Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 199. DICIEMBRE. Año 1982
0. SUMARIO
HAY una esperanza más pura que la esperanza de obtener, de alcanzar: es la que se elabora en el pensamiento, es la esperanza de saber, de entender, de comprender. Esa es la gran esperanza que Cristo vino a colmar, como Sabiduría de Dios: por él comenzamos a saber, a entender, a comprender nuestra propia vida Fiel sentido del mundo, en camino hacia Dios.
ENTRE AMOR Y ESPERANZA
BRISA DE DIOS
TRES FRASES Y TRES PAPAS
COMO LAS ESTRELLAS
EL PAPA WOJTYLA Y EL "PAPA BLANQUERNA"
PARA CAMBIAR LA FORMA DEL MUNDO
{1 (161)}
1. ENTRE AMOR Y ESPERANZA
Por cuanto tu justicia, Señor, tiene mayor bondad, poder, sabiduría y amor que toda otra naturaleza creada, por eso das mayor perfección a tu humanidad que a ninguna otra naturaleza creada. Y como esto sea así, conviene, pues, que todos los ángeles y todas las almas de los santos, y aun todos los cuerpos de los bienaventurados, después de la resurrección, tengan gloria en tu humana naturaleza y por ella puedan ascender a haberla mayor en tu naturaleza divina....
Tan iluminado e inflamado de la divina luz estaba el espíritu de Blanquerna, que decía estas palabras: «La mayor verdad que sea conjunta de verdad increada y creada es en la encarnación; luego ¿cómo son más los hombres que la ignoran, descreen y menosprecian que los que la honran y creen? ¡Ah justicia divina! Tú, que eras tan grande de poder, saber y perfección, ¿qué harás?; ¿castigarás estos defectos tan grandes y tan mortales? ¡Ah misericordia! Tú, en quien hay tanta benignidad, amor ciencia y humildad, ¿los perdonarás?» Aquí lloró Blanquerna; y entre amor y esperanza se entristecía y se alegraba contemplando la santa encarnación del Hijo de Dios.
Ramón Llull, en Llibre de contemplació, capítulo VI,  traducción anónima castellana del siglo XVIII.
{2 (162)}
2. Brisa de Dios
EL AGUA, la vida, la luz, la verdad... surgen del silencio: de la profundidad de la tierra, del misterio del ser, de la transparencia inaprensible, de la quietud del pensamiento. El agua ruidosa no es pura, la vida agitada se rompe en la muerte, la luz clamorosa es explosiva, pero la verdad es evidente y silenciosa. Dios mismo es luz y vida y transparencia de verdad, desde el silencio activo de su ser eterno. Y, cuando vino a nosotros, vino en silencio, como remansando su presencia en el corazón de los primeros que le recibieron: María, José, los pastores, los magos...
Comenzó haciéndose luz en la fe silenciosa de cada una de estas almas, aliento cálido de vida para una novedad amanecida como milagro de la esperanza en cada uno de ellos, que desde tiempo tenían puesto el corazón hacia Dios, que enviaría el Salvador como, un rocío, dijo Isaías. Y esa presencia divina hubo de ser expresada con palabras que la hicieran propia, porque les pertenecía, como todo lo evidente e inmediato, sembrado en la vida como una semilla de luz. Y ella, Maria, hubo de llamarle «hijo», y otros amigo, hermano, salvador, sabiduría, remedio, esperanza cumplida, paz...
y todos «amor». Las primeras palabras de los primeros que se encontraron tan cerca de Dios fueron todo, palabras silenciosas como el silencio del rocío sobre las hojas, como el perfume discreto de las flores, como el color de las cosas, como la luz sobre los cuerpos, como la sangre en las venas, como el aire limpio en el cielo, como la paz guardada en las manos que bendicen... Cristo vino así, en silencio. Aunque después añadamos músicas al arco luminoso de esta presencia silenciosa. Cristo vino en silencio por:
que no tenía nada que ocultar tras los ruidos clamorosos que buscan distraerse del dolor de las soledades. Cristo vino en silencio para que en la paz del silencio le pudieran acoger los pobres, los limpios, los más sencillos.
Cristo era, totalmente, Palabra de Dios y, por eso, cuando vino a mostrarse a nosotros como Palabra divina, omnipotente, dejó su altura real y descendió hasta nosotros «cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas» (Sab 18,14). Ya antes, Elías había experimentado que en el huracán no estaba {3 (163)} Dios, ni en los estruendos de las grandiosidades meteóricas, sino en la suavidad de la brisa (1.º Re 19, 11-13). Dios se descubre cuando el silencio lo acoge, cuando la oración abre el pensamiento hacia él, y la fe reconoce su proximidad. De otro modo, los primeros que lo recibieron, los que tuvieron fe cristiana antes que nadie, no lo habrían reconocido.
Es comprensible que añadamos músicas a la luz de Navidad; es legítimo que nos alegremos al recordar el Nacimiento de Jesucristo. Pero es indispensable superar la ruidosidad consumística y espectacular que se monta con pretextos cristianos, para no reducir a fiesta pagana lo que ha de ser una celebración cristiana, por lo menos para aquellos que profesamos la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, Palabra de Dios a los hombres, Primogénito de la humanidad redimida.
{4 (164)}
3. Tres frases y tres Papas
EL RESPETO que nos debe merecer la figura y la misión del sucesor de Pedro nos impide dejarnos llevar por la riada triunfalista y casi divinizadora de su personalidad, e igualmente no nos consiente exagerar el valor de sus palabras. Lo primero sería ofenderle sustituyéndole por Dios; lo segundo equivaldría a falsificar la Iglesia y relegar el Evangelio. Con razón, el diario ABC#, en un editorial, advertía prudentemente: «Este hombre cuya palabra y cuya presencia ha despertado un eco multitudinario no es la Iglesia». Y cabría añadir, con mayor motivo: «Este hombre no es Dios». Quien no lo tuviera en cuenta, y cualquiera que fuera el efecto o interés pretendido, ofendería al Papa y perjudicaría gravemente a la Iglesia. Tampoco es adulándole como más se le ama, ni apropiándose de su imagen y manipulándola como mejor se pertenece a la Iglesia.
Afortunadamente, antes de partir nos ha dejado tres frases que, si las profundizamos, valen más que todos sus discursos y condensan la razón de todo su mensaje. Sería una prueba de amor al Papa y un beneficio para la Iglesia hacerlas tema de nuestra reflexión y oración personal y sacar de ellas, honestamente y valientemente, las derivaciones comunitarias y sociales que se desprenden de las mismas.
La primera de ellas nos la decía el Papa, al despedirse, cuando nos invitaba a iluminar desde la fe vuestro futuro». Porque es imposible construir la vida y abrirla a la esperanza sin partir de la fe. Por eso en Madrid había dicho a los jóvenes. «Sed fieles a la fe en Jesucristo». Porque la fe en Jesucristo, {5 (165)} el Jesucristo del Evangelio, es insustituible. Los santos a los que él se ha referido, no sin reiteración, durante su permanencia entre nosotros, partieron de esta fe con muy pocos comentarios, salvo el de la entrega total de sus vidas. Esta fe insustituible y radical se edifica sobre una realidad que evita cualquier enajenación, y así el Papa añadía: «Sed fieles a vosotros mismos». Y es aquí donde surgen los conflictos y la necesidad de comprometerse, porque las realidades, para un cristiano, no pueden eludirse. Pero esta tarea ya no es del Papa, o sólo del Papa. De otro modo no sería esperanza cristiana, pues ésta se hace a partir de la fe, desde Jesucristo como fundamento, y desde la realidad personal y social, desde cada uno y de todos, para que el acercamiento a Dios no sea ilusión pasajera o apariencias obtenidas por mera estimulación sociológica. Y, a partir de la verdad de Cristo y de nuestra propia verdad, hacer Iglesia, purificándonos y purificándola incesantemente. No podemos delegar en el Papa lo que hemos de hacer nosotros; ni confiar en el Papa más que en Jesucristo.
O, como ya había advertido Pablo VI: «Es preciso volver siempre al Evangelio».
Las tres frases de Juan Pablo II nos evitarán engaños y desengaños lamentables, completadas con la que acabamos de citar de Pablo VI y la que inspiró la renovación iniciada por Juan XXIII, sacada del mismo Evangelio: «Atended a los signos de los tiempos.
Romance de la Encarnación.
En aquel amor inmenso que de los dos procedía, palabras de gran regalo, el Padre al Hijo decía...
Al que a ti te amare, Hijo, A mí mismo le daría, y el amor que yo en ti tengo, ese mismo en él pondría, en razón de haber amado a quien yo tanto quería.
San Juan de la Cruz
{6 (186)}
4. Como las estrellas. La beata Ángela de la Cruz y el Oratorio sevillano.
LOS SANTOS nunca van solos.
Como los grupos de estrellas que lucen en rodales del firmamento, así ello, forman constelaciones en el cielo histórico de la Iglesia: Jerónimo, Paula, Eustoquio ... Ambrosio, Mónica, Agustín...; Domingo, Francisco, Clara, Buenaventura, Anselmo... Ignacio, Javier, Felipe Veri, Félix de Cantalizio, Catalina de Ricci, Roberto Belarmino, Carlos Borromeo. Las teorías nominales serían innumerables.
Con ocasión de haber sido beatificada por Juan Pablo II, la sevillana Sor Ángela de la Cruz, nos ha bastado mirar hacia en rodal de azares, angustias y bendiciones del siglo pasado andaluz y cortesano, para descubrir, junto a la nueva beata, a otras almas santas, canonizadas o que podrían serlo, que vivieron en su tiempo, que se trataron para compartir cansancios y esperanzas de bien, transitando por las mismas calles mirando las cosas demás hombres como hermanos que Dios les ponía cerca para remediarles los males y así mostrar el amor que tenían por Cristo, reflejado en las miserias del mundo. Los vaivenes políticos, las agitaciones sociales, las calamidades y miserias no faltaron, y sirvieron de reto a la caridad de un buen puñado de almas enamoradas de Cristo, cada cual en su puesto: pero que tuvieron coincidencias, que se acompañaron, que se comprendieron y que se ayudaron. Los demás hacían política, o conspiraban, o esperaban que otros se adelantaran a precipitar cambios para mejorar el mundo, pero ellos entendieron que desde la fe, debían lanzarse la tarea de hacer todo el bien posible, por amor a Dios.
No se trata aquí de repetir los rasgos biográficos de Sor Ángela de la Cruz difundido en estos días, por lo noticioso de su reciente beatificación. Nos referiremos someramente al oratoriano Francisco de Jerónimo García Tejero (1825-1909) que ingresó en el Oratorio de Sevilla {7 (167)} en 1852, y no tardó, en emprender un amplio apostolado catequístico, que abarcó toda la ciudad, en el que empleó a los seglares asiduos del Oratorio, y le valió el apodo de "cura de los corrales", pues las reuniones, a veces un tanto pintorescas, tenían lugar en los amplios patio en que convergían las salidas de las casas sevillanas más humildes.
Más adelante fundaría dos congregaciones de mujeres dedicadas, la primera ―"Filipenses Hijas de María Dolorosa"― al generoso y heroico fin de reinserción social de la mujer marginada, y otra ―"Hermanas de la Doctrina Cristiana"― dedicada especialmente a la instrucción de la juventud.
Angelita Guerrero, todavía oficiala zapatera que trabajaba en el barrio de san Julián, solía acudir a las predicciones del P. Tejero, que le aventajaba treinta años en edad.
Angelita Guerrero ―la futura Sor Ángela de la Cruz― no contaba todavía veinte años pero ya la vemos ayudando al P. Tejero en su fundación primera, yendo a enseñar el arte de la confección de calzado a las mujeres amparadas en su naciente obra apostólica. Además, el sacerdote que descubrió la vocación de Angelita Guerrero a la santidad y la encauzó en la vida espiritual y en los primeros pasos de la fundación que luego emprendería, fue José Torres Padilla, que recibía consejo y era penitente del Padre Tejero. A don José Torres Padilla le llamaban en Sevilla, el "santero" porque "hacía santos"...
{8 (168)} En el momento de su muerte, junto con Ángela de la Cruz, encontramos cerca de don José Torres Padilla, a nuestro Padre Tejero, del Oratorio de Sevilla, que le asiste.
Ya están todos en el cielo, los que habían compartido, en un mismo tiempo y lugar, sin celos, la emulación por la santidad y por el bien misericordioso de sus conciudadanos. Podríamos completar estas relaciones espirituales y apostólicas con otros nombres: por ejemplo el de san Antonio María Claret (amigo de los oratorianos de Vic y de Barcelona, que le acogieron y acompañaron en horas difíciles...), con quien hubo de tratar, en Madrid, para la primera congregación del Padre Tejero, la cofundadora y santa mujer Dolores Márquez; también santa María Micaela del Santísimo Sacramento, quien, de paso por Sevilla, estuvo cerca de la obra del Padre Tejero en la oración y el estímulo, mandando antes de dejar Sevilla, a la comunidad recién fundada, un hermoso ramo de flores...
Sí, podemos decir que los santos forman rodales de luz en el cielo de la Iglesia, como las constelaciones del firmamento que presiden la oscuridad de la noche con el resplandor de su pureza, mientras anuncian la plenitud ―y nos consuelan con su esperanza― del amanecer del resplandor total de la luz de Cristo.
SÓLO POR BUSCAR MÁS DE CERCA A DIOS.
Todo lo que ha de ser grande para Dios, comienza siendo humilde para los hombres.
Es una ley que Dios impone a lo que quiere puro, liberado de las esclavitudes mundanas.
Por esto nació él mismo en la humildad y por esto buscó a los primeros para su Iglesia, entre los capaces de desprendimiento, porque sólo así estarían dispuestos para la entrega total. Escribiendo al padre Tejero, la madre Dolores Márquez (la primera con la que contó para su fundación) se acusaba: «...yo miro, como usted me ha dicho muchas veces, el resultado de la obra más de lo que debo», cuando «las obras de Dios no se miden por los resultados». Y en otra parte: «Fui a Sevilla, dejando el pueblo de mis padres y los lazos familiares, sólo por buscar más de cerca a Dios. Estando allí me vio el Padre Tejero en cuya mente surgía el pensamiento de fundar una casa asilo de desgraciadas jóvenes. Y creyó que podía proponerme su idea para lo que le parecía apta... Empecé con otra señorita y la dirección del Padre y ya me entregué con todas las veras de mi alma a la obra. Algunos triunfos me animaban; pero siempre me parecía todo pequeño y que no conseguía el fruto que yo anhelaba...» Mas «todos me aseguraban que mi llamamiento había sido de Dios y en esta creencia trabajaba con gusto».
¡Oh, Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa sino el camino, presto llegaríamos: mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos, como digo, en el verdadero camino. Parece que nunca se anduvo, según se nos hace nuevo. Cosa es para lastimar, por cierto, lo que algunas veces pasa. Pues tocar en un puntillo de ser menos, no se sufre, ni Parece que se ha de poder sufrir; luego dicen: no somos santos... Mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, la podríamos ser, dándonos Dios la mano; y no hayáis miedo que quede por él, si no queda por nosotros.
Santa Teresa de Jesús, en Camino de Perfección, XVI
{9 (169)}
5. EL PAPA WOJTYLA Y LA UTOPÍA DEL PAPA "BLANQUERNA", MIGUEL CRUZ HERNÁNDEZ
Ramón Llull no sólo es importante en la literatura peninsular medieval porque en él resplandece el primer catalán puro, sino porque su amor a Dios, a la Iglesia y a las almas, le lleva a hacer acopio de toda la sabiduría de su tiempo para convertirla en instrumento de su celo. Sabio, santo, poeta y apóstol, cuya vida culmina con el martirio, es ejemplo de intelectuales cristianos. No le bastó el latín, como a los escolásticos, y por eso escribió, además, en catalán y en árabe, para hacerse entender de todos. Hoy, el profesor Cruz Hernández, eminente arabista, honra nuestras páginas inspirándose en el místico de Miramar y teniendo presente a Juan Pablo II.
LA HERMOSA peregrinación apostólica de Juan Pablo II, me ha hecho recordar la bella utopía del "Papa Blanquerna".
A finales del siglo XII, el Beato Ramón Llull trazó una de las líneas dialécticas más profundas del pensamiento cristiano. Toda su especulación, en el aspecto teórico, estaba al servicio de la contemplación amorosa de Dios, que por esencia es utópico y ucrónico, en cuanto está allende de todo espacio físico fuera del tiempo. En la dimensión "práxica", es un camino para llegar a una forma social ideal; y aunque el santo mallorquín considerase que los príncipes de la Corona de Aragón ―«humilde rey de alta corona»― estaban llamados a dicha empresa, en su más alta dimensión universal precisaba de un "modelo" definitivo: el ejemplificado en el Libre de Evast e de Aloma e de Blanquerna.
Blanquerna es el Quijote catalán a lo divino. La "caballería", la pedagogía, la ética social o política, y las cumbres de la más alta espiritualidad, tienen en él su humanal espejo, presentado como modelo, cuando la futura y poderosa "burguesía" empezaba a apuntar en las tierras de la Corona de Aragón, y que ya conocía bien el Beato, pues dice en ella, que se afanaban tanto en el trabajo y en el conseguir buenas amistades, como temían a la pobreza.
Tal juicio, expresado en 1.275, se adelantó casi quinientos años al «Manifiesto Comunista» de Marx.
No corresponde a esta ocasión la descripción de la educación, desde la cuna y la lactancia, del {10 (170)} simbólico hijo de Evast y Aloma; sólo voy a referirme a la parte de la utopía que refiere cómo el "obispo" Blanquerna fue nombrado "Papa"; su modo de ejercer el apostolado pontifical y su renuncia para consagrarse después a la amorosa entrega del Amado.
Había llegado Blanquerna a Roma y a la corte pontificia; cuando el anterior Papa murió, sintió el apostólico peregrino un gran dolor, pues veía cómo los motivos que le movieron a su viaje parecían frustrarse. Pero los cardenales, movidos por la ejemplar vida de Blanquerna, referida por el "Juglar Valor", le ofrecieron el trono papal, que aquél rechazó por sus dificultades. Mas ante la afirmación de que sólo él podía remediar los males eclesiales, Blanquerna aceptó, «para con ayuda de los cardenales hacer que todos conociesen a Dios y le amasen». A este Papa ideal se presentó "Ramón el loco", como gustaba llamarse el Beato Llull, para referirle los males de la cristiandad.
Ordenó el "Papa Blanquerna" su corte; no quiso recluirse en su palacio, sino que con frecuencia recorría a caballo la ciudad de Roma, para conocer a fondo las necesidades de todos los humanos.
Preocupose por el apostolado universal, hasta que envejeció en su menester evangelizador y recordó su antiguo deseo de entregarse a la vida contemplativa.
Ahora, al cabo de muchos siglos, el Papa Juan Pablo II, antes de llegar al pontificado, pasó también por la múltiple y dura vida de la nación polaca ocupada, oprimida y destruida por alemanes y rusos. Allí se formó, como Blanquerna, amamantado desde la cuna por la fe cristiana, probado en el hambre y en el trabajo; buscador del Amado en la obra de san Juan de la Cruz, hasta llegar como cardenal a Roma, harto desprevenido de que pudiera ser Pontífice. La inesperada muerte de Juan Pablo I, le llevó a la cátedra de Pedro; y se impuso como misión ordenar la grey cristiana, peregrinando por todas partes, para que Dios sea conocido y amado y por él su pueblo sea bienaventurado».
El Papa Wojtyla no ha podido visitar el sosiego hermoso de Miramar, donde el santo "Ramón el loco" soñó su eterna utopía. Yo le he visto en Santiago, {11 (171)} en la catedral de la gran española y europea ganando el jubileo con las mismas palabras y gestos que los peregrinos emplean desde hace mucho más de un milenio. Y aunque estos paralelismos a algunos apresurados no les digan nada, por una vez la sombra del "Papa Blanquerna", caballero de amor, Quijote a lo divino, y sobre todo buscador del Dios amor, se ha hecho realidad con Juan Pablo II, apóstol peregrino.
{12 (172)}
6. Documento: PARA CAMBIAR LA FORMA DEL MUNDO
NO HAY fórmulas nuevas, para el creyente, porque están todas en el Evangelio de Jesucristo: están en el espíritu de las bienaventuranzas, muy diferente del espíritu mundano. En el mundo triunfa el más rico, el más fuerte, el que organiza mejor la propaganda de su propia alabanza, el que sorprende y desbarata a los adversarios por la astucia táctica que se burla de la justicia más elemental, el que se vale de cualquier medio para asegurar la propia prevalencia. El mundo aplaude a quien le complace y no a quien denuncia vicios e injusticias; el mundo sigue al que cosecha triunfos, y no se preocupa demasiado de si lleva razón. El mundo vive preocupado por la propia seguridad y por ello es egoísta y enemigo del riesgo que implican los ideales generosos que no aspiran a otras recompensas que las que da Dios. Por todo esto, el Papa, después de proponer el ideal de las bienaventuranzas, se refiere al amor ya la necesidad de profundizar en el conocimiento de Dios. Esto es lo único que llevará a la verdadera libertad, a la transformación del mundo en el cual el hombre será hijo de Dios y la humanidad entera una gran hermandad junto al Padre de todos. El Papa, comentando el Evangelio de san Mateo, en el pasaje de las bienaventuranzas (cap. 5), y apoyándose en unas palabras de la 1." Carta del apóstol san Juan (cap. 2), dice estas verdades a los jóvenes, pero que valen para todos los cristianos.
Hace unos momentos se nos invitaba a reflexionar sobre el texto de las bienaventuranzas. En la base de ellas se halla una pregunta que vosotros os ponéis con inquietud:
¿por qué existe el mal en el mundo?
Bienaventuranzas
Las palabras de Cristo hablan de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de mentira y de insultos.
E indirectamente hablan del sufrimiento del hombre en su vida temporal.
{13 (173)} Pero no se detienen ahí. Indican también un programa para superar el mal con el bien. Efectivamente, los que lloran serán consolados; los que sienten la ausencia de la justicia y tienen hambre y sed de ella serán saciados; los operadores de paz serán llamados hijos de Dios; los misericordiosos alcanzarán misericordia; los perseguidos por causa de la justicia poseerán el reino de los cielos.
¿Es ésta solamente una promesa de futuro? Las certezas admirables que Jesus da a sus discípulos se refieren sólo a la vida eterna, a un reino de los cielos situado más allá de la muerte?
Sabemos bien, queridos jóvenes, que ese «reino de los cielos» es el «reino de Dios» y que «está cerca» (Mt. 3, 2).
Porque ha sido inaugurado con la muerte y resurrección de Cristo. Si, está cerca, porque en buena parte depende de nosotros, cristianos y discípulos" de Jesús.
Somos nosotros, bautizados y confirmados en Cristo, los llamados a acercar ese reino, a hacerlo visible y actual en este mundo, como preparación a su establecimiento definitivo.
Y esto se logra con nuestro empeño personal, con nuestro esfuerzo y conducta concorde con los preceptos del Señor, con nuestra fidelidad a su persona, con nuestra imitación de su ejemplo, con nuestra dignidad moral. Así, el cristiano vence el mal; y vosotros, jóvenes españoles, vencéis el mal con el bien cada vez que, por amor y a ejemplo de Cristo, os libráis de la esclavitud de quienes miran a tener más y no a ser más.
El dilema: tener o ser
Cuando sabéis ser dignamente sencillos en un mundo que paga cualquier precio al poder; cuando sois limpios de corazón entre quien juzga sólo en términos de sexo, de apariencia o hipocresía; cuando construís la paz, en un mundo de violencia y guerra; cuando lucháis por la justicia ante la explotación del hombre por el hombre o de una nación por la otra; cuando con la misericordia generosa no buscáis la venganza, sino que llegáis a amar al enemigo; cuando en medio del dolor y las dificultades no perdéis la esperanza y la constancia en el bien, apoyados en el consuelo y ejemplo de Cristo y en el amor al hombre hermano. Entonces os convertís en transformadores eficaces y radicales del mundo y en constructores de la nueva civilización del amor, de la verdad, de la justicia, que Cristo trae como mensaje.
{14 (174)}
El Evangelio en la vida
De esta forma, el hombre ―sobre todo el joven― que se acerca a la lectura de la palabra de Cristo con la pregunta de «por qué existe el mal en el mundo», cuando acepta la verdad de las bienaventuranzas, termina poniéndose otra pregunta: ¿qué hacer para vencer al mal con el bien? Más aún: acaba ya con una respuesta a esa pregunta, que es fundamental en la existencia humana. Y bien podemos decir que quien halla esta respuesta y sabe orientar coherentemente su conducta ha logrado hacer penetrar el Evangelio en su vida. Entonces es verdaderamente cristiano.
Con los criterios sólidos que saca de su convicción cristiana, el joven sabe reaccionar debidamente ante un mundo de apariencias, de injusticia y materialismo que le rodea.
Ante la manipulación de la que puede sentirse objeto mediante la droga, el sexo exasperado, la violencia, el joven cristiano no buscará métodos de acción que le lleven a la espiral del terrorismo; éste le hundiría en el mismo o mayor mal que critica y depreca. No caerá en la inseguridad y la desmoralización, ni se refugiará en vacíos paraísos de evasión o de indiferentismo. Ni la droga, ni el alcohol, ni el sexo, ni un resignado positivismo acrítico ―eso que vosotros llamáis "pasotismo"― son una respuesta frente al mal. La respuesta vuestra ha de venir desde una postura sanamente crítica, desde la lucha contra una masificación en el pensar y en el vivir que a veces se os trata de imponer; que se ofrece en tantas lecturas y medios de comunicación social.
Evitar la manipulación
¡Jóvenes! ¡Amigos! Habéis de ser vosotros mismos, sin dejaros manipular; teniendo criterios sólidos de conducta.
En una palabra: con modelos de vida en los que se pueda confiar, en los que podáis reflejar toda vuestra generosa capacidad creativa, toda vuestra sed de sinceridad y mejora social, sed de valores permanentes dignos de elecciones sabias. Es el programa de lucha, para superar con el bien el mal. El programa de las bienaventuranzas que Cristo os propone.
Unamos ahora la reflexión sobre las bienaventuranzas con las palabras antes escuchadas de san Juan.
La fuerza del amor
El apóstol indica que quien ama a su hermano está en la luz, y el que le aborrece está en las tinieblas; él escribe a las dos generaciones: a los padres, que han conocido a Aquel que existe desde siempre; y a los hijos, {15 (175)} a vosotros los jóvenes, «que sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno» (1 Jn., 2, 13 s.).
¿Qué sentido tienen estas palabras? San Juan habla dos reces de victoria sobre el maligno; es decir, de la vi sobre el instigador del mal en el mundo. Es idéntico tema al encontrado en las bienaventuranzas.
Ahora bien, sabemos que es Jesús quien nos da esa «victoria que vence el mundo» y el mal que hay en el (cfr.
1 Jn., 5, 4 s.), que lo caracteriza, porque «el mundo todo está bajo el maligno» (ib., v. 19).
Pero notemos bien las dos condiciones o dimensiones esenciales que el Evangelio pone para esa victoria: la primera es el amor; la segunda, el conocimiento de Dios como Padre.
El amor a Dios y al prójimo es el distintivo del cristiano; es el precepto «antiguo» y «nuevo» que caracteriza la revelación de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento (cfr. DI., 0,5; Lev., 19, 8: Jn., 13, 34 s.). Es la «fuerza» que vigoriza nuestra capacidad humana de amar, elevándola, por amor a Dios, en el amor al «hermano» (1 Jn., 2, 9-11).
El amor tiene una enorme capacidad transformadora:
cambia las tinieblas del odio en luz.
La luz y las tinieblas
Imaginaos por un momento este magnífico estadio sin luz. No nos veríamos ni oiríamos. ¡Qué triste espectáculo sería! ¡Qué cambio, por el contrario, estando bien iluminado! Con razón puede decirnos san Juan que «el que ama a su hermano está en la luz», mientras que le aborrece «está en las tinieblas». Con esa transformación interior se vence el mal, el egoísmo, las envidias, la hipocresía y se hace prevalecer el bien.
Lo hace prevalecer nuestro conocimiento de Dios como Padre (cfr. Jn., 2, 14). Y, por lo tanto, la visión del hombre como objeto del amor divino, como imagen de Dios con destino eterno, como ser redimido por Cristo, como hijo del mismo Padre del cielo.
Por ello, no como antagonista, no como adversario, sino como «hermano». ¡Cuántas fuerzas del mal, de desunión, de muerte e insolidaridad se vencerían si esa visión del hombre, no lobo para el hombre, sino hermano, se implantara eficazmente en las relaciones entre personas, grupos sociales, razas, religiones y naciones!
{16 (176)}
Responder a la vida con el Evangelio
Para ello hace falta que, frente a la pregunta existencial del por qué el mal en el mundo, descubramos en nosotros el amor como deseo de bien; más aun: como exigencia de bien; como exigencia «antigua» y «nueva», actual, orientada hacia los coeficientes únicos e irrepetibles de nuestra vida, de nuestro momento histórico, de nuestros compañeros de camino hacia el Padre Así entraremos en el ámbito de quienes dan una respuesta evangélica al problema del mal y su superación en el bien. Así contribuiremos, desde la fidelidad a nuestra relación con Dios-Padre y al nuevo mandamiento de Cristo, que es verdadero Él y en nosotros (cfr. 1.° Jn.. 2,8), o que pasen las tinieblas y aparezca la luz (ib.).
Ése es el camino para la construcción del reino de Cristo; donde tienen cabida prevalente los pobres, los enfermos , los perseguidos, porque el hombre es visto en su capacidad y tendencia hacia la plenitud de Dios.
Un reino donde impere la verdad, la dignidad del hombre, la responsabilidad, la certeza de ser imagen de Dios. Un reino en el que se realice el proyecto divino sobre el hombre basado en el amor, la libertad auténtica, el servicio mutuo, la reconciliación de los hombres con Dios y entre si. Un reino al que todos sois llamados para construirlo no sólo aisladamente, sino también asociados en grupos o movimientos que hagan presente el Evangelio y sean luz y fermento para los demás.
Jesús amigo de los Jóvenes
Mis queridos jóvenes: la lucha contra el mal se plantea en el propio corazón y en la vida social. Cristo, Jesus de Nazaret, nos enseña cómo superarlo en el bien. Nos lo enseña y nos invita a hacerlo con acento de amigo; de amigo que no defrauda, que ofrece una experiencia de amistad, de la que tanto necesita la juventud de hoy, tan ansiosa de amistades sinceras y fieles. Haced la experiencia de esta amistad con Jesús. Vividla en la oración con El, en su doctrina, en la enseñanza de la Iglesia que os la propone.
María Santísima, su Madre y nuestra, os introduzca por ese camino. Y os de valentía el ejemplo de santa Teresa, esa extraordinaria mujer y santa; de san Francisco Javier, el del gran corazón para el bien, y de tantos otros compatriotas vuestros que consumieron su vida en hacer el bien a costa de todo, aun de sí mismos.
{17 (177)}
Convertir las tinieblas en luz
Jóvenes españoles: El mal es una realidad. Superarlo en el bien es una gran empresa. Brotará de nuevo con la debilidad del hombre. Pero no hay que asustarse. La gracia de Cristo y sus sacramentos están a nuestra disposición. entras marchemos por el sendero transformador de las bienaventuranzas, estamos venciendo el mal; estamos convirtiendo las tinieblas en luz.
Sea este vuestro camino; con Cristo, nuestra esperanza, nuestra Pascua. Y acompañados siempre por la Madre común, la Virgen María. Así sea.
La idea del personalismo cristiano aplicado a las relaciones entre empresa y hombre, empresario u obrero, es otra vertiente expresada en el discurso leído por el Papa al mundo del trabajo. Extraemos los párrafos finales de su exhortación pronunciada en Barcelona.
El trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo: por consiguiente, también la empresa es para el hombre, y no el hombre para empresa.
{18 (178)} Superar la innatural e ilógica antinomia entre capital y trabajo ―exasperada a menudo artificialmente por una lucha de clases programada― es, para una sociedad que quiere ser justa, una exigencia indispensable, fundada sobre la primacía del hombre sobre las cosas. Solamente el hombre ―empresario w obrero― es sujeto del trabajo yes persona; el capital no es más que "un conjunto de cosas".
El compromiso del empresario
El mundo económico ―lo sabéis bien― está sufriendo desde hace tiempo una gran crisis. Ante tales dificultades, no vaciléis; no dudéis de vosotros mismos; no caigáis en la tentación de abandonar la empresa, para dedicaros a actividades profesionales egoístamente más tranquilas y menos comprometedoras. Superad estas tentaciones de evasión y seguid valientemente en vuestro puesto; esforzándoos en dar cada vez un rostro más humano a la empresa, pensando en la gran aportación que ofrecéis al bien común cuando abrís nuevas posibilidades de trabajo.
La solidaridad para la convivencia
Y ahora, al finalizar nuestro encuentro, quiero deciros una última palabra, queridos hermanos obreros y queridos empresarios de España: ¡Sed solidarios!
El tiempo en que vivimos exige con urgencia que en la convivencia humana, nacional e internacional, cada persona y grupo superen sus posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más difícil el diálogo e ineficaz el esfuerzo de colaboración.
La Iglesia no ignora la presencia de tensiones e incluso conflictos en el mundo del trabajo. ¡Pero no es con los antagonismos o con la violencia como se resuelven las dificultades! ¿Por qué no buscar vías de solución entre las partes? ¿Por qué rechazar el diálogo paciente y sincero?
¿Por qué no recurrir a la buena voluntad de escucha, al mutuo respeto, al esfuerzo de búsqueda leal y perseverante, aceptando acuerdos incluso parciales, pero portadores siempre de nuevas esperanzas?
El trabajo tiene en sí una fuerza, que puede dar vida a una comunidad: la solidaridad. Tal solidaridad, abierta, dinámica, universal por naturaleza, nunca será negativa; una "solidaridad contra", sino positiva y constructiva, una "solidaridad para", para el trabajo, para la justicia, para la paz, para el bienestar y para la verdad en la vida social.
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
En relación con el artículo 24 de la Ley 14-1966 de 19 de marzo, de Prensa e Imprenta, se hace constar:
Que LAUS es una publicación que pertenece a la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri.
Que, al igual que las demás obras apostólicas del Oratorio, se mantiene con las aportaciones espontáneas de los fieles y el trabajo de los miembros de la Congregación.
Que el contenido propagandístico y de anuncios que figura en la publicación es económicamente desinteresado.
Que el P. Ramón Mas Cassanelles es el director de la revista y autor de los artículos que van sin referencia.
Agradecemos la constante simpatía y apoyo de cuantos nos animan en nuestra tarea.