Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
205. JUNIO. Año 1983 |
0.
SUMARIO |
CRISTO
se proyecta en la Iglesia en la medida en que los hombres, por la fe y la
caridad, se abren al Espíritu y superan el propio egoísmo, dando cauce al
plan de Dios para construir una humanidad nueva. Los santos respondieron a
este llamamiento y convirtieron sus vidas en anuncio del mismo. Por esto,
junto a Cristo, han sido y son los pilares de la Iglesia, como Reino de Dios
que ya comienza aquí en la tierra. |
LA
IGLESIA, PARA VIVIR UNA VIDA |
ORATORIO,
ORACIÓN |
CÓMO
FUE POSIBLE LA IGLESIA |
EL
GRAN NEWMAN |
TRES
NOMBRES Y EL DE JESUCRISTO |
EL
MISTERIO DE LA IGLESIA Y NEWMAN |
IGLESIA
Y MUNDO |
{1
(101)} |
1.
LA IGLESIA, PARA VIVIR UNA VIDA |
CRISTO
no ha venido a este mundo para echar un discurso o dictar un libro para ser
rápidamente difundido, y partir enseguida, satisfecho de habernos dejado un
sistema de ideas. |
Él
ha venido para fundar una vida. Y contrariamente a lo que siempre intentaron
los sociólogos, desde antiguo hasta hoy, él, fundando una vida, ha fundado
una sociedad, como resultado de esta vida. Su verdad fue, desde los orígenes,
como aún lo es ahora, el alimento de esta vida y el cimiento unificador de
esta sociedad. Fue vivida, fue pensada, fue predicada antes que escrita. Y
finalmente fue escrita para ayudarnos a pensar, a hablar de ella, a
predicarla para hacerla vivir en adelante. |
La
verdad de Cristo contenida en el Evangelio... es una semilla depositada en el
seno de la Iglesia y, por la Iglesia, en el de la humanidad... La Iglesia es
el órgano viviente de la verdad viviente de Cristo. Ese es el testimonio que
ella ha trasmitido a través de los tiempos: que sólo lo transmite de manera
eficaz en la medida que incesantemente lo desarrolla y hace fructificar. Lo
que fue la ley del pasado sigue siendo la ley del presente, como lo será para
el futuro. Y es hermoso que suceda así. Todas las generaciones sucesivamente,
y en cada generación, todos los individuos, desde los más humildes a los
mayores, cada uno a su manera, y conforme a su posibilidad, han sido llamados
a concurrir para edificar en el mundo la verdad de Cristo. |
Lucien
Laberthonniére, (de l'Oratoire de France: 1860-1912) 2 (102) |
{2
(102)} |
2.
Oratorio, oración |
PASADA
la fiesta de nuestro Santo, queda siempre en el ambiente de la conmemoración,
el interés por aquello que pudiera parecer esencial a su espiritualidad. Pero
resulta muy difícil ceñirnos demasiado a definiciones y aun a descripciones.
Puede servirnos la enumeración, pero con la condición de dejar abierta la
lista de lo que pudiéramos considerar como característica de su espíritu.
Así, podemos referirnos a la oración, la caridad, la libertad, la alegría, la
sencillez, el buen gusto, el desprendimiento, la humildad... Y suponer que de
todas estas palabras, la de la «oración» debió serle particularmente grata a
san Felipe, pues ella sirvió, antes que otra, para dar nombre a aquellas
reuniones más o menos informales, poco numerosas, en las que se comentaba
algún trozo de la palabra de Dios, o de la vida de los santos, o de la
historia de la Iglesia, o de algún suceso que tuviera interés cristiano.
Aquellas reuniones se llamaron, efectivamente, «el Oratorio del P. Felipe»,
nombre que no era totalmente original, pero servía bien para identificar el
sentido espiritual que presidían tales encuentros. Por otra parte, decir a
secas que san Felipe era el santo de la oración, es confirmar algo cierto
que, sin embargo, también se ha de predicar de todos los demás santos. ¿O
sería posible imaginar un verdadero hombre de Dios, que no lo fuera de
oración intensa? |
Lo
que ocurre es que, en san Felipe, no sólo tenemos singulares ejemplos de su
vida de oración, sino que solamente ella nos proporciona el secreto de lo que
pudieran parecer singularidades, de otro modo incomprensibles o chistosas,
como por ejemplo la del anuncio de su muerte, que se produce no como
culminación o desenlace de una enfermedad, sino como resultado de una
experiencia espiritual que va madurando el alma hasta que, por decirlo de
algún modo, ya no cabe en el cuerpo y necesita «estar siempre con Dios» (Tes
4, 16). |
Algunos
biógrafos del Santo atribuyen a espíritu profético el hecho, casi divertido,
de que san Felipe anunciara su muerte, hasta llegar a precisar {3 (103)} el
día y la hora, a medida que el momento se iba aproximando. Los médicos decían
que estaba bien, pero él insistía en que no le comprendían, y echaba cuentas,
que tomaban como obsesiones de viejo, los que le conocían menos, y vino a
resultar que fue exacto en la predicción y el suceso. |
Y
todo fue en paz, gozosamente, sin dejar de ocuparse en lo de siempre,
manteniendo la atención a quien le visitaba... «Y ahora me voy a morir», Y
murió. |
Dios,
para él, no era un ser lejano, sino un Amigo, y la oración era conversar con
él. Murió ―es decir, vivió definitivamente para Dios― porque fue
la hora, sin trastornos ni dramas lacrimógenos. «Los que aman a Dios no temen
la muerte, sino la vida», solía decir. |
San
Felipe, el santo de la alegría, pensaba siempre en eso que llamamos muerte,
pero que a él le situaba en la cercanía de Dios, como regazo de paz, como
descanso de amor, como luz en el alma, como gozo divino que da fuerzas para
las penas o soledades terrenas, y capacita para dar alegría a los demás, y
convierte la vida terrena en antesala del cielo. Llega la hora, realmente
presentida, en que la «amistad divina» ha de resolverse en la muerte. Porque
el amor y la muerte, en recíproca medida, compactan la vida de los santos y
su enamoramiento de Dios. ¿O qué puede ser la oración, sin que consista en la
respiración del alma, convertida en cielo? ¿Y qué otro sentido puede tener la
muerte para un santo, que no sea la madurez del amor? |
Oratorio,
oración... Sí, es adecuado y es bello este nombre para las obras de san
Felipe, santo de la oración. Si pensamos que no sabemos hacer oración,
pensemos un poco en la muerte, y la oración será fácil. |
{4
(104)} |
3.
Cómo fue posible la Iglesia |
LA
IGLESIA es fruto del amor y del dolor de Cristo, es su obra y, al mismo
tiempo, proyección suya a través de la historia de los hombres. Desde nuestra
perspectiva, la acción de Dios, es siempre historia, entra siempre en nuestra
vida y nos fuerza a protagonizar la aceptación o rechazo de su proyecto
universal de bien, su Reino, desde aquí mismo, pero hasta más allá del tiempo
y de nosotros mismos. Esta proposición, como ideal, es sublime. De donde
podemos comprender algo el derroche de que Dios intervenga, a través de la
Encarnación, en nuestro camino temporal y creado, para que de esta manera
tengamos en él mismo la ejemplaridad típica de cómo podemos sumarnos y asumir
su llamamiento. A la respuesta sin regateos le llamamos santidad. A veces
hemos creído —o nos ha convenido creer― que la invitación a la santidad
era sólo selectiva, y así nos hemos conformado con aplaudir a los demás que
la siguieran, manteniéndonos al margen o a la espera, incluso con pretextos
de humildad poco sincera, con la que esconder resignaciones sugeridas más
bien por el egoísmo, o por la comodidad decorosa. |
Pero
Dios llama a todos. Los caminos, los modos serán diversos, pero la vocación a
la santidad ser libres para amar a Dios, es universal. Si es preciso, Dios
manda voceros a las encrucijadas de los caminos, como si forzara a entrar en
su fiesta de redimidos. Los que bien le entienden y son sinceros consigo
mismos, dejan todo y van a él. Los modos serán diversos, pero la exigencia es
siempre la misma y la sinceridad debe ser total: es como un tesoro tan
grande, por el que vale bien la pena venderlo todo para comprarlo; todo lo
demás es secundario. Y el buen arte de responder bien consistirá, no en hacer
compatible la dualidad de servicio al mundo y a Dios, sino en saber {5 (105)}
servir sólo y siempre a Dios, entendiendo sabiamente lo que nos ha de ayudar
a llegar antes a él; porque la creación no se nos da como obstáculo, sino
como medio a sacramentalizar, a convertir en signo de lo santo y encuentro
con Dios. |
Es
peligroso decirlo demasiado deprisa, porque es preciso reflexionar y medir y,
sobre todo, amar puramente (es decir: amar verdaderamente). |
Difícil,
pero posible, porque los santos ―no solamente los canonizados...―
lo han entendido y lo han hecho. ¿Cómo lo han hecho? |
A
trueque de simplificar demasiado, podríamos sobreponer un par de rasgos
comunes a todos los santos, desde los mismos apóstoles. |
En
primer lugar, hay que partir de una desnudez interior. Lo de «ve, véndelo
todo, y luego ven, sígueme», es todavía verdadero, como lo ha sido siempre.
Es una pobreza espiritual ―no meramente intelectual o estimativa―
en la que no caben simulaciones ni cálculos interesados y farisaicos. No se
puede entrar en el Reino para sacarle a Dios ventajas, honores o posiciones
que nos establezcan en seguridades (más o menos relativas) de este mundo. San
Felipe decía: «dadme sólo diez hombres verdaderamente desprendidos, y
conquistaré el mundo para Dios». Y es que, aun para las cosas de Dios, huimos
del riesgo de esa desnudez, incluso como experiencia fugaz. Si bien es cierto
que si le pedimos a Dios que nos haga puros de corazón, nos dará la oportunidad
providencial de experimentarla alguna vez en la vida. Cuando esto ocurriere,
será ocasión de un arranque no imaginario en la comprensión del Reino de
Dios, o inserción de la propia vida en la verdadera Iglesia santa. |
Será
una bendición divina, que nos servirá, si se repite alguna que otra vez, para
entrenamiento de lo que {6 (106)} ha de ser pasar a la Iglesia en triunfo, o
celestial, cuando, maduros en la fe y la vida de Gracia, llegue la hora de
«pasar del mundo al Padre». Solemos pedir poco a Dios estas cosas, que son
las que siempre concede. Se trata de dejar las barcas, y hasta de quemar las
naves, o, por lo menos, de aceptar que Dios nos arranque de ellas. Los que
han hecho algo para Dios, no han sido los gratificados y consolados, los
enmadrados, consentidos, protegidos y mimados, sino los verdaderamente
desprendidos, los «empobrecidos para hacerse ricos en Cristo» y así
enriquecer a los demás en la fe, para la Iglesia. |
La
Iglesia no es una organización, sino un misterio, que toca la historia de los
hombres y que comienza a entenderse desde la pureza de sucesivos
desprendimientos, que facilitan el acercamiento a Dios y descubren la acción
de Dios y su presencia en el camino de los hombres. Ahí está la Iglesia y eso
es la Iglesia. No podríamos imaginar a Pedro, a Pablo, a los demás apóstoles
y santos sin tenerlo en cuenta. Además: sin ellos nosotros no habríamos
llegado al conocimiento de Dios y a la fe en Jesucristo; del mismo modo que
otros no llegarán ahí sin nosotros. La Iglesia siempre es apostólica y el
cristiano siempre es necesariamente, también apóstol. |
La
Iglesia fue posible porque hubo gente que lo dejó todo para seguir a Cristo.
Pero fue un desprendimiento enriquecedor, porque «más que ciento a uno» es la
distancia entre lo meramente mundano y lo espiritual y trascendente. |
Lo
entendieron así los inmediatos seguidores de Cristo y, a través de los
tiempos, lo han ido entendiendo de igual modo los seguidores más afectados
por el Evangelio. |
Y
hay otro rasgo también común a los verdaderos seguidores de Cristo, que es
tomar la vida como un espacio limitado al tiempo. Es decir, tomar la vida
como una proyección hacia lo que la trasciende, lo que implica el pensamiento
de la muerte. En particular san Felipe nos dio ejemplo de pensamiento gozoso
de la muerte, frente al catastrofismo de los milenarismos medievales, en los
que, hasta cierto punto, convergían lo profano de las danzas macabras al uso,
en la ebriez por enajenarse de lo terrible e inevitable frente a epidemias y
guerras desoladoras, y la meditación terrorificante de los novísimos, puesto
el pensamiento en un Dios más amenazador que misericordioso. San Felipe
piensa en la muerte como la hora del encuentro con «quien nos ama». El pensamiento
de la muerte reserena su vida y hace más universal, en el tiempo y en las
cosas, la visión {7 (107)} de la existencia, como algo positivo, que toma el
tiempo de la vida como entrenamiento para el amor. |
Los
dos rasgos a que hacemos referencia se encuentran especialmente manifestados
en los santos que han tenido más que ver con la Iglesia, en el momento de su
fundación y en los momentos históricos de su reforma. Pues algo parecido
podríamos decir y detallar, no ya de los apóstoles y primeros cristianos, en
los que con frecuencia el martirio resumía ambas disposiciones, sino también
de los santos de principios de la Edad Media (Antonio, Atanasio, Benito,
Jerónimo, Agustín...), y de los de finales (Francisco, Catalina de Siena,
Ramón Llull...) Por lo tanto, cada vez que, de corazón, deseemos una Iglesia
mejor, tenemos en ellos el ejemplo de que aprender. Ejemplo que, por otra
parte, se contiene y resume en Jesucristo, en el que converge el gran
empobrecimiento de la Encarnación con el ardiente deseo de volver al Padre. |
Imaginar
la posibilidad de una Iglesia surgida de otro modo, crecida de otra manera,
sería reducirla a un burocratismo más o menos idealista y benéfico (donde los
buenos administradores eficientes medran), de dimensiones colosales si la
comparáramos con la vieja Sinagoga, pero desposeída del misterio de la
presencia del Señor en su vida y en sus santos. |
Debemos
comenzar la religión por lo que parece una forma. El defecto sería no el
empezar con una forma, sino el continuar con la forma. Porque es nuestro
deber esforzarnos y orar por entrar en el espíritu real de los actos del
culto; y en la proporción en que los entendamos y amemos, dejarán de ser sólo
una forma o un deber, para convertirse en expresiones reales de nuestra
mente. Así cambiaremos nuestros corazones, de siervos, en hijos del Dios
omnipotente. |
John
H. card. Newman, C. O., P.S. (1831). |
Seamos
tan exactos y decentes en el servicio de Dios como lo somos respecto a
nuestras personas y nuestras casas. |
John
H. card. Newman, C. O., P.S. (1839). |
{8
(108)} |
4.
EL GRAN NEWMAN |
«¡QUÉ
gran amigo es Newman para estas épocas de oscuridades!» escribió una vez
Jiménez Lozano. Con toda razón. Porque «estas épocas de oscuridades» son casi
todas, con lo que Newman es un gran amigo permanente. |
(¡Cómo
lo amaba Pablo VI!) No porque Newman fuera el intachabilísimo compañero,
absolutamente limpio de polvo y paja. ¡Entonces no sería un gran amigo de
todos nosotros, tan débiles! Newman tuvo una ironía tremenda que más de una
vez desembocó en lo que Christophes Hollis llama, suavemente, «incorrección».
¿No llamó «los tres sastres de Tooley Street» a Manning. Ward y Talbot? Pero,
claro, había que conocer a Manning, Ward y Talbot. Newman no fue un santito
de caramelo, pero fue un hombre de tal integridad, talento, sensibilidad y
coraje que, ciertamente, resultaba un excelente amigo. Pocos parecen
acordarse hoy de él ni del movimiento de Óxford, uno de los acontecimientos
más apasionantes en la historia de la Iglesia moderna. |
Newman
lo tenía todo por haberlo sido "todo" en la Iglesia de Inglaterra: |
hijo
de un banquero sensible a la música, de origen judío holandés y de una madre
profundamente religiosa, de origen hugonote francés ("calvinismo
suave" que tanto inspiró a un niño tan sensible como él), en Newman se
cruzan las culturas europeas y las religiosidades de la Reforma enraizadas en
la Biblia. Brillante y famoso, Newman lo deja todo para hacerse católico, a
los cuarenta y tres años. «Ya sé lo que me cuesta: dejo familia, amigos,
todos los que me han amado y me han hecho bien. Ya sé que voy a ser la risa
de todos y que yo mismo me destierro de la sociedad». Y lo que también sabía
es que no arribaba al paraíso terrenal. La Iglesia católica le hizo saber muy
pronto dónde se "metía". En un avispero. |
Roma
le hizo sufrir tanto o más que le había hecho sufrir la Iglesia de
Inglaterra. Frente a los Manning, Ward compañía que querían una infalibilidad
pontificia ancha y grande como el templo de san Pedro (Ward aseguraba a quien
le quería oír que el gozaría con tener una bula papal infalible cada día en
el desayuno y que estaba dispuesto a atribuir infalibilidad casi hasta a los
constipados papales), Newman no se recató en considerar «inoportuno» el hecho
de la definición dogmática. |
Y
cuando a los 78 años León XIII lo hizo cardenal (pasados ya los tiempos
oscuros de los conflictos, terribles conflictos, durante el pontificado de
Pío IX y el "reinado" del cardenal Manning), sus declarados
"opositores" ―suave expresión― estuvieron a punto de
hacer naufragar el nombramiento con una serie de restricciones, silencios y
trampas que sólo el coraje de sus buenos amigos pudieron solucionar. Pero
todo pasó y el cuasi-hereje Newman (¡se lo llamaron tantas veces!) fue
rehabilitado. Él, como tantos otros, cometió la "herejía" de pensar
por su cuenta y adelantarse a su tiempo. |
Bernardino
M. Hernando en el libro EL GRANO DE MOSTAZA 9 (109) |
{9
(109)} |
5.
Tres nombres y el de Jesucristo |
para
la conversión, para la fe, para la gracia, para la libertad. |
EL
NOMBRE es el hombre, es el ser. De este proverbio podemos sacar razón para
relacionar las figuras de Juan el Bautista, de Pedro y de Pablo con
Jesucristo, cuando se inicia la vida de la Iglesia. |
Porque
el nombre de Jesucristo está, como entrecomillado, entre esos nombres: tiene
el precedente de Juan ―el más grande y el último de los profetas―
y la continuación y cimiento humano del nombre-piedra, sobre el que se
levanta la dimensión histórica de la Iglesia, Pedro. Y junto a Pedro, el
complemento dinámico de la colosal figura de Pablo, que salvará a la Iglesia
del primer riesgo de cerrazón sobre sí misma, pues será principalmente san
Pablo el que rompa el compartimento tópico de un cristianismo apenas
post-judío y palestino. |
Estos
nombres que "entrecomillan" a Jesucristo, son significativos para
la Iglesia que se inicia. En primer lugar, no hay que olvidar que Juan
Bautista es hijo del sacerdote Zacarías (bueno y santo), pero que se desmarca
de la estructura institucional del Templo, a la que pertenece el padre, del
mismo modo que Jesús tampoco se confundirá con escribas y sacerdotes
―profesionalizadores, a veces muy dignos, de lo sagrado: doctrina y
culto al Dios verdadero―, sino que actuará a su margen, y ni siquiera
elegirá a sus inmediatos discípulos y apóstoles entre esa clase, a pesar de
poder suponer que era la {10 (110)} "mejor preparada" para una
misión que tiene por objeto lo santo, los intereses de Dios. Y será porque,
desde un principio, convenía dejar claro que el cristianismo no había de ser
una estructura que sucediera a la Sinagoga, sino algo a lo que se entraba por
la conversión" —nacer de nuevo; dejar todo, vender todo y seguir a
Jesús; preferirlo efectivamente a todo; morir y resucitar desde el
alma...―, por la transformación profunda del ser, es decir, por la
gracia sin la iniciativa de Dios es imposible que se comience ese cambio,
como proceso espiritual ―y con la entrega de la voluntad― Dios
respeta la libertad porque precisamente su Hijo ha venido a
"liberarnos" que acepta el misterio de incorporarse a Cristo. |
No
se es cristiano por adhesión, como añadiendo algo más noble a la vida de cada
creyente, sino porque la vida se transforma, sino porque Cristo aceptado se
convierte en vida del creyente: todo lo demás ―que tendemos a
considerar tan indispensable―, pasa a derivarse y a depender de esa
vida transformada: circunstancias del tiempo, existencia, propio estado,
profesión, actividades... |
Vemos,
en efecto, que Pedro, después del drama del Calvario y de las inmediatas
experiencias que le siguen, vuelve a sus redes, a su barca y al lago. Cierto
que no cesa de recordar al gran Amigo, entre las brumas del misterio de la
resurrección {11 (111)} y las dulces sorpresas de las apariciones en el
Cenáculo. Pero esto no puede bastar. Hay una pausa, un como descanso
psicológico, y Cristo acude de nuevo, junto al mar: de una vez hay que
dejarlo todo por los hermanos y por la Iglesia. El misterio de todas las
experiencias precedentes no son para el solo recuerdo, para tenerlo al lado
de lo de siempre, para acompañar la propia vida, los trabajos diarios, sino
que se ha de convertir en vida. |
En
vano habría podido anunciar la fe, "confirmar" a los demás en ella,
si él mismo, inmediatamente, no hacía de ella la vida propia, porque nadie
puede salir a dar la "buena noticia", es decir, ser apóstol, si no
comienza haciéndola vida suya: la verdad de Dios, se diferencia de otras
verdades en que posee esa exigencia radical y profunda, a la vez
entusiasmante y liberadora. |
Hay
que dejarlo todo para que, en el apóstol, quepa la vida del misterio
cristiano. |
Por
eso convenía ―«convenía la muerte y la resurrección», «convenía que se
cumplieran las Escrituras», «convenía...»― que, desde un principio,
fuese así con los primeros seguidores y amigos de Cristo, para evitar el
engaño de errores futuros. Cuando en adelante habrá más seguidores y los
tiempos sean, tal vez, menos difíciles, será preciso volver siempre al
ejemplo original: |
no
bastará con llevar el nombre de apóstol, como adjetivación de la vida, como
añadidura profesional, como estado, posición o clase social, sino que será
preciso ―como diría Newman― proponerse seriamente llevar la vida
de Cristo, para aproximarse a lo que había dicho san Pablo: «no vivo yo, sino
que es Cristo quien vive en mi; mi vida es Cristo» (Gál 2, 20); no será
verdaderamente apóstol el que "gana" y medra con seguir a Cristo,
sino el que busca en Cristo la única recompensa (conf. Flp 3, 8); no será
apóstol el que saque ventaja de llamarse así delante de los hombres y de la
Iglesia, sino el que sirva a los hermanos y haga el bien a los hombres, para
completar la cuota de labor que todavía falta a la comenzada por Cristo. No
será apóstol ni será santo de Dios, el que se dejara llevar de la vanidad, de
la ambición, de las envidias y especulaciones para todo lo que es aplaudido
en el mundo, aunque se llame cristiano, y se haya olvidado de dar principio y
llevar a término cualquier obra buena, no ya sin excluir el amor, sino por
amor de Dios. |
Cada
vez que nos hemos olvidado de esto, se ha retrasado o paralizado la labor de
la Iglesia, o se ha desvirtuado o comprometido su misión; pues para Dios y su
reino, nada cuentan las solas apariencias de los éxitos alcanzados, y menos
el haber alcanzado encumbramientos o posiciones personales aun las {12 (112)}
lícitas, que pueden satisfacer temporalmente la vanidad de los protagonistas,
pero que no dan ni la felicidad, ni pueden hacer libre al hombre, que
necesita serlo para poder de verdad amar a Dios. |
Por
todo eso, al rememorar el nacimiento espiritual de la Iglesia, se ha de hacer
memoria a las figuras de Juan el Bautista ―el que recuerda la necesidad
de la conversión, ante la proximidad del reino―, del apóstol Pedro,
convertido a la fe y al amor, después de la pasión de Cristo; de Pablo, en
fin, que es como una síntesis de los dos, gran convertido y apóstol por
antonomasia. Hay que volver a estos hitos, cuya memoria la liturgia coloca
cerca del nacimiento de la Iglesia, que sitúa en Pentecostés, porque entre
ellos está el nombre de Jesucristo, continuado, desarrollado en la Iglesia
que nace del Espíritu. No otra religión, y ni siquiera la sucesión de la
Sinagoga. |
Es
el reino del Espíritu, con el que comienza una renovación, todavía en camino,
pero ya en la tensión del proceso que, de modo irreversible apunta al retorno
de todo a Dios: De algún modo, podemos parafrasear algunas palabras del
Bautista con otras de Pablo y concluir diciendo que, en este proceso de
espiritualización, «iremos menguando, para que Cristo crezca; pero nosotros
seremos de Cristo, y Cristo es de Dios». |
Como
la oración es la voz del hombre para Dios, así la Revelación es la voz de
Dios para el hombre.— G. A. (1870). |
La
fe es un don divino. Se gana con la oración. Esta debe ser paciente y
perseverante. - L. D. (1866). |
Aquellos
hombres que se profesan fríos, indiferentes y profanos, tarde o temprano
llegan a serlo.— P.S. (1831). |
La
Escritura comienza una serie de desarrollos que no terminan; O sea, que sería
erróneo buscar cada una de las proposiciones de la Doctrina Católica en la
Escritura, por separado.-- U.S. (1843). |
El
Cristianismo es una verdad viviente. - G. A. (1870). |
Todos
sufrimos los unos por los otros, y sacamos provecho del sufrimiento ajeno;
porque el hombre no toma solo una posición aquí, aunque algún día en el
futuro deberá tomarla; pero aquí es un ser social, y se dirige a su casa
definitiva como un miembro de una gran compañía.— G. A. (1870). |
{13
(113)} |
6.
Documento: EL MISTERIO DE LA IGLESIA Y JOHN HENRY NEWMAN |
JOHN
H. NEWMAN es el más grande de los convertidos que, en el transcurso de cuatro
siglos, han pasado del protestantismo a la Iglesia católica. Nació en febrero
de 1801 y murió en agosto de 1890, casi once años después de que León XIII lo
creara cardenal. Una vida larga y densa, a pulso de la búsqueda honesta de
Dios, que inicia su camino desde el momento en que descubre que no basta ser
«virtuoso», para ser cristiano, sino que, como si comenzara una nueva vida,
pasa a ser religioso, es decir, a relacionarse, a tratar al Dios personal, a
creer y sentirse en vuelto en el mundo que no se ve, pero que es real». Ésta,
que él llama *su primera conversión», tuvo lugar en su adolescencia, en el
otoño de 1816 ―«When I was fifteen», como anota en su APOLOGIA―.
Y, desde entonces, «sin traicionar jamás a la luz», se abre un proceso o
desarrollo de acercamiento a la verdad, sin tener ociosa la razón, pero no
llegando a la verdadera Iglesia por fuerza de los silogismos, sino porque el
pensamiento iría acompañado de la oración, del trato entre él y su Creador
―«myself and my Creator»―. Universitario, ese camino se nutre del
estudio de la iglesia primitiva, especialmente a partir del año 1828, en que
empieza a leer sistemáticamente a los Padres. Cinco años más tarde, estalla
el llamado «Movimiento de Óxford», que conmociona no solamente la
universidad, sino toda la iglesia de Inglaterra. En 1845 es recibido en la
Iglesia católica. Decide entrar en el Oratorio y es ordenado sacerdote en
1847. Enseguida tiene lugar la fundación del Oratorio en Inglaterra, y se da
a una actividad imposible de reseñar en pocas líneas, en la que era
compatible el vigor y la paz, el sufrimiento el apostolado, la oración
intensa y el estudio, y cuidar de la formación de sus primeros discípulos a
la par que dedicar energías para empresas como la fundación de la Universidad
de Dublín, el proyecto fallido del Oratorio de Oxford, alentar a los laicos
católicos ilustrados, la fundación de escuelas, etc., sin que le faltara
tener que afrontar la polémica, por lo común, «como quien atraviesa en
soledad el desierto». Soledad, envidias, silencios, incomprensión, que su
bien templado corazón sabía soportar purificándose. Pueden ser ilustrativas
estas palabras escritas en plena madurez católica: «Cuando yo era
protestante, mi religión era triste, pero mi vida era alegre; desde que soy
católico, mi religión es alegre, pero la vida triste». |
ÉI
peregrinó hacia la Iglesia; tuvo una experiencia de buscador del Reino de
Dios, de enamorado de su obra, que amo con fidelidad absoluta, sin esperar a
cambio {14 (114)} nada más que Dios mismo: lo que tuvo en paz su alma, porque
a nadie envidió, y respeto a todos, católicos y protestantes, sin juzgar ni
forzar la conciencia de nadie, aunque los estrategas y computadores de éxitos
visibles, le acusaban de que no hacia conversiones. Cierto que a él no le
habría costado presionar a amigos, montar obras efectistas, hacerse
propaganda de buen celo.... pero era demasiado inteligente y honesto para
dejarse llevar de esa sutil tentación que seduce incluso a los
"buenos", cuando se creen importantes antes o fuera de lugar. |
Teniendo
un poco en cuenta todo este preámbulo, pensamos que pueden ser de utilidad
algunos textos que tienen relación con el misterio de la Iglesia: al pie de
cada uno ponemos las siglas de los títulos Abreviados de las obras de donde
vacamos las citas (que al final damos en transcripción completa), y el año en
que fueron escritos. Van a continuación y en el recuadro de las páginas 8 y
13. |
Debéis
mirar más allá de este mundo, y de lo mundano en la Iglesia, de lo que es tan
imperfecto, de los vasos de tierra en los que conservamos la gracia, para
poner los ojos en la Fuente misma de la Gracia, y pedirle que Él os llene con
su presencia.― L. D. (1871). |
Los
hombres hablan de la bondad de Dios de una manera general..., pero piensan de
todo ello como en un torrente que se derrama a través de todo el mundo, como
en la luz del sol, no como la acción continuamente repetida de una Mente
inteligente y viva, que contempla aquello que visita.— P.S. (1835) La verdad
tiene tal poder en sí misma, que fuerza al hombre a profesarla de palabra;
pero cuando se trata de ponerla en acto, en lugar de obedecer a ella, el
hombre la substituye por un ídolo.— P.S. (1833). |
Esperar
grandes efectos de nuestras presiones de lo religioso, es algo natural
ciertamente, y también inocente: pero proviene de la inexperiencia sobre el
tipo de trabajo que debemos utilizar —que es cambiar el corazón y la voluntad
de los hombres. |
Es
una posición mental más noble la de trabajar, no con la esperanza de ver el
fruto de nuestra labor, sino la de seguir nuestra conciencia, como un deber;
y de nuevo en fe, confiando que se seguirá el bien, aunque no lo veamos.—
P.S. (1830). |
La
conciencia no es egoísmo permisivo, ni un deseo de ser consecuente consigo
mismo; sino es el mensajero de Aquel que, tanto por naturaleza como por
gracia, nos habla a través de un velo, y nos enseña y guía por Sus
representantes.― Diff.(1874). |
{15
(115)} La Iglesia, considerada en sentido propio, es la gran compañía de los
elegidos, que ha sido escogida gratuitamente por Dios, sobre la que trabaja
el Espíritu... es un cuerpo in risible, o casi invisible, formado no sólo por
los pocos que aún viven en la prueba, sino también de la multitud de los que
duermen en el Señor.— P.S. (1837). |
Cristianos
son aquellos que profesan tener el amor de la verdad en su corazón; y cuando
Cristo les pregunta si Lo aman tanto que sean capaces de beber Su copa y
participar en Su Bautismo, ellos contestan, «sí, somos capaces» (Mt 20, 22),
y tal profesión se convierte en maravilloso cumplimiento.— S. D. (1843). |
Cuando
estamos a punto de juzgar cómo la Providencia cuida de otros hombres,
haríamos bien en considerar primero lo que ha hecho por nosotros.— G. A.
(1870). |
Tú
me has hecho pasar de año en año, y con Tu maravillosa Providencia, de la
juventud a la madurez, con la más perfecta sabiduría, y con el más perfecto
amor.― M. D. (1893). |
Si
nos dejamos arrastrar por la corriente del mundo, viviendo como los demás
hombres, recogiendo nuestras ideas religiosas aquí y allá, donde fuere,
tendremos poca o ninguna noción de una providencia particular sobre
nosotros... No alcanzamos a creer que Él está realmente presente en todas
partes, dondequiera que nosotros estamos, aun cuando no lo vemos.― P.
S. (1835). |
La
oración es esencial a la religión... En el conjunto de la humanidad, la
oración no es menos general que la fe en la Providencia; la oración, así como
la esperanza, son constitutivas de la religión del hombre.-- G. A. (1870). |
La
diferencia entre los hombres religiosos y los demás está en que éstos confían
en el mundo visible, y aquéllos en el mundo invisible. Ambos tienen fe, pero
unos tienen fe en la superficie de las cosas, y otros en la palabra de
Dios.― S. D. (1838). |
Siempre
he tratado de poner mi causa en las manos de Dios, y de ser paciente, y Él no
me ha olvidado.— L. D. (1879). |
{16
(116)} Si fuese obligado a brindar por la religión después de una cena
(aunque tal supuesto parezca disparatado), yo bebería ―si se me
permitiese― por el Papa, pero primero por la conciencia, luego por el
Papa.― Diff. (1874). |
Para
un pagano ingenuo, debió ser uno de los puntos más notables del Cristianismo,
en su primera aparición, el observar que la oración formaba parte vital de su
organización; y esto, aun cuando sus miembros estaban dispersos por todo el
mundo... con tan poca oportunidad de actuar en conjunto; sin embargo ellos,
todos cada uno, encontraban el solaz de una relación espiritual y un lazo de
unión, en la práctica de la intercesión mutua.― Diff. (1865). |
Ni
el oro, ni la plata, ni las joyas, ni los ornamentos preciosos, ni la
habilidad del hombre para utilizarlos, forman la casa de Dios, sino los
fieles, las almas y los cuerpos de los hombres a quienes Él ha redimido. No
las almas solas, sino el hombre entero, en cuerpo y alma, es poseído por
Dios.— P. S. (18-40). |
Uso
la palabra "conciencia", no en el sentido de una fantasía o de una
opinión, sino como la obediencia responsable a aquello que se considera una
voz divina que habla dentro de nosotros.— Diff (1874). |
Hay
dos maneras de considerar la conciencia; una como una especie de propiedad,
un gusto que nos dice que hagamos esto o aquello; otra, como el eco de la voz
de Dios. Y todo depende de esta distinción, pero la primera manera no se
desprende de la fe, la segunda sí.— S. N. (1859). |
Es
obvio que un requisito para encontrar la verdad es tener ansia de buscarla.
La verdad es demasiado sagrada para que pueda sacrificarse a la mera
gratificación de la fantasía, o a la diversión de la mente, o al espíritu de
do, o a los prejuicios de la educación.— U.S. (1826). |
Creer
en Dios es creer en el ser y la presencia de Aquel que es todo Santo,
Omnipotente, y totalmente Gratuito; ¿cómo puede un hombre creer todo esto, y
luego sentirse libre de ÉI, a su antojo?― P.S. (1836). |
{17
(117)} Solamente puede ser fiel a la Iglesia de Dios, no quien sólo habla de
ella, o quien la defiende, o quien la contempla, sino quien la ama.— P.S.
(1837). |
La
Iglesia no fuerza a aceptar la fe, sino que la fe obliga a aceptar la
Iglesia. — S. N. (1851). |
Quien
se esfuerza por establecer el reino de Dios en su corazón, también lo
proyecta en el mundo que le envuelve.— S.D. (1846). |
Nunca
debemos tratar de forzar la verdad en los que no quieren sacar fruto de la
que ya poseen. Por una parte esto deshonra a Cristo, y por otra hace más daño
que bien a quien así la desprecia. Es como arrojar perlas a los
cerdos...― P.S. (1831). |
Dios
da su gracia a todos los hombres, y a aquellos que la aprovechan les da más
gracia todavía, y aun mantiene su ofrecimiento a quienes la ahogan.―
Mix. (1849). |
Vivimos
en tiempos extraños. No tengo la mínima sombra de duda sobre si la Iglesia
Católica y su doctrina vienen directamente de Dios; pero también sé bien que
hay ambientes particulares que tienen una aberración de mente que no viene de
Dios.― M. D. (1866). |
Cuando
me vaya tal vez se comentará algo de lo que he hecho en Dublín. Y como espero
haber hecho lo que hice no por motivo humano, ni de la jerarquía irlandesa, y
ni siquiera por alabanza del Papa, sino por el bien de la Iglesia de Dios y
por la gloria de Dios, no tengo nada que lamentar, y nada que desear aparte
de lo que he hecho.― L. D. (1859). |
Desde
el día en que me convertí al Catolicismo hasta hoy, hace ya cerca de treinta
años, no he dudado por un momento que la comunión con Roma sea la Iglesia que
los Apóstoles establecieron el día de Pentecostés... Ni jamás he dudado,
siquiera por un momento, desde 1845, de que era mi clara obligación
incorporarme a la Iglesia Católica como lo hice entonces, que en mi propia
conciencia sentía que era una convicción divina. Personas y lugares,
incidentes y circunstancias de la vida, que pertenecen a mis primeros
cuarenta y cuatro años, permanecen profundamente impresos en mi memoria y en
mi afecto; más aún, he tenido más pruebas y aflicciones {18 (118)} de
múltiples maneras como católico que como anglicano; pero nunca ni por un
momento he querido dar marcha atrás; jamás he cesado de dar gracias a mi
Hacedor por Su misericordia al permitirme realizar tan profundo cambio, y
jamás me ha permitido Él que me sintiese de Él abandonado, o en angustia, o
en ningún tipo de perturbación religiosa.— L. D. (1875). |
Usted
me pregunta si he encontrado en la Iglesia Católica lo que yo esperaba y
deseaba. Depende de lo que quiera decir "esperaba y deseaba".
Porque yo no esperaba ni deseaba ninguna "paz y satisfacción", como
usted lo expresa, ni ninguna iluminación o éxito. No esperaba ni deseaba otra
cosa sino la voluntad de Dios, y sólo temía no cumplirla. Yo no abandoné la
Iglesia Anglicana a causa de ningún escándalo, como usted piensa. Usted ha
equivocado la persona. Mi razón fue la siguiente: sabía que era necesario, si
quería yo participar en la Gracia de Cristo, buscarla allí donde Él la había
depositado. Y he creído que tal Gracia podía encontrarse solamente en la
comunión Romana, y no en la Anglicana. Por tanto me hice católico. Sobre la otra
pregunta, si desde que me hice católico he sido bien o mal tratado, de altos
personajes o de amigos íntimos, esto no toca para nada la cuestión de la
verdad o el error, de la Iglesia, o del cisma.― L. D. (1870). |
Por
supuesto, desde que me convertí al Catolicismo, no tengo más historia de mis
opiniones religiosas que narrar. Al afirmarlo no quiero decir que mi mente ha
estado ociosa, o que ha renunciado a pensar sobre temas teológicos; sino que
no tengo que registrar variaciones, ni tengo ninguna ansiedad de corazón. He
estado con una perfecta paz y contento; nunca he tenido duda alguna. En mi
conversión, no soy consciente de haber tenido ningún cambio intelectual ni
moral que se haya impuesto a mi mente. No soy consciente de haber adquirido
una fe más fuerte en las verdades fundamentales de la Revelación, ni de haber
adquirido un mayor control de mí mismo; ni mayor fervor; sino que ha sido
como llegar al puerto después de atravesar un mar tormentoso; y la felicidad
que de ello se derivó permanece sin interrupción hasta el día de hoy.— Apo.
(1864). |
ABREVIATURAS: |
L.D.
The Letters and Diaries of J. H Newman. |
G.A.
An Essay in aid of Grammar of Assent. |
Mix.
Discourses addressed to Mixed Congregations. |
P.S
Parochial and Plain Sermons. |
S.D.
Sermons bearing on Subjects of the Day. |
M.
D. Meditations and Devotions. |
Diff.
Certain Difficulties, felt by Anglican as in Catholic Teaching. |
S.N.
Sermons Notes of J. H. Newman. |
U.S.
Fifteen Sermons preached before the University of Oxford. |
Apo.
Apologia pro vita sua: being A History of his Religious Opinions. |
{19
(119)} |
7.
IGLESIA Y MUNDO |
L
AS ENERGÍAS que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana,
radican en esa fe y esa caridad (que constituyen el fundamento indisoluble de
su unidad en el Espíritu Santo), aplicadas a la vida práctica. No radican en
el mero dominio exterior ejercido con medios puramente humanos. |
Como,
por otra parte, en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna
forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político,
económico o social, la Iglesia, por esa universalidad, puede constituir un
vinculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con
tal que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su
verdadera libertad para cumplir tal misión. Por esto, la Iglesia advierte a
sus hijos, y también todos los hombres, a que con este familiar espíritu de
hijos de Dios superen todas las desavenencias entre naciones y razas y den
firmeza interna a las justas asociaciones humanas. |
El
Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de
justo se encuentra en las variadísimas instituciones fundadas ya o que
incesantemente se funden en la humanidad. Declara, además, que la Iglesia
quiere Ayudar y fomentar tales instituciones en lo que de ella dependa y
pueda conciliarse con su propia misión. Nada desea tanto como desarrollarse
libremente, en servicio de todos, bajo cualquier régimen político que
reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la familia y los
imperativos del bien común. |
VATICANO
II, const. IM, n. 42 VATICANO II, const. IM, n. 42 |
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