Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 218. ENERO. Año 1985
0. SUMARIO
NADIE puede aprisionar el espíritu; no es posible la involución de lo verdaderamente espiritual, porque el espíritu mira siempre hacia adelante. El espíritu no tiene calendarios, ni medidas para los tiempos pasados; y el futuro del espíritu no cabe en el tiempo, aunque pase por el tiempo, como viento que barre los caminos. Mientras silba y arrastra las escorias, abre claridades para el sueño y la esperanza, sin otros crujimientos que los de la necesaria purificación, para que lo espiritual se haga real. Hasta Dios se ha vestido de nuestra carne, para poder decirnos palabras que duren para siempre. Solamente los nostálgicos miran hacia atrás, intentando recuperar derribos sólo medianamente útiles para edificar reinos mundanos. Pero sabemos que Cristo, al asumir el mundo, lo ha superado. Y, así, todo, siempre, aquí, se va abriendo a la esperanza. Porque el tiempo está inscrito en la eternidad y definitivamente abierto a ella.
Por esto no podemos mirar atrás.
TAL VEZ SOÑAR
TENEMOS UNA ESTRELLA
PARA EL HOMBRE
SAN JERÓNIMO DE LA CARIDAD
CAMINOS DE ROMA Y CAMINO DE BELÉN
LA IGLESIA SE RENUEVA
SUEÑOS Y ESPERANZAS
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1. TAL VEZ SOÑAR
En la Biblia y en la literatura profana; en profetas y santos y en psicoanalistas y adivinos en fabulaciones fantásticas o a propósito de teorías científicas; como resumen de una sabiduría o como exceso de la locura...
se ha recurrido al "sueño", estudiándolo como fenómeno o valiéndose de él para expresar la propia conciencia, otro160 to para ilustrar conceptos elaborados en la mente, o para describir el subconsciente. El "sueño" Ha servido como ficción para envolver metafórica o elípticamente, la idea o sentimiento de lo que no hubiera cabido en el lenguaje directo o en el tiempo ordenado y completo de las palabras tomadas en su significación estricta. Para ilustrarlo bastaría acudir a estos nombres: Jacob, José, Daniel; Bernat Metge, Shakespeare, Quevedo, Calderón; Agustín de Hipona, Teresa de Jesús, John H. Newman, Martin Luther King Sigmund Freud. Con humor y ternura cristiana, en nuestros días, respecto a la Iglesia, habría que recordar los "sueños" del cardenal inglés George Basil Hume, y al teólogo Walbert Bühlmann, no menos humorista, que dice haber soñado que «se vendía el Vaticano»...
En estas últimas semanas, cuando el cardenal Ratzinger ha apuntado la posibilidad de un nuevo Concilio —el Vaticano III—, no han faltado los que han calificado, también, de "sueño", esa eventualidad. Tal vez aunque es difícil predecir si hace falta volver a soñar. Dígase lo que se diga y parezca lo que parezca, el mismo Señor va en la barca de la Iglesia y convierte, poco a poco, las esperanzas proféticas de sus hijos, en realidades que superan lo imaginable. Pero, si hiciera falta soñar, podríamos suponer que, cierto día, pasados los años ocupaba' la Sede de Pedro el papa Juan XXIV y que, a imitación de su predecesor Juan XXIII, también convocaba un Concilio, y no en el Vaticano, sino en Belén: el Concilio Ecuménico Belén I.
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2. Tenemos una estrella
CUANDO nos habla un ángel de Dios, o se enciende una estrella sobre nuestro camino, solamente podemos tener paz si atendemos a la voz y si seguimos la luz. Pastores y magos tuvieron ángeles y estrellas sobre sus caminos. Eran dos muestras de la humanidad; eran como un símbolo de los de cerca y de los de lejos; de los que imaginaríamos más obligados, por ser judíos, y de los aparentemente más desconectados con el sistema de esperanzas que estaban en la raíz del pueblo elegido. Pero el hecho es que todos fueron llamados.
Rememorando este llamamiento, no podemos olvidar los llamamientos de los patriarcas: también hubo ángeles y mensajes, estrellas y claridades del alma. Y también aquí y en cada cristiano. Cristo no es sólo «noticia» de Dios y «buena noticia» para el mundo, sino que es vocación para todo el que se aventura a creer en él radicalmente, porque, en seguida, siente que la fe se ha de traducir en vida, y que la vida debe ser una respuesta total a Dios. Esa respuesta total ha de elaborarse con todas las fuerzas del alma, con toda la nobleza del corazón, con todo el afecto, con la sabiduría y prudencia de la mente. Y luego ha de ser mantenida.
Creer en Cristo es como descubrir una estrella sobre el propio camino.
Descubrirla cada uno, y descubrirla con los demás, formando constelación, como el grupo de pastores, como la caravana de los magos.
Creer en Cristo es ponerse en camino y buscarle. Y preguntar, en la búsqueda, juntando la sencillez de la fidelidad con la prudencia del discernimiento, sin hacer ostentación de lo que Dios nos pide, pero dejando que nos crezca la luz en el alma, entre dolores, gozos y esperanzas. Es saber ordenar la vida para que, sin amaños ni estrategia, nada se nos pierda para él. No todos tendremos que seguir el mismo camino, pero todos hemos {3} de dar una respuesta total y generosa; es decir, que no podemos comenzar regateando, sino apostando lo más. Así lo hicieron los magos, sin excusarse, sin desistir.
Nos gustaría saber qué cambio se operó en ellos después de haber adorado a Cristo; pero lo que la Biblia nos dice se acaba con el acto de su ofrenda. De ésta nos queda la simbología del triple don, que el evangelista no echa en olvido: el oro querrá decir amor, plegaria el incienso, y la mirra abnegación.
Todos tenemos una estrella sobre el camino que hacemos, con los demás, hacia Jesús,
3. PARA EL HOMBRE
No se hizo el hombre para la bandera sino la bandera para el hombre...
No se hizo el hombre para la ciudad sino la ciudad para el hombre.
No se hizo el obrero para la fábrica sino la fábrica para el obrero.
No se hizo el niño para el maestro sino el maestro para el niño.
No se hizo el enfermo para el médico sino el médico para el enfermo.
No se hizo la mano para el guante sino el guante para la mano.
No se hizo el pueblo ira el que lo gobierna sino el que gobierna par el pueblo.
No se hizo el que trabaja para el sindicato sino el sindicato para el que trabaja.
No se hizo el hombre para la historia sino la historia para el hombre.
No se hizo el hombre para el sexo sino el sexo para el hombre.
No se hizo el hombre para el consumo sino el consumo para el hombre.
No se hizo el hombre para la propaganda sino la propaganda para el hombre.
No se hizo el libro para el editor sino el editor para el libro.
No se hizo el arte para la galería sino la galería para el arte.
No se hizo el lector para el periódico sino el periódico para el lector.
No se hizo el seglar para el cura sino el cura para el seglar.
No se hizo el cuerpo para el alma sino el alma para el cuerpo.
No se hizo el pecado para la gracia sino la gracia para el pecado.
No se hizo el católico para la misa sino la misa para el católico.
No se hizo el cristiano para Cristo sino Cristo para el cristiano...
En resumidas cuentas, se hizo el hermano para el hermano y se hizo el hombre para el hombre.
Luis Felipe Vivanco 4
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4. SAN JERÓNIMO DE LA CARIDAD Y LA MISA EN LATÍN
SUCEDE QUE, a veces, hay nombres demasiado evocadores para que puedan nombrarse o leerse y seguir en la indiferencia.
Esto mismo nos ha sucedido a propósito de una mini-polémica ventilada en las páginas de la revista «VIDA NUEVA» (véase nº 1452, pág. 48, y nº 1457, pág. 49), que podría titularse con el encabezamiento de estas líneas. Pero aquí no queremos entrar en la sustancia de la discusión, ya que, en lo relativo a la misa en latín, hicimos nuestro pequeño comentario, con el buen propósito de querer entender bien las razones que el Papa había tenido en cuenta, y alabando su misericordia.
Nosotros somos oratorianos, y ningún miembro del Oratorio puede oír el nombre de «San Jerónimo de la Caridad» sin que le ponga en vilo el corazón, pues en esa iglesia romana y en la casa contigua más bien modesta (y hasta hace poco, casi ruinosa) nació el Oratorio y allí vivió san Felipe, sacerdote, hasta sus últimos días.
San Jerónimo de la Caridad es, para los oratorianos, lo que era el Cenáculo para los primeros cristianos. Curiosamente, los padres del Oratorio, nunca hemos sido los propietarios de aquella mansión venerada, pero sí los custodios de la gran reliquia que constituía para nosotros y para todo el pueblo romano, para quien san Felipe es copatrono de la ciudad, junto a los santos apóstoles Pedro y Pablo. Pero después de la muerte del papa Pablo VI, la situación ha comenzado a variar con evidente peligro para la destinación de aquella iglesia, tan estrechamente relacionada con los padres del Oratorio romano hasta ese momento. Incluso, Pablo VI, al elevar al cardenalato al padre Giulio Bevilacqua, del Oratorio de Brescia, le hizo titular de la iglesia de san Jerónimo, con la evidente intención de reforzar moralmente la presencia oratoriana {5} en aquel lugar singularmente querido por todos y también el papa Con el cardenal oratoriano Giulio Bevilacqua, se concedió titulación cardenalicia, por primera vez, a la iglesia que había sido la cuna del Oratorio, hace ya más de cuatro siglos.
Apenas muerto el cardenal Giulio Bevilacqua, y todavía en tiempos del papa Pablo VI, hubo una serie de manejos a nivel administrativo , desde instancias romanas municipales, de las que dependía san Jerónimo de la Caridad a través de «Gli Istituti riuniti di san Girolamo della Carità». No sin fundamento se temió que se fraguaba la desposesión del Oratorio para entregar casa e iglesia a otra entidad, muy poderosa, que actuaba por medios ambiguos pero eficaces. Siendo ya titular de la iglesia el cardenal Palazzini, se acudió a él, pero con evasivas y diciendo desconocer el asunto, no fue posible obtener ninguna mediación: y se acudió a la instancia civil, tropezando con un funcionario que no atendía a otras razones que las estrictas de su representación administrativa comunal. Comprobamos que el tal funcionario pertenecía, efectivamente, a la poderosa entidad que debía pasar a ocupar san Jerónimo, pero... como era seglar y estaba en su jurisdicción, no valían otras razones, ni admitía otros argumentos que los de su competencia civil.
Seguían los motivos de inquietud... Y se acudió al Papa, que comprendió y atendió la queja de los oratorianos y, rápidamente, por medio de una intervención personal, rogó que se respetaran lo que eran, por lo menos, derechos del corazón, para los hijos de san Felipe Neri. Y así finalizó la primera etapa de temores.
{6} ningún valor cuando imperan los criterios del mundo, y la prisa por apoderarse de las parcelas indefensas de los más pequeños. Sin embargo, nosotros siempre hemos creído que, desde Jesucristo, "los más pequeños" —también, y especialmente en la Iglesia— deben tenerse en cuenta y deben respetarse.
Esos derechos del corazón habían sido tenidos siempre en cuenta, desde cientos de años y, recientemente, incluso con alcaldes romanos comunistas. Algo que, por lo menos en parte, también ha ocurrido tras las secularizaciones patrimoniales y las desamortizaciones del siglo pasado, casi por toda Europa.
Pero ésta no es la suerte que nos ha correspondido a nosotros en el caso que nos ocupa y que, ciertamente, nos concierne. Muerto Pablo VI, que frenó aquellas ambiciones, las técnicas tentaculares y ambiguas han seguido, en el campo eclesiástico (Palazzini, titular de la iglesia; el Vicariato nombrando capellán) y en el campo civil y administrativo, en el que, por ahora, lo más ostensible es la presencia de miembros de la entidad interesada dirigiendo reformas y restauraciones no exentas de suntuosidad, para adecuar el edificio al gusto del nuevo poseedor. Estas obras las paga la administración civil, ciertamente pródiga ahora, allí donde con anterioridad todo {7} respiraba pobreza y, en algunos tramos, casi amenaza de ruina.
Uno leía el Evangelio y recordaba la predilección de Jesús por los más pobres y pequeños, y pensaba que, en la misma Iglesia, sería menos difícil que fueran estimados y defendidos. Uno pensaba que, para los espirituales, a diferencia de los mundanos, lo pequeño era también importante y los menos poderosos igualmente dignos de ser respetados. Pero al mundo le encanta lo aparentemente eficaz, y no repara en medios. Se da la razón al que reparte halagos, y se reverencia al que se hace temer. Y lo más triste es que puede haber quien crea, "de buena fe", que el prestigio, el poder, el dinero, la astucia, puedan ser puestos al servicio del reino de Dios.
A pesar de todo, es preciso seguir creyendo en lo que dijo Jesús.
Lo más triste, para los oratorianos, no es que hayamos perdido san Jerónimo de la Caridad. ¡Tantas cosas hemos perdido! ¡Tantas casas nos han destruido! Incluso: ¡tantos mártires hemos tenido!... A lo mejor, si los hubiesen tenido los que, con habilidad aséptica, pero injusta y abusivamente nos tratan así, no habrían caído en el juego de semejantes astucias.
El hecho de que en san Jerónimo de la Caridad se comenzara aquella fantasmal serie de misas en latín, tan ajenas al tradicional sentido litúrgico característico del espíritu del Oratorio, pudo tal vez alertarnos, pero no fue lo que más nos había de doler, aunque no podíamos evitarlo, a pesar de que era, ostensiblemente, un acto de desprecio al Concilio Vaticano II.
Lo que nos ha dolido y nos duele profundamente es la significación de lo que brevemente hemos resumido. Y podemos decirlo, y debemos decirlo, precisamente porque nos concierne.
Aludimos a los "derechos del corazón", que tal vez no tengan Sin llegar al derroche de las armas nucleares —España, durante 1984— incrementó su presupuesto para comprar armas sofisticadas de muy elevado coste y mantiene e incrementa la venta de armas a otras naciones...
...La paz requiere mentes jóvenes, fórmulas nuevas que superen las caducas y viejas que nos conducen cada día a una situación más peligrosa y absurda.
Mons. DÍAZ MERCHÁN, presidente de la Conf. Ep. Española, Dic. 1984
DOLOR DEL TIEMPO.
La sed fui a calmar y el infierno ríe de la caridad.
Alma, ¿Sólo es una pizca de aire que vuela después?
Vuelven contra ti y te cubren, ruinas de sueños sin fin.
Por el fango van guiando la cifra hacia la unidad.
Tapamos muy bien con frases de nada:
sin saber por qué.
Sacad del dolor del tiempo la flecha de nuestro clamor.
Que la mano audaz —fuerte, limpia, joven— sepa bien contar.
Salvador Espriu, trad. Santos Hernández
Un camino.
Queda un camino muy largo que recorrer para ir más allá de la satisfacción propia de ser "un buen católico", que cumple bien "su deber", que lee un "buen diario", que vota "bien", que se porta a su manera hasta el abandono total del hijo de Dios. El hijo de Dios que ha entregado su vida al Padre y camina de la mano con Él, esperándolo todo de Él, con la sencillez del niño y la humildad del publicano. Pero una vez que el alma ha recorrido ese camino ya no sabrá volverse atrás.
EDITH STEIN
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5. Los caminos de Roma y el camino de Belén
ANTES de que Pedro llegara a Roma, Roma ya era grande, poderosa, famosa, rica, admirada, codiciada. Todo el mundo aspiraba a llegar a la gran ciudad para participar de su grandeza, de su prestigio, de su dominio, de su gloria. Roma era la dueña del Mediterráneo, que era como decir de todo el mundo de entonces. Después de tantos siglos y del cristianismo asentado en la ciudad de los césares, Roma sigue siendo gloriosa, pero el que busque poder, que no sea meramente eclesiástico, no podrá encontrarlo allí, o tendrá que completarlo introduciéndose en los grandes bancos, en las grandes empresas, en las instituciones prestigiosas, en la política. Si alguien ensayara una estrategia parecida, en seguida sería detectado y levantaría fuertes oleadas de protesta por el escándalo de los más pequeños que verían invertido el Evangelio.
Roma no ha quedado totalmente inmune de semejante pecado, pero, en compensación, ha dado grandes santos, tan cercanos a Jesucristo, especialmente por el martirio, que sobresale siempre el buen testimonio por encima de astucias de corte mundano, ciertamente posibles, pero que la Iglesia, en su totalidad, rechazaría. El caso de los Templarios, que llegaron a dejar dinero al papa, y a crear una cierta dependencia de los estratos elevados de la Iglesia controlados por ellos, fue, en su día, una lección histórica.
Pero la suprema lección está en Dios mismo, y en cómo vino al mundo. Un cierto voluntarismo, no siempre mal intencionado, pero más nietzscheano que evangélico, muy de la falaz mística de la eficacia, propia de nuestro tiempo de miedos y de cruzadas ideológicas, seguramente le hubiera aconsejado a Dios que Jesús debiera haber nacido en Roma, para así "poder hacer más bien". Pero Dios, y no por arbitrariedad estúpida, dispuso las cosas de otro modo: su Hijo nacería en una familia pobre, miembros de una raza humillada, en un pueblecito insignificante, y hablaría una lengua poco conocida. Ah, no comenzaría pidiendo dinero a pesar de tener que llevar a cabo una tarea universal: «Id a todas las naciones».
Cuando Dios entra en nuestro inundo, es desconcertante.
Todos los caminos van a Roma, pero no todos van a Belén. Y al que porfía buscando en el Evangelio otras alternativas, no las encuentra, si quiere hacer verdadera obra de Dios y para Dios. Lo demás es contradicción, es servir a dos señores, es retrasar el advenimiento de Cristo a los que no le conocen, es contra-testimonio.
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6. LA IGLESIA SE RENUEVA
CIERTO QUE, de vez en cuando, la prensa nos depara, noticias turbadoras, que pueden ser así, o por truculencia del mal periodismo que de este modo quiere llamar más la atención a los lectores, o porque, realmente, respondan a un hecho cierto. Pero si miramos el conjunto y nos acercamos al Evangelio, tenemos grandes motivos para la esperanza.
Cuando la Iglesia es noticia, puede ocurrir que se trate de alguien que suelta carnaza a los buitres o, simplemente, que se sorprende de realidades vistas solamente de un modo parcial o sectorial, tanto en el espacio, como en el tiempo, como en las personas. Son noticias que se producen en avalancha y que, a veces, dan pie a verdaderas polémicas y encontradas reacciones, pero que luego se apagan para ceder a lo noticioso más reciente. Desde el Concilio hasta hoy, este fenómeno se ha producido con mayor frecuencia. Pero, en realidad, ha servido para que todos nos demos mayor cuenta del hecho eclesial y, si bien es cierto que en ocasiones algunos se han podido escandalizar, en buena ley muchos otros han sentido reaccionar su fe sintiéndose más sinceramente cristianos. Los que, causa de esas crisis han abandonado la Iglesia, casi podemos asegurar que, si estaban en ella no sabían qué significaba ni qué significa ser cristiano.
Otros no han faltado que, hábiles en aprovecharse de todo han sacado y sacan provecho del río revuelto de informaciones y, desinformaciones circulantes, {10} tanto si fueron de producción rutinaria como si intencionadamente estimuladas.
La Iglesia se está renovando.
La Iglesia se renueva, no por el lado que muchas veces resulta más visible, como puede ser sus estructuras jurídicas, o por el mayor o menor reconocimiento o que su poder adquiere al lado de los poderes del mundo (político, económico, de prestigio), sino por la acción de la gracia en sus santos y por la fuerza de la verdad en sus profetas. Como siempre ha sido.
La Iglesia hoy se renueva porque tiene teólogos, que son los que prestaron su luz al Concilio. Algunos de los más notables ya han muerto, otros son octogenarios, pero siguen presentes como faros de la fe, ayudando a la jerarquía y ayudando a los fieles en la tarea de entender y reformular la doctrina que ha de ser profetizada cara al mundo, necesitado de un lenguaje que responda a sus dolores y a sus esperanzas, para que Cristo sea reconocido también hoy.
La Iglesia se renueva porque tiene mártires. De un lado o de otro del mundo, llegan noticias frecuentes no sólo de cristianos que sufren por la causa de Cristo, allí donde la Iglesia se resiste a ser domesticada e instrumentalizada, sino que tampoco faltan los que, también hoy en día, como en las primeras generaciones cristianas, dan la vida por ser fieles a las enseñanzas de Cristo, por haber defendido a los más pobres, por haber predicado la justicia, sin dejarse tentar por la complicidad de los silencios o las declaraciones formularias {11} distantes o ambiguas. Ésos son santos con la santidad que se exigía en la primera hora del cristianismo, cuando la Iglesia era fiel a los primeros fervores por la pureza del Evangelio. Cristianos así no han faltado nunca en la Iglesia, en particular en momentos de crecimiento y desarrollo, si bien mientras vivían y eran incomprendidos o perseguidos, los consideraba menos útiles la complicidad de los instalados en el mundo, y hasta en la misma Iglesia, los que llevaban más cómoda vida, o querían servir a dos señores.
Todo movimiento renovador, en la Iglesia, pasa por la vocación a la fe y el amor al testimonio, o martirio. Cuesta que lo entiendan los que la contemplen con ojos mundanos, desde dentro o desde fuera de ella misma. En el mundo se admira, se aplaude y se sigue lo que se presenta como poderoso y sorprendente y cautiva por lo que pueda aprovechar a quien se adhiere y participa, por lo menos, del prestigio que haya en ello.
En el Evangelio, en cambio, es distinto. Como distinta era la vida de césares, senadores, generales, sabios, cambistas y comerciantes, de la de Cristo, sus apóstoles y los primeros cristianos. Sin admitir esa diferencia, es imposible comprender el Evangelio y, por lo tanto, seguirlo.
Hoy estas cosas, aunque tengan menos resonancia periodística, también siguen dándose en la Iglesia y por eso podemos decir que crece y se renueva.
Este niño nacido sin llantón ha traído el mensaje de que Dios no ha perdido del todo la esperanza en los hombres.
A. Esclasans (Rima 80)
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7. SUEÑOS Y ESPERANZAS PARA LA IGLESIA DEL AÑO 2000
PROCLAMAR LA ESPERANZA para el año 2000 no es aplazar la realización de los ideales del proyecto de Jesucristo. Faltan menos de dos décadas para el doble milenio de la vida de la Iglesia y ya, por todas partes, se hacen conjeturas o expresan expectativas para cuando llegue esa fecha convencional que ponemos como un hito en el camino histórico-temporal, no sólo de los seguidores de Jesucristo, sino de casi toda la humanidad, a partir de los pueblos occidentales, puesto que el calendario cristiano por el que ellos se rigen, prácticamente se ha universalizado. Generaciones, épocas, siglos y también milenios se utilizan para clasificar hechos, pueblos, culturas y muestras de humanidad. A nuestra generación, a los hombres que nos aproximamos al año 2000 nos ha correspondido encararnos con esa cifra y escalar su cumbre. Entre temores y esperanzas y, también entre "gozos y esperanzas" desde que Juan XXIII se atrevió a enseñarnos a mirar hacia adelante, estigmatizando y dejando de lado a los "profetas de desgracias". Los papas que le han sucedido también han repetido el «¡No tengáis miedo!» que proclamó como una resonancia de la exhortación de Cristo, el Papa del Vaticano II. Él había sido el primero en no temer y por eso podía infundir valor y confianza a los demás.
Mucho valor confianza en Dios y en los hombres hacía falta para convocar un concilio ecuménico, precisamente en estos tiempos, al borde del año 2000. Porque, quiérase o no, de este concilio se ha de sacar todo el aliento y toda la luz para replantear el Evangelio al mundo que amanece, a esa "posmodernidad" que no puede resignarse a las solas ventajas de las nuevas técnicas, porque no le basta el "desarrollo" mientras sigue necesitando la {13} "liberación". Este ideal al que la humanidad se va acercando, trabajosamente, pero inexorablemente, en especial desde que Dios mismo se incorporó a la historia humana, para redimir —para "liberar"— a todos los hombres de las esclavitudes, a cambio de las cuales se ofrece un pequeño, efímero paraíso terreno, en el que se quiebran las precarias seguridades, las engañosas alegrías, las frágiles realidades sin sentido que las trascienda, ni dar explicación alguna que sacie la sed de inmortalidad propia del espíritu humano, experimentada como una vocación congénita y esencial, de la que no puede abdicar.
Precisamente para interrogarle sobre el futuro de la Iglesia, hace sólo unos meses, un periodista se acercaba al eclesiólogo más importante de nuestro siglo, el padre Yves Congar, cuya contribución al Concilio Vaticano II, ha sido largamente reconocida en todo el mundo católico, y que sigue siendo destacado testimonio del post-concilio, en esta inmediatez al año 2000.
Más allá de la historia
Decía Congar que la Iglesia, del mismo modo que Cristo es a la vez absoluto y relativo ―Dios, hombre―, igualmente la Iglesia es contemporáneamente histórica y meta-histórica, y es en este contraste que hay que considerar toda su vida, y el desarrollo de su manifestación como "misterio".
El papa "en" la Iglesia
En un primer tiempo, "la Iglesia anterior a la paz constantiniana, estaba constituida por un conjunto de comunidades locales, en comunión recíproca, pero sin el aspecto que más tarde se le ha dado de "sociedad perfecta". El fundamento de esta Iglesia eran los apóstoles, si bien Pedro era el fundamento radical, al que corresponden especiales iniciativas. Primado papal y colegialidad o —dice Congar― se corresponden de modo recíproco. El papa ostenta el primado, pero no "sobre" la Iglesia, sino "en" la Iglesia; no fuera de los obispos, sino con los obispos. En primer lugar, él es el obispo de Roma. Y de ahí le viene lo demás, el ser papa: es el primer obispo, pero con los obispos. Es "algo más" entre los obispos, pero hay que poner atención: "desde dentro", "no sobre", o "no desde fuera". Y éste es el problema. Absolutamente hablando podría darse la realidad de un papa herético, como históricamente ha ocurrido (el caso del papa Honorio). Lo cual significa, aun admitida la infalibilidad, que el papa no {14} puede definir nada que la Iglesia no crea. Ello no sería ni cristiano, ni católico. Es preciso comprender que el poder del papa tiene importancia al interior de la comunión con la Iglesia.
El respeto por el papa
Ante esas aclaraciones del padre Congar, es fácil explicarse la reticencia con que Newman se mostraba ante la definición de nuevos dogmas. Sin olvidar que tales reticencias eran fruto del respeto que la misma figura del sucesor de Pedro le inspiraba, cuando determinadas corrientes conservadoras hubieran querido poder invocar el testimonio papal para reforzar criterios particulares o discutibles, bien en teología o en el aspecto práctico del modo de evangelizar. Aunque la psicología colectiva de las masas busca líderes, por lo menos ocasionales, que momentáneamente le ofrezcan cauces de seguridad o en los que pueda ver transferidos sus anhelos para los que individualmente carecería de fuerza de expresión, es cierto igualmente el peligro que entraría la llamada "papolatría", tanto por la desviación que puede ocasionar en los cristianos ingenuos, como por el contra-testimonio con que se traduce la utilización manipulada de la figura del papa.
"Sueños" de un teólogo
Tal vez pensando en eso Walbert Bühlmann, capuchino y teólogo de fama mundial, en un largo *sueño" que él titula «La Iglesia del año 2000», imagina que llega al 31 de diciembre del año 1999, en el que ocupa la sede de Pedro el papa Juan XXIV, que no hará más innumerables discursos que le hubieran preparado amanuenses desconocedores de la realidad de aquellos a quienes van dirigidos, sino que le bastará el Evangelio desnudo ―encarnación, cruz, resurrección―, después de haber oído respetado la pluralidad de las iglesias locales. Sueña, incluso, que el papa ha vendido y abandonado el Vaticano para volver a Jerusalén. Sueña que el papa se verá libre de pequeños y poderosos grupos de cristianos que le asustan y le hacen ver mal por todas partes, y da incluso sus nombres. Sueña que lodos los cristianos, de cualquier Iglesia buscan, sin condenarse, sin excluirse, con calma y seriedad histórica, los verdaderos fundamentos del ministerio de Pedro para reconducirlo al modelo auténtico del Nuevo Testamento. Sueña que ya no se piensa en una Iglesia asediada por el mal y las tinieblas, sino también protegida y vivificada por el Espíritu Santo, 15
Juan XXIV
gozosa al experimentar la creatividad de los más jóvenes, enriquecida con la experiencia espiritual de tantos hombres y mujeres sencillos, fecundada por la humilde disponibilidad de tantos sacerdotes y laicos sobre los que no destaca ninguna fama, que viven oscuramente, pero que son conocidos por Dios.
Sueña muchas cosas más, que incluso pueden parecer atrevidas, que tal vez pueden ser improbables; pero el Espíritu Santo no puede permanecer encerrado tras el Portón de Bronce. Se trata de una conversión, de una gran conversión la de este sueño, y siempre es posible a los hijos de Dios. Y por esto sueños. Y termina: «...Sueño que ya no es preciso soñar».
El miedo
Hay, en la Iglesia, los teóricos, a los que la misma limitación humana no siempre permite el conocimiento inmediato de todas las situaciones concretas sobre las cuales se teoriza. Y por eso no hay que achacar a culpa los contrastes que se producen entre la teoría de unos, y la realidad durísima de otros. Un obispo de Brasil escribía a los religiosos de su misma congregación: «El miedo, la contemporización, la mal llamada prudencia ―a veces tan eclesiástica― serían la claudicación, desde el punto de vista misionero. Seguir ejerciendo rutinariamente los ministerios de parroquia o de colegio o de cumplimientos pastorales o de administración de sacramentos, sería ignorar la desesperada situación de muerte, de exilio, de exterminio étnico, de marginación a la cual hoy están sometidos los pueblos de esta América. El mayor pecado que la Iglesia puede cometer —y nosotros como congregación misionera de la Iglesia de Jesús podemos cometerlo y ya lo estamos cometiendo en esta hora en América Central― es el pecado de omisión. Sé que discutiendo apenas podríamos llegar a un compromiso colectivo. Oremos. Dejémonos interpelar por el Espíritu de Jesús. Y acojamos el grito, el dolor, el martirio de tantos indígenas... Seamos capaces de convivir con los prisioneros, con los huérfanos, con los refugiados, con los hambrientos, con los marginados. Vivamos pobremente, sin privilegios. No busquemos la protección o el favor de los grandes del mundo.
Acerquémonos a los pobres de la tierra».
El teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, cuando habla de los pobres, haciendo historia de la opción que la Iglesia {16} latino-americana hizo en Medellín y en Puebla, dice que hay que hacer que todos los hombres lleguen a ser "personas". La primera pobreza es que a un ser humano no se le reconozca ese mínimo de autonomía, de ser él mismo, en el que se apoya la personalidad y por que se afirma y es reconocible. Él cree que de esta pobreza, de este clamor de los de la base de la Iglesia surge la fuerza histórica de la renovación de la Iglesia.
El único tema de la teología es Dios, dice Gutiérrez; los demás lemas interesan en tanto que entran en relación con este tema primario. El primer acto de la teología es la contemplación, la plegaria y el compromiso frente a los demás, especialmente frente a los pobres. Primero el silencio, después la palabra, la reflexión sobre Dios, es decir, la teología.
El Dios de la vida
En segundo lugar, añade, es preciso recordar que el Dios de Jesucristo, tal como se desprende de la Biblia, es el Dios de la vida, porque nos da la vida, y nos pone ante la alternativa de la vida y la muerte; en el evangelio de Juan él mismo se llama "vida": vino para dárnosla y para dárnosla abundantemente. Es preciso recordar esta perspectiva bíblica en un continente en el que tropezamos con la muerte injusta y prematura.
Idolatría
«Las teologías europeas tal vez no pueden entender bien nuestra situación en América. En Europa, dice, el problema es el ateísmo; en América es la idolatría. Igual como ocurre en la Biblia, en la que el problema no es la negación de Dios, sino la idolatría, que consiste en poner la propia confianza no en Dios sino en los ídolos, en Mammon. Mammon es la riqueza como anti-dios, que reclama la sangre de los pobres. El culto a Mammon significa derramar sangre del pobre en múltiples formas concretas que la explotación y la opresión asumen en la historia humana. La idolatría es muerte; el Dios de Jesucristo da la vida... La razón última y más importante de la opción preferencial por los pobres no se encuentra en el ámbito social, sino en el Dios en el que creemos en comunión con la Iglesia».
Primer mártir Indígena de Colombia
Obispos, sacerdotes, religiosos, fieles que están en primera línea, pacíficamente, pero trabajando por el bien de los demás, aun a costa de acusaciones y descrédito, y de amenazas hasta de la misma muerte, como acaba de {17} ocurrir en Colombia, donde hace tan poco ha sido asesinado el primer sacerdote indígena, sólo porque se ocupaba en la evangelización de los más abandonados, porque no era bueno para los terratenientes de allí que los más humildes tomaran conciencia de sus derechos mínimos, como la vida y un trozo de pan. Como refiere la revista «Ecclesia», el padre Álvaro Ulcué se había convertido en el primer sacerdote indígena de la etnia colombiana "paez", desde que en 1973 había sido ordenado sacerdote. Sus delitos fueron, además de la total entrega al apostolado y ministerio sacerdotal, para el que siempre estaba disponible, el preparar jornadas de vacunación entre la población más necesitada, el organizar festivales de folklore indígena, el tener dispensarios para los enfermos pobres, el enseñar la lengua indígena a sus feligreses; pero, sobre todo, el investigar y defender a los suyos frente a las detenciones arbitrarias de la policía contra los indígenas de las zonas rurales. Cuando tenía cuarenta y un años, el pasado diez de noviembre, un sábado, alguien cumplió el encargo de acabar con su vida de dos disparos. La misma Conferencia Episcopal Colombiana ha declarado que {18} «con este crimen se ha silenciado la voz de un valiente apóstol que predicó con su testimonio y con su palabra Evangelio, exponiéndose a los riesgos que comporta de "Felices los que padecen persecución por causa de la justicia"».
Santidad evangélica
Santos, pues, tenemos en nuestros días, porque la Iglesia tiene mártires, que es la forma de santidad auténticamente original de la Iglesia, como en los primeros tiempos, cuando no existían los procesos de canonización, ni se necesitaban "abogados del diablo" para depurar las pretensiones institucionales de las glorificaciones, interesadas, coleccionistas de milagros. El verdadero milagro cristiano es el del amor y el mayor amor es dar la vida por lo que se ama. Y cuando lo que se ama es el Evangelio de Jesucristo, este amor es la santidad.
Gozos y esperanzas
En la Iglesia que camina hacia el año 2000 hay pues ideales; se da incluso la vehemencia, como en los antiguos profetas de Israel, de los soñadores impacientes; existen además, en la frontera de los males del mundo, allí donde la evangelización requiere heroísmo, desprendimientos, sacrificio y abnegación… hombres y mujeres con talante martirial. Y una gran esperanza que reconduce hacia Cristo, por caminos de misericordia y sabiduría divina, aun lo que parece alejado o menos aparente como inmediato a Cristo. Vivimos en una época de recomienzos, de vuelta al Evangelio, en la que, es cierto, no faltan los que volverían el rostro atrás, hacia «rincones muertos de la historia», pero ello mismo despierta y hace reaccionar a los más generosos y abiertos a la esperanza y del gozo por la verdad que se va perfilando, acrisolando, con la buena voluntad de los más intuitivos y más santos, y con la buena intención de cuantos noblemente desean sinceramente el bien de la Iglesia. Nunca había habido, en la Iglesia, tantas perspectivas de purificación y de crecimiento. Esta Iglesia que, hasta aquí, tal vez se ha mostrado excesivamente europea u occidental, resulta que, de repente, despierta rejuveneciéndose, americana. Pero pronto vendrá el despertar de África, sin duda con grandes problemas (encarnación/inculturación; familia/matrimonio...), pero con igualmente grandes esperanzas.
El Niño.
Cuando la tribulación sacuda como un huracán los cimientos de vuestros hogares; cuando el dolor parezca agostar las fuentes de vuestra vida; cuando la violencia de la lucha humana os endurezca el gesto, o el sufrimiento de pensar frunza vuestros ceños; cuando la enfermedad abata vuestros cuerpos en el lecho y ofusque vuestros sentidos con la sombra ―vana sombra— de la muerte..., invocad al Niño. Invocad al Niño. Él vendrá. Vendrá siempre. Detrás de la tribulación, detrás del dolor, detrás de la violencia, detrás de la enfermedad y de la muerte, hay en vosotros la sonrisa de un Niño que espera... ¿No habéis visto nunca sonreír a un mártir?
¿No habéis visto nunca sonreír a un héroe? ¿No habéis contemplado alguna vez la divina sonrisa de un moribundo?
Pues es el Niño, es el Niño que está dentro de nosotros, el Niño que viene siempre.
Joan Maragall