Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 213. MAYO. Año 1984
0. SUMARIO
GOZARNOS en los santos de Dios, porque en ellos la gracia se ha manifestado ejemplarmente, convertida en realidad vivida. Y gozarnos, con profunda gratitud hacia Dios, por los santos que ha colocado en nuestro camino hacia él, para que nos sean guías y padres en nuestro acercamiento al Evangelio: pues eso representa san Felipe Neri para todos los que nos consideramos sus hijos.
MEMORANDA...
ESPÍRITU Y LIBERTAD
LOS LIBROS DE SAN FELIPE
TEOLOGÍA DE LA LIBERTAD
FELIPE, SANTO Y POETA
EL FRUSTRADO ORATORIO DE MILÁN
DOCUMENTOS DE SAN FELIPE NERI
SAN FELIPE Y EL DINERO
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1. MEMORANDA
1515, nace san Felipe en la ciudad de Florencia.
515, nace san Felipe en la ciudad de Florencia.
{1533, va a San Germano (Nápoles), con sus parientes,} a cuya herencia renuncia.
1534, pasa a Roma, para el resto de su vida, dedicada a la oración у al apostolado.
1551, Persiano Rosa, su confesor, lo lleva al Sacerdocio, y es ordenado el 23 de mayo, en la iglesia de San Tomaso in Parione; vive en San Jerónimo de la Caridad, verdadera cuna del Oratorio.
1575, Gregorio XIII erige a perpetuidad la Congregación del Oratorio.
1595, en la fiesta del Corpus, después de anunciar el día y la hora, muere san Felipe.
1622, es canonizado por Gregorio XV.
1645, se funda la primera Congregación del Oratorio en España (Valencia).
1669, se funda la primera Congregación en América (Puebla, Méx.).
. . .
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2. Espíritu y libertad
LOS SANTOS han llegado a serlo por la libertad que han encontrado en la Iglesia para realizarse, en espíritu, como hijos de Dios. Esa libertad la Iglesia la reconoce a todos los bautizados, sin la cual no podrían responder a la vocación de la filiación divina. Pero dentro del llamamiento general a esta santidad para todos, la Iglesia, maternalmente, ha ido reconociendo y amparando diversidad de «formas de vida», que el Espíritu mismo de Dios ha suscitado en su seno, para que la riqueza de los dones con que la bendice, la hermoseara e hiciera más fecunda. De este modo han surgido, con diferentes denominaciones, según las épocas, órdenes, congregaciones, institutos, sociedades y familias de cristianos que, llevados del deseo de radicalizarse en la observancia de la vida tal como se desprende del Evangelio, han querido ajustarse lo más posible a los consejos de éste, para parecerse a Cristo y ser, ya desde ahora, anuncio de su Reino. Tal como se proclama en sus documentos y se reconoce en las leyes de la Iglesia, el estado cuya esencia está en la profesión de los consejos evangélicos, no forma parte de la estructura jerárquica de la Iglesia, pero pertenece, de manera indiscutible, a su vida y a su santidad. Y por ello todos en la Iglesia deben apoyarlo y promoverlo.
Una de las más originales, entre estas «formas de vida» evangélica, es la que surgió alrededor de nuestro Padre san Felipe Neri, conocida luego con el nombre de «Congregación del Oratorio», de la cual él mismo protestaba que no podía considerarse fundador, porque había sido el Espíritu de Dios quien la había creado. En efecto, hacía poco que el papa san Pío V, había generalizado rigurosamente los votos solemnes religiosos, y nada estaba más lejos de Felipe que emitir voto alguno, aunque sí estaba firmemente decidido a su total entrega a una vida de santidad, ofrecida en la Iglesia, que necesitaba, más que nunca, ser restaurada, y precisamente en {3 (83)} su corazón, Roma. Pocos comprendían, incluso entre los eclesiásticos, el estilo y espíritu de Felipe, que tampoco pretendía especiales reconocimientos, sino seguir gozando de una parcela de libertad para mejor entregarse a Dios y al apostolado, durante muchos años como seglar. Pero ya sacerdote, y cuando algunos de sus discípulos seglares se habían ordenado para unírsele en la misma forma de vida y apostolado, hubo un papa que quiso poner fuera de toda duda la labor de Felipe y el grupo formado junto a él:
fue Gregorio XIII, que creyó que, aun sin la emisión de votos, podía reconocer aquella «Congregación» en la bula «Copiosus in misericordia» de 1575.
Ello constituía toda una singularidad, a tan corta distancia del Tridentino y de las disposiciones de Pío V; pero, para que no cupiera duda alguna, poco más tarde, en las primeras originales Constituciones aprobadas por Paulo V, se confirma de nuevo.
La ausencia de votos, según Felipe, no significaba desprecio o merma del interés por las virtudes. Decía Felipe: «No quiero, para los míos, los votos de los religiosos, pero sí todas sus virtudes». En realidad, los votos como tales, ni siquiera habían sido mencionados en las órdenes más antiguas, sino que eran una especificación posterior, que el derecho acababa de generalizar.
Pero el Espíritu está por encima del derecho, y el amor es la plenitud de la ley, porque el Espíritu es libre, y la Iglesia lo reconoce, lo proclama y lo ampara.
Los mismos "ojos iluminados" la Iglesia, junto con vosotros, pide para tantos cristianos, especialmente para la juventud, a fin de que puedan descubrir este camino (de los consejos evangélicos) y no tengan miedo de seguirlo, y para que, aun en medio de las circunstancias adversas de la vida de hoy, puedan escuchar el «Sígueme» de Cristo.
Redemptionis donum, 16, de Juan Pablo II
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3. LOS LIBROS DE SAN FELIPE
LOS BIÓGRAFOS de san Felipe cuentan cómo, en su juventud, después de haber estudiado filosofía y teología, siendo todavía seglar, en Roma, decidió vender todos sus libros y entregar el dinero a los pobres. Metido en obras de apostolado y de asistencia a enfermos y peregrinos, iría escaso de medios para la buena labor que le ocupaba; por otra parte, sentiría el apego hacia lo propio y quiso desprenderse de la única riqueza que su reducida biblioteca pudiera representar. No fue éste el primer acto de desprendimiento de su vida, pues sabemos bien, no sólo de la austeridad en que vivió desde niño en Florencia, con los suyos, sino que cuando la suerte, según dirían los mundanos, le sonreía ante la expectativa de heredar negocio y fortuna de sus parientes de San Germán, declinó el aceptar aquel porvenir y decidió ir a Roma para entregarse totalmente y libremente a Dios, como apóstol seglar. Más tarde, cuando de consejos a los que a él acudirán, les dirá que la sabiduría verdadera no viene por el camino de los libros, sino de la oración. De todos modos, no consta explícitamente cómo insistía entre los suyos para que estudiasen y profundizaran en el conocimiento de las verdades sobre Dios y de la historia de la Iglesia. Y él mismo, ya anciano, discutía con agilidad de mente sobre cuestiones teológicas sacadas de la Suma de santo Tomás, con jóvenes estudiantes a los que forzaba a argumentar en la discusión espontánea de materias de estudio. Y si decimos que, en aquellos tiempos, apenas descubierta la imprenta, ya la tenían en el naciente Oratorio fundado por san Felipe, para imprimir las obras que algunos de sus discípulos escribían, por descontado que queda demostrado el aprecio que, no solamente de la cultura cristiana, sino también de su difusión tenía nuestro santo Padre, y de cómo lo fomentaba entre los suyos.
Pero hay un par de libros que merecen ser mencionados de manera especial, porque nunca se separó {5 (85)} de ellos y sirven para entender algunos de los rasgos de su espíritu, verdaderamente singular.
Se trata de dos libros que conoció en su infancia, en Florencia, probablemente en la misma escuela y en su casa: es el libro de las Laudi, de Iacopone da Todi, y las Facezie, de Arlotto Mainardi. Libros muy significativos, aunque totalmente dispares, el primero de poesía, el segundo de humor.
En cuanto a Iacopone da Todi (1230-1306), se le llamaba «el juglar de Dios», heredero del fervor místico franciscano, gran poeta religioso, que después de haber estudiado filosofía y derecho en Bolonia, y ejercido por un tiempo el oficio de notario, se consagró enteramente a Dios vistiendo el hábito de san Francisco, pero no sin pasar por grandes pruebas y contradicciones, que no sirvieron para otra cosa que para acerar su sinceridad evangélica. Jesús, María, la Iglesia, serán los temas de sus composiciones, en contraste con la vanidad del mundo y el pensamiento de la muerte.
Casi puede decirse de él que compuso, con sus versos, su biografía poética. Con el «stil nuovo», surgido de las corrientes literarias provenzales y sicilianas, introduce a lo que pronto, desde otras latitudes europeas, se llamará la devotio moderna y que tendrá su expresión en la glosa y recuerdo del misterio de la encarnación del Señor. {6 (86)} Él escribía principalmente para los novicios "menores", pero sus composiciones acababan en manos principalmente de los laicos cristianos, y eran estimadas en amplios sectores de los más despiertos fieles florentinos; por esta razón lo conoció y leyó en su escuela, y aprendió de memoria algunos de aquellos poemas llamados Laudi:
«Se per diletto tu cencando vai, cerca Gesù e contento sarai...»; «Cristo è fiorito nella carne pura, onde si allegri ogni creatura»; «Bontade si lamenta, l'Affetto non l'ha amata...» Cuando mayor, y en el Oratorio, sirvieron, con otros textos, de lectura para comentar y meditar, y de letra para musicar por Palestrina, Aminuccia, Soto y algún otro músico de los devotos seguidores de san Felipe, en las primeras reuniones del Oratorio. Pasando por alto algunos matices, Iacopone da Todi se puede situar como figura paralela a la de Ramón Llull, místico catalán, y a Gonzalo de Berceo, castellano. San Felipe Neri tenía un corazón de poeta y no sin belleza quería que la verdad divina fuese recibida y gustada por sus discípulos. Por esto el libro de las Laudi lo acompañaría siempre, y le serviría de referencia temática para su propia oración personal y para estímulo piadoso de los del Oratorio.
Pero muy diferente del libro de Iacopone da Todi era el de las Facerie del pierano Arlotto Mainardi.
Cierto que también tenía su belleza, pero ya no mística, sino la de la espontaneidad desenfadada, aunque no irreverente, muy distinta de la "feetività grossolana" de Boccaccio, de mediados del XIV, con su Decamerone y su Comedia humana en contraste irrespetuoso con la Dirina de Dante. Arlotto Mainardi era el párroco de la "pieve" de Cresci, de la diócesis de Fiesole, lindando con Florencia. El padre de Felipe (Ser Francesco) lo había visto y oído, sin duda, por las calles y plazas de la ciudad, cuando descendía a ella y contaba a sus amigos florentinos recuerdos y experiencias curiosas y alegres, recogidas en sus viajes por la Europa de entonces.
Era un tipo bueno, honesto, sencillo y hospitalario, que lo observaba todo sin molestar a nadie, pero burlándose casi siempre de lo que le parecía demasiado serio. Florencia era una ciudad de idealistas y exiliados, y su visión algo chistosa de lo excesivamente formal, divertía a sus oyentes. Por ejemplo: se construyó en vida su sepultura y puso en ella esta inscripción lapidaria: «Questa sepultura il Pievano Arlotto la face fare per se e per chi ci vuol entrare).
La "festività", característica destacada en nuestro Padre San Felipe, que le lleva a una constante ironía respecto de lo que parece demasiado grande, y desconfía o {7 (87)} toma a broma las actitudes muy serias y los formalismos que disfrazan de buen celo la vanidad de que se reviste, a veces, aun lo que se presenta como bondad y virtud.
No se podrá decir que san Felipe fuera irrespetuoso contra nadie, pero cierto que "prendeva in giro" (se burlaba) de las grandezas de este mundo, y desconcertaba a los pseudo-espirituales, sensibles a la adulación y seguros en su autocomplacencia, más que en la sinceridad desnuda, gozosa y sencilla de los verdaderos seguidores del Evangelio y amantes de la Iglesia.
Con san Felipe lo pasaban mal los vanidosos, tanto los que esperaban halagos, como los que los daban para recobrarlos correspondidos y crecidos. Toda su agudeza florentina y su humor inmisericorde con el espíritu mundano, por muy disimulado que acechase, convertía en chiste los atisbos de vanidad ajena y los riesgos de la propia. Así, por ejemplo, cuando el papa Clemente VII se le acercó para decirle: «Padre Felipe, os hacemos cardenal», y Felipe le respondió con gracia simpática y dilatoria: «Lo aceptaré, Santidad, pero con tal que me hagáis merced de una sola condición, y es esta: que permitáis que os avise cuando me vaya bien recibir el nombramiento». Evidentemente, Felipe, una vez pasada la ocasión comprometida, jamás "se acordó" de dar tal aviso al papa, y el papa tuvo otras cosas que hacer, y ―afortunadamente― también se olvidó.
La poesía y el humor, la belleza y la alegría, la serenidad del alma y un modo humano y relativizador de lo cotidiano. Una cierta e innegable exquisitez espiritual, armoniosa, dulce y elevadora, incompatible con la plebeyez ruda e ineducada. Y, por otra parte, ese mirar risueño de lo que la vida da fluidamente, sin negarle a lo transitorio las cuotas de bondad que Dios sobre ello derrama, pero evitando las absolutizaciones enajenantes, ridículas porque pretenden medidas de grandeza que no les corresponde, y porque la estima desproporcionada de ellas nos quita las fuerzas para el vuelo a lo sublime.
Algo que la Roma de san Felipe no tenía, y carencia que le había costado admitir, pero que san Felipe supo darle, sin por ello humillarla, como un tesoro en el que resplandecía la santidad y sinceridad de su corazón cristiano y dispuesto radicalmente a entregarse a Dios y a la Iglesia, con una actitud y estilo que traía de Florencia y del estilo de sus mejores hombres y de la luz y armonía de su cielo, y de sus casas y de su historia, aunque humillada, pero todavía generosa, como sus santos.
EL ORATORIO DE ALBACETE.
1953, en la fiesta de Pentecostés, la Santa Sede erige la Congregación del Oratorio en esta diócesis de Albacete, y tiene inicialmente su sede en la villa de Tabarra.
1956, un Decreto de la S. C. de Rel.
traslada la sede de la Congregación recientemente fundada, a la ciudad de Albacete, donde cuenta con casa propia.
y espacio para edificar la iglesia.
1957, bendición de la capilla del Oratorio, en Albacete.
1959, se inaugura la ampliación de la casa, y una sala para las primeras reuniones de apostolado.
1963, bendición y colocación de la primera piedra de la iglesia del Oratorio.
1967, el Sr. Obispo consagra el altar de la iglesia, y queda inaugurada, junto con los locales, más amplios.
1972, se inaugura la imprenta del Oratorio, y en ella se confecciona, desde entonces, la revista «Laus».
Es más fácil llevar a Dios a los que tienen un espíritu alegre, que a los introvertidos y melancólicos.
S. Felipe Neri
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4. Teología de la libertad
LA teología cristiana intenta explicar a Dios como la libertad absoluta. Karl Rahner, en su «CURSO FUNDAMENTAL SOBRE LA FE», que, sin ser la más extensa de sus obras, él mismo no duda en reconocer que contiene, condensado, lo esencial de todo su pensamiento teológico, cuando se propone señalar lo que puede llamarse característico de la vida cristiana, afirma que está en la cima, lo auténtico del cristiano y de su vida, no su divinización, sino el permanecer abierto a todo lo que en la profundidad última de la realidad ha sido impuesto al hombre. Por eso «la vida cristiana podría caracterizarse como la vida de la libertad, que es, en definitiva, la apertura a todo, sin excepción: la apertura a la verdad absoluta, al amor absoluto, a la iluminación absoluta de la vida humana en la inmediatez de lo que llamamos Dios».
Para Rahner, esta libertad no equivale a la ausencia de poderes determinantes que presionan sobre nuestra existencia. «Pero el cristiano cree que, a través de este cautiverio mismo, hay una puerta hacia la libertad, hacia una libertad superior que no podemos conseguir a la fuerza, sino que nos la da Dios, en cuanto él se entrega ―es gracia― a sí mismo a través de todos los cautiverios de nuestra existencia», pues «Cristo nos redimió para esta libertad».
Es la libertad de los santos, inencasillable entre los esquemas del mundo, pero que florece en medio de él, purificándolo de sus estructuras opresivas y egoístas de dominio y de pecado.
Poco antes de morir, o de sumergirse «en el abismo del misterio de Dios, en que uno se precipita con la esperanza de ser acogido eternamente por Su amor y Su misericordia», no se recataba en afirmar que «le hubiera gustado que en su vida hubiese habido más amor, más valentía, especialmente respecto a los que tienen autoridad en la Iglesia, y más comprensión con el hombre de hoy y su forma de pensar».
Los teólogos como Rahner, los pensadores profundos y honestos que se abisman en Dios, son los que impiden que la Iglesia se anquilose en lo que sería, seguramente, su mayor riesgo temporal, la burocratización de lo sagrado, o la tentación de someter a estadísticas las corrientes de la gracia de Dios, ese don que fluye en libertad, porque sólo así se va haciendo espíritu y verdad en la vida de los hombres, a través de la historia, conduciéndolos a Dios. La figura de Karl Rahner es inseparable del Concilio Vaticano II que, según él, todavía no había sido asimilado en la Iglesia, que está atravesando una «etapa invernal», pero que ya da señales de esperanza, entre transformaciones y diásporas, que disponen a la libertad de hijos de Dios.
{9 (89)}
5. Felipe, santo y poeta
Desgraciadamente conservamos pocos escritos originales de nuestro Padre san Felipe Neri: apenas algunas cartas y tres sonetos, de los cuales el más conocido es el que reproducimos a continuación, con la traducción castellana que del mismo hizo un anónimo oratoriano, del Oratorio de Baeza, a mediados del siglo XVIII. Respetamos la ortografía del italiano original. Evidentemente este soneto fue compuesto por nuestro Santo en su juventud, y se nota que había leído a Petrarca, florentino como él, humanista y primer literato de la modernidad, algo conceptualista, pero sin duda alguna precursor, en literatura, del Renacimiento, porque conjugaba su sensibilidad por el arte antiguo con el espíritu moderno, que le dio fama en su generación y en las inmediatas, especialmente entre los jóvenes.
{10 (90)} Si de Dios tiene el alma el ser perfecto,
siendo hecha en un instante de la nada,
no por medio de causa limitada,
¿cómo puede vencerla un vil objeto?
El temor, ansia, gozo, y todo afecto
le hacen estar de sí tan apartada,
que no ve (aun de ella estando rodeada)
la luz del sol, que gloria da a su aspecto.
¿Cómo las luces racionales, bellas,
a su pasión las tiene obedeciendo,
debiendo ésta servir, mandar aquéllas?
¿Qué prisiones le impiden que, ascendiendo,
vuelve, y no pare hasta pisar estrellas,
y viva siempre en Dios, a sí muriendo?
Se l'Anima ha de Dio l'esser perfetto,
Sendo, com'è, creata in un instante,
E non conmezzo di cagion cotante,
Come vincer la dee mortal oggetto?
Là vè speme, desio, guadio, e dispetto,
La fanno tanto da se stessa errante,
Si che non veggia (el'ha pur sempre innante)
Chi bearla potria Sol con l'aspetto.
Come ponno le parti esser rubelle
A la parte miglior, nè consentire;
E questa servir dee, commandar quelle?
Qual prigion la ritien, ch'indi partire
Non possa e al fin col pie calcar le stelle,
E viver sempre in Dio, e a se morire?
{11 (91)}
6. El frustrado Oratorio de Milán
LOS SANTOS tienen reacciones inesperadas, a primera vista desconcertantes, como ocurrió entre san Felipe y san Carlos Borromeo, a propósito de la fundación del Oratorio de Milán... que jamás se llevó a efecto. Y queda como algo anecdótico, pero útil para entrever los criterios que san Felipe tenía respecto a su obra y cómo pensaba que debía ser utilizada por el obispo diocesano que la acogiera.
Como se trata de dos santos, no hace falta exaltar las buenas y rectas intenciones de ambos, aunque acabaran en desacuerdo.
El apostolado romano de san Felipe estaba en todo su apogeo, y el prestigio del Oratorio plenamente consolidado, tanto por las personas, como por las obras que san Felipe y sus discípulos llevaban a cabo, y que cambiaron el aspecto de Roma, en lo que a espíritu cristiano se refiere. Admirado también de ello, san Carlos Borromeo pensó que algunos discípulos de san Felipe, en Milán, le irían muy bien, para que también allí el Oratorio, con sus reuniones, cultos, instrucción de los laicos y orientación espiritual y obras de misericordia, pudiera ser un centro de cultura cristiana y de piedad que contribuyera al bien de la populosa diócesis, algo diezmada en el clero, y necesitada de una profunda reforma.
San Felipe, en principio, no quiso desairar al santo cardenal y buen amigo suyo, y accedió, después de repetidos aplazamientos. Pues san Carlos quería elegir entre los miembros que tenían que fundar la comunidad. Al poco de establecerse en Milán los padres enviados por Felipe, éste se dio cuenta de que san Carlos no comprendía la finalidad del Oratorio, que tenía su peculiar ministerio, distinto de aquellos a los que pretendía destinarlo el santo cardenal. San Felipe, apenas transcurrió un año, llamó a todos a Roma y se cerró la fundación, con disgusto y protestas de san Carlos, y paz y sencillez espiritual de san Felipe, que no quiso que le deformaran su obra. Hubo insistencias y negociaciones que nunca acabaron de cuajar, hasta que san Carlos se convenció de que, si quería un equipo sacerdotal para otros fines que no fueran los específicos del Oratorio, no le quedaba otro remedio que crearlo él mismo. Y así surgió, más tarde, la fundación de los llamados «Oblatos de san Carlos», de dependencia totalmente diocesana, cuyo superior era el mismo Prelado.
San Felipe solía decir, recogiendo el versículo de un salmo del Breviario: «Ecclesia ornatur varietate»: la Iglesia se adorna con la variedad.
{12 (92)}
7. Documento: "DOCUMENTOS" DE SAN FELIPE NERI
EN LENGUAJE de literatura ascético-espiritual, se designa con el nombre de "documento" a una instrucción, dicho o aviso ―generalmente breves― que expresan o de los que se desprende un consejo particularmente dirigido a apartarnos del mal y a disponernos para obrar el bien.
No faltan en ninguna de las escuelas ascéticas clásicas, pero también existen colecciones formadas a base de seleccionar frases o referir anécdotas de hombres espirituales, de directores de conciencias y singularmente de santos. Hubo una época en que proliferaron y se tomaban como muestras o resúmenes característicos de su espiritualidad de origen. Tales muestras, de todos modos, no bastan para definir una espiritualidad, porque tampoco lo pretenden, pues se dirigen a la utilidad práctica de las almas deseosas o necesitadas de alguna orientación en el camino de acercamiento al Evangelio, sin mayores pretensiones.
En relación con nuestro Padre san Felipe Neri, existen algunas colecciones de tales documentos espirituales. La más conocida y difundida es producto de una recopilación escrita, hace poco más de dos siglos, por un sacerdote del Oratorio de Valencia, que tuvo en cuenta dos obras precedentes de los padres Giuseppe Crispini y Girolamo Bruni, y que llegó a publicarse traducida, en España, hace medio siglo, con el título de «Ascética de san Felipe Neri». Con anterioridad existía una edición italiana de la VIDA de san Felipe, escrita por el padre Pietro Giacomo Bacci, a la que se había añadido una colección de documentos", que también aparecieron, finalmente, en castellano, por la traducción que de ellos hiciera el padre Lluís Crespi de Borja, fundador del primer Oratorio español, que tuvo lugar en la ciudad de Valencia, en 1645. De esta segunda colección, precisamente, entresacamos algunos de los «dichos, acuerdos y documentos de nuestro Glorioso Padre San Felipe Neri, Fundador {13 (93)} de la Congregación del Oratorio... que tradujo del Italiano el Doctor Don Luis Crespi de Borja, de la Congregación del Oratorio de Valencia, según se decía en el lenguaje de la época. En nuestro caso, sin embargo, hacemos la transcripción en lenguaje actual, para facilitar la lectura.
Agradecimiento y libertad de conciencia
Un tío suyo le quería disuadir de dejar el mundo renunciar a sus bienes, diciéndole que le quería hacer heredero de su caudal, que era muy grande, y le hizo presentes los beneficios que le había hecho, a lo que le respondió el Santo: «Que en cuanto a los beneficios recibidos nunca se olvidaría; pero que en lo demás alababa mucho más su amor y benevolencia que su consejo».
Deseo del cielo
Decía frecuentemente: «Que los verdaderos siervos de Dios pasan la vida con paciencia, y llevan la muerte en el deseo».
Hacer el bien por Cristo, como a Cristo
A las personas que iban a visitar enfermos o a semejantes obras de caridad, les decía: «Que no era bastante el hacer simplemente aquel servicio al enfermo, sino que era menester, para hacerlo con mayor caridad, imaginarse que aquella persona era Cristo, y tener por cierto que hacían al mismo Jesucristo lo que hacían con aquel enfermo».
La oración, principal sabiduría
No permitió que los de la Congregación dejaran la oración por el estudio, antes quería que lo tuviesen de materias conformes a su apostolado y forma de vida, y decía: «Que el siervo de Dios ha de procurar no mostrar que sabe, sino saber, y que las cosas de la divina Escritura más se aprenden con la oración, que con el estudio».
Libros que empiecen por "S"
Advertía principalmente a los de casa, «que tanto para la propia vida de oración, como para manifestar la palabra de Dios, leyesen libros de autores cuyo nombre empezase con una "S" (San Agustin, San Gregorio...)». Y cuando él leía libros de santos, lo hacía muy despacio, parándose en aquella sentencia que le inflamaba el corazón, y ponderándola, no proseguía hasta que cesaba el afecto.
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Aprender a orar
Decía «que para aprender a tener oración era bonísimo medio reconocerse por indigno de beneficio tan grande: Que la verdadera preparación para ella era ejercitarse en la mortificación; porque quererse dar a la oración sin aquélla, es querer que vuele un pájaro antes de que le nazcan las plumas. Y también que el Espíritu Santo enseña a rezar bien a los que son humildes y obedientes».
Orar sin fatigarse
Quería el Santo que, cuando se pusieran en oración, más bien la dejasen presto, y con gusto y deseo de volver a ella, que cansados y molestos. Y a los que no podían estar mucho tiempo en ella, les aconsejaba que levantasen con frecuencia el corazón a Dios con oraciones jaculatorias.
El Oratorio
Exhortaba a los suyos a que no dejasen de frecuentar el Oratorio y ejercitarse en lo que allí se practicaba, ya todos que se encomendasen recíprocamente en sus oraciones, como formando una sola familia.
Alegría
Era muy inclinado a las personas alegres, y al que veía triste le daba una bofetada, diciéndole: «Está alegre».
También decía que son más fáciles de gobernar en el camino del espíritu a los alegres, que a los melancólicos.
Pero aborrecía la disolución, y así decía: «Que era muy necesario estar con toda cautela, de no volverse disoluto, y dar en espíritu de bufón, porque las bufonadas hacen incapaces a los hombres de recibir de Dios mayor espíritu, y destruyen el poco que se ha adquirido».
Olvidarse del demonio
A un joven por quien el Santo había rezado mucho para que venciera grandes tentaciones, y ya libre de ellas le decía muchos oprobios al demonio que creía haber vencido por intercesión del Santo, éste le dijo: «No más, hijo, no más, y deja el Demonio en paz, que se le hace sobrada honra en hablar demasiado de él».
Misa, Consuelos, sabiduría
A propósito de la celebración o participación en la santa Misa, decía que «erraban grandemente los que con sólo el pretexto de descansar, o recrearse, sin otra justa causa, dejaban de hacerlo, porque el que busca la recreación {15 (95)} fuera del creador, y el consuelo fuera de Cristo, no lo hallará jamás. Y que aquellos que buscan la consolación fuera de su lugar, buscan su propia perdición; y que quien quiere ser sabio sin la verdadera Sabiduría, y salvo sin el Salvador, ese tal no está sano, sino enfermo, ni es sabio, sino loco».
Sobre visiones
En cuanto a visiones, solía decir: «Que es menor peligro dejar de creer en las visiones verdaderas, que dar crédito a las falsas. Y que es menester tirar de los pies a los que quieren volar sin alas, y echarlos en tierra para así evitarles la caída»; significando con esto que siempre se ha de caminar por la mortificación de los sentidos y pasiones, y por el camino de la humildad.
Vanidad y sus clases
Exhortaba a todos a huir de la singularidad, la cual, de ordinario es origen de la soberbia; pero no por ello quería que se dejasen las buenas obras. A este propósito distinguía tres modos de vanidad, siguiendo con ello la doctrina de los Santos Padres: la primera que va delante, y se toma por fin para hacer la obra, y la llaman vanidad "Señora"; la segunda, a la que llamaba "Companera", es la que interviene cuando la obra no la tiene por fin, pero con todo se siente complacencia al ejecutarla; la tercera es por la obra ya hecha, la cual complacencia se procura reprimir al instante, y a ésta la llamaba vanidad "Esclava", y decía: «Tened cuidado de que la vanagloria a lo menos no sea Señora».
La doblez
Aconsejaba mucho la sinceridad cristiana, y que se huyese de la doblez, y principalmente de la mentira de la hipocresía.
Mortificación en la mesa
No quería que en la mesa anduviesen diciendo que esto o lo otro no les gustaba, ni que pidiesen cosas particulares si no por necesidad, ni que comiesen entre día, y a uno que lo hacía así, le dijo; «Tú nunca tendrás espíritu, si no te enmiendas».
Pobreza
Quería que con la pobreza se juntase el aseo, a cuyo propósito repetía aquella sentencia de san Bernardo:
{16 (96)} Siempre me ha gustado la pobreza, pero jamás la suciedad y descuidos. Y tenía a la pobreza amor tan grande, que hacía que le diesen de limosna sus hijos lo poco que comía, y prorrumpía en estos sentimientos: Que querría reducirse a tener que pedir limosna, y llegar a estado de necesitar medio real, para vivir, y no hallar quien se lo diese; que reconocería por gracia singular de Dios morir en el Hospital más pobres. A un hijo espiritual que con codicia había acumulado alguna hacienda, le dijo: «Antes que tuvieses estos bienes, hijo mío, tu rostro era como el de un Angel, y me complacía mirarte. Ahora has mudado tu rostro, has perdido la alegría que antes tenías y estás melancólico».
Obediencia
En punto de gobierno de la Congregación, solía decir:
Que nadie podía creer cuán difícil cosa es tener unidos a sujetos libres. También, que quien quisiese ser obedecido mucho, mande pocos. Pero fue tan enemigo de la desobediencia, que quería se despidiesen al punto de la Congregación los que mostrasen repugnancia notable en cosa alguna que les fuese mandada, y decía: «Yo estoy muy resuelto, Padres míos, de no querer en casa a hombres no observantes de las pocas órdenes que se les han impuesto». Le parecía mucho mejor una vida ordinaria por obediencia, que mucha penitencia por propia voluntad. Daba estos documentos sobre esta virtud: «Que los que deseaban de veras aprovechar en el camino de la virtud, se dejasen en todo guiar por sus superiores; y los que no los tenían, acudieran a un confesor docto y discreto, descubriendo con libertad y sencillez su conciencia y no determinando cosa alguna sin su consejo. Que no basta, para ser obediente verdadero, hacer lo que se manda, sino hacerlo sin discutirlo; ni basta considerar que Dios quiere el bien que se pretende, si no se le quiere por su medio, y en aquel modo y tiempo».
Castidad
Para la castidad daba a los jóvenes estos cinco consejos: 1) Que evitasen las malas compañías. 2) Que no tratasen delicadamente su cuerpo. 3) Que huyesen del ocio.
4) Que no abandonaran la oración. 5) Que frecuentasen los Sacramentos y obedecieran al confesor. Y, en general, advertía a todos que la verdadera custodia de la castidad {17 (97)} es la humildad. Frecuentemente repetía a los suyos «que las demás tentaciones se vencen peleando, y solas las de la sensualidad se vencen huyendo, pues en la guerra sensual vencen los cobardes. Pero añadía «que era más fácil la conversión del vicio de la sensualidad que del vicio de la avaricia; que el que quiere guardar su hacienda, nunca tendrá espíritu». Y otras veces decía: «Guárdese el mozo de la lujuria y el viejo de la avaricia y todos seremos santos».
Apostolado
Decía a sus seguidores, como san Pablo: «No busco vuestras cosas, sino a vosotros». Y a los de casa decía:
«Si queréis hacer fruto en las almas, dejad las bolsas».
Estaba tan confiado de que corría por cuenta de Dios el conservar la Congregación, que no le daba demasiado cuidado el hacer prosélitos, aunque pudieran abandonarle todos, diciendo: «No tiene Dios necesidad de hombres, porque es poderoso para hacer de las piedras hijos de Abraham». Otras veces, viendo el mucho bien que quedaba por hacer, decía: «Dadme diez personas verdaderamente desprendidas, y me sentiré en ánimo para convertir el mundo».
Patria
No menos enseñó y aconsejó la virtud de la perseverancia: la que practicó con tal tesón consagrándose al apostolado de la ciudad de Roma. Cuando le rogaban con insistencia que volviese a Florencia, su patria, respondió: «que él no reconocía otra Patria sino el Cielo».
Muerte
Sobre la muerte, decía «que el Señor no suele enviarla a una persona espiritual, sin hacérselo saber, o enviándole antes un espíritu extraordinario».
Ojalá que el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo.
Evangelii nuntiandi, 80, de Pablo VI
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8. San Felipe y el dinero
Todos los biógrafos de san Felipe coinciden en subrayar su actitud respecto del dinero:
«Si vivís pendientes de las ganancias, si pensáis en el dinero, no os tengáis por hijos míos». Y no era capricho, pues estaba convencido que, quien anteponía el cuidado o el interés de las cosas materiales a las del alma, «nunca jamás tendría espíritu».
La razón es que lo que más nos interesa y aquello en lo que más pensamos, es lo que decisivamente va moldeando nuestra vida, y por esto creía que la solicitud de las cosas materiales y el afán por la riqueza eran los mayores obstáculos, en la práctica, para convertirse a Dios. No olvidemos que, san Felipe, no solamente tomó para sí la vida espiritual como una constante conversión del alma a Dios, sino que se pasó la vida convirtiendo a los demás, y podía afirmar, con harta experiencia: «Es más fácil que se conviertan hombres dominados por la sensualidad, que los que lo están por la avaricia, porque la avaricia es la peste del alma».
Advertía que no bastaba confiarse de que en teoría ya se entendía así, sino que era preciso rogar con insistencia a Dios para que nos librara de la avaricia, puesto que, de modo escondido, se nos mete en el pensamiento y en el corazón, aun bajo pretexto de bien.
Avisaba a los sacerdotes que no tomasen dinero de sus penitentes, porque era muy difícil ser libres con las almas de los que nos dan dinero, pues «no se puede, al mismo tiempo, ganar las almas y el dinero.
Si queréis ganar las almas ―decía―, no os acordéis de las bolsas».
Del mismo modo que rechazaba como hijos suyos a los que se dejaran preocupar por los intereses, también mostraba especial afecto y predilección por los desprendidos. Decía que, para el apostolado, Dios proveería siempre; que no había que pedir al que no pudiera dar, o al que no quisiera dar; que Dios no necesita, ni el que hace una obra buena necesita, sino el que da es quien necesita dar.
En cierta ocasión, iba a pagar unos trabajos que le hicieron en su cuarto, y todos los que se ocuparon en ellos aceptaron la recompensa, a excepción de uno, llamado Calvelli, que resueltamente le dijo que no quería nada. Se emocionó el Santo y, mirándole con cariño, le dijo: «Si me prometes que nunca querrás ningún precio por el bien que hagas, yo también te prometo que te llevaré conmigo al Cielo». Y solía decir con san Pablo: «No quiero vuestras cosas, sino a vosotros».