Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 221. ABRIL. Año 1985
0. SUMARIO
TANTAS GUERRAS, tantas hipocresías, tantos caínes, tantos rencores. Y tantos pobres, tantos sufrimientos, tantas lágrimas. Sin embargo, y a pesar de todo, el espíritu del hombre no se rinde. La tentación de los que tenemos fe, consistiría en instalarnos en ella, en apropiarnos de Dios y proclamar la división maniquea del mundo. Pero hay esperanza, desde que Cristo triunfa de la muerte, de la mentira y del pecado, y disuelve los fariseísmos y fuerza la buena voluntad de los que acepten las bienaventuranzas y se conviertan en luz del mundo. Es posible cambiar el mundo y preparar el reino de Dios.
EL SEPULCRO VACÍO
ELOGIO DE LA LUZ
DIEZ MANDAMIENTOS PARA EL DESARROLLO
HA PASADO EL INVIERNO
LIBRES DE LA MUERTE
AGNÓSTICOS DE NUESTROS DÍAS
NIÑOS, MEDITACIÓN Y AMBIENTE FAMILIAR
{1 (61)}
1. EL SEPULCRO VACÍO
Qui se'ns dreçà
dins el vas nou
quan més silenci
estén la nit?
Dones fidels
varen vetllar
i just a l'alba
feien ja
camí, ben juntes
en el plor,
fins al misteri
del llindar.
Elles demanen sols ajut
per acomplir la pietat
d'ungir d'aromes aquell cos
que dins el vas saben posat.
«Quins dits mourien
el gran pes de la llosa,
quan és l'alba? Que vinguin
a consolar-nos
de la buidor vetllada
unes veus compassives».
Del tot immòbils, amb espant
miren, escolten a després
ja se'n tornaven a ciutat.
Però la qui l'estima més
sent un subtil dolor sobtat
quan perd, veient-lo al seu davant,
fins alambins de soledat.
¿Quién se nos alzó
en el sepulcro nuevo,
cuando más silencio
tiende la noche?
Mujeres fieles
vieron
y justo con el alba
hacían ya
camino, bien justas
en el llanto,
hasta el misterio
del umbral.
Ellas piden sólo ayuda
para cumplir con la piedad
de ungir de aromas aquel cuerpo
que dentro del sepulcro han colocado.
«¿Qué dedos moverían
el gran peso de la losa? Que vengan
a consolarnos
del vacío velado
unas voces compasivas».
Totalmente inmóviles, con espanto
miran, escuchan y después
ya se volvían a la ciudad.
Pero la que más lo ama
siente un sutil dolor súbito,
cuando pierde, viéndolo ante ella,
finos alambiques de soledad.
Salvador Espriu 2 (62)
{2 (62)}
2. Elogio de la luz
TODOS los poetas han cantado a la luz; todo lo bueno del mundo, cuando se ha querido aureolar de belleza, se ha envuelto con esta palabra.
Es como la música, algo material que los sentidos recogen, pero a la vez libre y alada como el aire, invisible y presente, igual que la vida, que la bondad, que la sabiduría y la fe, que el amor y la santidad. La luz, la morada del bien y, sobre todo, la morada de Dios, y las tinieblas, morada del mal. Dios mismo se hizo visible, en Jesucristo, como «luz verdadera que ilumina a todo hombre», y más claramente todavía, afirmaría de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo».
Tal vez por todo esto, cuando la celebración del misterio de Cristo se cierra, la liturgia lo exalta recurriendo a la metáfora de la luz. La cuaresma nos ha preparado para la noche pascual, en la puerta esperanzada del alba, tras «la espera de un levantamiento de luz en las tinieblas», como diría el poeta. Porque la luz de Cristo destruye la oscuridad del pecado.
Desde Cristo, con él, el hombre puede ser bueno, puede ser santo y puede ser feliz.
La Biblia alaba la luz por sí misma ―luz de la mañana, luz del cielo, de las estrellas, de las nubes...— como creación divina, y compara amorosamente al propio hijo «luz de mis ojos» (Tob 10, 4). Serían numerosas las citas de los Salmos, si recogiéramos la palabra «luz», en sentido de vida, de gozo, de sabiduría, de virtud, de bondad: «La luz de tu rostro, Señor, resplandece, está impresa en nosotros» (4, 7); «Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen y conduzcan a tu santo monte, hasta tu morada» (43, 3). También Isaías ve «una luz grande» que ha de guiar a todos los salvados. En sentido propio o figurado, la palabra o la idea está esparcida un poco por todos los textos sagrados. En los del Nuevo Testamento nos podrían bastar los evangelistas Lucas (16, 8) y Juan (8, 12) con algún pasaje paulino (1ª Tes 5, 5; Ef 5, 8), donde nos dicen que somos «hijos de la luz», de la luz que es vida prendida por la gracia, en cada cristiano, e iluminada por la fe, capaz {3 (63)} de transformar nuestra condición natural, como cuando en un paisaje obscuro reaparecen la animación y las formas si la luz vuelve a inundarlo. Es la impresión que la Iglesia nos invita a experimentar cuando, en la noche pascual, nos introduce desde la calle al templo y escenifica la explosión de claridad que ilumina el recinto para decirnos que Cristo resucitado inaugura un amanecer resplandeciente de vida, de novedad y de felicidad santa. ¡Cuán diferente seria el mundo sí, un día, los cristianos, todos a una, nos decidiéramos a creerlo y a vivir enteramente esta simbología!
Hace poco más de medio siglo que falleció el físico Edison, a quien tantos inventos debe la moderna electricidad (entre los cuales la ya prosaica lámpara eléctrica). Al despedir el funeral alguien hizo esta observación:
«Si a una persona le hubiese sido dado poder observar la tierra, desde un lejano planeta, cuando nació Edison, y pudiera ahora asomarse a contemplarla de nuevo, subiría de categoría la tierra en la clasificación de las estrellas ―aun sin ser estrella―, porque la ha enriquecido con millones de nuevos resplandores».
Nosotros podemos pensar: si todos los cristianos fuésemos, de verdad, «luz en el Señor», la tierra sería, espiritualmente, un sol pequeño, un cielo a nuestra misma vera.
La edad de los sacerdotes de la diócesis de Albacete En la actualidad, después de treinta y cinco años de su creación, la diócesis de Albacete cuenta con un número de sacerdotes algo superior al doble de la cifra inicial del año 1950. Vinieron de otras partes no pocos, y fue igualmente efectiva la labor del Seminario. A pesar de la crisis de los últimos lustros, esta joven Iglesia cuenta, en el momento presente, con 138 sacerdotes diocesanos, distribuidos de este modo, según la edad:
De menos de 30 años . . . 4
De 30 a 44 . . . . . . . . . . . . 38
De 45 a 59 . . . . . . . . . . . . 66
De 60 y más años . . . . . . 30
Más de la mitad han rebasado la edad de los cincuenta años; casi un centenar los 45; 12 los 70...
Hay que pedir al Señor que mande operarios a su viña.
{4 (64)}
3. DIEZ MANDAMIENTOS PARA EL DESARROLLO
EL DRAMA y la esperanza de nuestro tiempo consiste en la diversidad existente dentro de un cuadro global de desarrollo, en el cual cada hombre y cada pueblo ha de encontrar el propio espacio vital dentro del gran pueblo que llamamos mundo. ¿Cómo lograrlo?
Eugenio Melandri ha intentado dar una respuesta direccional, en forma de "decálogo", que resumimos para nuestros lectores.
1 No es el hombre para el desarrollo, sino el desarrollo para el hombre
Parece obvio, pero no lo es tanto.
Con frecuencia el desarrollo ―o ciertas ideologías que tratan de él― se ha convertido en un fin en sí mismo: basta tener en cuenta la política de las ayudas ofrecidas no para remediar el hambre de los pobres, sino para ventaja de los países inversores. También, téngase en cuenta el fomento del desarrollo entendido como instrumento de poder para conducir a los pobres y a los países pobres a la propia área política o ideológica. Las luchas de liberación en los países del Tercer Mundo se instrumentalizan en este sentido.
Si el fin del desarrollo fuese el hombre, todo cambiaría de aspecto.
El papa Pablo VI lo señalaba en la «Populorum Progressio», cuando decía: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico.
Para que pueda ser auténtico desarrollo, debe ser integral, lo cual significa que ha de encauzarse a la promoción de todo hombre y de todo el hombre».
2 El mundo es un gran pueblo cuya solidaridad debe ser mantenida
El mundo se nos hace cada vez más pequeño y no cesará de mostrarse cada vez con dimensiones más reducidas. Quiérase o no, la humanidad tiene un destino común, {5 (65)} y todas las divisiones entre este y oeste y norte y sur, si no se resuelven pacíficamente, al fin se acabaran en perjuicio de todos. La misma soberanía que proclaman los estados es cada vez más precaria y hasta prácticamente inexistente, a pesar de las fórmulas y solemnidad de las declaraciones. Los organismos internacionales claramente demuestran la debilidad en que se apoyan, porque siempre vence la ley del más fuerte y la razón de la amenaza.
Esto ocurre también a nivel económico. Ha surgido un sistema de dominio que, con la división internacional del trabajo, se ha establecido una discriminación entre la aristocracia de la transformación y los esclavos productores de materias primas. Da igual en el área llamada capitalista, que en la de la URSS, con su «capitalismo de estado». Se ha proclamado el dogma de la religión industrial, en la que importa sobre todo, la transformación de las materias primas en artículos de consumo, y el hombre sólo como consumidor.
Este dominio existe ya a escala universal, y son los estados y no los pueblos los que lo ejercen o discuten. Por ello con vendría, para un cambio futuro, constituir algo parecido a una «internacional de los pueblos», no de los estados y pasar del «panestatismo» actual a un futuro «panhumanismo».
3 Cada pueblo se desarrolla a partir de sí mismo
Existe una actitud miserable en el que espera que todo se lo den los demás, en el profesional de la miseria. Dom Helder Cámara dice clara mente: «Los pueblos pobres y los pobres de los pueblos saben, por experiencia, que sólo han de contar con sus propias fuerzas». Porque nadie desarrolla lo ajeno, dice Albert Tevoedjire. El desarrollo es asunto propio de quien lo necesita.
Lo cual significa que, por más que sea difícil la situación de los pueblos pobres, éstos no deben esperar inactivos a que los demás les levanten de la miseria, excepto en las situaciones de emergencia en las que es indispensable remover con urgencia la solidaridad internacional.
Ayuda bien quien ayude a que se basten, sin substituir el trabajo y el compromiso de los otros, sino ayudándolo para que crezca por sí mismo. Lo recibido gratis difícilmente se valora, o agradece o utiliza bien.
4 El solo crecimiento no es desarrollo: Deshonra el dinero
«La acumulación de bienes materiales que caracteriza al modelo occidental y del cual es fácil constatar {6 (66)} el poder de seducción que tiene sobre el Tercer Mundo, no asegura el desarrollo. Es preciso desmontar este espejismo y buscar otros caminos, que no sean los del dinero.
Cuando se acumulan riquezas, los que las consiguen, buscan, naturalmente, conservarlas y defenderlas.
Ello, a la vez, suscita envidia a quienes carecen de ellas y la tentación de arrebatarlas, incluso violentamente si es preciso. Así nace la necesidad de una policía poderosa. La carrera armamentista se hace inevitable. Y si tantos países del Tercer Mundo se lanzan a esta carrera, es porque copian el modelo de las sociedades industriales y se ven, como ellas, obligados a proteger los bienes materiales que se están esforzando en acumular. La soberanía de los estados pequeños siempre está en peligro». Así escribe Tevoedijre.
El desarrollo debe ser integral y, por lo tanto, no sólo económico. No el desarrollo para conseguir más dinero, sino el dinero y la economía para el crecimiento humano.
5 El desarrollo y la paz caminan juntos
Para poder pagar los armamentos del mundo actual, es preciso que, cada persona de nuestro planeta, sacrifique las ganancias del trabajo de dos o tres años enteros de su vida, como contribución a la enormidad de los gastos mundiales para preparar las guerras. Los países desarrollados gastan veinte veces más en armamento que en inversiones en países pobres. En sólo dos días los estados gastan en armamento una cantidad de dinero igual a la que precisa la ONU y todas sus agencias especializadas durante un año entero. Más de cien millones de ciudadanos viven de sueldos pagados directamente o indirectamente por los ministerios de la guerra o de defensa. Los gastos para entrenamiento de los soldados norteamericanos cuestan, cada año, más que la educación de 300 millones de niños en edad escolar en el sur del continente asiático. Con lo que cuesta un tanque moderno, se podrían construir mil aulas escolares para 30.000 muchachos. El precio del submarino Trident equivale al costo de un año de escuela para 16 millones de niños de países subdesarrollados.
Pablo VI lo dijo: «El desarrollo es el nombre de la paz». Juan Pablo II lo confirmó. El Concilio también lo dijo: «La carrera de armamentos es una de las plagas más graves de la humanidad que hiere de modo intolerable a los pobres» (CS 81).
Una verdadera acción de promoción del desarrollo exige que, en los países desarrollados se lleve a cabo una reconversión industrial de las fábricas de armamento y se camine hacia un verdadero desarme.
{7 (67)}
6 No existe desarrollo humano si se rebela la naturaleza
De cara a la naturaleza el hombre se ha comportado de una manera voraz, abusando de ella y devastándola. La industrialización, con frecuencia, ha sido un agente de destrucción de los recursos naturales. En 1980, la Unión internacional para la conservación de la naturaleza y de sus recursos (IUCN), daba esta alarma; la capacidad del planeta para sostener las necesidades de la humanidad se está reduciendo irremediablemente tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo; en estos últimos, cientos de millones de personas de las comunidades rurales se ven obligadas a destruir sus recursos necesarios para liberarles de la inedia y de la miseria; las reservas de base de las industrias se están agotando; cada vez es más cara la energía de todo tipo; mientras la demanda crece disminuye la posibilidad de seguir suministrando recursos necesarios para la supervivencia de la humanidad. Si no se detiene el proceso destructor del hombre industrial, dentro de veinte años se habrá convertido un tercio de las tierras cultivables del mundo, en prácticamente calcinadas e inservibles... Degradación del suelo, de la foresta, destrucción sistemática de especies animales. Y lo peor: los países ricos tienden, cada vez más, a trasladar la instalación de sus industrias contaminadoras, hacia las zonas de la tierra menos protegidas, donde los movimientos ecologistas pueden influir menos en las críticas o creación de obstáculos para sus fines industriales.
7 No hay desarrollo sin diálogo intercultural
Habrá que admitir que la única cultura no es la occidental, y que, por lo tanto, todo desarrollo no es sinónimo de occidentalización. De donde, como afirma Serge Latouche, la occidentalización del Tercer Mundo corre el peligro de acabar en una desculturización, o sea en una destrucción pura y simple de las estructuras económicas, sociales y mentales tradicionales, reemplazadas por el fardo de las sobras occidentales, destinadas a la oxidación. Sería una nueva forma de imperialismo, incluso cultural, siempre injusto. Sería una invasión asfixiante que acabaría en el etnocidio.
Depauperados del conocimiento y conciencia de la propia realidad, interiormente desarraigados, los habitantes de los países del Tercer Mundo se hallan dispuestos a identificarse con la cultura occidental a través del fetiche del desarrollo.
{8 (68)} Desarrollo ha de significar ponerse a caminar juntos: hacia una meta siempre soñada, aunque todavía no alcanzada, llevando a cuestas, cada uno, los propios valores.
8 El desarrollo es un camino, no una meta
Toda sociedad, aun considerada desarrollada, es sólo una realización inacabada, una etapa, no una meta. El desarrollo se trasciende continuamente. Tiene necesidad de someter a crítica el fin logrado para poder avanzar adelante, en un camino que no conoce descanso. No existen sociedades avanzadas y sociedades atrasadas. Cada sociedad está siempre en retraso porque está llamada a ir más adelante. Su meta (utópica) se dirige a la plenitud de vida humana. Y es aquí donde los cristianos tenemos una palabra que decir, proponiendo como "meta" del desarrollo al hombre tal como se desprende de la aceptación de las bienaventuranzas.
9 También los pueblos ricos deben desarrollarse
Precisamente porque el desarrollo debe enfocarse en beneficio del hombre, también los pueblos ricos están interesados en él. La crisis de la sociedad occidental, con los instintos de muerte que la sacuden, lun puesto en evidencia, de modo dramático, este principio. No cabe diferenciar los países entre desarrollados y subdesarrollados, porque todos están en vía de desarrollo.
Los del sud mueren de hambre, los del norte mueren de hastío o tristeza. El hombre, situado su el centro del desarrollo pide, también en las sociedades tenidas por ricas, que los países avanzados se comprometan en un camino de desarrollo.
Por otra parte, este es el único camino para poder iniciar un auténtico trabajo en beneficio de los países subdesarrollados del sud.
10 El desarrollo cambia la vida
Los gobernantes de los países desarrollados nunca alcanzarán poner en práctica decisiones políticas valientes, si les falta el respaldo de una movilización popular que empuje esta perspectiva. Se impone una revisión del estilo de vida. Es preciso moderar el exceso que, de modo generalizado, tiende a vivir y a gastar por encima de las propias posibilidades. Es preciso recuperar la austeridad como base para crear solidaridad. Desconfiamos antes de lanzarnos al invento de ese hombre nuevo, que no se mida por lo que tiene, sino por lo que es. Ese realismo verdaderamente humano que el cristianismo puede inspirar.
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4. HA PASADO EL INVIERNO
HA PASADO el invierno. Las saetas oblicuas de las golondrinas que cruzan los cielos, nos anuncian que el frío se aleja y están cerca los días benignos, y las tórtolas cantan. En los valles de tierras cercanas, los almendros floridos se han vestido de blanco, como cisnes estáticos en medio del campo; otros árboles, con promesa de fruto, han abierto sus brazos a las mil mariposas rosadas que se posan libando dulzura en sus ramas, mecidas apenas por el aire que mueve a su paso el respiro verdeante de la siembra que crece.
Ha pasado el invierno, cuando hacemos memoria de la muerte de Cristo y memoria del sepulcro vacío, en la muerte y en la gloria, en la cruz y la vida. Ha pasado el invierno, y si miramos el campo y el cielo, nos predican claridad de esperanza. Cuesta menos creer en la resurrección del Señor, que también es la nuestra. Es primavera más alta, la del espíritu del Hijo de Dios en el mundo, que redime a los hombres de males y miedos, pues también para ellos ha pasado el invierno.
Ha pasado el invierno del miedo, como cuando se acaban las guerras y sonríe por fin el hambriento porque hay pan para todos. Ha pasado el invierno, porque Cristo ha librado a los suyos de las mismas miserias por él padecidas. Comulgó con los males y penas de todos nosotros, y quitó el pecado y {10 (70)} lo absurdo del mundo. Nos dejaba su paz, invitaba a su amor, convirtiéndolo todo en verdad que nos salva y libera, transformando en misterio divino el sentido de todas las cosas. Desde entonces, si queremos, no hay envidia ni odio escondido en ningún corazón miserable; ni venganza ni acecho de turbios proyectos, o desquites a costa del éxito ajeno, porque Cristo ha roto los males de todos los hombres, que pueden ser buenos si creen en él y hacen suya su cruz y su gloria. Ya tiene sentido la historia de cada discípulo suyo, de los más pequeños que se le parecen.
Ha pasado el invierno, y la Iglesia, como cepa fecunda en la viña del tiempo, se prepara la cosecha gozosa de vinos, cuando al fin del verano, estrujadas las uvas, se haga fiesta por todos.
Mientras tanto la fe, todavía nos advierte del peligro de hielos y de vientos feroces. Pero ya es primavera y está próximo el día en que el miedo o tristeza huirá para siempre. No es inútil la espera, ni el cansancio andando caminos abiertos al bien no acabado. Sólo así, si una flor de esperanza nos queda en las ramas del alma, aun el más pequeño y humilde de los hijos de Dios, parecidos a Cristo, se sentirá rico por dentro, cuando Dios mismo lo recoja en sus brazos, como flor y fruto, en el huerto del cielo.
{11 (71)}
5. LIBRES DE LA MUERTE
LA VIDA del cristiano es como un árbol siempre florecido, siempre sosteniendo en sus ramas la esperanza primaveral del fruto prometido. Después de Cristo, todo es esperanza. ¡Hasta la muerte se trueca en resurrección! Basta con que recojamos el sentido que la fe imprime en nuestras vidas. Ese sentido aceptado y mantenido será la medida de todo lo bueno que podamos hacer.
Los hombres se miden según aquello a lo que dediquen la vida; los santos, por lo que haya sido su muerte. Pero, para todos, tal es el fin según sea el camino que se siga para llegar a él. El santo es un hombre que ha mantenido el sentido espiritual de su vida proyectada hacia Dios, hasta la hora de su muerte.
Cristo es el santo por antonomasia, mientras «vuelve al Padre» y no rehúye atravesar el mar de dolor de su pasión, para que «el mundo conozca que ama al Padre» efectivamente. Esa vuelta restituyéndose a Dios, se logra con la fuerza del amor, cuando el amor se convierte ―y así se hace puro― en la expresión más noble y profunda de la libertad, porque sólo puede amar verdaderamente el que es libre.
Cristo nos ha dejado el ejemplo de este amor y nos ha obtenido la fuerza para esta libertad, que comprende el uso de la vida y su destino para Dios. Redimidos, es decir libres y, así, «hijos del Padre, como él. Ese es el amor «más fuerte que la muerte porque alcanza hasta más allá de la vida.
Nunca tanto como en nuestros días se han alzado voces clamando por la libertad de todos los hombres, tal vez porque nunca había sido tan amenazada, o porque nunca tanto como en nuestros tiempos se había podido comprender cuán necesaria era para la felicidad del hombre. Pero solamente Cristo ha sido el gran libertador, cuyo radicalismo asusta porque lo pide todo, más allá de las simples redistribuciones materialistas y más allá de las manipulaciones farisaicas. Porque se trata de una libertad que ha de ser empleada en el bien, en el amor. Solamente así colma la vida y alcanza hasta más allá de la vida.
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6. AGNÓSTICOS DE NUESTROS DÍAS
A RAÍZ de los cambios políticos que se han obrado en la sociedad española, en estos últimos años, se han multiplicado las declaraciones de agnosticismo por parte de aquellas personas que, o bien se hallaban en una situación espiritual simplemente ajena a la fe religiosa o que, por las razones que fueran, querían eludir una definición que les comprometiera, frente a los demás, tanto en pro como en contra de la confesionalidad cristiana, que es la dominante, en nuestra sociedad. El caso es que casi se ha puesto de moda, en ciertos ambientes y situaciones, el declararse "agnóstico", tanto si se trata de una inhibición estratégica, como de una sincera posición mental, como de una cobardía negligente o simplemente de ignorancia inconfesable y vergonzosa. Ejemplos de todos los matices podríamos encontrarlos no lejos de nosotros: desde la honestidad del que busca a Dios y cree que todavía no lo encuentra, hasta el que desprecia y huye de todo planteamiento trascendente. Sería lástima que, como antaño algunos se declaraban "católicos de toda la vida", sin profundización alguna o por puro oportunismo, ahora muchos cedieran a parecida inercia sociológica y se escudaran, mentalmente perezosos, en lo que llaman "agnosticismo". De cualquier modo, no carece de interés que saquemos aquí el tema.
Qué es la "Gnosis"
No tenemos la pretensión de resumir un capítulo de la historia de la filosofía; pero sí que será preciso que digamos una palabra sobre el origen y lo que se entiende por agnosticismo, que comenzó siendo un movimiento religioso anterior al cristianismo, no contrario, por lo tanto, a la religión, sino crítico y superador de las existentes, con la pretensión de ofrecer un camino para llegar al conocimiento divino y a la misma visión de Dios. En realidad, "gnosis" quiere decir «conocimiento».
{13 (73)} Lo más importante y característico del gnosticismo no era sus ritos y prácticas y la predilección con que trataba al grupo de los selectos o iniciados, sino la promesa de llegar a la infalible salvación espiritual y al acceso a Dios por la fuerza de la sola razón. Si adquirió importancia entre las generaciones de intelectuales del siglo II antes de Cristo hasta el III y IV cristianos, fue porque respondía a los grandes problemas que siempre se ha planteado el hombre reflexivo: la significación del mal, la existencia y sanción del pecado, la posibilidad de la salvación, la inmortalidad del alma.
Gnosis y cristianismo
Los agnósticos, al cruzarse con el cristianismo, pretendían que los apóstoles habían enseñado una doctrina esotérica, o secreta, para los escogidos, que era precisamente la gnosis, y que la simple fe, tal como la entendía la Iglesia, se reservaba sólo para los hombres rudos, como una especie inferior de conocimiento. Pretendían explicar la existencia del mal por la oposición materia-espíritu, que se daba también en el hombre (de donde resultaba contaminada por el "pecado"), pero que había que resolver por el triunfo del espíritu sobre la materia (o principio del mal). Las consecuencias morales del dualismo que predicaban conducía a verdaderas aberraciones, pues vivían sin freno de ninguna clase o se dedicaban a prácticas ascéticas antinaturales. Como antes había hecho con el paganismo y el judaísmo, ahora pretendía también con el cristianismo introducirse en él para corregir y completar la fe por medio de un superior conocimiento esotérico elaborado por la ciencia. Pero esta filosofía religiosa, independiente de la fe, desnaturalizaba el mensaje cristiano, {14 (74)} que entiende por "verdad" el testimonio neotestamentario de Cristo, en el cual esa verdad es también gracia, que se abre generosa y se da al hombre. Es en esa verdad del Evangelio, dice el teólogo Emil Brunner, donde el hombre encuentra a Dios "verdad y don a la vez".
La fe y la razón
No es la razón la que supera la fe, sino la fe la que supera, sin negarla, la razón. Seguramente el nudo de los errores de esta primera herejía con la que tuvo que enfrentarse el cristianismo, está en esta distinción. Herejía que proliferó en muchas otras y que, de algún modo, se encuentra latente en todas las posteriores, las cuales, frente a la concepción cristiana de la verdad, se mueren o basculan entre la fundamentación conceptual naturalista-positivista y la idealista-especulativa. San Pablo tiene presente a los agnósticos cuando escribe a los Colosenses, a los Efesios y en las cartas a Timoteo: los llama embaucadores (2.4 Tim 4, 4), «que se hacen pasar por inspirados» (1." 4, 1), «que nadie os esclavice ―dice a los Colosenses, 2, 8― con la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo». Y en otros lugares del N.T. encontraríamos pasajes que demuestran con qué energía reaccionó el cristianismo de la primera generación contra esta mezcla de filosofías.
San Ireneo
Eran los obispos, en cada diócesis donde los errores surgían, los que impugnaban las desviaciones doctrinales que querían introducir los agnósticos. En este caso, el más notable fue san Ireneo de Lyon, discípulo de san Policarpo (y éste de san Juan Apóstol), quien en el siglo II no solamente hizo frente a la gnosis en su obra generalmente conocida como Adversus Haereses, pero cuyo título original era Exposición y refutación de la falsamente llamada Ciencia, sino que dejó la pauta para toda comprobación de la ortodoxia cristiana: la de recurrir a los orígenes de la Iglesia, a los Apóstoles y lo que ellos enseñaron, y para que sea fácil a lodos, a la Iglesia en que aquéllos convergen, la de Roma.
Agnósticos de hoy
Ya puede verse cómo, en la actualidad, cuando alguien se autocalifica de agnóstico, difícilmente podría considerarse entroncado con aquellas filosofías, a no ser que nos limitáramos a recoger la sola vertiente racionalista que ha persistido como secuela y proliferaciones mil. En nuestros días, agnosticismo quiere significar un {15 (75)} estado equivalente al ateísmo o a la indiferencia religiosa; en los más lúcidos y estrictos, quiere decir un estado de búsqueda no concluida, de todavía inseguridad intelectual, mientras se espera y desea salir de la duda; quiere decir que todavía el desenlace podría resolverse en un sentido u otro, y no por el cultivo de la duda sistemática, sino porque honestamente no se acaba de ver o percibir la deseada luz. Por otra parte, como nos recordaba el mes pasado en estas mismas páginas, el profesor Cruz Hernández, «la permanencia racional en la suspensión es casi imposible» y por ello la casi totalidad de los que se declaran agnósticos son, en realidad, ateos.
Los "cristianos anónimos"
El teólogo jesuita Karl Rahner, sin embargo, expuso su teoría sobre lo que él llamaba los cristianos anónimos», aquellas personas naturalmente justas, deseosas de la verdad y buscadoras de su luz, que si no la han confesado con toda explicitud, la han vivido honradamente en la medida en que iban avanzando en su búsqueda, de la que jamás renunciaron, hasta asumir, prácticamente, un estilo de vida evangélico. Hace unos días que, desde las páginas de un rotativo madrileño, otro jesuita, el p. Alcover Ibáñez, no dudaba en aplicar esta denominación de agnóstico honesto y respetuoso, al poeta recientemente fallecido, Salvador Espriu, que fue, según él, uno de estos hombres, que amó la vida desde su enfermedad continua; le preguntó a la vida desde una preocupación irrefrenada, {16 (76)}  vivió la vida desde una santidad laica admirable.
«He aquí un modelo ético ―concluía― para una sociedad ha abandonado la ética como forma de existencia».
Abrir a Dios
Había dicho, hace apenas un año, Salvador Espriu:
«No afirmo no niego si hay un más allá, pero estoy abierto a la posibilidad de que todo termine o empiece». Y, en sus últimos días, agradecía las oraciones que por le prometía un sacerdote amigo, «porque las necesito mucho».
Lector asiduo de la Biblia y de la Comedia de Dante, es imposible adentrarse en su poesía y prescindir de su vertiente religiosa. Tal vez era demasiado exigente consigo mismo, él, que entendía la vida y la poesía como «una preparación para la muerte», y demasiado respetuoso con Dios y con los valores a veces escarnecidos por los mismos que blasonan de creyentes, de los que Dios ha de pedir cuentas cuando pregunte a todos, y especialmente a los sabios y poderosos, cómo han tratado a los más humildes, o, simplemente, a aquellos que, por haber preferido la belleza al poder, los libros a las armas, o el trabajo a la holganza, han sido asaltados por los bribones de la historia, que hacen tabla rusa de los derechos ajenos y reducen el nombre de Dios, si se les ocurre invocarlo, a puro instrumento de poder y de gloria terrena.
Ejemplo ético de Espriu
Desde las páginas del YA, el p. Alcover Ibáñez opinaba hombres como el poeta fallecido, «nos preguntan si nosotros, quienes creemos, quienes tenemos este don admirable, somos coherentes con él o por el contrario lo vamos perdiendo en la vulgaridad de la existencia. Que éste es nuestro peligro: tener lo ansiado y no vivirlo anisadamente. Mientras que el agnóstico padece inevitablemente, si es sincero consigo mismo, la pasión del interrogante. En cualquier caso, cl agnóstico sincero interpela al creyente. Y el creyente también sincero puede aportar al agnóstico el testimonio de una fe que da sentido plenificante a toda la vida. Éste es el espléndido intercambio entre uno y otro, ambos caminos de la eternidad y del encuentro con el Señor de la vida... Porque Dios, contra lo que algunos creen, acepta en su casa a todos aquellos que, tal vez en el dolor del interrogante, persiguieron su verdad, aunque nunca llegaron a descubrirla. La justicia {17 (77)} de Dios, desde una perspectiva cristiana, se diluye en la paternidad divina».
La gracia de creer
No es por la fuerza de la razón, sino por la gracia de Dios que se llega a la fe. Y el camino hacia ella exige un profundo respeto. Newman se alarmaba ante la facilidad con que algunos decían que iban a convertirse a causa de la conmoción producida en el anglicanismo por el llamado «Movimiento de Oxford». Una vez dijo: «Hay personas que lo creen todo... porque no creen nada».
Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su método no pueden penetrar hasta las intimas esencias de las cosas, pueden favorecer cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas disciplina, se considera sin razón como la regla suprema para hallar la verdad. Es más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas.
VATICANO II, IM 57
Cada laico debe ser en el inundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno de por sí deben alimentar al mundo con sus frutos espirituales (cf. Gal 5, 22) y difundir en él el espíritu de que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor en el Evangelio proclamó bienaventurados (cf. Mt 5. 8-9). En una palabra, «lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo».
Vaticano II, LG 38
Millones de dólares.
Un solo acto de amor vale más que todo el dinero del mundo.
No digamos lo que vale una vida de amor. Pero, ¿qué es el amor?
Muchos de los que siempre lo tienen en boca no se han parado a meditarlo. Y van por la vida, con esa palabra en los labios, pero tienen seco el corazón. ¡Cuántas películas, cuántas canciones, cuántas novelas, convertidas en negocio, en vanidad mundana, en eso que se le llama "triunfo"!
Sin por ello querer juzgar a la protagonista, viene a cuento una anécdota de Rita Hayworth, hace unos años, ocurrida precisamente en España. Le gustaba España, Andalucía, los toros... Un día, sin embargo, tuvo un capricho y, dejando por un momento sus ocupaciones mundanas y los avatares en que se ocupan los periodistas del corazón, quiso visitar una leprosería. Recorrió las salas y se detuvo junto a una cama en la que una religiosa hospitalaria estaba curando a una enferma, aquejada de terribles llagas purulentas y deformes. La famosa actriz pudo, apenas, contener una expresión de angustia y repugnancia, mientras el horror sacudía su espíritu. Al fin, con profunda sinceridad exclamo:
―¡Esto no lo haría yo ni por un millón de dólares!
La religiosa, sin perder la calma, le respondió sonriente:
―Yo tampoco.
Cierto, el dinero no es la medida de todo, ni mucho menos de lo mejor. Ocurre, sin embargo, que nos cuesta admitirlo, o, aun admitiéndolo, nos cuesta llevarlo a la práctica.
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7. NIÑOS, MEDITACIÓN Y AMBIENTE FAMILIAR
DESDE la tierna infancia está el niño sujeto a numerosas influencias indirectas que pueden ser favorables o perjudiciales a la evolución de su vida meditativa.
Juega desde luego un papel importantísimo el ambiente familiar.
Donde el niño encuentra espacio para ocupar sus facultades de meditación natural, la vida meditativa se desarrollará felizmente. El niño tomará más conciencia de sí y de sus experiencias. Forman este ambiente favorable la conversación reflexiva con el niño, los cuentos, las lecturas comentadas, el hojear las figuras de los libros; una atmósfera familiar tranquila y alegre en la que el niño puede pasar ratos alegres y silenciosos; la confianza mutua; los hogares donde el niño encuentra diversiones sencillas, pasatiempos no enervantes, gusto por pequeños placeres, donde se juega en común y se celebran las fiestas familiares, se hacen pequeños trabajos, se toca la música; donde, en una palabra, abundan las alegrías y los gustos formativos y espirituales. La vida religiosa del hogar, la piedad de la familia muchas veces contienen en germen lo que es preciso para el desarrollo y cultivo de su interiorización religiosa.
Sin embargo, es hostil a la evolución de la vida meditativa el ambiente de intemperancia, de excitación, de superficialidad de banalidad de muchas familias; el lujo inmoderado, los mimos y la condescendencia excesiva, que son una deformación del verdadero cariño a los hijos: disensiones familiares; la prisa y el afán; la frecuentación de los cines, las largas sentadas ante el televisor y el desenfreno de la radio; los viajes vertiginosos en automóvil, todas las impresiones fuertes; en una palabra, aquellas vivencias numerosas y rápidas que el niño no puede digerir e imposibilitan la meditación natural. Todo lo que perturbe la tranquilidad y el orden interior del alma es perjudicial al desarrollo de las facultades meditativas de los niños.
Desde el punto de vista puramente natural, el niño siente una auténtica necesidad de profundizar lo que ve, elaborar lo que oye, coordinarlo todo y armonizarlo con su vida, dar una respuesta a las novedades que se le ofrecen. La continua afluencia de estímulos externos, así como una postura falsa adquirida ante la vida, puede atrofiar y hasta matar esa necesidad natural.
Esta vida mortal es, a pesar de las fatigas, de Oscuros misterios, de sus sufrimientos, de su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un suceso digno de ser cantado con gozo y gloriosamente:
¡la vida, la vida del hombre! Ni es menos digno de exaltación y de feliz sorpresa todo lo que circunda al hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, estupendo... construido por la sabiduría de Dios. Si, te saludo y felicito hasta el último instante de mi vida, con inmensa admiración y gratitud: todo es un don; más allá de la vida, más allá de la naturaleza y del universo está la Sabiduría; y lo diré luego, a la hora de la despedida (de la muerte) luminosa, ¡está el Amor!
Pablo VI