Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 265. MARZO. Año 1990
0. SUMARIO
MISTERIO de muerte y de vida; de pecado y de misericordia. Cristo que muere por el mundo, a causa del pecado de todos. Las codicias, las mentiras, las injusticias y los pactos explícitos o implícitos que hacen posible el mal, todavía no vencido. Por esto Cristo sigue padeciendo y muriendo en los más pobres, en los más ignorantes, en los que la mentira puede hacer mella, en la masa enorme de indefensos y desprevenidos, que nadie o pocos aman, que nadie o pocos defienden. Todavía el hombre no es hermano para el otro hombre, sino objeto o referencia económica. Sin que ellos mismos lo sepan, Cristo sigue sufriendo en los más miserables de cuerpo o de espíritu. Es la Pasión cristiana del mundo. Pero los cristianos creemos en la resurrección y la esperamos. Cristo, muerto y resucitado, es la garantía de nuestra esperanza.
LA GRACIA
REDUCCIONES
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
EL PECADO DEL MUNDO
NEWMAN, UNA PRESENCIA VIVA
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1. LA GRACIA
EXISTE algo todavía peor que tener una mala conciencia. Es tener una conciencia cerrada, completa.
Hay algo peor que tener un alma mala pervertida. Es tener un alma que ya no necesita nada.
Se han podido ver los modos extraordinarios de que se vale la gracia para conseguir penetrar en un alma en la que anida la maldad o la perversión, y se ha visto cómo se salvaba lo que parecía perdido.
Pero nunca se ha visto que el agua atraviese las superficies barnizadas, impermeables.
De ahí vienen tantos fallos que constatamos sobre la eficacia de la gracia de Dios, la cual, mientras logra victorias insospechadas transformando las almas de grandes pecadores, permanece inoperante, sin embargo, en gentes tenidas por más honestas. Y es porque las gentes más honestas, o simplemente honestas, o las que se denominan así y aman que se les tenga por tales, viven metidas en su propia coraza. Son invulnerables. La piel de su moral constantemente intacta se les ha convertido en puro cuero y armadura impenetrable...
No les falta nada, y no pueden recibir lo que lo es todo. Los tan honestos no pueden ser "mojados" por la gracia.
Charles Péguy 2 (42)
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2. Reducciones
LA LÁSTIMA no está en que no seamos mejores cristianos, sino en que nos resignemos permaneciendo en el límite de lo que imaginamos que ya nos basta, o que no queramos despejar duda, o errores por miedo a que la conciencia pudiera exigirnos más de lo que, egoístamente, nos hemos propuesto. Somos bautizados, pero profesamos un cristianismo reducido. Reducciones que nos sugiere el espíritu del mundo cuando, confundiendo categorías y sin oposición directa a la fe, anestesia su vigor o lo desplaza por medio de palabras o conceptos que, sin ser condenables por sí mismos, anulan y substituyen la correlación de otros más radicales y más exactos. Por ejemplo: no es lo mismo cultura que fe, no es lo mismo reunión que comunión, no es lo mismo poder que justicia y que razón: no es lo mismo estética que ética, ni convencionalismo que moral; no es lo mismo sentimiento que amor, no es lo misma beneficencia que caridad y misericordia, no es lo mismo ideología que verdad, no es lo mismo secta que comunidad y que Iglesia; no es lo mismo socio que hermano, ni sociedad que familia; no es lo mismo organización que organismo, no es lo mismo propaganda que evangelización, no es lo mismo "evitar" pecados que practicar virtudes, no es lo mismo «salvarse de la condenación eterna» que amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser», no es lo mismo crédito social de la santidad que la santidad, no es lo mismo ser cliente de la Iglesia que ser hijos de Dios... Y podríamos alargar la lista de distinciones.
¿Por qué los que nos contemplan de fuera de la Iglesia, y también los de dentro, confunden y confundimos, no raramente, ideas, acomodando el vigor de la originalmente cristiana tales miserables reducciones? En los primeros puede ser porque tengan del cristianismo un concepto demasiado natural: en nosotros, porque seamos cristiano # medio convertir. Y haber ellos entendido el cristianismo como cultura, como moral o como política; mientras que nosotros nos hayamos detenido en ambigüedades descomprometidas en el intento, nunca abdicado del todo, de servir u dos señores. Lo que no sería tanto de extrañar, moviéndonos en medio de un mundo tecnificado, empeñado en el milagro de convertir las piedras en pan, siempre abierto a {3 (43)} la seducción de las riqueza, con las que se puede comprar todo y ser poderosos en la tierra, con una fuerza que suplante in fe o la domestique: un mundo en el cual solo el que alcanza el éxito en admirado y honrado, sin que importe cómo se llegue a alcanzarlo; un mundo que tiene poco o nada que esperar del cielo, porque se apunta a los paraísos, al prestigio y a los éxitos terrenos, que, por lo tanto, se resiste a renunciar al dinero, al orgullo y a los placeres un mundo que adormece o adecenta su mala conciencia con sofismas, que la mirada de Dios y la palabra de Cristo nunca justificarían.
Frente a tales peligros, no basta un cristianismo sociológico ni individualista. Es necesario acabar la conversión, cambiar; un cambio para el que no basta un modo de distanciamiento simbólico del mal y del error, sino que ha de ser y consistir en la reorientación fundamental de la voluntad hacia Dios y su reino, tal como nos ha sido revelado en Jesucristo. La persona entera debe enraizarse en Dios y, desde la total adhesión a Dios, disponerse a emprender un camino nuevo, como vida que se estrena.
DE LA ANTIGUA A LA NUEVA PASCUA.
Conservo el recuerdo de la primera Semana Santa en la que tomé parte, en 1941. Había ido con un grupo de compañeros del liceo a la casa de formación de los oratorianos, en Montsoult.
Cantamos durante tres tardes seguidas, con la comunidad, todo el Oficio de Tinieblas, un oficio compuesto de salmos y de lecturas bíblicas.
Cantando estos salmos, escuchando las lamentaciones de Jeremías, me parecía evidente que los católicos recogían la herencia que Dios había destinado en un principio a Israel, su hijo mayor, el primogénito.
En la capilla de Montsoult había vidrieras que ilustraban la relación entre los dos Testamentos... No estaba en una tierra extranjera. Formaba parte de los hijos mayores y no hacía sino entrar a disfrutar de la herencia que se me había prometido.
Cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de Paris, convertido del judaísmo, en el libro LA ELECCIÓN DE DIOS (1987).
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3. CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990): Noticias y conmemoraciones
• En el Oratorio de Albacete, durante los días dos y tres de febrero (aniversario de la fundación del Oratorio en Inglaterra, por John Henry Newman), tuvo lugar una convivencia de los jóvenes del Oratorio secular, con reflexiones sobre «Newman joven y su vida de fe».
• La Facultad de Teología de Barcelona, en colaboración con la Fundación de la Enciclopedia Catalana, el Instituto Británico de la misma ciudad y los Padres del Oratorio, conmemoró, el 14 de febrero pasado, el primer centenario de la muerte de Newman con una disertación del Dr. Josep Vives, jesuita, que desarrolló el tema «Newman, fidelidad amorosa a la verdad». En el mismo acto se hizo la presentación de la traducción de la «Apologia pro vita sua», a la que hicimos referencia el mes pasado desde estas mismas páginas.
• En la Universidad de Valencia, y organizado por el Newman Centre de la misma ciudad, tuvo lugar el día 21 de febrero, en el marco de la universitaria Capilla de la Sapiencia, un acto académico en el cual el Dr. Augusto Monzón, Profesor titular de aquella Universidad y presbítero del Oratorio de Albacete, pronunció la conferencia «Newman, una presencia viva (cuya transcripción ofrecemos en este mismo número de Laus). Esta conferencia fue precedida por unas palabras del Dr. Sebastià Janeras, director de «Clásicos del Cristianismo», en cuya colección acaba de aparecer la «Apología» de Newman, y del traductor Aureli Boix. Por el Newman Centre de Valencia hizo la presentación Agustí Colomer.
• En este año de conmemoraciones newmanianas se han podido ver terminadas las restauraciones de algunas iglesias y lugares especialmente unidos al recuerdo de Newman, como la iglesia del Oratorio de Birmingham, que él mismo edificó. También la catedral de esta ciudad, en la que predicó varias veces: fue memorable la serie de sus sermones de la cuaresma de 1818, así como el que el obispo le pidió que {5 (45)} hiciera con ocasión de la apertura del primer Sínodo Diocesano de Birmingham. También ha sido restaurada, en atención al recuerdo de Newman, la que fuera su capilla privada cuando, todavía anglicano, era "fellow" del Oriel College, en Oxford. Igualmente, en Dublín, se ha emprendido la restauración de la iglesia de la Universidad fundada allí por él, si bien en este caso se deba a la coincidencia del milenario de la ciudad de Dublín.
• También en la iglesia del Oratorio de Birmingham, el miércoles día 21 del pasado mes de febrero, el cardenal Basil Hume presidió la celebración de la santa Misa, con la participación de más de cincuenta sacerdotes. Estuvieron presentes, además, varios profesores universitarios y admiradores de Newman, llegados de Roma, de América y de varios países europeos. El sermón fue predicado por el P. Vicent Ferrer Blehl, jesuita, postulador de la causa para la canonización de Newman. Es de notar que el día 21 de febrero era la fiesta de san Valentín, un mártir romano cuyo cuerpo fue hallado en las catacumbas, y regalado por el papa Pío IX a Newman cuando dejó Roma, a finales de 1847, con la misión papal de fundar el Oratorio en Inglaterra. El cuerpo de este santo yace en la iglesia del Oratorio, en Birmingham.
Además, coincide su fiesta con el día del nacimiento de Newman (21 de febrero de 1801).
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4. El pecado del mundo
EL MUNDO somos los hombres.
El pecado del mundo es ese mal que se opone a Dios, y que resulta de la culpa participada, por las omisiones generalizadas, por los asentimientos indirectos, por el silencio de las implícitas complicidades que hacen posible que sigan las injusticias e hipocresías disfrazadas de falsa dignidad.
El pecado del mundo es el arte del blanqueamiento de la perversión que se mantiene apoyada en alianzas interesadas, de las que trae beneficio, a costa de los más pobres, de los más ignorantes, de los indefensos y forzados a resignarse al dominio de los clanes minoritarios en los que se aglutina el poder y la capacidad de corrupción, a la vez que persisten en absolutizar, y acumular y retener para sí mismos, todo cuanto ofrece esta vida terrena, convencidos de que tienen derecho indiscutible, o por lo menos preferente, a ello. Clanes que temen y alejan de sí cualquier hipótesis o esperanza práctica de otro paraíso más alto y espiritual. El pecado del mundo es una forma de idolatría:
su dios es el dinero, su culto las ceremonias del prestigio, su apostolado la propaganda, su ejemplo la vanidad, sus méritos las estadísticas, su moral el arte de triunfar en la vida, frente a los demás y aun a costa de los demás; su cielo está en la tierra. No existe otro absoluto, y la insaciabilidad es su infinito.
El pecado del mundo es sutil y pretende legitimarse no sólo escondiendo su propio nombre, sino recurriendo, según la oportunidad que mejor convenga a su estrategia, a denominaciones con que se designan realidades nobilísimas, tales como patria, dignidad del hombre, derechos de la persona, ideales, cultura, libertad de los pueblos, civilización, valores filosóficos, religión... Sin embargo, suelen ser invocaciones cuyas exigencias el {7 (47)} mundo no lleva más allá, en cualquier caso, de pequeños gestos simbólicos, de escaparate, sin descender a la realidad comprometida y concreta que debería derivarse de las proclamaciones abstractas con que se adorna, porque sabe que pondría en peligro sus verdaderos intereses, encubiertos y cordialmente irrenunciables. Lo que está por encima de lo terreno y de la satisfacción de la propia codicia, individual o de grupo, solamente se admite hasta donde consiente ser domesticado y convertido en ideología o sofisma dialéctico útil para el egoísmo inmediato, sin alterar la proporción que ha de resultar siempre ventajosa en orden al mantenimiento del poder, el crecimiento de la riqueza y la seguridad de la instalación privilegiada.
Hay situaciones de penalidad y de desazón en esta vida temporal que no son imputables a las voluntades de los hombres, sino consecuencia natural de la limitación en que se desenvuelve todo ser creado. Cuando hablamos de pecado del mundo, no queremos referirnos a las consecuencias de tales limitaciones, sino a los aspectos estructurales de la sociedad y de la convivencia humana que son consecuencia de la libertad de los hombres, los cuales, acumulando dejaciones y egoísmos, han llegado a construir y a consentir la institucionalización de la injusticia, causa de tantas violencias y padecimientos, de guerras y opresiones, de desamor, de explotación, de mentira. Según el mundo pecador, el hombre no es para el otro hombre un ser para amar, sino para utilizar, y así ocurre entre pueblos ricos y pobres, a pesar de las proclamas de los políticos. Insinuamos el gesto de lanzar la primera piedra cuando nos atrevemos a emitir un juicio sobre un contencioso distante, que no nos afecta; pero más veces hemos de avergonzarnos, cuando se trata de conflictos que nos conciernen y de situaciones injustas de las que nos aprovechamos, con las que cooperamos y cuya legitimación sólo disfrazada y aparente transmitimos con hipocresía y hasta cinismo. Cuando esto ocurre a nivel colectivo, es el pecado del mundo que hemos cometido o a cuyo contagio hemos cedido. Pecado que está enraizado en la intimidad de la conciencia humana, pero que no depende de un solo hombre.
Todo verdadero pecado es siempre sólo del hombre. Pero es preciso advertir que, cuando se exagera la individualización de los pecados personales, cuando se ciñe con pretensiones exhaustivas y casi mecánicas el listado de preceptos perfectamente medidos para tranquilizar conciencias que así ven descritos pecados y culpas, corremos el {8 (48)} riesgo de privatizar tanto los con tenidos morales que nos planteamos como baremo para separar el bien del mal, hasta un subjetivismo socialmente y eclesialmente-aséptico, en el que se da la no extraña trivialización del sacramento del perdón, reducido a práctica casi mágica, sin conversión, o con propósitos de enmienda meramente voluntaristas, distantes del cambio de mente y de la verdadera conversión, la del corazón.
Podemos encontrarnos inmersos en situaciones de injusticia y de pecado en las que no tengamos responsabilidad y que, de haberlo advertido, habríamos evitado participar en ellas. Los primeros cristianos eran muy cuidadosos no sólo en evitar toda participación, sino que su "conversión" comprendía el rompimiento de los lazos que les impedían recibir con sinceridad el bautismo que iba a cambiar sus vidas. El cristiano actual, a la hora de elegir profesión y programar su vida, debe responsablemente no contaminarse del pecado del mundo. Es un escándalo, por ejemplo, que una tercera parte de toda la riqueza que genera la humanidad se destine a armamentos. Se esconden hasta donde sea posible las cifras de las industrias de guerra, pero es evidente que las razones siempre discutibles en las que basan su justificación sus apologistas son demasiado débiles para que puedan disimular el pecado de las guerras y conflictos que no cesan, y que no disimula los fines económicos, de opresión y colonización, de los gobiernos fuertes que las alientan, a costa del hambre de los países pobres que explotan y empobrecen, mientras proclaman falsos ideales de liberación de justicia en el intento de engañar a los más pobres, que nadie defiende o que, si lo hace de modo positivo y comprometido, le tildan de político o subversivo porque no observa el silencio doméstico que le imponen.
No solamente las guerras, con gobernantes e intermediarios que se hacen ricos en el comercio de armas. Hay otros campos. Ni vamos a repetir las comparaciones entre lo que vale un tanque y una escuela (aunque una buena escuela sea más "peligrosa" que un tanque). Pero es cierto que existen profesionales metidos en situaciones estructurales de pecado o harto ambiguas, que no pasarían hambre con otra dedicación positivamente {9 (49)} provechosa para el bien de la sociedad; sin embargo, difícilmente se decidirían a renunciar a las ventajas materiales alcanzadas o de prestigio que su colaboración al pecado o a la ambigüedad les brinda. Tal vez presumen de cristianos, pero nunca renunciarían a nada que mermara su sueldo o su altura en el escalafón. Se consuelan con la moral subjetivista, con el voluntarismo de la eficacia aparentemente virtuosa, pero no se convierten de corazón". No faltan, en ocasiones, los que pretenden redimir a los demás del mal del mundo precisamente haciéndose ellos mismos más mundanos.
San Juan habla de Cristo «Cordero que quita el pecado del mundo». Ese "pecado" debe ser el que comentamos y que podría ejemplificarse en tantos otros aspectos. Pecado del que todavía no estamos descontaminados y que nos oprime; pecado que los cristianos sabemos que es el que causó la muerte a Cristo. Si él hubiese hablado del pecado hipersubjetivado, y aun en el supuesto de que hubiesen sido más sus milagros, nadie lo habría condenado. Pero tropezó con las estructuras de pecado, con la institucionalización legitimadora de perversiones sociales, políticas y religiosas, y, al final, todos se unieron contra él. Y Cristo sigue muriendo tras el sufrimiento de todos los que, todavía hoy, padecen por la misma razón.
El cristiano contemporáneo debe estar atento, más que en otras épocas, al "pecado del mundo". Si logra tomar conciencia, relacionando las propias experiencias con las de Cristo, y su época con la nuestra, podrá comprender mejor el Evangelio y cuanto el mismo exige y le exige. El mundo necesita una liberación salvadora que solamente está en el Evangelio. No basta remitir la eficacia de tal salvación a la sola acción de Cristo, que resultaría infructuosa para el bautizado que se inhibiera a la hora de incorporarlo en la propia vida.
La salvación no es un efecto mágico, sino resultado de una asimilación a Cristo, de formar cuerpo y vida con él. La virtualidad definitiva está en él, pero la realización de esta fuerza transformadora que parte de él está todavía moviéndose y desarrollándose en cada uno de los cristianos y de los que sucesivamente irán incorporándose a él por el Bautismo. Todo, más que una moral, más que un voluntarismo, más que las estructuras temporales, más que la política y las técnicas de captación y persuasión. Se trata de revivir a Cristo, con todos los riesgos, con toda la esperanza de gloria con él, en el misterio, todavía no concluido, de su pasión, muerte y resurrección.
Si tenemos riquezas y honores, ¿no es fácil que con ello comprometamos uno de los distintivos de la Iglesia? ¿No habrá que temer que el mundo se una a nosotros amistosamente, porque también nosotros, amistosamente, nos hemos unido a él?
John H. Newman C.O. (SD, 18, 260)
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5. NEWMAN: NEWMAN UNA PRESENCIA VIVA
Texto de la conferencia pronunciada por el P. Augusto Monzón, de este Oratorio de Albacete, el pasado día 21 de febrero, en la Universidad de Valencia (ver referencia en pág. 5), con el título que encabeza esta página.
NOS HEMOS reunido aquí para conmemorar el centenario de la muerte de John Henry Newman, y lo hacemos precisamente el día 21 de febrero, aniversario de su nacimiento. ¡Todo un símbolo! Porque Newman es hoy, sin duda, una presencia viva para muchos hombres y mujeres en todo el mundo. Una buena prueba de ello la constituye la publicación constante de nuevas ediciones de sus escritos, como esta de la Apologia "pro vita sua", tan oportuna, y de numerosas obras de investigación sobre su vida y sobre su extensísima y variada producción. 0, también, la labor que llevan a cabo las Asociaciones y Centros dedicados al estudio de su obra e inspirados en sus ideas y en sus actitudes.
Newman y el último Concilio
Pero, si queremos ir más al fondo, hemos de constatar un aprecio creciente por Newman como maestro del pensamiento y a la vez como guía espiritual para nuestro tiempo, en un sentido análogo a como lo fueron {11 (60)} los Padres de la Iglesia respecto a los primeros siglos. Christopher Hollis ha escrito que el Concilio Vaticano II constituyó la aceptación por el episcopado universal de la «interpretación newmaniana del cristianismo», y quizá no se trata de una exageración (de hecho, en 1964, después de los debates correspondientes a la segunda etapa, se pudo constatar que Newman había sido el autor más citado en el aula conciliar, sin exceptuar al mismo Tomás de Aquino). Ahora bien, tal como sucedió con los Padres, el magisterio de Newman no se agota en su reconocimiento eclesiástico, aunque éste se haga al más alto nivel. Antes que eso, existe la interpelación que suscita su pensamiento encarnado, vivido:
existe, en definitiva, su propia persona. Para muchos, Newman ha sido un descubrimiento y un encuentro personales.
Dios "de corazón a corazón"
Ha sido «el corazón que habla al corazón» (por decirlo con las palabras que él mismo escogió como lema cuando fue creado cardenal:
cor ad cor loquitur).
Newman no es demasiado conocido entre nosotros, en los medios culturales latinos. Nos enfrentamos con la barrera de la lengua ―hoy ya no tan infranqueable―, y también con la distancia en el tiempo y con la diferencia de mentalidad. Sin embargo, vale la pena que entremos en su vida su corazón el encuentro no será sólo aleccionador o provechoso, sino que llegará a suscitar nuestro entusiasmo. No vamos a detallar su dilatada biografía (ochenta y nueve años...), pero seguramente sí que es útil esbozarla y comentar algunos de sus rasgos más significativos para nosotros, aquí y ahora.
John Henry Newman nace en Londres, en 1801, en el seno de una familia acomodada, de padres religiosamente observantes, dentro de la Iglesia oficial anglicana, con una piedad centrada en la Biblia y en el Book of Common Prayer, pero sin {12 (62)} estridencias. Después de una infancia feliz ―después, también, de haber leído algunos escritos escépticos―, a la edad de quince años tuvo la experiencia más decisiva de su vida, lo que ha sido denominado su «primera conversión». John Henry se dio cuenta de la presencia inmediata del Dios personal. Esto fue ya un encuentro «de corazón a corazón»: no una emoción repentina, ni tampoco una deducción intelectual, sino una experiencia propiamente personal, que afectaba, desde las raíces más profundas, a todas las dimensiones --racionales, afectivas― de sí mismo.
Esbozo biográfico
La vida y el pensamiento de Newman crecen y se desarrollan a partir de esta experiencia fundamental, en el sentido más preciso del término. A partir de entonces, todo consistirá en la profundización de este encuentro entre los «dos seres escribe Newman que son absolutamente y luminosamente evidentes para mí: yo y mi Creador». Es lo que la tradición cristiana llama «conversión», aunque a menudo se hayan separado los aspectos morales y los intelectuales, que para Newman constituyen un todo:
cambiar y convertirse es una tarea, una experiencia personal, dice, que «cada uno debe comenzar, proseguir y acabar por él mismo. La historia religiosa de cada hombre es tan única y completa como la historia del mundo».
La necesidad ineludible del solus cum solo, esa antropología implícita que ha sido denominada «personalista», la fuerte impresión que había dejado en él algún maestro de tendencia evangélica y un incipiente interés por la Iglesia antigua constituían su bagaje espiritual cuando ingresó en el Trinity College, de la Universidad de Oxford. Oxford fue ya siempre para Newman su universidad, y hasta una parte sustancial de él mismo. En 1822 fue elegido fellow o miembro de la comunidad docente del Oriel College, cargo que incluía entonces la ordenación {13 (63)} en la Iglesia anglicana. Cuando, en 1828, fue nombrado Vicar o rector de la iglesia universitaria de Santa María, su personalidad y su orientación estaban ya prácticamente definidas, a través de la amistad que mantuvo, inseparable de un «acuerdo mental» profundo, con otros hombres de Oxford, como Keble, Pusey y Froude (señalemos, porque tiene su importancia, que la palabra friend, amigo, es una de las que aparecen con más frecuencia en los diarios y en los poemas de Newman).
El Movimiento de Oxford
Para todos ellos era urgente poner freno a la degeneración espiritual de la Iglesia de Inglaterra, políticamente subyugada por la autoridad secular, y teológicamente amenazada por el liberalismo racionalista. La solución no podía consistir en el cristianismo evangélico, protestante, ya que éste no reconocía a la razón los derechos que sin duda le correspondían. Se imponía, como única salida, una confrontación con el cristianismo de los primeros siglos y con sus testigos autorizados, los Padres de la Iglesia. La década siguiente, Newman se había convertido en el líder de este impulso de renovación del anglicanismo que en seguida fue conocido como « Movimiento de Oxford».
Es bien conocido, y la Apología nos lo cuenta paso a paso, cómo el estudio y la meditación de los Padres condujo a Newman a encontrar la plenitud de la fe cristiana en la Iglesia católica, donde fue recibido el 9 de octubre de 1845. Desgraciadamente, una mentalidad triunfalista ha favorecido el desinterés por el Newman católico. Y, sin embargo, se ha dicho, con razón, que su evolución como católico es más importante―más significativa― que la que tuvo como anglicano. En cualquier caso, se trata, con seguridad, del período que resulta más instructivo para nosotros en el momento actual.
La incorporación de Newman a la Iglesia católica debe ser entendida como el término de una {14 (64)} larga maduración, caracterizada por una búsqueda abnegada, honesta y sincera de la verdad. Newman no rehuyó las rupturas ineludibles ―la familia, los amigos, la consideración social―, pero su conversión al catolicismo no puede ser considerada ella misma como una fractura interior, ni mucho menos. Él mismo nos lo dice en la Apología:
Newman católico
«Cuando me convertí no fui consciente de que se efectuara en mi cambio alguno, ni intelectual ni moral. No tuve conciencia de adquirir una fe más firme en las verdades fundamentales de la revelación, o un mayor dominio de mí mismo; tampoco experimenté más fervor. Fue como llegar a puerto tras haber atravesado una tempestad. Y la felicidad que entonces sentí continúa sin interrupción hasta el día de hoy».
Newman y San Felipe Neri
El benedictino Placid Murray, en su estudio Newman the Oratorian, ha puesto de manifiesto la continuidad existente entre su ministerio anglicano y el que ejerció como presbítero católico desde que fue ordenado en 1847. La atracción que Newman sintió por san Felipe Neri —«sin el que no habría podido ni sabido hacer nada», escribe― respondía a muchos rasgos comunes: carácter jovial; desconfianza de las leyes y las constricciones externas; amor a la libertad; talante humanista y gusto por la belleza, que no era contradictorio con la admiración que ambos sentían por las primeras generaciones cristianas de los mártires y los ascetas... Como señaló Richard W. Church, deán de la catedral anglicana de San Pablo de Londres, en el elogio fúnebre de Newman que escribió para el Times, «en san Felipe, Newman encontró ensamblados el Evangelio y el mundo moderno». Incluso la vida en comunidad del Oratorio le pareció a Newman la prolongación natural, en la Iglesia católica, de la vida común que él y sus seguidores habían llevado en los colleges de Oxford o de Cambridge.
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Esta continuidad entre la primera y la segunda mitad de su vida, perceptible también en muchos otros aspectos, responde al único impulso que rigió todas sus actividades: el anhelo de fidelidad a la verdad y ―como consecuencia― la voluntad firme de renovación de la Iglesia mediante el retorno a las fuentes. Esto, que fue para él la puerta del catolicismo, constituyó también la causa de sus sufrimientos como católico. Alguien ha hablado, en este sentido, del «martirio» de Newman. Seguramente la expresión no es inadecuada. Fijémonos en sus propias palabras: «Desde que soy católico, no he tenido sino fracasos»; o también aquella frase terrible de su diario, escrita el año anterior a la publicación de la Apología: «Cuando yo era protestante, mi religión era angustiosa y mi vida tranquila; ahora que soy católico, mi religión es tranquila y mi vida angustiosa».
El "martirio" de Newman
¿Qué habla sucedido? Durante su periodo anglicano, Newman combatió resueltamente la mundanización de su Iglesia, y se opuso al liberalismo doctrinal que la legitimaba. Como católico, encontraba ahora una Iglesia concebida como fortaleza frente al mundo moderno, con una actitud muchas veces dura y arrogante. Newman, que había llegado al catolicismo a través del estudio del desarrollo de la doctrina cristiana, no podía admitir la identificación abusiva entre dogma y dogmatismo fixista que propugnaba el minoritario, pero poderoso, sector ultramontano. Fueron precisamente los ultramontanos ingleses quienes lo tildaron de «poco entusiasta por la causa católica y lo acusaron de no hacer conversiones. Newman respondió entonces:
*Para mí, lo primero no son las conversiones, sino {16 (56)} la formación de los católicos; los convertidos han de prepararse para entrar en la Iglesia, pero también la Iglesia debe prepararse para recibir a los convertidos». Y explicó ―previo― que la exigencia de una fides implicita a cualquier precio acabaría produciendo «la indiferencia en las clases superiores y la superstición en las inferiores». La fe, decía, no puede ser sólo material ―una mera aceptación de sus proposiciones―, sino que debe ser también formal ―adulta, consciente y libremente asumida.
Conflictos
Cuando Newman señaló que la centralización romana en materia doctrinal era excesiva porque paralizaba el trabajo intelectual, y cuando sostuvo que no resultaba razonable imponer formas de devoción italianizantes en perjuicio de las tradiciones espirituales propias, tuvo que sufrir la doble acusación de liberal y nacionalista. Recordemos, finalmente, la fuerte reacción que suscitó su sugerencia de consultar a los laicos en cuestiones de importancia: los laicos, argüía Newman, en virtud de la función profética común a todos los bautizados, no son una parte meramente pasiva dentro de la comunión que es la Iglesia, y por ello deben ser escuchados.
Newman, en efecto, tenía en una gran consideración a los laicos y pensaba que era necesario, antes que cualquier otra cosa, posibilitarles el acceso a una educación integral y lo más completa posible, incluso a nivel superior. Por eso, cuando los obispos irlandeses le encargaron establecer una Universidad católica en Dublín, creyó que era la oportunidad de poder plasmar sus puntos de vista. La filosofía newmaniana sobre la Universidad se encuentra expuesta en la obra The idea of a University, uno de los clásicos del humanismo cristiano, publicado en 1852 y que agrupa los textos de las conferencias que pronunció en Dublín. Newman, que habría deseado «vivir morir» dentro de los muros de su {17 (67)} amado Trinity College, como escribió en un poema de juventud, nunca dejó de ser un gentleman universitario. En una frase célebre, pudo llegar a decir: «Oxford nos ha hecho católicos». Oxford, es decir, la Universidad, el rigor intelectual, antes que la relación con este o con aquel católico.
La Universidad
Newman proyectaba una Universidad donde la plena autonomía de la ciencia tenía cabida junto a las disciplinas teológicas, porque «universidad» significa tanto como saber universal, integral, que no deja de lado ningún aspecto de la naturaleza ni de la cultura. Frente a la hiperespecialización técnica que ya entonces apuntaba, quería preservar este carácter humanístico. Era lo que Newman llamaba «educación liberal», dirigida a la constitución de un intelecto equipado críticamente más que a la consecución de la utilidad inmediata. La educación liberal, por otro lado, está ligada indisolublemente a la formación ética y religiosa. (De ello tenemos un bello símbolo en el hecho de que el titular de la Capilla universitaria de Dublín sea ―al igual que en esta Capilla de la Universidad de Valencia― la Virgen María, como Sedes Sapientiae, la advocación mariana preferida de Newman).
Ahora bien, según la concepción newmaniana, la Universidad debía dotar a los laicos de un conocimiento real del mundo, y no intentar protegerlos alejándolos de él mediante la censura o la prohibición de la literatura profana, o de los filósofos no cristianos. Newman, además, introdujo la participación de los laicos en la docencia, en el gobierno y en la gestión económica de la Universidad; promovió el trabajo en equipo, las agrupaciones musicales y las actividades deportivas; y estableció un régimen disciplinario que algunos consideraron excesivamente flexible. En conjunto, los planteamientos de Newman resultaban difíciles de asumir en {18 (68)} aquellos momentos, y en 1857 hubo de dimitir como Rector. Casi veinte años después, llegó a la conclusión de que la educación universitaria no confesional, complementada por una acción apostólica rigorosa, era probablemente la más adecuada para una sociedad pluralista, Reconocimiento {t} anglicano y {t} católico {t} El reconocimiento le llegó a Newman, durante su vida, tarde y sólo de una manera parcial. En 1877 recibió el título de fellow honorario del Trinity, y volvió a Oxford después de casi treinta años (aunque nunca había roto sus relaciones de amistad con muchos anglicanos). El año siguiente era creado cardenal por León XIII ―fue el primer purpurado que hizo―, y ello supuso su rehabilitación definitiva frente a las pretensiones de los ultramontanos. A raíz de su muerte, acaecida el 11 de agosto de 1890 en su querido Oratorio de Birmingham ―my nest, «mi nido», como él decía― se pudo afirmar que en Inglaterra nadie había contribuido tanto como él a la comprensión mutua ya la reconciliación entre todos los cristianos.
Hubo que esperar, sin embargo, hasta el Concilio Vaticano II para que las ideas de Newman fueran oficialmente asumidas, y de hecho podemos descubrirlas prácticamente en cada documento conciliar. Pero sabemos que ello no implica, de una manera automática, su recepción efectiva en la práctica. Esta recepción está todavía por hacer en gran parte, y Newman continúa urgiéndonos a realizarla.
El papa Pío XII dijo en una ocasión que llegaríamos a ver a Newman no solamente proclamado santo, sino también doctor de la Iglesia. Cualquiera que sea el honor que se le tribute en el futuro, sí podemos afirmar que para muchos de nosotros Newman constituye, cada vez más, una presencia viva.