Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
261. NOVIEMBRE. Año 1989 |
0.
SUMARIO |
PONER
a Dios en el universo mental de nuestros pensamientos no basta para vivir de
la fe. La fe es muerta si no genera esperanza, y la esperanza surge del
desprendimiento y la generosidad. La semilla no se multiplica si no dejamos
que caiga en el surco. El que se limita a guardar camina hacia la miseria de
la desesperación. El mundo cultiva vanidades para distraerse de esta amenaza.
Si cada hombre comprendiera todo lo que Dios le ha dado, y lo convirtiera en
semilla, no tendría todavía la plena felicidad en la tierra, pero sentiría,
por dentro, la paz de quien camina seguramente hacia ella. |
HUMILLACIÓN |
MOMENTOS |
PARA
SER SANTO |
CRISTO
SATISFACE NUESTROS DESEOS |
IGLESIA
SANTA |
NEWMAN.
SOBRIA HUMILDE SOMBRA DE LITTLEMORE |
NORMAS
PARA ORAR CON SENCILLEZ |
{1
(141)} |
1.
HUMILLACIÓN |
He
sido respetado, obedecido, |
también
escarnecido, despreciado; |
pero
mi corazón prefiere, en esta tierra, |
la
sombra sobria, humilde, |
más
que la falsa luz de los halagos. |
¿Por
qué me oprime como algo fatal |
el
peso del deber, la tentación...? |
¿Por
qué esta mezquindad, |
cuando
existe un destino más feliz |
participando
de la Cruz del Salvador? |
Esta
es mi oculta suerte, |
pues,
sin que todavía alcance el cielo, |
me
llevará adelante |
por
el camino más derecho. |
Señor,
te pido que lo purifiques |
de
falsificaciones terrenales |
para
que sea solamente tuyo. |
John
H. Newman, C. O., (Malta, 16. 1. 1833) 2 (142) |
{2
(142)} |
2.
Momentos |
MOMENTOS,
hitos de nuestro tiempo, a partir del primero de los cuales se inició muestra
andadura en este mundo, que luego sería señalada, dividida, en toda su
duración, por los restantes, aparentemente irrelevantes unos, y
verdaderamente trascendentes otros, encargados de imprimir carácter a nuestro
ser personal. |
Todo
comenzó, para cada uno de nosotros, con el don de la vida, nuestro primer
momento, por el que accedíamos a la existencia del ser que somos, que sólo
pudo sorprender os y admirarnos al alcanzar la edad consciente. Don no
solicitado, totalmente gratuito, que nunca agradeceremos bastante. Sin la
realidad natural de haber sido llamados a la vida, nada habría sido posible
después. De donde la importancia capital de lo que por naturaleza somos. En
adelante, Dios tendrá siempre en cuenta nuestro ser natural, porque es desde
ahí que se inicia su contacto con nosotros, y lo mantiene para enriquecerlo y
espiritualizarlo, sin jamás destruirlo. Será el elemento material en que
pueda apoyarse y convertirse en signo de salvación, en sacramento de comunión
divina, por medio de la gracia. |
Un
segundo momento de gran trascendencia, para los que tenemos fe, lo
constituye, precisamente, el instante en que descubrimos el contacto
sobrenatural de Dios con nosotros, que nos ha tomado por morada suya. El
Bautismo cristiano, administrado generalmente en la infancia todavía
inconsciente, necesita ser descubierto por la fe personal. Creer es como ver
hacia dentro. Ver a Dios en nosotros y reconocerlo como un ser personal,
próximo, dulce, infinito, necesario y deseado a medida que se nos hace patente
su amor, y por caminos de amor queremos regresar a él. Ése fue el gran
descubrimiento de Newman, en su adolescencia —«Myself and my Creator!:—. |
E:
preciso que el cristiano se detenga ante la evidencia de la inmediatez
divina, sin lo cual resultaría imposible convertir la fe en vivencia. La
religiosidad sería una {3 (143)} molestia y no una liberación, y la vida
misma una lucha de ambiciones y egoísmos, y no un camino hacia Dios y con
Dios. |
Hay
un tercer momento, para el creyente, en el que interviene, si no rehusamos
escucharla, la voz del Espíritu divino. Se hará tanto más perceptible según
que hayamos sido más atentos a la inmediatez de Dios que nos acompaña y
conmora en nosotros. El Espíritu, «huésped del alma», habla a la conciencia y
le ayuda a discernir el modo como debe construir «su regreso al Padre». La
mayoría tendrá que seguir el llamamiento divino en orden a construir un
hogar, que sea escuela de virtudes, y desde el que se den nuevos adoradores
del Adorable, en un ensayo que quisiera ser anticipación del cielo. Para
otros —más de los que se deciden a seguir el llamamiento― la voz del
Espíritu les invitará a una disposición radical y profunda para asumir la
respuesta de fe en una entrega total según el Evangelio, para imitar a log
apóstoles y primeras vírgenes y ascetas de la Iglesia. Son modos para un
mismo fin: |
el
Reino de Dios. Pero que no pueden decidirse con ligereza. De la lealtad a la
voz del Espíritu dependerá la santidad y la felicidad, incluso en esta vida
y, sobre todo, la del cielo. |
Un
último momento es ese que llamamos muerte. Para el creyente es arribar a
Dios, alcanzar la orilla de la eternidad: el gran nacimiento, para estar
siempre con Dios y los santos, participando de la actividad bienaventurada
del puro amor. |
Allí
resuena el «¡Siempre, siempre, siempre...!» que ensimismara a una santa. Un
siempre que no será, como los momentos de la existencia temporal, un fugaz,
indivisible espacio que se esfuma y pierde, sino la posesión definitiva y
gozosa de Dios. |
{4
(144)} |
3.
PARA SER SANTO |
SE
recoge de entre los consejos de san Felipe Neri que, para la santidad, era
indispensable partir de un corazón sinceramente humilde. Desconfiaba de los
recién convertidos, con afán de convertir a otros, cuando ellos mismos se
debían consolidar en la virtud. También de los que adoptaban actitudes
humildes, sin una verdadera convicción interior. La práctica de la virtud,
cuando uno mismo se autocontempla por su efecto externo, genera la peor de
las soberbias, porque da lugar a complacencias y a murmuraciones totalmente
destructivas por el escándalo que producen en los más débiles. En cierta
ocasión, san Felipe alabó el buen comportamiento de un miembro que había
entrado en la Congregación, ya mayor, y que no desdeñaba cumplir los
servicios más humildes de la casa, con toda naturalidad, a pesar de que era
de familia noble. Y dijo a propósito de aquel ejemplo: «Sabed que las
personas nobles, como lo es ésta, cuando se entregan a servir a Dios se
humillan más de grado que otras que tienen menos de que envanecerse». |
Como
receta para una perfecta humildad solía decir que hacían falta estas cuatro
cosas: despreciar el mundo, no despreciar a nadie, despreciarse a sí mismo y,
por último, no hacer caso de que otros nos desprecien. |
Es
evidente que hay que comenzar por prescindir de los criterios mundanos. El
mundo quiere un cielo aquí en la tierra, y deja en segundo lugar el verdadero
fin sobrenatural del hombre, cuando se opone o entra en contradicción con las
apetencias de riqueza, prestigio, placeres, etcétera, en busca de los cuales
dedica la mayor parte de sus afanes terrenos. No opone directamente a Dios,
pero le dedica no más que las sobras. |
No
despreciar a nadie exige humildad porque no todo el mundo, a primera vista,
despierta simpatía ni resulta agradable, bien sea por la cortedad de nuestra
propia visión y entendimiento como porque realmente los demás tienen defectos
{5 (145)} y causan molestias que es difícil soportar y disculpar. Ello
entraña la advertencia, por añadidura, de examinarnos para emprender la
corrección de nuestros propios defectos advertidos, con objeto de no
disgustar a nuestro prójimo, como nos gusta que él no nos moleste a nosotros.
Es un modo de practicar la caridad no exigir que los demás nos soporten,
tanto como nos esforzamos en soportar a los demás, y apreciarles. |
Despreciarse
uno a sí mismo. Es difícil, porque el instinto de defensa y nuestros impulsos
primarios hacen creernos mejores de lo que realmente somos, sobre todo si
recibimos o hemos recibido lisonjas o alabanzas, incluso bien intencionadas,
pero casi siempre desproporcionadas si provienen más del sentimiento que de
la razón de quienes nos manifiestan su simpatía, o, de algún modo, necesitan
de nuestro afecto, como los mismos padres, familiares y amigos. |
El
último punto puede ser el más difícil de todos, puesto que se trata de no
despreciar a nadie, pero, a la vez, no inmutarnos ni cambiar de buenos
propósitos, a pesar de que no reconozcan, aun contra la justicia, nuestra
buena razón. Es el caso del dolor que causan las envidias, ingratitudes,
odios vanos, que tal vez espíritus obcecados o resentidos pueden sentir hacia
nosotros, precisamente porque quisieran destruir el bien que no pueden negar.
No podemos comportarnos de modo que estemos pendientes del aplauso exterior,
lo mismo que de las censuras gratuitas, sino que hay que mantenerse
desprendidos de los criterios humanos, y perseverar apoyados en los motivos
sobrenaturales. |
Después
de todo esto, queda limpio el cimiento para edificar la santidad, según la
entendía san Felipe Neri. |
{6
(146)} |
4.
Cristo satisface nuestros deseos más profundos |
CONSEGUIR
una relación viva con Cristo representa algo más que lo que solemos entender
por "creer" en él; o, en cualquier caso, para tener una fe plena en
él hará falta que nuestra relación se haga personal, hasta descubrir que en
lo profundo de nosotros mismos se fraguan deseos y aspiraciones que
encuentran en Cristo su auténtica realización. El P. Klemens Tilmann, del
Oratorio de Múnich, preocupado siempre por temas de pedagogía y de oración,
especialmente en el ámbito de la juventud, ha propuesto un modo sencillo para
llegar a esa convicción, en uno de sus libros (Übungsbuch zur Meditation),
por medio de un ejercicio dividido en tres momentos. Ofrece una lista de
deseos y lugares del Nuevo Testamento, como materia de meditación, y recomienda
que ésta comience con una toma de conciencia por la cada uno descubra que,
dentro de sí mismo, alberga tales deseos, de modo abierto y velado. En un
segundo momento, debe reflexionarse comprobando cómo Cristo responde a tales
deseos y, finalmente, se convierte en oración dejando que, del modo como las
raíces se hunden en la tierra, entren en la contemplación del alma. |
La
lista de tales deseos y sus correspondencias bíblicas las distribuye del modo
siguiente: |
I.
Deseos que viven en nosotros: |
El
deseo de ser comprendido (Mc 12, 43), |
de
ser reconocido (Jn 1, 47; 4, 17-18; Ap 2, 19), |
de
aprender a vivir auténticamente (Mt 22, 16), |
de
tener un objetivo por el que merezca la pena vivir (Flp 3, 12-14), |
de
conocer el propio camino (Jn 14, 6), |
de
poseer algo seguro y que no se pierda (Mt 6, 195), |
de
ser amado de un modo desinteresado (Ga 2, 20), |
de
amar sin necesidad de perderse (Jn 21, 15-17), |
de
ser protegido y defendido (Mt 23, 37), |
de
estar seguro (Jn 10, 29), |
de
ser invencible (Jn 5, 4; 16, 33; Hch 5, 41-42). |
{7
(147)} |
II.
El deseo de tener un amigo en quien poder confiar (Jn 5, 15), |
que
esté siempre dispuesto a escucharme (Mt 11, 28), |
que
me comprenda siempre (Lc 7, 44-47), |
que
quiera lo mejor para mí (Rm 8, 28), |
que
me diga mis defectos (Mt 5, 7), |
que
me proporcione alegría (Jn 17, 13), |
que
me sirva de apoyo (Rm 8, 38-39), |
que
jamás me engañe (Hb 10, 23), |
que
busque mi amistad (Ap 3, 8), |
que
se alegre de mi amor (Ap 3, 20). |
III.
El deseo de tener un maestro a quien poder mirar (Jn 6, 68), |
que
no pase por alto el corregirme (Ap 2, 4), |
que
me interpele con sus exigencias (Lc 9, 57-62), |
que
no me deje ser bueno a medias (Ap 3, 15-16), |
que
me ayude a superar mis errores (Flp 4, 13; 2 Co 12,9), |
que
me garantice la plenitud de la vida (Jn 8, 12), |
que
me libere del resentimiento y del hastío (1 Co 13, 5-7), |
que
me libre de la angustia de la vida (Jn 10, 16), |
que
dé sentido a mi vida (Jn 17, 3), |
que
me enseñe a comprender el mundo (Mt 6, 26; 13, 24-30), |
que
me ofrezca un proyecto de vida (Ef 1, 18-23), |
que
me ayude a realizar mis capacidades (1 Tm 1, 15), |
que
sepa sacar lo mejor de mí (Mt 5, 48; Flp 1, 6), |
que
me ayude a ser fiel (1 Tm 1, 12), |
que
me libre de las preocupaciones (Mt 6, 25-34), |
que
transforme para mí lo desagradable en hermoso (Hch 5, 41), |
que
me haga interiormente puro (Ef 3, 8-9), |
que
me haga fuerte (Rm 8, 37; Flp 4, 13), |
que
haga de mí un ser amado (Hch 2, 47), |
que
me haga crecer más allá de mí mismo (Rm 8, 14-29). |
IV.
El deseo de alguien mayor que yo y del que pueda depender (Mt 10, 37), |
a
quien yo pueda admirar (Lc 11, 27), |
que
tenga ascendiente sobre mí (Jn 1, 9; 12, 32), |
que
me llame a un gran quehacer (Mt 11, 12; Lc 11, 23), |
que
tenga fuerza (Mt 28, 18), |
que
sea capaz de cambiar el inundo (Ap 21, 5), |
{8
(148)} que tenga muchos seguidores (Ap 5,9), |
que
posea un proyecto de alcance mundial (Lc 1,33; Ef 1, 10; 1 Co 15, 28), |
que
traiga la paz a los hombres (Jn 4, 27; Hch 2, 42-47; 4, 32), |
que
me sitúe en el lugar exacto (Ef 4, 11-13), |
que
me realice (Jn 11, 25), |
que
me haga feliz (Ap 19,9). |
Ni
esta lista de deseos es inagotable, ni los lugares del Nuevo Testamento a que
corresponden. |
La
esperanza del cielo. |
EL
que tomó la iniciativa de amarte y atraerte a su amor con beneficios y
gracias no se detendrá, sino que continuará hasta completar su obra. Incluso
las simples causas naturales no se detienen, a mitad de camino, hasta
alcanzar la perfección de aquello a lo que se dirigen. |
La
bondad las impulsa; y es que el bien es difusor de sí mismo. |
Pero
si eso hacen las criaturas, ¿qué no hará el Creador? Porque él es amor, es
bondad infinita. ¿Podría no llevar a conclusión su obra? Da oídas al Señor
Jesús, que dice: Mi voluntad «es cumplir la voluntad de quien me ha enviado y
llevar a término su obra» (Jn 4, 34). El que comenzó, pues, a amarte y a
atraerte con sus beneficios y gracias, a limpiarte de pecados, sin duda que
completará su obra. Todo lo cual constituye una preparación para la vida
eterna. |
No
tomes eso por ilusiones o imaginaciones tuyas, sino por inspiraciones
divinas. ¡Pero aunque fuesen imaginaciones! ¿Por ventura no serían buenas?
¿No provendrían de la virtud de la fe? Siendo, pues, así, que todo bien
proviene de Dios, es cierto que todas estas imaginaciones son iluminaciones
divinas. ¡Alégrate, pues, con estas palabras! |
Con
estas palabras se sintió confortado mi corazón. Y con lágrimas en los ojos
caí a los pies del Señor exclamando: «¡Señor, aunque me amenazaran los
ejércitos, mi corazón no tendría miedo!». |
Jerónimo
Savonarola, (Com. al Salmo «In te speravin») |
{9
(149)} |
5.
IGLESIA SANTA |
HACEMOS
bien siguiendo el criterio de la Iglesia, cuando llama santos a aquellos
cristianos que nos han precedido dejándonos el ejemplo de sus virtudes. Ella
nos garantiza que éstas merecen la bienaventuranza junto a Dios y que, si las
imitamos en orden a reproducir a Cristo en nuestras vidas, también nosotros
mereceremos el cielo. |
Pero
la Iglesia es santa, todavía antes que por esta razón, porque tiene
esencialmente su origen en Jesucristo, el Santo por excelencia, y porque éste
le ha dejado los medios de la santidad, la Palabra, los Sacramentos. En ella,
el resto es efecto de esta santidad esencial y de su vertiente activa. El
llamado sacerdocio de los fieles brota de la consagración bautismal y se
nutre de esta santidad, que el Espíritu distribuye, ordinariamente por la vía
sacramental y extraordinariamente por sus dones y gracias. Los procesos de
canonización no pueden medir en cada cristiano, y menos en todos los que
forman la Iglesia, los grados de santidad; sólo juzgan de la oportunidad de
proponer a algunos justos para modelo de imitación de Cristo. La riqueza de
la santidad pasiva —es decir, {10 (160)} de sus hijos—, de la Iglesia no cabe
en ningún calendario o lista de santos. Es perfectamente posible y muy
probable que en la asamblea celestial de los bienaventurados podamos
felicitarnos de la compañía de innumerables justos que están junto a Dios y
que en la tierra fueron menos conocidos, porque no tuvieron quienes se
interesaran en destacar sus virtudes o méritos, y en darlos a conocer, para
prestigio del pueblo o nación a que pertenecían, o a la institución que con
el honor de un santo propio sería más honrada. Así se comprende que, en
ciertas épocas, la oportunidad de proclamar santos a algunos cristianos se
venciera más bien por los reyes o personajes encumbrados socialmente, y,
sobre todo, por la gran desproporción entre unas naciones y otras o uno u
otro continente. Por ejemplo: junto a varios reyes, obispos, papas,
fundadores santos, hay un solo párroco santo, el cura de Ars, san Juan María
Vianney, canonizado en 1929, hace sólo sesenta años. Seguro que en el cielo
encontraremos a más párrocos santos. |
En
un libro se puede leer: «Los hombres por quienes dijo Jesús las
bienaventuranzas no salen en los periódicos. La {11 (51)} Iglesia es una
Iglesia de pequeños y de pobres y, por ende, de santos». Por esta razón, en
los primeros tiempos de la Iglesia, la santidad se reconocía, casi
exclusivamente, en los cristianos mártires por la fe o perseguidos a causa de
ella. Por eso, también la Iglesia actual nos in vita incesantemente a volver
los ojos hacia las primeras generaciones cristianas, para hacer más evangélica
nuestra vida, como lo fue la de los primeros discípulos del Señor, y así
purificarnos de vanidades a costa de la misma profesión de fe, y de sueños
triunfalistas que reducirían la misión de la Iglesia a otra versión de la
arrogancia farisaica y monopolizadora, parecida a la que, con pretexto de ser
más fiel a Dios, rechazó a Cristo, su enviado. |
La
celebración de la festividad de Todos los Santos, al final del ciclo anual de
la Liturgia, no es solamente una visión del cielo, a través de la fe, sino
que nos recuerda que los santos conocidos son, además, como representantes
del mayor número de los que no conocemos, pero que igualmente glorifican a
Dios en su gloria. |
Los
Santos son el ejemplo feliz y completo de la nueva creación, que Nuestro
Señor ha hecho desarrollar en el mundo moral, así como «los cielos proclaman
la gloria del Señor», su Creador. |
De
este modo, los Santos son la propia y verdadera evidencia del Dios del
Cristianismo, y proclaman en toda la tierra el poder y la gracia de Aquel que
los ha hecho. |
John
H. Newman, C. O., L. D., XII, 399 |
{12
(152)} |
6.
NEWMAN: SOBRIA HUMILDE SOMBRA DE LITTLEMORE |
Littlemore,
feligresía aneja |
LA
PARROQUIA de Santa María de Oxford, además de ser la iglesia universitaria,
se extendía a un lugar anejo, llamado Littlemore, que distaba poco menos de
cinco kilómetros, al sudeste de la ciudad. Allí, unas cuantas casas rústicas,
ordenadas en hilera, formaban una única calle, en un segmento de la carretera
que conducía a Sandford; unas pocas más se esparcían entre el verdor de los
campos, irregularmente recortados por senderos fangosos. En conjunto, paisaje
y personas resultaban harto diferentes de lo que constituía el ambiente
oxoniano. A pesar de ello, inmediatamente después de haberse hecho cargo de
la parroquia de la Universidad (1828), Newman se interesó por aquella porción
de su feligresía compuesta por apenas doscientas personas prácticamente
desasistidas hasta que él las toma a su cargo. |
Construcción
de la Iglesia |
Comenzó
por organizar el catecismo y la visita sistemática de los enfermos, y no
tardó en emprender la construcción de una pequeña iglesia y una escuela. Su
madre, ya viuda, y sus hermanas, venidas a vivir cerca de Oxford, pudieron
ayudarle en esa tarea. La iglesia, todavía en pie, contiene el {13 (153)}
sepulcro de la madre de Newman, muerta en 1836: |
fue
un destino merecido, porque ella había contribuido a la edificación con una
cantidad importante de dinero, que permitió empezar las obras, reservándosele
el honor de colocar la primera piedra (1). |
Después,
Newman recogió el dinero que faltaba con limosnas de sus amigos
universitarios de otros bienhechores. El obispo de Oxford, que siempre trató
a Newman con especial consideración, fue a consagrarla en el año 1836.
Resultaba simpático presenciar la dignidad, y a la vez la sencillez, de
aquella ceremonia, en la cual los clérigos y prohombres universitarios
compartían un mismo gozo con los rústicos campesinos que nunca habían
participado en una fiesta, para ellos, de tanta solemnidad. |
Con
el fin de proporcionar una mejor atención pastoral a aquella vecindad, Newman
pensaba que era preciso constituirla en parroquia, segregándola de la de
Santa María (2). En realidad, la clase de fieles que frecuentaba Santa María
era menos apta para el ejercicio de un apostolado tal como era costumbre
organizar en las parroquias. Newman, al principio, sintió la soledad y fue
mirado con extrañeza cuando se propuso restablecer ciertos cultos
tradicionales, raramente mantenidos en otras partes, donde las iglesias
permanecían cerradas y sin {14 (164)} culto ni predicación la mayor parte de
los días. La notabilidad le fue viniendo a medida que a la gente sencilla
—principalmente tenderos, criadas o trabajadores con horas libres― se
unieron compañeros y discípulos de la Universidad, incluso críticos y
curiosos, a la vista de un celo que resultaba inusual. |
El
culto y sermones en Santa María |
Sus
sermones semanales llegaron a crear una verdadera expectación. Incluso los
colegios modificaron el horario de los comedores para facilitar la asistencia
a aquella predicación. Pero el propio Newman consideraba todo aquello como
circunstancial, «del Movimiento», y no una actividad estrictamente
parroquial. Desde su punto de vista eran mejores parroquianos los feligreses
de Littlemore que el público que llenaba el templo de Santa María. |
Newman
amaba Littlemore. Hacía de aquel lugar la meta frecuente de sus largas
caminatas, y el camino andado en soledad le servía para pensar en sus
sermones, para meditar sus escritos en proyecto, en los tracts a redactar,
mientras profundizaba en las reflexiones que, entre temores y esperanzas, la
plegaria llenaba de transparencias. Era en esta oración donde, día tras día,
se acrisolaba y crecía en exigencia y pureza su amor por la «verdadera»
Iglesia de Cristo. Llegó a un punto en el que le pareció que ya no le quedaba
nada por decir, y que se acercaba, en todo caso, la hora de sacar las
consecuencias, tanto él como los que le oyeran, que la recta conciencia
exigiera. No era que se sintiera cansado, pero sí que estaba convencido de
que, como anglicano, había hecho de su parte todo lo posible para acercarse y
acercar a otros a la noción original de la Iglesia, a la par que auscultaba
los latidos de esta misma Iglesia contemplándola en su historia. No le
quedaba ya nada por decir; quedaba solamente, toda vía, la necesidad de rogar
por sí mismo y de exhortar a que hicieran lo {15 (155)} propio los demás. Fue
así como comenzó a considerar la posibilidad de retirarse a Littlemore. |
El
retiro en Littlemore |
Por
otra parte, durante el verano de 1839, comenzó a sentirse desautorizado para
aconsejar y hacer de guía a seguidores y simpatizantes. Necesita el silencio
para él mismo. Si los amigos insistían en que no debía renunciar a Santa
María, buscaría a alguien que por lo menos le substituyera temporalmente y,
mientras, él se instalaría en Littlemore, en donde, desde hacía algún tiempo,
ya había tomado la costumbre de permanecer algún pequeño lapso de tiempo,
cada vez menos espaciado; por otro lado, ello redundaría en beneficio de
aquella feligresía. Se repetían las acusaciones de «romanista» con
insistencia, a pesar de que él se esforzaba, todavía, frenando los impulsos
de algunos que, según su criterio, se precipitaban al aproximarse al
catolicismo. De nada le valió publicar en el British Critic, en enero de
1840, un largo artículo en el que abundaban las críticas a la Iglesia de Roma
(3). El desencadenante de la decisión final fue la publicación del Tract 90,
en enero de 1841, que despertó las mayores controversias y, finalmente, la
condenación, por parte de los miembros de la jerarquía anglicana, uno tras
otro. No supieron ver que, en realidad, aquel escrito representaba el último
y máximo esfuerzo de Newman para contener las simpatías de los que miraban
hacia Roma. En realidad, como él mismo haría notar, «no se produjeron
conversiones hasta después de la condenación del Tract 90» (4). |
Sobriedad,
plegaria, estudio |
En
una carta a su hermana, de febrero de 1812 (5), le recuerda que su
determinación no es otra {16 (156)} cosa que el resultado de unos
pensamientos que lo acompañaban desde hacía mucho tiempo, tal como veía
reflejados en unos versos de Horacio: «Ya has jugado bastante, y comido, y
bebido, y es hora de que te retires, no sea que, bebiendo demasiado, hagan
burla de ti y te echen fuera los jóvenes, a quienes sientan mejor las
locuras» (6). Con elegancia clásica, pide prestados los versos de Horacio, y
así se ahorra de decir más cosas. Podía haber copiado más arriba, en la
epístola del poeta, porque también en aquellos versos se refleja la sabiduría
que exhorta a evitar el ejemplo del hombre imprudente o avaro, y seguir el
del sereno, sencillo y sobrio —como tal vez Newman recordaba en una poesía
escrita años antes, con ocasión de su viaje por el Mediterráneo— (7). También
recordaría al clásico cuando éste propugna el desasimiento, frente a las
ambiciones humanas: «Lejos de mi casa la miseria humana: poco me importa que
la barca que me lleve sea chica o grande, con tal que me lleve; porque a la
postre el pasajero es el mismo. Si el aquilón propicio no hincha las velas,
tampoco tendré que pasar la vida luchando contra la violencia del furioso
austro. En fuerzas, en ingenio, en figura, en valor, en linaje, en bienes,
soy el último de los primeros y el primero de los últimos». |
Es
la sobriedad de la virtud, la «fuerza del silencio» (8), de la plegaria y del
estudio. Sin perder la paz interior, no había descuidado prepararse un
refugio a la sombra de aquel modesto lugar, que se le antojaba pacífico como
Belén, en contraste {17 (157)} con la Jerusalén poderosa y sabia, próxima y
distante a la vez, representada por Oxford y la Universidad. |
La
única riqueza |
Había
comprado en Littlemore un terreno y unos establos abandonados. Por lo menos
hacía falta proceder a una gran limpieza, que se emprendió, hasta obtener un
espacio habitable, en medio de una gran sencillez. Y allí fue llevando Newman
sus libros —su única riqueza―, convirtiendo aquel rincón en un oasis de
paz, desde donde emprendería luego mayores batallas para su propio espíritu,
abnegadamente, austeramente, hasta alcanzar la luz. Difícilmente podían
comprenderle los que, mirando siempre hacia fuera de sí mismos, andaban
preocupados por alcanzar el triunfo dialéctico. |
Newman,
en cambio, miraba hacia dentro, ahondando en la propia conciencia,
dolorosamente, mientras esperaba el gran amanecer en el cielo de su propio
espíritu. |
(1)
July, Tuesday, 21st. A gratifying day. I laid the first stone of the church
at Littlemore. |
The
whole village there. The Hackers, Thomsons, Keble, Eden, Copelend, J. H. a
nice address. Prayers, Creed, and Old Hundreth Psalms, del diario de Mrs. |
Newman,
cit. en L.D., Yol. V, p. 106. En la conclusión del discurso al cual se
refiere la madre de Newman, éste decía: «Todo cuanto es nuevo es como la
hierba... |
―Every
thing is new like grass, withering ere it is grown up; but the Word, and the
Church, came of old from the everlasting God, and abide for ever». (ibíd.).
Una visión de esperanza que resurgirá en él otras veces, especialmente en sus
poesías. |
(2)
«My plan is this - ultimately to make Littlemore and St Mary's practically
separate parishes, and at present to provide a person who... Would take
Littlemore entirely or almost entirely to himself, en una carta a Robert
Isaac Wilberforee, y lo mismo a Richard Hurrell Froude, L. D., vol. II, pp.
162-163. |
(3)
Cf APOLOGIA (M. J. Svaglie, ed.), p. 119. |
(4)
APO., p. 131. |
(5)
LETTERS OF JOHN HENRY NEWMAN (D. Stanford, ed.). p. 88. |
(6)
«Lusisti satis, edisti satis atque bibisti; / tempus abire tibi est, ne potum
largius aequo / rideat et pulset lasciva decentius aetas». Hor. EP. II, vv.
214-216 y, los citados a continuación, vv. 199-204. |
(7)
VERSES ON VARIOUS OCCASIONS (1868), p. 98, que reproducimos en la traducción
de la p. 2 de este mismo número de LAUS. |
(8)
CF IS 30, 15. |
El
hombre, en su profundidad más honda, de lo que tiene una conciencia más clara
es del hecho de que todo su saber —lo que él llama así en su vida cotidiana—
no es más que una pequeña isla perdida en el océano infinito de lo que queda
por explorar: |
una
isla flotante, que nos es quizá más familiar que aquel océano, pero que en
definitiva sabemos que está sustentada por él y que sólo así nos sustenta. |
Por
tanto, la pregunta existencial que se presenta al que conoce os si puede
preferir la pequeña isla de lo que él llama saber al mar del Misterio
infinito. |
Karl
Rahner, S. I. |
{18
(108)} |
7.
Normas para orar con sencillez |
1.
Tómate cada día dos minutos para permanecer solo y en paz. |
Relaja
tu cuerpo, tu cabeza y tu corazón. |
2.
Habla a Dios con sencillez y naturalidad, y cuéntale lo que te preocupa. No
hace falta que uses fórmulas extrañas. Háblale con tus propias palabras. Él
te entiende perfectamente. |
3.
Entra en diálogo con Dios cuando te encuentres en tu trabajo diario. Cierra
los ojos, aunque sea sólo por unos segundos, dondequiera que estés: en medio
de tus negocios, en el autobús, en la mesa de trabajo. |
4.
Convéncete de esta verdad: Dios está contigo y quiere ayudarte. No es que tú
has de perseguirle para alcanzar que te bendiga: es totalmente a la inversa,
porque es el que quiere bendecirte. |
5.
Ruega con la seguridad de que tu plegaria se convierte inmediatamente en
eficaz, más allá de tierras y mares, y protege a tus seres queridos
dondequiera que se encuentren, y hace que llegue a ellos el amor de Dios. |
6.
Cuando hagas oración, has de tener ideas positivas, no negativas. |
7.
Apenas te dispongas a rogar, reafirma siempre la actitud de estar dispuesto a
aceptar, sea la que sea, la voluntad de Dios. |
8.
Cuando ruegues, déjalo todo en manos de Dios. Pídele fuerzas para hacer todo
lo que esté de tu mano; que el resto queda en las suyas, que son las mejores. |
9.
Pronuncia una buena palabra de intercesión en favor de aquellos que no te
quieren o que no te han tratado bien. Con ello obtendrás un vigor y una
fortaleza extraordinarios. |
10.
Cada día deberías hacer una oración por tu país y por paz. |
Cielo. |
La
figura de este mundo, afeado por el pecado, pasa; pero Dios nos enseña que
nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y
cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz
que surgen en el corazón humano. |
Entonces,
vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue
sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción se revestirá de
incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres
de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en
el hombre. |
Vaticano
II, IM 39 |
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