Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 212. ABRIL. Año 1984
0. SUMARIO
ABRIL y la contemplación del misterio de Cristo, entre lanzas de laureles perennes y las primeras flores, caducas como todas las esperanzas simplemente humanas. Pero son anuncio, aunque efímero, desde el pórtico de cada primavera, de la victoria del Señor sobre la muerte, radiante como un nuevo sol, como una flor de luz, que disipa las mezquindades humanas.
La Iglesia nos recuerda a Cristo, y nos muestra la cruz y el sepulcro, y un camino para una vida nueva.
EL HIJO DEL HOMBRE SIGUE CRUCIFICADO
LA CENIZA Y EL AGUA
EL TIEMPO HUMANO
SANTOS Y ARTISTAS
CRECER EN LA VIDA
LA VOZ DE LA RESURRECCIÓN
EL PECADO ORIGINAL
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1. EL HIJO DEL HOMBRE SIGUE CRUCIFICADO
Es difícil para los que nunca han conocido
la persecución,
y los que nunca han conocido a un cristiano,
creer esos cuentos de la persecución
de los cristianos...
Ellos tratan constantemente de escapar
de las tinieblas de fuera y de dentro
a fuerza de soñar sistemas tan perfectos
que nadie necesitará ser bueno.
Pero el hombre que es seguirá como una sombra
al hombre que finge ser.
Y el Hijo del Hombre no fue crucificado
de una vez para todas,
la sangre de los mártires no fue derramada
de una vez para todas,
las vidas de los santos no fueron entregadas
de una vez para todas:
pero el Hijo del Hombre está siempre crucificado
y habrá Mártires y Santos.
Y si la sangre de Mártires ha de correr
por los escalones
primero debemos edificar los escalones;
у si ha de ser derribado el Templo
primero tenemos que edificar el Templo.
Thomas Stearns Eliot 2 (62)
{2 (62)}
2. La ceniza y el agua
CENIZA, Agua. La ceniza, la muerte; el agua, la vida. Elementos que la liturgia utiliza para una síntesis simbólica en la que se expresan y enlazan, formando un arco, Cuaresma y Pascua parábola de un camino que figurativamente comienza un miércoles triste, pues cumple con la pedagogía de recordarnos la caducidad y la miseria de lo simplemente humano y creado, pero que no se detiene y nos lleva hasta el gran Domingo triunfal, evocador de la definitiva transformación que se operó en la santa humanidad de Jesucristo, convertido desde aquel día ―«Día del Señor» por antonomasia―, en antorcha y luminaria de divinidad, para proclamar una vida que no muere jamás, destinada a la gloria del Padre. Y a aprender en las almas ―más bien en las vidas― de todos los fieles, que por la fe y la gracia ―«regalo» de Dios― devienen, extendiendo la forma de Cristo. pueblo para la resurrección, pueblo de resucitados.
Ceniza y agua, citadas a la par, como si el agua lomara la plata de la ceniza para cuajar en forma de nieve y contener: así, y en silencio, la fuerza de la vida que alberga; como si la ceniza perdiera su vergonzosa vejez de fuego apagado, disponiéndose a recuperar el ardor puro del misterio purificador, incorruptible como la sal, guardador del calor vital de Dios que be reparte en el corazón de los que peregrinan hacia él. De la conversión purificadora, hacia la vida en Cristo.
Ceniza y agua, o invierno y primavera, pues el Creador se ha injertado en su criatura, y de ella brota el árbol de la Iglesia, parecida a la maravilla del almendro florido, precoz e inmaculado, que emerge en medio de los campos desolados del mundo, o a la orilla de los barrancos de sus males, para ofrecer flores de esperanza. Porque, ¿de qué nos sirve la fe sin la esperanza?, o ¿cómo alcanzaremos el amor si no crecemos ―al no nacemos otra vez― hacia él?
{3 (63)} Se está haciendo primavera, otra vez, ahora que el invierno se aleja y los árboles florecen, como cisnes perfumados de silencio, de haber andado sobre la nieve fundida. Una alfombra verde cubre los campos porque regresan las aves de nuevo, liberadas de los miedos del frio. La tórtola vuelve y canta la alondra. Y es que apuntan las claridades de la Resurrección.
Con un poco de fe, podemos adivinar que el espectáculo de los ojos en Aviso de lo que ocurre en muchos corazones, entre los que menos gritan en el mercado de las Ambiciones y los secretas codicias: porque se va haciendo primavera también en este mundo nuestro desolado y frío, demasiado critico y desconfiado, cansado de huir de Dios, o de invocarle con nombres falsos. También amanece el Dios cristiano para los que, sin saberlo, renegaban no de él, sino de sus imágenes mezquinas, intrascendentes y enajenantes. Cansados de huir, buscaban a Dios.
Por eso es tiempo de Aventar cenizas y purificarnos, cada uno y todos ―cada cristiano y la iglesia entera―, como quisiera Juan XXIII, sin que nos resignemos con las meras celebraciones simbólicas, que consuelan sin comprometer. Sería nuestro pecado de cristianos, porque es en este tiempo nuestro cuando el fuego de la búsqueda de su verdadera trascendencia, consume las entrañas del mundo. Hay un clamor que exige penitencia, purificación. Que el viento se lleve las cenizas, y renazca el fuego, y el agua se vuelva transparencia de luz. Luz para la verdad y verdad para la vida.
Y vida y verdad para ser limpios y libres como hijos de Dios.
San Felipe tenía una particular repugnancia a la afectación, tanto en sí como en los demás, cuando se trataba de hablar, de vestir o de cosas parecidas.
Evitaba toda ceremonia que supiese a cumplido palabrero, y siempre se manifestaba partidario de la sencillez cristiana en todas las cosas; así, cuando tenía que tratar con hombres de prudencia mundana, no podía acomodarse a ellos fácilmente.
Evitaba, en cuanto le era posible, todo trato con personas de dos caras, es decir, que no manifestaban lisa y llanamente lo que pretendían en sus tratos y propuestas. No podía tolerar a los embusteros, y recomendaba con insistencia a sus hijos espirituales que los evitasen como si se tratara de una peste.
P. G. Bacci, C.O.
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3. EL TIEMPO HUMANO,
CAMINO DE ESPERANZA SI lográramos limpiarnos de los fantasmas del fatalismo, no se nos marchitaría la fe, miraríamos hacia fuera, superaríamos cualquier egoísmo y seríamos capaces de aplaudir el resplandor de lo bueno que Dios ha esparcido por el universo, y lo multiplicaríamos sumándonos al aplauso de la creación; pero volvemos siempre sobre nosotros mismos, encerrándonos entre miedos y aburrimientos.
No vemos la huella de Dios, que ha pasado "derramando" dones ―diría Juan de la Cruz― y vistiendo de hermosura la Creación, tal vez porque nos lo recuerda el gran místico, le han nombrado patrono los poetas, en el saludo que éstos hacen a las primaveras.
Todavía hoy podríamos repetir las palabras de Malebranche para apostrofar a los hombres que admiran las cimas de las montañas, las olas del mar, el movimiento de los astros ―hoy deberíamos añadir: y los prodigios de la electrónica―, pero pasan de largo ante sí mismos, porque no saben relacionar, con bastante gratitud hacia Dios, lo que esto les ayuda a descubrir el amor que él les tiene, y, por lo tanto, admirarse y entusiasmarse por las cosas grandes que Dios ha hecho para nosotros y en nosotros, para que se las sepamos devolver gozosamente.
Capaces de admirar el mundo desde dentro de nosotros mismos.
Y agradecidos para restituirnos a Dios con alegría.
¿Es, acaso, por causa de la propia inmediatez, por falta de perspectiva, que el hombre se ha preocupado más de la investigación de lo que le rodea, que de la identificación de sí mismo? ¿O es que somos demasiado jóvenes en sabiduría, y tributarios, todavía, de la de los griegos, para quienes el hombre, aunque les interesó, no pasaba de ser una parte del universo?
Para ellos el hombre era compendio del mundo; el sistema geocéntrico de Aristóteles no llegó al intento de comprender el mundo {5 (65)} desde el hombre. El mundo era un cosmos consistente y cerrado, cuyo futuro sólo podía ser variación o repetición modulada de lo que ya había sido: la historia era concebida como un retorno indiferente que no rebasaba el marco cíclico del mito del «eterno retorno». Todo cambio, de por sí, se nos describe en la Física de Aristóteles, como demoledor y destructor, y sólo accidentalmente generador, creativo.
El hombre estaba en el mundo, pero no podía transformarlo. El «conócete a ti mismo» socrático, tampoco pudo llegar más lejos.
La idea del tiempo humano como camino de esperanza que construye la historia, es bíblica. La fe en las promesas del Antiguo Testamento es el fundamento de la comprensión del futuro como proceso que conduce a la salvación, a la liberación, a la redención del hombre. El tiempo es un proceso orgánico de maduración continua ―de creación permanente— que desemboca en la plenitud mesiánica. En Cristo, el "ungido" de Dios, se acelerará la realización liberadora de la humanidad, y él mismo, desde su aparición en la tierra, es la cima de esta humanidad y, al mismo tiempo, el vértice de Dios en el mundo.
La Biblia nos suministra datos suficientes para entenderlo así, en especial a partir del Nuevo Testamento. Es verdad que el lenguaje bíblico no es el nuestro ―no puede ser el nuestro―, pero a la imagen divina del hombre como dominador de la Creación (por lo tanto, como encargado de hacer adelantar el mundo), se le ha añadido la condición sobrenatural de "hijo de Dios", y una moral de esperanza domina la actividad de su vida temporal. Sin esta esperanza, dice san Pablo, «seríamos los más desgraciados de los hombres» (1 Cor XV, 19).
Pero el hombre es un ser votado a la esperanza «desde dentro de sí mismo», desde esta profundidad próxima y misteriosa que maravillaba a san Agustín, que extasiaba a Newman ―«myself and my Creator»―. Somos naturaleza y libertad, y caminamos en la esperanza.
Nuestra esperanza no es sólo la de una liberación interior del hombre, sino que esperamos la liberación "personal" de todo hombre, de ese hombre "interior", no por reducirlo a cultivar un intimismo aislador y enajenador del mundo que le rodea, sino "interior" porque tiene raíces, historia, capacidad reflexiva, y es capaz de tomar decisiones responsables y actuar de acuerdo con ellas. Somos naturaleza y libertad; es decir, somos "personas", seres racionales abiertos, que se autoposeen en libertad de la conciencia, espirituales y fronterizos {6 (66)} con el Absoluto y el Eterno, sin que dejemos de estar inscritos, a la vez, en el tiempo, en el espacio, en la corporeidad, entendidos no como la fatalidad de un límite que encierra y sofoca, sino como la transparencia de un cristal por el que atraviesa la proyección hacia la trascendencia.
Cuando decimos que el hombre es capaz de pecado, significamos que puede romper una de estas tres relaciones que le son propias: es decir, que es hijo de Dios, que es compañero de su prójimo y que debe dominar (administrar) la naturaleza. El pecado es el "no" a estas relaciones. El hombre crece, se realiza, consolida su libertad, se redime, en la medida que prospera su fidelidad a estas coordenadas de su grandeza y de su responsabilidad. El hombre se realiza realizando el mundo. No es el hombre una "cosa" del mundo, sino que es el mundo lo que depende de él; el mundo en el que hay otros hombres como él; el mundo que trata y transforma, con entusiasmo y respeto, como hijo de Dios. Mundo inacabado, pero con un sentido, que el hombre ha de recoger con fidelidad, para continuar la tarea creadora. También en eso está su semejanza con Dios.
Aunque el Cristianismo sea más que un humanismo, es preciso establecer que, el cristiano, es, ante {7 (67)} todo, un hombre. Pero es un hombre con fe y con esperanza. Al hablar de fe, es preciso dar razón a Kierkegaard, que se negaba a reconocer fe alguna que no llevara inexcusablemente, el compromiso, fe que se impusiera la transformación medular de la vida, en la presencia de la verdad sobrenatural que se acepta, determina la actitud esencial del ser religioso desde la soledad más recóndita ―interior, responsable― hasta la acción pública.
Es decir, hasta que la fe es una relación viva con lo creído.
La historia de la humanidad es un camino de esperanza: es la historia de como el hombre ha ido descubriendo a sí mismo, desde su naturaleza recibida de Dios, hasta su grandeza de hijo suyo. Conocerse él mismo en relación con Dios, en relación con los demás, en relación con la naturaleza, es la tarea de su estar en el tiempo. Y será feliz y crecerá en bondad en la medida que sea capaz de admirarse, y transformarse e identificarse con la creciente sabiduría que le proporcionen sus descubrimientos.
En rigor, nada vuelve, nada se repite; todo crece, todo se hace nuevo. Todo nos ha de ir llevando a Dios.
{8 (68)}
4. SANTOS Y ARTISTAS
DECÍAN de san Lucas que era el patrono de los pintores y artistas plásticos. La razón era que él "pintó" con palabras, tersas, sencillas, exactas, la figura del Señor y, con singular transparencia, incluso musical ―su griego es el mejor del N.T.— sus palabras. La belleza del Evangelio lucano armoniza sabiamente fidelidad con vigor, pues se nota que Lucas fue discípulo de san Pablo. También se distingue de los otros tres evangelistas en que él se atrevió a intercalar poesías en su narración: palabras acariciadas, pulidas, ordenadas, que brotan de la simetría gozosa y entusiasta del corazón que las proclama, como si el alma se abriera de brazos y se hiciera alas sobre el pueblo de Dios, que guardó tantas esperanzas, crecidas hasta el momento de recibir al Mesías, en el espíritu, en los brazos, en el seno y en la fe:
los sentimientos insinuados a través de multitud de generaciones, se hacen realidad vibrante en labios de María, de Zacarías, de Samuel, de Ana, y proclaman el gozo que no pueden contener dentro, y miran a Dios, en quien siempre habían esperado.
Pero después de Lucas muchos otros han "pintado" y cantado a Dios. Entre todos, hubo un hermano dominico, en La tierra de los artistas ―¡Florencia tenía que ser!― que "desperdició" ―dejando que se convirtiera en gracia― su tiempo cubriendo con el oro de su arte la pobreza de las paredes de su convento, san Marcos. Este pintor fue Fray Angelico. Iglesia y contento "in piazza san Marco, di Firenze", que Felipe Neri, de niño, frecuentaba casi a diario, pues dijo siempre que allí y de aquellos frailes, aprendió lo mejor de su vida para su alma. Quería referirse, por lo que luego confirmaría su existencia, al amor a Cristo, la devoción a la Madonna", y el sentido de lo bello, desde aquella belleza que allí se hacía transparencia ágil y elegante, compatible con la pobreza de corredores y paredes de un convento de gentes religiosas y austeras ―¡oh, Savonarola!―, que era rico sin saberlo, sin pretenderlo, con el tesoro de lo que no se rende ni tiene precio, pero que ilumina el corazón y crea libertad de cielos y formas para Dios.
Y hacemos recuerdo de san Marcos de Florencia, de su Fray Angélico, ahora, porque hace pocas semanas que Papa Juan Pablo II, ha querido honrar a aquel frailecillo colosal, proclamándole patrono de todos los artistas. Los ángeles de las decoradas paredes habrán batido las alas para derramar un poco de oro y convertirlo en más luz:
la de la fe y del amor que impresionó la infancia de san Felipe. Pero hay una curiosidad, en ese pintor, que no debe pasar por alto. Él, poeta de los colores la luz, inventor de las formas de los ángeles, y maestro del oro y azul y del fuego de las estrellas, se atrevió a lo que ningún otro pintor ha intentado todavía:
puso en su cuadro del Cenáculo, junto al Señor y los doce apóstoles, a la virgen María. Es decir, fue un pintor santo, un santo pintor, que hizo justicia a la mujer, en la Iglesia. Y de qué modo mejor que asociando a la Virgen al misterio de aquella Pascua, desde su mismo comienzo, en el Cenáculo?
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5. CRECER EN LA VIDA
LA VIDA y la muerte, luchando; pero con la victoria de la vida sobre la muerte, tal como se canta en Pascua.
Ahora la primavera despierta como explosión que rasga el silencio que el invierno había impuesto a la naturaleza.
Primavera es el triunfo cíclico por el que se afirma el valor de las cosas creadas, con la promesa de la fecundidad de la tierra. Algo que entendemos más fácilmente en nuestras latitudes, y que sabemos relacionar con el recuerdo de la Resurrección de Jesucristo, como misterio de una superior primavera, espiritual y universal, que marca a la entera Humanidad, porque triunfa, para siempre, y para todos, la vida, hecha participación y reverberación del latido de Dios en cada cristiano y hasta en cada ser humano, a través del Resucitado.
Recuerdo conmemorado que no es una simple repetición cíclica, un "eterno retorno" fatal, sino vaivén ―flujo y reflujo― creciente, en el que se mece la vida, empujada hacia el desarrollo que la aproxima, cada vez más, a la sintonía con el modelo que Dios ha proyectado para «un cielo nuevo y una tierra nueva». No es una repetición, sino una renovación, un crecimiento rejuvenecedor. En él no hay cuotas de muerte, sino para una mayor vida.
{10 (70)} Serena y lúcidamente, solamente así podemos entender la razón de las tristezas anecdóticas, de los fracasos temporales, de la contingencia de los bienes inacabados, que llamamos males. Errores, retrasos, locuras y hasta pecados humanos, y aldabonazos a la conciencia de cada ser humano y al sentir de la entera Humanidad, que se ve constreñida a luchar por alcanzar un mayor bien; porque lo que llamamos mal es reto y acicate para un mayor bien. La vida es un proceso y, mientras discurre, nada se pierde y todo se va convirtiendo en energía renovadora, en estímulo creador. No se trata de defendernos de la muerte, sino de crecer en la vida.
Después de Cristo podemos decir que, a la vida, ya no le sigue la muerte, sino que, inversamente, a la muerte le sigue la vida, mayor vida, una primavera de Dios, un tiempo para Dios que, en realidad ya no es tiempo, porque no cabe en las terrenas dimensiones.
Tal vez nuestros males y la tristeza de creerlos inevitables, provienen de nuestra falta de esperanza más que de nuestra poca fe, al descompasar nuestros anhelos del ritmo del hacer de Dios en el mundo. Nos sentimos zarandeados y no llevados por Dios, cuando en realidad todo conspira, todo se encauza y progresa apuntando todavía más lejos y más alto {11 (71)} de los objetivos con que nuestra mezquindad se resignaría.
Por esto nuestro crecimiento en Dios es un misterio vital, parecido al de los árboles y, entre inviernos y primaveras, nos sacuden fríos de dolor y nos asustan silencios de muerte, aunque ningún desgarro interior podría arrancarnos la vida, pues estamos enraizados en Dios. Después de cada hielo de tristeza y soledad, después de cada poda, volverán a crecernos las ramas, florecidas de esperanza, como brazos oferentes, prestas a volcar fuera, otra vez, el vigor de la vida que remanece.
Pasarán las crisis, cuando todos hayamos entendido su sentido, tomada su lección y hayamos andado otro paso hacia la total conversión. Entonces oiremos, otra vez como palabras del Señor a nosotros, las del Cantar de los Cantares: «Ven, mira, ya ha pasado el invierno, las lluvias han cesado; han aparecido las flores en la tierra, ha llegado el tiempo de las canciones...» (2, 22-12).
Un día, todos los colores serán luz, todos los vientos música, todos los soles gloria, y nosotros hijos de Dios. Habrá llegado la primavera eterna.
A Dios no se le encuentra exclusivamente aquí o allá, sino que se le encuentra cuando el hombre, bajando a lo más profundo de su corazón, decide dar un viraje total a su vida y ponerla al servicio de la idea que el mismo Cristo trajo a la tierra, A saber: el anuncio del Reino de Dios, un Reino tan grande que no podemos encerrarlo en el espacio de un templo por muy grande, noble y famoso que sea.
Ana María Cortés
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6. Documento: LA VOZ DE LA RESURRECCIÓN, De una entrevista con Cristóbal Halffter
HACE casi cinco años que se estrenó triunfalmente en París, y patrocinado por Radio France, el «OFFICIUM DEFUNCTORUM» del compositor Cristóbal Halffter, obra excepcional que resume la última etapa composicional del gran músico, y que fue señalada, entonces, como el «gran acontecimiento musical del año» por la prensa del país vecino. Los éxitos se repitieron en otras partes de Europa.
Desempolvando recortes de prensa encontramos el diálogo que, hace un par de años, con ocasión de su estancia en España, mantuvo con el músico Maria Luisa Brey, y que resumimos ahora, si bien todos pueden saber que Cristóbal Halffter pertenece a una familia de compositores de música polifónica contemporánea, que bien pueden calificarse como músicos de anticipación, precursores, elitistas, pues se dice de ellos que son los autores de la música que se escuchará, con pleno éxito, en el ya próximo siglo XXI. Uno de los Halffter ―Ernesto, tío de Cristóbal― terminó la incompleta «ATLANTIDA» de Falla.
Cristóbal Halffter es un compositor de prestigio universal y está considerado como una de las figuras más destacadas en el panorama artístico de la República Federal Alemana. Corren por sus venas sangre germana y sangre española, y España, en concreto, le interesa mucho, pues española es su mujer y españoles son sus hijos.
Cristóbal Halffter es un compositor cristiano, y casi la totalidad de sus obras están presididas por el signo religioso, algunas de ellas inspiradas en textos de san Juan de la Cruz Es conocida su «MISA PARA LA JUVENTUD, GAUDIUM ET SPES».
{13 (73)} Pero volvamos a la que ha dado motivo al principio de estas líneas, o sea el ―OFFICIUM DEFUNCTORUM―, aunque, contrariamente a lo que pudiera parecer, no es una obra destinada al servicio litúrgico, sino un monumento sonoro levantado sobre textos bíblicos, que tiene una hora de duración, para el que se utiliza una gran orquesta y un nutrido coro mixto, al que se une otro compuesto por doce solistas y un niño. Es una obra monumental para una meditación sobre la muerte, dedicada a cuantos dieron su vida por los demás. El autor tiene en la mente a personas como Gandhi, como Luther King, y a tantos otros que, en todos los tiempos y la mayor parte de veces de forma anónima, han dado la extrema prueba de amor por los otros, siguiendo el ejemplo de Cristo. En su obra el autor evita el tremendismo del «Dies irae, dies illae», pues no lo cierra con la cita de la «more aeterna», sino con las citas esperanzadas del Apocalipsis y de san Juan.
Halffter va mucho más allá del simple entretenimiento estético en esta su interiorización meditativa del misterio de la muerte cristiana. Alguien ha dicho que, sobre el coro tenebroso, lanza una y otra vez haces de luz, como hiriendo la misma idea de la muerte para convertirla en esperanza de la vida.
Pero a la vertiente predominante religiosa de Cristóbal Halffter hay que añadir sus compromisos y preocupaciones de carácter ético y social, de lo que son ejemplo varias de sus obras más conocidas y, en particular, la cantata «YES, SPEAK OUT», sobre los derechos humanos, estrenada en 1968 en las Naciones Unidas, al conmemorarse el vigésimo aniversario de la Declaración.
Cristóbal Halffter ha dirigido también en la Filarmónica de Berlín, la Orquesta Mundial de Juventudes, formada por ciento diez jóvenes profesores procedentes de veintiocho países.
Reproduzcamos ya algunos puntos del referido diálogo.
Vencer el tenebrismo
―En su oficio de difuntos aparece una dura tensión dialéctica entre la realidad de la muerte física y la difícil esperanza de la resurrección. ¿Cree que el aleluya final que grita la voz de un niño, consigue apagar y vencer el tenebrismo, esa conciencia lúcida de la finitud que envuelve el resto de su creación musical?
―Yo creo que sí. Porque precisamente el que hable un niño, el que grite un niño, pienso que llega a los oyentes.
Yo he elegido precisamente la voz de un niño porque la fe en la resurrección nos exige precisamente inocencia, es decir, la convicción y credibilidad de los niños.
No creo que esta obra sea de tipo tenebrista, como se ha dicho, sino más bien una composición tensa, comprometidamente austera, de tipo esperanzador. Se la ha comparado {14 (74)} con el tenebrismo de las pinturas de Goya, pero creo que en esas pinturas hay una tensión de otro tipo.
Hombres-niño
—Pienso que en ese réquiem ha conseguido usted aunar dos verdades clave del mensaje cristiano: la resurrección de los muertos y la condición indispensable para alcanzarla:
hacerse niños. ¿Conoce, entre sus amistades cristianas, muchos hombres-niños, en el sentido evangélico?
―No solamente conozco hombres-niño entre los cristianos. Aún queda mucha gente estupenda, cargada de entusiasmo, capaz de poner ilusión en todo lo que hacen, y yo esto lo considero una virtud propia de la infancia.
Ser niño, lógicamente, no consiste en no saber, sino en tener una visión adecuada de la realidad, serena y alegre.
Falla el hombre-niño porque vivimos inmersos en el materialismo. Hoy al hombre, desgraciadamente, se le mide tan sólo por lo que produce.
―Usted compuso la música para el himno del centenario de santa Teresa de Jesús. ¿Cuántas Teresas y Juanes de la Cruz serían necesarios para renovar espiritualmente a España? ¿Conoce aquellos versos de Machado?:
Teresa de Jesús, alma de fuego,
Juan de la Cruz, espíritu de la llama,
por aquí hay mucho frío, padres nuestros,
corazoncitos de Jesus se apagan.
El cambio cultural
¿Podría comentar y aplicar estos versos a la España de hoy?
―Sí, aquí hace mucho frío, igual que ayer, porque la fuerte personalidad cristiana de estos dos santos, sus recias virtudes, se echar mucho de menos en nuestro cristianismo de devocioncillas. Pero, para salvar a España… bastaría con que hubiese cristianos más pequeños, más modestos, capaces de contribuir a la cultura del país, y hablo de la cultura en su sentido más amplio. Necesitamos personas que sepan vivir mejor, que tengan más conocimiento de la dignidad humana, que posean la cultura de las pequeñas cosas del vivir, del vestir, del comer.
Este cambio cultural ―que incluye también lo religioso― creo que sería una buena solución para esta situación de mediocridad en que nos movemos, y que a mí me parece muy triste.
—Dice el filósofo García Morente que recobró la fe perdida al escuchar por la radio «LA INFANCIA DE CRISTO», de Berlioz. Lo mismo le sucedió a Claudel, en Notre Dame, {15 (75)} al escuchar el «MAGNIFICAT». ¿A qué atribuye el hecho de que la música religiosa pueda llegar a ser vehículo de la gracia de un modo tan patente y eficaz?
La buena música
―Porque la música es un arte que va directamente a la sensibilidad, a la inteligencia, a la parte más noble del ser humano. Se trata de una serie de componentes que conlleva la música, la buena música. Esto es lo que no han sabido ver los rectores de la música religiosa de nuestro tiempo.
―Le gustan los cantos litúrgicos actuales?
―No, no, no.
Si tuviere que salvar algún canto o himno religioso preconciliar, ¿cuál salvaría?
―No sé, yo creo que sería muy difícil. Tal vez una literatura del canto coral, muy importante, que tuvo una fuerte tradición en el Norte. Sobre todo, las obras del P.
Olano, Goicoechea, Torres Perón, que siempre han funcionado bien. Ese tipo de cosas.
―Echa de menos el canto gregoriano?
―Mucho, mucho. No debiera haberse abandonado.
Yo, cristiano posconciliar, no me considero anti-nada, sino defensor de todo lo bueno. ¿Por qué se va a perder el canto gregoriano, que está dentro de nuestra cultura, algo tan rico y universal?
La vulgaridad de la música religiosa actual
―¿Por qué no le gustan los cantos litúrgicos actuales?
―Porque la Iglesia, no sé si consciente o inconscientemente ha jugado un papel importante en la valoración de la vulgaridad...
―¿Qué haría usted, si le hicieran director general de música?
{16 (76)} ―Lo primero, no aceptar. Pero en el supuesto de lo fuese, trataría de llevar la música a todas partes. Que la música, y el arte en general, no fuesen pertenencia de una élite. Esto no se conseguirá nunca plenamente, porque no cabe duda de que la música será siempre un poco de élite, pero trataría de ampliar la base, de educar y cultivar la sensibilidad de las personas, elevar el concepto de la dignidad humana. Yo siempre digo que la calidad de la gente se mide por su ocio, ya que cada uno puede emplearlo como quiera. Si el tiempo libre lo empleamos exclusivamente para ir al fútbol, en insultar al árbitro, nuestra calidad humana será baja, muy pequeña. Si dedicamos nuestro ocio a pascar, a leer, a cosas similares, el nivel humano ya habrá subido un poco.
―Usted dedica su réquiem a todos aquellos que murieron para que los hombres tengan vida, a todos los que murieron violentamente sin utilizar ellos la violencia. Basta ver los títulos de sus composiciones para comprobar su obsesión por la idea de la muerte. Esta preocupación suya por el tema, y prescindiendo de las personas cuya muerte usted exalta, pues de sobra conocemos su verdad histórica y su dedicación total a los demás, me sugiere una pregunta:
¿Qué le parece más valioso, dar la muerte o dar la vida por los demás? Porque todos sabemos que, en un momento de generosidad, se puede saber morir por una causa cuando no se ha sabido vivir por ella... Yo me pregunto si una muerte brillante puede salvar una vida mediocre.
Elogio de los mártires
―Creo que no. Una muerte honrosa es algo digno y deseable, pero nunca puede salvar una vida vacía. Lo que pasa es que los que son capaces de dar la muerte por los demás, son seres que han ido dando también la vida poco a poco, ya que los actos heroicos raramente se improvisan. Piense en el obispo Romero, en Gandhi, en Luther King, en Cristo...
―Su cantata sobre los derechos humanos «YES, SPEAK OUT», está muy bien; pero, no cree que todo se nos queda en eso, en hablar con valentía? No cree que somos muchos más los que hablamos de El Salvador, de Nicaragua, y de Polonia, que los que viven y mueren allí, defendiendo con la vida los derechos de esas pobres gentes?
―Es verdad, pero hace falta también alguien que lo diga, que despierte las conciencias de las personas, que se denuncien las situaciones de injusticia. Es necesario crear un estado de opinión, al menos eso.
{17 (77)}
El tema de Dios
―Por último: ¿sigue vigente la idea de Dios en el mundo y en la sociedad que usted frecuenta, o es un tema tabú, un rumor cada vez más confuso e imperceptible, una idea que sólo perturba de vez en cuando el subconsciente del hombre moderno?
―El tema de Dios sigue latente en mil formas. Se busca trascendencia del modo que sea, se busca un fin que de sentido a la existencia; lo que hace surgir por todas partes sectas orientales, prácticas mágicas, espiritistas, adivinos demás. Se busca un descanso, y lo más divertido es que se buscan explicaciones completamente idiotas, teniendo otras mucho más sencillas. La necesidad de saber es inherente al ser humano.
Oh Señor, líbrame del hombre de intención excelente y de corazón impuro: pues el corazón es más engañoso que todas las cosas, y desesperadamente perverso.
Presérvame del enemigo que tiene algo que ganar:
y del amigo que tiene algo que perder.
T. S. Eliot
ENVÍANOS LOCOS, SEÑOR.
¡Oh Dios! Envíanos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los que se olvidan de sí mismos,
de los que aman con algo más que con palabras,
de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin.
Danos locos,
apasionados,
hombres capaces de dar el salto hasta la inseguridad,
hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza;
danos locos,
que acepten diluirse en la masa
sin pretensiones de ascensos,
sin que vayan a sacar su propio provecho.
Danos locos,
locos del presente,
enamorados de una forma de vida sencilla,
liberadores eficientes de los que otros olvidan,
locos amantes de la paz,
puros de conciencia,
decididos a jamás ser traidores,
capaces de aceptar cualquier tarea,
dispuestos a acudir donde sea,
libres y obedientes,
espontáneos y tenaces,
dulces y fuertes.
Danos locos, Señor: danos locos.
J. L. Lebret
{18 (78)}
7. EL PECADO ORIGINAL
TENGO de Dios tanta certidumbre como de mi propia existencia, aunque cuando intento examinar los fundamentos de esta certidumbre y darle forma lógica, encuentro gran dificultad, tanto en el fondo como en la forma.
Tiendo mi vista por el mundo de los hombres, y se me ofrece una perspectiva que me llena de indecible tristeza.
Parece que el mundo ha negado sencillamente esta gran verdad, de la cual se siente tan lleno todo mi ser. Y el efecto que me produce, en consecuencia, necesariamente me conturba de tal manera como si se negase mi propia existencia. Si me mirase a un espejo y no viese en él mi rostro, me produciría una sensación parecida a la que siento cuando contemplo este mundo vivo y atareado que no quiere saber nada de su Creador. Ésta es para mí una de las grandes dificultades de esta absoluta y primaria verdad a la cual me estoy refiriendo. Si no fuera por esa voz que habla tan clara en mi conciencia y en mi corazón, yo sería un ateo, un panteísta o un politeísta cuando contemplo el mundo.
Hablo de mí solamente. Estoy lejos de negar la fuerza real de los argumentos que prueban la existencia de Dios, formados por los hechos generales de la sociedad humana y del curso de la Historia; pero estos argumentos, ni me calientan ni me iluminan; no suprimen el invierno de mi desolación, ni hacen brotar yemas en las ramas, ni crecer las hojas dentro de mí, ni regocijan mi ser moral.
La vista del mundo no es más que el pergamino del profeta «lleno de lamentaciones, de llanto y de terror». El considerar el mundo en su largo y ancho, sus variadas historias, las múltiples razas de hombres, sus comienzos, su fortuna, su mutuo alojamiento, sus conflictos; después, su modo de vivir, sus hábitos, gobiernos, formas de culto; sus empresas, sus carreras sin objeto, sus adquisiciones y éxitos debidos al azar, la impotente terminación de cosas duraderas, las prendas tan débiles y tan rotas de un designio superior, la ciega evolución de lo que vienen a ser grandes poderes y verdades; el progreso de las cosas que parece venir de elementos irracionales, no hacia causas finales; la grandeza y pequeñez del hombre, sus inmensas ambiciones, su corta duración, el telón que oculta su futuro; las desilusiones de la vida, la derrota del bien, los éxitos del mal, el dolor físico, la inquietud de la muerte, el prevalecimiento e intensidad del pecado, las extensas idolatrías, la corrupción...
Esto está fuera de los propósitos del Creador; esto es un hecho, un hecho tan verdadero como su existencia; y así la doctrina de lo que se llama pecado original me parece tan cierta como que el mundo existe y como que existe Dios.
John H. Newman, C. O.