Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 267. MAYO. Año 1990
0. SUMARIO
SOMOS pueblo de Dios y familia de santos. La sacramentalidad de la Iglesia no se agota con los "signos de gracia" que ella distribuye, por mandato de Cristo, sino que él mismo sigue presente en medio de nosotros, misteriosa pero verdaderamente. Presencia que se hace, en particular, activa a partir del sello bautismal que nos incorpora a él, y que se manifiesta en la santidad de los que, admirados y agradecidos «a su Padre y a nuestro Padre», corresponden' con fidelidad a sus gracias. Estos son los santos, hermanos nuestros, en los que alienta la vida y reverbera la claridad de Cristo, luz y vida para todos. Por eso nos acordamos de ellos y celebramos el triunfo del milagro que los transformó en imagen suya, mientras sigue con nosotros.
ORACIÓN A N. P. SAN FELIPE NERI
EDUCADORES
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
SAN FELIPE NERI PRECEDENTE DE NEWMAN
LETANÍA DE N. P. SAN FELIPE NERI
NEWMAN Y LA ORACIÓN
SER DEL ORATORIO
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1. Tiempo de oración: ORACIÓN A N. P. SAN FELIPE NERI
OH mi querido y santo Patrón, Felipe: acudo a ti y me pongo en tus manos, y, por el amor de Jesús ―el mismo por el cual te eligió y te hizo santo―, te imploro que intercedas por mí, para que, así como Él te condujo al cielo, también me lleve a mí, cuando sea mi hora.
Y te suplico que me alcances una verdadera devoción al Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad gloriosa, por los medios de la gracia que Él dispensa. Te ruego que me obtengas poder participar de esa sobreabundante devoción que tú experimentaste hacia El, en la tierra, que te distingue, oh querido padre mío, de modo especial, entre los demás santos.
Alcánzame, oh san Felipe, que de tal modo tenga parte de esa devoción hacia El, para que, ya que se dignó habitar milagrosamente en tu corazón, hasta inflamarlo con el fuego del amor sobrenatural, también a nosotros nos haga el beneficio especial de los dones de la gracia divina.
No permitas, oh san Felipe, protector nuestro, que nosotros permanezcamos fríos, siendo hijos de un Padre de tan ferviente caridad. Casi sería en deshonor tuyo que tú no hicieras algo para que se te parezcan tus hijos. Implora para nosotros la gracia de la oración y el gusto de contemplar las cosas divinas, con la fuerza necesaria para dominar nuestros pensamientos, de modo que alejemos las distracciones. Consíguenos, también, el don de conversar con Dios, sin jamás cansarnos de estar con Él.
Oh san Felipe, corazón de fuego, flor de pureza, mártir de la caridad, ruega al Señor por nosotros.
John Henry Newman, C. O.
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2. Educadores
LA SANTIDAD es como la educación, entendida en el mejor sentido y elevada al mundo sobrenatural: dirigir, encaminar y doctrinar, para desarrollar y perfeccionar las facultades y capacidades del ser inteligente y libre, ordenado a Dios.
En la buena educación, incluso entendida en el sentido corriente y natural, no basta envolver al ser con la forma, o limitarse a ofrecer principios y enunciar verdades. Todo esto resultaría inútil y resbalaría si previamente no se despertara la capacidad receptiva y disposición de la libertad a admitir, con sinceridad de corazón, el don divino de la gracia; gracia por la que se nos incluye en los proyectos de Dios, que nos llama para su gloria y nuestra felicidad.
Los santos comenzaron a serlo a partir de la gratitud y admiración de sentirse llamados por Dios. Su vida fue una correspondencia espiritual, perseverante y profunda a este llamamiento divino: fue una fidelidad convertida en amor, en el cual se resumía toda su energía de bien, empleada en Dios y para Dios. Ellos tenían de Dios una idea muy grande; su entrega a él era sin condiciones. A nosotros, incluso para el bien, nos corroen las miradas a nuestro rededor, con envidias, miedos, criticas, comparaciones y egoísmos que nos paralizan o destruyen el poco bien que emprendemos, en sus mismos comienzos. Los santos miraban a Dios; sólo él les interesaba; por eso Au amor a los demás no es otro acto de su corazón. Su amor es único: Yen a Dios en los demás, y ven a los demás en Dios. E igualmente aman a Dios y a los demás, y aman en Dios y en los demás, como en una comunión, en un abrazo único en el misterio de Dios expresado en Cristo, a quien se esfuerzan en repetir en su vida, como el amigo vive en el Amado, que ce más que como el discípulo recuerda al maestro o el hijo imita al padre.
Inevitablemente influyeron en su rededor; pero su acción apostólica era mucho más sencilla que las que nosotros tomamos como mejores o más eficaces. A ellos les habría resultado difícil dar definiciones o inventar técnicas, temerosos de sofocar el {3 (83)} Espíritu. Aunque sí es cierto que, cuando nos acercamos a los grandes santos, descubrimos que se portaron como verdaderos "educadores" sobrenaturales, en el sentido más pleno. Comenzaron con su palabra, y, todavía más, con el ejemplo de su vida, solicitar un cambio de mente y de corazón, para vencer el espíritu del mundo. Luego, nos mostraron a Dios para que, desde la limpieza del alma convertida, le pudiéramos contemplar, admirarnos de él y amarle. Después nos enseñaron a tratarle, hasta hacer de lo que llamamos fe ―es decir, conocer y fiarnos de Dios― una respiración espiritual, una oración, una relación consciente y viva de persona a persona. Finalmente, intentaron enamorarnos de él, para que nada pudiéramos amar que no fuera parte o esperanza de él. Y lo hicieron porque creían que el hombre era capaz de abrirse a Dios y aceptar su gracia.
Ese optimismo es el que presidió la vida de san Felipe Neri, verdadero educador en la oración y el amor de Dios. Educar en este sentido pleno era también la obsesión de Newman.
Nos conviene volver a los santos para aprender de ello, a incorporar a Cristo en nuestra vida: para quererle aceptar, conocerle, tratarle, amarle y saber darlo a conocer y a hacerlo amar de los demás, agradecidos de que se haya mostrado a nosotros y nos haya amado.
Cristo comunica su vida a cada uno de nosotros; no sabemos cómo, pero sabemos que es una comunicación real, aunque invisible... Podemos alegrarnos; el mundo no podrá quitarnos este gozo que es incapaz de comprender, y debemos ser sobrios en nuestro regocijo, si bien, en una conjetura como la nuestra, nuestra paz y nuestra alegría serán más profundas y más plenas, porque nada dañará a quienes llevan a Cristo en sí mismos.
Tenemos la historia de los que sufrieron con él, de todos los confesores, de todos los mártires de los primeros tiempos y de las épocas posteriores, para demostrarnos que la fuerza de Cristo no se ha echado atrás (Is., 59, 1), que la fe y el amor tienen su morada en la tierra, y que, suceda lo que suceda, su gracia basta a la Iglesia, y su fortaleza se perfecciona triunfando de la flaqueza (2 Co., 12, 9).
John Henry Newman, C. O., P.S., II, 13.
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3. CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990): Noticias y conmemoraciones
• En Londres, se abrió al público, el 2 de marzo, una exposición de retratos de Newman, en la «National Portrait Gallery», que permanecerá abierta hasta el día 20 del presente mes de mayo. Los retratos han sido cedidos, para esta ocasión, principalmente, por los Oratorios de Birmingham y de Londres. La misma «National Gallery», ha editado un magnífico libro en el que se recogen a todo color los retratos exhibidos.
• En Escocia, en la «St. Andrews University», Fife, tuvo lugar, del 21 al 24 del mes de marzo, un Congreso interdisciplinar sobre el «Pensamiento e influjo de Newman en nuestro tiempo».
• En Birmingham, del 1 al 15 de mayo, se celebra un «Congreso Newmaniano para sacerdotes, en el Centro diocesano de Educación «Maryvale». Como es sabido, el mismo Newman vivió en Maryvale, desde febrero de 1846 a octubre de 1848. También en Birmingham, el 17 de mayo, y en la «St. Philip's Anglican Cathedral», tendrá lugar una conferencia, por el profesor Sir Henry Chadwick, sobre «Newman en su período anglicano».
• En Woodcote, cerca de Reading, en la «Oratory School», para celebrar el Centenario de Newman, tendrá lugar una Misa y la ejecución del oratorio musical «The Dream of Gerontius», escrito por Newman y con música de Elgar, para voces, coros y orquesta. Esta escuela, originariamente fundada por Newman en Edgbaston, fue posteriormente trasladada a Woodcote.
• En Leonforte (Sicilia), en recuerdo de la grave enfermedad que Newman padeció en aquella isla, y que tanto tuvo que ver con la orientación de su vida y el espíritu con que "lideró" el «Movimiento de {5 (86)} Oxford», tendrán lugar diversas celebraciones, con participación de las autoridades civiles.
• En la «University of Pensylvania», de Estados Unidos, se celebra un Congreso, del 14 al 17 de mayo, con el tema de «La vida y el pensamiento de J. H. Newman». El evento coincide con el 250 aniversario de la fundación de dicha Universidad.
• En Valencia, y organizado por el «Newman Centre», de esa ciudad, se ha programado, para el día 2 de mayo, fiesta de san Atanasio, una celebración litúrgica en la Capilla universitaria de la Sapiencia, para recordar la relación de este Padre de la Iglesia con la figura del cardenal Newman. Como se sabe, la primera gran obra de Newman, basada en la patrística, fue «The Arians of the fourth Century», que constituye un estudio capital para toda su evolución religiosa posterior.
La esencia del modelo oratoriano reside en la interacción de los laicos (del Oratorio, en términos filipenses) con aquellos miembros que son ordenados para servirlos (la Congregación).
Se trata, más que de una mera asociación o colaboración, de una comunión en Cristo.
El tipo de personas que Newman concibe sólo puede desarrollarse en comunidades así, donde sea posible para la creatividad y para las conciencias «obedecer al Espíritu y, de este modo, difuminar y disipar los hábitos y restricciones que se opongan al crecimiento y al desarrollo. Newman, por el contrario, se enfrentó a lo que él llamaba «nihilismo católico», cuyos representantes «prohíben, pero no instruyen ni crean».
John Coulson, en el VIII Congreso Internacional sobre Newman (1978)
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4. SAN FELIPE NERI PRECEDENTE DE NEWMAN
LA PROVIDENCIA trabaja la vida de los hombres, con una sabiduría que éstos no suelen descubrir inmediatamente, sino sólo pasado algún tiempo, cuando, a la luz de la fe, la memoria rastrea la sucesión de acontecimientos y circunstancias que han urdido el tramado de la historia de cada uno.
Sólo entonces es posible descubrir el misterio del sentido de Dios en la existencia humana, y admirarse de la armonía sobrenatural con que los planes divinos se han ido abriendo paso, a pesar, incluso, de oscuridades, contrariedades y resistencias. Puede darse cuenta de ello cada cristiano, en sí mismo, si logra contemplar su propia vida por encima de apasionamientos personales, desprendidamente, humildemente. Pero, sobre todo, se comprueba cuando se observa el itinerario de almas grandes y de los santos. Y esto sucede con John Henry Newman.
Cuando pensamos en san Felipe Neri y en Newman, descubrimos también que han existido disposiciones providenciales recíprocas, que prepararon su encuentro, llegado el tiempo, cristalizando en la vocación filipense del gran convertido de Oxford.
Si las piedras hubiesen podido hablar, la primera vez que Newman estuvo en Italia, al caminar por «la ciudad más maravillosa del mundo» ―«the first city»―, le habrían ayudado a descubrir la figura de san Felipe, desconocida todavía para él, que saludaba, al encontrar en la calle, casi puerta con puerta con la iglesia de San Jerónimo de la Caridad, cuna del Oratorio, a los jóvenes estudiantes del colegio de Santo Tomás de Canterbury, en la vía Montserrato. El mismo papa Gregorio XIII, que intervendría en la fundación del Oratorio, había creado aquel colegio para ayudar a la Iglesia en Inglaterra, {7 (87)} sacudida por la escisión protestante. Dicen los biógrafos de nuestro Santo que Felipe saludaba a aquellos jóvenes rubios, más bien altos y delgados ―los «angli, angeli» que siglos atrás había bendecido san Gregorio Magno―, con el primer verso del himno de los santos Inocentes, levantando las manos y sonriendo, diciéndoles: «Salvete, flores martyrum!» Y, en efecto, una cincuentena de ellos sufrió el martirio, al ser reintegrados, ya sacerdotes, a su patria. Sabemos que san Felipe iba a veces a aquel colegio, y hablaba con ellos. Y hemos de suponer que les tendría en lugar preferente en sus oraciones. Si en nuestros días san Felipe volviera al mismo lugar, se entristecería al ver que la iglesia de San Jerónimo de la Caridad, el primer Oratorio, junto con las habitaciones que fueron su morada ―su «nido», diría Newman―, han sido arrebatadas a sus hijos.
Newman pisaba aquellas mismas calles dos siglos y medio después, todavía anglicano, y ya escribía, desde allí, vencido por Dios, palabras como éstas a su hermana Harriet: «Todo cuanto he visto, comprendida mi querida Oxford, no es más que polvo, comparado con esta ciudad... ¿Es posible que aquí se albergue tanto mal? No lo creeré hasta que tenga pruebas. En San Pedro, ayer, en San Juan de Letrán, hoy, me he sentido humilla do...» Años más tarde, Newman recibiría la ordenación sagrada en San Juan de Letrán, donde había sido ordenado Diácono san Felipe Neri, dos siglos y medio antes. Después, en el camino de regreso a Inglaterra, quería asirse a Dios en sus dudas, y escribía el inolvidable poema, ya famoso, «Lead, Kindly ligth». Esta luz sería la luz de Dios, y, en ella, san Felipe, «corazón de fuego, esplendor de vida divina, luz de alegría santa». Newman lo declararía explícitamente a los que le siguieron en la fundación del {8 (88)} Oratorio inglés, apoyándose en la coincidencia de que la iglesia de Santa María in Vallicella ―sede del Oratorio romano― está dedicada al papa san Gregorio, el mismo de los «angli, angeli», protector de Inglaterra.
Por otra parte, en la vida de Newman existen dos figuras estimadísimas, de decisiva influencia en su itinerario espiritual, a pesar de que ellas mismas no se llegaran a convertir al catolicismo: en su adolescencia, ese venerado maestro, Mayer, guía primero en el descubrimiento del «Dios personal»; luego, la figura oxfordiana de Keble, para Newman, precedente anglicano del dulcísimo san Felipe.
Por lo cual exclamaría: «Oh, Dios mío..., me has dado a san Felipe, creación maravillosa de tu gracia, para que sea mi patrono y mi maestro; y yo me he entregado a él, y él ha hecho en mi favor grandes cosas, hasta más allá de lo que pudiera pensar».
Cuando la fe nos hace descubrir y agradecer la novedad y el gozo de los dones de Dios, suele tratarse, siempre, de la resurrección magnificada de gracias precedentes, como la espiga lo es de una semilla, y el tejido de los hilos, y la perla de la luz. Todo emerge del tesoro escondido de siembras precedentes dispuestas sabiamente por la misericordia del Señor.
Los Santos son el ejemplo feliz y completo de la nueva creación que nuestro Señor ha hecho desarrollar en el mundo moral; y así como «los cielos pregonan la gloria de Dios», su Creador, del mismo modo, los Santos son la propia y verdadera evidencia del Dios del Cristianismo, y proclaman en toda la tierra el poder y la gracia de Aquel que los ha hecho.
John H. Newman, C. O., L. D., XII, 399.
La fe sola es la que prolonga la existencia del hombre, y lo hace vivir, en sus propios sentimientos, en el futuro, además del presente. Los hombres de este mundo están llenos de planes para cada día. Incluso en la religión solamente ambicionan resultados inmediatos, y no se mueven para hacer algo si no sienten que pueden hacerlo todo, o sea, a su manera, eligiendo sus métodos, y ver su final. Sin embargo, el cristiano se entrega confiadamente al futuro, porque cree en Aquel que es, y que era, y que será. Puede soportar la compañía eterna, tanto en este mundo como en el futuro. Se contenta con empezar y dar el primer paso, con hacer lo que estén de su parte, y no más; con proyectar lo que otros tendrán que realizar; con sembrar lo que otros cosecharán. Nadie puede acabar su propia obra, ni interrumpirla por su propio derecho, sino Aquel en quien todo se contiene.
John Henry Newman, C. O., P.S., VI, 274-275.
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5. LETANÍA DE NUESTRO PADRE SAN FELIPE NERI, por John Henry Newman.
Newman compuso multitud de pequeños textos devocionales, para servir a la piedad de la gente sencilla que frecuentaba el Oratorio. A su muerte, con lo que se recogió de este material disperso, se compuso un precioso libro, MEDITACIONES Y DEVOCIONES, impregnado de unción y transparencia espiritual. De él extraemos la siguiente letanía a N. P. san Felipe Neri, que traducimos ofrecemos a nuestros lectores.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten compasión de nosotros.
Hijo de Dios, Redentor del mundo, ten compasión de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten compasión de nosotros.
Trinidad Santa, Dios único, ten compasión de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes, ruega por nosotros.
San Felipe, ruega por nosotros.
Vaso del Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Apóstol de Roma, ruega por nosotros.
Consejero de Papas, ruega por nosotros.
Voz de Profecía, ruega por nosotros.
Hombre de los primeros tiempos, ruega por nosotros.
Santo amable, ruega por nosotros.
Santo victorioso, ruega por nosotros.
Héroe escondido, ruega por nosotros.
Padre amabilísimo, ruega por nosotros.
Flor de pureza, ruega por nosotros.
Mártir de caridad, ruega por nosotros.
Corazón encendido, ruega por nosotros.
Discernidor de espíritus, ruega por nosotros.
Sacerdote escogido, ruega por nosotros.
Espejo de la luz divina, ruega por nosotros.
Modelo de humildad, ruega por nosotros.
Ejemplo de sencillez, ruega por nosotros.
Luz de santa alegría, ruega por nosotros.
{10 (90)} Imagen de infancia espiritual, ruega por nosotros.
Decoro de senectud, ruega por nosotros.
Director de almas, ruega por nosotros.
Guía amable de jóvenes, ruega por nosotros.
Patrono de tus hijos, ruega por nosotros.
Tú, que observaste castidad en tu juventud, ruega por nosotros.
Tú, que llegaste a Roma guiado por Dios, ruega por nosotros.
Tú, que habitaste largamente en las Catacumbas, ruega por nosotros.
Tú, que recibiste el Espíritu Santo en tu corazón, ruega por nosotros.
Tú, que tuviste gracias extraordinarias de oración, ruega por nosotros.
Tú, que serviste a los humildes con tanta amabilidad, ruega por nosotros.
Tú, que lavaste los pies a los peregrinos, ruega por nosotros.
Tú, que deseaste ardientemente el martirio, ruega por nosotros.
Tú, que repartías a diario la palabra de Dios, ruega por nosotros.
Tú, que condujiste tantos corazones a Dios, ruega por nosotros.
Tú, que hablabas dulcemente con María, ruega por nosotros.
Tú, que salvabas de la muerte, ruega por nosotros.
Tú, por quien se han erigido muchas casas de hijos tuyos en el mundo, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
V. Acuérdate de tu Congregación.
R. Que poseíste desde el principio.
Oremos: Oh, Dios, que enalteces a tus siervos con la gloria de la santidad, concédenos que el Espíritu Santo nos encienda con el mismo fuego con que abrasó el corazón de N. P. san Felipe Neri. Por Cristo, Señor nuestro. Amén.
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6. NEWMAN: NEWMAN Y LA ORACIÓN
EN las exhortaciones a su comunidad del Oratorio, Newman establecía, sin rebajas, la prioridad de la oración, incluso frente al ministerio de la Palabra. Seguramente quería hacer verdad en los suyos aquel principio tan repetido sobre la esencia de todo apostolado, consistente en transmitir a los demás lo que antes hemos contemplado en la presencia de Dios:
«contemplata aliis tradere». Es oportuno no olvidarlo en una época marcada por la competitividad, el activismo y el elogio de lo inmediatamente (en apariencia, por lo menos) eficaz, que temporaliza lo eterno, en lugar de penetrar de sentido de eternidad lo temporal y sensible, de modo que espiritualice la vida de los creyentes lo mismo que la actividad toda de la Iglesia.
Dios, en el curso de la historia, ha dado a la Iglesia santos y almas verdaderamente espirituales que han servido de ejemplo a los cristianos y que han influido en ella de modo que pudiera defenderse del contagio, a veces muy sutil, con que el mundo quisiera desvirtuar su misión y el estilo mismo con que debe llevarla a cabo. Newman, lo mismo que san Felipe Neri, fue uno de estos ejemplos. Por esta razón, ofrecemos un fragmento de un excelente estudio debido al padre carmelita Philip Boyce, de la Pontificia Facultad Teológica del Instituto Teresianum, de Roma, que nos presenta a Newman como ejemplo de hombre de oración.
Filósofo eminente, teólogo, educador, Newman fue lo que nosotros solemos llamar un hombre de oración. Los laicos católicos lo veneraron por su vida de entrega a Dios y de desprendimiento de las cosas del mundo. Ellos lo consideraron, también, como su padre espiritual y como un guía en el camino de la santidad.
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La oración, estructura de la vida
Podemos decir, con verdad, que la oración constituyó la estructura espiritual de la vida de Newman. Paralelamente con sus cualidades intelectuales y universitarias, habla en él una inclinación espiritual y religiosa que animó y guio los dones recibidos, los preservó del error y confirió a sus escritos un gran poder de persuasión. Este toque espiritual fue el centro de su vida personal. Vida de fe, virtuosa, comprometida, que la plegaria continuada sostuvo y animó.
Para Newman, la oración no era otra cosa que conversación del hombre con su Creador. La voz de la fe, las alas del alma, una realidad que está en el corazón de toda religión. La oración mete al hombre en comunión con un mundo superior; ella permite al cristiano la afirmación de su ciudadanía celestial. «Nuestra conversación está en los cielos», dice san Pablo (Flp. 3, 20). La oración de alabanza constituye las palabras y las expresiones de esta conversación con el Cielo.
Presencia y santidad de Dios
La oración fue un hábito que mantuvo durante toda su vida. Desde su más joven edad, Newman tuvo la conciencia aguda de la Presencia y de la Santidad de Dios. Incluso desde niño él experimentó la irrealidad de las cosas materiales y visibles, y la verdad y autenticidad fundamental, por el contrario, de las invisibles y espirituales, es decir, los ángeles, el alma inmortal, Dios. Contaba solamente seis años y ya se preguntaba el porqué de su existencia, y qué cosa era él. A la edad de quince años habla de sí mismo y de su Creador como de «dos seres únicos, cuya existencia se le presenta como evidentemente luminosa». La necesidad de rogar y alabar a Dios nació de esta conciencia de la presencia y de la santidad de Dios, y del sentimiento de su total dependencia respecto de él.
Esta verdad de la Santidad de Dios, el amor y el cuidado de las almas que él guiaba, el sentimiento {13 (93)} de una total dependencia respecto a la providencia divina, se encuentra en esta plegaria escrita por él:
«Oh Dios mío, desde toda la eternidad tú te bastas a ti mismo. El Padre colma al Hijo y el Hijo satisface plenamente al Padre; entonces, ¿por qué no has de bastarme a mí, pobre criatura, si Tú eres tan grande y yo tan pequeño? Oh Dios poderoso, fortifícame con tu fuerza, consuélame con tu paz eterna, sosiégame con la belleza de tu rostro, iluminame con la claridad eterna de tu luz, purifícame con el halo de tu santidad inefable. Sumérgeme en las corrientes de tu vida y calma mi sed en tanto que le sea lícito desearlo a un mortal, en las riberas de la gracia que manan del Padre y del Hijo, en la gracia de tu amor consubstancial, coeterno...
Oh Dios mío, mi vida entera ha sido una sucesión de gracias y de bendiciones concedidas a quien no era digno de ellas. La fe me es útil, puesto que he experimentado desde siempre tu Providencia conmigo. Año tras año, tú me has llevado, tú has apartado los peligros de mi camino, tú me has corregido, tú me has llamado, tú me has reconfortado, tú me has soportado pacientemente, tú me has dirigido, tú me has sostenido. Oh, no me abandones cuando las fuerzas me faltan...»  (M. D.).
De la infancia a la vejez
No es sorprendente, pues, que Newman se haya entregado a la oración en todas las etapas de su vida. Nos hemos referido ya al origen de su oración, en la misma infancia, oración que brotaba de su intuición de una presencia y de una santidad divinas.
En su diario íntimo podemos leer una lista de plegarias y de súplicas que él escribió y utilizó desde su adolescencia. Los Padres del Oratorio de Birmingham conservan todavía tres pequeños cuadernos, manchados por el continuo contacto con los dedos, en los cuales él escribía largas listas de personas y de intenciones por las que rogaba habitualmente.
{14 (94)} Dichos cuadernos contienen algunas plegarias intimas, las primeras que él compuso, cuando contaba solamente dieciséis años, con ocasión de su primera comunión, en la Iglesia anglicana. La última anotación lleva la fecha de setenta años más tarde, uno antes de su muerte.
No abundan tanto los que conservan y repiten sus plegarias a lo largo de más de cincuenta años.
Esas humildes páginas amarillentas son el testimonio elocuente de la vida interior de Newman en comunión con Dios. Nos revelan el alma sencilla y modesta que se oculta bajo la noble apariencia de este célebre convertido de Oxford.
Nos puede parecer sorprendente que un hombre tan inteligente haya rogado de una forma tan sencilla y natural, hasta el punto de que el más humilde de los creyentes pueda hacer suyas, sin dificultades ni tropiezos, las oraciones de Newman.
Simplicidad y sencillez
Y sin embargo, es cierto que la verdadera grandeza tiende a la unificación, a la simplicidad, a hacerlo todo más fácil.
Newman habría podido escribir plegarias y meditaciones que dieran la impresión de haber recibido grandes gracias. Al contrario, él huyó de la elocuencia mística y eligió las palabras que expresaban mejor la verdad de sus sentimientos; amaba las palabras sinceras, los sentimientos auténticos, las decisiones claras; por más sencillas y ordinarias que fueran, las prefería al vocabulario aparentemente sublime, aunque artificial, desdeñando las mínimas huellas de hipocresía. Él desconfiaba de la piedad sentimental y condenaba a quienes creían que debían estimular sus emociones para rogar. Es verdad que los sentimientos tienen su papel; Newman los llama la belleza de la santidad y pretende que nos mantengan joven el espíritu mientras nuestro cuerpo envejece. Sin embargo, la sensibilidad {15 (95)} no está siempre a nuestro alcance y en ningún caso puede convertirse en el test de nuestra oración.
Así, pues, cuando él pide el fervor, no lo imagina como una emoción pasajera y estéril, sino que desea una parte de ese Amor eterno de Dios que el espíritu derrama en las almas.
El fervor
«Cuando yo pido el fervor, busco la fortaleza, la coherencia y la perseverancia. Pido la fe, la esperanza y la caridad en su expresión más celestial.
Cuando pido el fervor, pido verme libre de miedos humanos y de las alabanzas de los hombres. Pido el don de la plegaria... Señor, cuando pido el fervor, te pido a ti mismo; que nada me separe de ti, oh Dios mío, tú que te has entregado totalmente a nosotros... Tú eres la llama de la vida, que arde de amor por el hombre: entra en mí y enciéndeme a semejanza tuya y según tu voluntad». (M. D.) Newman ganaba amigos con facilidad y los reunía a todos en una cadena de plegarias de intercesión a la que permaneció fiel toda la vida, como hemos visto. Ahijados, seres queridos, indiferentes, bienhechores, convertidos, difuntos, amigos irlandeses, etc. No desdeñaba utilizar oraciones tradicionales, tal como gusta a las almas sencillas.
Breviario
Newman amaba el breviario romano y lo utilizaba regularmente desde que recibió un ejemplar, el de su amigo Hurrell Froude, en 1836. Todavía miembro de la Iglesia anglicana, ya consideraba el breviario portador de una tal excelencia y belleza que pudo despertar un prejuicio en favor de la Iglesia católica en un anglicano sin desconfianza.
Las plegarias, la distribución de las lecturas, las intercesiones y los salmos repartidos en las horas del día, le atrajeron de modo particular. La abundancia de textos inspirados le cautivó, por más que lamentara el abandono de la integridad del Oficio monástico. Seguramente que hubiera acogido favorablemente {16 (98)} la nueva Liturgia de las Horas, enriquecida con textos bíblicos y patrísticos, publicada después del Concilio Vaticano II. Sobre todo, él saboreó los salmos. Lo mismo que los Padres de la Iglesia, él meditó su significado espiritual y cristiano, y los aplicó a la Iglesia y a sus condiciones actuales de la vida cristiana.
Los Salmos
Para él, estas plegarias judías del Antiguo Testamento abundan en testimonios edificantes y respiran a Cristo. El libro de los Salmos, con sus temas esenciales ―la derrota de los enemigos de Dios y el sufrimiento del pueblo de Dios―, le parecía describir exactamente el estado permanente de la Iglesia y el de sus miembros más leales: siempre débiles en sí mismos y siempre fuertes en el Señor, siempre perseguidos y despreciados y siempre amados de Dios y refloreciendo. Cuando estaba triste y en dificultades, Newman buscaba en los salmos luz y consuelo. En algunas ocasiones encuentra alivio y confianza renovada en el salmo 121 (120): «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? / El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». La recitación cotidiana del Oficio divino, más que un deber, fue una fuente de gozo espiritual y un apoyo. Uno de sus amigos del Oratorio dejó este testimonio: «Él estuvo siempre fuertemente aficionado a la recitación del Oficio; y muy particularmente feliz los Domingos o cuan do el Oficio era más largo, de lo cual nunca se lamentó...» (Ward II, 533). En la vejez, cuando ya sus ojos no le permitían leer, le fue muy penoso dejar el breviario, y lo suplía con la recitación del rosario.
La dilatada vida de Newman fue una oración constante y de comunión con el mundo invisible.
No se trataba de un viaje místico, salpicado con fenómenos sobrenaturales, sino un esfuerzo perseverante desde la oscuridad y la debilidad de la condición {17 (97)} humana. Él vivió horas de grandes amarguras y desaliento, pero también tuvo momentos de adoración pacifica y plegaria gozosa.
Para resumirlo, diríamos que la formulación de su plegaria fue sencilla: fue una oración de intercesión, centrada en la Eucaristía y hecha en el recogimiento interior.
El mismo, su oración
Al envejecer, la pureza de su oración y de su espiritualidad aumentó, hasta invadir del todo su alma. Al fin, él mismo se había convertido en oración.
Como otros grandes amigos de Dios, John Henry Newman es, para nosotros, un ejemplo y un apoyo en el camino sencillo y a la vez exigente de la oración perenne.
Oratorio: llama del Espíritu y corazón de san Felipe.
Resulta difícil dar respuestas breves y completas de aquello que es fruto de experiencias extraordinarias, sobre todo de experiencias de los santos. Nosotros mismos, en el Oratorio, al margen de las definiciones legales con que la Iglesia describe sus obras, no tenemos más remedio, cuando se nos pregunta por nuestro espíritu y estilo, que remitirnos a san Felipe, nuestro fundador. Es imposible hacerse una idea del Oratorio prescindiendo del conocimiento de nuestro Santo. La misma singularidad que, como forma de vida evangélica, ocupa en la Iglesia de Dios se debe al respeto que la Iglesia tuvo, a partir de Gregorio XIII, por san Felipe, que inauguraba, casi sin pretenderlo, una nueva forma de entregarse a Dios y de proyectarse en las almas, en servicio de la Iglesia. Nosotros diríamos que en el centro del Oratorio está ―debe estar― el corazón de san Felipe; corazón de fuego y fuego del Espíritu de Dios. Amor, caridad, oración, entrega apostólica... Los padres del Oratorio de Rock Hill, en Estados Unidos, han querido resumir lo que es central en el Oratorio, es decir, san Felipe y el Espíritu Santo, en un logotipo que nosotros reproducimos, este mes, en cubierta.
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7. Ser del Oratorio
ES un consuelo poder decir que hemos participado en el mismo trabajo apostólico de san Felipe Neri. Nos han conducido aquí el corazón y el sentimiento del deber, y hemos comenzado como san Felipe comenzó. Hemos comenzado sin esperar recompensas ni buscar palabras de alabanza. Con la gracia de Dios, hemos procurado prescindir de la popularidad que da el mundo, en armonía con el precepto de nuestro santo Padre «de llegar a ser desconocidos».
Si me pidierais, queridos Padres del Oratorio, que alcanzara de nuestro Santo una señal que nos distinguiera en los tiempos futuros, no suplicaría persecuciones, porque podrían darnos cierta notoriedad y ser incluso tentación. Yo quisiera este privilegio para todos vosotros: que el público no os conozca, ni para alabaros ni para denigraros, sino que pudierais hacer una gran labor en beneficio de la generación de la que formamos parte, hacer mucho bien en la religión y llevar muchas almas al cielo, ni dejar indiferentes, para Dios, a cuantos hombres encontréis en vuestro camino; pero de modo que pasarais con indiferencia, como sobrevolando el mundo, sin destacar por ninguna fama, reconocidos sólo en la propia casa, trabajando exclusivamente para el Señor, con corazón puro, sin buscar aplausos, y que Dios sea vuestra única esperanza.