Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 219. FEBRERO. Año 1985
0. SUMARIO
LA BLANCURA solitaria de los lirios en medio de los campos, el punto oscuro de los pájaros moviéndose en la libertad del cielo, la semilla humilde hundida en el silencio del surco, el puñadito de levadura mezclado invisiblemente en la mayor cantidad de la masa, la sal diminuta que se disuelve y da sabor a la comida, el vaso de agua sin precio que apaga la sed del caminante pobre, hasta la sola mirada misericordiosa, o el gesto acogedor, o el paso para recuperar al débil, o la bendición para el más pequeño, es lo que, desde el Evangelio, adquiere verdadera relevancia para Jesús, en orden al reino de Dios.
Seguramente porque lo que tiene menos cuerpo deja más lugar para el espíritu, como la llama incorporal, que reparte, sin medirla, la claridad generosa de su luz a todos los que se le acercan. Por todo esto podemos decir que «lo pequeño es hermoso»: blanco, alado, humilde, transparente, sabroso, espiritual.
REVELACIÓN Y POESÍA
LA NECESARIA EXPERIENCIA
RECUERDO DEL PADRE ANTONIO SARTORI
CRISIS ECONÓMICA Y ESPERANZAS
«SMALL IS BEAUTIFUL»
INFANCIA Y ESCUELA DE JESÚS
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1. REVELACIÓN Y POESÍA
Una religión revelada debe ser particularmente poética, y así es en realidad. Al tiempo que sus proposiciones presentan una originalidad capaz de acercarse a la inteligencia, expresan además una belleza que satisface a la naturaleza moral. Nos ofrece los ideales excelentes con que se deleita la creación poética y con los cuales se asocian toda gracia y toda armonía. Nos conduce a un mundo nuevo, un mundo de interés extraordinario, dotado de las visiones más sublimes, de los más puros y tiernos sentimientos. La belleza del sentido de las escrituras del Nuevo Testamento, impresiona por el afecto tangible que produce en el corazón de los que absorben su espíritu. Aquí prescindimos de la vertiente práctica y nos fijamos sólo en la verdad revelada. Para los cristianos constituye un deber tener una visión poética de las cosas, pues estamos obligados a hermosearlo todo, matizándolo con los colores de la fe, y a reconocer en cualquier evento el contenido de una significación querida por Dios y una orientación sobrenatural. Todo cuanto nos rodea está revestido de un esplendor ultraterreno...
John H. Newman 2 (22)
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2. La necesaria experiencia
UNO SE PREGUNTA cómo Cristo no fue a Atenas para establecer contactos con lo que quedara de su sabiduría filosófica, o a Roma para aprender de su prudencia ordenadora y jurídica, o incluso a Alejandría, encrucijada triangular de los saberes antiguos... Cristo, si algo humano tenía que añadir a su experiencia de criatura, para ponerlo al servicio de la gran obra liberadora encargada por el Padre, parece que no debiera haber prescindido de lo que lícitamente otros no hubieran descuidado. Sin embargo, Cristo no se movió de Palestina y residió largamente en Nazaret, pequeña aldea que le hizo de patria, de escuela y de universidad, pues ni siquiera buscó maestros en Jerusalén, donde sabios había, como allí los encontró, poco después, el mismo Pablo para hacerse doctor de la Ley.
Cristo se quedó en Nazaret. Ésa fue "su" universidad. Pero, «¿de Nazaret puede salir algo bueno?». Cristo no tuvo en cuenta esta previsible objeción, como tampoco le preocupó la que luego podrían hacerle respecto de la elección de los primeros discípulos que le siguieron desde la descalificada «Galilea de los gentiles».
No vale decir que, como era Dios, ya sabía bastante al dictado infuso de la iluminación divina. Los teólogos enseñan que en Cristo fue «creciendo» la ciencia experimental humana; es decir, que tuvo que aprender y aprendió de los saberes de los que le rodeaban: José, la Virgen, la escuela o sinagoga del poblado, los vecinos. Jesús hablaba bien, y citaba la Escritura con soltura y con tal profundidad de sentido que desconcertaba la capciosidad y sospechas de los fariseos y escribas mal intencionados, mejor titulados que él.
En la vida escondida o sencilla pasada en Nazaret, Cristo quiso demostrarnos que es necesario vivir y reflexionar en paz, sobre lo que es fundamental {3 (23)} en nosotros mismos; que para que tenga valor la entrega de la vida a un ideal, éste ha de ser largamente meditado, «deseado con gran deseo», y, como María misma había demostrado, debía ser considerado desde el centro del ser de uno mismo, desde y «en el corazón», como quien guarda lo más precioso, como un tesoro que no debe perderse ni malograrse. De hecho la Virgen María había sabido guardar en el suyo, no sólo los pensamientos y experiencias maravillosas de lo que para Dios había tenido que integrar en su vida, sino que su mirada se reflejaba en todo el saber del hacer de Dios en el Antiguo Testamento, y por eso nos pudo dar la hermosa lección del cántico de acción de gracias, el «Magníficat», donde se exalta a los humildes y se bendice a Dios que se complace en ellos, porque no corrompen su estilo mientras lo bendicen e invocan.
Cristo, en Nazaret, hizo muchas cosas; pero, sobre todo, se preparó espiritualmente y mentalmente, con experiencia humana, a hacer sincera la proclamación del Evangelio esperado, y auténtica la entrega de la vida en confirmación de sus palabras. Era Dios, pero como hombre le faltaba el crecimiento «en gracia y sabiduría» que se realizaría en Nazaret. Cuando dejaría el poblado para su entrega, muchos no lo comprenderían. Pero la Virgen sí le comprendió y siguió, con silencio admirado, fiel y discreta como la sombra, hermana de la luz, y fue recogiendo todo su espíritu para que, después de la muerte del Hijo, pasara de Nazaret al Cenáculo, cuando la Iglesia comenzaría también a crecer y tendría que salir a predicar la gracia y el perdón a los hombres y a hacerlos sabios en la fe, fe para convertirse en experiencia de Dios reflejándose «en el corazón» humano. Y esta necesaria experiencia, trenzada entre los demás saberes que rodean una vida en crecimiento, ni está en los libros, ni la enseñan las escuelas, ni la transmiten los maestros. No obstante, es la verdadera «sabiduría» de los hijos de Dios.
Cristo tuvo esta experiencia al contacto de Dios en sí mismo; nosotros la hemos de tener en él.
Cristo ha querido estar presente en el mundo, pero ¿cuáles son las características de esta presencia? Veremos que, según la Escritura, la presencia de Cristo en el mundo ha sido verdaderamente una presencia sociológica, pero, antes que nada, una presencia de amor. Es preciso añadir que esta presencia sociológica es, al mismo tiempo, una presencia santa e intachable, la presencia misma de Dios, y que es una presencia misionera, es decir, que está condicionada por la misión que Jesús ha de cumplir. La presencia de amor es la que se manifiesta más a menudo. Jesús ‘pasa haciendo el bien' (Act 10, 38).
Mons. Alfred Ancel
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3. Recuerdo del Padre Antonio Sartori
HACE VEINTE años que, tras rápida enfermedad, la muerte nos arrebató al padre Antonio Sartori, del Oratorio de Roma. En Roma, el recuerdo de su muerte ha sido motivo para hacer memoria de su obra como artista, puesto que el padre Sartori puede considerarse, no solamente continuador, sino restaurador de la mejor tradición musical oratoriana, que pudo considerarse espléndida en especial durante los años cincuenta y sesenta de esta centuria.
El encontró en el Oratorio, no 80lamente la forma de su vocación sacerdotal, sino el marco para el desarrollo de su pasión por la música, amoldándose a la herencia que, desde tiempos de san Felipe, se guardaba en el rescoldo espiritual del Oratorio. Fue, la suya, una pasión encauzada y dirigida por que no le faltaron estímulos de sus superiores ni de sus hermanos de comunidad —en especial del estudioso padre Carlo Gasbarri― para que fuese desarrollando su formación musical, iniciada desde los primeros años de su juventud, y luego completada en el Conservatorio de Santa Cecilia y, sucesivamente, en el Instituto de Música Sagrada, de Roma, donde obtuvo el diploma de composición y dirección.
Hace pocas semanas, L'OSSERVATORE ROMANO dedicaba un par de columnas a la figura del padre Sartori porque «dio vida al glorioso Coro Vallicelliano procurándole, con amoroso celo, las voces que luego supo magistralmente educar, para llevarlas a interpretar perfectamente composiciones antiguas logrando el interés de un público atento a la polifonía más célebre. En la misma sala que Borromini había creado para los Padres del Oratorio, resonaron una vez más las "laudi filippine" de Animuccia, de Anerio, de Palestrina y de tantos otros».
i Fue mérito del padre Sartori la creación de una revista musical, «Psalterium», dedicada a los compositores, {5 (25)} musicólogos y literatos interesados en la música religiosa, para la que obtuvo la colaboración de Doménico Bertolucci, Antonio De Luca, Luciano Chailly, Virgilio Mortari, Nino Rota y otros nombres de reconocido prestigio entre los entendidos y cultivadores de la música sagrada, en aquellos años en los que ya se preveía la necesidad de una renovación litúrgica en la que, sin olvidar el acervo gregoriano y renacentista, se pudieran obtener formas artísticamente dignas, espirituales y adecuadas a los tiempos que apuntaban.
Sería prolijo dar una lista de los éxitos del padre Sartori al frente del Coro Vallicelliano —es decir, del Oratorio, cuya iglesia, en Roma, está bajo la advocación de santa María in Vallicella—. Tanto en Italia como en el extranjero fue notable el aplauso recibido. La última actuación de resonancias internacionales fue la que dirigió, poco antes de su muerte, en un par de conciertos parisinos, en el recinto de la Sainte-Chapelle, que la televisión francesa pudo registrar y transmitir. A la música de Pergolesi, Poulenc y Monteverdi añadió una segunda parte de estrenos modernos de composiciones de Bellucci, Chailly, Mortari y Sartori. Estos dos conciertos fueron como el canto del cisne de este preclaro hijo de san Felipe, que, poco después, sucumbiría tras breve enfermedad, soportada con paz y esperanza, mientras aguardaba ir a la Casa del Padre, para entrar en la liturgia de la alabanza eterna. De ello hace veinte años, cuando el padre Antonio Sartori contaba solamente cuarenta y parecía una espléndida promesa, más allá, todavía, del valor de lo que ya había ofrecido, con fidelidad a la obra de san Felipe, por amor a la Iglesia, artista y estudioso de la belleza transparente y esencialmente espiritual de la música, cuando sirve de soporte a la alabanza y a la plegaria.
La apatía de los músicos actuales ante la taren creativa en el campo religioso se debe a un desconocimiento del canto gregoriano auténtico, o sea, al conocimiento de un gregoriano que muchas veces no pasa de ser una simple caricatura.
Qué duda cabe de que la canción popular ofrece a los músicos una cantera de inspiración artística muchas veces afín al genuino canto religioso.
Lo difícil consiste en determinar cuándo se trata de un canto auténticamente popular o simplemente popularizado. Pero hay melodías que la Iglesia quiere positivamente que sean derivadas del gregoriano: las que pertenecen al sacerdote, a los ministros del altar y al mismo pueblo cuando alterna con ellos.
Por eso yo les diría a los músicos actuales que estudien a fondo el canto gregoriano y encontrarán en él una fuente inagotable de inspiración para producir muchas composiciones de sólido valor religioso.
MIQUEL ALTISENT, Sch. P.
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4. CRISIS ECONÓMICA Y ESPERANZAS
LA COMISIÓN EPISCOPAL de Pastoral Social (obispos de Canarias, de Huelva, de Vic, de Barbastro, arzobispo de Tarragona, y Alberto, auxiliar de Madrid-Alcalá ) han levantado la voz de la esperanza en un documento o declaración en el que analizan la situación económica que atraviesa el entero estado español y que no es exclusivo de aquí, porque «somos conscientes de que el mundo en que vivimos se ve sometido desde hace unos años a una profunda crisis; a un cambio acelerado hacia una nueva civilización que empieza a manifestarse a través de ciertos signos de los tiempos».
Tampoco hace mucho que el episcopado francés se expresaba de modo parecido constatando que «la pobreza vuelve a nosotros», y daba un grito de atención, no sólo por las manifestaciones que ya se hacían patentes, sino por el significado anunciador que constituían ante una pobreza a punto de emerger, creciente, que nos obligaría a recuperar las solidaridades perdidas. La Iglesia, «pueblo de Dios» podría dar la pauta viviendo en el camino «que se abre en el Reino cuando se establece la comunión con Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para conducirnos a la libertad y a la riqueza de los hijos de Dios».
Aunque sea cierto que el crecimiento y desarrollo económico de nuestro mundo no se haya producido de manera justa y equilibrada, porque ha dado lugar a situaciones de injusticia a las que, en ocasiones, se ha llegado sin previsión intencionada por los mismos que lo han protagonizado, tanto si han sacado beneficio como perjuicio material a causa de tales desarrollos, la realidad, para un cristiano, no se puede corregir con sólo medidas económicas. Pero debe corregirse. {7 (27)} Obispos españoles y franceses coinciden et que ni existen fatalidades económicas, ni, como cristianos, podemos resignarnos a sus determinismos: «El desempleo, la pobreza, la violencia, el hambre, el miedo, pueden y deben ser superados por nosotros, si, de veras, nos empeñamos en ello, como personas libres, justas y solidarias».
«Nuestra esperanza —siguen diciendo— debe estar sostenida, más que por la confianza que nos merecen la ciencia económica y las nuevas tecnologías, por la fe en el hombre y en Dios. Porque el hombre es siempre el autor, el centro y el fin de toda actividad económica y social. Y la actividad económica, por su carácter necesario, puede, si está al servicio del hombre, ser auténtica fuente de fraternidad y signo de la Providencia divina». Pues así se decía en la Gaudium et Spes n.º 63 y la «Octogesima Adveniens» n.º 48.
«La esperanza de los cristianos nace, en primer lugar, de saber que el Señor está siempre obrando con nosotros en el mundo, y en segundo lugar, que también otros hombres (como recordó Pablo VI) colaboran en acciones convergentes de justicia y de paz, porque bajo cualquier aparente indiferencia existe en el corazón de todo hombre una voluntad de vida fraterna y una sed de justicia y de paz que es necesario satisfacer».
Y concluyen: «Por estar abiertos a esta esperanza, pensamos que es te año y los que vienen pueden ser para todos la ocasión aprovechada o perdida de orientarnos hacia una {8 (28)} nueva civilización e ir sentando las bases de un nuevo orden económico y social, más allá del capitalismo y el socialismo, que, ni en sus formas más modernas y socializadas de uno, o más democratizadas del otro, han sido capaces de realizar la utopía de una economía más humana y humanizante, tal como se vislumbra en las perspectivas de la visión cristiana del hombre. Es esta esperanza cristiana la que debe movernos a trabajar sin desmayo por un nuevo modelo de sociedad que sea más justo, más humano y más solidario, aun sabiendo como cristianos, que las contradicciones del hombre no tendrán una solución definitiva en este estadio temporal de la existencia humana.
La coherencia definitiva de la vida y la plena pacificación de las relaciones humanas y sociales no llegará hasta que alcancemos ese futuro que nos será dado en Jesucristo.
Será preciso revisar nuestro sistema de valores, tantas veces basados en el triunfo mundano y en la posesión de bienes terrenos; habrá que volver al Evangelio, trabajar disciplinadamente, ser más austeros y promover las actitudes que favorezcan la solidaridad entre los hombres, hijos todos de Dios y hermanos en Jesucristo. Sólo así, con esperanza cristiana, podremos construir un mundo mejor.
Dios y todas las cosas.
ritual Quiero que mi vida sea un testimonio de la Verdad E para imitar de este modo a Cristo Jesús, concurriendo conmigo. Entiendo por este testimonio la custodia, la búsqueda, la profesión de la verdad. Entiendo por verdad, la Adhesión a toda realidad que me sea inteligible:
DIOS, que es la suprema y primera verdad que subsiste en sí mismo. Padre, Hijo y Espíritu: Y TODO CUANTO EN MÍ Y FUERA DE MÍ puede ser objeto de conocimiento y de expresión, y por medio de la iluminación A mi concedida, sea de la naturaleza o de la gracia, puede ser poseído, gozado y manifestado por mi espíritu.
Juan Bautista Montini
Pobreza y libertad.
Este invierno ha sido particularmente frio, y su rigor se ha hecho sentir especialmente entre los seres más pobres que son, sin duda, los mendigos no profesionales, sin casa ni lugar donde refugiarse por las noches.
Por esta razón las autoridades han procedido recogida de emergencia, en las ciudades, para llevar a cobijo resguardado, a los pobres que mal se arrinconaban en portales o estaciones. A pesar de lo cual, algunos han muerto congelados.
Los diarios también han referido el caso de un mendigo a quien una señora quería convencer para que aceptara guarecerse en mejor lugar. Y, ante la resistencia que el oponía, le señalaba, como más afortunado, el perrito que la señora llevaba consigo, atado de una cadena: —Ve usted, ente perro está mejor que los que duermen voluntariamente en la calle, como usted, en estos días de frio.
Pero el mendigo contestó a la señora: ―Seguramente lleva razón, en lo del perro. Yo estoy peor que él, pero soy libre y él no lo es, porque va atado a una cadena.
Todo tiene su precio.
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5. «Small is beautiful»
NO SE TRATA de miserabilizar la medida natural de las cosas, ni de cegar las vías del progreso con la demagógica apología del pauperismo, ni de despreciar la significación de lo que sirve noblemente de soporte, en el orden visible y creado, de la huella de lo divino, de lo santo. Pero sí que es preciso no relegar el sentido y el espíritu del Evangelio, y no avergonzarnos de ser pequeños, ni acomplejarnos por ser pobres, ni asustarnos si somos pocos, porque nosotros creemos en un Dios que, al manifestarse humanamente al mundo, ha elegido lo débil y lo pequeño, según el mismo mundo, para expresarse pura y gratuitamente, y así evitar el poder sorprendernos con apariencias de fuerza humana que ensombrecieran la autenticidad divina de su obra.
Dios, al decidir intervenir también como hombre en la historia de los hombres, no tuvo necesidad ni de ponerle nombres ni de adjetivar su empresa. Era claro que lo hizo todo de un modo, con un estilo, totalmente distinto del que hubiéramos elegido nosotros, más dados a las grandezas, y aficionados a lo espectacular, sorprendente y prestigioso: que ésa es la aureola el poder sobre la tierra, sin el cual, cuando nos falta la fe, nos sentimos incapaces del bien y del mal.
En cambio, la gracia y la ternura de Dios se ha manifestado especialmente en lo pequeño, incluso en lo escondido a los ojos de los hombres. Dios eligió al encarnarse y al convivir con los hombres, los medios más humildes, serenamente amados, profundamente asumidos. No puede entender el Evangelio de Jesús quien pretendiera compatibilizar la vida de fe con la dependencia de los "ascensos", de la conquista de los "puestos clave", con el dominio en las relaciones con los demás, con la {10 (30)} utilización de los prestigios, con las seguridades del dinero...
Los éxitos así obtenidos, serían sólo éxitos para este mundo, estadísticos, pero no santos.
Hemos de volver la mirada a Cristo, tal como se nos muestra en el Evangelio, en esta época de miedos, de desánimos en algunos, de nostalgias en los ricos de corazón, para liberarnos, en la Iglesia, de la preocupación casi neurótica por la eficacia, que se infiltra como sutil herejía en los modos y estilos de pretendidos apostolados repartidores de seguridades y resucitadores de periclitados procedimientos de conquista y cruzada, que hincharían a la Iglesia en vez de hacerla crecer.
Todavía, los católicos, nos dejamos vencer por la creencia de que lo grande es útil para sorprender y dar la impresión de poder y eficacia, por lo menos cuantitativa. De donde se legitiman las habilidades para que, "a fin de bien", se practique la infiltración en el poder político, económico, cultural, como condición y medio necesario para actuar e influir en el bien espiritual, confundiendo el buen resultado apostólico con las apariencias de grandeza que ofrece la solidez oficializada. Poder computado y grandeza, que incesantemente invocan las legitimaciones que den tal vez las leyes humanas, del orden que sean, pero a las que se recurre como definición de fuerza, más que respetarlas como fuerza de la razón.
Lo pequeño casi no necesita de leyes. En la Iglesia, lo pequeño tiene su ley en el Evangelio. Los cristianos, en este mundo huérfano de verdadera paz, estamos especialmente llamados a hacer presente la bendición de Dios sobre lo auténtico y espiritual, convencidos de que, aun para el más elevado de los fines, es indispensable atender al rigor evangélico en los medios {11 (31)} empleados para conseguirlos. Sin lo cual, lo invocado como santo, no pasaría de mero pretexto para convertir el fin en medio, corrompiendo el espíritu del Evangelio y escandalizando a los sencillos de corazón. Y: «¡Ay del que escandaliza a los más pequeños!».
Cristo ha bendecido lo pequeño porque existe el pecado de «tomar el nombre de Dios en vano». Y ello ocurre cuando lo usamos para labrar la propia instalación (aunque sea en la Iglesia), para acceder al poder, para alcanzar la fama, el aplauso, el renombre, el triunfo en el mundo. Por todo esto Jesús bendijo lo pequeño y lo consagró en el encabezamiento del Sermón de la Montaña. Lo que allí proclama es más que sólo poesía, porque destruye las previsiones mundanas que están en contraposición con las actitudes puras y espirituales del Reino de Dios.
A la luz del Sermón de las Bienaventuranzas nos damos cuenta que estamos en la Iglesia, sin que ella misma constituya nuestro fin, porque, como institución, es el cauce que ampara, guarda y conduce por los medios donde encontrarnos con Dios, porque nos lleva a amarlo y nos enseña a ser santos.
Y lo hace de modo tan perfecta y hermosamente ordenado, en el sentido de Dios, que incluso en las contradicciones y miserias que, como piedras de tropiezo, podamos encontrar en su cauce, nos estimula a reaccionar, desde la pequeñez y pobreza nuestra, hacia la superación de los espejismos del poder, de las satisfacciones y glorias de la vanidad, y del pecado de este mundo, y ponernos en la necesaria conversión a Cristo, que ha de nacer y vivir otra vez en la vida de los que crean de verdad en él, volviendo siempre hacia la autenticidad del Evangelio, que va anticipando, en el alma, el cielo que se espera.
Y todo ello es más fácil desde la pequeñez que desde la grandeza. Es por todo esto que lo pequeño es hermoso, porque en lo pequeño, lo santo no puede ser eclipsado por lo mundano. Sí: Small is beautiful!
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6. Documento: INFANCIA Y ESCUELA DE JESÚS
AUNQUE en otras culturas surgidas en la encrucijada de continentes que era y es el espacio conocido como Oriente Medio, se elaboraron los primeros sistemas de escritura, partiendo (3.000 y 3.500 años a. de C.) de figuras simbólicas, luego estilizadas en forma de signos-palabra y posteriormente en signos silábicos, lo cierto es que mil años antes de Cristo, en Canaán—nombre con que la Biblia designa «la tierra prometida»— el alfabeto estaba ya firmemente establecido, y constaba de unos pocos signos (consonantes), en contraposición a los centenares de que disponían egipcios y babilonios (escritura jeroglífica y cuneiforme), aunque la simplificación cananea carecía de los signos representativos de las vocales, pero constituía un enorme paso agilizador del lenguaje escrito. Así sería la lengua hebrea y el árabe. Lo cual, como símbolo, es una muestra del nivel cultural del pueblo al que perteneció Jesús, pues no había en el sitio para el hombre analfabeto.
Todo israelita sabía leer y escribir y poseía un oficio aprendido generalmente del propio padre. Entre los judíos existía este dicho: «El que no enseña a su hijo un oficio útil, lo educa para ladrón».
Ello nos introduce al tema de la educación de Jesús, en el período de su infancia. Pues no carece de interés detenerse en algunos datos que nos ayudan a formarnos la idea de lo que se podría llamar la educación escolar de un niño en tiempos de Jesús. Nos ha parecido útil reproducir algunas páginas de una obra reciente y sumamente interesante", que nos facilita la tarea, al paso que, con ello, ofrecemos una muestra del libro a quien tuviera interés * José A. de Sobrino, S.L. ASÍ FUE JESUS, Vida Informativa del Señor, B.A.C., Madrid 1984 {13 (33)} en adquirirlo, y del que damos referencia en nota al pie de la página anterior.
La "casa" hebrea
Los primeros años de la infancia de un niño transcurrían en su casa, pero "casa" significaba, frecuentemente, la calle y la plaza vecinas, puesto que la vivienda reducida y el clima benigno trasladaban una buena parte de las faenas domésticas al aire libre. La educación de un niño recala sobre la madre; pero el padre era responsable de que se le diera efectivamente una educación, primeramente en el hogar y más adelante en la escuela. Esta educación estaba centrada en la enseñanza de la Sagrada Escritura, que era, para el niño hebreo, su libro de lectura, su manual de historia y geografía, y los rudimentos de otras disciplinas complementarias.
Como la ley moral se identificaba con la ley religiosa, los padres y maestros daban una importancia prioritaria a la enseñanza de los mandamientos. Y esto era lo que dos veces al día se le recordaba a todo piadoso israelita en su oración: Tu enseñarás a tus hijos estos mandamientos... les explicarás el significado de este rito y de estas fiestas.
La escuela
Pero ¿es que había escuelas en tiempos de Jesús? Sí.
La escuela primaria estaba asociada a la sinagoga; algo así como en tiempos medievales cristianos lo fue el monasterio. A los niños se les llevaba a la escuela a los cinco años, y en ella estaban a cargo de un maestro, el hazzán, que era, a la vez, el sacristán y alguacil de la comunidad.
Si el número de niños pasaba de los 25, se le nombraba maestro ayudante.
Sentados en el suelo alrededor del instructor, gran parte de la enseñanza consistía en repetir de vita voz la Torá, cuyo aprendizaje memorístico resultaba fácil, ya que se poseían muchos recursos mnemotécnicos de repetición, paralelismos, aliteraciones, acompañadas de tonadas y aun de canciones populares. Un proverbio decía:
«Hay que engordar a un niño con la ley, como se ceba un buey en el establo». Yuna sentencia rabínica contemporánea añadía: «Más vale que sea destruido un santuario que una escuela».
{14 (34)} La relación que existía entre enseñanza escolar y la Biblia fue, quizá, la razón por la que las niñas estaban excluidos de este aprendizaje; ya que las mujeres no tenían ningún lugar oficial en el mundo religioso, ¿para qué enseñarles la Ley? Sin embargo, hasta nosotros ha llegado una sentencia que nos indica que, al menos en el hogar, las niñas recibían también una educación religiosa. Dice así: «Todo padre tiene el deber de enseñar la Torá a su hija». Enseñarle, sí; pero rara vez que sepa leer y escribir.
Aprender oficio
Terminados los estudios elementales, el hijo solía aprender un oficio, que su padre le enseñaba, para ganarse la vida: «Quien no enseña a su hijo un oficio ―decía un proverbio―, le enseña a ser ladrón». Es, por tanto, muy probable, casi cierto, que, si José tenía un oficio de artesanía, que algunos textos traducen por carpintero, le enseñó este oficio a Jesús, quien en el evangelio de san Marcos es llamado, simplemente, «el carpintero». Cultura oral {t} Desde nuestra cultura actual transcrita sobre papel, la cinta magnetofónica y otros registros electrónicos, que nos permiten fijar la palabra y volverla a encontrar, no comprendemos fácilmente todo lo que significaba, en tiempos de Jesús, una cultura oral, donde se transmitían de memoria largos recitales de texto que eran cuidadosamente conservados. Desde nuestro mundo apresurado, que tira a la basura, por inútil, el periódico y que corrige con el telediario vespertino la noticia que enseñó el matutino, no comprendemos el valor de esa palabra repetida una y otra vez, sin cambio alguno, hasta esculpirse en la memoria.
Pero nos hemos olvidado, con esta digresión sobre la escuela hebrea, en que hemos dejado a la Sagrada Familia celebrando la fiesta de Pascua en Jerusalén, quizá con un grupo de amigos venidos de Nazaret, y de que permaneció allí durante una semana entera, que era llamada de los Ácimos, hasta que llegó el momento del Jesús perdido {t} Para regresar, de nuevo se formaba la caravana. En esta caravana, según los usos de entonces en vigor, se {15 (35)} disfrutaba de libertad de movimiento, los grupos se adelantaban, se retrasaban, se hacían y deshacían, coincidiendo tan sólo en el punto de salida y llegada. Así se comprende que María José pudieron caminar durante una jornada echar de menos al niño Jesús que podía ir con otros compañeros y amigos de trayecto. Y por eso, sólo por la tarde, llegado el tiempo del descanso, cuando ya se echaba encima la noche, advirtieron la falta de Jesús. Y se volvieron para Jerusalén. La tradición se ha esforzado en determinar cuál fue este punto de la primera detención de las caravanas que regresaban de Jerusalén para Galilea, y se ha pensado en El-Birthe, a unos 17 kilómetros del norte de Jerusalén, aunque otros lo sitúan más lejos.
. . .
Este período de Jesús entre los doctores cierra el evangelio de la infancia. En la uniformidad, e incluso monotonía, de una vida pueblerina prolongada por tantos años, esta estampa ha levantado un extremo velo que oculta la vida de Jesús incluso a los ojos de José y María.
Aparentemente, es un muchacho como los demás, sano, alegre, extraordinariamente inteligente y despierto, y en todo sumiso y obediente a sus padres. Pero en la vida de este niño que crece y se fortalece hay un "Otro" totalmente diferente y superior, a quien él llama su Padre, de cuya voluntad depende y en cuyo templo él se encuentra como en su casa propia. Y ante esta relación de Jesús con su Padre que está en los cielos, se alejan y empequeñecen todas las demás criaturas que están en la tierra.
Jesús entre los doctores o, como dice uno de los misterios gozosos del rosario «el niño Jesús perdido y hallado en el templo», es un misterio de dolor у de gozo de aquella bendita familia. Pero en parte puede serlo de cualquier familia humana y cristiana.
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Dolores y gozos
Tres días de dolor y de gozo. Primer día. José y María caminan en la caravana de regreso. Y piensan que el niño Jesús va también en ella, aunque propiamente no sepan dónde está. Los padres y los hijos van caminando juntos, muy juntos en la vida durante los años de la niñez y de la adolescencia. De pronto, un día, sin ellos advertirlo, el niño, la hija, se les separa, se sale de la caravana. Pero ellos no lo advierten, y siguen alejándose de Jerusalén, que es donde el hijo se ha quedado. Se va creando, paso a paso, una distancia cada vez mayor; pero sin advertirlo. Hasta que de pronto llega la tarde, y se dan cuenta de que el hijo no está con ellos. ¿No es ésta la situación de algunos padres e hijos? ¿Como podía suponer que se ha salido de la caravana, él que era hasta entonces tan obediente y tan buen muchacho?
Segunda jornada. El hijo se ha separado, y los padres lo saben ya, pero no saben dónde se encuentra. Lo han perdido. La palabra, el verbo que hoy se puede aplicar a tantos chicos de las familias. La pérdida de los hijos. Y no precisamente por haberse ido al templo a escuchar a los maestros de la ley, sino por otras diversas causas que también a veces les hacen salir del templo y rechazar la ley.
Y el papel de los padres es volver, volver sobre sus pasos, tratar de acortar distancias; porque, aunque no lo puedan determinar con precisión, saben que el hijo está allí, en alguna parte de ese tumulto, en la ciudad palpitante y confusa.
El misterio de crecer
Tercera jornada. El encuentro; María y José buscan a Jesús por todas partes, y también en el templo, y allí lo encuentran. La escena no carece de cierta tensión. El niño Jesús está allí, aparentemente tranquilo, parece que sin darse cuenta del dolor que ha causado a sus padres.
Salta la queja; en este caso, controlada, pero honda: «Tu padre y yo te buscábamos llenos de amargura». Y el niño responde: «Estaba aquí, donde debía estar, que es la casa de mi Padre, ocupándome de sus cosas. No en la caravana, Madre, sino en la casa de Dios».
Esta tercera jornada es la más difícil de comprender.
Incluso para María y José, los grandes iluminados con las revelaciones de Dios. Este alejamiento del niño no lo {17 (37)} comprenden. Lo único que María hace es esconderlo en su alma, colocarlo dentro del corazón, donde se colocan las penas que no se comprenden; donde un día, cuando el Espíritu de Dios lo quiera, todo quedará iluminado. Y entonces comprenderá.
En América Latina, el 60 por ciento de la población no ha cumplido todavía los 24 años. Pero el 90 por ciento de estos jóvenes son pobres. Un ejemplo elocuente de ello lo da el Perú, donde los muchachos de ocho años —¡niños todavía!— ocupan puestos de trabajo.
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7. Esperanza para América
El papa Juan Pablo II, en Santo Domingo, el 12 de oct. de 1984, tras acusar a las potencias extranjeras, que siguen sus propios intereses económicos, de bloque o ideológicos, y reducen a los pueblos a campo de maniobras de sus propias estrategias, enderezaba estas palabras:
¡América Latina, fiel a Cristo, aumenta y realiza tu esperanza!...
Esperanza de una Iglesia, que firmemente unida a sus obispos, con sus sacerdotes, religiosos y religiosas al frente, se concentra intensamente en su misión evangelizadora y que lleva a los fieles a la savia vital de la Palabra de Cristo y a las fuentes de gracia de los sacramentos.
Esperanza de ulterior crecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas para llevar a cabo la nueva evangelización de los pueblos latinoamericanos a partir del rico patrimonio de verdades sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre que proclamó Puebla.
Esperanza de una Iglesia fuertemente empeñada en «una sistemática catequesis que complete» en los fieles la evangelización recibida.
Esperanza de los jóvenes, que, plenamente acogidos y alimentados en su espíritu, dé a la Iglesia, en un continente de jóvenes, horizontes de vigor nuevo en su fidelidad a Dios y al hombre por él.
Esperanza de un laicado consciente y responsable, comprometido en su misión eclesial y de ordenación del mundo según Dios.
Esperanza de reconciliación entre pueblos hermanos, desterrando guerras y violencias para reconocerse en la unidad de «una gran patria latinoamericana, libre y próspera, fundada en un común sustrato cultural y religioso.
Esperanza de grupos étnicos que quieren mantener su identidad y cultura popular sin renunciar a la común solidaridad y progreso y que necesitan una más plena evangelización.
Esperanza del movimiento de los trabajadores que luchan por más dignas condiciones de vida y de trabajo. De los «sectores intelectuales», que reencuentran los valores étnicos y culturales de su pueblo para servirlos y promoverlos. De los científicos y tecnólogos que quieren ordenar los recursos del saber a la elevación y progreso de América Latina...
Un gran futuro de esperanza, que tiene un nombre: «La civilización del amor». Nombre que ya indicara Pablo VI...
«Lo que hacéis a los más pequeños»
Por la fe, Cristo se forma en el interior del hombre llamado a la libertad de la gracia, manso y humilde de corazón, que no se envanece de los méritos de sus propias obras, que nada valen; el hombre que, por la gracia de Dios, puede ser llamado pequeño por Cristo, esto es, otro Cristo, con aquellas palabras: Lo que hicisteis a uno de los más pequeños a mí me lo hicisteis. Cristo se forma en aquel que toma la forma de Cristo, y toma la forma de Cristo el que se une a Cristo con amor espiritual.
De donde viene que el hombre por la imitación de Cristo llega a ser lo que Cristo es, en el grado en que lo puede ser. Dice san Juan: Los que afirman que están con él se han de comportar como él se comportaba.
San Agustín