Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
201. FEBRERO. Año 1983 |
0.
SUMARIO |
EXISTE
una relación concatenada y progresiva entre secularidad y pobreza, pobreza y
esperanza, esperanza y cristianismo. Somos, en el tiempo, pobres todavía de
eternidad. Pero abiertos a la esperanza cristiana, cabe una purificación en
la que se recoja el reflejo de lo eterno ―don, gracia, generosidad
divina― en lo temporal. Jesucristo mismo es el reflejo y la presencia
de lo eterno, santo y divino, que irrumpe en lo temporal, secular humano.
Cuando la pobreza no sea una calamidad, sino una purificación y un respeto
por lo recibido de Dios, se convertirá en disponibilidad para su Reino. |
Por
eso Jesucristo eligió la pobreza. |
HOMBRE
INTERIOR |
SECULARIDAD
Y CONVERSIÓN |
CLASES |
LA
POBREZA |
NADIE
LA ECHÓ DE MENOS |
RESONANCIAS
BÍBLICAS DE LA ESPERANZA |
{1
(21)} |
1.
Tiempo de oración: HOMBRE INTERIOR (FRAGMENTO) |
La
Nada no es la Nada. |
Se
ha impregnado del Ser. Todo es presencia. |
Hombre
interior, ¡qué jubilo al sentirte |
sin
un apoyo táctil en torno de ti mismo! |
Viajero
irremediable de los aires, |
pero
no del vacío. |
El
vacío no existe. Dios lo colma. |
Sin
pedestal tangible |
te
hallas sobre la Roca que dura eternidades. |
Ya
todo el oleaje de tu inquietud ―tu esencia― |
tiene
un inmenso océano en que dance... |
Señor,
¿qué han de decirme las estrellas |
y
las olas del mar |
y
el arpegio ondulante de la sierra? |
Tú
en mí. Yo en ti. |
Tu
hablar y el mío hechos ya monólogo. |
Mis
días enhebrados en tu eterno existir. |
Todo
mi ser en séptima morada. |
Jorge
Blajot Pena 2 (22) |
{2
(22)} |
2.
Secularidad y conversión |
CUARESMA
ESTÁ a las puertas, cuando han transcurrido sólo algunas semanas de haber
contemplado la figura de Cristo, casi como un idilio que se introduce en la
historia del mundo, si bien enseguida se nos han repetido para meditarlos en
el recuerdo, algunos gestos y algunas palabras suyas. Y, acto seguido, la
Iglesia nos vuelve a hablar do "conversión". Conversión que quiere
decir esfuerzo transformador, en unos tiempos en que son tantas las
transformaciones y cambios que se producen en nuestro entorno, como si un
mundo nuevo estuviera haciendo, sin que nos acabe de desvelar el misterio que
encierra ese devenir que todo lo conmueve, lo relativiza y lo transforma.
¡Tantas son las conmociones que contemplamos, sin la posibilidad de
permanecer indiferentes a la hora de Aceptarlas o resistirlas! |
Si
tomamos en serio que nos hemos de convertir, tendrá que ser llevando cuenta
de las exigencias de esta hora que estamos viviendo. En definitiva, tendrá
que ser o consistir en una actitud de fidelidad al continuo proceso
transformador que nos lleve a una mayor limpieza de corazón, a un sincero
desprendimiento de lastres egoístas, al respeto al orden de Dios, a la
verdadera libertad, a la paz... para que todo nos disponga al último gran
encuentro trascendental, es decir, que nos lleve más allá de nuestro propio
ser y de este tiempo de nuestra vida y de este lugar que pisamos. Una
conversión en la secularidad, en este "siglo", porque es esta hora
la que ha de ayudarnos a convertirnos; esta hora que hemos de recoger y medir
y aceptar lealmente como un reto ―relativamente el mejor, para
nosotros― libertador, espiritual y, por lo tanto, redentor. Una hora
que bendecimos porque creemos que Dios la ha elegido para nosotros. Y A
nosotros nos ha elegido en ella. |
Se
trata de ser "seculares", mas olvidándonos de los sentidos
demasiado estrictos que provienen tanto de los fanatismos como de los
agnosticismos de las clasificaciones jurídicas, religiosas, políticas o
sociológicas. Ser seculares simplemente porque queremos recoger el
significado de nuestro {3 (23)} tiempo, de lo presente y providencial que
Dios nos manifiesta en él, e interpretarlo y vivirlo desde la fe, como un don
de Dios que hace fecundo cada momento, y por eso también nuestro tiempo. Y evitar
dos reacciones peligrosas ante lo sorprendente del acontecer que nos desafía:
en primer lugar He trata de vivirlo sin gastar energías para intentar
recuperaciones nostálgicas de un pasado histórico, tal vez útil en su
momento, pero cuya reviviscencia actual resultaría impeditiva, como un
entorno que hay que amortizar; y por otra parte, entenderlo y vivirlo con
suficiente realismo para no provocar anticipaciones utópicas, que estragarían
el desarrollo proyectado hacia la eclosión armónica y serena del Reino de
Dios, por los caminos de in Historia. |
Además,
hay que amar profundamente cate tiempo nuestro, este ahora fluyente que nos
da Dios para que en él seamos piedra viva de una edificación que no cabe en
lo creado, si bien aceptando la provisionalidad de lo mismo que hemos de amar
mientras se nos escapa, porque lo provisorio es siempre relativo, y porque no
aceptarlo así sería perdernos en ensoñaciones absurdas, o empantanarnos en
absolutos inexistentes que nos paralizarían. Ser seculares, pero evitar el
secularismo, que es como una reducción absolutizadora de lo secular. |
Señor,
no permitas jamás que yo, ni siquiera por un instante, me olvide de que has
iniciado ya tu reino en la tierra y que la Iglesia es tu obra, tu
institución, tu instrumento y que nosotros estamos bajo tus normas, tus
leyes, tu mirada, y que cuando habla la Iglesia, eres tú que estás hablando.
No permitas jamás que la familiaridad con esta maravillosa verdad me conduzca
a ser insensible respecto a ella, ni permitas que, a causa de las debilidades
de tus representantes, yo sea inducido a olvidarme de que tú hablas y obras
por medio de ellos. |
John
H. card. Newman, C. O. |
{4
(24)} |
3.
CLASES |
TODAVÍA
hay clases. No se ha dirimido todavía el contencioso clasista que Marx
teorizó. Pero las clases, las diferenciaciones injustas entre los hombres, no
desaparecerán porque la humanidad se haya igualado según hipotéticos repartos
matemáticos, sino porque cada uno de sus miembros haya alcanzado finalmente
la madurez personal a que el Creador le ha destinado. Mientras tanto, tan
clasista es el rico que desprecia, desde la soberbia, al más pobre, como
igualmente clasista es el pobre resentido que presume de su pobreza y la
exhibe, provocando el escándalo del contraste, para vengarse por envidia del
rico que habría querido ser. Y lo que se dice de ricos y pobres, vale
igualmente entre sabios e ignorantes, entre fuertes y débiles, entre vecinos
y forasteros... |
Existe
la expresión de "privilegios de clase", porque suelen ser los
privilegios los que generan las clases, tanto si tienen connotación
económica, como profesional, o de edad, o de otra índole. Por ello la norma
que haría desaparecer los clasismos pasaría por el cumplimiento de la propia
misión en la vida, pero sin buscar privilegios. Por desgracia, todavía
tomamos como distinción honrosa el disfrutar de privilegios o excepciones que
nos ahorren alinearnos con el común de los demás hombres. |
Todavía
la vanidad y el orgullo, la injusticia y el egoísmo, la envidia y la astucia,
inspiran las miras de las relaciones de unos y otros, y por esto no
desaparecen las clases humanas, o cambian solamente de expresión para
convertirse en plataformas ya de defensa de intereses, ya de táctica para la
propia clase en lucha contra la opuesta. A las antiguas peleas entre hordas,
a las rivalidades tribales, a las batallas entre pueblos y a las guerras
entre naciones, ha sucedido la lucha de clases, a causa de las
desnivelaciones entre los hombres pertenecientes a una misma sociedad. Pero
todavía no ha terminado el enfrentamiento clasista, cuando los contrastes {5
(25)} y amenazas de recíproca destrucción, se producen, no ya entre clases de
sujetos, sino entre naciones unas con otras, y razas, y continentes... Y es
que, a pesar de que la humanidad evoluciona, la sucesión de sus cambios no
acaba de absorber las viejas contradicciones precedentes, sino que se añaden
a la evolución amaneciente, como el poso de civilizaciones y culturas
teóricamente amortizadas, pero que dejaron sedimentos de rudeza y egoísmos. |
De
todos modos, algún día la utopía de la justicia estará a punto de devenir
Reino de Dios: y entonces desaparecerán las clases entre los hombres, entre
los estados, pueblos y naciones, entre los continentes y razas. |
Todo
esto no surgirá de un milagro, sino como fin de un proceso en el que habrán
participado todos los hombres de fe, en la medida que esta fe haya sido
asumida con sinceridad, imitando a Jesucristo, verdadero hijo de Dios que
descendió hasta nosotros, dejando su "clase" divina y haciéndose en
todo igual a los hombres, menos en el mal. Pues esa es la gran lección
cristiana, superior a todas las filosofías. Por esto, después de Jesucristo,
resultan ridículas las pretensiones monopolizadoras del poder, los
engreimientos del honor, la injusticia del afán de riquezas. Su nacimiento
pobre, su sometimiento a la ley que no le obligaba, su bautismo de penitencia
siendo el inocente, la sencillez de su vida de trabajo, su ministerio ajeno a
solemnidad y, sobre todo, la gran humillación del dolor y de la muerte, a
causa de una condenación sacrílega, de la que no se defendió, pudiendo
hacerlo. Efectivamente: |
Cristo
renunció a su "clase", y así mereció, desde lo humano de su
abatimiento, la mayor gloria jamás concedida a un ser creado, porque fue su
santa Humanidad lo que el Padre glorificó con la Resurrección del Hijo. La
suma grandeza sucedió a la suma pobreza, porque nadie podía ser más pobre que
un inocente condenado, y condenado a muerte, y a muerte de esclavo. Un
inocente que era el Hijo de Dios. |
Yo
siempre he buscado poner mi suerte en las manos de Dios y esperar con
paciencia que el cuide de mi causa, y he visto que él jamás se ha olvidado de
mí. |
John
H. card. Newman, C. O. |
{6
(26)} |
4.
La pobreza |
LA
POBREZA limpia es la mejor belleza, porque es la única durable. Pero cuando
en el Evangelio vemos que el ambiente que Cristo inaugura con su entrada en
el mundo, y aquel en que se mueven los que le están más cerca, es el de la
pobreza, no lo hace por motivaciones estéticas, sino morales, espirituales,
religiosas. Porque la pobreza de alma, es la primera limpieza que sigue a la
conversión. |
Tal
vez por esto con su proclamación se inicia el gran Sermón de la Montaña... |
Pero
conviene advertir que no tiene la virtud de la pobreza el que enmudece frente
a la carencia de lo necesario para su vida. Tampoco el que se resigna con lo
poco o escaso que le toca en suerte; la pobreza no es producto de un acto de
resignación que evita cansancios a costa de tener o pretender poco. Menos
pobre evangélico es el miserable que renuncia al esfuerzo para procurarse lo
que precisa, y prefiere pedirlo y obtenerlo de la limosnería ajena. Del mismo
modo que tampoco es caridad la satisfacción autoconfortadora y farisaica de
quien favorece la vagancia ajena con la práctica de la limosna a los
pedigüeños profesionales, en vez de educar al prójimo y corregirlo para
redimirlo de la humillación de la mendicidad. La verdadera caridad cristiana
ni es exhibicionista ni cultiva el vicio de los perezosos, ya
insensibilizados, aunque éstos sirvan tantas veces para la vanidad beata o la
sugestión ignorante de complacencia en la propia virtud (?) de dadivosos
imprudentes que se complacen a sí mismos. |
Tampoco
el objeto de la pobreza es la simple carencia de bienes materiales, aun
necesarios, sino que incluye además y son más importantes, los bienes del
espíritu, es decir, del entendimiento y del corazón. Incluso cuando nos
referimos a los bienes materiales, no podemos detenernos en los que
sensiblemente nos resultan más fácilmente visibles o contables, como los
objetos poseídos o el dinero, {7 (27)} sino que el tiempo, la salud y otros
de índole moral, como el honor, son más importantes. |
El
hombre, ser creado y, por lo tanto, finito, ha de saber que es limitado. En
el momento en que descubre el contenido que está más acá de su limitación, y
lo agradece a Dios, y lo utiliza con respeto y orden, como teniendo que dar
cuenta de un tesoro que se le ha confiado, está en disposición de aproximarse
al verdadero gozo de la virtud de la pobreza como virtud que propone el
Evangelio a todo el que quiere ser hijo de Dios, Padre que está en los
cielos, y que ha dado un mundo a los hombres. Entonces puede ser generoso y
puede igualmente acallar el brote perverso de las envidias que hacen al
hombre mezquino y que le impiden la pobreza de espíritu. |
Ocurre
que el que tiene más objetos contables, más bienes sensibles, suele atarearse
desmesuradamente en ellos, y confía en ellos de tal suerte, que llegan a
constituir {8 (28)} su anhelo constante o principal, y le llenan el
pensamiento y el corazón y pone en ellos tanta confianza que sobreestima su
valor, como si de ellos dependiera la propia seguridad. En el mundo todavía
pagano en que nos movernos, esa primacía por los bienes materiales todavía
existe en los pensamientos de los hombres y en los modos como se organizan
las relaciones comunitarias humanas. De donde es comprensible que se deriven
tantos otros males surgidos de pretender compaginar el desorden de las
codicias y los complejos de las envidias con la necesidad de paz y felicidad
que renace siempre como una exigencia imperecedera profundamente sentida, que
Dios mismo puso en el corazón humano y jamás ha querido borrar, y ni siquiera
el mismo pecado logra destruir. |
Quien
consiga liberarse de estas esclavitudes podrá ser hijo de Dios y llegar a la
libertad de redimido y experimentar el gozo indescriptible de ayudar a los
demás a liberarse, porque siempre será cierto que nadie puede liberar a otros
si él mismo, primeramente, no es ya libre. Esta es la razón por la que
Cristo, el gran libertador, el Redentor por antonomasia, el Hijo de Dios, al
entrar en la corriente de la vida de los hombres, eligió caminos de pobreza y
la predicó y exigió a sus seguidores. |
NADIE
LA ECHÓ DE MENOS. |
Se
llamaba Adelaida Sánchez Blanes, tenía 69 años de edad, y fue hallada muerta
en su domicilio de Bravo Murillo, en Madrid. En realidad hallaron menos que
un cadáver, pues eran los restos momificados, marchitos, como pergamino
pegado a la estructura esquelética, envueltos todavía en la bata levemente
deshilvanada y, como aureolando la imagen evidente de la muerte, la cabellera
blanca, peinada, intacta, como diadema pacífica, y plateada, brillante y muda
como la soledad. Yacía al pie de la cama, ordenada, que tal vez no pudo
alcanzar en su postrer cansancio. Una estampa en la pared, una medalla en el
cuello. Y el silencio. Nadie la había echado de menos, aunque el forense
dijera que llevaba más de tres años inmovilizada por la muerte. Si hubiese
sido rica, si hubiese sido pedigüeña... Pero no: vivía sola sin despertar el
interés a vecinos, ni codicia a herederos (es decir, familiares expectantes). |
La
noticia escueta la daban los diarios madrileños de finales de diciembre
pasado. Y tal vez esa muerte estaría todavía por descubrir de no haberse
reiterado apremios por ese cúmulo de pequeños tributos, cuya cuantía la
morosidad multiplica, hasta culminar con la orden de embargo. Porque fue por
esta razón material, de insolvencia económica que, finalmente, llevó a los
funcionarios judiciales a derribar la puerta para proceder al embargo... |
Entonces
descubrieron por qué, esa mujer olvidada, no pudo, por sí misma,
pacíficamente, abrirles la puerta. |
Poco
sería lo que ella pudiera deber en comparación de cuanto le debieran en
solidaridad, amor y hasta educación, vecinos, parientes, conocidos. |
Un
cierto día Newman fue interrogado, casi bruscamente, sobre: |
«¿Quién
es mayor, un Cardenal o un santo?» |
Naturalmente,
sólo un niño hubiera tenido la franca inocencia de atreverse a tal pregunta.
Al propio tiempo, el Cardenal ya estaba viejo y débil de fuerzas, y refieren
los testigos de este hecho que él no se mostró sorprendido o agitado a causa
de semejante indiscreta curiosidad que le manifestaba precisamente, un niño,
sobrino segundo suyo. |
Y
el Cardenal dio una respuesta que cada lector puede interpretar libremente: |
«Los
cardenales pertenecen a este mundo, y son terrenos, mientras que los santos
son del cielo y por ello, celestiales». |
LOUIS
BOUYER, C. O. |
{9
(29)} |
5.
Documento: Resonancias bíblicas sobre pobreza y esperanza |
DEL
II CONGRESO de Teología Pobreza, celebrado el pasado mes de septiembre, en
Madrid, bajo el lema «Esperanza de los pobres, Esperanza cristiana»,
extraemos una parte de la ponencia de Ángel González Núñez, una de las mejor
elaboradas. El tema general del Congreso era oportuno porque, como observaba
José Gómez Caffarena, «en estos días malos para esperanza, todos, incluso
aquello que hoy experimentan in amenaza de la desesperanza, queremos
esperar». Tal vez, no ya por aquello de que «mientras hay vida hay
esperanza», sino porque donde hay esperanza, la vida sigue: |
Resonancias
del término esperanza |
Esperanza
es el nombre de una actividad, de una actitud sencillamente de un dato le los
más luminosos fecundos de la vida humano. Sin ese dato la luz de la vida se
oscurece y su vigor se acobarda. Con él gana el presente indeciso un
horizonte despejado, pues esperanza suena a futuro, a mañana mejor. A la
vista del hombre que espera se abre un porvenir que lo permite arremolinarse
en lo que se tiene y se es. Su apelo convoca a embarcarse en la nave de lo
imposible. Avances provisionales de esa maña na mejor sazonan el presente y
dan sentido a la vida. |
En
contraste con la esperanza, o debajo de ella, está el cansancio de vivir,
sentimiento de quienes lo ven todo arrasado por el mal y creen saber que por
delante no hay nada mejor. En esas condiciones, la vida es un quehacer que no
vale la pena. Actitud parecida es la de aquellos que rehúyen mirar hacia el
futuro, queriendo así escapar a lo pavoroso de su incertidumbre. Unas y otras
son existencias cargadas de hastío, vencidas por el miedo. |
{10
(30)} Contraria también a la esperanza, esta vez por encima de ellas, es la
actitud de la autosuficiencia, la de los instados en su status, satisfechos
de su situación y condición e interesados en que no cambien. Obviamente son
otros los que pagan el costo de esa complacencia. |
La
esperanza y los pobres |
La
esperanza es actitud que cultivan los pobres, lo que han gustado las
carencias, les han tomado el pulso y no se amilanan ante ellas. Ellos quieren
un porvenir distinto del presente y saben que lo tendrán. Alguien les dice al
oído, secretamente o a voces, que alcanzarán lo que esperan. |
«Dichosos
los que saben que son pobres, pues suyo es el reino de Dios» (Mt 5, 3). |
La
esperanza es para el pobre más valiosa que todas sus otras posesiones. En él
termina revelándose inalienable dato antropológico. El hombre no se define
solamente por lo que tiene y lo que es, sino por lo que está llamado a ser y
espera alcanzar… Objeto de la esperanza {t} El objeto de la esperanza tiene
siempre raíces en la tierra pero sus concreciones insinúan en todo caso una
profundidad de bien que no ha hecho más que asomarse. El bien natural y el
histórico se visten de proporciones infinitas, {11 (31)} cuando revelan a
Dios en su trasfondo. La esperanza que quiere todos los bienes sin ninguna
limitación termina identificándolos con Dios. Y así Dios es el objetivo
ultimo y definitivo de la esperanza humana. Su nombre de Yahveh, Yo soy el
que veréis que soy, es promesa que llena la esperanza. Dios es el nombre
último de todos los bienes que se esperan. |
«Como
luz sale mi salvación... |
Las
islas esperan en mí, |
confían
en mi brazo» (la 51.5). |
«¿Qué
esperaré ahora, Señor? |
Mi
esperanza eres tú» (Sal 39, 8). |
«Yo
espero en el Señor, mi alma espera, |
yo
espero en su palabra. |
Mi
alma está hacia el Señor |
más
tensa que el vigía hacia la aurora» |
(Sal
130, 5s). |
Una
de las objetivaciones más preclaras de la esperanza en la Biblia es la figura
del Mesías, ungido de Dios y salvador. Se le puede identificar ya en
expresiones premesiánicas de la esperanza de salvación tales como la promesa
de victoria universal sobre el mal en el relato de la creación, el llamado
"protoevangelio" (Gn 3, 15). Pero formalmente la figura del Mesías
se relaciona con el rey, el que lleva el título de "ungido de
Yahveh". |
El
rey se legitimó en el pueblo de Yahveh por las funciones que estaba llamado a
cumplir: librar de la opresión de los enemigos exteriores, socorrer a los
pobres, administrar justicia, asegurar la paz del pueblo. Entre lo que de
hecho el rey histórico es capaz de conseguir en esos campos y lo que los
hombres necesitan y anhelan hay una gran distancia. Pero no por eso han de
rendirse a la resignación o a la desesperanza. La esperanza dice saber que un
día vendrá un rey que traerá esos bienes. Aunque humanamente parezca
imposible, la esperanza no admite límites. Ese esperado rey será el Mesías,
el verdadero Ungido de Yahveh. |
Esperanza
mesiánica |
La
figura del Mesías es inseparable de los bienes mesiánicos: libertad,
bienestar, justicia, paz. Por la vía de cada uno de esos bienes el anhelo y
la esperanza humana se orientan hacia horizontes infinitos y por esa misma
vía {12 (32)} tiene Dios al encuentro de los hombres. El Mesías es el
mediador, la promesa de Dios y la esperanza de los pobres. Cuando la figura
del rey pierde elocuencia, porque no está para cumplir las funciones que le
legitimaron, el pueblo de la Biblia tiene otras figuras mediadoras entre la
promesa de Dios y su esperanza. Tal es la figura del Siervo de Yahveh, que
anuncia y es ya principio de la redención del sufrimiento, y la figura del
Hijo del Hombre, anuncio del triunfo final de los "santos del
Altísimo" (Dn 7. 13ss). |
Los
cristianos no cambiaron la definición de su Mesías como promesa de Dios y
esperanza de los hombres. En el Evangelio de la infancia Jesús es saludado
como el Cristo, el que cumple la promesa de Dios y responde a las esperanzas
de todas las generaciones. Y Jesus será enseguida el que proclama la
bienaventuranza para los pobres, los que lloran, los que tienen hambre de
justicia. En el reino que él anuncia los ciegos ven, los cojos andan, los
pobres reciben la buena noticia. Esta proclama el triunfo del bien, de la
justicia, del amor y de la vida. Los bienes que la vieja esperanza rio
relacionados con el Ungido de Yahveh siguen siendo los que alimentan la
esperanza de la comunidad mesiánica cristiana. Su Cristo se define por la
exigencia y por la implantación de esos bienes. En la humanidad que luche por
ellos está viviendo el Cristo. |
«Según
mi ávida expectación y mi esperanza de que en nada seré defraudado, sino
que... Cristo será públicamente magnificado en mi cuerpo (Flp 1, 20). |
Esperanza
y libertad |
Pablo
desglosa el contenido de la esperanza mesiánica cristiana en estos bienes, su
objeto: libertad de hijos (Rm {8, 21), salud y vida (Rm 5, 9s, 17),
justificación (GI 5, 5),} redención del cuerpo (Rm 8, 23), resurrección o
inmortalidad (2° Cor 1, 9s; Hch 23, 6), herencia del reino (Rm 8, {17),
visión dichosa de bienaventurados (1º Cor 13, 12) y} vida eterna en el
paraíso ( 24 Cor 5,1). |
El
Apocalipsis de Juan, en la misma línea que toda la restante apocalíptica,
entiende la historia humana como un proceso de lucha, como una última batalla
en la el bien triunfará y desde ahí la justicia reinará. Hasta ese →
{13 (33)} momento los pobres tendrán que luchar por ese reino y suplicar que
venga pronto: Marana tha, Señor nuestro, ven (Apc 22, 20). |
La
esperanza cifra en último término su objetivo en la venida triunfante del
Mesías, el que representa a los pobres que esperan. Con esa venida está
relacionada, por que en parte equivale a ella, la plena consecución de los
bienes mesiánicos: libertad, bienestar, justicia, paz. Eso es lo que aguarda
tensa, perseverante y escrutante, pero también confiada y segura, la
esperanza de los pobres. |
El
fundamento |
¿Sobre
qué fundamento se apoya la esperanza? ¿Dónde están sus seguridades? En su
contra trabaja el mundo que se ve, arrasado por el desamor y la injusticia y
dominado todas las formas de la muerte. De él no parece pueda extraer apoyo
alguno la espera ni hay en él datos suficientes para hacerse la imagen cabal
de lo esperado. |
Con
todo, la esperanza reconoce en bienes pasados y presentes auténticos
anticipos del anhelado porvenir. Esos bienes que hemos visto que proclama la
historia santa están cargados de promesa para dar aliento a la espera y son
arquetipo y principio del futuro. ¿Está ahí el fundamento de la esperanza
humana? |
Esos
son, indudablemente, los apoyos tangibles. Pero el verdadero fundamento
parece ubicarse más atrás. Se adelantó ya en el que espera a la pregunta por
él; viene antes de requerirlo. El poder contemplar los bienes naturales como
anticipo de lo esperado y el mismo poder esperar son manifestaciones del
dinamismo de ese fundamento inasible. |
Las
falsas esperanzas |
Aquí
vale la pena escuchar a los profetas de la Biblia, que intentaron por todos
los medios y en todos los lenguajes aclarar en dónde se puede poner la
esperanza. Como queriendo ahorrar a sus oyentes la decepción más dolorosa, no
se cansan de señalar las bases equivocadas y de denunciar las falsas
seguridades, ídolos creados por el hombre con el material de la política y de
la economía, de la cultura y de la religión, sobre las que se suele asentar
inútilmente la esperanza. Los profetas orientan la atención hacia el Absoluto
verdadero, el que trasciende a todo lo visto, si bien se revela en todo ello.
Dios es el nombre de ese fundamento. |
{14
(34)} «Ay de los hijos rebeldes… que bajan a Egipto, sin consultar mi
oráculo, buscando la protección del faraón… todos se avergonzarán de un
pueblo impotente que no puede auxiliar ni servir sino de deshonra y afrenta»
(Is 30, 1-2. 5). |
«¿Te
fías de ese bastón de caña quebrada que es Egipto? |
Al
que se apoya en él se le clava en la mano» (Is 36, 6). |
«¿Dónde
está ahora tu rey para que te salve en tus ciudades?» (Os 13, 10). |
«¿De
qué sirve una escultura..., una imagen fundida, un oráculo mendaz?, ¿para que
confíe en él el fabricante de esos ídolos mudos?» (Hab 2, 18). |
«Maldito
el hombre que confía en el hombre, que hace de la carne su apoyo y aparta de
Yahveh su corazón» r 17, 5). |
«Así
pasa al valiente que no busca en Dios refugio: |
Confiaba
en sus riquezas, que resista en su ruina» (Sal 52,9). |
La
verdadera esperanza |
La
verdadera esperanza se sustenta en una base inasible pero segura, que da
valor para no amilanarse ante las situaciones más desesperantes y que nunca,
según aseguran los testigos, decepciona. Se la ve asomar en la raíz de todas
las realidades, en las exigencias que revelan de llegar a su pleno ser. El
hombre es por todas ellas consciente de esa exigencia. En la Biblia a la
exigencia corresponde una promesa, o quizá al revés, la promesa es la que
despierta la exigencia enraizada en el ser de las cosas. Y promesa está Dios,
que se ha dado a conocer a los que esperan como poderoso y fiel para
cumplirlo. Por eso se le proclama: |
«esperanza
de Israel, su salvador en las angustias» (Jr 14,8). |
Los
profetas y los salmistas agotaron los términos que expresan confianza y
certeza y las imágenes de la seguridad, como roca, refugio, castillo,
fortaleza, para proclamar y comunicar la firmeza de su esperanza. Pablo dice
que {15 (35)} Abraham, con todo lo que estaba a la vista en su contra,
«esperó contra toda esperanza» y acertó en su espera (Rm 4.18). Aun si todos
los asideros se conmueven, la esperanza persevera. |
Yo
fijaré mi vista en Yahveh, esperaré en Dios mi salvador, {16 (36)} y mi Dios
me escuchará» (Mi 7, 7). |
«Aquel
día se dirá: |
Aquí
está nuestro Dios |
de
quien esperábamos que nos salvara. |
Este
es Yahveh en quien esperábamos: |
Exultemos
y gocémonos en su salvación» |
(Is
25,9). |
«Hacia
ti, Señor, elevo mi espíritu, |
en
ti, mi Dios, confío... |
Nadie
que espere en ti |
tendrá
que avergonzarse» (Sal 25, 1-3). |
«Yo
tengo confianza en ti, Señor, |
y
me digo que tú eres mi Dios» (Sal 31, 15). |
«Nos
sentimos gozosamente seguros en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce constancia, la constancia virtud sólida, la virtud sólida
esperanza, y la esperanza no decepciona, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu santo que se nos dio»
(Rm 5, 3-5). |
Esperanza
en Dios |
Estas
profesiones aseveran que Dios lo es todo en la esperanza: es su fundamento y
principio y hasta su contenido. Pero Dios no es un ser de faz desconocida. Su
rostro se deja ver como presencia salvadora en acontecimientos de la historia
y de la vida de cada uno; y la palabra de su promesa, en boca de sus
mensajeros, invita a ir a su encuentro en el futuro. Esa palabra se
verificará en cumplimientos, que, a su vez, serán nueva promesa. |
La
espera no es, por lo tanto, un acto a las ciegas, cargado a la cuenta de un
ser desconocido. La esperanza es sabedora. Tiene los anticipos del futuro
esperado, que, aunque provisionales y parciales, son buenos indicadores que
orientan y prenda segura de la totalidad. Son eso, evidentemente, en cuanto
que Dios está en ellos, pero ellos son los que dan al Trascendente faz
concreta. La experiencia de creación y de salvación es el lugar en donde Dios
se manifiesta creador y salvador. |
«A
ti se abandonaron nuestros padres, Be abandonaron y tú los liberaste. |
{17
(37)} Clamaron hacia ti y fueron preservados, se abandonaron en ti y no
sufrieron decepción» (Sal 22, 58). |
Los
espacios que medían entre la esfera y su meta no son espacios vacíos. Junto
al "todavía no" se encuentra en ellos el "ya sí". Y este
es un anticipo cargado de apelo, que abre amplios los ojos hacia el seguro
porvenir. Este se irá entregando en ulteriores anticipos, al filo de cada
hora de la historia. |
Cumplimento
de la esperanza cristiana |
Lo
estamos llamando anticipos coincide con las objetivaciones de que hemos
hablado y que sintetiza el "credo histórico". En la cima de esos
anticipos, objetivaciones y artículos del credo está para los cristianos el
acontecimiento de Jesús, cumplimiento cabal de la esperanza mesiánica. Pero
ese cumplimiento iniciado en el Cristo tiene que hacerse real en la comunidad
humana, por el triunfo del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte.
El cumplimiento cristiano es la promesa más espléndida y sustento de nueva
esperanza. |
En
términos ya conocidos de la esperanza del pueblo bíblico, Cristo significa
para los cristianos principio de ese anhelado porvenir que se ha revelado en
adelantos: prenda del amor de Dios a los hombres (Rm 8, 31s), fundamento de
la nueva alianza y del verdadero pueblo de Dios (2º Cor 3, 1-12); en él está
la base de nuestra reconciliación (Rm 5, 11); su resurrección es la primicia
de la nuestra (20 Cor 1, 9s); él es para nosotros esperanza de la gloria (Col
1, 27). En definitiva, Cristo es para los cristianos el principio y el
anticipo de su futuro porvenir. |
Funciones
de la esperanza |
La
esperanza denuncia y desautoriza actitudes oscuras e infecundas, destructivas
de la persona y de la comunidad humana. Tales son, por un lado, las que no
ten posible un cambio de este mundo y cultivan la resignación, la
desesperanza {18 (38)} o el hastío, y por el otro, aquellas que no quieren
cambio alguno, sino un permanente statu quo, porque se han hecho en el su
cielo, quizá para otros un infierno. |
Son
los instalados, los seguros, los ricos y los autosatisfechos. |
La
esperanza tiene los datos adecuados para poner en evidencia la miseria que
llena la tierra, incluida la de los autosuficientes y los ricos, y tiene
también noticia de posibilidades insospechadas e inéditas de transformación
de este mundo. Desbordan lo conocido y hasta lo deducible. |
Pero
el que espera las conoce y puede anunciarlas y hasta mostrarlas como
impulsoras de su acción. |
La
esperanza, además de reconocer el mal del mundo, lo asume, no para dejarlo
correr pasivamente, sino para luchar con perseverancia contra él, seguro del
porvenir que se ha insinuado en su horizonte o que le ha revelado la promesa. |
La
fuerza de la esperanza |
Esa
clarividencia y fuerza del que espera libra el presente cerrado de su
angostura y pobreza y le abre espacio infinito. La Biblia llama a este
"poner en campo abierto" salvación. Ésta tiene en su experiencia
una larga historia hacia atrás; la cuentan los que esperaron y no sufrieron
decepción. Y tiene por delante la utopía escatológica, esa inspirada
intuición de la desembocadura en el reino. Al que mira desde esta perspectiva
se le revela la continuidad de la historia y su verdadera unidad. Sus claves
están en la promesa que proporciona a la esperanza las pautas del porvenir. |
La
esperanza confiere al que espera energía para crear el futuro esperado. Le
pone en el compromiso de luchar para hacer real el porvenir y de ir por sus
propios pasos al encuentro de los bienes mesiánicos: libertad, bienestar,
justicia, paz. |
La
esperanza es, en definitiva, actitud humanizadora, redentora de las amarras
que aprisionan a la persona. |
Todas
sus formas de pobreza se abren ya por ella a la bienaventuranza. |
«Dichosos
los que saben que son pobres, porque de ellos es el reino de Dios». |
La
esperanza del pobre aspira a ese reino y trabaja por él también cuando
suplica: Señor nuestro, ven. |
Ahora,
para gobernar los pueblos se apela, no ya a la religión, sino a las virtudes
éticas fundamentales, como la justicia, la benevolencia, la veracidad; se
reconocen todavía aquellas leyes naturales que existen y actúan
espontáneamente en la sociedad y en materias sociales, sean físicas, sean
psicológicas y esto ocurre en el gobierno, en el comercio, en las finanzas,
en los experimentos sanitarios y en las relaciones entre diferentes naciones.
En cuanto a la religión, se va reduciendo a una especie de lujo privado, al
que puede inscribirse quien quiera, pero que se debe conservar sólo para uno
mismo, sin que pueda ser lícito imponerlo a los demás, ni se debe insistir
demasiado en ella de modo que cause molestia a otros. |
El
cambio general de esta apostasía es único e idéntico en todas partes, aunque
cambien los detalles secundarios y los países... Yo lo deploro profundamente,
pero no siento miedo por ello: podrá causar la ruina a muchas almas; mas no
temo que pueda infligir un verdadero mal a la Palabra de Dios, a la santa
Iglesia, al Rey omnipotente, al León de Judá, Fiel y Veraz, ni a su Vicario
en la tierra. El cristianismo ya ha superado otras pruebas gravísimas... La
Iglesia no debe hacer otra cosa fuera de proseguir en el camino de sus
deberes, confiadamente y en paz; permanecer en calma y esperar la salvación
de Dios. |
John
H. card. Newman, C. O., (11.5. 1879) |
Son
más fáciles de llevar a Dios a los espíritus alegres que a los melancólicos;
pero quien busque la recreación fuera del Creador, y la unción del consuelo
fuera del ungido de Dios, Cristo, jamás lo encontrará. Los que buscan
consolaciones fuera de su lugar, buscan su propia perdición; el que quiera
ser sabio sin la verdadera sabiduría, o salvarse (y ser libre) sin el
Salvador y Libertador, ese tal no está sano, sino enfermo; no es sabio, sino
loco. |
San
Felipe Neri |
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