Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 198. NOVIEMBRE. Año 1982
0. SUMARIO
UNA COMUNIÓN en la fe, en la oración y en la esperanza, mientras el Papa vuela por nuestros cielos demasiado rápidamente, a pesar de todo. Sabemos que su afán apostólico y nuestra vida cristiana, se expresan en una Iglesia que busca crecer en la verdad, comprometerse en la justicia, anunciar la libertad y entusiasmar en el amor. Es la Iglesia de siempre, sólo que nos parece más joven desde que le abrió caminos de renovación Juan XXIII, y sus sucesores y los fieles todos, se esfuerzan en proseguir. Es la Iglesia de siempre, desde Cristo hasta nosotros.
CANTO A LA MUERTE
APARIENCIAS
UNA IGLESIA PARA LAS CORTES
COMO AMIGOS DEL SEÑOR
VIENE UN PAPA POETA
DESDE LOS APÓSTOLES HASTA NOSOTROS
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1. CANTO A LA MUERTE
Espero la Muerte, igual que al Amado
Ignoro el momento y cómo vendrá.
Mi espera es tranquila sabiendo
que basta con sólo esperar.
Un leve deseo tal vez,
porque su belleza me atrae;
y un leve curioso asomarme a la puerta
que se abre al misterio de lo inexplorado,
si bien se presiente.
Igual que el amor,
la Muerte nos lleva más lejos,
inicia una vida distinta, más alta.
Espero la Muerte, igual que al Amado.
Llegado el momento
sus brazos abiertos serán mi reposo,
su beso en mi frente
semilla de un sueño inmortal.
Soñar y volver a nacer para siempre,
vivir y ser libre por siempre jamás
en todo, con todo el Amor.
Maria Elena da Silveira, (1922-1970) 2 (142)
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2. Apariencias
SER Y PARECER, ser o parecer: he ahí la difícil síntesis, o la falaz alternativa. Porque ¡cuántas cosas se soportan, y hasta se sufren, con tal de mantener las "apariencias"! La apariencia puede envolver una realidad, pero en ocasiones resulta ser la construcción artificial de una corteza sin contenido real, como ocurría con el pobre falso rico caballero del Lazarillo, que ahorraba su último mendrugo para ir extrayendo algunas migas que colocar sobre los pelos de la barba, a fin de dar apariencia de haber comido cuando, en realidad, seguía con el estómago vacío; seguía pasando más hambre para mantener una apariencia que no lesionara su prestigio de noble y hacendado, cuando en realidad era pobre y miserable.
Cuando se trata del alma y de la santidad, el ser es la verdad y la apariencia la ficción, y no nos queda tiempo ni fuerzas si comenzamos empleando las pocas que tenemos en aparentar más que en ser. Aunque lo hiciéramos con el propósito de que a la apariencia le siguiera el esfuerzo para que se alcanzara la realidad. Ese cambio de prioridades viciaría los caminos de la gracia y la santidad verdadera se haría cada vez más lejana, hechos esclavos vanidosos de tan absurda estrategia, porque nada nos distancia tanto de la verdad como la vanidad asentada en la mente, ni nada nos hace tan esclavos como el error y la mentira. El mundo cultiva y se detiene en las apariencias, incluso de las cosas santas, y rechaza o evita todo esfuerzo al que no vaya aparejada la gratificación del aplauso. Las personas cambian de ideas o se apuntan a las últimas de moda con tal de seguir siendo aplaudidas y felicitadas o, por lo menos, no censuradas. No les importa ser, sino parecer que son; no se esfuerzan en hacerse a sí mismas, sino en parecer bien a los demás; no miran a Dios, sino al mundo, como el actor que necesita del público. Y, para ello, basta con aparentar, representar. Sonrisas, palabras, silencios, gestos, actitudes y obras simbólicas, estrategias..
De todo, ―de personas, de saberes, de capacidades...— nos interesa el cuánto, antes que el qué o el quién; medimos el bulto de las cifras, o las exhibimos, antes que atender a la densidad del espíritu; nos bastan las fórmulas {3 (143)} y nos sobran los contenidos... Irreflexivos, vanido109, sensualoides y perezosos, el bien puro y la verdad desnuda nos quedan lejos, nos interesan poco o nada, a no ser que nos resulten manejables como Adorno. El mismo pensamiento de Dios, si logra ocupar por un momento la mente de muchos que nos llamamos cristianos, no es para que acabemos aceptando que somos para Dios, sino que Dios ―útil, consolador o prestigioso― ce de, O es para nosotros. Y por eso no somos santos. Dios es un ser puro, único, gratuito, que nos resulta extraño, cuando no podemos reducirlo.
San Felipe Neri advertía con insistencia, que lo que importa, por encima de las apariencias, es ser, ser verdaderamente ―«essere e non parere»―.
Y no sólo, y no antes, parecer. Ésta es la primera condición, la primera disposición para la santidad.
EL TESTIMONIO NECESARIO.
En Europa, los marginados y los pobres son una minoría.
Pero en el Tercer Mundo la situación está a la inversa: la inmensa mayoría sufre estas malas condiciones, y sólo una minoría vive bien. Por lo cual hay que admitir que el sistema es malo, aunque tenga algo de bueno.
Los dolores allí son incontables... por la imposibilidad de una salida, por la falta de esperanza, porque quien pide una solución es asesinado o torturado. No se pueden dar cuenta los que viven lejos.
Cuando en América Central se compra un tractor más caro, se está pagando la subida de sueldo, las mejoras de la seguridad social europea... y no lo tienen en cuenta ni el agricultor francés ni el sindicato obrero. Entonces alguien lo tiene que decir, y ha de ser la Iglesia, si quiere ser fiel a uno de sus principios fundamentales: desprender el corazón humano de las riquezas. El hombre no puede buscar su felicidad consumiendo más. La plenitud del hombre está en darse a los demás.
Éste es el mensaje cristiano, que tendrá que predicar tanto si se acepta como si se rechaza. Tendrá que dar este testimonio, sin que basten las solas palabras... Y éste es un punto profundo de la reforma de la Iglesia y de la Compañía.
De una entrevista publicada en ABC, el 28 de marzode 1982, hecha al P. IGNACIO ELLACURIA, Jesuita, rector de la Universidad Centroamericana de San Salvador.
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3. UNA IGLESIA PARA LAS CORTES
EN otra ocasión (conf. "LAUS" de diciembre de 1980, página 7), nos referíamos al Oratorio de Cádiz, en cuya iglesia, convertida provisionalmente en Congreso de Diputados, en tiempo del asedio de las tropas francesas, se elaboró el primer texto constitucional de la historia de España, la Constitución de 1812. La comunidad filipense ofreció, de buen grado, este servicio cívico. No nos corresponde a nosotros hacer valoraciones sobre el alcance político de aquel primer texto; pero sí destacar el espíritu de colaboración de los oratorianos gaditanos, que no dudaron en estar al lado del pueblo en horas de trascendental dramatismo histórico, cuando España se abría a la modernidad e inauguraba su trayectoria liberal, con el surgir de otras clases sociales en el escenario político español. No estábamos, todavía, en el momento de la industrialización de España, pero sí en los albores de un cambio que imponían tanto las corrientes europeas, como el desmoronamiento colonial español. Incluso pudo parecer que, al fin, se comenzaba a comprender la necesidad de conceder autonomías a los pueblos de ultramar, y la bien intencionada burguesía emergente en el protagonismo político, venía a suplir las dejaciones y corrupciones de gran parte de la aristocracia, del estamento militar y de la misma monarquía que, en la persona de Fernando VII, no supo agradecer la defensa salvadora de su institución, por aquel puñado de patriotas liberales que se vieron traicionados por la restauración del absolutismo.
Aquella Constitución de 1812 se abría a muchas posibilidades para un cambio que parecía necesario, pero que se vio frustrado, aunque había intuiciones y planteamientos, cuyo fracaso parece evidentemente lamentable, desde la perspectiva de nuestros días, especialmente cuando miramos hacia América, representada allí en una tercera parte de los reunidos en las Cortes de la Iglesia de san Felipe Neri. Hoy esta {5 (145)} iglesia está en vuelta en la perennidad del recuerdo de lo que pudo haber sido un hito más feliz para un pacífico y civilizado desenvolvimiento de la historia política y social de España, desde hace más de siglo y medio. El pasado doce de octubre, el rey don Juan Carlos I quiso recordarlo solemnemente en el acto celebrado en aquel mismo recinto. Y lo hizo pensando en América. No le costó relacionar aquella libertad que desde allí se iba a tender a los pueblos americanos de habla española, porque podía evocar el nombre de Francisco de Vitoria que tan clara y vigorosamente la había recordado al emperador Carlos V, aunque sin éxito, en horas de esplendor para la Conquista, y el nombre de Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indígenas, sistemáticamente silenciado desde la óptica del triunfalismo nacional y deformador.
En estas semanas ha sido abundante en la prensa la referencia de los actos celebrados en la iglesia de san Felipe Neri de Cádiz. Nosotros, después de las palabras que preceden, añadimos esas que aparecían, junto a más amplia información, en el periódico "EL PAÍS", del 13 de octubre pasado:
La iglesia Oratorio de San Felipe Neri, en la calle de Santa Inés de Cádiz, fue el escenario en 1812, con la elaboración de la Constitución, de uno de los más serios intentos de la época contemporánea española para acometer la modernización de nuestro país. Sin embargo, las Cortes Constituyentes comenzaron sus reuniones en el teatro de la isla de León ―hoy la ciudad de San Fernando― el 24 de septiembre de 1810.
El acoso de las tropas franceses aconsejó el traslado de las deliberaciones de las Cortes a la ciudad de Cádiz, pero el ambiente marcadamente liberal que se respiraba en la ciudad retrasó la toma de la decisión, ya que los diputados conservadores no deseaban elaborar la Constitución en un clima les era adverso. El 28 de noviembre de 1810, el Pleno conoce que ha sido enviada una comisión para estudiar la instalación de las Cortes en la ciudad de Cádiz.
Desde el primer momento se piensa en la iglesia de San Felipe Neri, por su planta ovalada, sin columnas, y la inexistencia de un teatro u otro lugar con suficiente capacidad para acoger a los padres de la patria. No obstante, la decisión fue bastante debatida, y así, el diputado Villagómez se opuso al traslado aludiendo que en el convento de los filipenses, contiguo a la futura sede de las Cortes, se habían dado casos de fiebre amarilla. Instalar el Parlamento en un templo también fue uno de los argumentos del grupo que rechazaba el traslado de la Asamblea. Por fin, el 10 de enero de 1811, en votación secreta ―60 votos contra 42―, triunfa definitivamente la tesis del traslado a Cádiz. El 20 de febrero se celebra la última sesión en la isla de León y el domingo 24 se celebra ya en San Felipe Neri la primera sesión de las Cortes.
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4. AMIGOS DEL SEÑOR
"Os he amado como el Padre me ha amado mí: permaneced en mi amor" Jn 15, 9-10
LA RAÍZ de la Iglesia no está en las llamas pentecostales posadas sobre las testas apostólicas. Aquello fue como cuando se arranca el velo que cubre la lámpara para que se vea la luz, fue como el reventar de un rescoldo guardado. No la maravilla de un momento, sino el resultado de un crecimiento que el don de la presencia del Señor entre los suyos había preparado, como la crecida de las aguas que nacen de lo hondo y luego rebosan por encima de las márgenes. No fueron mojados de las lluvias de las gracias, sino nacidos del don de Dios. De otro modo, el Espíritu habría resbalado sobre los apóstoles, lo mismo que la presencia y compañía del Señor resbaló sobre tantos que le tuvieron cerca y pasaron de largo junto a él, profeta raro, exigente y demasiado joven para los que tenían la religión como privilegio o como oficio.
"Vosotros sois mis amigos" Jn 15, 14
La raíz de la Iglesia es anterior a Pentecostés; anterior a la traición de Judas, al arrepentimiento de Pedro, a la muerte de {7 (147)} Cristo...
"Somos débiles como el crucificado, pero viviremos como él de la fuerza de Dios" 2 Cor 13, 4.
La raíz de la Iglesia se puede entrever en la confidencia culminante de aquella hora inmediata al supremo dolor para la gran liberación, gozo y fuerza para todos los que le quieren oír y seguir, todavía ahora, rescatados de las miserias del mundo y de los pobres planteamientos solamente terrenos. La raíz de la Iglesia está en unas palabras que ya jamás podrían morir, salidas del corazón de Cristo cuando dijo a los suyos:
«Vosotros sois mis amigos». La Iglesia no es un resultado talismánico de milagro o prodigio alguno, sino el fruto de la amistad surgida de su don, aceptado y agradecido, que transforma y hace fecunda la vida convertida en respuesta a ese don. Después de eso podía nacer la Iglesia, y el Espíritu pudo venir a los amigos y colmarlos de la incandescencia de Dios.
"Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo te hemos seguido" Me 10, 28.
Por eso, después de esto, la Iglesia podría superar las constantes embestida de los miedos, podría sobrevivir a las persecuciones, rejuveneciéndose hasta en los cansancios, y resurgir más pura incluso después de las culpas, y crecer constantemente en el conocimiento de la verdad con la urgencia de seguir transmitiéndola a los hombres, para que en cada uno de ellos, en el cenáculo intimo de la conciencia, se repitiera la resonancia de las palabras del "Amigo", que no son sentimentalismo o enajenación, sino que, superando todo límite humano, viene a resolver, transformar y comprometer la vida {8 (148)} de cada uno y de todos los que le oigan con buena voluntad: «Vosotros sois mis amigos».
"Tú has cumplido mi palabra y no has renegado de mi nombre Apoc 3,7.
Por esta razón la Iglesia es más que una sociedad, más que una internacional de las almas, más que una alianza espiritual o una empresa cultural, más que un seguro de salvación. Por eso la Iglesia es, en su raíz, fundamentalmente, una fraternidad de los "amigos" del Señor. Lo demás...
"Venid también vosotros trabajar en ml vina" Mt 20,7.
Cuesta de explicar lo demás, y cada vez que nos esforzamos en hacerlo para que el mundo nos comprenda o acepte, caemos en la facilidad de reducciones que mutilan o deforman la realidad de este misterio, que es la Iglesia. Cuando queremos hacernos entender demasiado, ocurre que lo que transmitimos a los mundanos sobre nosotros, ya no es lo que somos. Nos oyen, nos ven, y piensan que somos una organización, cuando en realidad somos más bien un organismo; piensan en sociedad y en poder, y somos un misterio; nos suponen idealistas o partidarios de filosofías espiritualistas, y somos simplemente creyentes de una fe que no cabe en el pensamiento ceñido a la sola doctrina ni al dogma porque es una verdad vital...
Habéis sido llamados libertad Gál 5, 13
Por esto lo demás cuesta mucho de decir, como cuesta de decir lo inefable Es aquí y es desde aquí; es real y vivo, pero trasciende la realidad y la vida el corresponder a la amistad del Señor y el caminar por la vida juntos, como "amigos" del Señor. En la realidad de la Iglesia, misterio de Cristo, lo demás... es lo de menos.
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5. VIENE UN PAPA POETA
Los que sueñan un mundo en regreso
hacia un orden ya periclitado, perfecto,
no quisieran un papa poeta,
como el papa que viene,
vencedor de las fórmulas rígidas
con palabras y gestos rimados
en la luz irisada del tiempo, el espacio,
donde el todo y la nada
son el sístole y diástole
del latir de la vida.
Ellos aman los largos discursos inútiles
y alabanzas ociosas,
o los juridicismos de leyes
para ser instrumento de astucias
en la agónica lucha del estadio del mundo,
de riquezas, poderes, prestigios ..
Ellos nunca sabrán recoger la belleza
ni siquiera del mito que montan
sobre base de cosas más buenas
para el gran espectáculo
que divierte, entusiasma
y enajena a los pobres
todavía despiertos
para alguna esperanza,
pero no la engañosa de los mitos solemnes.
{10 (150)} Y ese papa poeta ha llegado.
Solamente nos falta limpieza en los ojos
y evitar que se pierda en fragor de espectáculo
el valor del anuncio que proclama su paso,
su presencia tan rápida,
para que le dejemos que sea sencillo,
como fue Jesucristo.
¡Que nos hable de vida y entusiasmo por Dios,
o nos hable de muerte de los mártires nuevos
de Polonia o América,
y los nunca sabidos que se esconden en Cristo,
el testigo de todos los justos y pobres del mundo!
Y después de su paso
que nos quede el camino florido en silencio
y una nube, una estrella,
y el brillar del rocío sobre yerbas del campo
cuando el sol amanezca de nuevo,
y sigamos viviendo esta vida sencilla
de todos los días,
de todos los hombres,
de cada momento.
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6. Documento: DESDE LOS APÓSTOLES HASTA NOSOTROS
Es una buena síntesis, extraída de las páginas que introducen a la lectura de las ediciones de «LA NUEVA BIBLIA LATINOAMERICANA», preparada en Chile y de uso común en la mayoría de las comunidades cristianas de Latinoamérica, y que transcribimos respetando los modismos peculiares de allí (por ej. "ustedes" por "vosotros"...), que en nada dificultan el sentido y frescor expresivo del lenguaje de aquellos pueblos hermanos.
Diecinueve siglos han transcurrido desde que los apóstoles de Jesús escribieron los últimos libros de la Biblia.
En realidad, no se dedicaron tanto a escribir esos libros, como a proclamar a Cristo y a hacerle discípulos, constituyendo así la Iglesia.
Setenta generaciones de cristianos se han sucedido desde el tiempo de los apóstoles. Hablar de la Iglesia es hablar de estos hermanos nuestros; es fácil criticarlos o pensar que debían haber sido mejores; es más difícil conocer el mundo en que vivieron, muy diferente del nuestro, y comprender lo que trataron de realizar, llevados por su fe, pero paralizados por sus defectos de hombres, como nosotros mismos. «No condenen», dice Jesús.
Hombres libres, vírgenes y mártires
Los cristianos de los primeros siglos gozaron al sentirse liberados: liberados de las supersticiones paganas como de su propio temor y egoísmo. Pero pagaron cara esta libertad. En su tiempo no había ley superior a la voluntad {12 (152)} del emperador a las costumbres de pueblo, ello ponían a Cristo por encima de los autoridades humanas y por ser opositores de conciencia, los trataron como a malhechores. El amor cristiano y lo virginidad insultaban los vicios del mundo pagano.
De ahí que los cristianos fueron perseguidos. Durante tres siglos hubo represión y mártires, a cera en un provincia del imperio, a veces en otra. En algunos periodos todas las fuerza del poder se desencadenaron contra ellos y pensaron acabar con el nombre de Cristo. Pero las multitudes que para divertirse iban a contemplar los suplicios infligidos a los cristianos volvían avergonzadas de su propia maldad y convencidas de que la verdadera humanidad estaba en los perseguidos.
La conversión de Constantino
Mientras tanto el mundo romano entraba en decadencia. Antes que fuera vencido por sus enemigos se debilitaron las fuerzas espirituales que lo habían encumbrado: ya no tenían vida las creencias antiguas. En el año 315 el propio emperador Constantino pidió ser bautizado y, después de él, los gobernantes fueron cristianos. Este fue un acontecimiento decisivo para la Iglesia, que pasaba a ser protegida en vez de perseguida.
Pero este triunfo trajo consigo desventajas que se iban a medir con el tiempo. En adelante la Iglesia debió ser la fuerza espiritual que necesitaban esos pueblos del imperio romano, reemplazando a las falsas religiones, y sus puertas se abrieron para recibir a las muchedumbres en busca del bautismo. La Iglesia ya no se limitaba a creyentes bautizados después de ser convertidos y probados: tuvo que hacerse la educadora de un "pueblo cristiano" que no difería mucho del anterior "pueblo pagano". Lo que se ganaba en cantidad se perdía en calidad. Los emperadores "cristianos" tampoco diferían de sus predecesores. Así como éstos habían sido la suma autoridad en la religión pagana, ellos también quisieron dirigir la Iglesia, nombrar y controlar a sus obispos: protegían la fe y sometían las conciencias.
Por otra parte, al salir de la clandestinidad o de una situación postergada, los cristianos tuvieron que meterse más en los problemas del mundo. ¿Cómo podían conciliar la cultura de su tiempo con la fe? Ése fue el tiempo en que los obispos a los que llaman "los Santos Padres" hicieron {13 (153)} una amplia exposición de la fe respondiendo a las preguntas de sus contemporáneos. Entre los de más genio se destacó San Agustín.
Hay gente que prefiere no ver los puntos difíciles de la fe. Pero los que se atreven a profundizarlos, como se debe, no siempre se cuidan de los errores. El error que más se difundió y por poco arrastró a la Iglesia fue el "arrianismo": por miedo a dividir el Dios único, los arrianos negaban que Cristo fuera el Hijo igual al Padre; lo consideraban solamente como el primero entre los hombres y entre los seres de toda la creación. Los emperadores arrianos designaban obispos arrianos: pero como lo había prometido Jesús, el Espíritu Santo mantuvo la fe del pueblo cristiano en Cristo Hijo de Dios y el error retrocedió.
En esos tiempos los cristianos deseosos de perfección, al ver que la Iglesia no era ya la comunidad fervorosa del tiempo de los mártires, empezaron a organizarse en comunidades austeras y exigentes. Les pareció necesario aislarse de la vida cómoda para buscar a Dios con toda el alma, y así, en los desiertos de Egipto primero, y luego por todo el mundo cristiano hubo monjes y ermitaños. Al apartarse de la gente común corrían el riesgo de perder los beneficios de la solidaridad humana y caer en la tentación de soberbia, pero, por otra parte, con su fe y su generosa entrega mantuvieron el ideal de vida enteramente consagrada a Cristo, que debe ser lo distintivo de todo bautizado.
El fermento en la masa
Cuando se derrumbó el Imperio romano invadido por los bárbaros, devastado, arruinado, despedazado, pareció que fuera el fin del mundo. (Hablamos siempre del Imperio romano, no porque fuera el único lugar poblado en el mundo sino porque, de hecho, los predicadores cristianos no habían salido, o poco, de sus fronteras).
Pero, en realidad, esta destrucción anunciada por Juan en el Apocalipsis dio la partida para otros tiempos; la Iglesia no pereció en ese torbellino, sino que descubrió una tarea nueva: evangelizar y educar a los pueblos que, después de las invasiones bárbaras, habían vuelto a una sociedad más pobre, muy inculta y totalmente desorganizada.
Estos pueblos no conocían otra fuerza moral u otra institución firme que la de la Iglesia. Muchas veces el obispo había sido el único que se constituyera en «Defensor del pueblo» frente a los invasores. No había otros que los clérigos {14 (154)} para educar al pueblo; en los monasterios se guardaban al lado de las Escrituras Sagradas los libros de la cultura antigua. La Iglesia fue el alma de esos pueblos primitivos, crueles, generosos y excesivos en todo. Y mientras luchaba perseverantemente para limitar guerras y venganzas, proteger a la mujer y al niño, desarrollar el sentido del trabajo constructivo, ella misma se dejó penetrar por las supersticiones y la corrupción. A pesar de que, por momentos, pareció hundida en los vicios del mundo, lo sembrado entre lágrimas floreció con el tiempo. Nació una civilización nueva cuya cultura, arte y, más que todo, ideales, eran fruto de la fe; ésta fue por unos siglos la "cristiandad".
La parte oriental del Imperio romano había resistido a las invasiones bárbaras, en los territorios donde están ahora Turquía, Grecia, Siria y Egipto. Esta parte de la Iglesia, llamada Griega u Ortodoxa, y que luego evangelizaría a Rusia, se apartó poco a poco de la parte occidental ocupada por los bárbaros y animada por la Iglesia de Roma.
Hubo dos Iglesias diferentes por la cultura, el idioma y las prácticas religiosas, a pesar de que guardaban la misma fe, y esto no era malo. Pero ambas cometieron el pecado de fijarse más en sus propias costumbres que en la fe común, así, la Iglesia oriental se apartó del Papa, sucesor de Pedro en Roma.
La Iglesia y la Biblia
En el año 1460 los descubrimientos de Gutenberg permitieron imprimir libros. En tiempos anteriores no había sino libros escritos a mano, caros y escasos. No estaba al alcance del hombre común tener una Biblia ni siquiera un Evangelio. La Biblia se leía en la Iglesia y servía de base para la predicación. Y para que estuviera más presente en la memoria de los fieles, no se construían templos sin adornarlos por todas partes con pinturas, esculturas o vitrales que reproducían escenas bíblicas.
Pero en adelante cada uno podría tener las Escrituras Sagradas con tal que supiera leer. Este descubrimiento técnico iba a precipitar una crisis latente en la Iglesia.
Porque durante siglos, las instituciones de la Iglesia, su clero, sus religiosos, habían forjado la cultura y la unidad del mundo cristiano, siendo sus guías en lo político como en lo espiritual, las preocupaciones materiales superaban muy a menudo la dedicación por el Evangelio. Muchos hombres destacados, religiosos, santos, habían protestado {15 (155)} pidiendo reformas. Pero las reformas no salían adelante.
Con la impresión de la Biblia, varios pensaron que la única solución para reformar la Iglesia era entregar a todos el Libro Sagrado para que, al leerlo, bebieran el mensaje en su misma fuente y corrigieran los desvíos y malas costumbres establecidas.
Cuando Martin Lutero tomó la iniciativa de una Iglesia reformada, apartándose de la Iglesia oficial, acometió la obra de traducir toda la Biblia al idioma de su pueblo, el alemán, pues hasta entonces se publicaba casi siempre en latín.
Es que, en la Iglesia, la mayoría de los clérigos, desconociendo el provecho que se sacaría de la lectura individual de la Palabra de Dios, se fijaban más bien en los peligros de que cada uno se creyera capacitado para comprenderlo todo sin error si se entregaba al Libro Sagrado a todos. No se equivocaban totalmente, pues apenas Lutero hubo traducido la Biblia, sus seguidores empezaron a pelear entre ellos y a fundar Iglesias opuestas, segura cada una de retener sola la verdad.
Cuando, años después, la Iglesia se reformó a sí misma, no por eso se promovió suficientemente el interés por La Biblia. Predicadores y misioneros no dejaban de enseriar el Evangelio, pero todo llegaba al pueblo desde arriba sin que fuera estimulado a buscar personalmente la verdad.
Conquistadores y misioneros
Desde los Apóstoles, los creyentes se han preocupado por transmitir su fe a los demás. También hubo misioneros que se aventuraron entre los pueblos enemigos o de otro idioma, para predicar el Evangelio. Pero cuando toda Europa se encontró más o menos reunida en la cristiandad, o sea en el área cultural y social animada por la Iglesia, creyeron que se había cumplido la tarea misionera. ¿Qué había fuera de los países cristianos? Ellos hubieran contestado: «Los moros, nada más». Los moros, es decir, los pueblos árabes de religión musulmana, enemigos encarnizados de los países cristianos. Y no pensaban que hubiera pueblos más allá.
Algunos profetas como Francisco de Asís o Ramón Llull comprendieron que sería mejor anunciar a Cristo entre los musulmanes que luchar contra ellos con armas.
También misioneros como Juan de Mortecorvino recorrieron {16 (156)} toda Asia a pie, hasta China. Pero fueron excepciones. Ya en estos tiempos, que nos parecen lejanos, las Iglesias de Europa tenían siglos de tradición; tenían su cultura, su manera propia de reflexionar la fe y de vivir el Evangelio. Y para los hombres de ese tiempo era muy costoso comprender a pueblos de otra cultura transmitirles el Evangelio de manera que pudieran organizarse en Iglesia según su temperamento propio y conforme a su idiosincrasia. Por esto las Iglesias fundadas en los extremos del mundo no prosperaron y la Iglesia se confundió con la cristiandad europea.
Pero cuando Marco Polo, Vasco de Gama y Cristóbal Colón abrieron el muro de ignorancia que protegía a la cristiandad, la Iglesia conoció la dimensión real del mundo que no había recibido todavía el Evangelio: África, Asia y América.
Eran aventureros los conquistadores, pues la gente tranquila no suele arriesgarse en tales cosas. Pero apenas descubrieron el Nuevo Mundo los acompañaron los aventureros de la fe, ansiosos por conquistar para Cristo a los que todavía no lo conocían, y entre los que partieron así sin armas, sin otra preparación que su fe, no faltaron los santos ni los mártires.
La misión en América pareció que sería muy fácil y fecunda. Los españoles habían destruido las naciones indígenas y, a veces, arrasado su cultura. Los indios no se resistieron a la fe, y en varios lugares se concedieron privilegios a los que se hacían cristianos. Poca gente se dio cuenta de que la cristianización era muy superficial. Bajo la película delgada de las prácticas católicas los pueblos indios guardaban sus creencias paganas. Seguían muy religiosos como lo eran antes, pero a su manera, y, si bien es cierto que la Iglesia suprimió costumbres inhumanas e hizo obra de educación moral, los hombres, en su mayoría, no se encontraron con Cristo ni se convirtieron a su mensaje en forma responsable. Recibían las enseñanzas y los beneficios de "la Iglesia", pero no se consideraban a sí mismos como "Iglesia", es decir, comunidades reunidas en torno a la Palabra de Dios.
La rebeldía de los laicos
Al hablar de la cristiandad dijimos que la Iglesia se había hecho responsable de muchos sectores de la vida pública, y esto, por necesidad, porque no había autoridad → {17 (157)} civil o militar que se encargara de ello. El clero fundaba y atendía las escuelas y universidades, los religiosos se hacían cargo de la Salud Pública: hospitales, hospicios, orfanatos. Los monjes colonizaban y valorizaban las tierras sin cultivar.
Pero llegó el día en que el mismo progreso social de la cristiandad despertó un concepto nuevo de la vida. Los más conscientes entre los dirigentes e intelectuales comprendieron que todas estas tareas debían ser devueltas a las autoridades civiles. En esto estaban de acuerdo con el Evangelio, que distinguió lo que es del César y lo que es de Dios. Pero también en esto se enfrentaron con las ideas tradicionales. Raras veces nos convencemos que debemos transmitir a otro una responsabilidad nuestra. Así pasó con las autoridades de la Iglesia. De tal manera que los cambios necesarios para que la cristiandad decadente diera lugar a naciones modernas, a instituciones laicas, a ciencias independientes, se hicieron en forma de lucha. Todos saben el proceso ridículo hecho al físico Galileo y los conflictos políticos que hubo entre los papas y los reyes.
Durante siglos la Iglesia había constituido la cristiandad y luego fueron necesarios cuatro siglos de luchas estériles para que se diera cuenta que, al perder sus recursos, su poder político y su monopolio cultural iba a encontrar su verdadera misión, que es la de ser en el mundo una fuente de amor y de unidad, la levadura en la masa.
El amor nunca pasará
Es fácil ver que muchas dificultades encontradas por la Iglesia en los últimos siglos se deben a que los obispos y sacerdotes habían pasado a dirigirlo todo en la Iglesia y en la sociedad. Pues la función propia de ellos es la de mantener la fe y la unidad de la Iglesia y no siempre tienen el espíritu "profético" que permite orientar la Iglesia hacia nuevos rumbos. De hecho, no comprendieron que la transformación social que iba despojando a la Iglesia servía a los planes de Dios.
Pero, si bien faltó en la Iglesia la visión del porvenir, nunca le faltó lo más precioso y que es su razón de ser:
el amor.
{18 (158)} No nos detengamos en los errores propios de cada siglo. Nuestros hermanos del siglo XVI arriesgaban su vida sin temor por el servicio de Dios y, con la misma prontitud, mataban al que no compartía su fe. Tampoco nos de tengamos en la mediocridad de la mayoría de los bautizados: ésa es la condición humana. Pero no hubo siglo ni generación en que no se vieran por todas partes hombres y mujeres llevados por el amor a los sacrificios más grandes; que buscaron a Dios y quisieron devolverle a Cristo su amor hasta el heroísmo: pensemos en una Teresa de Ávila o una Rosa de Lima; en los Mercedarios que se hicieron esclavos para rescatar a sus hermanos esclavos.
Los que supieron amar
Al recorrer la historia encontramos varias clases de hombres que han levantado la humanidad: los pensadores, los artistas, los libertadores..., y no todos eran cristianos.
Pero si nos fijamos en la raza de los que supieron amar, no hubo nunca nadie más grande que los santos: ellos fueron los que más amaron y los más apasionados.
El amor es humilde, paciente y servicial, dice san Pablo. Así la Iglesia, al mismo tiempo que favorecía las instituciones más exigentes y más fervorosas se negó a ser un grupo de "perfectos". Nunca rechazo a los pecadores, a los débiles; nunca despreció a la humanidad común y mediocre. Pues sabia que no hay otra perfección ante Dios que el amor, y no hay amor sin humildad, y no llega uno a ser humilde sin humillación, y la humillación le viene a uno de sus mismos pecados.
Al resucitar, Cristo dijo a sus apóstoles: «Perdonen los pecados», y al cabo de veinte siglos de historia cristiana la Iglesia se destaca como el lugar en que los hombres encontraron el perdón y en que aprendieron a perdonar.
El Espíritu
Pero también Cristo dijo: «Reciban el Espíritu Santo».
En los años presentes se desmorona el prestigio que la Iglesia se mereció en el pasado, su clero disminuye, sus escuelas y sus hospitales pasan a ser del gobierno, ¿acaso va a desaparecer? Más bien, al perder los recursos y medios en que los hombres suelen confiar, se dispone a que la dirija y empuje más eficazmente el Espíritu de Dios. Más que en el pasado la Iglesia entrega la Biblia a todos los fieles. En su último encuentro mundial, el Concilio Vaticano insistió en que todos pudieran leer, meditar y rezar las Escrituras Sagradas, para que en todo y siempre seamos conducidos por el Espíritu de Cristo.
El hombre débil teme la muerte; el desgraciado, la llama; el valentón la provoca, y el hombre sensato la espera.
Franklin
«Somos muy dados todos los hombres ―especialmente los católicos españoles― a buscar en las palabras del Papa las razones que apoyen nuestra "ideología" o nuestra "postura", tomada previamente para afirmar después rotundamente ―y de ordinario utilizando sus textos contra otros cristianos― que el Papa es "nuestro", que está con nosotros y condena a los que no piensan de la misma manera».
Card. VICENTE ENRIQUE TARANCÓN, en un artículo publicado recientemente en el "Osservatore Romano".