Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 195. MAYO. Año 1982
0. SUMARIO
LA ALABANZA y el agradecimiento son un derecho y un deber gozoso, que también ha de ser proclamado. Nosotros, los oratorianos, lo hacemos dando gracias a Dios por haber os dado a san Felipe, cuya festividad celebramos este mes. Somos una pequeña familia, en la Iglesia de Dios, que se alegra y se inspira en su patrocinio, en su ejemplo y en su apostolado.
ANGELO G. RONCALLI Y SAN FELIPE NERI
LO PROPIO DEL ORATORIO
VIDAS DE SANTOS
¿QUÉ ES EL ORATORIO?
SAN FELIPE, APÓSTOL DE LA CONVERSIÓN
EL ORATORIO DE VALENCIA
ALMAS OXIDADAS
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1. ANGELO GIUSEPPE RONCALLI Y SAN FELIPE NERI
Traducimos unas palabras del Giornale dell'anima del futuro papa Juan XXIII. Estamos en el año 1903 y hace pocas semanas que Angelo Giuseppe Roncalli ha sido ordenado subdiácono. Al llegar al 26 de mayo, festividad de san Felipe Neri, escribe en su diario espiritual:
«Hoy el pensamiento de san Felipe me ha sostenido suavemente durante todo el día. He asistido a las solemnísimas funciones de la Vallicella, he saboreado la música de Capocci, he visitado con religiosa atención las habitaciones del Santo, y también las tan preciosas e históricas de san Jerónimo de la Caridad; más que todo he vuelto mis ojos, mi pensamiento, mi corazón a la gloriosa tumba, y he rezado mucho.
¿Por qué no tengo tiempo ni una pluma fácil para escribir de este Santo como quisiera y como me dicta el corazón?
San Felipe es uno de los santos que me es más familiar, a cuyo nombre se unen tantos dulces recuerdos de mi historia íntima. Siento que amo a san Felipe de un modo del todo particular, y me encomiendo a él con toda confianza.
¡Oh, mi buen padre Felipe!, me entiendes sin que te hable. Se acerca el tiempo: ¿dónde está en mí mismo la copia que he de hacer de ti?
donde el espejo de tus virtudes? Has que entienda los principios de tu escuela mística para que aproveche a mi espíritu: la humildad, el amor. Seriedad, bienaventurado Felipe, y alegría santa, pura, y un impulso fecundo para realizar grandes obras...» El diez de agosto del año siguiente, cuando fue ordenado sacerdote, vuelve su recuerdo, en primer lugar, a san Felipe y le pide, junto a otros santos también sepultados en las iglesias romanas, el fervor siempre encendido de su corazón de nuevo sacerdote. Ya papa, se complació, varias veces, en evocar su amor a san Felipe, desde sus años jóvenes, y también a Baronio, el más amado de los discípulos del Santo.
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2. Lo propio del Oratorio
CUANDO vamos a los primeros discípulos de san Felipe, en busca de lo esencial de aquello que vino a ser la misión propia y específica del Oratorio, encontramos textos repetidos, y luego confirmados por la mejor tradición oratoriana, que muestran constantemente los pernios en torno a los cuales se apoya y gira lo más característico de la obra de san Felipe: la oración y la palabra de Dios. Y todavía, si hubiera de ser una sola la fuente de la que mana todo lo demás, deberíamos poner el énfasis en lo segundo, es decir, la palabra de Dios.
En efecto, Tarugi decía que «el pensamiento de nuestro fundador ha sido que su Instituto tuviese por función propia y particular, la de anunciar la palabra de Dios cada día de la semana, lo mismo que los domingos». Esa palabra de Dios era el contenido principal de los «ragionamenti» sobre los que giraban aquellos encuentros conocidos como «Oratorio de la tarde».
Esos «ragionamenti» disponían a la oración y, dice el mismo Tarugi, «constituían el principio y fundamento de la Congregación», fundada por el Santo.
Otro discípulo, también contemporáneo de san Felipe, el padre Talpa, escribía: «que el Instituto del Oratorio consiste, principalmente, en discurrir cotidianamente sobre la palabra de Dios, de modo sencillo, familiar y fructuoso, diverso de como suele hacerse en la predicación al uso, y en esto consiste esencialmente el Instituto inventado por el bienaventurado Padre.
Y aun cuando la palabra de Dios ha introducido la frecuencia de los sacramentos y otras prácticas, sin embargo hay que tener por propio y peculiar de nuestro Instituto el haber elegido la palabra de Dios, porque es lo que lo diferencia de los demás; pero no tomando la palabra de Dios como sola palabra de Dios, sino como palabra cotidianamente y familiarmente tratada».
Eso no quiere decir que san Felipe se aviniera con el descuido o que justificara la ignorancia, pues fue siempre muy exigente. Por sencillez oratoriana, en lo que a palabra de Dios se refiere, tal vez podríamos entender lo que un insigne oratoriano, Newman, nos dice en estas palabras: «Procuremos {3 (83)} siempre comprender lo que decimos y hablemos sólo de lo que sabemos». Esto, por lo que hace referencia a la inteligencia del que habla; en cuanto al fervor y convicción, decía: «No nos limitemos a ser como un cristal que se conforma con dejar pasar el calor y permanece frío», De la palabra de Dios, la oración de la oración, la sinceridad cristiana de la vida y las obras.
3. Vidas de Santos
¡Leed las vidas de los Santos! Ellos han superado y vencido las tentaciones con decisión y vigor, con prontitud y con éxito, mejor que cualquiera. Sus acciones son bellas y ceñidas como una fábula, y no obstante poseen la realidad de los hechos: abren la mente, proporcionándole nuevas ideas de las que carecía antes, y mostrando a todos lo que Dios puede hacer lo que el hombre puede ser. Aunque no siempre podamos repetir los detalles del ejemplo de los Santos, ellos nos presentan siempre un modelo de justicia y de bondad, se elevan ante nosotros como enseñanzas vivientes de monumental grandeza, nos llaman a Dios, nos introducen en los misterios del mundo invisible, nos enseñan a conocer lo que Cristo ama, trazando delante de nosotros el camino que conduce al Cielo.
John Henry Newman, C. O.
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4. ¿Qué es el Oratorio?
Adaptación resumida de un folleto difundido por los PP. del Oratorio de San Pablo, Tepetlapa, México.
Muchas veces hemos oído hablar del «Oratorio», de «los padres del Oratorio». ¿Qué es el Oratorio? Habría una respuesta genérica si dijéramos que «oratorio es el lugar para orar», con cuya acepción quedaría afirmado que todas las iglesias y templos son "oratorios". Pero en ocasiones la pregunta se nos hace directamente a los oratorianos o filipenses y nos dicen: ¿A qué orden religiosa pertenece usted? Cuando esto ocurre hemos de dar una respuesta en el sentido de aclarar que no somos una "orden" ni somos "religiosos", sino que somos una sociedad de vida apostólica, compuesta por sacerdotes y laicos, que hemos abrazado y profesamos la vida evangélica integralmente, aunque sin emitir votos.
No debería de sorprender demasiado el hecho de que la adscripción al Oratorio se produzca sin la mediación de los votos, puesto que éstos, como forma jurídicamente reconocida de consagración a Dios, no se generalizaron hasta bien promediado el siglo XVI. En el Oratorio no tenemos los votos, pero tenemos, en cambio, la "estabilidad" (tal como se perfiló en las primeras comunidades de vida evangélica, a partir del s. V, en Occidente), es decir, que un miembro del Oratorio permanece, ordinariamente de por vida, en el lugar y comunidad donde fue recibido, con la sola excepción de que surjan razones de apostolado (por ej. emprender una nueva fundación) o de disciplina, y siempre mediante intervención y sanción, en cada caso, de la S. Sede.
Ello hace que se produzca una verdadera hermandad con el clero diocesano del lugar donde el Oratorio se halla establecido, y que el Oratorio constituya un elemento espiritualizador y apostólico que se integra en la vida social diocesana y ciudadana, sin interrupciones que puedan dificultar el beneficio de su presencia continuada. También se puede decir que un oratoriano {5 (85)} goza de mayor estabilidad que un miembro del clero diocesano, removible de una parroquia a otra o de un cargo a otro, y hasta que un religioso, fácilmente transferible de un convento a otro por el simple mandato de un superior.
Cada casa o comunidad oratoriana, se llama «Congregación». Precisamente esta denominación nos la dio la S. Sede para distinguirnos de las órdenes", a pesar de observar como ellas la vida evangélica o, como se decía más antiguamente, «la vida apostólicas. Luego, otras obras parecidas, y aun diferentes al Oratorio, también tomaron dicho nombre, acuñado por Gregorio XIII especialmente para nosotros. El conjunto de todas las casas o comunidades ―«Congregaciones del Oratorio»― esparcidas por el mundo, forma la llamada «Confederación del Oratorio de San Felipe Neri».
Tenemos dos principios fundamentales: el primero es el ya declarado de la ausencia de votos, es decir, que nos proponemos seguir la vida evangélica y apostólica por el vínculo de la caridad, con lo cual la ausencia de votos no puede significar olvido de las virtudes, sino apertura libre a una generosidad que supere la obligación mínima de una interpretación legalista.
El segundo principio es que cada casa o «Congregación del Oratorio» se gobierna por sí misma, autónoma respecto de las otras hermanas.
La autonomía de cada Congregación respecto de las demás, es parecida a la autonomía de cada diócesis, respecto de las demás diócesis en la única Iglesia.
Allí donde, excepcionalmente, la iglesia del Oratorio fuese también parroquia, los asuntos parroquiales constituirían una actividad que estaría sujeta al Obispo local, en la forma recíprocamente acordada, salvo si la Iglesia no fuese la propia del Oratorio. Pero con relación al régimen interno, cada Oratorio está sujeto directamente a la S. Sede, es decir, al Papa, quien aprobó las Constituciones por las que se gobiernan todas las Congregaciones.
Ningún cambio o revisión de las Constituciones puede hacerse sin la aprobación de la S. Sede.
San Felipe Neri y la fundación del Oratorio
El Oratorio fue fundado por san Felipe Neri (1515-1595) en Roma . Es uno de los grandes santos de aquellos tiempos en que la Iglesia emprendía su verdadera renovación, en pleno siglo XVI. Aunque nació en Florencia, se le llama "Apóstol de Roma, y es venerado {6 (86)} como copatrono de la Ciudad Eterna, junto con los santos Pedro y Pablo. Allí vivió sesenta años. Y puede decirse que, mientras otros santos emprendían grandes obras de apostolado (san Ignacio) o de renovación conventual (sta. Teresa), Felipe se empleó en la reforma de la vida moral y religiosa de Roma.
Desde España podemos alegrarnos de que, significativamente, estos santos fueran canonizados junto con san Felipe, en el mismo día del año 1622, por Gregorio XIV.
Cuando se recuerda a san Felipe es preciso no olvidarse de su vida como apóstol seglar, pues se ordenó de sacerdote sólo cuando estaba a punto de cumplir los 36 años. Podría llamarse, como ahora se dice, una vocación tardía. Pero durante su vida de laico se empleó en la asidua oración y en obras de apostolado y caridad, como visitas a los hospitales (pues entonces estaban muy desatendidos), servicio de los peregrinos y atención a los jóvenes.
El origen o principios del Oratorio puede fijarse en el año 1552, cuando san Felipe empezó a reunir en torno suyo a un pequeño grupo de jóvenes laicos con quienes tenía encuentros informales en su cuarto para orar, leer y comentar la palabra de Dios en forma dialogada. Estos encuentros que gradualmente asumieron una forma más definida con la música y conferencias, fueron más tarde llamados «Oratorio, es decir, lugar para la oración y modo especial de "orar". Éste es el origen del nombre «Oratorios, que más tarde se utilizó para aplicarlo a la Congregación del Oratorio, es decir, el nombre que actualmente llevamos los que intentamos continuar su obra, ser fieles a su espíritu y mantener su estilo. Cuando su fiel discípulo, Tarugi, intenta resumir lo que constituía la esencia del Oratorio, dice: «El pensamiento de nuestro santo fundador ha sido que su Instituto tuviese por función propia y particular la de anunciar la palabra de Dios cada día de la semana, como en los domingos». Y también decía: «El Oratorio y la oración son el fundamento de la Congregación».
Decíamos que tenía importancia la vida de san Felipe como seglar y, del mismo modo, decíamos que él, en principio, no pensaba en fundación alguna. Lo importante del llamado espontáneamente «Oratorio por sus primeros seguidores, eran los laicos que se agrupaban en torno a Felipe. Después se pensó en que algunos recibieran el orden del presbiterado con el fin de poderles atender. Y es que el número de discípulos, especialmente jóvenes, fue creciendo de tal modo, que le era imposible atenderlos él solo. Fue entonces cuando decidió que algunos de sus discípulos se ordenaran sacerdotes. Entre los primeros se cuentan el citado Tarugi y Baronio, Éste emprendió una expurgación {7 (87)} crítica del Martirologio Romano y emprendió la monumental obra de los Anales Eclesiásticos), comparable, desde el lado de la Historia, a la que antes legara a la Iglesia santo Tomás con la Suma, en Teología.
Poco hacía que un papa austero y reformador, como lo fue Pío V, había prohibido nuevas fundaciones e impuesto votos a las existentes, cuando otro papa, experto jurista y lleno de sentido común, quiso, sin que lo buscara el propio san Felipe, que el Oratorio adquiriera naturaleza institucional y lo erigió en «Congregación del Oratorio, por la que, directamente, entraba en el derecho pontificio, mediante la Bula de 15 de julio de 1575. El mismo año se levantó una iglesia nueva ―se llama todavía «la Chiesa Nuova»― donde reposa, en su altar san Felipe, venerado por toda Roma. Y, frente a ella, mana una fuente de agua buenísima, que recuerda el nombre antiguo del lugar: «Santa Maria in pozzo bianco».
Desarrollo del Oratorio
EL Oratorio se extendió rápidamente en los siglos XVII y XVIII, en los que ejerció considerable influencia. Oratorios se fundaron en Italia, España, Portugal, Polonia, Alemania, México, Sudamérica, Estados Unidos, Malta, Ceilán, Canadá. En Francia fue introducido por Berulle, en 1611, como un cuerpo centralizado, lo que le distingue del modelo original romano, que es el adoptado en todas partes, excepto en Francia, sin que ello impida la relación fraternal con todos.
Tiene importancia la mención de Inglaterra, donde en el siglo pasado Newman encabezó el llamado «Movimiento de Oxford», que originó gran cantidad de conversiones al catolicismo y él mismo, una vez ingresado en la Iglesia romana, emprendió la fundación del Oratorio en Inglaterra, donde con denodado y generoso esfuerzo, hizo tanto por reformar y renovar la vida intelectual del catolicismo del siglo XIX y cuya influencia se deja sentir aún más en el siglo XX. Newman tiene {8 (88)} la talla, según el papa Pío XII, de un Doctor de la Iglesia y de un Santo.
Es verdad que las leyes de desamortización y de reforma fueron particularmente perjudiciales para muchos Oratorios, dada la autonomía que les caracteriza. Pero en la actualidad nuestras leyes internas contemplan la posibilidad de constituir Federaciones, con base regional, o cultural, o apostólica, que permiten, sin menoscabo de la propia fisonomía de cada Congregación, mayores garantías apostólicas e institucionales.
La vocación de un oratoriano
SI tenemos en cuenta a san Felipe, es evidente que no se puede tomar el Oratorio como una simple fórmula de vida común entre clérigos y laicos. El Oratorio no es una pensión. Y por eso hay que entender el espíritu de san Felipe como algo verdaderamente especial a lo que se quiere ser fiel, con el propósito serio de entregarse a la vida evangélica y apostólica en una determinada comunidad o Congregación. Habrá que purificar las intenciones y aplicar a ellas la generosidad. Ello hará sencilla la entrega, si se acompaña de confianza en la gracia y ayuda de Dios.
En el Oratorio reina el orden y la laboriosidad, si bien con mayores oportunidades que en otras partes para la oración, la lectura y el estudio, lo cual no sólo facilita el acercamiento a Dios, sino que prepara para una mejor semejanza a Santo que queremos imitar y para el servicio de la Iglesia y las almas.
Se equivocaría quien imaginara encontrar en el Oratorio un camino que le llevara a la fama. San Felipe fue muy estricto en lo que consideraba esencial para la vida en común. Más tarde, Newman, que había fundado el Oratorio en Inglaterra, comentaba un texto paulino aplicándolo a la vida de comunidad en el Oratorio, y decía que ésta sólo es posible cuando se anuda a tres ataduras: el amor, la obediencia y el acuerdo de las mentes —"intellectual agreement"— y acentuaba la importancia de este tercer elemento, sin el cual es inútil insistir en los dos primeros.
Cualquiera que pensara venir al Oratorio, debería considerarlo no como una solución para su vida, ni como un refugio, decía el padre Faber. El que viniere al Oratorio debería estudiar a san Felipe y debería querer ser santo. Y sería, además, feliz.
«Dadme diez hombres desprendidos del mundo ―decía san Felipe― y convertiré el mundo con ellos».
Para mí lo más importante no es hacer conversiones, sino edificar la fe de los católicos.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
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5. San Felipe, apóstol de la conversión
NO se puede comprender el apostolado de san Felipe Neri en la Roma del s. XVI, con sólo considerarlo desde la vertiente de su vida de sacerdote que, como sabemos, abarca los últimos cuarenta y cuatro años de su vida, dado que fue ordenado cuando le faltaba poco para cumplir los treinta y seis. La figura de san Felipe sacerdote es importante porque completa su personalidad apostólica; pero no se puede prescindir de un precedente que la determina y marca profundamente, con un estilo que hace de san Felipe un sacerdote del todo especial: en su época muchos accedían al sacerdocio o para huir del mundo en busca de una vía de más segura santificación, o —incluso sin dejar de lado el sentido piadoso de ejercer con rectitud los sagrados ministerios― para procurarse una sustentación decorosa y respetable dentro de la estructura clerical. Inimaginable esta segunda motivación, ni siquiera remota. En cuanto a la primera, él mismo había repetido muchas veces, «que no creía haber dejado el mundo nunca», y no lo aseveraba por pura exageración humilde, sino porque ¿dónde habría podido ejercer el bien o convertir a pecadores, si no en medio del mundo? En efecto, durante su vida laical, Felipe se mueve por calles y barrios romanos, por tiendas y bancos, y trata espontáneamente con todo el mundo, no para concesiones disipadoras de aquella tensión interior a que había llegado por su intensa dedicación a la plegaria y al estudio y meditación de Dios, sino para convertir a los que le tratan, {10 (90)} del pecado a la reconciliación con Dios, o de la tibieza al fervor apostólico. «¿Qué hacéis? —solía decir―. Ya es hora de despertar y convertirse y obrar el bien».
Cuando Persiano Rosa ―un sencillo y ejemplar sacerdote― le convence para que reciba el presbiterado, no lo aceptan Felipe para cambiar de vida, sino para poder mejor seguir haciendo lo que ya le ocupaba del todo en su vida de seglar. Cuando, más tarde, siendo ya sacerdote, se encuentra con que no alcanzaba a atender al grupo de adictos que tenía que formar y educar en la fe y en la práctica de la oración, y con que le van viniendo nuevos convertidos, que siempre encontraba porque siempre buscaba, no le queda más remedio que hacer ordenar a alguno de los primeros convertidos más fieles para que le ayuden e imiten en esa tarea inaplazable y creciente. Lo que luego será la «Congregación del Oratorio», no procedería de un proyecto fundacional predeterminado, sino que resultaría de su espontaneidad apostólica, la cual, llegado el momento y sin pretenderlo directamente el mismo san Felipe, el papa Gregorio XIII se apresuraría a legitimar dándole su original forma jurídica.
Desde su vida de seglar, por donde pasaba san Felipe hacía el bien y convertía y comprometía sin concesiones para el apostolado a los que se le acercaban. De sacerdote, hizo lo mismo, y con más medios. Por esta razón no es exacto darle al Santo otras calificaciones que no sean subsidiarias de ésta {11 (91)} que abarca todo el sentido de su vida y de su apostolado: la oración para la conversión, los sacramentos para la conversión, el ejercicio de las obras de caridad para la conversión, el gozo y la alegría de hacer el bien para la conversión...
Ese vuelco del alma hacia Dios, en la oración, en la eucaristía, en la lectura de la palabra de Dios, en la obra de misericordia realizada sin ostentación, viendo a Jesucristo en el pobre o en el desorientado... él la había experimentado y hasta el final de su vida cada misa le sacudía de nuevo el corazón, y cuando perdonaba en el sacramento de la penitencia, y cuando se perdía en el pensamiento elevado a Dios...
Solamente el que se ha convertido y se convierte todavía, puede y sabe y sirve a Dios para convertir a otros; el que no tiene experiencias de conversión propia o las olvida, no convierte a otros, y sólo administra, si acaso, lo santo. Éste no era el caso de san Felipe sacerdote, el gran convertidor de Roma, el que transformó no sólo a docenas y cientos de pecadores, sino la entera ciudad, entonces paganizada, y cambió en fervorosa.
Simpático y amigo especialmente de los jóvenes, a muchos rescató de la vagancia y el pecado, sin tener que condescender, para atraerles, con profanidades o halagos disipadores. Es natural que los sacramentos, y también el de la penitencia, entraran en el proceso de sus conversiones, y que fue, además, un experto formador y orientador de conciencias, pero sin perder el mismo ni hacer perder el tiempo a nadie con evasiones sentimentales o cultivo de clientelas narcisistas.
Amó siempre a todos, y amo a Roma a pesar de no ser romano, logrando con su larga dedicación, que admitiera la sinceridad de una alternativa radical para pasar, entonces, la ciudad de los Papas, de la mediocridad rutinaria e indolente hasta pecadora, al fervor gozoso de la vida cristiana redescubierta, en la oración, en la eucaristía, en la palabra de Dios, en las obras de misericordia.
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6. El primer Oratorio de España: Valencia
EL PRIMER Oratorio español se fundó en la ciudad de Valencia, en 1645. A partir de esta fundación, y en el transcurso de casi dos siglos, se multiplicaron las Congregaciones del Oratorio por la geografía española hasta alcanzar la treintena. Pero la desamortización de Mendizábal (1837) resultó sumamente perjudicial para las casas del Oratorio como para otras comunidades, si bien luego muchas de sus iglesias e incluso casas fueron recuperadas, pero, al no existir un organismo que representara a todos los oratorianos (como existe en la actualidad, dado por la S. Sede, en nuestras Constituciones y Estatutos), se desplazó la recuperación de los bienes propios del Oratorio hacia las respectivas diócesis en cuyo marco se hallaban establecidos; otras veces fue una absorción para prevenir y evitar, precisamente, los efectos desamortizadores. No muy lejos de nosotros se encuentran nombres de ciudades que fueron sede de antiguos Oratorios desaparecidos en la actualidad, por aquellas causas: Villena, Madrid, Murcia, Granada, Córdoba, Valencia... Al de esta última ciudad queremos referirnos ahora, porque fue el primero de los fundados en España, y el que dio lugar a las demás fundaciones no sólo españolas, sino americanas. Respecto de éstas, bien puede decirse, en honrosa compensación, que el padre Pérez de Espinosa, fundador del Oratorio de San Miguel {13 (93)} de Allende, en México, vino a restaurar el Oratorio español de Córdoba y fundó luego (1742) el de Málaga.
La primera noticia de s. Felipe Neri en España
El doce de marzo de 1622 el papa Gregorio XV canonizaba a nuestro Padre san Felipe Neri, que era aclamado por todo el pueblo romano, como Patrono de la ciudad de los Papas. En aquella primavera se hallaba en la ciudad de Valencia un noble florentino, llamado Paolo Antonio Giuliani, quien al recibir la noticia de que su paisano acababa de ser elevado al honor de los altares, se creyó obligado a celebrarlo dedicándole tres días de culto en la iglesia de san Andrés. Acudió a las celebraciones gran cantidad de gente, tanto de la nobleza como del pueblo sencillo, y muchos eclesiásticos. No satisfecho con ello, el Giuliani quiso sufragar la construcción de un hermoso altar dedicado a san Felipe.
La primera "vida" de san Felipe publicada en España
Pero la Providencia iba tejiendo el modo de difundir todavía más, entre el noble pueblo valenciano, el interés y la devoción por el nuevo Santo. Por el año 1611, el joven Luis Beltrán Marco, nacido en la ciudad del Turia, hubo de trasladarse a Roma para resolver asuntos profanos.
Ali luto noticia de san Felipe, ya popular y famoso por su santidad, a pesar de no haber alcanzado todavía la canonización. Luis Beltrán se sintió atraído por la figura de Felipe, hasta entrarle deseos de mudar su vida, demasiado mundana, y consagrarse enteramente a Dios. Así lo hizo tomando el hábito de dominico, y poniéndose a escribir la Vida de san Felipe, como agradecimiento a la propia conversión, que le atribuía. Esta Vida de san Felipe es la primera que se imprimió en España (1625) y su autor la dedicó al compatricio de san Felipe y huésped valenciano Paolo Antonio Giuliani, que inauguró el culto al Santo en España, y precisamente en Valencia.
Los fundadores
La difusión de este libro despertó una corriente de interés y devoción, que concitaba, al poco tiempo, a cuatro ejemplares valencianos, dispuestos a fundar un Oratorio en Valencia, para imitar al Santo y repetir allí su acción apostólica. Tres de ellos eran sacerdotes doctos virtuosos, y se llamaban Felipe Pesantes, Francisco Sorela y Juan García. El cuarto era un hombre insigne por su nobleza {14 (94)} bleza y ejemplaridad cristiana, y se llamaba Miguel Cervellón, casado con Vicenta Mompalau, hija de los barones de Gestalgar. Lo singular de este matrimonio de la nobleza valenciana, fue que se pusieron de acuerdo para entregarse cada uno enteramente a Dios, y mientras él se preparaba para el sacerdocio en vistas a la proyectada fundación, ella tomó el hábito franciscano en el convento de la Trinidad de Valencia.
Ya estaban dispuestos los cuatro candidatos para la fundación, pero carecían de experiencia para aquel nuevo método de vida, tan diferente del comúnmente tenido por los religiosos. Tampoco fue posible obtener el traslado a Valencia de algún padre experimentado del Oratorio de Roma, o del de Nápoles, para que les iniciara y acompañara en aquella santa aventura. Pero mientras buscaban cómo resolver ésta y otras dificultades, Dios preparaba el modo para dar un comienzo sólido al tan elevado proyecto.
Luís Crespi de Borja
Un pavorde de la iglesia metropolitana de Valencia, Don Luís Crespi de Borja, hubo de pasar a Roma con el encargo de resolver un problema de aquel cabildo, y a Roma partió el año 1633, donde no tardó en establecer un contacto espontáneo con la Congregación del Oratorio de Roma, y tan asiduo se mostraba en la asistencia a los ejercicios del Oratorio y en la amistad con algunos de los Padres que casi lo confundían con ellos. Contaba a la sazón veintiséis años y ya estaba dispuesto a pedir el ingreso en el Oratorio romano, cuando, con buen sentido, el padre Giacomo Bacci (célebre por la biografía que escribió de san Felipe) le disuadió para que volviera a España «porque será grande el fruto que sacaréis en Valencia».
El crucifijo de san Felipe
Al regresar a Valencia, no se habían enfriado los ánimos de los proyectos allí nacidos, aunque sí había fallecido el admirable y generoso don Miguel de Cervellón. Pero don Luís Crespi regresaba precisamente en el momento en que ya se disponía a partir para Roma, con objeto de practicar una experiencia de la vida oratoriana, el más entusiasta de los candidatos, el presbítero Felipe Pesantes.
Mas ya no era necesario tal viaje al reunirse el recién llegado con el pequeño grupo original, que comenzaba a ver los cielos abiertos a sus esperanzas. Por motivos parecidos a los que llevaron al Crespi a Roma en su primer viaje, → {15 (95)} hubo de hacerlo, al poco, por segunda vez, lo cual consolidó la preparación que era necesaria para que todo se hiciera del mejor modo, en aquella fundación. Los Padres del Oratorio romano regalaron al Crespi un crucifijo de san Felipe que luego sería colocado en el altar mayor de la iglesia del Oratorio de Valencia.
Comunidad valenciana del Oratorio
Ya en Valencia, no fueron fáciles los primeros pasos de la fundación del Oratorio, pues la novedad de modo de vida consagrada a Dios, tan diferente de la de los religiosos, no parecía que ofreciera garantías ni para el sustento, ni para la perseverancia de sus miembros, ni para la eficacia de sus virtuosos propósitos. Finalmente, y aun careciendo de iglesia propia, se allanaron las dificultades, y el 8 de septiembre de 1645, quedaba establecida la Congregación del Oratorio, que nacía, por decirlo así, en casa ajena, pues el Sr. Arzobispo, Fr. Isidoro Aliaga, les cedía provisionalmente la iglesia de san Juan.
La peste de 1647
En este momento constituían la comunidad, junto a Luís Crespi de Borja, los también sacerdotes Felipe Pesantes y Boil, Luís Escribá y Zapata, y Juan Jerónimo Perlusa; pero enseguida se les agregaron Luís de Liñán, Gaspar Tagüenga y Felipe Bresa. Iniciaron la vida común en una casa que adquirieron en las inmediaciones de san Juan del Hospital. Iban a iniciar la construcción de una iglesia propia y casa más adecuada, cuando, en 1647, una epidemia de peste se abatió sobre la ciudad. Lo que parecía un gran impedimento para la consolidación del naciente Oratorio, se convirtió, en cambio, en ocasión de generoso y ejemplar apostolado de sus miembros, los cuales se prodigaron en trabajos y obras de misericordia y caridad, que les granjearon la estima y veneración de pueblo y autoridades. El mismo Crespi fue solicitado por el moribundo{1} Arzobispo para que le asistiera en su agonía y piadosa muerte.
"Els Santets"
Pasada la calamidad de la peste, se dispusieron a llevar adelante la construcción de iglesia y casa para la joven Congregación del Oratorio, y encontraron lugar cerca de la calle del Mar, en un barrio llamado de los "Santets" (por la tradición de las escenificaciones populares, todavía conservadas, relativas a la vida de san Vicente Mártir). Un historiador de la época ―Fr. Tomás de la Resurrección, trinitario―, se complace en comentar como muy {16 (96)} apropiado el nombre del barrio ("Santets": santitos) con la ejemplaridad y virtudes de aquellos nuevos moradores, pequeños en numero, pero humildes y laboriosos en la caridad y la predicación de la palabra de Dios. Algunos quisieron interpretar la edificación de la nueva iglesia y la presencia de aquellos ejemplares sacerdotes, precisamente en aquel lugar, como si Dios hubiese querido purificar y santificar, de esta manera, un lugar de la ciudad hasta entonces demasiado profano, como si "una casa de oración" (Oratorio) viniera a substituir los excesos del jolgorio de tascas, casas de juego y lugar de las "comedias", pues el emplazamiento de la nueva casa e iglesia se situaba ―y continua en pie― al final de la calle de las Comedias en la plaza llamada entonces de la Congregación (porque estaba frente a la Congregación del Oratorio), aunque luego ha recibido otros nombres.
Otros, sin embargo, han querido relacionar lo de las "comedias" con la alegría, con el arte y la festividad, tan peculiar del espíritu de san Felipe, quien con gran maestría supo combinar el gozo y disfrute de lo bello (poesía, música, arquitectura... naturaleza), con la oración y el amor a Dios, al fin y al cabo autor de la vida, cuya bondad y hermosura solamente destruye la malicia y lo que verdaderamente sea pecado.
Oratorio y Universidad
Otro detalle tiene especial importancia, y es la proximidad del nuevo Oratorio a la Universidad de Valencia.
No es el lugar de exponer las biografías de los primeros miembros del Oratorio valenciano; la mayoría de ellos se habían doctorado en aquella Universidad y, en concreto, dos de ellos (el propio Crespi y el padre Domingo Sarrió, que convivió con él en la Congregación, al poco de fundada), ocuparon cátedras de teología y sagrados cánones en la Universidad. Pero más importante que esta docencia, fueron las actividades y trato con la juventud estudiantil y el apostolado y orientación humana y cristiana a la que se mostraban abiertos.
El padre Tosca
A este espíritu cristiano y sentido cultural, que ya distinguid al primer Oratorio de san Felipe ―¡no se puede olvidar que era un florentino, aunque santo, del Renacimiento!― habría que añadir otros nombres posteriores que, en el Oratorio de Valencia, junto a una vida apostólica, fueron fieles a la propia ciudad y luminosos por la {17 (97)} proyección de su saber, generalmente con sentido marcadamente renovador. Bástenos citar el nombre del padre Tomas Vicente Tosca (1651-1725), filósofo, matemático, astrónomo..., conocido más generalmente por haber diseñado el plano de la ciudad de Valencia, con una perfección que le sitúa a la cabeza de los que, en Europa, hicieron algo parecido con otras ciudades. Aunque lo más destacado del padre Tosca ―que también profesó en la Universidad de Valencia― seguramente fuera la aportación que hace en su «Compendio Mathematico» al presentar la física como una disciplina "positiva" y no ―hace notar el Dr. José M." López Piñero― como un tratado filosófico al uso de entonces, con criterios escolásticos, sino como una síntesis de las «ciencias que tratan de la cantidad».
... "Días llenos"
Pero el padre Tomás Vicente Tosca es una figura suficientemente importante para que, en otra ocasión, le dediquemos alguna página especial. Y lo mismo cabría decir del primer Prepósito del Oratorio de Valencia, el padre Felipe Pesantes, y, sobre todo, del padre Luís Crespi de Borja que, si murió en edad todavía temprana para ser llamada vejez, mereció en su epitafio ―que puede leerse en su sepulcro, en la iglesia del Oratorio de Valencia (ahora en posesión de la mitra, y conocida como iglesia parroquial de santo Tomás y san Felipe)― cuando se dice que «murió a los cincuenta y cinco años, no lleno de días, pero sí de días llenos».
La conciencia tiene derechos porque tiene obligaciones, pero en nuestra época para una gran parte del público, el derecho mismo y la libertad de conciencia consiste en acabar con la conciencia e ignorar al Legislador y Juez, y sentirse independiente de toda obligación que no se ve.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.
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7. Almas oxidadas
MUCHOS hombres son abiertamente contrarios a la religión o desobedecen de modo manifiesto sus preceptos: pero fijémonos más bien en aquellos que tienen costumbres más sobrias o una actitud mental más concienciosa. Estos poseen alguna buena cualidad e incluso son, en un cierto sentido religiosos; pero no están despiertos y vigilantes. En pocas palabras, su concepto de la religión es éste: amar a Dios, está bien, pero también amar este mundo.... sirven a Dios y lo buscan, pero consideran este mundo como si fuese eterno y no solamente el escenario temporal de sus deberes y de sus privilegios, y jamás toman en consideración la posibilidad de ser separados de él...
Su error consiste en identificar a Dios con este mundo, y consiguientemente permanecer en un estado de idolatría respecto a este mundo; y de este modo se desembarazan de la molestia y de la fatiga de tener que buscar a su Dios, desde el momento en que ya lo han encontrado en los bienes de esta tierra, o al menos así lo creen... Están pegados al dinero, a su posición social, al buen nombre que conservan frente a los demás, a la propia influencia. Es posible que mejoren en su conducta, pero no en sus radicales aspiraciones; caminan, pero no se elevan:
se mueven a ras de tierra y, aunque caminaran durante siglos, no se colocarían jamás por encima de la atmósfera de este mundo...
Sin pretender negar a tales personas un elogio por sus buenas costumbres y por sus prácticas religiosas, hay que decir que les falta un corazón capaz de sensibilizarse para dirigir el pensamiento a Cristo y vivir en su amor. El aire del mundo tiene un terrible poder, un poder que se puede decir que oxida el alma... Y como un óxido que ataca el metal y lo corroe, de este mismo modo el espíritu mundano penetra cada vez más profundamente en el alma que lo acoge… Hermanos míos, pedid a Cristo que os dé un corazón para buscarle a él con sinceridad; no os dejéis engañar por lo que son solamente sombras de religión., palabras, disputas, nociones, declaraciones y, más que nada, excusas... Pedirle que os dé un corazón como dicen las Escrituras «sincero y bueno» o también «un corazón perfecto» y, sin perder tiempo, empezad enseguida a obedecerle con ese corazón renovado.
JOHN HENRY NEWMAN, C. O.