Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
202. MARZO. Año 1983 |
0.
SUMARIO |
LA
GLORIA y el riesgo de la transformación cristiana ―de la conversión—
del hombre, está en que ha de seguir siendo hombre, es decir, criatura que se
mueve inteligentemente en las coordenadas de la sensibilidad y del tiempo;
pero que, a la vez, ha de espiritualizar, hasta lo más profundo, la
relatividad de lo creado para referirlo y referirse a sí mismo a Dios. Y que
ha de hacerlo con el "estilo" de Dios. Eso es el "hombre
nuevo", el hombre pascual. Lo cual ya se ha realizado en Cristo y en los
verdaderos santos. |
MORIR
ANTE UN CRISTO DE COBRE |
DE
CÓMO CONVERTIRSE |
VOLVER
A EMPEZAR |
MORAL
POSITIVA |
ELOGIO
DE LA GRACIA |
TIEMPO
LITÚRGICO |
LA
PAZ CRISTIANA |
{1
(41)} |
1.
MORIR ANTE UN CRISTO DE COBRE |
Quiero
un lecho raído, burdo, austero, |
del
hospital más pobre; quiero una |
alondra
que me cante en el alero; |
y
si es tal mi fortuna |
que
sea noche de luna |
la
noche en que me muero; |
entonces,
oíd bien qué es lo que quiero: |
quiero
un rayo de luna |
pálido,
sutilísimo, ligero... |
Como
el último pobre vergonzante, |
quiero
un lecho raído |
en
algún hospital desconocido, |
y
algún Cristo de cobre, agonizante, |
y
una tremenda inmensidad de olvido; |
y
que al tiempo de sentir que me he perdido, |
cojan
la luz y vayan por delante. |
Alfredo
R. Placencia, (poeta mexicano, 1873-1930) 2 (42) |
{2
(42)} |
2.
De cómo convertirse |
NACER
de nuevo: pasar de muerte a vida, de la oscuridad a la luz, del error a In
verdad, del odio al amor, y creer que todavía estamos a tiempo para
transformar la tierra en cielo y que se puede vencer el mal por la
sobreabundancia de bien. Creer que es posible un cielo nuevo y una tierra
nueva. Creer todo eso y procurar no perdernos en vaporosidades teóricas o
idealizaciones estéticas inútiles. Creerlo y ponerse en camino, radicalizando
el esfuerzo, sabedores de lo que deseamos y hemos de construir pacíficamente,
porque queremos: porque sabemos, porque es posible y, sobre todo, porque Dios
lo quiere y confiamos en el don de su fuerza para perseverar. Esa fe, sin
pretender hacerla compatible con transigencias componedoras que nos
permitieran servir a dos señores, sin Artificios engañosos, sin ceder a
seducciones, esa te está en la conversión. |
La
primera conversión siempre es un acto de fe; comienza siempre en la apertura
de la mente y corazón al aldabonazo de la llamada de Dios, que pasa cerca,
que hasta percute con el dolor para despertarnos de los letargos
acomodaticios, de los pactos de la pereza, de los egoísmos que nos encierran
y resecan. |
Porque
comienza con la fe, es preciso unir a ella nuestro pensamiento, no para
hacerlo compatible con las verdades divinas, sino para que devenga
instrumento de la decisión radical de nuestra aceptación y entrega a Dios.
Por eso, lo primero, las ideas; ideas para la fe, dignas de ella. Y,
enseguida, ponernos a la obra: pensar y hacer, y hacer el bien. Pensar para
hacer el bien, porque es haciendo todo el bien posible cómo las ideas
originales se nos perfeccionarán, purificándose, estilizando el sentido de la
verdad que las engendró. La sabiduría que no sirve para la acción, es inútil
para la vida, pero es para la vida que hemos de mirar, buscar y encontrar a
Dios. |
Mas
no bastan las solas buenas ideas como instrumento de la fe o desarrollo de la
misma; ni acaba de bastar que nos dediquemos a la acción {3 (43)} buena con
presteza y generosidad pura, sino que, además, hemos de enmendar lo torcido,
lo malo, lo que estorba en nosotros. Ahí a veces radica el error en nuestros
cálculos precipitadamente optimistas. Lo malo, lag claudicaciones de nuestra
voluntad que, miradas las cosas serenamente, se inhibe o retrasa en lo bueno
que puede hacer y no hace, en lo malo o perjudicial que no enmienda, en lo
debido e inacabado que aplaza, constituyen el lastre que paraliza y hasta
detiene el proceso de ascenso y conversión urgido por nuestro compromiso
bautismal. Cuando esto ocurre ―y ocurre con frecuencia―, lo más
de lamentar no suele ser lo que nos pueda afear o parecernos importante en
cada ocasión o en todas ellas, sino la Actitud sostenida de rechazo, de
dejadez, aunque parezca pequeño lo que dejamos marchitar o despreciamos. Hay
que creer y pensar bien, hay que hacer el bien, y hay que corregir (sin
escrúpulos, pero diligentemente) el mal. La expansión práctica de una
auténtica vida de crecimiento en la fe, necesita de esta llamémosle técnica
elemental. |
{4
(44)} |
3.
Volver a empezar |
EL
MISTERIO de la vida, la fuerza del amor y la inexorabilidad de la muerte
constituyen los tres temas perpetuos del pensamiento humano y de la
conciencia de cada hombre, no cegada por pasiones perversas o distraída por
la pereza. Se trata de vivir, aunque no acabemos de entender toda la
profundidad de ese poseernos y movernos mientras todo se arremolina en torno
a la conciencia inmanente de la propia existencia, rica y pobre a la vez, del
tiempo que fluye sin detenerse y perdiendo la huella de los propios pasos.
Vivimos, es decir: somos, estamos, nos movemos, conocemos, decidimos,
obramos, y somos capaces de entusiasmarnos por el bien hallado, por el
recibido, por el bien creado y compartido. Que es a lo que llamamos amor. |
Amamos,
o pensamos que lo hacemos cuando nos sentimos capaces de apostar todo lo que
somos y podemos. El amor es, en realidad, la única fuerza del hombre, aunque
se llame fortaleza a otras cosas que en vano lo suplantan o lo intentan
destruir. El hombre puede según lo que ama. El amor le hace siervo y señor a
la vez: siervo sin humillación, señor sin altanería. Ser, poder y amar. Y ser
para poder amar. |
Por
eso hay que agradecer la existencia ontológica recibida por las capacidades
de enamoración y de multiplicación y comunicación de bien que encierra, como
un tesoro latente a punto de amanecer magnificado por el impulso generoso y
gozoso, agradecido y feliz, de tanto bueno y bello recibido y compartido,
descubierto y creado. |
El
amor es nuestra fuerza y es, como dice la Biblia (Cant 8,6), más fuerte que
la muerte, porque sólo el amor la vence. Venciola el amor de Cristo y la
vencemos los creyentes {5 (45)} en la medida en que entramos en la corriente
transformadora de este amor, y también amamos. |
Vida,
amor y muerte, aunque muerte vencida, en oposición al espíritu del mundo que,
temeroso de la muerte y, en búsqueda avariciosa de seguridades al margen del
amor, pretende acumular fuerzas que la sepultura pudre, que los ladrones
arrebatan o la polilla destruye, generando por la codicia, envidias y odios y
desatando rivalidades y luchas por defender una vida sin amor, pero abierta
locamente a una muerte sin remedio. |
Ni
las armas —todas malas e hijas del pecado―, ni las leyes de los hombres
—buenas unas, malas otras― bastarán a defender la vida ni a estimular
el amor. El escándalo de nuestro mundo está en haber supuesto que se había
convertido, que ya era cristiano, cuando resulta que, a pesar del abuso de
los nombres y de las autocalificaciones, el Bautismo cristiano le ha
resbalado, por lo cual estamos todavía a punto de comenzar, o poco menos. |
{6
(46)} Por eso habrá que volver a las actitudes de los primeros cristianos,
inermes y sin leyes protectoras, pero que supieron agradecer la vida, y
llenarla de amor, de entusiasmo por el bien, de un bien que no cabe en el
tiempo y que no muere con la muerte. |
Hemos
de comenzar a ser, otra vez, cristianos, en el misterio de esta vida en la
que Cristo entró y nos acompaña, para comunicarnos el vigor espiritual que
nada puede destruir y que anticipa la participación gratuita de su paz, que
no es como la que, en vano, pretende asegurar y mantener el mundo. |
Hemos
de volver a empezar porque el mundo todavía no ha descubierto para qué es y
lo que vale la vida; porque todavía no es libre para amar; porque nosotros
mismos, los cristianos, no hemos acabado de entender el misterio de amor,
para Dios y para el mismo mundo, que nuestra vida encierra. |
Ese
«tesoro escondido en el campo» de la historia humana no se puede amparar en
leyes que lo defiendan, sino que se alcanzará solamente por quienes «vayan a
venderlo todo para poderlo adquirir». No se trata de criticar, de lamentarse
demasiado, sino de ponerse en camino para quien se fíe totalmente de Dios.
Para ese tal, la vida será un reto para el amor, y la muerte no existirá. |
La
Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la
resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día
que es llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día,
los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y
participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la
gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva
esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1ª Petr 1,
3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e
inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y
de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser
que sean, de veras, de suma importancia, puesto que es el fundamento y el
núcleo de todo el año litúrgico. |
Concilio
Vaticano II, Const. Lit., nº 106 |
Los
cristianos sabemos que el dolor —cuando es rectamente asumido— es semilla de
resurrección... A pesar de todos los signos negativos, invitamos a la
esperanza. La esperanza es una virtud esencialmente cristiana. Se basa en la
certeza que tenemos de que Dios ha asumido, en la muerte de Jesucristo, todos
nuestros dolores y fracasos, y en su resurrección ha vencido todo mal. |
Su
vida es más poderosa que la muerte. |
Conf.
Episcopal Chilena, 17.12.1982 |
{7
(47)} |
4.
MORAL POSITIVA |
ES
VERDAD que la bondad siempre consiste en la afirmación mantenida del bien,
antes que en la negación del mal. |
No
se es bueno porque no se es malo, sino que no se puede ser malo porque se es
bueno. La moral ―la buena moral— siempre es positiva. Pero este
compromiso con el bien, primero y radical que, por principio, excluye la
compatibilidad con desviaciones negativas, no se traduce, a nivel práctico y
humano, en lo que la teoría exige. |
Nuestra
conducta no suele ser tan rotunda ni absoluta. Lo cual no puede llevarnos a
la preocupación (a la previa ocupación) de remover impedimentos morales
mediante el trabajo de la negación progresiva y mantenida de males. Lo previo
ha de ser la elección del bien y el movernos por él y hacia él, tan
plenamente como podamos, de modo que no queden energías desperdiciadas; no
debiéramos "tener tiempo" para nada malo... Una dedicación a tope
en lo bueno, no deja resquicios para lo negativo, para las claudicaciones u
olvidos de la humana debilidad. |
Pero
el hombre, limitado y débil, y porque de un modo simultáneo no alcanza a
conjugar perfectamente la teoría con la práctica de lo que va descubriendo
como bondad, no puede descuidar la vigilancia sobre sí mismo, consecuente (no
previa) al reconocimiento y elección del bien y al propósito y actitud
mantenida de dedicarse a él. |
El
hombre no ha de estar preocupado por el mal, pero ha de vigilar las posibles
desviaciones del bien los retrasos, las claudicaciones, la tentación de la
pereza y del egoísmo. Por este motivo, aunque la moral cristiana ha de ser
esencialmente positiva, esa dedicación por la que pretendemos afirmar con la
actitud conducta de nuestra vida la incorporación al sentido dinámico de la
bondad que se desprende del Evangelio, no puede excluir el reconocimiento de
la propia realidad. Lo contrario sería ilusión o soberbia. Y, por lo tanto,
después de aclarar y afianzar la actitud previa por la que se elige el bien y
se dedica la vida a él, será preciso no negligir la labor vigilante, para ir
corrigiendo, aunque sin dejarnos tentar de la angustia, las posibles equivocaciones
y consecuencias de la flaqueza evidente que la realidad nos descubre. Moral
positiva, cierto. Pero "hay que corregirse", hay que enmendar la
conducta, hay que revisar la indolencia de hábitos a desterrar, hay que
seguir adelante y convertirse un poco más cada día. |
{8
(48)} |
5.
ELOGIO DE LA GRACIA |
LA
RAZÓN justamente nos ha sido dada para trabajar la gracia mientras ésta se
halla en quietud; pero así que la acción de la gracia empieza, hay que
dejarla hacer, hay que dejarnos hacer por Dios en ella, pues en ella misma
actuará entonces todo lo que la razón haya trabajado, sin que ésta venga en
aquel momento a perturbarla con su soberbia. Porque la razón es soberbia de
sí y todo lo quiere arreglar; y mientras estamos en esta naturaleza humana
hay que obedecer su carácter mixto: trabajarla en parte con nuestro poquito
de razón, y dejarla en su parte mayor inconsciente en la mano de Dios que
sólo puede llevarla. Porque si todo lo damos a la razón y queremos que ésta
rija no sólo su parte, sino también la de la gracia, ¿qué le dejamos a Dios?
¿Por ventura somos ya todos Dios? Cuán lejos estamos de ello nos lo dice el
fervor con que le invocamos, en una u otra forma, en los mayores trances de
nuestra vida. Dejemos pues libre la acción a la gracia, después que la razón
haya trabajado en la quietud, y a reserva de trabajarla de nuevo y siempre de
nuevo, cuando, habiendo actuado, su quietud deje vacante el imperio. Entonces
podremos examinar lo que hayamos hecho, y poner en la gracia dormida un nuevo
impulso confortador o rectificador, para que lo encuentre en sí cuando
despierte y lo actúe en sí a su manera. |
Así
obra Dios alternativamente en nosotros tratándonos de igual a igual, ya
paternalmente, ya como individuos racionales, ya como universo del que el
individuo se va todavía desprendiendo. Lo primero por medio de la razón que
por este mismo tratamiento de igualdad es muy expuesta a soberbia; lo
según-por medio de la gracia que, como producción directa de Dios en nuestras
acciones, guarda aún el calor de la mano soberana del Criador y tiene aquel
encanto de la humildad tan proporcionado a nuestra naturaleza de criaturas. |
Joan
Maragall 9 (49) |
{9
(49)} |
6.
TIEMPO LITÚRGICO |
|
LA
LITURGIA es la celebración del misterio cristiano. Algunos han dado en llamar
tiempos "fuertes" de la liturgia, o del "año litúrgico",
a las etapas del calendario de especial intensidad ritual y celebrativa. Pero
es difícil asignar demasiado categóricamente, tanto el principio como el fin
cíclico de tales celebraciones, como inclinarse para dar énfasis a alguna de
ellas. El misterio cristiano nos envuelve y nos ocupa a través de todo el
camino temporal, y no precisamente como una insistencia cíclica, sino como un
progreso más bien lineal que propende a recapitularse en Cristo, {10 (50)}
principio y fin de todo, y razón vida de la Iglesia. Frente a cada cristiano
y para la Iglesia, el misterio de Cristo se desenvuelve y desarrolla, no como
una reiteración, sino como una participación creciente, que mantiene la
constante del sentido pascual, como dinámica liberadora y como inserción y
participación en la vida de Cristo, todavía esperado, todavía predicado,
todavía muriendo y resucitando en el mundo y en la Iglesia. Esto es lo que
constituye el misterio cristiano, no reducible a ideologías enajenantes ni a
moralismos tranquilizadores o farisaicos, ni a inocente folklore. |
El
misterio cristiano y la simbología de la liturgia están enlazados para
manifestar, en el tiempo, la significación sagrada que tiene para el hombre,
el recuerdo y la celebración de la Pascua. Todo converge hacia ella y todo de
ella se deriva para el creyente, el cual, a partir del Bautismo, está abocado
a la tensión transformadora del primer "transformado", del
Resucitado. Esa tensión podemos subrayarla, más o menos, en uno u otro tiempo
de nuestros calendarios, pero en realidad es una urgencia constante en el
transcurso de toda nuestra vida temporal, por encima de cualquier convención
o simbolización {1ç {11 (51)} ritual. Aunque el rito nos sirve porque expresa
el tiempo o momento sacramental en que Cristo se encuentra con los hombres y
con ellos se comunica. Por eso podemos decir que tiempo litúrgico equivale a
tiempo sacramental, y lo es, para todo el misterio cristiano, el año, el mes,
la semana, el día... e incluso el instante en que el símbolo recrea la acción
ritual en el seno de la Iglesia. |
Ese
misterio de muerte y vida en Cristo, y también de tensión espiritual
sostenida, es la Pascua, incesantemente evocada por su celebración en la
comunidad de los hijos de Dios. |
Tiempo
litúrgico que está por encima de la monotonía repetitiva de fiestas y
celebraciones y que no tiene principio ni fin: que comienza siempre y busca
su fin en el reino de Dios, hacia el que permanece abierto, desde el tiempo,
para la eternidad, no como una huida de las contingencias, sino como una
transformación trascendente, porque en esa trascendencia insiere lo temporal,
superándolo, elevándolo, arrastrándolo consigo, liberándolo para Dios, en
Cristo Jesús. |
Por
esas razones no podemos esclavizarnos en el marco de las divisiones
temporales de las mediciones que tomaron como referencia la luna o el sol,
adoptadas por las culturas antiguas y tenidas en cuenta en Israel y en Roma,
a pesar de que el Cristianismo las utilizase como cañamazo sobre el que teje
y multiplica la conmemoración ritual del misterio de Cristo, es decir, la
liturgia. Porque la celebración del misterio de Cristo no se nos presenta
como un perpetuado retorno anual, sino como la memoria sacramentalizadora y
vivificante de un desarrollo y crecimiento en Cristo y de Cristo en nosotros,
es decir, la Iglesia. |
Debemos
poner más claramente la Pascua, sus Sacramentos y sus ritos, en primer plano
de nuestra valoración religiosa, ya que es el centro del designio divino en
nuestra salvación: los dos sacramentos principales de los que recibimos la
salvación, el Bautismo y la Eucaristía, son los que con clara evidencia
derivan del misterio pascual. Para los cristianos creyentes, una vez
purificados, es un revivir en la Muerte y Resurrección del Señor. |
PABLO
VI |
Si
la Iglesia es el movimiento de retorno de las personas hacia Dios, de hecho
este retorno sólo se puede realizar en Cristo, el cual en tanto que es hombre
es el camino a seguir para alcanzar a Dios. |
Sto.
Tomás de Aquino |
{12
(52)} |
7.
Documento: LA PAZ CRISTIANA |
TODO
el Antiguo Testamento es una nostalgia de la paz paradisíaca que el anuncio y
la esperanza de un Mesías restituirá y extenderá a todos. Jesucristo es este
Mesías que renueva la exigencia universal de la paz, con la entrega de su
vida y el misterio de su muerte y resurrección. Reproducimos algunos párrafos
más significativos de un trabajo de Xavier Pikaza, profesor de la Filosofía
de la Religión en la Universidad de Salamanca, cuyo interés subrayan las
carreras armamentistas y la proliferación de tantas violencias,
institucionales o subversivas, que padece nuestro mundo. |
Exigencia
universal de la paz |
Jesús
es, ante todo, hombre pacífico: no adelanta el reino por la fuerza, no lo
quiere imponer por la violencia de la guerra, sino que lo presenta como
gracia que nos lleva al cambio y conversión de la existencia. |
Jesús
fue hombre exigente. Su paz no implica falta de interés, sino valoración
distinta de la vida: lo que importa es que los hombres se desplieguen y
realicen como humanos, en actitud de fe y en gesto de apertura hacia los
otros. Allí donde el viejo Israel hubiera puesto la urgencia de la guerra
Jesús ha situado la exigencia del servicio interhumano. |
Finalmente,
Jesús ha sido un hombre universal. En su camino van desapareciendo los
límites que escinden a perfectos e imperfectos, buenos y malos, judíos y
gentiles. |
Este
universalismo pacífico de Jesús se sitúa en la línea de la fe de los
profetas: poniéndose en las manos de Dios sabiendo que no existe salvación
sino en un {13 (53)} gesto de confianza, el hombre se define como humano
entregando su existencia en manos del misterio, más allá de todos los
cálculos de tipo político o social. Dicho eso, debemos añadir que esa fe se
ha explicitado en un gesto de servicio en favor de los demás: el que confía
en Dios está llamado a crear un espacio de amor activo que se extiende hacia
los otros, suscitando condiciones de confianza y convivencia. Finalmente,
todo el gesto de Jesús está cuajado de esperanza: sabe que el reino está
llegando, tiene la certeza de que irrumpe en esta tierra; se ha cumplido la
palabra escatológica que en otro tiempo presentaron los profetas; surge el
mundo nuevo de verdad y salvación para los hombres, por medio de una ofrenda
austera y exigente de vida. |
Mediación
de los pobres |
El
universalismo pacífico de Jesús se explicita y culmina como oferta de ayuda a
los necesitados, a través de un doble corrimiento que podemos definir de esta
manera: a) del poder a la impotencia; b) de lo político a lo humano. |
Hay
un corrimiento del poder a la impotencia. La esencia de la guerra consiste en
la búsqueda y conquista violenta del poder; pues bien, Jesús renuncia por
principio a la toma del poder y se sitúa en un espacio de impotencia activa
que confía en la transformación del hombre y en el salto cualitativo hacia
una forma de existencia que no sea impositiva. La toma del poder continúa
generando siempre actitudes de poder; sólo se consigue y perpetua por la
fuerza impositiva, como saben Mt 20, 25; 23, 8 ss. |
Por
el contrario, la apertura de Jesús a la impotencia se realiza de una forma
pacífica, por medio de la ofrenda de la vida, en gesto de absoluta gratuidad
que hace posible un nuevo tipo de realización humana. |
Pobreza
y servicio |
Por
eso existe, al mismo tiempo, un corrimiento de lo político a lo humano. Jesús
no se ha propuesto transformar la estructura política. Tampoco se pone a
reformar el entramado sacral de su pueblo. Lo que hace es mucho más profundo:
se sitúa sobre el campo abierto de lo humano, en un espacio de universalidad
que se define, a mi entender, por estos componentes. a) Por la pobreza: el
gesto de Jesús implica un descubrimiento de la internacional de la pobreza;
en su camino desembocan los desheredados de todas las leyes, los marginados
de todas las {14 (54)} imposiciones, los derrotados e incapaces de todas las
batallas, los enfermos, leprosos, prostitutas. Sobre ese trasfondo ha
extendido Jesús el signo de riqueza del Evangelio, la esperanza del reino, la
palabra de humanidad donde los hombres se descubren como hermanos, más allá
de toda imposición y toda guerra. b) Por el servicio: |
superando
las políticas y normas que tienden a perpetuarse a sí mismas, Jesús ha
presentado ante los hombres su palabra de servicio; la vida adquiere sentido
donde el hombre ayuda a los que están necesitados. De esa manera se establece
lo que podríamos llamar la internacional del servicio interhumano. |
Allí
donde se cruzan estos dos caminos (de pobreza y servicio) viene a suscitarse
lo que se pudiera llamar la revolución universal de Jesús. |
La
tensión guerrera del Evangelio se traduce de manera explícita en la lucha
contra lo diabólico. En ella se asumen y cultivan, en otra dimensión, los
símbolos violentos del Antiguo Testamento. Con esto penetramos en una de las
paradojas más significativas del Evangelio: |
nadie
como Jesús ha renunciado a la violencia como enfrentamiento entre los
hombres; pero nadie ha resaltado con más fuerza la exigencia de luchar contra
el poder de lo diabólico que rompe y atenaza, disgrega y aniquila la
existencia libre de los hombres. |
Lucha
antisatánica |
Jesús,
el hombre pacífico por excelencia, es a la vez el más guerrero: actúa sin
cesar como exorcista; va ayudando, en gesto poderoso a las personas que
parecen poseídas por espíritus y fuerzas demoníacas; se mueve siempre en
gesto combativo, nunca cesa de oponerse a lo que impide que el hombre sea
humano. En este contexto se emplean símbolos guerreros: Satán aparece como el
fuerte que domina la casa de este mundo: pero viene otro más fuerte, viene
Dios y su enviado Jesús que le domina y le destruye (cf. Mt 12, 22-32).
Estamos dentro de la gran batalla decisiva, escatológica, y Satán cae
vencido, rueda desde el cielo como un rayo (cf. Lc 10, 18). |
De
pronto descubrimos que todo el Evangelio ha interpretado el conjunto de
exorcismos y la vida de Jesús en forma de combate escatológico del hombre que
se enfrenta contra aquellos poderes inhumanos que amenazan destruirle. |
{15
(55)} En este proceso hay un momento de espiritualización: |
Jesús
no destruye a los opresores, no mala a los poderosos; simplemente va creando
un campo de existencia donde pueda superarse lo diabólico. Cuando plantea su
batalla, Jesús sabe situarse en las raíces del problema: |
quiere
transformar el árbol de la vida a fin de que después sus frutos sean buenos. |
Pienso
que esta lucha antisatánica resulta necesaria en nuestro tiempo. La paz de
Jesús sólo es posible allí donde nos comprometemos, en bien de los pequeños y
abatidos de la tierra, a luchar contra las fuerzas que actualmente nos
impiden ser humanos. De esta forma descubrimos que el pacifismo de Jesús no
significa pasividad; no se trata de dejar que las cosas sigan como estaban;
pacifismo significa lucha por el hombre, esfuerzo por lograr una libertad que
nos permita vivir en la armonía del servicio mutuo, en la línea de las dos
universales de Jesús que hemos trazado (de los pequeños y de aquellos que
sirven a los pequeños). |
Dentro
de esta batalla que Jesús entabla en contra de lo demoníaco debe
interpretarse el gesto de la entrega de su vida. Allí donde la guerra clásica
pretende quebrar la resistencia de los otros, destruyéndoles si fuera
posible, Jesús ha situado su entrega personal como gesto de violencia que
destruye la violencia, como muerte que protesta contra todas las muertes del
combate de la historia. |
Dentro
de ese proceso queremos destacar tres elementos: |
conquista
de Jerusalén, toma del templo, muerte en el Calvario. |
Subida
hacia Jerusalén |
Lo
primero es la conquista de Jerusalén. La lógica de la guerra santa de Israel,
en tiempo de la vida de Jesús, se dirigía a la conquista militar de la ciudad
de las viejas tradiciones: así lo harán celotas sicarios algunos años {16
(56)} más tarde (66-70); es lo que hicieron ya los macabeos. |
Podemos
afirmar que también Jesús ha conquistado Jerusalén; lo ha hecho de un modo
provocativamente creador, en gesto hiriente de hondura y de grandeza: viene
sin armas, como rey manso y pacífico, rodeado por un grupo de entusiastas
mesiánicos (cf. Mt 21, 1-11); viene para ofrecer la paz, en actitud de amor
que hace estallar todos los odios y violencias de la guerra impositiva (cf. |
Lc
19, 41-4). Por el mismo camino que entraron, con un mismo ideal de violencia,
guerreros y reyes, conquistadores y bandidos, llegó Jesús a su ciudad y
conquistó Jerusalén para la paz eterna de los hombres. |
Esa
conquista culmina en la toma del templo. Quisiera evocar el simbolismo que en
la historia de Occidente han suscitado la toma de la Bastilla o del Palacio
de Invierno de San Petersburgo. También celotas sicarios tomaron en su día el
templo de Sion, en gesto lleno de posibilidades estratégicas y resonancias
religiosas. Pues bien, para nosotros los cristianos sólo hay una
"toma" que resulta verdaderamente significativa: la de Jesús que,
llevando en una mano el látigo de la purificación religiosa y en la otra la
purificación para los pobres de la tierra, entra en el templo y realiza el
gesto de limpiarlo. |
Esa
entrada se define, a mi entender, por tres matices: a) No se expresa como
guerra ni se hace por las armas: |
Jesús
viene a pecho descubierto, sin clarines de combate ni ruido de batallas. b)
Entra en gesto de purificación: |
no
ejerce su violencia en contra de los hombres, sino en contra de un sistema
demoníaco, que ha convertido el espacio religioso en lugar de compraventa y
búsqueda económica; el látigo de Jesús no es arma de combate que se emplea en
contra de los hombres; lo que intenta destruir es la estructura religiosa
esclavizante. c) Jesús abre el templo a los marginados (cojos, ciegos,
niños): hay en su gesto una especie de inmensa inversión; el templo de lo
humano, en su apertura a Dios, empieza a ser el hombre abandonado (los
enfermos), el hombre que recibe agradecido el don del reino y canta lo
mesiánico (los niños) (cf. Mt 21, 12-17). |
Entrega
de la vida |
Todo
culmina en la muerte del Calvario. A Jesús se le condena en una especie de
"juicio de guerra": la guerra religiosa de los judíos, que
defienden su ley por encima {17 (57)} de la vida de los hombres; la guerra
religiosa de los romanos, que sacrifican la vida de Jesús en aras de la
seguridad del imperio. Pero esa muerte de Jesús ha transformado toda la
lógica de este mundo: Jesús no ha muerto por debilidad, sino por creatividad;
no por cobardía, sino porque ofrece a los hombres un camino diferente de
humanización. Sobre el fondo de su Cruz quiebran todos los esquemas
impositivos; la lógica de las armas pierde su sentido. Lo que importa es el
camino de la vida que se ofrece hasta la muerte, la vida que se entrega por
los otros, en confianza creadora y transparencia. Precisamente allí donde la
guerra de este mundo le ha matado, inaugura Jesús un camino de transformación
pacifica que triunfa en la Pascua y se predica por medio de la Iglesia. |
El
camino de la Iglesia |
La
Iglesia inicia su camino sobre el fondo de la paz de Jesucristo y lo
explicita en su palabra y experiencia. |
En
el principio de la Iglesia está la predicación de paz. Ella anuncia que la
paz existe, está fundada en Jesús, en su victoria sobre los poderes de este
mundo, en su apertura hacia la gracia. Esta predicación de la paz habrá de
ser testimonial; desde Mt 10, 9-13, sabemos que la misión de la Iglesia sólo
tiene sentido en actitud de total desprendimiento, lejos del poder impositivo
y de los gestos de violencia. El enviado de Jesús marcha indefenso, sin
dinero, sin resguardos sociológicos; se presenta ante los hombres les dice:
«que la paz sea con vosotros»; es la {18 (58)} paz de la vida como gracia, la
paz de la fraternidad, la paz donde resulta posible y necesario superar toda
imposición, desde el Cristo que ha muerto y ha resucitado. |
El
ideal evangélico |
En
el centro de la Iglesia está el esfuerzo por construir la paz. Los cristianos
realizan ese camino a través del seguimiento de Jesús, asumiendo sus gestos,
cumpliendo sus palabras. Esa paz se vive en un mundo conflictivo. En ciertos
momentos, la Iglesia ha pensado que todo su ideal de paz es compatible con
actividades de violencia; por eso ha promulgado cruzadas, ha bendecido
cañones, no acaba de condenar formalmente los ejércitos del mundo. A mi
juicio, esto se debe a una imperfecta comprensión del Evangelio: la
radicalidad del camino de Jesús sólo se vive allí donde el cristiano renuncia
a la violencia guerra, no por cobardía, sino porque se encuentra empeñado en
suscitar un modo diferente de ser hombre. Pienso que camino de la paz
eclesial continuará siendo frágil; pero esa fragilidad no puede impedir que
se interpele el tipo de violencia organizada en que vivimos; ciertamente, la
Iglesia no puede disolver los ejércitos del mundo, pero debe decir a sus
cristianos que la guerra es mala y toda preparación para la guerra
(armamentos, ejércitos), tomada por sí misma, es ya perversa; ciertamente la
Iglesia no puede quebrar la estructura militarista de los modernos Estados,
pero debe anunciar con toda fuerza que el modelo combativo que presentan los
Estados resulta ya perverso, demoníaco. Quizá debamos abrir mejor los ojos,
empaparlos de Evangelio y descubrir que este entramado de violencia en el que
estamos constituye ya pecado. Combatir la guerra sin violencia impositiva;
tal es, a mi entender, el ideal del Evangelio que la Iglesia ha de asumir
ahora con toda fuerza. |
Finalmente,
dentro de este mundo malo, en medio de sus propias estructuras ambiguas, la
Iglesia ha de atreverse y se atreve a celebrar la paz, sea en la eucaristía,
sea en el sacramento de la reconciliación. Es la paz que reasume el gesto del
Calvario, que concretiza el camino de Jesús en nuestro tiempo y anuncia su
victoria escatológica. Evidentemente, esa celebración sólo tiene sentido allí
donde, al menos, se comienza a creer en la paz, viendo inicialmente su
misterio. |
No
impulso a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar,
bajo la guía del Espíritu, la misma obra de Cristo, quien vino al mundo para
dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no
para ser servido. |
Vaticano
II, Const. Iglesia y mundo, nº 3 |
|