual. Actualmente las escuelas, han estado en buena parte nacionalizadas, y el cristianismo para no pocas personas, {15} se considera como algo extraño a la raza y como algo represivo. ¿Llegaremos a tiempo para encontrar el camino de la cultura africana y de una iglesia africana?
India
En la India, la Iglesia ha alcanzado, a pesar de lo reducido de su número, a asegurarse un lugar estable en la vida cultural y espiritual de este pueblo gigantesco. Pero la revolución social y espiritual de este continente, es precisamente ahora que se está implantando en grandes proporciones, y nos damos cuenta palpablemente de la violencia del desafío que interpela a los cristianos.
Crisis de valentía
En todas estas experiencias y encuentros siempre me sobreviene el sentimiento preocupante del tiempo que urge. ¿Acaso permanecemos vacilando nosotros, los cristianos, con exceso y por demasiado tiempo? ¿No será que hacemos nuestros planes a un plazo excesivamente largo y buscando demasiada seguridad? No será que nos detenemos con excesiva complacencia en lo que consideramos seguro y a toda prueba, mientras nos replegamos luego de haber perdido la valentía para abrirnos a nuevas experiencias y nuevos riesgos?
Yo no hubiera querido, en verdad, pronunciar palabras capaces provocar un pánico que no conduce a nada.
Pero si, según la Sagrada Escritura, estamos llamados a interpretar los signos de los tiempos, entonces, según mi opinión, la conciencia de que el plazo fijado es muy corto que es preciso estar dispuestos para una acción rápida, constituye algo que pertenece esencialmente a este momento de hoy.
II El reto del futuro
Es ya un tópico, pero un tópico experimentado existencialmente cada día en nuestra vida, que el futuro se presenta como un reto formidable en todos los campos.
Y no es parte pequeña de ese reto el que a pesar del avance científico y tecnológico de nuestra civilización, el futuro resulte cada vez más difícil de perfilar por la aceleración de cambios que caracteriza a nuestra sociedad, {16} por las inmensas posibilidades que continuamente se abren en todos los aspectos del mundo que tocan a la vida del hombre, y por la tremenda complejidad que todo este proceso encierra.
Si podemos prever, sin embargo, que determinados rasgos de nuestro tiempo van a ser cada vez más acusados en la civilización occidental... Me refiero a la actitud critica, al esfuerzo por la conquista de mayores libertades, al pluralismo consiguiente, al difuminamiento del sentimiento religioso en una sociedad progresivamente secularizada y al inevitable flujo y reflujo de valores y contravalores que todo ello produce.
La respuesta al reto
La síntesis de los factores enumerados, junto con otros muchos que no pueden recogerse en tan breve espacio y que en parte, además, nos son desconocidos, va a constituir precisamente la realidad del futuro. Esta síntesis, con todo, no está predeterminada sin apelación posible. Será en gran medida el resultado de nuestra forma de construir el presente, de nuestra previsión de futuro y de las premisas sobrenaturales y humanas con que intentemos plantearlo y prepararlo.
Inculturación y esperanza
Hace ya algún tiempo que se va abriendo camino con insistencia el concepto y la palabra "inculturación". Su referencia a la incorporación del cristiano como elemento que se integra ―activa o pasivamente― en determinadas culturas poco o nada aceptadas por el mensaje específico de Cristo, no nos exime del esfuerzo por mantenerlo vigente y vivo en esta civilización occidental que no puede comprenderse sin él. Especialmente ante un futuro que apunta la amenaza de una cultura conformada en el desprendimiento progresivo de ese mensaje...
David y Goliat
Todo el que reniega aquí del hombre reniega del más allá de Dios.
KARL BARTH
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7. La guerra, la paz
EN la hipótesis de que los españoles tuviéramos que pagar al presidente Reagan lo que, sólo en este año de 1982, tan a gastar los Estados Unidos en armamento, nos tocaría una contribución "per cápita" que excedería el medio millón de pesetas; cantidad que la inmensa mayoría no alcanzamos a ganar en todo un año de trabajo. Pero si tuviéramos que añadir a este tributo que, por el mismo concepto van a gastar Rusia y el resto del mundo, nos correspondería pagar, cada uno de los empadronados en el solar hispánico, la friolera de algo más de dos millones de pesetas. Y recuérdese, por persona, sólo para este año de 1982.
Pero el escándalo de estas enormes cantidades por si el odio se desata, no incluye los gastos presupuestarios que, con distinta etiqueta, también van a parar, finalmente, al proceso armamentista: obras públicas, planes de investigación y de enseñanza, orientados al fin de la prevención o de la utilidad bélica.
Es fácil imaginar lo que podría ser la vida de la humanidad si todos estos gastos para proyectos de defensa y fabricación de armamento, que enseguida hay que renovar o venderlo a países más pobres para sus guerras ―las llamadas guerras periféricas, que nunca han cesado...― se dedicaran al verdadero progreso humano y pacífico, a lo cultura, a la sanidad, al bienestar que no fuese solamente de unos pocos, sino generalizado.
Pero no es solamente lo negativo de estas energías materiales y dineraria:
empleadas para la absurdidad de las guerras. Hay un daño que hiere al hombre, deformándolo en su espíritu, tanto si se piensa en los pobres que padecer las guerras, pequeñas o grandes, con las vejaciones, injusticias y odios y venganzas que perpetúan, condenándolo al desasosiego y al miedo, a la inseguridad dolorosa y miserable de la amenaza real o latente, como si, por otra parte, se piensa en otra forma de deformación que se establece, prospera y consolida por parte de los opresores que fomentan y mantienen la filosofía diabólica de la necesidad de la violencia como medio de una falsa justicia que les sirve de amparo farisaico para perpetuar el crimen de las vejaciones y abusos sobre los que edifican sus privilegios o su desprecio de los demás.
En un mundo que, desde esta infernal perspectiva, no habría espacio para la verdad, la justicia y el amor, los cristianos tenemos la urgente misión de denunciar incesantemente ese gran pecado colectivo, causa de los males y las miserias de nuestra humanidad y de hacer el gran esfuerzo de asimilar las actitudes sociales y humanas que se desprenden del ejemplo y de las enseñanzas de Cristo. El hombre no está totalmente corrompido, y el ejemplo y la vida de los cristianos puede y debe perpetuar el anuncio de la posibilidad de salvación para todos.
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8. «NO CON LA ESPADA»
CUANDO estas palabras aparezcan impresas, pueden haber sucedido muchas cosas, pero cualquiera que sea el resultado a que desemboque el rigor de las espadas levantadas en Polonia, se habrá demostrado, una vez más, con escándalo para la historia humana, que la injusticia de una minoría ―el "partido", esta vez el comunista polaco... o ruso― puede imponerse como legalidad aparente, por la brutalidad del poder físico, por la intimidación de las armas. Es el expolio de la libertad, que puede hacer mártires a los sojuzgados, pero que humilla para siempre a los tiranos. Es la razón de la fuerza para los que carecen de la fuerza de la razón. Es el pecado del diablo, porque es el desprecio de la obra de Dios, el hombre. Ese hombre de nuestro tiempo, que se ultraja y explota por los absolutismos minoritarios que saltan a la palestra de los egoísmos y orgullos temporales, después de haber acumulado los instrumentos de la muerte y de esgrimir la dialéctica de la amenaza.
El mundo es de las minorías, pero por desgracia no es de las minorías más inteligentes, ni más honestas, ni más cultas, ni más santas..., sino de las minorías mejor armadas.
Y el que quiera tener de sobra o tener de más para pasar un día, tendrá que pagarse un guardaespaldas o comprarse un ejército. Esa es la maldición del egoísmo humano, y ésa la humillación de la soberbia de todo poder de este mundo.
Cuando el Señor dijo «No con la espada», impidiendo a Pedro que le defendiera con violencia física, a pesar de llevar razón y de ser inocente, condenó todas las violencias, pues ninguna causa era más digna que la suya. La fuerza la usan los que no llevan razón, o los que sirven a falsos dioses, o los que dudan de la justicia que les asiste. La violencia de este mundo es hija del pecado, el infierno son las guerras y diablos quienes las desatan.
Los hijos de Dios, los pacíficos, luchan con el arma de la palabra.
―«...Id, y predicad a todos los pueblos― Las palabras son el vehículo de la verdad, instrumento de la inteligencia que se comunica y, por lo tanto, medio para encontrar y hacer la justicia. Cuando esta justicia no se limita a los mínimos de la tolerancia indispensable para no dañar, sino que busca la plenitud de todo lo que hay de positivo en el hombre, la justicia se identifica con el amor, y la palabra es su canto. Cuando además, descubre a Dios, se adhiere a Dios, y lleva hacia él la vida, el amor es santidad, y la palabra que la proclama es la gloria de Dios y la gloria del hombre.