Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 209. ENERO. Año 1984
0. SUMARIO
MÁS QUE unas vacaciones de invierno; más que un paréntesis idílico para recuperaciones sentimentales de lazos familiares desmoronados; más, mucho más que un pretexto para consumir o intoxicarse, llevados por la corriente adocenada, que disimula su primitivismo irracional con la abundancia del dinero mal.
gastado... Navidad ha de ser el recuerdo agradecido de los comienzos de la vida del Señor Jesucristo, que se hizo hermano nuestro; ha de ser volver a él, con la fe y con la vida. Otra clase de celebración de la Navidad, es una farsa; otro cristianismo, es una mentira.
CÁNTICO DE NAVIDAD
EL DIOS CONCRETO
MÁRTIRES E INOCENTES
PRIVILEGIADOS, LOS NIÑOS
ORACIÓN DE UN MÁRTIR
ESTRELLAS BAJAS
LA IGLESIA Y LOS NIÑOS
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1. CÁNTICO DE NAVIDAD
¡Fecundo misterio!
¡Dios ha nacido!
¡Todo lo que nace padece y muere!
¡Ved cómo llora llanto de pena,
llanto divino!
Gustó la vida:
vierte sobre ella santo rocío...
Madre amorosa,
para muerte cría a tu niño:
mira que llora,
llora la vida: ¡tú con la vida
cierta su boca!
¡Todo el que nace padece y muere!
¡Morirá el niño muerte afrentosa!
¡Dios ha nacido!
¡No. Dios no nace!
¡Dios se ha hecho niño!
Quien se hace niño padece y muere.
¡Gracias, Dios mío!
Tú con tu muerte
nos das la vida que nunca acaba,
la vida de la vida.
Tú, Señor, vencedores de la vida
nos hiciste, tomando nuestra carne,
y, en la cruz, vencedores de la muerte,
cuando de ella en dolor te despojaste.
¡Gracias, Señor!
Gracias de haber nacido en nuestro seno,
pues al hacerte niño
nos haces dioses.
¡Gracias, Dios mío!
Miguel de Unamuno 2
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2. El Dios concreto
EXISTE una resistencia o gravedad capaz de neutralizar el esfuerzo para elevarnos hacia Dios; tal vez obedece a que no debemos olvidar, demasiado de prisa, la inmediatez natural, temporal y sensible que constituye el soporte de nuestra existencia humana, como criaturas Pero quema, por dentro, el deseo de salir de nosotros mismos, el ansia de superarnos para desarrollar las profundas virtualidades que se nos van despertando y que piden sentido y exigen respuesta a un nivel de correspondencia superior a todo lo que somos y lo que vemos, a todo lo que, de inmediato, conocemos y podemos.
Los creyentes tenemos la inmensa fortuna de poder encauzar esa apertura hacia Dios, que nos responde, que nos corresponde, o ―tal vez más propiamente, que le respondemos con nuestra fe, e intentamos corresponderle con nuestro amor.
Este ansia o deseo profundo de superación y de trascendencia, ha sido la sed del corazón de todos los hombres de todos los tiempos, aunque sus manifestaciones no se hayan expresado siempre con igual precisión, o incluso hayan sido erróneas. Y hasta contradictorias, pues han oscilado, unas veces, perdiéndose en elevaciones conceptuales o tópicos abstractos que han puesto a demasiada distancia la propia realidad humana de la meta a que debe aspirar y abrirse para desarrollar armónicamente todas sus posibilidades de crecimiento propio y de conocimiento de Dios; mientras que, otras veces, han renunciado a superarse espiritualmente, hasta rebajar sus aspiraciones a niveles inferiores a la propia naturaleza. Es así como nos hemos podido perder en la abstracción inútil de un Dios teóricamente admitido, pero lejano y distante, o, para mayor comodidad, hemos negado nuestra vocación a la trascendencia, inhibiéndonos frente a cualquier {3} esfuerzo que nos moviera de lo meramente tangible o inmediato, como si eso fuera la última frontera del sentido de nuestro ser y de la vida del hombre. Nos hemos debatido entre los extremos de la sublimidad abstracta y enajenante, por un lado, y el materialismo o panteísmo disimulado con lascivias, pero rudo y egolátrico, por otro.
La, religiones han sido, en la mayoría de las cultures, una respuesta más o menos sistematizada tendente a callar esas ansias profundas y, simultáneamente, contradictorias de los hombres de todos los tiempos, de tantas angustias y de tantas esperanzas. Pero solamente el cristianismo ha dado n ellas la solución equilibrada, completa, espiritual y verdaderamente digna de Dios, situada en y al Indo del hombre, desde el mismo momento en que Dios asume al hombre en Jesucristo. Dios y hombre.
Jesucristo no es ya el Dios abstracto, sino el Dios concreto. Para sublimar en abstracciones lo que Jesucristo es y lo que Jesucristo ha dicho, sería preciso falsificar su figura Y recortar su mensaje. Por eso necesito el contraste del dolor y de la muerte, para que no pudiera caber duda sobre la pureza radical de su total sinceridad. Él mismo Verdad, y testigo de la Verdad de Dios, es la sinceridad de Dios, expresada humanamente. Nada tan concreto, para el hombre, como el hombre mismo. Nada tan sublime como el hombre, cuando se hace verdad incandescente de Dios. Y todo esto fue y es Jesucristo.
Los que confunden el bien con las riquezas; o la esperanza con la ambición soñadora; o la felicidad con los placeres; o la dignidad personal con el orgullo; o el propio valer con el desprecio ajeno; o el derecho con la ingratitud; o la verdad con la arrogancia… nunca, jamás, darán crédito a los ángeles; nunca, jamás, podrán creer en Jesucristo.
Podrán, a lo sumo, ser "partidarios" (interesados) suyos, pero no "fieles"; sordos a la voz angélica y ciegos a la luz de las estrellas.
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3. MÁRTIRES E INOCENTES
SABEMOS que "mártir" quiere decir "testigo". En cuanto a "inocente", no necesitamos traducir la palabra, aunque podemos decir que es la mejor adjetivación del testimonio, porque lo hace puro, limpio de intereses o significaciones ajenas a la verdad con la vida apostada, que con el gesto de la entrega total, el mártir refrenda. Mártir es el que antepone su fe en Cristo y su amor a Dios, incondicionalmente, a costa del sacrificio de la propia vida. Todo apostolado, para que sea realmente eficaz en cuanto a la autenticidad del sentido que se da al mensaje divino que se ofrece, ha de ser, de algún modo, martirial; o, lo que es lo mismo, ha de incluir la disposición profunda, por parte del apóstol, de aceptar el riesgo de la propia inmolación. El apóstol que predica la verdad de Dios, pero que huye ante los riesgos que siguen a la predicación a la que ha sido llamado, no es un verdadero apóstol.
Es el caso del buen pastor, que se enfrenta a los lobos, o el mercenario, que vive de su rebaño, pero que conoce y practica la estrategia de ponerse a salvo, abandonando las ovejas, cuando el peligro acecha. Por esto el Señor diría que «nadie tiene amor más grande que el que da la vida da la vida por los que ama», y por esto Pascal podría afirmar que merecen ser creídos los que mueren por la fe que anuncian.
Apostolado y martirio fueron juntos en la primera Iglesia. Sabemos que la lista de los primeros papas se formó por cristianos que, al aceptar el apostolado se comprometían implícitamente a dar su sangre en testimonio de la fe en Cristo. La Iglesia no puede renunciar al apostolado, ni al reconocimiento de la sinceridad de sus apóstoles. Y cuando decimos "apostolado", nos referimos, no solamente a la sucesión legítima en el ministerio apostólico, sino a la misión y nota común de todo el pueblo de Dios, que es irrenunciablemente {5} apostólico, en razón de su Bautismo, que le incorpora a Cristo y le hace instrumento vivo de su proyección en el mundo, de modo misterioso, pero verdadero y real, al ser, cada fiel, parte y protagonista y miembro y extensión de Cristo, en la iglesia y para el mundo. Esa verdad no puede acallarse ni esconderse. Del mismo modo, porque es una verdad santa, no debe utilizarse para intereses meramente terrenos, ni exhibirse para complacer vanidades. Pero es una verdad "cristiana", pues quien desprecia a un "mártir" desprecia al primer "Mártir": quien desprecia la sinceridad refrendada con la entrega de la vida, a un testigo de Cristo, desprecia al Cristo que ha dado testimonio del Padre, en la Cruz.
No vale decir que hubo una "época de mártires", situada en la lejanía de los tiempos. Todavía más lejos los hubo en el Antiguo Testamento, y todavía más cerca los ha habido en los siglos sucesivos, y en nuestros mismos días, y seguirá habiéndolos en el futuro, mientras no se apague el apostolado. Otra cosa es que, a la hora de glorificar en la tierra a los cristianos ejemplares, elijamos precisamente a aquellos que no nos pueden crear conflictos con el mundo y sus intereses, o que positivamente favorezcan nuestras posiciones en él. Pero seguirá siendo cierto, si así lo hiciéramos, que el silencio creado en torno a los que generosamente dieron la vida por Cristo, estallará, al fin de los tiempos, como el mejor himno de gloria a Dios y de amor a la humanidad a la que ofrecían liberar con la verdad divina que proclamaron, si cabe, más con la efusión de su sangre, que con la elocuencia de las palabras.
Por esto, mientras cantan los ángeles junto a Belén, la Iglesia, en su liturgia, coloca inmediatamente a mártires ―al "primer mártir", san Esteban― y a los santos Inocentes.
Y es que Navidad no es un cuento bucólico, sino el comienzo de un gran anuncio que acaba más tarde en la Cruz, no como un desastre, sino como una verdad de amor, pura y total, de Dios a los hombres, y de los hombres a Dios y entre ellos mismos: la verdad que ha de hacerles libres. Libres para poder amar.
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4. Privilegiados, los niños
SUELEN SER, los niños, los privilegiados de las fiestas navideñas. Y ojalá que la atención que los mayores les prestamos en estas jornadas, no se haya excedido en regalos ostentosos, porque ya, con ello, les habríamos dado el mal ejemplo del despilfarro o cometido la debilidad del consentimiento, preparando así su futuro despotismo, con que, orgullosos, rechazarían la gratitud a los que más deben. Ojalá, también, que la dulzura que ahora derramamos sobre ellos, no haya sido para justificar la mala conciencia de haberles olvidado o de haber disimulado tan torpemente la carga de paciencia que a disgusto les hemos dedicado el resto del año. Las fiestas son necesarias y la sobreabundancia de gozo bien expresado es un elemento necesario en ellas, pero no todo se cumple ni se absuelve con el exceso o la generosidad o los mimos o complacencias de unos momentos, o de unos días. Es a través de toda la vida, y sin echar a perder cada circunstancia, allí donde hemos de estar atentos, con diligencia y naturalidad al mismo tiempo, para conducir a los niños por la senda que les prepara a la adultez.
La mayoría de los defectos de los mayores son un reflejo o clara consecuencia, de carencias de atención o de dedicación padecidos en la infancia, no reducibles solamente a la orfandad o a la falta de hermanos en el núcleo familiar. Hay niños cuyos padres viven contemporáneamente con ellos, pero que no cumplen con sus deberes respecto a los hijos, o los cumplen mal, por dejación, por egoísmo, por ignorancia. Todo esto no lo remedían las fiestas ni los regalos de Navidad. Hay niños espiritualmente {7} huérfanos, aunque sus padres estén vivos; padres que se ofenderían si pusiéramos en cuestión su honradez y su dedicación. A veces son peores padres aquellos que solamente «ganan dinero para sus hijos», que los padres pobres apesadumbrados por la falta de pan en la mesa familiar. Y ahora pensamos especialmente en los niños de los padres que sí les pueden ir dando el pan, aunque sea justo, de cada día.
Hay padres que les buscan el pan, y les preparan de lejos el porvenir, ya desde niños, pero que jamás, o pocas veces, tienen tiempo para salir sin prisas a paseo con sus hijos pequeños, o sosiego para contemplar sus juegos, o para hablar o razonar a nivel de ellos, sin agobios ni imposiciones. Hay niños que experimentan la soledad y la sensación de que estorban frente a los mayores, porque son confiados a otras personas, a veces relegadas como ellos, aunque sean familiares, o porque les recogen tarde de la escuela o se los quitan de encima cuanto antes; niños a los que se les exige una fortaleza moral de adultos, desproporcionada; niños a los que se acalla dándoles dinero, para que nos dejen libres mientras se lo malgastan o se envician; niños que necesitarían menos, muchas menos cosas materiales, y sí en cambio más, mucho más afecto e interés. Y resulta que el niño que recibe más cosas materiales que las que precisa, se vuelve materialista, porque lo aprende de los que así "le compran" que se quede solo, o que se vaya, o que no moleste, o que se calle. Hay niños que reciben alabanzas desmesuradas, halagos que les perjudican, solamente mientras sus cualidades son exhibidas, cobrándose los mayores su propia impertinente vanidad.
Los niños así tratados, difícilmente podrán abrirse a los ideales que les darían la felicidad, puesto que ésta, casi siempre, se habrá cifrado en el dinero o la vanidad, tema casi constante de las conversaciones de los mayores. Niños a los que espera, como primera etiqueta nada original de falsa adultez, el precoz vicio del tabaco, o el frenesí discotequero, o tal vez la droga, o la vagancia, o el inútil consumismo, mientras se creerán a sí mismos inteligentes porque se disponen a entrar en la vida de adultos, esgrimiendo la sola habilidad de alcanzar el primer enchufe de clase o de herencia, para pasar a ser, en el resto de su vida, tal vez envuelta en alguna elegancia convencional, aprovechados afortunados parasitarios.
Pero una vez instalados, tampoco serían felices y, con frecuencia, su infelicidad sería directamente proporcionada a la engañosa facilidad {8} con que les vienen los sueldos o las fortunas crecidas. En esta situación, si un ideal superior de conversión cristiana verdadera no les lleva a transformar los planteamientos esenciales y reales de toda su vida, mal disimularán su frustración con apariencias de bondades inexistentes, y serán solamente capaces de críticas negativas de los demás (que, en realidad, les denuncian por contraste), e, ingratos y resentidos, si a la vez tienen hijos, serán doblemente incapaces de prepararles para una vida feliz.
Navidad y la vida en familia, y el pensamiento y el corazón puesto en los hijos, especialmente en los más pequeños; pues los mayores, respecto de ellos, nos solemos dar cuenta de nuestros olvidos demasiado tarde. Navidad ha de ser la hora de pedirle a Dios que nos dé ilusión y generosidad, para no dejar de lado, por nada, lo que es más importante. Tenemos que revisar nuestros particulares baremos, nuestra escala de valores, y poner arriba de todo lo espiritual. Y de aquí sacaremos fuerzas y alegría para estar, cuidar, querer y enseñar a los pequeños, para que podamos dejarles una herencia de felicidad y sean, al mismo tiempo, también ellos, capaces de enseñar a ser felices a los demás. Porque, cualquier felicidad, si no es compartida, es imposible.
Tuyo es el mundo, todo y para siempre.
Mas como Tú no necesitas nada, Rey mío, no le sacas gusto a las riquezas.
¡Es lo mismo que si no las tuvieras!
Por eso Tú, día tras día, me vas dando lo que es tuyo; y así te ganas, día tras día, tu reino en mí.
Día tras día compras a mi corazón su aurora; y así ves tu amor esculpido en la estatua de mi vida.
RABINDRANATH TAGORE
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5. Oración de un mártir
Dietrich Bonhoeffer, Navidad de 1943, en la cárcel de Berlín - Tegel
Oh Dios, yo te invoco al amanecer.
Ayúdame a rezar,
a recoger mis pensamientos y llevarlos a Ti;
pues yo solo no puedo conseguirlo.
En mi todo es tiniebla, pero en Ti todo es luz;
estoy solo, pero Tú no me abandonas;
desolado, pero Tú me ayudas;
intranquilo, pero en Ti hallo la paz.
En mí todo dolores, pero en Ti hallo paciencia:
aunque no entiendo tus caminos,
me abandono al camino que Tú vas abriendo ante mí.
Padre del cielo, te alabo y te doy gracias
por el descanso de esta noche,
te alabo y te doy gracias por el nuevo día,
te alabo y te doy gracias por toda tu bondad
porque has estado junto a mí toda mi vida.
Me has concedido muchas cosas buenas:
dame también ahora la de aceptar de Ti
lo que me parece tan duro.
Tú no me darás un peso
más allá de lo que soportan mis fuerzas.
Tú haces que todas las cosas
sirvan al bien máximo de tus hijos.
Señor Jesucristo, Tú fuiste pobre y miserable,
prisionero y abandonado igual que yo.
Tú conoces toda la miseria de los hombres,
Tú estás a mi lado, cuando todos me han abandonado;
Tú no me olvidas y me buscas,
{10} Tú quieres que te reconozca
cuando me encuentre Contigo.
Señor, yo atiendo a tu llamada y la sigo, ayúdame.
Espíritu Santo, dame la fe para vencer la desesperación,
las pasiones y los vicios,
dame amor hacia todos los hombres y amor a Dos,
para que se disuelvan todos los odios y todos los dolores;
dame esperanza para que me vea libre del miedo y del desaliento.
Dios santo y misericordioso,
creador y redentor mío,
mi juez y mi salvador,
Tú me conoces y penetras todos mis actos.
Tú odias y castigas el mal en este mundo
y en el otro, sin reparar en las personas;
Tú perdonas los pecados al que con sinceridad te pide perdón;
Tú amas el bien y resarces en esta tierra
dando consuelo a las conciencias
y en el mundo futuro con la corona de justicia.
Ante Ti me acuerdo de todos los míos,
de todos mis compañeros de cautiverio,
de todos los que aquí están cumpliendo su duro servicio.
Señor, ten piedad.
Dame otra vez la libertad
y ayúdame ya desde ahora, a que mi vida y mis actos
den testimonio de lo que te pido
ante Ti y ante todos los hombres.
Señor, sea lo que sea lo que esta jornada me depare,
bendigo por siempre tu nombre. Amén.
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6. Estrellas bajas
UN DÍA cualquiera,
cuando las estrellas estaban demasiado bajas,
que casi se diría que iban a desplomarse sobre los hombres,
y mientras un perro buscaba alimento
en un rincón del basurero,
yo me paré y sentí que la sangre me hervía.
Era cierto: el mundo giraba aún,
pero alguien que se llamaba Jesús
chupaba la cáscara de un plátano en un
rincón de un África miserable y lejana;
pero alguien que se llamaba Jesús
era pateado frente a la pared en una
celda de tortura latinoamericana;
pero alguien que se llamaba Jesús
se bebía las lágrimas de su propia desesperación
en un suburbio de Tokio...
Aquella noche me puse en camino,
dejé mi cuarto de estar, con el estereofónico puesto
en la «Número dos para piano y orquesta» de Rachmaninov
y el vídeo con una copia de «¡Qué verde era mi valle!»
del legendario John Ford
y me fui en busca de Jesús.
Aquella noche aprendí que no es que estuvieran bajas
las estrellas,
sino que habitaban
dentro de mí.
Khalil Gibran 12
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7. LA IGLESIA Y LOS NIÑOS
La Iglesia por los niños abandonados
EN TIEMPO del papa Inocencio III, a principios del siglo XIII, cuando, una mañana, los pescadores fluviales lanzaron sus redes al Tíber con la esperanza de alguna captura en las aguas de aquel cauce siempre ocre ―«Tiberis rufus», lo llamaba el poeta―, tuvieron una macabra inesperada sorpresa: de la corriente del río, al tirar de las redes, en lugar de peces, sacaron algunos cadáveres de niños recién nacidos, allí arrojados. Cuando se enteró el papa, mandó que en el Hospital de Santo Spirito, allí contiguo, se dispusiera una espaciosa sala en la que pudieran acogerse todos los nacidos no deseados por sus padres y abandonados, para que cesaran ocultos infanticidios. Dos siglos y medio más tarde, san Felipe Neri, con sus amigos y primeros discípulos, podrían recordar, todavía, la triste historia de aquella sala-cuna, protegida especialmente por el papa, y tal vez de ello le viniera el afecto especial que siempre prestó a los niños y a los más jóvenes, que solía reunir, no muy lejos de allí, en el montículo de Gianicolo, desde el que, mientras los niños jugaban, entre lección y lección de catecismo, podía contemplar la ciudad a sus pies, hacia la izquierda de su vista la ya ingente mole de san Pedro y, muy cerca de ella, los extensos tejados del «Ospedale di Santo Spirito», cobijo de los dolores y de las miserias {13} de los romanos más pobres, pero también templo de la caridad de los buenos cristianos de entonces, y tos como Felipe y su discípulo Camilo de Lelis, que luego haría del cuidado de los enfermos pobres su vocación apostólica, siguiendo el consejo de san Felipe.
La Iglesia siempre ha querido a los niños y a los más jóvenes, especialmente cuando han padecido el abandono de sus progenitores o de la sociedad. Y, en ocasiones, al actuar y decidirse por motivos más espirituales que el resto de los hombres, ha corrido a remediar el mismo incomprensible abandono de los que olvidaban su deber, endurecidos por egoísmos y rudezas que, todavía en nuestra época, y a pesar de los progresos culturales, no han sido superadas del todo.
Existen, en la actualidad, y son dignas de alabanza, organizaciones internacionales cuya finalidad es correr en auxilio de la infancia hambrienta o abandonada en los países de más atrasado nivel social y cultural. Pero es preciso no olvidar que esta loable preocupación humanitaria es la sucesora de una larga y secular dedicación y caridad de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos, inmediatos a Jesucristo. Bastaría, para demostrarlo, no sólo recordar los principios de derecho a la vida y de la igualdad substancial de todo ser humano frente a Dios, sino tener en cuenta cómo era la sociedad que la Iglesia encontró, qué actitud tenía frente a los niños. Lo cual hace más digna de alabanza la valentía de la Iglesia que, aunque perseguida, no hacía concesiones ni en la verdad que enseñaba ni en las actitudes morales que infundía a sus fieles.
Los niños sacrificados
Pueblos había que admitían el sacrificio de niños a la divinidad. Los egipcios creían que para asegurar la fertilidad que obtenían de las tierras que bañaba el Nilo, debían ahogar en sus aguas, cada año, a una jovencita. Inmolaciones sagradas de niños encontraríamos en muchos pueblos de todas las latitudes, tan arraigadas que, relacionadas con los juramentos, algunas de ellas consiguen pervivir en medio de la cristiandad, hasta bien entrada la Edad Media, a pesar de los castigos espirituales con que la Iglesia quería atajarlas.
Atenas y Roma
Pero, sin movernos de la antigüedad, sabemos que Platón admitía que debía matarse al niño que no diera esperanza de ser luego un ciudadano robusto. En Atenas {14} el padre era dueño absoluto de la vida y de la muerte de tu hijo recién nacido. En Esparta era una asamblea de ancianos la que decidía si debla respetarse la vida del infante o si, por la escasa esperanza en su futura robustez, debía ser despeñado para alimento de fieras y alimañas.
En Roma, cuando hacia un niño, éste podía ser despreciado libremente por el padre, en cuyo caso era lanzado al Tíber, a no ser que algún ciudadano compasivo quisiera adquirir sobre él el derecho de paternidad, lo que equivalía, ordinariamente, a tenerlo como un esclavo o a otros abusos. Contra éstas y otras aberraciones tuvo que luchar denodadamente la Iglesia durante mucho tiempo, pues lo mismo que tampoco en Israel se vieron libres de Influencias infanticidas, más o menos sacralizadas, a causa de las vecinas culturas foráneas ―los "dioses ajenos"― ya hemos visto cómo, en plena Edad Media, e incluso en la misma Roma, perduraba la crueldad infanticida, no totalmente extinguida.
Pero si hiciéramos incursiones en Groenlandia, o en el Níger, o en Bolivia, o en el norte de Canadá, o en la India, veríamos que también era frecuente la práctica del infanticidio. En la misma China contemporánea, la matanza de niños ha llegado hasta nuestros días.
El primer Influjo cristiano
Tanta crueldad ya llamo la atención antes del anuncio del cristianismo, a los poderes políticos de Atenas y de Roma, y llegó a establecerse un castigo para los infanticidas. Y no sólo esto, sino que en Atenas se creó un hospicio para los hijos ilegítimos abandonados, y en Roma, el emperador Trajano ofreció subsidio para alimentar a cinco mil niños abandonados. De modo parecido procedió el emperador Nerva. Eran las predicaciones de san Justino, de san Clemente de Alejandría, de san Cipriano, que ejercían su influjo cristiano incluso sobre los paganos, con independencia de que, en algún caso, los poderes políticos de entonces se decidieran por seguir la inspiración cristiana en estas materias porque, a la vez, favorecían sus planes de repoblación humana. Hubo un progreso hacia la humanización que limitaba el antiguo despotismo del "paterfamilias" sobre su prole, y llegó a imponerse la pena de muerte al infanticida. Constantino llegaría a proclamar la exigencia, para los padres, de criar a los propios hijos, recordando que las necesidades de los recién nacidos debían atenderse sin demora alguna.
{15} Desmoronándose ya el imperio romano, cuando se inicia la Edad Media, que estará marcada en Europa por una innegable influencia cristiana, hasta poder decir, de algún modo, que Europa nace del cristianismo convertido en cultura para todo su espacio, es la Iglesia la que toma la iniciativa asistencial y hospitalaria de los enfermos, de los pobres y de los niños. Esa preocupación durará a través de los siglos, hasta que la mejor organización de los poderes civiles caiga en la cuenta de que a ellos corresponde sufragar esas necesidades, cuando otros no las atiendan, o que ellos mismos deben crear los instrumentos que las palien o las remedien.
La historia Incompleta
Se estudia la historia deprisa y sólo en las dinastías, batallas, conquistas y glorias, y por eso nos encontramos con tantos crasos errores, hasta llegar a la negación y a la ingratitud de enteras generaciones que "olvidan" por ignorancia o por resentimiento sistemático lo que todos debemos a la Iglesia, con todos los fallos humanos e incluso errores y pecados que se quiera, pero con un esfuerzo para llevar adelante el mandato de la misericordia hacia los cuerpos y hacia los espíritus, que, en su contemporaneidad, nadie ha igualado, aunque hubiera poseído más medios. O, si no ¿quién inició las universidades?, ¿quién educó, hasta sacarlo de la rudeza, al duro hombre medieval?, ¿quién salvó, copiándola fielmente, la cultura griega y romana, aun en los aspectos profanos?, ¿qué hubiese sido de eso que ahora llamamos Europa, sin los monasterios, lugares de oración, de estudio, de trabajo fructífero y educador?, ¿dónde se instalaron las primeras imprentas, que sucedían a los pacientes copistas, que recogían, como de la flor el rocío, la sabiduría, la poesía, la ciencia, el arte de entonces y del pasado?...
Los primeros asilos
Esa misma Iglesia, no se resignó a sólo esta meritoria labor, sino que acudió a socorrer las necesidades que otros olvidaban, porque para ellos eran más importantes las batallas o los cortejos. Por esto tuvo que ser la Iglesia la que fundara los primeros asilos y hospitales, además de las primeras bibliotecas, y aun antes de las bibliotecas y universidades y monasterios. Pues san Basilio y san Juan Crisóstomo son los que fundar los primeros hospitales, que son precedentes de los actuales, en Sebaste, el año 355, y en Cesarea, el 372. Y, después de ellos, leyes y {16} costumbres, progresan en beneficio de los niños, tratados con caridad y misericordia. En el siglo IV, en Trevisio, junto a la puerta de la iglesia, existía una cuna de mármol (precedente del "torno" que nos describe la literatura romántica del siglo XIX), donde se podían depositar los niños no deseados por sus padres, y que los cristianos recogían y socorrían luego con prontitud. Mejor organizado encontramos el primer hospicio de niños en Milán, a principios del siglo IX, que funciona anexionado a un monasterio. En el siglo XII, en Florencia, es creado el célebre hospital «degli Innocenti», luego más célebre y decorado por Luca della Robbia, con la maravilla de sus cerámicas blancas y azules.
"El Pare de l'Orfe"
Más cerca de nosotros, en virtud del privilegio que otorga el rey Pedro IV, de la corona de Aragón, surge la primera institución en Valencia, dedicada a la protección del niño; institución que luego será reproducida en Navarra, en Aragón y en Castilla. Tenía por misión la de recoger a niños huérfanos y abandonados, a los que alimentaba y educaba, y preparaba para que pudieran trabajar en algún oficio, e incluso gozaban de cierta autonomía judicial, en los conflictos legales en que se pudieran encontrar. Esta institución valenciana que se conocía con el nombre de «El Pare de l'Orfe», desaparecería al rayar el siglo XIX. Pero de allí mismo es santo Tomás de Villanueva, arzobispo de la ciudad del Turia, que convierte su palacio episcopal en Hospicio (1537) de todos los niños abandonados de la ciudad, por lo que se le llamó el obispo «padre de los pobres».
Poco tiempo después, y por la repercusión que tuvieron estos santos ejemplos, también la villa de Madrid abría la Casa de Expósitos (1567), y un médico turolense, Jerónimo Soriano, no solamente abría un hospital (1600), sino que escribía el primer tratado español sobre la infancia.
{17} {18} Querer hacer la lista de los santos que tuvieron su predilección apostólica y misericordiosa vuelta a los nitos, sería tanto como tener que copiar la mitad de los nombres del santoral, muchos de los cuales han perpetuado su celo y su caridad en la institucionalización de sus obras asistenciales, educativas, misioneras. No importa que, de vez en cuando, espíritus superficiales o simplemente ignorantes, olviden, nieguen o falseen, de cuajo, todo el patrimonio que debieran agradecer a los que, por amor a Dios, tanto se han afanado haciendo bien al hombre, y defendiendo su vida, y su inteligencia, con los medios que, en cada circunstancia, parecían mejores. A veces, el desprecio, el silencio o la burla, provienen del falso concepto que se tiene tanto del cristianismo como del Dios de los cristianos.
El gran precedente cristiano y el presente
Por eso, junto al reconocimiento y alabanza que merece la labor de la UNICEF, surgida de las Naciones Unidas, para llamar la atención a todos los gobiernos del mundo en favor de los niños, creemos que se puede y se debe decir que su precedente está en la generosa obra de la Iglesia en pro de la infancia, y, para dar solamente un ejemplo actual, podría bastar el de señalar que hace ciento cuarenta años que la Obra Misional de la Santa Infancia había sido ya fundada, coincidiendo con la mejora de la organización misionera en toda la Iglesia; Obra que, en la actualidad, atiende a más de seis millones de niños, 71.000 escuelas, 4.000 jardines de infancia y 248 orfelinatos.
Y sea entendido, todo esto, no como un triunfalismo o desafío frente a imaginarios rivales; ni siquiera como datos ―harto incompletos por cierto― para discutir o avergonzar a los que combatan o desprecien la labor de la Iglesia. Más bien lo hemos de entender como una reflexión debe evitar el pesimismo en nosotros mismos, los católicos: de la misma manera que en el pasado y en difíciles situaciones, la Iglesia ha logrado producir obras tan santas para beneficio de los más abandonados, también en nuestra época, y con nosotros, seguirá fructificando en obras que darán gloria a Dios.
Y es que el mismo Dios, cuando vino a nosotros en forma de hombre, empezó siendo niño, un niño pobre y hasta perseguido, mas no le faltó el mejor amor junto a la cuna.
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