Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 192. FEBRERO. Año 1982
0. SUMARIO
TODO es para que creamos. La fe no es para la vida, sino la vida para la fe. La fe no resuelve la vida, sino que la vida es para ejercitar la fe. La fe es, en primer lugar y desde su primer momento, gracia, y por eso no se puede reducir ni degradar ni utilizar, sin falsificarse, corromperse y destruirse. La fe será vida y crecerá pura en la medida en que nos proyectemos gratuitamente ―generosamente― hacia ella.
PLEGARIA DEL PERDÓN Y DE LA PAZ
TIEMPO ORDINARIO
CLASES DE
LA GRAN CUESTIÓN
SI CRISTO FUERA NUESTRO VECINO
POBREZA Y LIBERTAD DE JESÚS
{1 (21)}
1. PLEGARIA DEL PERDÓN Y DE LA PAZ
A los pies del África más crucificada
desde hace cuatrocientos años,
y que todavía respira, deja que te diga, Señor,
mi plegaria de paz y de perdón.
¡SEÑOR DIOS, PERDONA A LA EUROPA BLANCA!
Es verdad, Señor:
Desde hace casi cuatro siglos ella ha arrojado
la espuma y los ladridos de sus perros feroces
sobre mi tierra.
Y los cristianos,
renunciando a tu luz y a tu mansedumbre,
han quemado, han matado y han hecho esclavos...
Pero es necesario que Tú olvides, Señor.
Y bendigas a estos pueblos blancos,
que nos han traído la Buena Noticia
y han abierto nuestros ojos a la luz de la fe
y nuestros corazones
al conocimiento del mundo y de los hermanos.
Y con ellos bendice a todos los pueblos
de Asia, de América, del mundo;
a los pueblos que sudan sangre y sufrimiento,
y haz que las manos cálidas de mi pueblo
estrechen tus manos
en una cadena de manos fraternas que rodee el mundo
bajo el Arco Iris de tu paz.
Leopoldo Senghor 2 (22)
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2. Tiempo ordinario
EL TIEMPO, esa continuidad fluyente en la que se mueven las cosas y nos movemos nosotros, cuando la consideramos sin etapas ni hitos que la midan, cuando hacemos abstracción del acontecimiento que nos suspende en el recuerdo o nos puede proyectar hacia la esperanza, es como un punto inaprehensible y fugaz en el que se apoya el latido de cada instante de nuestra vida.
En la Liturgia, hay una celebración capital, la Pascua, que vale por todas, porque todos los hitos en que podamos detener la contemplación del alma en el misterio de Dios, que se nos ha manifestado en Cristo, se refieren y se contienen en esta única celebración, a partir de la cual se convierte el discurrir entero del camino de la fe ―o mejor, el caminar de los fieles― en una celebración, en otro y el mismo acontecimiento pascual. Paso ―Pascua― y camino; paso en el camino a Dios. Cuando seguimos andando sin detener los ojos en la rúbrica de un día único, conmemorativo del triunfo de Cristo y de nuestra incorporación transformante a su "paso" de la muerte a la inmortalidad, a la libertad y a la vida, estamos en esta dinámica o movimiento que llamamos "tiempo ordinario". Así está puesto en los libros y calendarios que miden y clasifican los tiempos litúrgicos; pero, por encima del encasillamiento del calificativo sistemático, permanece la significación dominante del sentido continuo y fluyente que ha de tener nuestra vida, nuestros pasos por el camino temporal de la fe, moviéndose hacia Dios. El camino no es menos que el hito de su orilla, y por esto no nos paramos en ninguna fiesta, porque el cristianismo no es ni se contiene en una fiesta o celebración, sino que está y se realiza en el misterio de la vida de cada uno, de cada caminante. De este andar, paso a paso, ordinario y fluyente, siguiendo el cauce normal, como los ríos que van al mar, y el mar aquí es Dios.
Seremos santos, no porque en el continuo peregrinar contemos con habernos extasiado ante el misterio, es decir: Cristo, su nacimiento, su vida, sus palabras, su muerte, su resurrección, Seremos santos porque, en ese {3 (23)} Andar de onda día, en el paso a paso de onda jornada, de cada movimiento y de cada latido, le tengamos. A Cristo, como permanente realidad misteriosa, entre el recuerdo, la vida y la esperanza, caminando a nuestro lado, dando sentido a nuestro ser y a nuestro "pasar", porque nos Asocia y somos, también ―y precisamente― en lo ordinario, Pascua con él. La disposición por nuestras intenciones, la integración por su gracia, del orden de su misterio en nuestra vida.
Nadie puede penetrar el sentido de la Sagrada Escritura, si no la lee con asiduidad, tal como está escrito: «Amala y ella te elevará:
ella será tu gloria cuando la habrás abrazado» (Prov. 4,8).
Cuanto más asiduamente se lee la Escritura, mayor se hace el conocimiento que de ella se tiene, lo mismo que ocurre con la tierra que, cuanto más se cultiva, tanto más produce.
Hay algunos dotados con buena inteligencia, pero que descuidan la lectura de los libros sagrados, por lo que demuestran, con su negligencia, el desprecio por los conocimientos que habrían podido adquirir con la lectura. Otros en cambio quisieran saber más, pero se lo impide su escasa preparación.
Éstos, sin embargo, con prudente y asidua lectura alcanzan un grado de saber que aventaja a los más inteligentes, pero que son perezosos e indiferentes.
Del modo como el que anda escaso de inteligencia consigue con su empeño el buen fruto de su diligencia dedicada al estudio, así mismo el que descuida los dones que Dios le ha dado, merece ser condenado, porque desprecia la oportunidad de la gracia recibida y la hace infructuosa.
Pero la doctrina debe ser sostenida por la gracia; de lo contrario, aunque entre por los oídos no desciende al corazón.
Hace rumor por fuera, pero en nada ayuda al alma. Por esta misma razón la palabra de Dios pasa de los oídos o la lectura al fondo del corazón, cuando interviene la gracia, que trabaja interiormente en el alma y conduce a la comprensión.
San Isidoro de Sevilla
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3. Clases de fe
HAY una clase de fe, compatible con el sentimiento de lo sagrado, pero que deja muy poco espacio para el ideal; entendido, el ideal, como algo superior que merece y postula el compromiso de la vida entera. Esa fe aséptica de ideal, es capaz de mantener al "creyente" en una posición tranquilizadora, y es utilizada como recurso o respuesta implícita, casi automática, por su misma simplicidad, para todo lo que trascienda la razón. Es, en realidad, una fe complementaria de la vida, al lado mismo de la vida, pero que no exige esfuerzo, que decora, sin fatiga para buscar explicaciones, el universo mental del "creyente", y que, por ello mismo, está muy cerca de la pereza mental, o es su excusa.
Es la fe de grandes sectores, incluso de mayorías. Fe de estancamiento; por no decir fe egoísta, puesto que mantiene la estrategia de la distancia para poder cómodamente ejercer de críticos hacia afuera, y mantenerse descomprometidos hacia adentro; es la fe pretendidamente afilada de los que, en nuestros días, se autodefinen "católicos no practicantes", sin caer en la cuenta de lo absurdo de tal afirmación.
Hay otra clase de fe, a la que un teólogo y apologista de nuestros días ―Cardó― denominaría la "fe epiléptica", que es la fe de los fanáticos. Son los que pretenden monopolizar y abusan del nombre de "católicos", con el que se etiquetan, del que blasonan, como si tuvieran la exclusiva del Credo auténtico de la fe, que proclaman con pretensiones impertinentes de cruzados, mezclando la pureza de lo que pretenden o fingen defender sin entenderlo, con los más pintorescos idealismos e intereses terrenos, dudosamente inconscientes del escándalo que causan ante el mundo y del daño que infieren a la Iglesia. Suelen ser personas poderosas o, por lo menos, ambiciosas de poder, de tan pobres ideales terrenos, que tienen necesidad de añadir y utilizar, con abuso, el nombre {5 (25)} de Dios, para, con sublimaciones de prestado, poder disimular las propias frustraciones, cuando no odios encubiertos. Freud tendría mucho que decir al respecto.
Ambas, son formas de fe que no responden al contenido cristiano, aunque se encubran con este nombre.
El cristianismo es la religión de Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo hombre y que al entrar, de este modo, en la historia de la humanidad, nos asoció al misterio de su vida y de su muerte. A esto le llamamos salvación, y por la fe participamos en ella, en el marco normal de la Iglesia, pero permaneciendo abiertos a todos los hombres, lenguas, culturas y tiempos, mientras nos esforzamos por agradecer los dones de Dios y así llegar a la hermandad universal, enriquecida por la variedad esplendorosa, que la evolución de los tiempos manifiesta, en el orden creado y en el espiritual, y que la criatura racional es capaz, con la ayuda de la gracia, de integrar e ir llevando al mundo y la organización misma de las relaciones entre todos los hombres, en respeto, justicia y libertad, hacia la construcción del reino de Dios, en el que no caben ni los perezosos de la comodidad o de la adscripción implícita, ni los soberbios de la dureza y la histeria fanática, sino los sencillos, agradecidos, diligentes y enamorados, capaces todavía de ideales, para hacer del mundo una hermandad humana y universal.
Padre, permíteme una intención particular, en esta oración por mi pueblo, por el mundo sin voz.
Hay miles y miles de seres humanos ―en los países pobres y en las Zonas pobres de los países ricos― que carecen del derecho a levantar su voz, que no tienen posibilidad de reclamar, de protestar, por más justos que sean los derechos que invocan y deben defender: no tienen techo que les cobije, no tienen comida, no tienen vestido, están enfermos, se les niega la posibilidad de acceder a la instrucción, no tienen trabajo, no tienen porvenir, ni esperanza. Están abocados al peligro de caer en el fatalismo, desalentados, pues han perdido el derecho A in palabra, son los que no tienen voz.
Si nosotros, que creemos en ti, cualquiera que sea nuestra religión, hubiésemos ayudado a nuestros hermanos ricos, a los privilegiados ―abriéndoles los ojos, despertando sus conciencias―, los injustos no habrían prosperado, la distancia entre pobres y ricos no habría sido tan enorme, no solamente entre individuos y grupos de individuos, sino entre países, incluso entre continentes.
Lleva a cabo, Señor, lo que nosotros no hemos sabido hacer y no sabemos, todavía, cumplir. Porque no sabemos separar la barrera de los auxilios de los dones, de la asistencia, y alcanzar sencillamente lo que es debido a la justicia.
Helder Camara
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4. La gran cuestión
EXISTIR simplemente, es "estar" ahí; pero vivir es "ser" en el mundo. Resolver la existencia para convertirla en dinámica del ser y del desarrollo vital y entusiasmado de sí mismo, y del maravilloso latido de la creación envolvente, es vivir. Y esa es la gran cuestión pendiente, la gran alternativa a resolver apenas la conciencia humana se pone en pie y deviene capaz de responsabilizarse sin recurrir al amparo ajeno, a la protección prestada.
Repetida mil veces, desde que Shakespeare la formuló en boca de su más célebre personaje, Hamlet, sigue siendo, con una constancia que se replantea a cada hombre y a cada generación, el gran reto que sigue a la conciencia de haber nacido, cuando nos damos cuenta que no nos basta simplemente "estar" en el mundo, sino que es preciso decidirse frente a la propuesta de "ser". Desde el esfuerzo de la inteligencia humana para interpretar el mundo y de la constancia del trabajo para dominarlo y transformarlo, hasta el grito de protesta o la rebelión irracional para afirmarse y ser libres, todo son acciones y reacciones que, consciente o inconscientemente, se encaminan a responder a la gran cuestión: «To be or not to be that is the question!»
Pero, ¿cómo responder? Miedosos todavía, los hombres retrasamos las resoluciones que nos parecen más graves; y miedosos de que nos tilden de cobardes cuando así procedemos, decimos que nos mueve a ello la prudencia. Las grandes angustias, los grandes dolores íntimos del ser humano están en la acumulación de indecisiones que le paralizan y le roen por dentro.
Porque aplazar representa, con harta frecuencia, más bien aumentar las dificultades futuras, que preparar mejor solución a las presentes. Porque aquí nos referimos a la fe como "respuesta a Dios con la vida". Y ésa es la gran cuestión para el creyente; cuestión capital que anuda existencia, ontología y trascendencia. Pues, apenas nos {7 (27)} abrimos a la vida, como la ventana a la primera luz, nos descubrimos envueltos por una claridad supera y nos convoca más allá de todo lo que tenemos y contenemos.
Incluso desde el punto de vista natural, la inteligencia del hombre es como una ventana abierta al sol, abierto a una Verdad total que le supera y, apenas insinuada, se hace creciente y le invade como una necesidad que no puede ser soslayada y que se identifica con el más profundo latido de la vida, para hacer coincidir ser y verdad, realidad y conciencia.
Es en este momento que, para el cristiano, comienzan a valer sus actos de fe. Es la hora de creer. Ser cristiano es creer. Y creer es aceptar y desarrollar una semilla de conocimiento y de luz que ha comenzado siendo un don, y que enseguida se hace rescoldo, fuerza y claridad.
Una teoría sobre Dios, una simple asignatura de una ciencia sobre la trascendencia, o la pura mentalización {8 (28)} para admitir lo sobrenatural, no sería todavía la fe, esa primera semilla gratuita, que se hace luz en el alma y fuerza en el camino.
Para el cristiano que ha sido bautizado, o para todo hombre que deseara serlo, la cuestión, la gran cuestión, es ésa: creer o no creer, además del rito y por encima de los ritos. La fe que hace que no sólo estemos en la Iglesia, sino que seamos Iglesia; que hace que no sólo estemos al lado de Cristo, sino que vivamos en él y él en nosotros; que no sólo nos reunamos para participar en una organización, sino que formemos un organismo.
Es decir, cuando eso que llamamos fe es todavía más que doctrina, cuando es Verdad de Dios y verdad de vida nuestra, cuando es "verdad y vida". Sin la fe como gracia y como respuesta a Dios con la vida, queda solamente el recurso de vegetar, de estar ahí, de pasar, de ser llevados...; pero no de ser cristianos, de ser hijos de Dios.
Y es eso: ser o no ser, creer o no creer, estar o ser y vivir, incluso amar o no amar... La gran alternativa, sin cuya positiva resolución son inútiles o imposibles las demás, es ésta: creer o no creer. Esa gran cuestión se resuelve para siempre, pero siempre ha de estar haciéndose verdad, como un sol de cada día, constante y nuevo.
Es necesario que todo remonte a sus orígenes. Por eso entre tantas y tan grandes iglesias, es única y es la primera la fundada por los apóstoles y de ella derivan las demás. Por esta razón todas son primeras y todas son apostólicas, porque todas son una. La comunión de paz, la fraternidad que las caracteriza, la recíproca disponibilidad que mantienen, demuestran su unidad. Titulo de estas prerrogativas lo son el proceder de una misma tradición mantener un mismo sagrado vínculo.
Lo que después de los apóstoles hayan predicado, es decir, que es lo que Cristo les haya revelado, sólo puede ser probado por medio de las mismas iglesias fundadas por los apóstoles, y a las cuales ellos han predicado de viva voz o por sus escritos.
En una ocasión el Señor les había dicho claramente: «Aún tengo muchas cosas por deciros, mas ahora no las podéis llevar»; pero añadiendo: «Cuando viniere el Espíritu de verdad, él os guiará para que lleguéis a la verdad entera» (Jn 16, 12-13). Demostró con esto que ellos no ignoraban nada, pues tenían la promesa de recibir la "verdad entera" por medio del Espíritu de verdad. La promesa fue mantenida, como se prueba en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando narra el descenso del Espíritu Santo.
Tertuliano
Has plantado tu tienda donde estamos nosotros.
Tu presencia, Señor acompaña la vida de los hombres.
Haznos pues respetuosos cuando te descubrimos más presente, y haznos sabios y fuertes mientras vamos creciendo en el mundo, en la tierra, como cuerpo de Cristo, en el día de hoy y hasta el fin de los tiempos.
Oh Señor y Dios nuestro, te pedimos el pan y la paz, y nos das la respuesta en Jesús, hijo tuyo.
Jesucristo es el pan, la esperanza y la paz.
Te pedimos que sintamos su influjo у alcancemos el gozo de la hora y la vida presente y después en la eterna.
H. OOSTERHUIS
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5. SI CRISTO FUERA NUESTRO VECINO
CRISTO, el Hijo de Dios sin pecado, podría vivir hoy en el mundo como un vecino próximo a nosotros, sin que tal vez llegáramos a descubrirlo. Vale la pena que nos detengamos a pensarlo... Muchas personas a los ojos del mundo parecen iguales unas a otras, y sin embargo hay profundas diferencias en su corazón. Personas que no hacen ostentación, que viven al mismo ritmo que las demás, pero que se están ejercitando en la santidad, que hacen todo lo que pueden para transformarse, para aproximarse a Dios, para obedecerle, imponiéndose una disciplina, sin buscar las recompensas del mundo. Y hacen esto en secreto, no sólo porque Dios lo quiere de este modo, sino porque también a ellas les repugnaría la publicidad. La verdadera religiosidad se lleva en el corazón, y aunque no puede prescindir de ser exteriorizada en actos, la mayor parte de esta actuación permanece escondida: caridades secretas, oraciones secretas, renuncias secretas, luchas secretas, victorias secretas...
{10 (30)} De todos modos, aunque debamos dejar a Dios todo juicio y no corresponda a nosotros el formularlo sobre los demás, es evidente que un hombre verdaderamente respetuoso de Dios, un verdadero santo, por muy semejante que parezca a los demás hombres, lleva en sí una especie de misterioso poder de atracción que ejerce sobre cuantos poseen idénticas inclinaciones de espíritu y sobre los que influye porque tienen algo de común con él. Además, suele ser piedra de toque para reconocer si sentimos las mismas inclinaciones que los santos de Dios el comprobar si éstos influyen sobre nosotros.
Aunque sea raro que podamos hacer un discernimiento inmediato sobre quiénes son estos santos de Dios, sí conseguimos darnos cuenta de ellos más adelante. Entonces, hundiendo los ojos en la experiencia del pasado, podemos preguntarnos qué poder tuvieron sobre nosotros, cuando conocimos a esos santos ahora desaparecidos; entonces podemos preguntarnos si nos han atraído, si nos han influido, si nos han llevado a ser más humildes, si han hecho arder nuestros corazones para algo que nos hacía superar a nosotros mismos. Pero con frecuencia {11 (31)} nos queda el dolor de descubrir que hemos estado largo tiempo cerca de ellos y que hubiéramos podido reconocerlos, pero no lo hemos hecho, y nos duele profundamente que haya sido así.
La vida de nuestro Señor se nos muestra como ejemplo de ello, y con tanta mayor sorpresa cuanto que él era más santo. Porque, cuanto más santo es un hombre, menos comprendido es por parte de los hombres mundanos. Lo comprenderán, de algún modo, los que tienen por lo menos una chispa de fe viva, y cuanto más santo sea más los atraerá; pero los que sirvan al mundo, estarán como ciegos respecto de él, de tal modo que, cuanto más santo sea, más desprecio y más aversión sentirán por él. Que es lo que le sucedió a Cristo, nuestro Señor.
John H. card. Newman, C. O.
en Parochial and Pain Sermons, V, 16,predicado el 25 de dic. de 1837.
El fermento de la unidad está en toda alma cristiana, y la unidad de la Iglesia militante no puede ser de orden esencialmente diverso al de la Iglesia triunfante. Una y otra son obra de la gracia y encuentran su perfección en la comunión de todos y de cada uno con Jesucristo nuestro Señor.
Todos cada uno. Tanto los miembros de la jerarquía como los simples fieles realizan la unidad a través de su unión con Cristo. Mirando a la Iglesia del cielo encontramos la dimensión exacta de la de la tierra. Por esto el problema de la unidad debe ser situado en el marco de la eternidad en el que esencialmente se inscribe. Ciertamente las realidades jurídicas y administrativas tienen su propia importancia en el orden providencial, pero no alteran las realidades eternas. La Iglesia terrena no será trasladada al cielo con sus organismos y sus cuadros actuales, que son provisionales y destinados a desaparecer. La jerarquía que Cristo, con tanto amor y solicitud, ha puesto a la cabeza de su Iglesia, cuando habrá cumplido su misión, tomará de nuevo el puesto que le corresponde entre los simples fieles, y cada uno ocupará, una vez en el Reino de Dios, el lugar que sus méritos personales y Fu vida de cristiano le habrán asignado.
PATRIARCA ZOGHBY
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6. Documento: POBREZA Y LIBERTAD DE JESÚS
Damos la última parte de una de las ponencias más interesantes, expuestas en el CONGRESO DE TEOLOGÍA Y POBREZA, celebrado de Madrid del 21 al 27 de septiembre del pasado año. Se titulaba «Jesús de Nazaret y los ricos de su tiempo» y la desarrolló el jesuita J. I. González Faus, aunque nosotros la hemos titulado con el epígrafe que resume el fragmento que transcribimos.
HAY un bloque del material evangélico que nos dice algo importante, no ya sobre las palabras concretas de Jesus, sino sobre su modo de actuar en este punto. Creo que lo podremos clasificar diciendo estas tres cosas:
a) Jesús fue pobre. La riqueza no iba con Él ni con su estilo; b) Jesús, sin embargo, fue libre. No era una especie de fariseo de la pobreza ni tampoco un resentido agresivo, y c) por eso hay también en su corazón sitio y espacio y palabras de afecto y gestos de acogida y llamadas a los ricos.
El estilo de Jesús
Jesús era hijo de albañil (Mt 13, 55) y albañil él mismo (Mc 6, 3), dato muy coherente, puesto que los hijos solían aprender el oficio de los padres. La traducción de tekton por albañil, es mucho más exacta que la de carpintero, como muestra el castellano arquitecto que viene a ser un súper albañil o jefe de albañiles. En cambio, el carpintero como profesión independiente no era conocido en Palestina. Además, en las palabras de Jesús hay bastantes alusiones a la construcción; y en algún momento (cf. Mc 13, 1) los que le acompañan piensan que se interesará por los aspectos arquitectónicos del Templo. Todo parece indicar que Jesus era «del ramo de la construcción».
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No era un mendigo ni un esclavo
No perteneció, pues, ni al grupo de los esclavos ni al de los mendigos. Pero en un poblado pequeño de Galilea como era Nazaret, la profesión de albañil debía tener una dosis de precariedad y de eventualidad, diversa de las mayores posibilidades que tendría en Jerusalén. Jesús abandonó, además, su profesión para pasar a vivir como un escriba, sin ingresos establecidos ni fijos. Como escriba podía haber seguido ejerciendo su oficio civil, pero su continua movilidad hacia esto imposible. A eso creo que es a lo que alude la frase de que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Lc 9, 58).
En esta misma línea, y con la fina ironía de que a ratos también hace gala, Jesús comenta su situación y la de los que le siguen, en un texto que nos ha conservado la fuente Q (cf. Lc 7, 24-25): «aquí no habéis venido a ver gente bien vestida. Pues los que visten así y se tratan bien, no están aquí sino en los palacios reales» (mansiones de Herodes o de funcionarios del Imperio que Jesús había encontrado también por su Galilea natal).
Pobreza y fariseísmo
Y, sin embargo, a pesar de esto, el Jesús de los evangelios nunca da la sensación de un puritano resentido. Su estilo de vida pobre no brota como consecuencia de un imperativo moral exterior, sino como fruto de una absoluta libertad interior. Y por eso nunca aparece como un obseso o unidimensional de la pobreza. Según Lucas, le vemos comiendo con frecuencia en casa de los fariseos, aunque ya sabemos que no siempre terminaron bien estas invitaciones, pero Jesús vuelve a aceptar confiado la invitación siguiente. Algunos de los que acuden a pedir su ayuda (como Jairo o el centurión romano) debieron ser de posición acomodada; pero en aquel momento estaban en situación de angustia, y esto es suficiente para Jesús (cf.
Lc 7, 2 y 8, 10). Ya hemos comentado cómo y por qué aceptó Jesús la unción en Betania, sin hacer más problema de ella, igual que en otro momento se siente dispensado del ayuno por motivos de alegría religiosa. Si le conviene por razones pedagógicas utiliza como material de parábola las relaciones sociales de su mundo ambiente, aun cuando no sean un modelo de justicia (cf. Mt 24, 43 ss.). Y Él mismo revoca en un momento dado los consejos que había dado de no llevar alforja (cf. Lc 22, 3; 5,36). Ninguna de estas cosas son inconsecuencias; al revés: al momento siguiente {14 (34)} se le vuelve a ver sin tener donde reclinar la cabeza. Pero puede que una de las cosas más asombrosos de Jesus (y más difíciles de entender para nosotros) sed su maravillosa capacidad para determinar el valor y el imperativo de cada momento, inmediatamente desde Dios y desde la particularidad de aquel momento, y no a través de la mediación de alguna ley universal.
Y esto nos lleva al tercero de los aspectos enunciados.
Llamada a los ricos
Con los ricos cumplió Jesús el amor a los enemigos que Él había predicado. Y de paso nos enseñó a nosotros cómo practicarlo. Su conducta con ellos podría ser la paráfrasis de una famosa frase de la piedad antigua: odiar la riqueza (en cuanto apropiación discriminadora) amando al rico.
Con ellos Jesús no claudicó ni un ápice de sus principios, pero tampoco cedió ni una tilde de su humanidad. Se enfrentó con ellos cuando criticaron su opción por los pobres; pero el rico era para Él, además de rico, persona humana.
Y si por lo primero les dijo todas las cosas duras que hemos expuesto hasta ahora, por lo segundo les abrió sus brazos, aposto por su conversión, confió en ellos y les dio la buena noticia de que también ellos podían amar a los pobres, optar por los pobres y desprenderse en favor de los pobres. Y esto no por táctica, sino porque Jesús sabe muy bien que la persona no es totalmente reducible a la clase.
Por eso, Jesús sostendrá que los pobres son bienaventurados, igual que afirmó que la salvación viene de los judíos (Jn 4, 22); pero, así como añade que el ser hijo de Abraham no es ninguna patente de corso para entrar en el Reino (cf.
Mt 8,11-22), así, tampoco lo es el mero hecho de ser pobre, cuando se tiene un corazón de rico.
Zaqueo
Por eso, ningún rico que quiso hablar con Él se vio rechazado por su condición, aunque luego cada uno reaccionó de forma diversa: Zaqueo, José de Arimatea, Nicodemo o el joven rico de Marcos 10, de quien ya ni el nombre se nos ha conservado. Y sin embargo, este último pasaje es el más expresivo de la actitud de Jesús: Marcos nos dice sin rebozo que Jesús «le amó»; y precisamente por eso no le ocultó que le faltaba algo decisivo. Jesús no les ensancho la puerta a los ricos, ciertamente; pero les ofreció el poder de Dios para pasar por ella. Sus encuentros con los ricos acabaron bastantes veces mal. Pero terminaron bien siempre que éstos aceptaron su papel: ir despose yéndose, y situarse {15 (35)} en esa segunda fila que un pariente de Jesús formulará luego diciendo que el rico ha de traer a la Iglesia su humillación (Sgo 1, 10).
Las mujeres
Lucas (23. 27-31) cuenta un pasaje que no tiene demasiadas garantías de historicidad, pero que retrata maravillosamente esta actitud de Jesús. Me refiero al encuentro de Jesús con las mujeres de Jerusalén camino del Calvario. Los exegetas coinciden en que la base histórica de este pasaje se halla en la costumbre de las señoras aristocráticas de Jerusalén, de preparar un vino mezclado con incienso para darlo a beber a los ajusticiados, con la idea de adormecerlos y aliviar su dolor. Jesus necesariamente hubo de pasar por aquí. Y la tradición de Marcos-Mateo nos dice además que no quiso beberlo. Esta negativa no es hija de un afán de sufrir más (como explicaba una espiritualidad dolorista). Es más bien un gesto de dignidad serena, que quiere asumir conscientemente su suerte, y que rechaza aquella práctica "piadosa", con la que el sistema injusto que le condenaba pretendía tranquilizar su conciencia y lavarse las manos.
Pero, si hemos de creer a Lucas, Jesús, aunque rechazo la bebida, no rechazó a las mujeres que la habían preparado. Se vuelve hacia ellas y les habla. Pero habla para decirles serenamente la verdad: llorad más bien por vosotras, porque si esto le ocurre al inocente (al leño verde) qué le puede ocurrir al culpable (al leño seco). Sea lo que sea de la historicidad del pasaje, aquí está otra vez esa difícil combinación de acogida y verdad, que sólo puede ser fruto de una gran libertad interior, y que era nuestro balance de la conducta de Jesús con los ricos como personas concretas.
La pobreza de espíritu
Y esta actitud de Jesús es la que nos enseña definitivamente lo que es la pobreza de espíritu. Vamos a terminar con este punto, que habíamos dejado pendiente. Ya hemos indicado antes que esa interpretación tradicional de un "desprendimiento interior" que haga compatible la pobreza con un no-desprendimiento o posesión exterior, debe ser criticada como ideología o ―con lenguaje de la espiritualidad ignaciana― como "segundo binario". Ciertamente que el pobre puede ser, sin más, rico de espíritu; pero el rico no puede ser, sin más, y por un mero malabarismo interior, pobre de espíritu, como ahora vamos a ver. Igualmente {16 (36)} hay que matizar la pretendida contraposición entre un Mateo que habla de los pobres de espíritu" y un Lucas habla sólo de "los pobres", como si el primero sirviera para desautorizar al segundo. Entre las bienaventuranzas de Mateo y las de Lucas no hay contraposición, sino una necesaria complementación. Veámoslo, pues.
El sermón de la montaña
En primer lugar, Maleo y Lucas coinciden en cuatro bienaventuranzas: los pobres de espíritu", añade Mateo, si bien es probable que ambos traduzcan una misma palabra aramea: los anawim), los que lloran, los que tienen hambre ("de justicia", añade Mateo) y los perseguidos (aquí es Lucas quien parece más "espiritualista": el dice perseguidos por causa del Hijo del Hombre, mientras Mateo habla de perseguidos por la justicia). Con estos matices el núcleo de las cuatro bienaventuranzas es común a ambos.
A estas cuatro, Lucas añade cuatro maldiciones y Mateo añade otras cuatro bienaventuranzas. Las maldiciones de Lucas se corresponden literalmente con sus bienaventuranzas: malditos los ricos, los que ríen, los hartos y aquellos de quienes se habla bien. Con ello se da un primer sentido a las bienaventuranzas: pobres, hambrientos o perseguidos no son dichosos de por si (eso sería masoquismo más que evangelio), pero sí que lo son en una situación en que su hambre, su pobreza y su persecución son el subproducto necesario de la riqueza, la hartura y las alabanzas de otros. Y entonces son bienaventurados porque Dios está con ellos y el futuro de Dios es de ellos.
Como Lucas pone su atención en el nexo causal riqueza-pobreza, hartura-hambre, etc., no ha necesitado añadir más matices a sus bienaventuranzas.
Mateo, como hemos dicho, en lugar de las maldiciones añade otras cuatro bienaventuranzas nuevas. Y ¿quiénes son éstos? Los mansos son simplemente los que no crean pobreza: los que no toman la primera iniciativa de la opresión de clases. Los misericordiosos son Dios, saben escuchar el clamor de los pobres y hambrientos. Los limpios de corazón son los que tienen el corazón suficientemente liberado de esta tríada apropiadora del tener placer-poder: por eso podrán ver a Dios allí donde Él está y donde el corazón no liberado no puede descubrirle (en definitiva: en los pobres). Y los que trabajan por {17 (37)} la paz son los que trabajan por eso que la Biblia llama «la obra de la justicia». (cf. Is 32, 17), es decir, porque no haya pobres ni hambrientos ni llorosos ni perseguidos.
¿Quiénes son pues, en resumen, estos cuatro bienaventurados? Con lenguaje de hoy diríamos: aquellos que trabajan y optan por los pobres o por la justicia, Elegir la pobreza {t} Y precisamente por eso, añade Mateo a la primera bienaventuranza su cláusula: "pobres" de espíritu. Con ello quiere decir simplemente: bienaventurados los que optan por los pobres. Y esta concepción ―que atraviesa todas sus bienaventuranzas― no se opone a la de Lucas, sino que la complementa. Para Jesús son bienaventurados los marginados creados por los ricos (Lucas) y aquellos que optan por ellos (Mateo). De ambos grupos es el futuro de Dios, aunque no lo sea el presente de los hombres. Añadamos, por tanto, que la traducción de la Nueva Biblia Española es en este punto la más acertada, cuando traduce la primera bienaventuranza de Mateo: «dichosos los que eligen ser pobres». Es otra manera de decir lo que nosotros hemos llamado opción por los pobres.
Y con ello se clarifica totalmente lo que hemos dicho antes: es posible que el pobre material sea rico de espíritu; pero es imposible que el rico sea pobre de espíritu, a menos que elija ser pobre el opte por los pobres. La pretensión del puro desprendimiento interior, de un espíritu que no se materializa, tale tanto como el lavatorio de manos de Pilato.
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El rechazo de Jesús
Hay un detalle curioso en el destino de Jesús. Hablando estrictamente no se puede decir que Jesús tenga lo que hoy llamamos "un programa social" (¡lo cual no quiere decir que no debamos tenerlo nosotros!). Más aún: si leemos Lc 3, 10-14 podemos afirmar que el Bautista tiene más programa social que Jesus. Juan Bautista sí que respondía a la pregunta de qué hemos de hacer (Lc 3, 10).
Y, sin embargo, Jesús provoca un rechazo más decidido y más global que el del Bautista. Como ya escribí en otro momento, Juan podía sentir al menos que moría como mártir: Jesus ni eso.
La razón ―paradójica― de este detalle, es que Jesús no se da por contento con un programa, unas obras y unas conductas que quizá pueden servir para tranquilizar; sino que toca al corazón mismo, a la transformación del interior de la persona, a la novedad del hombre. Y esto no porque no sean necesarias ―y moralmente obligatorias también― las transformaciones de las estructuras, sino porque no existen pautas de conducta tales, ni cambios de estructuras tales que no posibiliten alguna nueva apropiación injusta. El refrán aquel de que «hecha la Ley, hecha la posibilidad de la) trampa», se convierte en una verdad impresionante al contacto con la trayectoria de Jesús. Y el olvido de esta verdad es lo que ha hecho fracasar el camino de los socialismos de curo soviético.
Por eso, los "amigos del dinero" (Lc 16, 14) se sentían tan incómodos y se burlaban de la predicación de Jesus.
Los amigos del dinero"
Por eso, las mismas gentes sencillas se asustan y ruegan a Jesús que se vaya, cuando constatan que el "echar demonios" puede suponer algún perjuicio económico (cf.
Mc 5, 16). Por eso, "los sumos sacerdotes los ancianos" pueden mover como agentes últimos todas las líneas de fuerza, que acabarán convergentes contra Jesús si se las maneja "con astucia" (Mt 26, 3-4). Porque el hombre sin convertir es capaz de aceptar hasta la misma revolución, con sólo que consiga "situarse" en ella. Pero ante la exigencia de transformación del corazón, que brota del Dios de Jesús, el hombre se encuentra sin escapatoria.
Y por eso, encarados con lo Ineludible, aquellos hombres pensaron que era mejor acallar esa voz. Éste fue su último error.