Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
263. ENERO. Año 1990 |
0.
SUMARIO |
PEDIMOS
el tiempo, como medimos todo lo que no es infinito, principalmente si nos
resulta escaso. Decimos que comenzamos y que acabamos el año, un año...
Cuando es tan difícil medir y atar el pasado, y aventurar la esperanza del
futuro, más allá del esbozo de lo simplemente convencional. Pero los
cristianos tenemos la fe, ese punto que roza y se apoya en lo infinito de
Dios, y, por ello, superamos las categorías temporales. El tiempo es nuestro
camino hacia Dios, y hay que andarlo con sobriedad, justicia y santidad, sin
contaminarnos ni ser cómplices de los pecados e idolatrías del mundo. |
ORACIÓN
A JESUCRISTO SALVADOR |
SIGNOS |
ACEPTAR
EL TIEMPO |
DERRIBAR
EL MURO |
1990:
AÑO DE NEWMAN |
NEWMAN.
EL PELIGRO DE LA RIQUEZA |
{1} |
1.
Tiempo de oración: ORACIÓN A JESUCRISTO SALVADOR |
Señor
Jesucristo, |
a
ti, que eres, a la vez, Dios salvador de los hombres |
y
Hombre todopoderoso ante Dios, |
te
invocamos, |
te
alabamos |
y
acudimos rogando: |
que
estés junto a nosotros con tu indulgencia |
tu
compasión |
y
tu perdón; |
que
siembres en nuestros corazones |
deseos |
que
tú puedas colmar, |
que
pongas en nuestros labios |
oraciones
que puedas complacer |
y
que nuestras obras y nuestros actos |
merezcan
ser bendecidos por ti. |
No
te pedimos, Señor, |
que
tu antiguo nacimiento según la carne |
se
reproduzca ahora para nosotros; |
pero
sí te rogamos que nos hagas nacer a tu Divinidad. |
Lo
que tu gracia única |
ha
realizado corporalmente en María |
realízalo
ahora, en el Espíritu, |
dentro
de tu Iglesia: |
que
su fe inquebrantable te conciba, |
que
su inteligencia sin mancha te dé a luz, |
que
su alma, cubierta por la virtud del Todopoderoso, |
te
guarde por siempre jamás. |
De
la liturgia mozárabe 2 |
{2} |
2.
Signos |
SIGNOS,
reconocer los signos desde la fe. El iconoclasta no deja espacio, en su alma,
para un acto de fe. Será un filósofo, tal vez, o un esteta, o un fanático,
pero no un creyente. El hombre, cuando ha de ascender por los caminos
espirituales, no puede hacerlo sin partir del plano de los signos, que, desde
lo visible, lo elevan a lo que es invisible. Por eso Dios se hizo
"signo" en Jesucristo, para que quien viera a Cristo y creyera en
él viera también al Padre. |
El
signo no se presenta como evidencia de lo significado, sino que propicia y
postula el ejercicio de la fe. La fe no es el resultado de una ecuación de
evidencias, sino que se construye desde la limpieza del corazón. Solamente en
el corazón limpio pueden reflejarse, como en un espejo espiritual, y sin
deformaciones, las verdades divinas. |
Dios
no se manifiesta u sus criaturas intelectuales a modo de alfilerazo que se
clava en sus mentes, sino que deja descubrir que huellas alrededor de todo lo
que nos envuelve ya lo largo de todo cuanto sucede. No mediante automatismos
y milagrerías, sino a través de signos que tienen lugar en el tiempo, en la
vida de cada uno de nosotros, lo mismo que en el acontecer colectivo de la
humanidad. Eso que llamamos historia y que entre todos protagoniza unos,
mientras subyace dentro la acción de la providencia, tal como recordaba san
Agustín, y cuyo sentido sólo puede reconocer la visión de la fe. La fe no es
la visión de Dios, sino del camino que conduce a Dios; visión de peregrino,
dialéctica si se quiere, pero no vacilante. |
Existen
dos posiciones extremistas, opuestas entre sí, pero igualmente erróneas: |
le
de aquellos que borrarían todo signo, creyendo que de este modo salvarían la
pureza conceptual, pero que no se dan cuenta que ello les llevaría a la
desnudez de un angelismo desencarnado, y a una verdad imposible; y la de los
sensuales y avaros, que se pegarían a las satisfacciones y consuelos de la
sensibilidad o a las seguridades de las riquezas, convirtiéndolo todo en su
dios falso. Ambas posiciones son incompatibles con la fe cristiana. |
{3}
El signo hace siempre referencia a una realidad que le supera, pero que ya
señala ya la que aproxima, y por eso e necesario y debe ser venerado. La
santa humanidad de Cristo envuelve y señala su divinidad de Hijo de Dios; los
sacramentos pon signos de la gracia que causan eficazmente; la Iglesia en
signo del Reino de los cielos: el mundo lleva impresa la huella de Dios
creador; el hombre, la semejanza divina en su inteligencia y su libertad...
«Todo es gracia», exclamaba san Pablo. |
Newman
diría que todo es signos. Solamente los superficiales desprecian las
señalizaciones que, sobre lo natural, indican el orden superior de la gracia;
las que, desde lo temporal, apuntan a lo eterno; las que, desde lo humano, se
proyectan a lo divino. |
En
el orden creado es cierto que ni hay males absolutos ni bienes definitivos,
pero sí datos suficientes para que podamos avanzar «desde las sombras y las
imágenes hacia la verdad» que desemboca en Dios mismo, frente al cual
desaparecerá todo signo, para dar paso a la única realidad de Dios todo en
todas las cosas. Mientras esperamos esta hora, hemos de ejercitarnos en la
fe, mirando al mundo, con atención sobrenatural y disposición de fe, parecido
a cómo debemos asistir al culto que ya tributamos a Dios, y que sería
imposible si excluyéramos la riqueza simbólica que lo caracteriza y los
signos en que se apoya. |
SIGNO
Y CONTRASIGNO EN LA IGLESIA. |
No
tengo inconveniente en aceptar la existencia de mal en la Iglesia visible. ++
Para mí el gran problema no es cuánto mal queda en la Iglesia, sino cuánto
bien le ha dado fuerza y ha sido en ella ejercitado de una manera práctica,
de tal modo que ha dejado su marca para toda la posteridad. Es tarea
suficiente para la Iglesia si positivamente se emplea en hacer el bien, aun
cuando no pueda destruir el mal, sino solamente a base de suplantarlo con el
bien. |
John
Henry Newman, C. O., L. D. XXVII, 261 |
{4} |
3.
Aceptar el tiempo |
LA
TEMPORALIDAD es una categoría que le viene impuesta al hombre, como un don
que sigue a la vida y la convierte en viable. El ser creado se mueve en el
tiempo. Es su medio, y el más importante de los regalos de Dios, después de
darnos la vida. |
Cantidad
y espacio necesitan del tiempo para sostener la fluidez de la vida; pero
también le comunican fugacidad, por la que adivinamos que la condición de la
temporalidad da a nuestro ser el carácter de contingente, porque se nos hace
evidente que nuestra existencia, siempre en precario, puede interrumpirse. |
Se
dice del tiempo que hace sabios a los humanos. La sabiduría que él crea nos
enseña, ante todo, a no malgastar un don que no es infinito, lo cual nos lo
convierte en más precioso, como tesoro que no puede desperdiciarse y cuya
malversación parcial o total es irreparable. El tiempo pasado no vuelve
jamás. Podemos decir, en verdad, que él es nuestra riqueza lo mismo que
nuestra pobreza. |
Sin
embargo, Dios, que está por encima del tiempo porque es eterno, ha aceptado
entrar en él. ¿Por qué lo ha hecho? Juan Pablo II ha dicho «que Dios, al
nacer en Belén, ha aceptado entrar en el tiempo y penetrar de este modo en la
historia, para ser principio de un tiempo nuevo» (1.1.1979). Nosotros, aun
desde nuestra pequeñez, podemos vislumbrar la enormidad de tal proyecto, en
especial en razón de la época que nos ha correspondido vivir, caracterizada
por la amplitud de los cambios que en el mundo se operan, a los que asistimos
reconociendo la mano de la providencia, que, sin suprimir la libertad de los
hombres, señala nuevos destinos a la humanidad, mientras se derrumban unos
materialismos en beneficio de otros {5} que exaltan al dinero como dios único
de los hombres, cuya meta parece ser la de abrirse paso en el mundo a base de
conseguir las máximas ganancias con el mínimo esfuerzo propio, gastar de
acuerdo con los caprichos y consumir arrojando las sobras de lo nuevo, apenas
acabado de estrenar, sin que se dé importancia a la miseria ajena, a costa de
la cual persiste la cínica injusticia del despilfarro. Los ideales, si por
casualidad se proclaman, son referencias abstractas y decoración cultural;
las religiones se admiten solamente en la parte útil y domesticada, discreta
y más o menos recompensada, para que no estorbe la construcción del siempre
añorado paraíso terrenal y amurallado, sin darle apertura a la eternidad como
destino último del hombre. Toda referencia a este fin se interpreta como
anuncio de desgracias. No esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, sino
que condicionamos la aceptación de Dios, en la medida en que complazca
nuestras peticiones para esta tierra. |
El
comunismo real, ahora en crisis, intentó recoger esta aspiración de felicidad
terrena, con el propósito utópico de extenderla al máximo número de hombres,
hasta invadir el mundo entero. Quiso hacerlo con la fuerza porque no creía en
la gracia; pero ha fracasado en su intento de establecer una forma
igualitaria de hermandad universal, aunque no andara descarriado del todo al
partir de los más pobres, como en el Evangelio. Sin confesarlo, de él tomó,
usurpándola, esta idea de hermandad universal, y acusó a los cristianos de
haberla escondido o traicionado. Su juicio era precipitado y, por ello mismo,
injusto. También olvidó que no era posible hermanar a los hombres y negar al
Padre de todos ellos, Dios. Y por esto fracasó. Nos dejó, sin embargo, esta lección
o advertencia: el ensayo del marxismo no habría sido posible si los
cristianos hubiésemos puesto más diligentemente la lógica de la fe en nuestro
tiempo y en nuestra historia. Nuestra vida, en el tiempo, ha de organizarse
con vistas a la eternidad. En cambio, hemos perdido muchas ocasiones. |
Nos
hemos complacido recordando el pasado, poniendo los ojos en un Cristo
aséptico y lejano, «que pagó por todos», y hemos exaltado el heroísmo de los
santos, gastando más energías en proclamar sus méritos que en imitar sus
virtudes. |
Hemos
descuidado el desarrollo en nosotros de la semejanza con Cristo, cuya imagen
se nos imprimió en el bautismo; no hemos renunciado a nuestros ídolos, a
pesar de las repetidas desgracias padecidas a causa de ellos, especialmente
por nuestro apego a las riquezas, si las {6} teníamos, o por tantas envidias,
si las codiciábamos. |
Puestos
a mirar el futuro, no lo hemos hecho pensando en preparar nuestra eternidad,
sino que nos hemos limitado a la vanidad de anticipar celebraciones
triunfales de aquella gloria, a base de montar festivales apoteósicos y
enajenantes que nos sugestionaban y facilitaban el olvido de las miserias
presentes. Hemos permanecido ayunos de verdadera esperanza cristiana y nos
hemos olvidado del presente, que es el verdadero tiempo de gracia, pero
igualmente el más fugaz por excelencia, y se nos ha huido sin atender
nosotros a la urgencia de su reclamo, y darle una respuesta de fe y hacerlo
fecundo de amor a Dios, a la misma vida y a todos los hombres. |
Hemos
tenido la suerte de la promesa de Cristo que ha mantenido la fidelidad de su
Iglesia, la cual se ha abstenido de borrar ni una sola tilde del mensaje
divino de que es portadora; pero nos ha molestado y hemos discutido entre
nosotros cuando un santo nos ha comprometido, o un profeta nos ha
interpelado, o un mártir se ha convertido en denuncia pacífica de nuestra
instalación, "entre los buenos de siempre", como si pudiera
bastarnos el intento de reducir la misión de la Iglesia de Jesucristo a ser
la depositaria de un sistema de consuelos burocratizados, en vez de
mantenerla en la contradicción martirial de ser fiel a la tarea de reunirnos
en la comunión de Cristo y construir el Reino de Dios, cuya historia se
inauguró con los tiempos nuevos, a partir del nacimiento de Jesús, en Belén. |
No
podemos despreciar la gracia, no podemos rechazar el tiempo. San Felipe decía
a los jóvenes: |
«¡Dichosos
vosotros, que aún tenéis tiempo para haceros santos!» Su época también fue de
grandes cambios, casi como la nuestra. Estemos atentos a la fascinación
idolátrica que ejercen los mayores poderes del mundo y no dejemos que nos
seduzcan. Desde el tiempo, sabiamente, preparemos la eternidad. |
La
religión sin una Iglesia es tan antinatural como una vida sin comida y
vestido. Cristo nos encuentra en el doble tabernáculo de una casa de carne y
una casa de hermanos, y él santifica ambas, no las destruye. Nuestra primera
vida está en nosotros mismos; la segunda, en nuestros amigos. |
John
Henry Newman, C. O., P. P. S. V, 279 |
{7} |
4.
Derribar el muro |
La
paz esté con vosotros —dice el sacerdote a todos los hijos de la
Iglesia―, pues la paz nos ha sido dada en abundancia por Jesús, Señor
nuestro, en quien podemos descansar. |
La
paz esté con vosotros, porque la muerte ha sido abolida la corrupción
suprimida por el Hijo del hombre, que murió por nosotros y a todos nos da
vida. |
La
Paz esté con vosotros, pues el pecado es ya cosa pasada y el diablo ha sido
condenado gracias al Hijo de Adán, que lo ha vencido y nos ha hecho
vencedores a nosotros, los hijos de Adán. |
La
paz esté con vosotros, porque el Dios Padre de bondad se ha reconciliado con
vosotros por la muerte de su Hijo querido, que ha sufrido por nosotros en la
cruz. |
La
paz esté con vosotros, pues habéis sido reconciliados con los ángeles por
aquel que reina sobre los Ángeles y sobre todo el universo. |
La
paz esté con vosotros, porque habéis sido unidos todos, pueblos y naciones;
el muro ha sido derribado por Jesús, ha destruido todo obstáculo. |
La
paz esté con vosotros, pues la vida nueva os ha sido comunicada por aquel que
es el primogénito de toda criatura en la nueva creación. |
La
paz esté con vosotros, ya que habéis sido llamados al reino de los cielos por
el que nos precedió allí, y en los cielos ha preparado un lugar para todos
nosotros. |
(De
la liturgia caldea) 8 |
{8} |
5.
1990: AÑO DE NEWMAN |
LA
CIRCUNSTANCIA de que en el año que acabamos de comenzar se complete la década
de los ochenta, de nuestro siglo, ha sido motivo de resúmenes y análisis
sobre los más variados temas, pero para nosotros, oratorianos, al margen de
la sugerencia de la rotundidad de las cifras, el año 1990 tiene una especial
significación, porque se cumple en él el centenario de la muerte de John
Henry Newman, un preclaro hijo de N. P. san Felipe Neri, y cuya figura se ha
engrandecido a la distancia de un siglo, durante el cual no solamente se han
editado y reeditado sus obras y difundido sus ideas, sino que ha sido objeto
de numerosos estudios que han puesto más al descubierto, por una parte, la
significación que su personalidad tuvo y mantiene con vigencia creciente en la
Iglesia, y, por otra, la calidad espiritual de su vida, sus virtudes, su
santidad. |
Menos
conocido en los países latinos, a algunos puede parecerles desproporcionada
la dedicación que, de un tiempo a esta parte, se le tributa en latitudes como
la nuestra. Atención que puede degenerar en tópica o de referencia repetitiva
de frases o anécdotas sin profundización en su biografía y su pensamiento,
quedándonos con la sola proclamación de que fue «el gran convertido de
Oxford». |
Pero
hay mucho más. Por ello, modestamente, según la capacidad y dimensión de
nuestras fuerzas, desde estas páginas venimos ofreciendo algunas reflexiones
y esbozos sobre su persona, y, a la vez, fragmentos de sus escritos con la
mínima introducción que los sitúe en su verdadero significado. Pensamos
cumplir con un deber como filipenses, por ser él un hermano nuestro, y como
cristianos y católicos, porque pertenece a todos y a todos ha hecho mucho
bien. La vida, los escritos y la personalidad de Newman tienen la solidez y
la validez de lo que no envejece. En este sentido es un clásico de la
Iglesia, como Pío XII y Pablo VI habían proclamado. |
Seguiremos,
pues, especialmente en este año 1990, refiriéndonos a John Henry Newman,
convertido a la Iglesia católica y fundador del Oratorio de San Felipe Neri
en Inglaterra, en el siglo pasado. |
{9} |
6.
NEWMAN: EL PELIGRO DE LA RIQUEZA |
NEWMAN
sabía bien lo que era el dinero, pues había nacido en el seno de una familia
de banqueros y pudo experimentar, por lo menos hasta la adolescencia, las
ventajas de la holgura económica, no sólo en el recinto sereno y confortable
del hogar, sino gozando de la distinción social y del acceso privilegiado que
proporciona un excelente colegio con las puertas abiertas a una educación de
élite y a la cultura. Aun cuando a los quince años hubo de pasar por la
experiencia de la quiebra del banco de su padre y los Newman perdieran casa,
comodidades y todo su dinero, quedó en él la impronta de una distinción y
exquisitez que su inteligencia, sencillez y honestidad hicieron todavía más
amable. Honestidad que pudo aprender de Mr. Newman, su padre, quien, ante la
bancarrota, no dudó en pagar absolutamente a todos los acreedores y ponerse a
trabajar de contable, sin ocurrírsele ninguna maniobra que le asegurara
alguna previsión económica. La ruina total fue un golpe durísimo, pero los
Newman la asumieron con dignidad, sin dramatismos ni detenerse en nostalgias. |
Cuando
John Henry Newman, a los veintiún años, fue elegido fellow del Oriel,
asegurose, con ello, su independencia{1} {10} económica, pero muy pronto
tendría que ayudar al resto de los suyos, es decir, su madre, dos hermanos y
tres hermanas, pues el padre moría tres años después (1825) y él quedaba,
como primogénito, sucediendo al jefe de familia, cuya responsabilidad asumió. |
La
solicitud por su familia fue sólo un capítulo, ya que su vida, tanto en la
época anglicana como de católico, estuvo siempre llena de proyectos y obras
que tuvieron que financiarse: Movimiento de Oxford y ediciones relativas,
publicación de libros, traducciones costosas, a veces no recompensadas (como
el caso de la nueva Biblia católica), Universidad de Dublín; finalmente, el
Oratorio de Birmingham, con la joya de su iglesia, el Colegio del Oratorio,
etcétera. Cuidadoso sin egoísmo, fiado siempre en la providencia divina,
viviendo al día, serenamente, sin que jamás diera la impresión de que nada
que sea de Dios pudiera depender del dinero. |
Los
tiempos de Newman eran, en Inglaterra, aquellos en que la nación se rehacía
de la crisis causada por las guerras napoleónicas. El liberalismo económico,
apenas inventado en Francia, pero sobre todo sistematizado por Adam Smith en
Inglaterra, parecía ser la fórmula adecuada, porque decían formas de
colonización y dominio impuesto por la fuerza. |
{11}
que respondía a una ley natural ventajosa para todos. En realidad, las
últimas guerras habían servido a Inglaterra para extender su hegemonía en
todos los mares del mundo, ocupando posiciones que le permitieron crear el
más grande imperio colonial y comercial jamás conocido, y la convirtieron en
el árbitro político y económico mundial. Como ocurre en la actualidad, desde
la última guerra mundial, con los Estados Unidos de América. No faltaron los
que establecían una relación directa entre las condiciones de independencia
personal que favorecía el protestantismo y la capacidad creativa del
liberalismo económico, constituido en justificación del capitalismo puro,
liberado de las trabas del mercantilismo medieval y de la excesiva
intervención del estado. Era el laissez-faire, laissezaller de Vincent de
Gournay, convertido en el free trade a partir del libro La riqueza de las
naciones, de Adam Smith. |
El
sentido práctico anglosajón aplicado al libre cambio, su expansión colonial
hacia la India y Australia, junto con el desarrollo industrial, en tiempo de
Disraeli, fueron el motor de la prosperidad y prestigio alcanzado en la era
victoriana y de su poder económico, por encima de los demás estados. El
contraluz de sus sombras vendría luego, surgido del contraste entre la
burguesía rica y los obreros pobres, resultado de la industrialización. |
Algo
parecido sucede en nuestros días, en que el liberalismo económico sigue
presente para la mejor garantía de felicidad y bienestar, por lo menos allí
donde el poder controle las fuentes originales de la riqueza, mediante nuevas
Ello explica el escándalo de los presupuestos militares, en los que se
consume la tercera parte de las riquezas que el hombre consigue con todas sus
rentas. |
En
esta situación de entonces, válida también para nuestros días, el joven
Newman, poco después de haber sido ordenado {12} presbítero en su Iglesia
anglicana, pronunció uno de sus primeros sermones, con el título que
encabezan estas líneas. Tomó como pretexto la figura de san Mateo, que siendo
rico se hizo pobre para seguir a Cristo. Pero en realidad se trata de una
réplica contra el optimismo de la eficacia económica y la satisfacción
imperialista, que estaba en las ideas y en los gestos no solamente de los
políticos, sino de las mismas estructuras eclesiásticas del anglicanismo, y
que se infiltraba en las mentes de los intelectuales influyendo además en
toda la nación. Cuando Newman editó sus sermones lo incluyó en el segundo
volumen de «Parochial and Plain Sermons» (1835). Allí llevaba el número
XXVIII (pp. 343-357). |
Pensamos
que puede ser interesante y oportuno reproducir, ahora, algunos de sus
párrafos, como sigue. |
Si
no estuviéramos acostumbrados a leer el Nuevo Testamento desde la infancia,
yo pienso que nos impresionarían más vivamente las amonestaciones que en él
se contienen, no solamente contra el amor a las riquezas, sino contra la
simple posesión de las mismas; experimentaríamos parte de la sorpresa que los
apóstoles sintieron al principio, educados como estaban según el criterio de
que la riqueza fuera la recompensa más alta concedida por Dios a los que él
ama. |
Si
no fuera porque rebajamos cada vez más la ya escasa importancia que damos a
las denuncias de la Escritura contra la riqueza y el amor a la misma, el solo
temor debiera de haber sido razón suficiente para evitar todo descuido, del
mismo modo que cualquier cristiano se detiene con solemne atención cuando
piensa en el Diluvio o en el juicio de Sodoma y Gomorra. |
Miedo
a la verdad |
Tal
consideración puede llevarnos a sospechar que la negligencia en cuestión no
sea solamente descuido, sino debida a que se trata de un tema que {13} no
resiste ser discutido sin peligro o incomodidad para el mundo llamado
actualmente cristiano; es decir, sin hacer patente la visible oposición y
embarazo entre la ley de Dios y el «orgullo de la vida» (1). |
Veamos
lo que dice la letra de la Escritura al respecto. «¡Ay de vosotros, los
ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!» (2). No se podrá negar que
las palabras son suficientemente claras, y que se dirigen a los
contemporáneos del Salvador. Observemos, además, en toda su fuerza, la
palabra «consolación». Está usada para que destaque el contraste frente a la
confortación prometida a los cristianos en la lista de las Bienaventuranzas.
Confortación en el pleno sentido de la palabra, que incluye ayuda, guía,
aliento, apoyo, como promesa peculiar del Evangelio. El Espíritu prometido,
que tomó el puesto de Cristo, fue llamado por él «el Consolador» (3). |
Recibieron
su parte |
Se
contiene, pues, algo muy terrible en el aviso que expresa el texto: los que
poseen riquezas ya han recibido su parte y todo con ellas, y no les cabe el
opuesto don celestial del Evangelio. Idéntica doctrina resulta de las
palabras de nuestro Señor en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro:
«Hijo, recuerda que tú recibiste bienes durante tu vida, y Lázaro, al
contrario, males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado» (4). En
otra ocasión dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen
riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el
ojo de una aguja que el que es rico entre en el Reino de Dios» (5). |
Tener
y confiar |
Ahora
bien, se suele rebajar el significado de estos textos, comentándolos en el
sentido que están dirigidos no contra los que tienen dinero, sino contra {14}
los que confían en él: casi como si no existiera ninguna conexión entre el
tener y el confiar, como si las palabras del Evangelio no nos pusieran en
guardia ante el peligro de que la posesión de las riquezas conduce a la
confianza idolátrica en las mismas, como si los ricos pudieran considerarse
libres de temor y ansiedad ante el riesgo de su reprobación. La condenación
de las riquezas, tal como se pronuncia en el Evangelio, es válida lo mismo en
el siglo primero que en el decimonono; tal condena pende como una amenaza
sobre el mundo actual lo mismo que sobre los saduceos y fariseos del tiempo
de nuestro Señor. |
Pero,
en verdad, que el Señor pretendiera referirse a las riquezas como a una
calamidad, en cierto sentido, para los cristianos resulta claro no sólo de
los textos que se han citado, sino también de su alabanza y exaltación de la
pobreza. Por ejemplo, «vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas
que no se deterioren, un tesoro que no os fallará en los cielos» (6). «Si
quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en los cielos» (7). «Bienaventurados los pobres, porque
vuestro es el reino de Dios» (8). |
La
pobreza |
«Cuando
des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a
tus parientes, ni a tus vecinos ricos..., sino... llama a los pobres, a los
lisiados, a los cojos, a los ciegos» (9). Y de la misma manera Santiago:
«¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos
en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?» (10)... |
Resulta
claro que, según el Evangelio, la ausencia de riquezas es, en sí misma, un
estado más cristiano y más bendecido que la posesión de ellas. El peligro más
evidente que la posesión de bienes terrenos {15} presenta contra nuestro bien
espiritual es que prácticamente actúan como sustituto, en nuestros corazones,
del único objeto —Dios— al cual debemos nuestra suprema dedicación. Mientras
están presentes los bienes terrenos, Dios se nos hace invisible... De tal
modo las riquezas satisfacen las inclinaciones corrompidas de nuestra
naturaleza, que nos sirven de hecho como deidades hacia las cuales no es
preciso rendir homenaje alguno, como ídolos mudos, que exaltan al adorador,
al que le inculcan la noción de poder y de seguridad, hasta el abuso. En esto
consiste el primero y más agudo de los males... El peligro de poseer riquezas
nace de la seguridad carnal a la cual encaminan; el de desearlas y buscarlas
viene de que un objeto de este mundo se nos presenta como ideal y fin de esta
vida. Siempre que nos movemos en relación a un objeto de este mundo, por más
puro que sea, nos exponemos a la tentación ―no irresistible, gracias a
Dios, pero siempre verdadera tentación— de dar nuestro corazón a cambio, con
tal de alcanzarlo. |
Por
esto llamamos a estos objetos excitaciones, por que nos estimulan
incoherentemente precipitándonos hacia fuera de la serenidad y de la firmeza
de la fe en Dios. |
La
firmeza de la fe |
Por
consiguiente, aunque debamos soportarlas cuando las padecemos, es claramente
anticristiano, una manifiesta locura y pecado, meternos en ellas, tanto si se
trata de motivos seculares como religiosos. Hombres hay de mente enérgica y
de talento dispuesto para la acción, que son llamados a una vida de
preocupaciones; constituyen la compensación y son los antagonistas de los
males del mundo, si bien no deben olvidar su puesto: son hombres para el
combate, fieles a permanecer en el lugar para el cual Dios los ha elegido, y
dispuestos a soportar todas las dificultades momentáneas, manteniendo en lo
profundo del corazón la visión verdadera de {16} la fe cristiana; aunque,
después de todo, no son más que soldados en campo abierto, pero no
constructores del Templo ni habitantes de los «amables» y particularmente
benditos «Tabernáculos» en los que el adorador vive en la alabanza y la
intercesión (11), mientras su existencia discurre por la sencillez de la vida
ordinaria. «Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas; y hay
necesidad de pocas, o, mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena,
que no le será quitada» (12). |
Confiar
en Dios |
Forma
parte de la prudencia cristiana darse cuenta de que nuestros empeños no se
conviertan en búsqueda (13). Oiréis a los hombres que hablan de la riqueza,
como si fuese lo que importa en la vida. Y tal vez lleguen a sostener que es
el deber del hombre, después de la caída de Adán, que «coma el pan> con
esfuerzo y ansiedad, «con el sudor de su frente» (14). ¡Cuán extraño que no
recuerden la dulce promesa de Cristo aboliendo la maldición original y, de
este modo, poniendo fin a la necesidad de cualquier búsqueda «del alimento
perecedero»! (15). Para liberarnos de las ataduras de la corrupción nos ha
dicho expresamente que no faltará lo necesario para la vida a quien le siga
fielmente, como no faltó la comida y el aceite a la viuda de Sarepta (16). «No
andéis preocupados diciendo: |
¿Qué
vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué nos vamos a vestir? Que por
todas esas cosas se afanan los gentiles; y ya sabe vuestro Padre celestial
que tenéis necesidad de todo esto. Buscad primero su Reino y su justicia, y
todas esas cosas se os darán por añadidura» (17). De acuerdo con el {17}
divino Maestro, las palabras del Apóstol: «Nosotros no hemos traído dada al
mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido,
estemos contentos con eso» (18). «El tiempo es corto... La apariencia de este
mundo pasa» (19). «No os inquietéis por cosa alguna; antes bien presentad, en
toda ocasión, vuestras peticiones a Dios, con oraciones y súplicas,
acompañadas de la acción de gracias» (20). Y san Pedro: «Confiadle todas
vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros» (21). |
Falso
dios |
He
dado la razón principal de por qué la búsqueda de ganancias, tanto en lo
pequeño como en lo grande, es perjudicial para nuestros intereses
espirituales, porque fija la mente sobre una finalidad de este mundo,
mientras descuida otros. El dinero es una especie de creación, que
proporciona al que está pendiente de adquirirlo, incluso más que a quien ya
lo posee, una imaginación del propio poder, y tiende a hacer de él su propio
ídolo. Y además, deseamos no separarnos de lo que hemos adquirido con esfuerzo,
de tal modo, que el hombre que ha conseguido crearse una riqueza será por lo
común avaro y no se separará de ella, a menos que sea a cambio de que aumente
su crédito o el reconocimiento de su importancia. Aun cuando su conducta se
muestre más desinteresada y cordial, como cuando gaste para la comodidad de
los que dependen de él, se insinuará siempre la indulgencia para sí mismo, y
el orgullo y la mundanidad. |
2.
Y si tal es el efecto de la avidez de ganancias en los individuos, otro tanto
será para las naciones; y si el peligro es tan grande en un caso, ¿por qué ha
de ser menor en el otro? |
Más
bien, considerando que todo alcanzará el fin hacia el cual se dirige, en el
desarrollo natural de las circunstancias, ¿no es cierto que cualquier {18}
colectividad, cualquier sociedad que tenga como fin las ganancias, tomará la
forma de estos sentimientos, y modelada según este carácter que acabamos de
describir? |
Peligro
nacional |
Con
este pensamiento, debería preocupar y asustar el hecho de pertenecer a una
nación que, en gran parte, subsiste apoyada en el afán de hacer dinero. No
quiero seguir, ni apurar el argumento de si los actuales males políticos
tienen su raíz en aquel principio que san Pablo llama «raíz de todo mal»
(22), es decir, el amor al dinero. |
Consideremos
solamente el hecho de que verdaderamente somos un pueblo ávido de hacer
dinero, mientras tenemos delante la declaración de nuestro Salvador contra
las riquezas y contra la confianza en las riquezas, y tendremos sobrada
materia para una seria meditación. |
Finalmente,
con esta sombría idea frente a nosotros sobre nuestra condición y prospectiva
como nación, el ejemplo de san Mateo nos consuela, puesto que nos sugiere que
nosotros, ministros de Cristo, podemos hacer uso de una gran libertad de
palabra y exponer sin reserva alguna el peligro de las riquezas y el afán de
ganancias, sin acritudes ni faltas de caridad hacia todos los que están
expuestos a tales males. Pues a ellos les es posible convertirse en hermanos
del Evangelista que lo dejó todo por amor a Cristo. Además, otros como ellos
—¡Dios sea bendito!— lo han hecho en todas las edades. |
La
conversión necesaria |
Y,
en proporción a la violencia de la tentación que les envuelve, es su
bendición y su gloria si ellos son capaces, en medio de «los tesoros del mar»
(23) y la «gran sagacidad de su comercio», de oír la voz de Cristo y cargar
con la propia cruz y seguirle. |
|
(1)
1 Jn 2, 16. |
(2)
Le 6, 24. |
(3)
Ju 14, 16. |
(4)
Lc 16, 25. |
(5)
Le 18, 24-25. |
(6)
Lc 12, 33. (7) Mt 19, 21. (8) Lc 6, 20. (9) Lc 16, 12-13. (10) St 2, 5. |
... |
(11)
Sal 83. (12) Le 10, 41-42. |
(13)
Newman se refiere al poder político, en el que se infiltra el egoísmo con
descuido de servir al bien de los demás y no tomarlo como disfrute de
derechos privilegiados, dado que este poder no puede ser un bien en sí mismo.
De manera parecida en los negocios terrenos. También las modas. Todo esto que
el mundo codicia y alaba, pero que dispersa la mente y miserabiliza al
hombre. |
(14)
Gn 3, 17. (15) Jn 6, 27. (16) 1 R 17, 7...; Le 4, 26. (17) Mt 6, 31-33. |
(18)
1Tm 6, 7-8. (19) 1Co 7, 29... (20) Flp 4,7. (21) IP 5, 7; Sal 55, 23. |
... |
(22)
1Tm 6, 10. |
(23)
Is 60,5. Newman piensa, sin duda, en la lamentación por la caída de Tiro,
descrita en Ez (cap. 27), y lugares paralelos en ls 23, 28, y Ap 18, 23.
Recuerda, igualmente, estas palabras del PRAYER BOOK 107, 23, (ed. 1662):
«They that go down to the sea in ships and occupy their business in great
waters; these men see the works of the Lord: and his wonders in the deep*.
Los imperios del mundo no duran para siempre. |
Justicia
y Paz. |
La
paz sin justicia es la paz de la muerte o de la represión, generadora de
nuevas violencias o de mártires. Mientras tanto, los hombres y las naciones
gastan casi la mitad de sus ganancias en medidas de seguridad y armas para
defender lo que han adquirido o adquieren injustamente. Llaman alianzas para
la paz a lo que son complicidades para perpetuar las injusticias. Se impone
silencio a quien clama por la justicia, aunque lo haga sin violencia. La no
violencia es más temida por los inicuos que la violencia manifiesta, porque
no puede ser tan fácilmente denigrada. |
Impera
la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. |
Se
silencia hipócritamente o se huye de la razón, que se enmascara con tópicos
irracionales para engañar a inocentes. |
Por
eso no hay o está en peligro la paz. Pero quien la desee de corazón la
encontrará a partir de las bienaventuranzas del Evangelio. |
|