Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 215. OCTUBRE. Año 1984
0. SUMARIO
Y nuestras latitudes el primer frio llega antes es como el aviso para que nos recojamos de la dispersión que el verano, también riguroso, nos llera. Jóvenes y mayores volvemos a las tareas de siempre, escolares o de trabajo. Pero también es hora de reactivar el espíritu y poner orden y constancia en la piedad, en el estudio de Dios, en las acciones de bien, como todos log que tomaron la vida en serio y plantaron la fe en ella, y la vivieron.
EL CORAZÓN
SIN TIEMPO PARA AMAR
ESTILO
LA TIENDA DE ABRAHAM
NEWMAN: ENCUENTRO CON SAN FELIPE
LA VOCACIÓN ORATORIANA DE NEWMAN
SEÑOR, me has golpeado el corazón con tu palabra, y te he amado. Pero también el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene, por todas partes me están diciendo que te ame, y no cesan de decirlo a todos, de modo que nadie puede tener excusa.
Pero tu misericordia es mayor y más resplandeciente para aquel con quien has tenido misericordia: de otro modo, el cielo y la tierra estarían hablando a sordos cuando proclamaran tus alabanzas.
Mas, ¿qué amo, Señor, cuando te amo a ti? No amo belleza corporal, ni hermosura transitoria, ni blancura de luz material que es amable a los ojos; no suaves melodías de cánticos; ni fragancia de flores, perfumes o aromas; ni dulzura de miel, ni deleite alguno perceptible al tacto: nada de esto amo cuando amo a mi Dios.
Y no obstante, amo alguna luz y alguna voz y algún perfume y algún alimento y deleite de mi hombre interior; en el cual refulge una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no arrebata el tiempo; se siente una fragancia que no esparce el aire; se gusta un manjar que, comiéndose, no se consume; se abraza y posee un bien que ninguna saciedad separa. Pues todo esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios.
San Agustín, Confesiones X, 6.
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1. El corazón
LOS PRIMEROS escritores cristianos, cuando se referían Al corazón, no lo hacían en el sentido físico de órgano impulsor de la circulación de la sangre. Lo toman, generalmente, como asiento de la vida psíquica, tanto en sentido natural como sobrenatural. Vida afectiva, vida de la inteligencia, sede de la voluntad que se decide por el bien o por el mal, donde se acrisola y hace diamantina la fidelidad o donde la obstinación se endurece, donde el amor nace o la sombra del odio y de los egoísmos lo enturbian y destruyen.
Por todo esto, en la Biblia y en los santos, el corazón ha servido para representar el lugar de donde parte el verdadero culto a Dios, el Amor a 61 y al prójimo, la intimidad donde él se encuentra con nosotros y desde la que nos habla. Es decir, el corazón como centro de la vida y templo interior donde se inicia la vida de Dios en nosotros, haciéndose luz de verdad y elocuencia de su amor: allí donde el corazón habla al corazón―«Cor ad cor loquitur»―. En una palabra, allí donde Dios se hace centro en la vida del hombre, donde Dios se hace corazón y habla al nuestro.
Muchos hombres temen auscultar el propio corazón, porque temen que Dios les hable y se muestre exigente con ellos. Temen que Dios les obligue.
o les seduzca, y buscan distraerse para evitar oír el aldabonazo divino. Tal vez cubiertos de cosas, ricos de objetos y máquinas, blandos de comodidades y placeres, o solamente codiciosos y envidiosos de todo esto, si les falta, siguen en la miseria de su corazón frio y vacío, aunque se atrevan a pronunciar la palabra #amor# como burbuja hueca que se rompe en el aire, como todos los adornos inútiles. De corazón a corazón. Entender el corazón para entender la vida. Pero entender la vida como ejercicio de amor verdadero. Entender para Amar, y también amar para entender. No entenderá jamás nada de Dios el que no sea capaz de amor y, por lo tanto, de amarle.
No entenderá el sentido de la vida, los caminos de in humanidad, el que no Ame a los hermanos. Siempre, el problema, será el corazón: el corazón que {3 (123)} ha de entender y que ha de hablar su propio amor, que ése es su lenguaje.
El Corazón que hable al corazón, el centro de la vida al centro de la vida.
De Dios al hombre y del hombre a Dios y al hombre. Sólo el corazón será capaz de hablar al corazón.
Ni egoísmo, ni debilidad; ni dureza, ni sentimentalismo; sino la vida y la fuerza del amor, del corazón. Entonces habrá idealistas. In sobornables Ante las codicias terrenos libros. Agiles y gozosos para oír y hablar de corazón a corazón, a Dios ya los hombres. Ésa fue la divisa de Newman cuando hubo de poner lema a un escudo: «Cor ad cor loquitur».
2. Sin tiempo para amar
Hacemos demasiado examen de conciencia,
cansados de mirar en el espejo
la propia imagen,
inútilmente,
para borrar
la resentida vanidad que nos acusa.
Lo examinamos todo,
sin que nos quede tiempo para amar.
El Evangelio suena
como literatura para santos de otros tiempos.
Decimos "gracia", anclados en la utilidad urgente,
también de Dios,
para que nos ayude y moralice,
adecentando nuestra vida,
reserenando el mundo temporal
y repartiendo más comodidades a los buenos,
sin otro afán,
ni tiempo para amar.
Apenas ornamento del discurso,
nos da vergüenza, o se nos rompe la palabra "amor"
sin convertirla en vida,
ni hacerla gratitud gozosa,
y el corazón, jamás enamorado,
se nos reseca envuelto en gestos y maneras educadas.
Y, mientras, arrastramos la nostalgia
del santo que llevamos en el alma, mas no somos,
porque nos falta tiempo para amar,
esclavos todavía del espejo.
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3. ESTILO
DECIMOS "ESTILO" para significar modo, talante, espíritu y mentalidad que se manifiesta como inspiradora de la palabra que decimos, la obra que realizamos, la acción que emprendemos No como se emplea en arte, en literatura, en moda y usos o costumbres mundanas.
El "estilo" del mundo está al servicio de sus intereses y miras a corto plazo o temporal; sus sabidurías y astucias, sus tácticas y manejos ―en los que el fin justifica los medios― prescinden de Dios, aunque lo nombren alguna vez, u ocurra que Dios sea nombrado "en vano" para traer provecho de su nombre o de su causa, convertida en pretexto o interés sectario o medro personal.
Queremos decir, aquí, estilo como carácter propio del ser y del comportamiento cristiano, en virtud del cual, no ya por lo que se hace o no se hace, o por lo que se dice o se calla, se nos puede reconocer como cristianos. Lo bueno que se hace o se dice, no tiene, no puede tener, para ser cristiano, una bondad desencarnada, objetivada, independiente de quien hace o dice y de cómo lo dice o cómo lo hace, por más declamatoria u oficializada que pueda aparecer la adjetivación cristiana añadida.
Cuando Pablo habla de «espíritu» en oposición a «carne» o a «mundo», o cuando dice que debemos tener o que «tenemos la mente de Cristo», y cuando se explica para que nuestra vida tenga la presencia y la discreción de ser «como el perfume de Cristo en medio del mundo», seguramente se refiere a lo que aquí entendemos por "estilo" cristiano. Porque el cristianismo no es sólo una verdad o una moral —¡bien poco sería!―, o menos una vida etiquetada con sacramentos comprendidos talismánicamante, sino la sencillez y la serenidad de todo lo bueno, justo, noble y cotidiano, como un estilo, como un modo de ser y estar en la vida, con la buena voluntad de estar y ser como Cristo sería y estaría en el lugar de cada cristiano. Hacer, decir; pero antes estar y ser con el "estilo" de Cristo, como se muestra en el Evangelio.
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4. LAUDES
Venga a rezar LAUDES con nosotros, todos los días laborables, por la mañana, a las 7,30, antes de la Eucaristía.
La forma más noble de expresar el sacerdocio universal de los fieles es, precisamente, la que nos reúne participando en la oración comunitaria de la Iglesia.
Consagre un poco de su tiempo diario a esa alabanza del Oficio divino, que le ayudará a descubrir la belleza de los salmos y le acercará a Dios en la plegaria matutina.
Para participar en ella, le conviene adquirir un pequeño y precioso libro, titulado LA ORACIÓN DE LA IGLESIA, ed. BAC, que contiene una selección de Laudes y Vísperas, y que podrá adquirir en una librería religiosa y, en Albacete, en BIBLOS, de la calle La Concepción, 13.
Anímese, pues, a venir con nosotros para estrenar el día con esa alabanza a Dios, y procure ser puntual y perseverante.
(Ah: No olvide que la puntualidad por la mañana, comienza con el buen orden de no acostarse demasiado tarde por la noche).
Si nos hace caso y persevera, tendrá una recompensa sin precio para su alma, y más serenidad para enfrentarse con el resto de los deberes diarios. Todo lo mejor, de un cristiano, depende siempre de su oración.
Por eso, le invitamos: venga con nosotros a rezar LAUDES, cada día.
{6 (126)}
5. LA TIENDA DE ABRAHAM
EN LA PRENSA, no solamente inglesa, ni solamente de tema religioso, aparece, con cierta frecuencia, el nombre del cardenal Basil Hume, ese hombre que todavía no hace diez años fue sacado de su monasterio benedictino de Wettingen, por Pablo VI, y lo hizo arzobispo de la metropolitana diócesis de Westminster y lo creo cardenal y que, sólo tres años más tarde, fue elegido, entre todos los presidentes de las conferencias episcopales europeas, para que lo fuera del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, lo que le coloca, a nivel continental, en la posición más destacada, inmediatamente después de la Santa Sede.
Son famosos sus "sueños", o recursos parabólicos para referirse a temas candentes del cristianismo, con un humor perfectamente inglés, benigno, incisivo y sereno, que le sirve para dar ―como él dice― "perspectiva" evangélica a cosas que, de otro modo, serían más difíciles de ver, de decir, de explicar o de sugerir. Así se ha referido a la necesidad de evolución en la práctica de la penitencia sacramental, en la pastoral diocesana —ha dado voto deliberativo a su «Consejo Presbiteral», en el concepto de Iglesia, partiendo del Vaticano II, y en algún otro aspecto.
Como oratorianos, a nosotros nos llama particularmente la atención, porque son raras sus intervenciones en las que no apoye sus razones o la razón de sus sueños", refiriéndose a John Henry Newman, el fundador, en el siglo pasado, del Oratorio en Inglaterra. Las ideas más felices y más comentadas luego, del simpático cardenal Hume, van acompañadas siempre de la idea de apertura y evolución progresiva en el sentido de "desarrollo" homogéneo de las verdades y la disciplina católica, como lo entendía y proponía, en su tiempo, nuestro Newman, y que el Concilio ha puesto de actualidad indiscutida.
Así, hace poco, le preguntaban al cardenal Hume sobre sus dos famosos {7 (127)} "sueños" expresados a raíz de su asistencia a los dos últimos Sínodos de obispos celebrado en Roma. Y el cardenal decía: «Expliquemos el primer sueño. En el documento preparatorio en que el Concilio iba a hablar de la Iglesia, se hacía referencia a la "naturaleza militante" de la misma. Luego se cambió, y vemos que en la LUMEN GENTIUM se habla de la Iglesia como misterio, que es otro modo de concebir la Iglesia. Se habló también de los modelos de Iglesia.
En mi sueño la vi simbolizada en el templo de Salomón: como una Iglesia fortaleza, que lucha y se defiende. Este podría ser un modelo; pero hay otro: y entonces vi a la Iglesia como la tienda de Abraham; es decir, una Iglesia peregrina, un pueblo que es el pueblo de Dios en camino. La autoridad en la Iglesia asegura que se sigue por el camino justo, y las declaraciones de la Iglesia son como los indicadores para el caminante, para el que emprende el camino. Con este sueño quise decir algo sobre la naturaleza de la Iglesia».
«Con el segundo ―prosigue― he intentado decir algo sobre el desarrollo de la doctrina en el sentido del cardenal Newman, porque no todo desarrollo es bueno. Por eso dije que, con referencia al sacramento de la reconciliación se ha dado un desarrollo homogéneo a través de los siglos, y que este desarrollo debe continuar... Desarrollo que debe hacerse, por supuesto, con Pedro y bajo Pedro».
Y hace sólo unas semanas, en Dublín, ante las delegaciones de veinte países que acudieron en representación de los movimientos apostólicos de laicos de Europa, criticaba a este continente: pues Europa está dividida, y mientras la mayoría se resigna hasta aceptar como definitiva la separación entre dos mitades, que tienen tantas cosas en común, se acusa de traición a los que se esfuerzan en disminuir las tensiones y superar las oposiciones de un bloque frente al otro.
«Ya es hora de que los hombres de buena voluntad se unan y derriben, piedra tras piedra, este "muro de vergüenza", que jamás podrá iniciarse si no parte de un auténtico espíritu de oración».
«También se dice que Europa ha perdido la fe. Lo cual es una evidente exageración, porque no faltan los núcleos en los que florece una auténtica vida de fe, que serán el alimento de los fieles del futuro».
«Europa es rica. Es necesario el dinero, pero no demasiado dinero.
El Evangelio nos da el juicio de Jesús sobre el poder destructor de la riqueza; pero también nos dice cómo huir de esta cárcel. Porque, en cierto sentido, Europa es una cárcel para ricos y para súper-ricos. {8 (128)} Es necesario derribar muchas rejas. Mientras Europa se envanece por el nivel tecnológico alcanzado, con el cual, y gracias a una ética del trabajo ejemplar ha alcanzado capacidades que le han permitido acceder a las maravillas tecnológicas, la misma tecnología sofisticada y las computadoras omnipresentes han secado el corazón de muchos europeos. Y una cosa es cierta: si los europeos merecieran la misma calificación en ciencias del corazón como en cuestiones tecnológicas, serían capaces de batir todos los récords».
Finalmente, Europa es un campo armado, como ningún otro continente... Pero todos sabemos que la paz ha de florecer por otros cauces, y es necesario inventarlos.
Este hacer, este seguir e inventar, que ha de rejuvenecer el rostro de la Iglesia —«semper reformanda», diría Newman― también se convertirá en rejuvenecimiento para la humanidad, si los cristianos toman su fe, no como una seguridad, o un refugio que les garantiza su paz personal, su sola inmunidad de pecado, sino comprometiéndose ―esa palabra que ya se nos va gastando...— en llevar a la vida la esperanza y el riesgo del Evangelio.
Pues la Iglesia no es una fortaleza, sino que le es propia la provisionalidad itinerante de los que caminan, como los patriarcas, como Abraham y su tienda.
Un corazón grande.
«Me sabe mal que se angustie vuestro corazón, como si la Congregación dependiera de los hombres... Dilatad vuestro corazón, tened un corazón grande, como se merece Dios, a quien servimos, y él se nos mostrará al ayudarnos en el momento oportuno».
P. FLAMINIO RICCI, C. O.
«Un corazón dulce y humilde, que ama sin esperar recompensa; un corazón grande e indomable, que ninguna ingratitud cierra, que ninguna indiferencia cansa; un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido por su amor, con una herida que solamente puede curarse en el cielo».
P. LOUIS DE GRANDMAISON. S. I.
{9 (129)}
6. NEWMAN Y SU ENCUENTRO CON SAN FELIPE
HAY CAMINOS proféticos, de anuncio, de prefiguración típica, que más tarde se han ido realizando cuajados en historia. Son como precedentes hilos sueltos que luego, recogidos, forman el tejido de la vida. Hasta de Jesucristo, san Jerónimo decía que «la ignorancia del Antiguo Testamento ―como precedente― era ignorancia de Cristo».
Cuando pensamos en san Felipe y en Newman, también creemos que han existido algunas disposiciones providenciales recíprocas, que prepararon su encuentro, llegado el tiempo, cristalizando en la vocación filipense del gran convertido de Oxford.
Si las piedras hubiesen podido hablar, la primera vez que Newman estuvo en Italia, al caminar por las calles de Roma, «la ciudad más maravillosa del mundo» —«the first city»―, habría podido descubrir la figura de san Felipe, desconocido todavía para él, que saludaba, al encontrar en la calle, casi puerta con puerta con la de san Jerónimo de la Caridad —cuna del Oratorio y morada de san Felipe―, a los jóvenes estudiantes del colegio de santo Tomás de Canterbury, en la via Montserrato. El mismo papa Gregorio XIII, que intervendría en la fundación del Oratorio, había creado aquel colegio para ayudar a la Iglesia en Inglaterra, sacudida por la escisión protestante. Dicen los biógrafos de nuestro Santo, que Felipe saludaba a aquellos jóvenes rubios, más bien altos y delgados —los «angli, angeli» que siglos atrás había bendecido san Gregorio Magno―, con el primer verso del himno de los santos Inocentes, diciéndoles, cada vez que los encontraba, levantando las manos y sonriendo: «Salvete, flores martyrum!». Y, en efecto, una cincuentena de ellos sufrió el martirio al ser reintegrados, {10 (130)} ya sacerdotes, a su patria. Sabemos, además, que san Felipe iba a veces a aquel colegio, y hablaba con ellos. Y hemos de suponer que les tendría en lugar preferente en sus oraciones.
Newman pisaba aquellas mismas calles dos siglos y medio después, y aunque le faltaban doce años más para convertirse al catolicismo (1845), ya escribía, desde allí, vencido por Dios, palabras como esas a un amigo: «Todo cuanto he visto, comprendida mi querida Oxford, no es sino polvo comparado con esta ciudad... ¿Es posible que aquí se albergue tanto mal?
No lo creeré hasta que tenga pruebas. En san Pedro, ayer, en san Juan de Letrán, hoy, me he sentido humillado...» Después, cuando de regreso a su patria, quería asirse a Dios en sus dudas, escribiría el inolvidable poema, ya famoso, «Lead, Kindly ligth...» Esta luz sería la luz de Dios, y, en ella, san Felipe. Newman lo diría a los que le siguieron en la fundación del Oratorio inglés, al recordarles la anécdota que de san Felipe y los ingleses se cita, añadiendo que la iglesia de la Vallicella ―sede romana del Oratorio está dedicada al papa san Gregorio― el de los «angli, angeli» protector de Inglaterra.
Por otra parte, en la vida de Newman ―y a pesar de que no llegaran a hacerse católicos― existen dos figuras estimadísimas para él, y tan influyentes en su itinerario espiritual, que puede decirse que son parte del proceso de su definitiva conversión: en su adolescencia, ese venerado maestro, Mayer, al que aludíamos, poco ha, en estas mismas páginas; luego la figura oxfordiana de Keble, precedente anglicano, para Newman, del dulcísimo san Felipe. Por eso exclamaría: «Oh Dios mío... Me has dado a san Felipe, creación maravillosa de tu gracia, para que sea mi patrono y mi maestro; {11 (131)} y yo me he entregado a él, y él ha hecho en mi favor grandes cosas, hasta más allá de lo que pudiera pensar».
Cuando la fe nos hace descubrir y agradecer la novedad gozo de los dones de Dios, suele tratarse, siempre y el de la resurrección magnificada de gracias precedentes, como la espiga lo es de una semilla, y el tejido de los hilos, y la perla de la luz. Todo emerge del tesoro escondido de siembras precedentes del Señor.
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7. LA VOCACIÓN ORATORIANA DE NEWMAN
TODOS los estudiosos de Newman convienen en admitir que se distinguía por poseer una personalidad verdaderamente extraordinaria, hasta poder afirmar que sobresale por encima de todos los demás convertidos procedentes del protestantismo, en lo que este tiene de historia. Es posible que la misma singularidad de su extraordinaria figura, haya favorecido que algunos de los que se han acercado a ella, pasaran por alto la característica de su especificidad vocacional oratoriana, o que la hayan tratado muy de paso, casi anecdóticamente. Cosa que él nunca habría admitido, pues «amaba y admiraba cada vez más la dulzura de aquel santo», como escribe en una de sus poesías, y estaba convencido de que merced a él había recibido «los mayores dones de Dios, más allá de cuanto hubiera podido desear».
En cualquier caso es preciso puntualizar que el Oratorio, para Newman, no fue jamás una fórmula para resolver lo inusitado de su situación de recién convertido, cuando parecía complicado encontrarle en la Iglesia un lugar adecuado, junto con otros convertidos procedentes del Movimiento de Oxford, cuya Universidad había sacudido la mayor crisis del anglicanismo, {13 (133)} protagonizada por tales conversiones. Es posible que alguien, entre los que contemplaban aquel fenómeno y le buscaban cauce, pudieran pensarlo, por un momento; pero Newman se sintió en seguida cautivado por la irresistible figura de san Felipe Neri, y con tal fuerza «se entregó a él» que bien se puede considerar, ya desde nuestra óptica, como re-fundador, casi, de la obra del Santo de Roma, cuya genialidad captó, se esforzó en desarrollar y aplicó sabiamente a la circunstancia inglesa.
Es lógico que nosotros, como oratorianos, recojamos algunos datos que confirman su filiación filipense, y no para gloriarnos, sino para bendecir a Dios, que nos confirma e instruye por este elegido suyo, puesto a nuestro lado, mientras andamos por los caminos del tiempo, con ideales hermanados.
Precedentes del Oratorio
En Newman y en los que más de cerca le acompañaban en la conversión, se daba el precedente de dos experiencias que guardaban cierta afinidad con el Oratorio: la vida universitaria según los principios de los "common-rooms", y el retiro que precedió a la formal conversión al catolicismo, en Littlemore. Murray, un estudioso de Newman, hace notar que, si bien parece que en un primer momento Newman hubiera podido ver en la solución por el Oratorio, un marco que permitiera su posterior proyección apostólica, como católico, en Inglaterra, se produjo en seguida la decisión por el camino de san Felipe, al descubrir en él una forma de vida que respondía a su 10cación a la santidad.
La Universidad
Después de la conversión, la vida aparecía como completamente nueva; si bien permanecía el espíritu y la mentalidad universitaria, con lo que implica de sensibilidad para la cultura y de talante humanístico, propio de los universitarios ingleses, y singularmente de Oxford, donde se vivía y convivía en el respeto hacia las personas, y la buena educación, libre de afectaciones, producía un trato y una relación bien ordenada, sin necesidad de coerciones ni violencias disciplinarias. De todos modos {14 (134)} nos equivocaríamos si interpretáramos esto como si Newman tuviera la pretensión de establecerse en una posición elitista, en la que la satisfacción y el orgullo por la detentación de lo selecto, le llevara a despreciar lo sencillo.
Precisamente iba a ocurrir lo contrario, pues los luego le criticarían de poco celo, lo harían desde posiciones eminentes (o próximas a ellas), pero cultivando la superficialidad de las formas vulgares y sentimentales de la piedad, fácil y halagadora, mientras iban «a la caza de Lores y Ladies», que dieran prestigio a su acción con conversiones sonadas. Newman decía «que le daba miedo que personas cultas se convirtieran precipitadamente, sin percatarse del precio de su decisión». Sus miras no iban hacia la obtención de éxitos halagüeños inmediatos, sino que le interesaba «en primer lugar el nivel de los católicos, mediante la educación, entendida en el más amplio sentido de la palabra y, en segundo lugar, proporcionando una base mental para argumentar lo que se cree».
El retiro de Littlemore
Por otra parte, mientras se preparaba a la conversión en el largo retiro de Littlemore: pudo ensayar una suerte de vida comunitaria parecida a la oratoriana, con holgada ocasión para reflexionar sobre el Oratorio mismo, en el decurso de aquel tiempo dedicado a la oración, al estudio y a la esperanza. Pues sabemos que en Littlemore Newman pudo hacerse con un ejemplar de las Constituciones del Oratorio, en versión inglesa, impreso en 1697, anterior a cualquier proyecto de fundación anglosajona. Y allí mismo se le despertó, hacia san Felipe, «una especial reverencia y admiración. Pensando en ello, poco después, diría en carta a su hermana ―que no era católica―: .Este gran santo (Felipe), me recuerda en muchos aspectos a Keble ―que tampoco llegaría a hacerse católico―, de tal modo que puedo imaginar con facilidad lo que habría llegadlo a ser Keble, si la voluntad de Dios lo hubiese destinado a nacer en otra época y en otro tiempo: eran iguales:
una aversión total a la hipocresía, fácil a la alegría, una original extravagancia y un tiernísimo amor a los demás junto con la serenidad de espíritu...» El espíritu {t} sobre los votos {t} Cuando algunos de sus compañeros, por esta misma época, le manifestaban que al hacerse católicos seguramente entrarían en algunos de los institutos religiosos u {15 (138)} órdenes existentes, él exponía sin titubeos que le sería muy difícil hacerlo en su caso; pero al propio tiempo leemos, en una de sus notas: «En cuanto soy capaz de darme cuenta, no tengo ninguna ambición mundana; no deseo riquezas, ni poder, ni renombre...» En sus tiempos de anglicano se preguntaba si «los votos (religiosos) no significarían, acaso, una falta de confianza» en Dios y en uno mismo. Lo cual puede interpretarse como un residuo de prejuicios protestantes, pero tiene un valor psicológico latente, que podría disponerle a la simpatía por el Oratorio, en el que san Felipe excluyó toda clase de votos o promesas, si bien en el «existe la observancia de los consejos evangélicos» y «todos deben imitar a los religiosos en la perfección, porque «no puede haber perfección ―concluiría Newman― sin la observancia de los consejos. Todavía, puntualizaría algo más, cerrando cual resquicio a la disipación que la ausencia de votos pudiera dejar creer: toda la fuerza de los consejos, «en el Oratorio está en la conformidad con la congregación, en la sumisión amorosa a su querer y a su espíritu».
"Acuerdo mental"
Admiraba, en el Oratorio, la primacía de la caridad, pero al mismo tiempo creía que ésta era imposible, en la práctica, si no iba precedida e informada por un «acuerdo mental» previo entre los miembros que constituían la comunidad. Y ese acuerdo desde las mentes se mantenía y manifestaba por la «educación». Esa palabra la repite {16 (136)} incesantemente para referirla a la vocación específicamente oratoriana.
Educación
Esos dos elementos desde los que se organiza y expresa la caridad son los que permiten la respetuosa y espontánea libertad para ir a Dios, porque nadie va a Dios por la fuerza: en la comunidad es posible el amor, la caridad concreta, si se entra en ella luego de haber adquirido «la educación de un caballero», entendida no como distintivo o rango social, sino como un afinamiento mental, que él llamaba «gentlemanlikeness».
Lo que producía una suerte de vida común al estilo de un Colegio de Oxford, donde a cada miembro tenía sus propios libros, y el reducido contenido de pequeñas posesiones que podían constituir el modesto confort del propio cuarto o, más bien, nido, que no celda, conventual. Y entre cuyos miembros se daba una respetuosa franqueza, expresada en términos de humano refinamiento y lacto como corresponde entre personas educadas.
Pero advirtamos que el primer Oratorio fundado por Newman, en Inglaterra, no fue levantado en un barrio distinguido, sino suburbial, en el Birmingham de entonces.
Y cuando poco después funda el de Londres, en Brompton, no hizo nada por abandonar su querido «nido», original de Birmingham, en Edgbaston.
La oración sin técnicas
Amaba a san Felipe porque de él aprendió la oración sencilla y tierna, sin Técnicas ni cansancios. Pero, como él, desconfiaba de cualquier espiritualidad que no partiera del verdadero desprendimiento interior. Había descubierto que no importa demasiado «ser combatido, criticado, perseguido, sino simplemente ser olvidado, relegado, sin preocuparse por ese olvido», sin darle importancia:
«spernere se sperni». Y a fe que no le faltaría ocasión de ponerlo en práctica, como su modelo.
La cultura
Su talante universitario cuajaba también con los rasgos culturales de san Felipe: bañado en humanismo, poeta, amante de la música... El problema del mundo, tal como aparece, y el de la verdad que el esfuerzo crítico acrisola, ha parecido a veces, en la historia de la Iglesia, y en las representaciones de algún santo, como una oposición irresoluble; en cambio Newman cree «que la misión de san Felipe consistió precisamente en unir lo uno con lo otro».
En este sentido, redescubría, en nuestro Santo, la rara maravilla que había podido admirar en Keble, en el cual {17 (137)} los dones de la naturaleza se abrían y manifestaban tan espléndidamente en la gracia. Jean Honoré, en una conferencia sobre Newman, san Felipe y la juventud actual, recordaba, hace unos años, en un congreso tenido en Paris, que, para Newman, en san Felipe «la santidad se revelaba de nuevo como poesía suprema del corazón. Y por eso se estableció entre Newman y san Felipe un lazo de fidelidad y de ternura convertida en germen de devoción que se desarrolla en un campo bien consolidado, sin que paralice el genio espiritual de Newman, sino fecundándolo en lo que en él había de más profundo y personal».
Ser uno mismo
Y esta palabra es importante. En la avalancha de las conversiones múltiples surgidas a consecuencia del Movimiento de Oxford, no faltaban aquellos que Newman llamaba «jóvenes de celo equivocado», que se dejaban llevar, con entusiasmo superficial y poco lucido, por la moda de lo más popular, a la italiana, con la ilusión de asi parecer más leales a la Iglesia en que se estrenaban.
En contra de tan sutil desviación, disimulada de fácil humildad, el Oratorio y san Felipe ―insiste Honoré― le alejaron de un camino sin porvenir espiritual, y le enseñaron a permanecer lo que era, a ser fiel a sí mismo, pues «la devoción no coincide necesariamente con la fe». Si {18 (138)} tuviéramos tiempo de adentrarnos en el libro de «Meditations and devotions», veríamos como en Newman, la piedad es sincera y austera a la res que penetrada de auténtica unción sobrenatural, sin conceder facilidades a lo vulgar.
Humildad
No por ello imaginemos que Newman rehusara jamás el trato con las gentes sencillas, con los humildes, con los niños; él mismo practicó la humildad, y no tuvo inconveniente en someterse con sencillez y lealtad a algunos que, sin comprenderle, quisieron enseñarle y, amando menos a la Iglesia de lo que él la amaba, le ponían dificultades para emplearse en ese amor.
Su misión
Newman no pretendía éxitos aparentes e inmediatos. Su misión, incomprendida ―a veces temida― era la del apostolado intelectual. Por ello se vino abajo, por culpa de quienes debían apoyarlo y recoger su éxito, la fundación de la Universidad Católica de Dublín, el proyecto de un Oratorio en Oxford, el hundimiento del periódico «The Rambler»... Pero éstos y otros fracasos ―si es que fueron fracasos― no impidieron el crecimiento interior de este verdadero hijo de san Felipe Neri ―«a san Felipe también le pasaba esto», escribía en su diario―. Lo que hizo, lo que fue, lo que dejó escrito, todavía perdura en la Iglesia, y ha inspirado muchas de sus renovaciones.
San Felipe
Como en un Magníficat, agradecía a Dios «que le hubiese dado a san Felipe, por padre y maestro, al que se había entregado, y que había hecho grandes cosas en él». Con la invocación de su recuerdo cerraba su obra más famosa, la «Apologia pro vita sua». También, al exponer su «The Idea of a University», concluye sus conferencias con una larga descripción del espíritu y obra de san Felipe, y dice: «Si yo he de hacer algo, lo haré siguiendo sus huellas y ningunas más».
En conclusión se puede afirmar que el Oratorio ha Sido para Newman, el cuadro ideal para su vida y crecimiento espiritual y para su apostolado e influjo en la Iglesia, no solamente de su tiempo. El espíritu de san Felipe, y la singular estructura de su obra, el Oratorio, se adaptaron maravillosamente a lo que Dios quería del gran corazón y la rica personalidad de este hijo clarísimo de la Iglesia, convertido por la cruz a la luz, John Henry Newman.
Nuestra Iglesia (española) no es una Iglesia de convertidos.
No lo ha sido nunca. Demasiados católicos lo son superficialmente.
El nivel de formación, de práctica sacramental y de participación comunitaria y apostólica es excesivamente bajo. Y resulta más insuficiente todavía en unos tiempos en que las incitaciones a la incredulidad y al menosprecio de la religión se multiplican en nuestra sociedad por razones históricas, culturales y políticas.
Mons. Fernando Sebastián, Secr. de la Conf. Episc. Española
Por eso nos ha puesto a un lado del camino, con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres, porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas inútiles y bellas como Dios ha creado, tantos ocasos rojos y tanto árbol sin fruto y tanta flor y tanto pájaro volando...?
JOSÉ M. VALVERDE