Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
256. MARZO. Año 1989 |
0.
SUMARIO |
SENTIR
con Cristo, siguiendo la exhortación paulina, es penetrar en su conciencia
humana, asumida por la divinidad. Y, de corazón a corazón, de profundidad a
profundidad, ver a Dios y ver el universo, ver a los hombres y ver todas las
cosas desde Cristo, en la inmediatez de Dios, para armonizar la vida humana y
temporal con la divina y eterna, desde el abismo de nuestra limitación hasta
la luz esplendorosa del misterio salvador, libertador, para ser «como
espíritus en el cielo», en una dimensión que supera todas las experiencias de
la naturaleza, sin destruir lo que somos, sino reforzando el ser, como lo
humano de Cristo cuando, resucitado, «vuelve al Padre». Sentir con Cristo es
preparar este destino. |
EL
CIELO NACE DE LA TIERRA |
LA
ZARZA ARDIENDO |
RECETA
PARA LA CONVERSIÓN |
LA
IGLESIA, CONCIENCIA DE |
HUMANIDAD
Y REALIDAD MÍSTICA |
NEWMAN.
LA VOZ PROFUNDA |
{1
(41)} |
1.
EL CIELO NACE DE LA TIERRA |
Resurjo
desde el sueño, ya aliviado |
por
una extraña sensación de ligereza, |
de
libertad que fluye de mí mismo, |
como
jamás pude sentir antes de ahora. |
¡Cuánto
silencio! |
Ya
no percibo el tiempo que se aleja, |
ni
angustia, ni latido percutiendo el pulso, |
ni
diferencia rítmica entre el ahora |
y
la fugacidad que lo disuelve. |
Es
un silencio rezumando solitud |
en
la profundidad del alma, |
en
la quietud más honda, dulcemente sosegada. |
Hay
otra maravilla: |
la
palma de una mano inmensa |
sostiene
holgadamente |
la
leve sutileza de mi pequeñez |
―no
con las fuerzas de la tierra― |
y
se me lleva... |
¡Oh
hombre! |
Rápidamente
el rayo, |
que
se encendió con luz vuelta a nacer, |
despierta
a nueva vida al ser mortal, |
para
que, al fin, recobre lo que fue, |
y
reflorezca el cielo |
de
la semilla que sembró en la tierra. |
John
H. Newman, C. O., «The Dream of Gerontius», 1864 (fragmento) 2 (42) |
{2
(42)} |
2.
La zarza ardiendo |
LA
ELOCUENCIA de Cristo dio a palabras tan bellas como agua, levadura, semilla,
árbol, sal, viento, luz..., fuego, un significado que ningún poeta, antes de
él, habría sabido transfigurar para envolver lo inefable del pensamiento
divino cuando se abre a mostrar verdades de vida eterna y ofrecerlas a los
hombres. |
En
todas las culturas, y también en el Antiguo Testamento, se contienen
metáforas e imágenes referida a lo sagrado. Algunas de ellas fueron recogidas
por Cristo y las empleó dilatando su significación cuando lo que quería
decir, en el lenguaje directo, no le cabía en las palabras. Así sucedió con
la idea de "fuego". Tal vez porque, desde la antigüedad, era, el
fuego, el elemento físico que primero cautivó la atención de los mortales,
por su belleza y poder, hasta llegar a imaginar al sol como astro-rey que
presidia el universo, vivificando a todos los demás seres con el calor de los
rayos desprendido de su excelsa hoguera, y vistiendo de colores todo el orden
creado, con la luz constantemente vuelta a nacer de su espléndida hermosura. |
Cristo
se presenta como el que lleva el fuego de Dios sobre la tierra, y quiere que
ésta arda en él (Lc 12, 19). Anuncio de una pretensión desconcertante por su
grandiosidad y energía, que la simple metáfora no disminuye. Para vislumbrar
lo que quiere decir, conviene recordar la proclamación del Bautista al
referirse al bautismo del Mesías, que sería «en el fuego y en el soplo del
Espíritu Santo» (Mt 3, 11), y el milagro de Pentecostés, con el que comienzan
los Hechos de los Apóstoles. |
Pero
el fuego divino posee una cualidad de la que carecen los fuegos creados. |
Estos
acaban reduciendo a cenizas todo aquello en que prenden. No así la llama
divina, que invade, purifica, transforma, pero no destruye. Como en la
maravilla por la que Moisés descubrió la inmediatez de la presencia de Yahvé,
en la zarza del Horeb, o en la llamar del Sinaí, o en la nube encendida que
iluminaba el camino de los israelitas a través del desierto. |
{3
(43)} También Abraham había adivinado la presencia de Dios en el fuego que
pasaba entre las víctimas que le ofrecía. Y, más en imagen, fuego divino se
llamaban las palabras de los profetas. Y, sobre todo, fuego el amor y la
unción del Espíritu en los corazones. |
La
Iglesia también recurre al símbolo del fuego, para inaugurar la más grande de
sus celebraciones, al recordar la Pascua del Señor y la renovación de vida
que causa el Bautismo en todos sus hijos, por la participación en el misterio
de la muerte y resurrección de Cristo. Es la ceremonia de la bendición del
«fuego nuevo», símbolo de fuerza y energía sobrenatural, de pureza y
claridad, y de vida y resurrección; fuego que prende en los cristianos y se
hace luz del mundo. De la oscuridad, de la nada, del silencio, de la muerte
de la miseria, de la noche, surgen la vida y la fuerza de Cristo, el fuego y
la llama que inauguran el amanecer renovador de la humanidad salvada,
convertida en pueblo de Dios. Es la zarza con todas sus ramas, la vid con
todos sus sarmientos, prendidos en la llama divina, en la vida nueva que,
desde hace siglos, arde sin consumirse en el espacio de este mundo y mientras
espera la eternidad. Es el fuego del amor cristiano y la luz de la verdad
evangélica, en el rescoldo de cada corazón creyente, es la gran hoguera de la
Iglesia toda vía peregrina, la cual, aunque necesitada de mayor purificación,
camina en la esperanza, levantando llamas que llegan al cielo. Levantando a
Cristo y prendida en él. Pues de él reciben los redimidos hijos de Dios el
fervor, el gozo y la gracia de la perseverancia, mientras, por los caminos
del tiempo, están pisando ya los umbrales de la Jerusalén celestial. |
Es
la divina presencia de Cristo entre los suyos, inextinguible. |
{4
(44)} |
3.
RECETA PARA LA CONVERSIÓN |
NO
solemos tener demasiadas dificultades para admitir que todavía no estamos
convertidos, o aceptar que nuestro seguimiento de Cristo necesita ser
profundizado. La dificultad más bien estriba en que se nos hace cuesta arriba
tomar la decisión de salir de la mediocridad en que nos mantenemos,
arrastrando un modo de ser o de llamarnos cristianos, sin la valentía de
poner todo el corazón todas las fuerzas que nos exige el mandamiento del amor
a Dios, para en verdad aspirar a la madurez cristiana de bautizados en el
misterio de la muerte y la resurrección ―la transformación, la
espiritualización― de Jesucristo. |
Un
día de nuestra vida descubrimos que fuimos bautizados y aceptamos nuestra
condición de cristianos, dando por implícitamente aceptada, por lo menos, la
fe en Dios y sin negarle un principio de correspondencia y buena voluntad
inicial, pero sin preocuparnos demasiado por dedicarnos al desarrollo
positivo de los dones recibidos. |
Todavía
no nos sorprende que podamos «llamarnos y ser hijos de Dios», y nos sigue
bastando el haber logrado una cierta estabilidad que nos mantiene «sin
pecados mortales», en la cual se agota todo lo más que podamos esperar como
ideal cristiano. |
No
se trata de suscitar estados de angustia o de sembrar escrúpulos; pero la
idea que muchas veces nos hemos formado de lo que solemos llamar «estado de
gracia» nos ha llevado a entender la bondad como una situación de
mantenimiento paralizante, meramente negativa, consistente en evitar males y
pecados ―más exactamente, ciertos pecados―, pues el concepto de
pecado se reduce y falsifica cuando la conciencia se enquista en esa
mentalidad conservadora, defensiva. |
El
cristianismo ―el ser del hombre regenerado en las aguas del
Bautismo― es vida y, como ésta, debe crecer y desarrollarse, sin mengua
ni ocaso, basta más allá del declinar de la parábola de la vida solamente
temporal, porque nos dirigimos a Dios. El cristiano, por esta razón, se mueve
en una {5 (45)} mantenida tensión vital hacia Dios, en un continuo «estado de
conversión». Comprendemos bien, si es así, por qué san Felipe decía que los
perezosos nunca merecerán el cielo, «que no se ha hecho para los potros». Los
santos fueron gente diligente, no seres instalados. Pero diligentes en la
búsqueda del beneplácito divino, no en construir la propia seguridad o buscar
la alabanza o la gloria de este mundo. |
Los
santos fueron, ante todo, fieles y humildes frente a Dios. Con una humildad
―que se basa esencialmente en el conocimiento propio aprendida en la
oración perseverante. «La oración enseña, en la oración se aprende», decía
san Felipe. Los grandes errores de los hombres son producto del orgullo, en
primer lugar, y luego de los egoísmos. El orgullo nos engaña porque con
facilidad cedemos a él y revalorizamos nuestras cualidades y méritos, y, así
engañados, cometemos lamentables y a ces irreparables imprudencias que
comprometen el desarrollo espiritual que el Bautismo postula. El error
respecto de nosotros mismos se convierte en impedimento para conocer a Dios,
porque humildad y conocimiento propio se corresponden con la experiencia y
conocimiento de Dios. «Señor, que me conozca y que te conozca», suplicaba san
Agustin. Sobre la base de esa doble sabiduría crece la santidad. |
Hemos
de profundizar, pues, en el propio conocimiento, con sinceridad. No somos lo
que imaginamos ser, ni lo que otros piensen, tanto si nos halagan como si nos
vituperan. Somos lo que somos frente a Dios. |
Pero
no vivimos solos. Hemos de reconocer, en cuantos nos rodean, dones y
circunstancias providenciales ordenadas a nuestro bien y al bien de ellos.
Será una gracia especial que Dios nos ponga al lado de los que participan de
nuestra fe y del deseo de desarrollarla. |
Cristo
para esto fundó la Iglesia. |
Aunque
nadie es perfecto, esa coincidencia de propósitos y participación de la vida
de Cristo nos facilita el crecimiento en hermandad de hijos de Dios, y
establece una relación beneficiosa para todos. Bastará estar atentos para que
el egoísmo no bloquee las posibilidades de generosidad y comunicación, y que
la prudencia y el buen {6 (46)} celo cuiden de no echar a perder con
prodigalidad superficial los tesoros que a todos Dios confía. La alegría de
hacer el bien, sin vanidad y la sencillez sinceramente agradecida de
recibirlo convierten en alabanza divina la vida de todos. Porque el bien nos
lo hace Dios entre signos y mediaciones, para que sea más fácil la
generosidad, la humildad, la gratitud y el amor entre nosotros. |
Hay
que estar dispuestos a hacer siempre el bien, cuidando de no confundir a
nadie, ni engañarnos a nosotros mismos, con simulaciones y ambigüedades a las
que nos llevarían las tentaciones mundanas. El bien ha de hacerse puramente,
gratuitamente. Dios cuida de que el mundo se olvide, con harta frecuencia, de
reconocer el bien que le viene de parte de Dios, para salvar la pureza de
alma de los hacedores que han sido generosos en su nombre. |
Por
todo esto, san Felipe recomendaba la precaución de rebajar la estima natural
de nosotros mismos. Y, siguiendo a san Bernardo, exhortaba a reconocer lo
bueno que Dios pone en los demás, no fiarse de los criterios mundanos, y no
afectarse por los desprecios con que pueda ser recompensada la práctica del
bien. |
Todo
lo cual supone mucho más que «evitar los pecados mortales». |
Aunque
mi deseo sería que todas las personas que conozco se convirtieran al
Catolicismo, desearía que primero orasen pidiendo la fe. |
John
H. Newman, C. O., L. D. XII, 168 |
{7
(47)} |
4.
La Iglesia, conciencia de la humanidad y realidad mística |
LA
IGLESIA ocupa, en el cuerpo de la humanidad entera, peregrinando por los
caminos del tiempo, el puesto y el oficio de permanencia que para la vida del
individuo tienen la conciencia, la memoria, lo más íntimo de las
profundidades del ser, cualquiera que sea el nombre con que se designe. Por
esto, no resulta sorprendente que los autores que a la vuelta de décadas
у décadas de siglos mejor han hablado de la Iglesia ―san Agustín
y Newman― hayan sido también autobiográficos. |
Con
la mirada interior dirigida sobre su trágica y sublime historia, y la
inquietud para discernir la permanencia de su ser intimo a través de las
vicisitudes, cambiando profundamente para salvar «el permanecer ellos
mismos», san Agustín y Newman fueron capaces de comprender a esta sólida
Iglesia católica, a la que abordaron en lo más florido de su edad, y que fue
para ellos una Madre según el espíritu, un medio favorable para el incesante
progreso en la seguridad. |
La
historia universal, con la Iglesia ocupando el centro, constituyó para ellos,
en realidad, como los dos aspectos de un mismo problema siempre resuelto: la
permanencia dentro de la diversidad. Es decir, el cambio y, como se dice en
nuestros {8 (48)} días, el devenir. Pero en lo interior de una más profunda
unidad que anticipa y recapitula, y que puede decirse que resulta todavía más
presente que el mismo presente. |
Yo
propondría una definición de la Iglesia, que superara el plano visible y
temporal y nos llevara a penetrar en el secreto de la vida divina sobre esta
tierra: que el catolicismo, o Iglesia católica, es el nombre que se da en la
historia humana al cuerpo místico de Cristo, es decir, a esta comunión de
conciencias unidas a Cristo por el lazo del amor, según su capacidad siempre
creciente, en la cual fluye la gracia de una participación en la vida divina.
El catolicismo es el misterio de la Eternidad, que se ha hecho presente en
sus gérmenes. |
Esta
definición exige, todavía, un progreso en la fe. |
A
diferencia de la sociedad que, según la lógica del ateísmo, se cree capaz de
organizar solamente el tiempo, tratando de detenerlo al alcanzar el momento
de la felicidad, la Iglesia visible se considera transitoria. Ella declara
que se encuentra en un estado de lucha, mientras se prepara para el triunfo;
y se ve fuera del tiempo. En este sentido, el catolicismo militante
representa un paréntesis, un régimen de paso, en relación {9 (49)} con la
existencia temporal, de la que nos despedimos al morir, según dice Bossuet. Y
Newman observa cómo el Vidente del Apocalipsis no ve que haya templo en el
cielo. |
La
fe consiste en ver a Jesús existiendo en este momento de ahora, aunque
invisible, pero con una densidad de presencia superior a la que nosotros
llamamos aquí "presencia", que se reduce a una ocupación de lugar.
Pero, ¿qué es el lugar? |
La
presencia del Jesús histórico no rebasó los límites de un pequeño grupo de
compañeros dentro de una parcela de espacio-tiempo. Pero luego esta presencia
se extiende al universo de las conciencias que creen en él. Por medio de la
Iglesia visible, que es una especie de «cuerpo de Cristo», esta presencia
penetra casi todos los elementos de la comunidad humana que, consciente o
inconscientemente, están afectadas por la inquietud y, en cierto sentido, son
evangelizados. Es verdad que muchos de estos elementos son extranjeros,
ignorantes, hostiles; pero, ¿qué ocurre en la conciencia profunda, allí donde
se sitúa la libertad radical del hombre? |
Situándonos
en la experiencia que nos ofrece la historia, y comparando las diversas
civilizaciones, se puede constatar que Jesús es el único conocido que
presenta una tal prolongación. En virtud de un efecto retrospectivo, que hizo
posible la existencia de los profetas, Jesús ha obtenido el "ser"
antes que la "existencia". Ser anunciado de antemano, previsto por
un pueblo y por algunos privilegiados. Se trata de un fenómeno único en su
género y que solamente puede explicarse de dos maneras: por una ilusión
mística o por el carácter de Jesús, de ser un Existente supremo, «el mayor de
la tierra», si se mide la existencia de un ser por su habitación en el
interior de las conciencias y en los amores que suscita. Esta superexistencia
es lo que constituye la realidad mística de la Iglesia. |
Jean
Guilton, Vers l'Unité dans l'Amours 10 (50) |
{10
(50)} |
5.
NEWMAN: LA VOZ PROFUNDA |
CUANDO
queremos adentrarnos en el estudio de algún hombre extraordinario, lo primero
que nos interesa es penetrar en su pensamiento y saber qué ideas lo informan.
En el caso de Newman, Jean Guitton (1) ha hecho notar no solamente lo
delicado que resulta, en cualquier lengua, dar una definición de la palabra
idea, y más particularmente en la lengua inglesa, en la que se aproxima más
bien al significado de imagen, esencia o forma. |
Las
ideas, según Newman, son una esencia, una estructura, una forma que se
manifiesta en una conciencia individual a manera de intuición, o más bien de
proyecto; no son modelos intemporales, sino que se encarnan en existencias
históricas, como forma que determina una materia, o sintetiza,
armonizándolas, un conjunto de experiencias históricas. La vertiente
newmaniana a la que nos conducirían estas reflexiones de Guitton sería el
tiempo, la filosofía y la historia, tal como lo analiza el gran convertido de
Oxford, tanto por haber estudiado el arrianismo del siglo IV, como por haber
sido él mismo uno de los agentes de tales «ideas» a propósito del Movimiento
de Oxford y en la campaña de los «Tracts». |
{11
(61)} |
Ideas
y principios |
No
obstante, en nuestros días, un buen conocedor de Newman, Maurice Nédoncelle,
hace notar que, en los personajes excepcionales como Newman, todavía son más
importantes que las ideas los «principios» por que se rigen, porque «los
principios reúnen y dirigen las ideas, y son la encarnación de lo que les
caracteriza: son el vínculo entre la teoría y la práctica»; en el caso de
Newman, afirma, existe un «principio fundamental», que sobresale por encima
de todo: es la conciencia (2). |
Los
primeros principios |
No
sería difícil recoger textos de Newman en los que llama la atención sobre los
«primeros principios» (3) y, más concretamente, por lo que a nosotros
interesa, cuando subraya el de la conciencia (1). Además, y sin que lo haga
de modo explícito y sistemático, el principio de la conciencia está latiendo
en cada una de las páginas del más conocido de los libros de Newman, la
Apología. Esa limpieza de la mirada interior del alma, sin retorcimiento, ni
reserva, ni complejo alguno, se nos hace evidente desde el comienzo de este
libro cuando, tomando una frase de Thomas Scott, asume el principio radical
de preferir siempre «la santidad a la paz» (5). Para él y para cada uno de
nosotros, en todo el mundo, no existen más que dos seres aluminosamente
evidentes: yo mismo y Dios» — «God and myself»-(6). |
{12
(62)} |
El
principio de la Providencia |
Por
nuestra parte, nos atreveríamos a añadir que junto a este «principio de la
conciencia», nexo entre teoría y praxis, debería tenerse en cuenta, en
Newman, el «principio de la Providencia», que conjuga la fe y la vida. Aunque
ahora no nos ocupamos de él, pensamos que, por lo menos, es oportuno citarlo,
porque es sobre este principio sobre el que se proyecta el de la conciencia.
«Todo es triste hasta que nosotros creemos, lo que dice a nuestros corazones
que nosotros estamos sujetos a su voluntad; nada es triste, todo inspira
esperanza y confianza cuando comprendemos directamente que nosotros estamos
bajo su mano, que todo lo que nos sucede viene de Él, como un método de
disciplina y de guía» (7). La conciencia es «el eco de la voz de Dios» (8) en
el alma, mientras que la Providencia actúa como la mano de Dios que conduce
al hombre y mueve todos los acontecimientos que le afectan. En una de sus
Meditaciones dice Newman: |
«Señor,
yo no te pido fe, pues tengo una larga experiencia de tu Providencia para
conmigo. Año tras año me has ido conduciendo» (9). |
El
principio de la conciencia |
Pero
volvamos al principio de la conciencia. |
Otro
estudioso del gran convertido de Oxford, Dupuy, dice que, por sí mismo, todo
el itinerario personal de Newman constituye una invocación a la conciencia.
El Movimiento de Oxford fue, a fin de cuentas, un esfuerzo para reconducir la
Iglesia anglicana a la conciencia de sí misma; la obra Desarrollo de la
Doctrina Cristiana (18-45) tuvo por finalidad mostrar el papel de la
Tradición, es decir, de la conciencia de la Iglesia, transmitida de una
generación a otra; en la Apología (1864), Newman {13 (63)} se propone dar
razón de la propia conciencia religiosa mientras estuvo en el anglicanismo
(10). |
Aspectos
de la conciencia |
Así,
pues, ¿cuáles son sus reflexiones sobre la conciencia? Podríamos seleccionar
muchos pasajes de su predicación: ya en uno de sus primeros sermones
universitarios (1830), veríamos que para el resultaba obvio que la conciencia
es el principio y la sanción esencial de la religión en la mente (11). |
Más
tarde (18.39), en otro sermón, al relacionarla con la razón, y sin admitir
que le sea contraria, establece que, en orden a la fe, la razón constituye un
análisis, pero no un motivo por sí misma (12). No obstante, será en la plena
madures, sedimentada por la propia experiencia personal, cuando trate
ampliamente de la conciencia, como hemos indicado más arriba, en la Gramática
del Asentimiento (1870) y en la Carta al Duque de Norfolk (1874). |
La
conciencia, dirá también en la Idea de una Universidad (1873), «ha sido
implantada, en el hombre, en lo más profundo de su ser» (13). Si nos dejamos
conducir por Newman, podemos considerarla bajo tres aspectos: como una fuente
de conocimiento, como sentido del propio deber y, en tercer lugar, como
resonancia de la voz de Dios en el alma. |
Este
último sentido domina por encima de los demás y reviste una importancia
capital para el alma religiosa, puesto que la verdadera religión es una vida
intima del corazón, según él, que da valor a todo el resto (14). Newman
insiste en la intencionalidad {14 (64)} religiosa de la conciencia y también
en la voluntad divina de la cual ella nos revela infaliblemente la presencia
(15). |
Conciencia
y conocimiento |
En
primer lugar, como fuente de conocimiento, la conciencia equivale a la
palpable detección de nosotros mismos. Citando a Terencio, dice «Proximus sum
egomet mihi» (16), y prosigue: «La conciencia de uno mismo precede a
cualquier cuestión de confianza o de asentimiento»; «La conciencia aun es
superior a la luz de la razón» (17). Llega a decir que, del mismo modo a como
el simple animal obtiene el conocimiento inicial del universo por medio del
instinto, el hombre comienza a conocer a Dios desde la conciencia (18). Para
el biógrafo Sencourt, Newman, más que limitar simplemente al hombre en la
definición de "animal racional", lo considera como un animal en
acto de ver, de sentir, de contemplar, y que se orienta por lo que le atrae o
necesita (19). En el hombre, la vida es para la acción: si nosotros
insistimos en probarlo todo, exagerando el espíritu crítico, cultivando la
duda, manteniendo actitudes de desconfianza, jamás podríamos actuar, y
permaneceríamos en la miseria envidiosa y triste de las frustraciones; la
necesidad de asumir esta realidad y de evitar este riesgo nos conduce a la
fe. Incluso en las relaciones simplemente humanas es necesaria una cierta fe,
que podemos llamar menor, o confianza. Pero, sobre todo en relación con Dios.
Es entonces cuando la conciencia se manifiesta como un principio de conexión
entre la criatura y su Creador; ella nos enseña, dice Newman, «no {15 (55)}
solamente que Dios existe, sino cómo es; proporciona a la mente una imagen
real de Dios que nos sirve de medio para darle culto; nos proporciona la
regla, recibida de Dios, para saber lo que está bien y lo que está mal, y un
código de deberes morales» (20). Este «instinto sobre el bien y el mal es
anterior al acto de razonar» (21). |
El
bien y el mal |
El
conocimiento del bien y del mal genera un deber ineludible que no permite la
indiferencia. A menudo, el don de la conciencia despierta un deseo que
sobrepasa lo que ella puede ofrecer, y crea una sed, una impaciencia, para
conocer al Señor invisible que nos gobierna y nos juzga haciendo que sintamos
su voz en lo más secreto de nosotros mismos. Es así que las disposiciones
morales conducen a la fe, es decir, a la total sumisión a Dios, de lo cual
resulta que el mejor maestro interior, en materia de religión, es nuestra
conciencia (22), que impone un deber: cuando lo acepto y «obedezco, siento
satisfacción; cuando hago lo contrario, me entristezco, como cuando complazco
o cuando ofendo a un amigo hacia el que profeso veneración» (23). |
Newman
usa la palabra «conciencia» no en el sentido de una fantasía o de una
opinión, sino como la obediencia responsable a lo que considera una voz
divina que se hace audible dentro de nosotros (24). Existe el abuso de quien
invoca la propia conciencia y pretende eludir la obediencia que ella impone,
«obediencia que, igual que la autoridad, es esencial a la religión» (25). |
Newman
concreta bastante: «La norma y medida del deber no es la utilidad, ni la
facilidad, ni la felicidad de la mayoría, ni la conveniencia del Estado, ni
la adaptabilidad, ni el orden, ni lo bello. La conciencia no es egoísmo
permisivo, ni un deseo de ser consecuente consigo mismo; sino que es el
mensajero de Aquel que, tanto por naturaleza como por gracia, nos habla a
través del {16 (56)} velo, y nos enseña y guía por sus representantes». |
Abusos |
Recuerda
que «la conciencia tiene derechos porque tiene obligaciones, a pesar de que,
en nuestra época, para una gran parte personas, el derecho la libertad de
conciencia consiste en destruirla e ignorar al Legislador y Juez, con el fin
de sentirse independientes de cualquier obligación» (26). No es, por lo
tanto, dice en una carta, el derecho de la propia voluntad, sino un monitor
severo, y solamente cuando somos fieles a ella se desprende y coincide con
ella la ley natural (27). Se equivocan, consiguientemente, aquellos que
consideran la conciencia como una propiedad, como un gusto que nos determina
a hacer tal o cual cosa; de otra manera, puede considerarse como la voz de
Dios. Todo depende de esta distinción: la primera manera no es compatible con
la fe, la segunda sí (28). Constata que «la mayoría de los humanos no han
formado sus ideas religiosas según esta sinceridad de espíritu» (29). Pero
«en la medida en que el hombre se esfuerza en obedecer la propia conciencia,
descubre la imperfección con que lo hace, y el sentido del deber se torna más
agudo, y la percepción de la transgresión es más delicada» (30). Es de este
modo que «la obediencia a la conciencia conduce a la obediencia del
Evangelio» (31). |
La
primera Iglesia |
Nos
equivocaríamos si, con todo lo dicho, pensáramos que la fidelidad al
principio de la conciencia se reduce a efectos, aunque profundos, meramente
individuales, en cada sujeto. Él, conocedor y apasionado por la Iglesia de
los primeros siglos, cree que ésta «estuvo formada principalmente por los que
se habían ejercitado largamente en el hábito de obedecer esmeradamente sus
propias conciencias» (32). En uno de sus sermones nos deja el mejor consejo
para que podamos crecer en el conocimiento de Dios, en el de nuestros deberes
y en el descubrimiento y distinción de la voz de Dios en lo más profundo de
{17 (67)} nuestro ser, cuando dice: «El camino para obtener más luz es
obedecer a la luz que ya poseemos» (33). |
Estos
tres aspectos de la conciencia a los que hemos aludido se sobreponen y se
manifiestan concentrados en una experiencia difícil de deshilvanar. Conocer y
sentirse empujado a obrar, obrar y decidirse a amar y, todavía, amar para
conocer más, porque el corazón, en el que se refleja Dios, siempre vuelve a
hablar al corazón. Tú, Señor, estás en lo más hondo de mi corazón. Eres la
vida de mi vida. En el mundo material solamente te percibo obscuramente, pero
reconozco tu voz en mi conciencia, y me vuelvo a ti y te llamo: ¡Rabboni!,
Maestro» (34), escribe en una de sus Meditaciones. ¡Dios mío, tú me estás
viendo!» Ésta es la razón de por qué hemos de rogar a Dios: «para que nos en
serie el misterio de su presencia en nosotros (35). |
Podríamos
alargar más estas líneas, disponiendo una prolongada antología de textos que
nos mostrarían el secreto de la fidelidad de Newman a la voz de Dios, a la
vez que nos servirían de lección a nosotros mismos. |
Pero
bástenos, para colofón, este fragmento epistolar: |
*La
conciencia es el Vicario original de Cristo, un profeta en sus informaciones,
un monarca en sus exigencias, un sacerdote en sus bendiciones y anatemas, y,
aun cuando cesase de existir el sacerdocio eterno por mediación de la
Iglesia, aún en ella el principio sacerdotal permanecería y mantendría su
dominio, encarnado en la conciencia» (36). |
Misterio
de la presencia de Dios |
(1)
Jean Guitton, LA PHILOSOPHIE DE NEWMAN, p. XVI. |
... |
(2)
Maurice Nédoncelle: LAS DIVERSIDADES DE NEWMAN, «Orbis Catholicus» III (1960)
T. pp. 212-215. Añade un segundo principio, el de desarrollos o crecimiento,
ya que vivir es cambiar, bien que manteniendo siempre la fidelidad a los dos
componentes, a saber, la tradición y la libertad. Y, aún, un tercer
principio, que Newman recoge de Aristóteles, la «phronesis» (sabiduría
práctica) o capacidad para juzgar y deducir conclusiones concretas. |
(3)
UNIVERSITY SERMONS, pp. 187-190, 211, 297; P. S., vol. VIII, pp. 121-122:
DEV., pp. 178-185, 325-326. También en otras partes, especialmente en su
abundante correspondencia (K. C.; MOZ.: L. D.). |
(4)
GRAMMAR OF ASSENT (I.T. Ker ed.), p. 73. |
(5)
APO. (M. J. Svaglie ed.), p. 73. |
(6)
APO., p. 18, donde Newman lo refiere a sí mismo. La idea ya se encuentra en
P. |
S.,
vol. I, p. 20. |
(7)
Véase, p. e., P.S., vol. IV, Pp. 20-21. |
(8)
CALL., p. 313: «The echo of a person speaking to me». |
(9)
Cf. MEDITATIONS ON CHRISTIAN DOCTRINE, XIX: « require no faith, for I have
had a long experience, as to thy providence towards me. Year after Thou hast
carried me on» (M. D., p. 334). |
(10)
LETTRE AU DUC DE NORFOLK (1874) ET CORRESPONDANCE RELATIVE A L'INFALIBILITÉ
(1865-1875), B. D. Dupuy ed. (Desclée, 1970), p. 256. |
(11)
U.S., p. 18. |
(12)
U. S., p. 183: «No one will say that Conscience is against Reason... Reason
analyzes the grounds and motives of action: a reason is an analysis, but is
not the motive itself». |
(13)
IDEA, p. 191: «Conscience indeed is implanted in the breast by natures. |
(14)
P.S., vol. IV, p. 213. |
(15)
Lo destaca M. Nédoncelle, «Simples réflexions sur l'autorité de la
conscience», en PROBLÉMES DE L'AUTORITÉ (Paris, 1962), p. 229. Cit. por
Dupuy, o. cit., p. 257. |
(16)
Terencio, ANDRIA. 1, 635. Newman comenta en G. A, p. 16: Our counsciousness
of self is prior to all questions of trust or assent». |
(17)
P.S., vol. I, p. 216. |
(18)
G. A., P. 47. |
(19)
Robert Sencourt, THE LIFE OF NEWMAN (Glasgow, 1918), p. 244. |
(20)
G. A., p. 251. |
(21)
Carta a su madre, 13 de marzo de 1829 (L. D., vol. II, p. 130). |
(22)
G. A., pp. 105 y ss. y 251. |
(23)
CALL., p. 314. |
(21)
CE. A LETTER TO THE DUKE OF NORFOLK: DIFF., vol. II, pp. 245 y 58. |
(25)
DEV., p. 86. |
(26)
A LETTER... (DIFF., vol. II, p. 250). |
(27)
A LETTER... pássim. |
(28)
S.N., p. 327. |
(29)
Carta a su hermano Charles, 12 de diciembre de 1823 (L. D., vol. I, p. 170). |
(30)
O. S., p. 67. |
(31)
P. S., vol. VIII, p. 202. |
(32)
Íd, p. 207. |
(33)
P. S., vol. IV, 131. |
(3-1)
M. D., p. 276. |
(35)
P. S., vol. V, p. 235. |
(36)
A LETTER... (DIFF., vol. II, pp. 248-249). |
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