Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 200. ENERO. Año 1983
0. SUMARIO
HISTORIA es tiempo, y en ella hay un injerto divino, Jesucristo: hombre unido a la Divinidad del Verbo, para ser palabra de Dios a los demás hombres, de todos los tiempos. Como una resonancia o reverberación de este misterio, hay también un injerto de gracia misericordiosa en cada hombre (que le hace parecer a Cristo). Si, en su tiempo, el hombre lo recoge y desde la profundidad de su conciencia mira a Dios, también el hombre se hace palabra y habla a Dios como a Padre y se une a él.
¿POR QUÉ MEDITO?
LAUS 200
EL SENTIDO DE DIOS
TIEMPO HUMANO
ESTILO DE DIOS Y ESTILO DEL MUNDO
PROFUNDIDAD Y TRASCENDENCIA
QUIEN BUSCA ENCUENTRA
LA MÚSICA Y EL ORATORIO
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1. ¿POR QUÉ MEDITO?
Para llegar a la paz y a la profundidad.
Para que no se agoste y entumezca mi corazón.
Para que sea cada vez más libre de toda clase de convulsión, de toda tensión innecesaria y de toda mezquindad.
Para que de la vivencia de mi profundidad y mi totalidad alcance la salvación.
Para ser verdaderamente hombre.
Para que me resulte cada vez más claro el sentido de mi existencia.
Para ser justo y genuino y, de este modo, poder ayudar a los demás.
Para poder hablar mejor de corazón a corazón.
Para ser sensible a lo que Dios quiere hacer en mí.
Para derribar todas las barreras del egoísmo que se oponen a la acción de Dios.
Para hacer que ceda en mí toda resistencia al amor de Dios que me busca, y entregarme a él sin reservas hasta lo más intimo de mí mismo, y hacerle sitio.
Para contribuir en alguna medida a que la Iglesia de Dios encuentre cada vez más profundamente su propia identidad y sus propias fuentes.
Para que podamos afrontar con paciencia y con fe las aflicciones que nos sobrevienen (cfr. Apoc 13, 10).
Porque la meditación es el inicio de la "vida eterna", en la cual "contemplamos a Dios".
Porque es cierto que ningún pintor pinta, ningún poeta compone, ningún hombre llega a ser hombre, ningún cristiano es auténticamente cristiano, sin meditación.
Klemens Tilman, C. O.
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2. LAUS 200
LLEVAMOS algo más de veinte años publicando «LAUS», y hemos llegado, con la edición de este mes, al número doscientos. No nos puede pasar desapercibido el hecho de la consolidación de la tarea mantenida hasta aquí, y por eso damos gracias a Dios por haber podido llevarla adelante, ciertamente no sin esfuerzo, pero con no menos ilusión, ya que la preparación y confección de cada número ha representado, un mes tras otro, el gozo siempre reno" vado del que piensa que va a decir algo a los más amigos.
Conscientes de nuestra limitación, no nos hemos atrevido a llamar «revista» a esas veinte páginas impresas, que hemos hecho llegar a aquellos que las esperaban, como tendiéndoles un saludo amable, mientras les dábamos algún aviso sobre las actividades de la casa y les hablábamos algo de Dios, de la Iglesia y ―como no podía ser menos― de la espiritualidad filipense, de acuerdo con nuestra vocación, dentro de la Iglesia de Dios. Nacidas al cabo de poco de nuestra fundación en Albacete, ellas también contienen los hitos más salientes de esta Congregación del Oratorio, y desde ellas pudimos hablar primero del proyecto de la hermosa iglesia que constituye el corazón de nuestra casa, y luego verter el gozo de la obra concluida y amada por todos. Pero no es éste el momento de hacer historia. Bástenos saber que hemos nacido y crecido, casi con la cronología de la diócesis afortunadamente creada en el año 1950, y en el marco y al ritmo del lugar y tiempo que nos ha cabido en suerte.
Es cierto que no nos han faltado positivas sugerencias y estímulos para introducir algún cambio en la forma y economía de esta modesta publicación; pero hemos creído que debíamos mantener inalterados algunos criterios respecto la dimensión, al temario y a la gratuidad, tal como nos propusimos desde un principio. Lo reducido de sus dimensiones nos obliga a ser más específicos en su contenido, y el propósito de mantener su gratuidad, con un poco más de trabajo por nuestra parte, nos permite que sigamos manteniendo esa prueba de afecto cristiano, repetida cada mes hacia todos nuestros amigos lectores. Por otra parte, creemos que el trabajo también es oración además de caridad, cuando se le da un sentido fraterno y se mira a Dios. De tal manera que quisiéramos que el ejemplar que os llega cada mes, no sólo fuera para vosotros esa mano amiga tendida con la ofrenda de unas ideas o pensamientos cristianos que os puedan servir para la vida de fe, sino, también, para nosotros, una mano alzada en oración a Dios, sobre el altar de prensas y comodines, en la liturgia total en la que se integra el trabajo manual junto a la dedicación a la palabra, a la perseverancia en la oración y a la consagración al ministerio.
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3. EL SENTIDO DE DIOS
EL sentido de Dios en el mundo, por el cual el hombre debe aprender a discernir razonablemente sobre todas las cosas y sobre su propia vida, es capital para que esta misma vida humana no sea un absurdo, relegado al frenesí de la locura. Descubrir a Dios y encontrarlo en sus manifestaciones, y luego tenerlas en cuenta, seguirlas, como se sigue un camino iluminado. Ese descubrimiento de las manifestaciones de Dios no es un fenómeno que se agota en un solo acto, sino que progresa y se repite dilatando la visión de su proyecto sobre nosotros, en el marco de toda la realidad que nos circunda, mientras nos conduce adelante, hacia la visión total, en su reino.
Porque Dios no ha creado el mundo para olvidarse luego de él, ni nos ha dado el ser a cada una de sus criaturas inteligentes, para abandonarnos luego a nuestra propia suerte, desinteresado de nuestro camino por el tiempo. Hay una presencia primaria de Dios en todo lo humano, que resuena en la conciencia de cada hombre, como una manifestación divina que remueve los velos de su ocultación y que se "actualiza" ―diría Zubiri― en la inteligencia para constituirse en verdad. Si el hombre se entrega a esa verdad apenas descubierta, su gesto se transforma en lo que llamamos fe, algo suscitado por Dios y correspondido por el hombre, y que debe entenderse no ya como la aceptación de un conjunto de proposiciones o lista de "verdades" divinas esenciales para acceder al Supremo Ser, sino más bien como una entrega, como una adhesión personal del hombre al Dios vivo, entendido también como persona.
La fe no es un conjunto de ideas sobre Dios, ni es una ideología, sino la entrega interpersonal, la relación consciente del hombre con Dios que se le ha manifestado. La {4} fe es ―valga la redundancia léxica― la fidelidad a Dios personal que se abre al hombre, antes que una especulación de la inteligencia humana sobre el Ser trascendente.
Esos magos que encontraron finalmente a Cristo, vivieron, cada uno, un proceso de descubrimiento, de encuentro intimo, consciente, en su inteligencia. Antes que "ver su estrella" en el cielo exterior del universo, vieron la claridad divina que invadía el universo interior de su espíritu, del cielo de su propia alma. Y eso fue lo que les puso en camino. A partir de ese momento, todo cambió de sentido en sus vidas, y ya cada encuentro fue el punto de partida para una nueva búsqueda, hasta llegar a Jesucristo.
Era una verdad y, como toda verdad, no podían ocultarla a la propia conciencia, y fueron fieles a ella. Por esto andaron, preguntaron y, finalmente, hallaron. El hallazgo de Cristo culminó el crecimiento de la manifestación de la verdad del Dios personal en quien habían comenzado a creer bastante antes, porque Cristo es la forma más intensa de la manifestación de Dios. Intensidad que invadió sus espíritus, e intensidad que se ofrecería, en adelante, a todos los hombres de todos los pueblos, de todas las razas, de todos los tiempos.
En la medida en que Cristo sea, finalmente, hallado por los hombres, culminando un proceso de fidelidad a la cadena de pequeñas y continuas "manifestaciones" divinas y personales del Dios personal al hombre persona (inteligencia, libertad, conciencia) los hombres seremos invadidos por la "verdad personal" de Dios, y ello cambiará el sentido de nuestras vidas, que habrán quedado marcadas, señaladas por la única señal, Cristo, que cambia de forma la vida del hombre al devenir creyente, y da un nuevo sentido al mundo {5} en que el hombre se mueve. El sentido de Dios.
Ese sentido no lo alcanzará nunca el que se encierre o empane su inteligencia y su conciencia, o se niegue a andar, a preguntar, a buscar y a reconocer, humilde y prudentemente, esa luz creciente que parte de una insinuación gratuita de Dios y que se va ampliando tras sucesivas correspondencias, hasta trabar una relación personal cada vez más estrecha con él. Quien sueñe con un Dios útil, o con sólo categorías universalizables para extraer principios de moralidad o buen orden en el mundo, o decoro en las apariencias personales, o prestigio, o poder, o cualquier ventaja temporal..., ése podrá rondar por palacios y templos, pero jamás llegará al lugar donde la estrella se posó", a la fe plena de la manifestación personal de Dios, a la entrega gozosa —lo demás no son verdaderos gozos― a Dios. Jamás descubrirá el sentido del mundo y de su propia vida, en Dios.
DESPUÉS DEL VIAJE.
Santidad:
Habéis pasado por Cataluña ―Montserrat y Barcelona― durante vuestro viaje apostólico, en un día tempestuoso. Sin tiempo material ni condiciones aptas para daros cuenta de todo lo que hubiéramos querido haceros saber en aquellas doce escasas horas que nos dedicasteis. Se dice que llegasteis mareado y se comprende.
Pero con toda sinceridad os queremos decir, ante todo, que os agradecemos de corazón vuestra esperada visita a nuestras iglesias.
Sentimos como una necesidad de dirigiros estas líneas, que tal vez ni siquiera llegaréis a leer, a no ser que se os de algún momento sobrante. Pero es igual...
Si no se os ha dicho antes, os lo decimos ahora: nos habría gustado otra suerte de viaje. Pero hubo de ser así y lo aceptamos y estuvimos presentes. Tomad nuestra buena voluntad y sabed leer nuestras intencionalidades...
En conclusión retened esto:
Nadie se marginó del viaje. Todos los Movimientos y grupos acudieron a la cita. En un lugar u otro, de una u otra manera.
Vuestro mensaje nos interpela porque tal vez nuestra fe no acaba de asumir el misterio de la Iglesia como engendradora de esta misma fe. En modo alguno quisiéramos sentirnos alejados de la comunión católica.
Cierto que nos vemos abocados a una lectura actualizada del mensaje cristiano por el hecho de que vivimos en un país que justo antes de vuestra visita acaba de votar mayoritariamente socialista: y por lo tanto está claro ―si es que no lo hubiese sido antes de visitarnos― que partiendo de la realidad hemos de tener presente este dato socio-cultural y político, sin confundirlo con el mensaje cristiano, pero sin dejar de relacionarlo con él.
Santidad, hasta que nos podamos ver otra vez...
vez...
P. Antoni M. Serramona, C. O.
Delegado diocesano de Pastoral de Juventud de Barcelona.
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4. TIEMPO HUMANO
CADA AÑO, al estrenar calendario, nos vuelve a impresionar la idea del tiempo, esa fugacidad natural ―una de las diez categorías aristotélicas― deslizándose inexorablemente, inaprehensible, frenada solamente por el tedio cuando deforma nuestra más íntima percepción llevándonos hacia la absurdidad y al cansancio de la vida, y que sólo detiene y paraliza la idea de la muerte.
¿Qué es el tiempo? ¿Para qué es el tiempo? No el tiempo físico o matemático, sino el tiempo vital.
Es decir, el tiempo humano o, como puntualizaría Séneca, "el tiempo nuestro", para el cual no basta entenderlo, como Aristóteles, como la medida de lo que se mueve según un "antes" y un "después" sino más bien admitiendo, con Kant, que es la forma subjetiva y previa de nuestra sensibilidad interna, única que da a nuestros fenómenos interiores su apariencia de duración sucesiva. Pues en esa conciencia consiste, y en esta duración se contiene toda nuestra vida, como una capacidad extensiva que se dilata para ser colmada.
Tiempo nuestro, tiempo humano, porque Dios no tiene tiempo, si bien lo envuelve en su eternidad, que es la total, simultánea y perfecta posesión de la vida sin fin, según Boecio. En la eternidad hay plenitud de vida, pero no sucesión.
No hay tiempo. En nosotros sí, y es como un misterio fluyente, que la conciencia contempla como marco y capacidad vital; un misterio natural más espiritual que el del espacio infinito; una transparente sensación de nuestro ser mientras crecemos caminando hacia el infinito de Dios, que se injerta en nosotros sin absorbernos, y que nos {7} lleva a rozar su eternidad, en la que finalmente se inscribe también nuestro tiempo.
Ese injerto de Dios en nosotros, nos diría san Agustín, es la gracia, y por medio de ella ordenamos cristianamente nuestro tiempo humano en la eternidad divina, superando el ciclo repetitivo del eterno retorno de los griegos, para elevarnos en la trascendencia lineal de un crecimiento colmado de vida, que desemboca en Dios, y que, porque supera todos los fatalismos, es siempre nuevo y gozoso. Es de esta manera que el hombre trasciende su tiempo, a través de sí mismo, desde lo intimo de su conciencia, teniendo a Dios y buscándolo.
Mas esto es oración, elevación de la mente a Dios, búsqueda del Ser infinito. Santo Tomás dice que para esto ha sido creado el hombre inteligente y libre, espiritual, para que pueda buscar y ser destinado a contemplar a Dios, ya desde esta vida temporal, como un ensayo de la contemplación eterna.
Cuando nos aproximamos a las figuras humanas que primeramente se encontraron con Cristo, comprobamos que aquel encuentro histórico y personal, no pudo ser producto sorprendente e inesperado de coincidencia alguna, sino que se nos presentan como la culminación de una etapa de esperanza y de búsqueda elaborada desde la intimidad de la conciencia, a través del tiempo humano empleado en la oración, en la elevación de lamente a Dios. Así en María, José, los pastores, los magos, Simeón, Ana. Hubo una preparación íntima, serena, de un tiempo espiritual, de una actitud de plegaria, de una esperanza sobrenatural.
La existencia temporalizada de la conciencia es para mirar a Dios desde la propia, intima y próxima realidad, mientras percibe la experiencia de la duración, que se abre para ser colmada. El tiempo es para eso. La sabiduría del hombre consiste en entenderlo de este modo y, si lo tiene en cuenta, no deberá temer nada cuando se paralice su tiempo, porque habrá colmado su vida. No sabemos si Séneca había leído a san Pablo, pero el filósofo teísta de Córdoba también escribió {8} que «Dios está cerca de ti, contigo, dentro de ti» y en ese tiempo humano, tuyo el tuyo, y mío el mío. Además, «él está presente en nuestras almas e interviene en nuestros pensamientos». Y aún nos añadiría un consejo: «Vive con los hombres como si Dios te viera; habla a Dios como si los hombres te oyeran». Ese podría ser un buen lema, no sólo para el principio de año, sino para toda una vida. Porque «todos los años son míos; no hay tiempo cerrado a los grandes espíritus; ni edad inaccesible al pensamiento humano...» Pues «ese día que tanto temes por ser el último, es la aurora del día eterno».
Que es lo mismo que dice, con parecidas palabras, Juan Ramón Jiménez: «...saber que amanece / en mi corazón, / oír en el alba / una sola voz». Oír una voz después de haber emitido la tuya, después de haber usado la voz del alma para Dios, para hablarle, convertido en oración el gesto del alma que va colmando la vida mientras se eleva hacia él. Entonces se muere sin morir» —«¡tan alta vida espero!»― porque, como dice Unamuno, «se puede morir sin agonía», si la vida se convierte en palabra, cuando, desde la oración en el tiempo, se pasa a la contemplación de la eternidad, porque «el alma respira con palabras». Ojalá, la última, más allá del tiempo, sea una palabra para Dios.
Nada existe en el mundo que no pueda desacreditarse si no se mira más que por un lado, porque las cosas miradas así son falsas, o en otros términos, no son las mismas cosas. Todo cuerpo tiene tres dimensiones; quien no atiende a más que a una, no se forma idea del cuerpo, sino de una cantidad que es muy diferente de él.
Jaime Balmes
DIÁLOGO ENTRE DIOS PADRE Y EL ÁNGEL DE BELÉN.
¿La mula?
―Señor, la mula está cansada y se duerme, ya no puede darle al niño un aliento que no tiene.
¿La paja?
―Señor, la paja bajo el cuerpo se endurece como una pequeña cruz dorada, pero crujiente.
¿La Virgen?
―Señor, la Virgen sigue llorando― ¿La nieve?
―Sigue cayendo: hace frío entre la mula y el buey.
¿Y el niño?
―Señor, el niño ya empieza a fortalecerse y está temblando en la cuna como un junco en la corriente.
―Todo está bien.
―Señor, pero...
―Todo está bien.
Lentamente el ángel plegó sus alas y volvió junto al pesebre.
Luis Rosales
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5. ESTILO DE DIOS Y ESTILO DEL MUNDO
DIOS habría podido rodear el misterio de la Encarnación de circunstancias diferentes de las que nos muestra el Evangelio, que sabemos que no es simple poesía. Podríamos, sin embargo, intentar hacer un esfuerzo de abstracción para prescindir de todo lo que en el se nos dice, como si nada de lo narrado hubiese jamás ocurrido, como si fuese posible olvidarlo por completo, y acto seguido imaginar que Dios se nos acerca para pedirnos consejo de cómo habría de ser su entrada en la historia de los hombres y de cómo tendría que manifestarse a ellos para redimirlos, para liberarlos de todo mal, es decir del pecado y de la muerte, puesto que todo mal y toda esclavitud se condensa, para el hombre, en el pecado y en la muerte. No deberíamos olvidar que se trata de una liberación que no puede anular la propia libertad del hombre, sometido por ello a las inevitables opciones de su ejercicio, por el que se desarrolla y crece como persona, por lo cual la libertad constituye la esencia de la grandeza y de la dignidad humana.
Situados en el tiempo del nacimiento de Jesucristo, seguramente que nosotros no habríamos sido partidarios de que hubiese tenido lugar en Belén, ni la pobreza hubiera sido el marco de su entrada en el mundo, ni el trabajo el modo de subsistir. Y, si lo de comenzar por Belén hubiese sido un detalle {10} imprescindible, por lo escrito en Miqueas, etc..., nosotros no le hubiésemos aconsejado que luego, a la hora de manifestarse, malgastara fuerzas porfiando entre gente humilde e ignorante, aprovechada y desagradecida, pedigüeña y mezquina, o deseosa de «ver milagros» hasta pervertir la fe en Dios... Nosotros no habríamos pensado que esto pudiera compensarse situándole cerca a María, y a alguien más que no estuviera demasiado lejos del reino de Dios... Nosotros le hubiéramos aconsejado que debía haber iniciado su manifestación entre los sabios y poderosos, forzando la conversión de éstos con algún milagro o ejemplo insigne para que, con mayor eficacia, emplearan luego sus conocimientos, sus técnicas y la presión de su poder social, económico y político sobre las masas dominadas, fáciles a entusiasmarse por el primer éxito aparente; nosotros, tratándose de la causa más noble, habríamos aconsejado los medios y métodos más eficaces, pensando que vendría después el espíritu. Según nosotros, la geografía de Jesucristo no habría tenido los nombres de la pobreza de Belén, del orgullo religioso de Jerusalén, de la vulgaridad de Nazaret, de la ignorancia de Galilea, ni la rudeza de los primeros que, sin saber bien por qué, le siguieron como discípulos. Nosotros no {11} habríamos borrado Jerusalén, pero habríamos incluido, inmediatamente, la necesidad de hacer propicio el poder de Roma, у el esplendor griego, aunque decadente entonces, y el saber alejandrino...
Ahora bien, en Cristo no ocurrió así. Y nos parece bien, sólo que no hemos reflexionado bastante del porqué de su estilo, tal vez porque no hemos descubierto, del todo, de qué cosas vino a liberarnos o, como diría san Pablo, «qué libertad es la que Cristo ha venido a darnos».
Hemos de agradecer a la Iglesia que, en sus palabras y en el ejemplo de sus santos, la verdad y el estilo de Cristo se hayan mantenido. No obstante, muchas veces, los cristianos, o рог falta de fe o porque nos ha comido la prisa por la eficacia, hemos adoptado estilos de seguimiento y modos de anunciar el mensaje cristiano, que han cedido a la tentación mundana que él soslayó y de la que advirtió a su Iglesia, a Pedro: «Te llevarán adonde tú no querrás». Advertencia que en la historia de la Iglesia ha podido significar no sólo el sacrificio testimonial de la fe mantenida y la fidelidad al Maestro, sino también el desfiguramiento de la Iglesia conducida por las corrientes mundanas hacia estilos que pugnan con el Evangelio.
La Navidad una vez más ―esta Navidad― no puede ser un simple recuerdo emocional del pasado, de veinte siglos atrás, de cuando Cristo nació y cuando la Iglesia, también naciente, daba los primeros pasos, como extensión y desarrollo del misterio cristiano en medio de la vida de los hombres, para conducirlos hacia la libertad de hijos de Dios. Por eso Navidad es más que una memoria, es una exigencia presente para cada cristiano y para el conjunto de los cristianos, la Iglesia, en orden a mantener la fidelidad al estilo o, si queremos, al espíritu que las "circunstancias" evangélicas del nacimiento de Cristo y de toda su vida y palabras, nos imponen. No por razones estéticas o románticas, sino para que nos lleven a la verdadera libertad de hijos de Dios. Otros estilos no llevan a esa libertad cristiana, sino que cambian en esclavitud y falsean la imagen de la Iglesia.
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6. PROFUNDIDAD Y TRASCENDENCIA. A PROPÓSITO DE UN LIBRO DEL P. KLEMENS TILMAN, DEL ORATORIO DE MÜNCHEN
EL ÚLTIMO libro del P. Klemens Tilman, traducido al castellano y editado en España, lleva por título el de Temes y ejercicios de meditación profundas, y acaba de salir a la luz pública por la editorial «Sal Terrae». Ello nos sugiere la oportunidad de referirnos a la labor del P. Tilman, en el campo de la pedagogía y la catequética, y también el hacer mención de nuestros hermanos del Oratorio de München que constituyen, junto con el ambiente universitario, el marco de sus trabajos y actividades apostólicas y ministeriales.
Ya existía la traducción castellana de varias obras de este autor (1); pero es preciso hacer referencia, sobre todo, al «Catecismo católico» (2), que es el oficial de la Conferencia Episcopal Alemana, cuyos autores principales ―tanto en el texto primitivo, anterior al Vaticano II, como del nuevo, acomodado al Concilio― han sido los Padres Klemens Tilman y Franz Schreibmayr, ambos del mismo Oratorio, por cuya razón, aunque hubo otras aportaciones, no se ha dudado en proclamarlos "padres" de dicho Catecismo alemán (3), traducido en la actualidad a más de treinta Idiomas, y que ha suscitado asimismo abundante literatura y comentarios en torno a e.
No es por demás indicar que, ya antes de esta labor de Tilman y Schreibmayr en servicio del episcopado germano, el Oratorio de München se había distinguido en el campo litúrgico y pastoral, y puede ser muestra de ello la participación que tuvieron, en tiempo de Pío XII, en los estudios para la restauración de la liturgia de la Vigilia Pascual, rescatada de aquella reducción matutina y atrofiada, apenas frecuentada por los fieles, que no expresaba bien, por imperfecta y desplazada, la grandeza de la más densa de las celebraciones cristianas, puesto que en ella se condensa y proyecta sacramentalmente, la Pascua de Cristo para una vida nueva: Palabra, Bautismo, Eucaristía.
{13} Pero volvamos al P. Tilman ya su libro. Fiel hijo de san Felipe, no podía dejar de lado, con la pedagogía de la fe y la sacramentalidad para la iniciación cristiana, lo que se ha reconocido siempre como esencial para el creyente, la oración. Suyas son las siguientes palabras: La meditación es un fenómeno primordial y elemental de la vida humana... Meditar es uno de los fenómenos más naturales del mundo. Responde a una de las necesidades intimas del hombre, que se pregunte por el sentido de la vida y de su vida: lo encontramos en la vida de cualquier hombre no cultivado y ni siquiera está ausente de la vida interior de los mismos niños... La necesidad de orientar y dirigir a los niños y a los jóvenes en el arte de la meditación es hoy especialmente apremiante (4).
Todo esquema de incorporación cristiana se ha entendido, desde siempre, como una apertura a la gracia primera de la fe que ilumina y como una respuesta en la oración que asume, por otra parte, la totalidad de la vida dirigida a Dios. Los sacramentos inician y desarrollan la profunda simplicidad de este proceso, que se apoya en la naturaleza, pero que la supera.
«...La vida cristiana no nace de un mandamiento que desde fuera se nos impone, sino de la realidad y los actos del Dios revelado, dirigidos al hombre y a los cuales éste responde. Lo que se impone no es precisamente la orden: «¡Harás!» o «¡No harás!», sino esta otra: «¡Mira a Dios y responde!»... La vida cristiana no es sólo una respuesta a otro que se halla ante nosotros, sino también el desarrollo de la fuerza vital que Dios nos ha infundido: la vida de la gracia, la filiación divina, las virtudes teologales. El estímulo de la vida cristiana es: Vive! ¡Desarrolla y fomenta lo que hay en ti!» (5).
Tratar de la oración en nuestros días, podría parecer, a algunos, ocioso o desfasado. Pero lo cierto es que sigue teniendo actualidad, y no precisamente como remedo residual y perezoso de espíritus anquilosados o negadores de los valores de la vida, sino que precisamente entre los jóvenes se suscita su interés, cuando algunos de ellos intuyen la insatisfacción de las perspectivas simplemente temporales reducidas a convencionalismos y esclavitudes económicas, o a disimulos y ocultaciones injustas, sin que los esteticismos prefabricados y quincalleros consigan distraer de la profunda sed existencial del ser humano, llamado a ser consciente y Libre, para alcanzar su madurez espiritual. Hay una exigencia vitalista que empuja al espíritu hacia más allá de lo temporal: hay una búsqueda sincera que insiste en vencer los límites de la duda, en desenmascarar los aplazamientos de la mentira; pues aun los que se profesan agnósticos y pretenden prescindir de Dios, tienen necesidad de espiritualizar el ansia profunda de luz en sus mentes, hasta donde alcance la estética {14} tica o intentando incluso superar lo estético, y por eso construyen teorías razonadas o filosofías en que funda mentar ese ritualismo irrenunciable que la sola dimensión material y biológica del ser humano no alcanzaría justificar.
Otros, pretextando oscurantismos o fariseísmos de pedagogías de lo santo, padecidas o imaginadas por ellos, hacen borrón y cuenta nueva de toda herencia cultural cristiana, y emprender incursiones en otras espiritualidades que les sugieran alguna aproximación a la trascendencia ―generalmente entre orientalismos, como moda, o como huida hacia adelante, después de abandonar el cristianismo...―, y es que sienten que no podrían seguir con la miseria de los solos parámetros naturales de la existencia material y corpórea. Otros buscan un más allá de sí mismos aun a costa de destruirse en esa falsa trascendencia conseguida a base de estimulaciones que aceleran y queman los afanes profundos del ser, creando la dependencia esclavizadora de la droga.
Todos, en fin, confirman que el hombre es un ser solitario, a pesar de que le acompañen otros hombres que, como él, transitan por el camino del tiempo.
Completamente e intimamente solo, salvo cuando levanta su conciencia despierta y se abre al verdadero ser trascendente, Dios.
Hace pocas semanas, de paso por España, el teólogo Karl Rahner (6), admitía que el interés religioso entre los jóvenes aumentaba, por el auge de los libros de teología y por el hecho de la multiplicación de las meditaciones trascendentales; si bien advertía que era preciso purificar este interés de cualquier inhibición o desentendimiento de los problemas de la miseria del mundo, pues toda conversión radical del hombre debe llevarle a abrirse hacia los problemas de los demás hombres.
Otro fenómeno de nuestros días, que puede ser índice de esa tendencia espiritualista, es el de la elevación estética a través del lenguaje, no solamente como "divertimento" o juego literario, sino atendiendo a los conceptos poéticos de cada ves más jóvenes escritores, de los que con frecuencia nos dan cuenta revistas y periódicos.
Tampoco han faltado los que han creído posible referirse a la mística para ensayar un balance que permitiera a la vez la doble calificación de "sagrada y profana" (7), a partir de la base de una philosophia perennis, para la investigación de todos los fenómenos preternaturales (más exacto que "sobrenaturales"), de los místicos de las principales religiones, sin dejar fuera los efectos obtenidos por el estímulo de las drogas, hasta las "Iluminaciones" de Rimbaud y las "experiencias" memoriadas de Proust. Pero no: habrían bastado, fuera del cristianismo, ejemplos como los de Buber y de Tagore. Pues la verdadera búsqueda de la trascendencia es más simple, porque Dios no puede ser inalcanzable a la mayoría de los sencillos de corazón. Dios está más cerca, sin que sea licito ni provechoso hurgar en deformaciones o reducciones enfermizas o fantasiosas de la divinidad, y sin que el hombre que medita deba desplazar a Dios para convertirse en dios de sí mismo. La búsqueda ha de ser más serena.
{15} Dios está cerca, en lo más íntimo de nosotros mismos, y en esta intimidad resplandece, como en un espejo, el Ser Supremo. Sólo que para poder llegar a esta profundidad:
«… es preciso ejercitar constantemente la mirada hacia el valor, hacia lo auténtico, lo esencial, lo justo, lo hermoso, lo grande, lo sano y lo saludable: hacia lo que restaura, refuerza y construye» (B).
Se trata, pues, de una actividad, de un ejercicio. Yo basta la lucidez crítica que se emplea en juzgar a otros y más fugazmente, a nosotros mismos, con lo que tantas veces nos resignamos y tranquilizamos, como si comenzar a entender ya bastara. De muy poco sirven esas intermitencias lúcidas sin el esfuerzo ordenado y perseverante. Y en vano podemos mantener perseverancia para lo bueno si solo persistimos mientras perdura el halago de la propia vanidad, o el engañoso gusto con que nos recreamos en lo nuevo.
El P. Tilman, en este libro no demasiado largo, logra recoger y resumir una técnica fundamental para que, a partir de la meditación como ejercicio natural, podamos ser conducidos hasta La adoración del divino. Con razón está contenido de que su ofrecimiento interesa a los hombres de nuestro tiempo, si toman en serio la realidad de la vida y del propio existir y si, desde la fe, buscan el contacto personal con el Ser Supremo, Dios. Sólo Dios disipa la soledad del hombre: sólo Dios colma las exigencias más profundas del ser y del corazón humano; sólo Dios es padre y amigo.
En los hombres de nuestro tiempo se da un fenómeno sorprendente:
aspiran a la meditación. Cualquiera que ser su ideología y su fe, se dan cuenta de que, debido a la tensión, al carácter estrepitoso y febril de La vida, están en peligro de perder la mejor y más auténtica parte de si mismos, de sentirse frustrados en lo más hondo, destruidos en su interioridad. Por ello aspiran a encontrar una guía que les conduzca hacia esa profundidad. En muchos, además, se advierte un nuevo modo de preguntar y buscar el sentido de la vida. Querrían estar preparados para afrontar realidades tales como la transformación, la maduración, el amor, la muerte, la consumación... Otros muchos buscan la vida en plenitud (Jn 10, 10), buscan la unión plena con él (Jn 17, 23), más aún: vivir la realidad última y arrolladora de Dios, por él, en él; un vivir que constituye precisamente la auténtica y definitiva realización. Este libro desearía poder satisfacer en lo posible ese hambre de vida, ayudar a esa búsqueda ya esa aspiración (9).
Este libro es una pedagogía, es una compañía para aprender a meditar. No se ha escrito para satisfacer curiosidades inútiles. Tampoco viene a substituir el auxilio y consejo de personas experimentadas en el arte de la meditación, para introducir a los que aprenden meditar, o aconsejarlos y asistirlos en {16} sus dudas. Pero es un libro llamado a ser muy útil a los que sólo de modo intermitente hubieran intentado hacerlo, o a los que, dándose cuenta de que Dios les pide una entrega más profunda, desean encontrar la manera de aprender a tratar con Dios, partiendo de la propia realidad, sin abandonar el lugar y las obligaciones de la vida diaria. Son, como dice su título, "ejercicios"... No es un libro para curiosear en alguna de sus páginas y luego guardar, sino que es un libro para usar y "trabajarlo". Luego bastará tener al lado la Biblia o, como mínimo, el Nuevo Testamento, y no prescindir de la Eucaristía participada. Y luego la perseverancia...
Se trata, en definitiva, de aprender a respirar con el cuerpo... y ¡con el alma!
(1) Iniciación del niño en el arte de meditar; La educación de la sexualidad; Iniciación en la vida cristiana.
Todas publicadas por Editorial Herder.
(2) Publicado también por Editorial Herder. Conf. también Introducción al Catecismo Católico, Hubert Fischer, de la misma editorial, 1957.
(3) Manual del Catecismo Católico, de Gabrielle Miller y Josef Quagflieg, publicado por Herder. Es un comentario para el Nuevo Catecismo Católico, posterior al Concilio Vaticano II. Conf. también Lo nuevo en «Nuevo Catecismo Católico», Hubert Fischer y Alfred Gleissner, Editorial Herder, 1971.
(4) Tilman, Iniciación del niño en el arte de meditar, pág. 13.
(5) Tilman, Iniciación a la vida cristiana, pág. 17.
(6) Karl Rahner, jesuita alemán de 78 años, es uno de los teólogos más notables de nuestro tiempo. Aquí se hace referencia de una entrevista de Reyes Mate, publicada en EL PAIS, 5 dic. 1982.
(7) R. C. Zaehner, Mysticism sacred and profane, Oxford University Press, 1980.
(8) Temas y ej. de med. profunda, pág. 29.
(9) Ibid. pag. 9.
Para juzgar las cosas es preciso no sólo el conocimiento de ellas, sino también poseer un sentimiento vivo de la época en que se realizaron. ¿Y cuántos son los hombres capaces de llegar a este punto...? Muy pocos los que han conseguido poner su entendimiento a cubierto del influjo de la atmósfera que los circunda; pero todavía son menos los que lo alcanzan respecto del corazón.
Jaime Balmes
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7. Quien busca, encuentra
TU CREES que el Catolicismo es una meta, y no es no es más que un camino. Crees que el dogma es un vallado estrecho, y es un trozo de cielo abierto que trasluce un halo luminoso e iluminador alrededor de un punto obscuro. Jesucristo, antes de afirmar que era verdad y vida, dijo que era camino. Buscar a oscuras y sin camino y a tientas, equivale a no dar jamás un paso adelante. Buscar por un camino luminoso abierto por Dios, es adelantar paso a paso hacia la posesión de lo que buscas. El cristiano no puede detenerse jamás en su camino: debe luchar para ir disipando las tinieblas interiores y exteriores. El Creo en Dios es el primer paso, y el último será la Vida eterna. Quien no se abre a la fe, va dando vueltas errante, por que desprecia al guía celestial; pero en el momento en que la abraza, entra en el camino de la búsqueda anhelante de la verdad. El que cree, camina avanzando de claridad en claridad, y la misma visión creciente le lleva a amar lo que busca, y a buscar más intensamente lo que mayormente ama, porque solamente el que ama, busca seriamente y de verdad. Y éstos son los buscadores que agradan a Dios, y los prefiere a los que se sientan en la tiniebla y a la sombra de la muerte, deseosos en realidad de no encontrar la luz que dicen buscar, porque temen ser orientados hacia la verdad total y la total pureza.
El que busca, pero no quiere encontrar, en realidad no busca. Aunque puede hacer como que busca, pero sólo para responder dilatoriamente al grito de la conciencia, que exige una actitud religiosa definida.
EI que busca, encuentra. El que no quiere hallar, y en materia de religión, el que no halla, sin duda alguna es que no busca.
Los apóstoles, al dirigir en los bautizados, no olvidan que éstos son ya, por definición, convertidos, de los que se tiene derecho a esperar normalmente una vida sin graves pecados, vista la gracia poderosa que reciben.
Alfons Kirchgaessner, C. O.
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8. La música y el Oratorio
EN cualquier manual de Historia de la Música se encuentran referencias de san Felipe Neri, y del Oratorio como forma de composición musical específica, surgida de él, compuesta primeramente por sus discípulos Palestrina y Aminuccia y luego imitada por casi todos los grandes músicos. Pero el Oratorio no fue solamente el recinto de donde salió esa composición que reprodujo su nombre, sino que también la ópera ―la primera fue estrenada en el Oratorio romano―, aunque con base a temática religiosa, es hija del Oratorio y en el año 1966, en el mismo Oratorio de Roma, y por el impulso del p. Carlo Gasbarri, se estrenaba la primera "misa rock", que vino a romper la rigidez de las músicas clásicas entendidas como compatibles con la liturgia. Pero es preciso hacer notar que no se pretendía eclipsar ni las músicas litúrgicas renacentistas y barrocas, ni menos el cultivo del gregoriano, siempre amado.
En estos días navideños, en notas esparcidas por la prensa, y en apariciones recogidas en otros medios de comunicación, nos damos cuenta que el cultivo de la tradición musical oratoriana sigue vivo. Bastaría la mención del Coro de San Felipe Neri, de Sevilla, y los conciertos navideños del Oratorio barcelonés, desde antiguo tan relacionado con el Orfeó Catalá, y la colaboración que con su fundador Félix Millet mantuvieron primero el p. Lluís M. Valls y luego el p.
Jaume Garcia Estragués. Y también en estos días, en la ciudad de Brescia (Italia), y desde la Asociación Musical de los Amigos del Oratorio bresciano, se publica un concurso, con estimables recompensas, para premiar una monografía inédita sobre las Tradiciones Musicales Filipenses, y al que pueden optar estudiosas de cualquier nacionalidad.
Somos de tal condición, que el progreso y desarrollo de nuestra persona sólo se asegura cuando nos sacrificamos por otro, o trabajamos en una obra solidaria.
J. Henry Newman, C. O.