Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 217. DICIEMBRE. Año 1984
0. SUMARIO
LA LIBERTAD es necesaria y, a la vez, temida. Se resiste a concederla el que identifica bondad con poder, y tiene miedo a usarla el inexperto que la descubre por primera vez. Sólo la compañía de Dios, en nuestra historia de hombres, nos conforta con la presencia adorable de su Hijo, Jesucristo, haciéndonos partícipes de la filiación divina, y enseñándonos que todos somos hermanos. Desde este momento, la verdadera libertad ya no es un peligro que temer, sino una necesidad para poder decidirse a obrar como Dios obraría, y para amar como él ama. Sin este amor, que sólo ella hace posible, nadie podría contraer compromisos con la verdad y la justicia, y menos aún podría ser santo.
CRISTO O MARX
EL PADRE, CRISTO Y LOS HOMBRES
JUAN XXIII Y PABLO
LA INMACULADA Y EL ORATORIO
LAS CUEVAS DE BELÉN
ENCARNACIÓN Y TEOLOGÍA
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1. CRISTO O MARX
No por referencia a Marx, sino por referencia a Cristo. Por eso es muy importante profundizar a nivel de fe, a nivel de reflexión teológica y espiritual esta "opción por los pobres". Porque no puede tratarse de una opción coyuntural, es decir, que no sólo porque hay pobres resulta que la Iglesia quiere inclinarse a ellos, sino porque las raíces de esta opción residen en la misma naturaleza de la Iglesia, en la misma relación con el Jesús que hemos conocido y en la propia experiencia que hicieron los apóstoles. Por estos motivos nuestras razones no son de orden político, ni de orden ideológico, sino de orden estrictamente teológico, o sea que derivan de la riqueza misma de nuestra fe, de lo que guardamos de nuestra esperanza y de la referencia que hacemos a Dios. Y esto es precisamente lo que irrita a los que nos calumnian sin comprender qué es la Iglesia. Hemos llegado a eso, no porque hemos leído «El Capital» de Marx, sino porque hemos leído los Evangelios y adoramos a Jesucristo y amamos a Dios.
LEONARDO BOFF, julio 1984 2 (182)
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2. El Padre, Cristo y los hombres
LOS que buscan explicaciones al espíritu de la precoz independencia que distingue a las nuevas generaciones, han creído descubrirlo en la teoría freudiana del «rechazo del padre», y la han utilizado incluso para adivinar la llamada crisis del cristianismo contemporáneo, huérfano de Dios, según dicen: pues lo cierto es que hay aspectos de los valores positivos cristianos, que se aplican de manera secularizada, abstraídos de toda trascendencia sobrenatural, como la fraternidad, la justicia, el amor a todo hombre, la no-violencia, y otros. Ocurriría que en el cristianismo contemporáneo se da la preferencia a la figura de Jesucristo, el Hijo de Dios, como oposición a la persona de Dios Padre, quedándonos sólo, o principalmente, con lo más humano del misterio de la Redención, para motivar las urgencias concretas de las nuevas teologías, en trance de resucitar, larvadamente, otra forma de Arrianismo. De donde el énfasis de lo secular, la incesante invocación de los derechos humanos, el compromiso por lo temporal, la suficiencia de la mundanidad, el orgullo de la técnica, la critica a İA autoridad, el desprecio por lo establecido e institucionalizado...
Lo más probable, sin embargo, es que todo sea efecto y desarrollo de aquella sorprendente y colosal iniciativa divina, la Encarnación. Es posible que el hombre se olvide de Dios, pero es absolutamente cierto que Dios jamás se ha olvidado del hombre y que, precisamente como Padre, lo ha Amado tanto, «que le ha dado su propio Hijo», en Jesucristo, para que fuera Dios-Hombre, verdadero Hijo de Dios y primogénito entre todos ellos, considerados como hermanos, porque, a partir de él, su propio Padre lo seria de todos los demás hombres: seria el Padre nuestros, invocado por la gran familia humana sobre la tierra, desde el tiempo, en la vida de este mundo, en el cual, cuando contemplamos a Cristo en medio de todos, le reconocemos tan distante de las demás formas de divinidad, porque en Cristo se supera la estrechez de raza, de nación, de lengua y de rito, que sofocaba el concepto de Dios en las religiones de todos los pueblos y hasta del mismo {3 (183)} pueblo judío, si bien los profetas habían clamado por su día, y habían descrito su espíritu, como evoca la Liturgia de este tiempo de Adviento y esperanza. Salvación, libertad, justicia, santidad, hermandad universal auspiciaban. Al llegar Cristo, sólo unos pocos le recibieron, porque él exigía una verdadera conversión que tenía que transformar a cada hombre y las relaciones de todos los hombres entre sí y con Dios.
Y en esto estamos. Las tensiones del cristianismo de nuestros días son signos de que la Encarnación no se ha paralizado en abstracciones teóricas, ni se ha podido condensar en preceptivas farisaicas; ni bastan las evocaciones sentimentales, ni son posibles aplazamientos y remisiones ultraterrestres. Por descontado que lo que Dios quiere darnos en Jesucristo, no cabe ni en esta vida ni en nuestro tiempo; pero es igualmente cierto que nos compromete, desde ahora mismo y radicalmente. Por la Encarnación no solamente confesamos que Jesucristo, Hombre y Dios, es Hijo del Padre, sino que, a partir de él, se genera una familia de hermanos, que a todos nos convierte en hijos de Dios, a imagen suyo, con la obligación de convertirnos cada uno y de cambiar y convertir el mundo. No se puede disociar un deber del otro, porque vienen a ser la misma cosa, inseparablemente. Los que profesamos la fe cristiana hemos de reproducir y continuar a Cristo. Y así, el Cristo-Hombre se hace piedra fundamental y angular de una gran construcción que llamamos Iglesia, que deviene el «Cristo místico».
Si el ser cristiano conllevara solamente la exigencia de una adhesión mental y abstracta a Cristo, se acabarían los problemas y las tensiones.
Pero es precisamente esto lo que hay que hacer y que está por hacer. Por hacer en este mundo, en nuestra vida, con los hombres que nos acompañan. Y Cristo está ahí, como el hermano mayor de todos, como un modelo comprometido y comprometedor, que no es posible eliminar, ni escamotear. Les dificultades de In Iglesia de nuestros días, no son resultado de que con ella se repite la historia de Cristo y sus contradictores, sino de que esta historia todavía no ha terminado. Y comenzó con la Encarnación. Un cristianismo teórico, aséptico y desencarnado no tendría dificultades. Pero tampoco sería cristianismo, aunque usurpara su nombre.
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3. JUAN XXIII Y PABLO VI
EL MISMO modo que nadie pudo sorprenderse que, a la muerte de Pío XI, en 1939, le sucediera con el nombre de Pío XII el cardenal Pacelli, nadie se habría sorprendido que, a la muerte de éste, hubiese ocupado su puesto el entonces arzobispo Montini (todavía no cardenal), que, de todos modos, casi cinco años más tarde, también sería elegido papa y se impondría el nombre de Pablo VI. Lo sorprendente, a la muerte de Pío XII, fue el surgir de la figura de Roncalli, el papa Juan XXIII, que, a medida que transcurra el tiempo, ha de pasar a la historia de la Iglesia, no solamente como un papa santo, sino como la figura más importante que ha presidido la Iglesia en este siglo nuestro.
Aceptada o discutida la renovación —"l'aggiornamento"— que imprime a la Iglesia, el impulso que en ella desató, ya es imparable, irreversible.
No fue el suyo un pontificado largo, pero significó un paso suficientemente determinante, en el que su intuición sobrenatural guiada por el Espíritu Santo, abría una nueva primavera eclesial, a la que no faltarían ráfagas de vientos adversos ni lluvias purificadoras, pero que ya dejaban el rejuvenecimiento de los espíritus en un camino del que no se podría volver atrás. El imprimió un "modo" a la Iglesia, y tuvo conciencia de ello, de la misma manera que se daba cuenta de lo breve que sería su paso por la silla de Pedro. Por eso fue diligente, sin perder la serenidad de su espíritu, colmado de experiencia y joven de esperanzas, que supo transmitir a todos. Quien heredó estas esperanzas con todo el cansancio y el dolor de perseverar en ellas, fue Pablo VI. En realidad éste era el sucesor de Pío XII, pero a través del "modo" de Juan XXIII, quien, al hacerlo casi inmediatamente cardenal, ya veía en él a su sucesor, como algunos {5 (165)} años atrás, Pío XI había visto al suyo al poner el capelo a Pacelli. Se dice que Juan XXIII, una vez papa, en la primera ocasión que se encontró con Montini, le dijo: «Lei dovrebbe essere il papa, e non io», provocando la confusión del entonces arzobispo de Milán, aterrorizado por la descarga de tal profecía.
Y llevaba razón Juan XXIII, puesto que en la persona de Montini se concitaban todas las cualidades para una aparentemente acertada elevación al supremo pontificado. Pero Montini, con ser un candidato casi perfecto, que estaba en posesión de la mejor experiencia para regir y pastorear la Iglesia de hoy, cual era, por un lado, su prolongado paso por la curia romana, su formación jurídica y diplomática, su experiencia apostólica universitaria, todo ello acumulado bajo la maestría siempre cercana, iluminadora y afectuosa de Pío XII, y por otro lado su ejercicio pastoral en la diócesis de Milán, necesitaba algo que ya, en los últimos años Pío XII no podía ofrecerle; necesitaba la paternidad de un hombre cuyo amor a Jesús, a la Iglesia y al mundo, levantara sus ánimos у le infundiera una tenacidad perseverante para emplearla en concluir una tarea enorme, pero gozosa, que tenía que cambiar el aspecto de la Iglesia para poder ofrecer un rostro que fuese inteligible a los hombres de hoy. Montini tuvo un maestro en Pío XII y un padre en Juan XXIII; de aquél recibió una formación, cuya última asignatura fue mandarle a la diócesis de Milán; de éste recibió una herencia, la de concluir el Concilio y de resistir los primeros vendavales que los inmovilistas manifiestos o solapados desatarían.
Pero estas mismas contrariedades no colapsarían ni harían retroceder el desenvolvimiento de la renovación de la Iglesia, sino que serían un motivo para mayores profundizaciones y purificaciones, todavía no concluidas que servirán para afianzar la obra iniciada proféticamente por Juan XXIII.
En esta época en que los que dicen seguir a Marx, Nietzsche y Freud nos hablan de una hermandad universal, pero se olvidan del padre en virtud del cual los hombres pueden ser hermanos; o propugnan por la eficacia de un poder, pero sin amor, o de un amor sin alma, Juan XXIII casi vino a desmentir la tesis del «rechazo del padre» que se dice característica de nuestro tiempo. Juan XXIII fue un papa «Padre» no sólo de los católicos, sino de todo el mundo, de todos los hombres, en el espacio de unos pocos años, en que la humanidad puso los ojos en él, porque los hombres, nunca tanto como ahora, en tránsito hacia otra edad, necesitamos mirar a un padre y seguirle de cerca.
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4. La Inmaculada y el Oratorio
EL AMOR a la a virgen María es una constante en toda la historia del Oratorio de san Felipe Neri, porque de éste heredó una devoción tierna y serena a la vez, como suele darse en el equilibrio humano que el cristianismo contiene y que deriva del Evangelio. Tan presente se quiso tener el legado piadoso del Padre, que cuando el pintor Guido Reni concluyó la pintura que debía ser trasladada al mosaico que se colocaría sobre el altar del sepulcro de san Felipe, no se quiso que faltara la representación de la Virgen, y se le añadió, aun a costa de reducir la proporción de la imagen y de tener que admitir que, en el éxtasis en que se representa al Santo, éste parezca ajeno al añadido, si se observa la dirección de su mirada.
Además, se quiso que en todas las capillas de la iglesia romana de la Vallicella, hubiera una pintura o imagen de María.
Ahora la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en diciembre, nos vuelve a sugerir que la relacionemos con el Oratorio.
En otra ocasión ya dijimos que el más famoso pintor de Inmaculadas, Bartolomé Murillo, adorna una de las iglesias más célebres de España con la única de sus cuatro Purísimas que ostenta la firma del pintor. Esta iglesia es la del Oratorio de Cádiz, que, como se sabe, fue escenario de la primera Constitución española, la de 1812.
Pero, además, tiene que ver con el Oratorio el primer templo o santuario que se erigió en el mundo en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. El hecho se debió a la iniciativa de un padre del Oratorio de Valencia, y profesor de la Universidad de aquella ciudad, Bonaventura Guerau {7 (167)} Mullor. Transcurría el verano de 1653 y dicho padre, de cierto renombre en todo el País Valenciano, había sido invitado a predicar en Játiva, con ocasión de la fiesta patronal de esta ciudad, el 15 de agosto. Coincidiendo con la presencia del padre Guerau, un desconocido había escrito en la puerta del sagrario de la seo palabras injuriosas para María. Ello afectó hasta el desconsuelo al citado padre, pero fue un acicate para el fervor de sus palabras en el púlpito. Después no pudo dejar de pensar en este suceso y dedicó mucho tiempo a la oración, especialmente al ir, pocos días después, a Alcoy, su ciudad natal; y haciendo participes de sus penas a algunos sacerdotes amigos, especialmente a Joan Baptista Borrell, se sintió sobrenaturalmente inspirado para emprender la edificación de un santuario que reparara aquellas blasfemias que conmovieron a los buenos cristianos de Játiva. A las afueras de Alcoy, en el lugar llamado del Carrascal y el paraje de la «Font Roja», unos lirios allí florecidos le parecieron señal querida por Dios para llevar adelante su propósito, secundado con entusiasmo por los alcoyanos y convertido, desde entonces, en centro espiritual de aquella noble e industriosa ciudad.
El templo actual data de 1891, y sustituye a dos anteriores, que hubieron de ser reconstruidos, el primero de los cuales pudo ser inaugurado en vida del padre Guerau, a partir de lo cual el santuario ostentó la doble titularidad de la inmaculada Concepción y de san Felipe Neri, pero el santuario siempre se llamó de «la Verge dels lliris».
Estas dos invocaciones son, junto con la de san Jorge en abril y la de los Magos en enero, como el símbolo de toda la piedad popular de los alcoyanos, que en parte han trasladado a la ciudad de Valencia, con una reproducción de la Inmaculada «de los Lirios» de Alcoy, en {8 (168)} una capilla de la iglesia de san Martín.
Resultaría prolijo reseguir los testimonios de la devoción mariana, expresada en la representación de la Inmaculada, en todos los Oratorios del mundo. Pero si cruzáramos el Atlántico, podríamos admirar, en el de la ciudad de México, la Purísima del valenciano Manuel Tolsá, de sorprendente belleza, con la que vino a rematar la restauración de la iglesia de aquel Oratorio (conocida como La Profesa), a mediados del siglo pasado, y que constituye una parte de los tesoros artísticos que, junto con la famosa pinacoteca, posee y custodia aquella Congregación.
En España se puede admirar la bellísima talla de la Purísima de Josep M.ª Camps Arnau, que preside el altar mayor de la iglesia del Oratorio de Gracia (Barcelona). El rostro y actitud de la Virgen, en esta escultura, tiene gran parecido con la venerada "Madonnina" del Oratorio de Florencia. Con modestia, también nos parece que hemos de mencionar la Virgen que hermosea la entrada de nuestra iglesia de Albacete, escultura en piedra, cincelada por el hijo y discípulo del anterior, Jordi Camps Vila, siguiendo criterios del arquitecto Antonio Escario. Por nuestra parte nos complace, que esté ahí, como bendiciendo la calle y la ciudad toda donde estamos.
* Conf. «LAUS», diciembre 1990 ...
Hemos de afirmar que la Teología de la Liberación es una de las creaciones originales de nuestros cristianos y una contribución positiva a las otras iglesias, también ellas peregrinas y enfrentadas a los problemas y desafíos de nuestra época. Lo cual no significa que debamos rechazar otras tendencias, sino que debemos asumir todo lo que nos pueda ayudar a ser más fieles al Evangelio, a la gran tradición, al pueblo de Dios y especialmente a las ansias de liberación de los pobres.
XIX Asamblea episcopal brasileña, febr. 1981
A menudo se hace referencia a la Teología de la Liberación en relación exclusiva con América latina, pero debemos reconocer que constituye una exigencia de relieve universal. Es función de la teología encontrar su verdadero significado para la liberación en las diversas y concretas coyunturas históricas contemporáneas.
Pues pertenece a la verdad el llamar con su propio nombre a la injusticia, al abuso del hombre por el hombre o por el estado, o por los mecanismos y sistemas económicos.
JUAN PABLO II, 20 feb. 1979
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5. Las cuevas de Belén
LOS PEREGRINOS que van a Tierra Santa, cuando les acompañan a Belén, lugar del nacimiento de Cristo, no saben bien si pensar en la vida o pensar en la muerte. En la basílica llamada de la Natividad, debajo de su altar mayor, casi como un nicho escondido, hermoseado por una bella estrella de plata, está el lugar que se señala como del nacimiento de Cristo, desde que santa Elena, en 326, mandó construir allí una basílica.
Sin embargo, cerca de la gruta que la piedad secular atribuye al nacimiento de Jesús, existen otras vinculadas al recuerdo de los más ilustres peregrinos que acudieron a aquel lugar, llevados de la fe. Nos referimos especialmente a san Jerónimo y a aquel grupo de mujeres santas que allí le acompañaron para con él estudiar y meditar, en el mismo lugar de los hechos, la vida y las palabras del Señor y la historia de los profetas que lo anunciaron. Así llegaron a santos, pues solamente existe la santidad buscándola en Jesucristo, lo más directamente posible. Por esto la Iglesia nos vuelve a llevar cada año, espiritualmente, a Belén, para que volvamos a contemplar, desde el principio, la vida de Jesucristo y nos penetremos de ella.
{10 (170)} San Jerónimo había pasado en poco la edad de los cuarenta años, y poseía una copiosa erudición que empleaba en servicio de la Iglesia, guiada entonces por el papa san Dámaso, español, que había encontrado en Jerónimo un gran colaborador, sabio, capaz y virtuoso. Humanamente hablando, ésa fue la culpa que las envidias de otros clérigos romanos jamás le perdonarían, pues al morir aquel santo pontífice, las acusaciones y maledicencias de todo género se cebaron en el que había sido leal y ejemplar secretario del papa, y Jerónimo no vio más salida que la de alejarse definitivamente de Roma, huyendo de las envidias y codicias y, después de ensayar la vida eremítica se retiró a Belén, para estudiar a Jesucristo, y trabajar en las Sagradas Escrituras. Al poco se le unieron otros discípulos, hombres y mujeres, y a todos organizó en vida monástica, dedicados al estudio y a la oración.
De tan noble aventura surgiría la traducción al latín de las Sagradas Escrituras (llamada Vulgata), que ha sido utilizada como texto oficial de la Iglesia hasta nuestros días. Pero sus obras abarcaron otras traducciones, comentarios y estudios sobre la historia de la Iglesia y las vidas de los Padres, y homilías y cartas. Conocía bien el griego, latín y hebreo, además {11 (171)} del caldeo, o arameo, lo cual le capacitaba admirablemente para aquella labor, en la que santa Marcela, santa Paula, santa Eustoquio..., también formadas e instruidas por él, le ayudaban traduciendo, leyendo, coleccionando, copiando, con un hervor de trabajo y un entusiasmo espiritual, que la ruidosa Roma no habría permitido, o por lo menos hubiera estorbado. Había tenido que huir de Roma casi expulsado, mas pudo de este modo acercarse más a Cristo y servir mejor a la Iglesia, aunque era inevitable que recordara la reflexión del salmista: «Mis hermanos, los mismos hijos de mi madre, han peleado contra mí y me rechazan».
Ya anciano y viendo cerca la muerte, no quiso volver a su tierra, sino morir y ser sepultado junto al lugar de la cuna del Señor. Es así como la tradición todavía señala al peregrino de hoy, cuando visita Belén, las cuevas cercanas a la del Nacimiento, que se llaman Grutas de san Jerónimo, porque san Jerónimo las escogió como lugar de sepultura para sí mismo y para los miembros de la comunidad por él fundada. El y su familia espiritual, quisieron morir donde Cristo nació, asociando en el amor a Cristo, tanto la muerte como la vida, empleada toda ella en conocerle desde lo más cerca y mostrarlo así a la Iglesia. La tradición también dice que hay allí más tumbas, porque los primeros cristianos desearon, cuando pudieron, ser sepultados cerca de donde Cristo nació a la vida, en esta tierra. De hecho, la Iglesia, siempre ha enseñado que, lo que llamamos "muerte", es simplemente nuestro propio nacimiento o navidad para el cielo.
Tal vez por eso pensamos que es entre el nacer y el morir que se cimbrea la vida; y que nacer es comenzar a morir, y morir entrar en la verdadera vida. Y por eso los sepulcros nos parecen cunas más grandes, y las cunas sepulcros pequeños. Y llamamos portal a la cueva, y cueva al portal.
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6. Documento: ENCARNACIÓN Y TEOLOGÍA
«El misterio de la encarnación de Jesucristo es el centro de la Teología de la Liberación» CARD. ALOISIO LORSCHEIDER
SI en el Cristianismo no creyéramos en el misterio de la encarnación nos habríamos ahorrado muchos problemas morales y casi todas las polémicas teológicas. Pero este misterio está presente e informa el conjunto de la teología cristiana. Cada vez que en la Iglesia se produce alguna conmoción a causa de las consecuencias de la encarnación del Hijo de Dios, que se hizo presente en la historia de los hombres, asumiendo esta misma naturaleza, lejos de turbarnos por el temor de males o amenazas de cualquier género, debiéramos consolarnos al comprobar que la Iglesia está viva y que sus señales de vitalidad aparecen, precisamente, en torno a la profundización del misterio de Jesucristo hecho hombre y de las consecuencias que de ello derivan, porque ya no es aplazable para la eternidad el efecto del compromiso que la fe cristiana entraña. Si bien habrá de quedar claro que tan erróneo sería hacer del Evangelio una reducción política, como incurrir, por el lado opuesto, en un reduccionismo espiritual. Así se proclamó por los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla.
En estos últimos meses, la prensa de todo el mundo y de todos los matices, se ha hecho eco de la llamada Teología de la Liberación, y más profusamente en las revistas católicas especializadas. Del conjunto de lo que se ha podido leer se desprende que acabará aportando un crecimiento positivo en {13 (173)} el campo doctrinal, y que las advertencias sobre posibles desviaciones, no afectan a la ortodoxia de sus teólogos.
Juzgamos de interés unas declaraciones del cardenal Lorscheider, brasileño, sacadas de una revista italiana, y que pueden ser iluminativas.
―Eminencia, ¿qué es la Teología de la Liberación? {1}
―Es una teología eminentemente pastoral, que responde a esta pregunta: «Lo que estás haciendo, está de acuerdo o no con el Evangelio?» Aplica el método de Cardjin en cuanto que analiza y juzga la realidad. Se parte de la realidad y se la quiere iluminar con la fe. «La realidad, ¿está de acuerdo con el plan de Dios, o no? Si no lo está será preciso cambiar la realidad, transformarla, porque todo lo que no es conforme al plan de Dios, se convierte en dominación que ha de padecer el hombre». El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, soporta Todos los mecanismos de injusticia que oscurecen esta imagen. El centro de la Teología de la Liberación es el misterio de la encarnación de Jesucristo. La encarnación subvierte la realidad terrena para hacer de alguna manera celestial lo que es terrenal.
—¿No pueden crear dificultades {1} los teólogos que adopten el análisis marxista, en vez de la doctrina social de la Iglesia?
―Ciertamente, la mayor dificultad está ahí. Algunos teólogos debieran referirse con mayor discreción a ese tipo de análisis, y es conveniente que se les amoneste sobre eso. Pero la verdadera TL es pastoral y tiende necesariamente a la praxis cristiana, que es algo muy diferente de la praxis marxista. Cierto que cuenta con su antropología; pero también la doctrina social de la Iglesia cuenta con sus instrumentos para leer la realidad. Este instrumento tendrá que someterse a clarificación.
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—¿No cree que se ha producido, recientemente, {1} una campaña contra la TL?
―Yo no veo que exista una campaña contra la TL. Polémicas sobre la misma han existido siempre. Puede ocurrir que después de la publicación del parecer expresado por el cardenal Ratzinger en una reunión reservada a los jefes de los dicasterios romanos y el reciente documento de la Congr. para la doctrina de la fe, estas polémicas hayan adquirido mayor vigor. Pero en general, la acogida del parecer personal del cardenal Ratzinger entre los responsables de la Iglesia en América Latina ha sido más bien de perplejidad, porque se cree que la TL no es la que se ha tenido en consideración. Se trata más bien de movimientos de dentro de la Iglesia, que se muestran contrarios a la TL, pero no creo que puedan llegar muy lejos.
Yo conozco bien a estos teólogos y conozco suficientemente bien, además, los problemas de toda la América latina:
pienso que lo importante ahora es dejar que estos teólogos trabajen con tranquilidad.
―Eminencia, aparte de las cuestiones doctrinales, {1} cuáles son los verdaderos problemas con que se enfrenta vuestra Iglesia?
―Creo que los problemas principales son éstos: la organización del comercio internacional, el hambre y la ecología. Es preciso tener en cuenta que la falta de desarrollo de los países pobres no es debido a su pereza, ni a su incompetencia, sino al mecanismo que regula la organización del comercio internacional, que se ha convertido en una auténtica explotación de los ricos sobre los pobres.
Es preciso que la ONU cambie las relaciones de fuerza que existen actualmente entre las naciones y que se establezca una mayor igualdad. Por ejemplo, Estados Unidos, especialmente después de la llegada de Reagan a la presidencia, quiere aumentar cada vez más su dominio. No se dan cuenta que, con ello, además de aumentar la antipatía de nuestra gente hacia ellos, resulta una táctica que, al final, será contraproducente incluso para los mismos norteamericanos. Por todo creen ver amenazas de comunismo: pero no descubren lo que es peor, por ejemplo: no reconocer los derechos fundamentales de los pueblos.
—¿Cómo viven ustedes {1} el problema del hambre?
—En Brasil son muchísimos los que viven en condiciones de subalimentación general. A pesar de que Brasil es un país rico y fértil. La subalimentación es gravísima porque los hijos ya nacen con lesiones cerebrales. Para nosotros, allá, el problema no es tanto como entre vosotros aquí y tal como lo he comprobado, incluso por las propuestas {15 (175)} para el próximo sínodo de obispos) la relación entre fe y cultura, sino entre fe y supervivencia, entre fe y hambre. Si lo miramos bien, incluso el secularismo resulta un eslogan. El ateísmo de muchos no es tanto la negación de Dios como una mala interpretación o un mal uso de la libertad humana. Muchas veces se trata de un rechazo de las leyes de Dios por el modo como nosotros las concebimos. Porque, ¿usted cree que en Rusia todo el mundo es ateo, o que, por lo menos lo son sus gobernantes? Yo pienso que muchos lo son por oportunismo y que al llegar a la noche incluso estoy hacen la señal de la cruz.
Créame, no comprendo esta insistencia sobre el secularismo y sobre el ateísmo. Mejor sería que se desarrollara el sentido de la libertad del hombre de sus límites según la auténtica visión de Cristo. Nosotros, en una palabra, estamos muy preocupados por el hambre que sufre nuestro pueblo, incluso cuando parece que vive en la abundancia. Pues todo lo que se produce viene enseguida dilapidado por los que viven preocupados solamente de su propio bienestar, pues no dudan, para conservarlo, mantener a los demás en la esclavitud.
—¿Es perceptible, en su país, esta dependencia {1} esclavizadora?
―Sí, porque entre los brasileños existe un profundo sentido de la responsabilidad. Quieren ser respetados tal como debe ser respetado todo hombre. Rechazan el ser explotados y por eso defienden la dignidad de la persona humana. No es cuestión de más riqueza, ni de disfrutar de un mayor bienestar económico, sino más bien se trata de la aspiración por una auténtica vida humana, para poder ser hombres según la dignidad que Dios mismo les ha concedido. Por eso actualmente, entre nosotros, se da también una gran sensibilidad por el problema ecológico.
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—¿Puede explicar cómo se entiende la ecología hoy en día en Brasil?
―No se trata solamente de combatir el establecimiento de fábricas que contaminan el ambiente, ni de defender los bosques en peligro de desaparición. Ecología significa, sobre todo, luchar contra todo lo que se estropea inútilmente, contra la malversación (ésta es la palabra central) de las cosas que poseemos, en tanto que se convierten en negación de la vida. Ecología también es querer la salud de las personas, proporcionar una habitación digna al hombre (no hacen falta palacios), una educación para que viva dignamente; y además una educación cristiana y la posibilidad de estar en contacto con la Iglesia y con sus sacerdotes. En resumen, es la lucha para {18 (178)} realizar la vida en sentido cualitativo y no solamente en sentido cuantitativo. Mire, yo estoy convencido de que el Espíritu Santo está presente en todas estas cosas y que actúa suscitando y sosteniendo estas aspiraciones.
—¿Cuál es la postura de la Iglesia brasileña en este contexto?
―Tengo la impresión de que la Iglesia católica se encuentra muy próxima, incluso muy presente en medio de los problemas de los hombres. Y hemos de dar gracias a Dios por ello, pues es el fruto del trabajo realizado durante los años en que hemos estado difundiendo sus derechos.
Ahora que todo se desenvuelve en un sentido más democrático, tal como la Iglesia había deseado, los ciudadanos comprenden que llevábamos razón, que hicimos bien en no radicalizar las posturas, a pesar de que siempre nos hemos puesto de su lado. Esto es obra del Espíritu Santo, y no nuestra, porque nosotros somos demasiado débiles.
El primero de mayo pasado vino a entrevistarme una periodista brasileña y me dijo que por la mañana, al asistir a misa, había oído el mensaje de los obispos a los trabajadores. Me dijo: «Solamente vosotros, los obispos, tenéis la valentía de hacer estas cosas». La gente se da cuenta de que la Iglesia comprende sus problemas concretos. Y E lo entienden sobre todo los pobres, los obreros, los que están sin trabajo. La Iglesia está a su lado y ello es motivo de esperanza para ellos.
―No parece que en Europa la Iglesia sea así.
―La Iglesia en Europa hizo esto mismo en el pasado, y es preciso que lo vuelva a hacer ahora. Debe acercarse a los pobres. Yo sufrí mucho el pasado septiembre, cuando estuve en Puglia y pude constatar que la Iglesia no es la Iglesia del pueblo. Es muy devota, pero poco evangélica.
Falta la presencia del pastor en medio de la gente. Es preciso renunciar a los honores, a las reverencias, a hacer esperar horas y horas para una audiencia con la excusa de que «están muy ocupados». Incluso las ceremonias en san Pedro están llenas de obispos, prelados, embajadores, dignatarios, pero los pobres no se ven por ninguna parte; muchos ni siquiera consiguen un permiso de entrada en la basílica. Pero la Iglesia de Jesús reclama que los pobres estén en primera fila, que sean los más cercanos. Es urgente que en muchos lugares los hombres de Iglesia sepan bajar del trono y caminar cerca del pueblo, especialmente cerca de los pobres.
No pretendemos acumular la posesión de la verdad y tenemos conciencia de no ser más que una voz en medio de las otras, pero una voz eclesial con pleno derecho. El hecho que el mensaje cristiano se viva en situaciones diversas y de modos diversos es hoy una señal de la fecundidad del Evangelio. La teología no hace más que expresar y reflexionar críticamente sobre esta situación, y ello es motivo para el gozo, más que para alarmarse...
Concilium, Revista de teología.
Existen diversas expresiones de la Teología de la Liberación:
algunas plenamente legítimas y necesarias, otras criticables y otras, finalmente, inaceptables. Al respecto es indispensable una reflexión crítica a partir de la dimensión liberadora de la fe cristiana. La fe, en realidad, es liberadora, a condición de que permanezca como fe auténtica, incontaminada.
Card. RATZINGER, oct. 1984