Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 268. JUNIO. Año 1990
0. SUMARIO
SAN Felipe Neri, si hubiese podido elegir nombre para su Congregación, habría sido el de «Hijos del Espíritu Santo». Por eso, Pentecostés, además de la culminación de la Pascua, es, para nosotros, una celebración oratoriana que nos recuerda el prodigio de la vida de oración de san Felipe, desde su misma juventud. La oración fue tan importante en toda su vida y su obra, que acabó llamándose «Oratorio». Oratorio y Espíritu Santo tienen que ver, porque el Espíritu es el maestro único que enseña el trato con Dios y lleva a la unión con él, con tal que, decía san Felipe, «seamos humildes y dóciles». ¡Que el Espíritu fecunde, con el rocío de la gracia, nuestras vidas y todo nuestro obrar!
LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
SABIDURÍA
EDIFICACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
DIOS LLAMA MUCHAS VECES
LA VOCACIÓN ORATORIANA DE NEWMAN
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1. Tiempo de oración: PARA OBTENER LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Oh san Felipe, amadísimo protector mío, te ruego que, siguiendo tu ejemplo, despiertes en mí una verdadera devoción al Espíritu Santo. Te pido que me obtengas sus siete dones, para que mi corazón sea llevado fervorosamente hacia la fe y las virtudes.
Ayúdame a alcanzar el don de la Sabiduría, para que prefiera el cielo a la tierra y la verdad a la mentira.
El don de Entendimiento, para que se impriman en mi mente los misterios de su Palabra.
El don de Consejo, para que pueda distinguir mi camino en medio de las perplejidades.
El don de Fortaleza, para que sea valiente e inflexible en la lucha contra el mal.
El don de Ciencia, para que dirija toda mi actividad con intención pura, a gloria de Dios.
El don de Piedad, para que sea devoto y atento a la recta voz de la conciencia.
El don del santo Temor de Dios, para que le sea fiel, con reverencia y sobriedad, en medio de todas las bendiciones espirituales.
Dulcísimo Padre, flor de pureza, testigo del amor, ruega al Señor por mí.
John Henry Newman, C. O.
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2. Sabiduría
CONFUNDIMOS sabiduría con erudición, cuando nos dejamos conducir por el prejuicio de lo extenso, para abarcarlo todo. La sabiduría cristiana, la sabiduría sobre Dios, no es la enciclopédica. En ocasiones, desde otro extremo, la confundimos con alguna de esas deformaciones que producen los saberes especializados, cuando monopolizan la curiosidad o el interés de la mente del hombre y le llevan a saber mucho de muy poco, y nada, o casi nada, de todo lo demás.
La sabiduría cristiana no se encuentra en los libros. Éstos sólo pueden ayudar a adquirirla si no paralizan nuestro espíritu en la esclavitud de la letra; son buenos auxiliares en la medida en que nos estimulan para abrirnos a la fe. Lo contrario ocurre cuando los falsos saberes se hacen contra de soberbia que impermeabiliza la mente para toda verdad que viene de Dios. Criticar esa falsa sabiduría no es alabar la ignorancia, lo cual significaría tanto como fomentar la peor de las causas de la miseria de los hombres.
La sabiduría cristiana tampoco es, en rigor, la cultura, ni la colección de costumbres religiosas que hayamos podido heredar. La sabiduría cristiana es el conocimiento y asunción práctica de todo lo que podemos aprender de Cristo y de los santos. De Cristo, si creemos y nos fiamos de él y todo cuanto nos dijo; de los santos, porque son hermanos nuestros, los cuales, en contra de los criterios del mundo, no cedieron a la perversión de introducir matizaciones paganizantes al ideal cristiano, y nos demostraron que el cristianismo, en su pureza evangélica, no solamente es hermoso, sino posible, con la gracia de Dios. Los milagros de esta gracia son la cantidad de los hijos de Dios, fieles al proyecto divino que se resume en Jesucristo, y que crece, se repite y desarrolla en los cristianos.
Las fuentes de cata sabiduría están en la Palabra de Dios, el ejemplo de los santos, la Liturgia, la actitud humilde y desprendida de la clarividencia de la fe aplicada a la propia vida. Muy en particular, la Palabra de Dios, pero no para buscar en ella {3 (103)} argumentos que justifiquen nuestras razones previas o nuestras decisiones interesadas, vino las razones de Dios sobre nuestro propio ser, nuestro destino y el camino que nos conduce a él. Atender a las razones divinas, y aceptarlas, asumirlas y seguirlas con fidelidad, constituye la esencia de la sabiduría y la prudencia cristiana. La historia de la primera Iglesia, en la que se encarna y se da la genuina manifestación del ideal del Reino de Dios, y las vidas de los santos que la siguieron, debieran llenar los pensamientos de los que hemos sido bautizados para llevar vida de resucitados. De estos primeros conocimientos y experiencias trajo origen la oración común, las celebraciones litúrgicas, que eran enseñanza, plegaria y vida, y que son, todavía, pedagogía de la fe y sacramentalidad ―signo y presencia divina― de Cristo a través de los tiempos, vivo entre nosotros.
San Felipe Neri fue uno de esos sabios cristianos, que no se preocupó por fundar ninguna "escuela" especial de espiritualidad, pero acumuló en su vida y su experiencia de oración la sabiduría de la Iglesia, desde sus mismos orígenes. Newman, que había estudiado concienzudamente los primeros tiempos de la Iglesia, cuando la Providencia le puso delante a san Felipe, se entusiasmó con él y se le entregó ―son sus palabras―, y lo tomó por "padre y maestro.
La imagen de Cristo en su misterio está impresa en nuestros corazones y en nuestra memoria.
Los remotos tiempos de pureza y verdad no pertenecen al pasado; están siempre presentes.
Aunque lo parezca, no estamos solos. Bien pocos, entre los vivientes, pueden comprendernos' y darnos la razón. Pero todas estas multitudes de tiempos pasados, que, como nosotros, creían, enseñaban y oraban, siguen con vida ante Dios y, por sus acciones anteriores y su intercesión de ahora, claman hacia nosotros desde el altar de Dios, nos estimulan con su ejemplo y nos alientan con su compañía.
Están, a nuestra derecha y a nuestra izquierda, los mártires, los confesores y tantos otros de condición elevada o modesta, que poseyeron la misma fe, celebraron idénticos misterios y predicaron el mismo evangelio que nosotros.
John Henry Newman, C. O., P.S., III, 25
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3. Edificación de la vida cristiana
EN ninguna época se ha sentido tan fuertemente la necesidad de una convivencia en paz y amor como en la nuestra, y a todos los niveles. Caen las fronteras entre los pueblos, se afirman las peculiaridades nacionales y culturales, todo el mundo clama por los propios derechos, se critica la fuerza arrolladora de los más fuertes, a quienes el mismo poder hace cínicamente más injustos...; pero todo el clamor de tan grande crisis no anula ni permite olvidar los problemas inmediatos a cada pequeño grupo que, proporcionalmente, sufre también el rechinar de este cambio de un mundo en transformación que, confiando en la Providencia, esperamos que amanezca a formas de verdadero progreso, cuando el dolor de los actuales cambios lo haya purificado de algunas, por lo menos, de sus escorias de prepotencia, de egoísmos y de pecado.
Los pequeños grupos, los asociacionismos que están en la boca de todos y que constituyen interminables ensayos de convivencia para vivir en paz, en mayor justicia, en comprensión y en amor. Comunidades, familias, grupos, que debieran ser, además de simple refugio en el que se salva lo que esté en peligro, semillero de hombres y mujeres que sean capaces, a instancias superiores, para decidir, intervenir y merecer ese mundo más justo y comunitario que ambicionamos. Los cristianos tenemos algo que decir y, si cabe, todavía más que hacer a este respecto. No en vano la Iglesia no cesa en la repetición de su mensaje, para que todos podamos llegar a ser uno en el Señor, y el mundo alcance la plenitud de su destino en Cristo.
{5 (106)} John Henry Newman tuvo buena ocasión de experimentar lo que era edificar una vida de comunidad cristiana, al fundar el Oratorio en Inglaterra. Lo que él decía a sus discípulos podría aplicarse perfectamente a otras formas de vida comunitaria o familiar, lo mismo que a otros grupos con ideales cristianos. Los apuntes que el dejó en los Oratory papers son un pequeño tesoro de doctrina y de consejos para «construir la comunidad».
Nos queremos detener en uno de sus resúmenes, en el que se refiere a la fe y al amor.
Newman es realista y, como buen amante de la verdad, nos advierte del peligro de precipitarnos hablando del amor y la caridad, dejando olvidado otro elemento previo e indispensable, cual es la fe.
En su época de protestante ya tuvo un magnífico sermón dedicado a la fe y la caridad (P. S., IV, 21), pero aquí da a estas dos virtudes una especial interpretación. Interpretación que supone otro principio al que había hecho referencia unos meses antes hablando a su comunidad: la «gentlemanlikeness», por la que Newman quería expresar algo más que «caballerosidad», es decir, una forma de educación y afinamiento del espíritu y el comportamiento, en relación con los demás, que no se cumple con la ceremonialidad versallesca, ni los atildamientos y cumplidos, que a veces esconden la hipocresía, el interés y las preocupaciones mundanas. La educación newmaniana es hija de la justicia, del respeto, de la gratitud; es decir, de la inteligencia aplicada lealmente a lo concreto; no tiene que ver con los complejos y fingimientos que sugiere el oportunismo o la vanidad.
«En sí mismo, este refinamiento de la mente carece de valor sin la santidad, pero puede ponerla de manifiesto al modo como lo consigue el don de la elocuencia respecto de la lógica de un argumento».
En cuanto a la fe y a la caridad, Newman dice que hay quienes «quieren edificar sin cimientos, porque comienzan con la caridad, o lo que parece caridad, cuando debieran haber comenzado con la fe», pues ésta es lo primero y esencial. Se parecen a los que edifican sobre arena, que acaban en ruina.
No importan las apariencias, porque no pasan de ser un sueño. Por más que derrochen celo y energías, carecen de estabilidad, no se sostienen; comienzan, pero al poco tiempo claudican, cuando tropiezan con cruces, cuando son desaprobados; ceden al desaliento, incapaces de seguir adelante, contra estas contrariedades.
Para Newman, esta "fe" es creer en lo que Dios quiere de nosotros y, al mismo tiempo, creer en los {6 (106)} demás, fiarnos y confiarnos a aquellos de quienes la Providencia pone sus vidas junto a las nuestras.
Los sistemáticamente desconfiados nunca podrán integrarse en una comunidad, en una familia, en un grupo verdadera y sinceramente cristiano. Esa fe no se suple con lo que queremos entender por "caridad" u otras formas de resistir sin amor. No puede edificarse este amor y amistad, porque carece de cimiento, de base. Es, dice Newman, como si pretendiéramos caminar sin tener suelo donde pisar.
Esta fe debe ser un hábito, como lo es el andar, mientras nos movemos olvidados del camino, que está bajo nuestros pies. «Todo se edifica sobre la fe», afirma Newman. Evidentemente se refiere a la convivencia comunitaria en el Oratorio:
somos hijos de san Felipe y nuestro gran deber sabemos que es la caridad, caridad de unos con otros, lúcida y generosa, según las palabras de san Pablo (1 Co., 13). Esa "fe" previa y condición para el amor tiene que ver con el acuerdo de las mentes. Pero lo que Newman dice pensando directamente en los suyos vale para toda comunidad, y es a partir de los grupos más pequeños, construidos con la prudencia de que sea posible una base de confianza, y de una confianza que la educación ―que ha de ser, a la vez, respeto, justicia, gratitud y libertad― disponga y favorezca. {7 (107)} Es entonces que no serán necesarias demasiadas leyes para que convivir no sea soportar a los demás, sino edificar verdaderas fraternidades y, a partir de ellas, ir cambiando ese mundo donde los egoísmos, la soberbia y la mezquindad de rivalidades conviertan en lucha la vida de los hombres, cuando el estar juntos debiera ser la gran oportunidad para hacer convergentes los esfuerzos de todos, y lograr, de este modo, en el espacio de los grupos donde es posible conocerse y amarse, la construcción entusiasta del bien.
Cuando no sea así, por más que se usen los nombres de "comunidad", "familia", "fraternidad", etcétera, no pasará de un juego con buenas palabras con las que se esconden ignorancias, egoísmos y miserias.
De este modo, podemos comprender por qué Newman daba tanta importancia a la educación, entendida, según él, no como exteriorización de un rango o clase, o modo de ascender a él, sino como un ennoblecimiento del espíritu, una ilustración de la mente y disposición y uso de la voluntad para el bien, no solamente compatible con la sencillez, sino como manifestación de la misma, sin vanidades ni complejos, pues éstos son los que principalmente suelen impedir la confianza, y, si falta ésta, es imposible el amor.
Una buena lección para grupos cristianos, para proyectos de asociación con mutuo conocimiento y afecto, y para las familias. De tenerla en cuenta, se evitarían muchos fracasos, muchas desilusiones, muchas infidelidades, y se prepararía, desde la humildad de cada pequeña unidad, la transformación y la felicidad de la sociedad entera, el verdadero crecimiento espiritual de los creyentes y el acercamiento a lo que Dios quiere para su Reino.
Síntesis.
Por razones prácticas, se puede tomar del cristianismo una idea como principal, para en seguida agrupar en torno a ella todas las demás. En este sentido, yo podría decir que tomo la Encarnación como el aspecto principal del cristianismo, de la cual, como de sus raíces, se derivan los tres aspectos principales de su doctrina:
el sacramental, el jerárquico y el ascético.
Pero no se puede admitir un aspecto para excluir u Oscurecer otro. El Cristianismo, de hecho, es, a la vez, dogmático, devocional, ético: es esotérico y exotérico, indulgente y estricto, luminoso y oscuro, amor y también reverencia y temor.
John H. Newman, C. O., Dev., 36
El corazón de cada cristiano debe representar en miniatura la Iglesia católica, puesto que un espíritu único hace de la Iglesia entera y de cada uno de sus miembros su templo santo. Entreguémonos de nuevo a Dios. Así haremos progresar la causa de Cristo en el mundo, nos demos o no nos demos cuenta, lo queramos o no, y lo quiera o no lo quiera el mundo. Contentémonos con elevar el nivel de la religión en nuestros corazones, y se elevará el mundo. El que se esfuerza por restablecer el reino de Dios en su corazón lo hace progresar en el mundo.
John Henry Newman, C. O., S. D., 10
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4. CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990): Noticias y conmemoraciones.
• Ediciones Paulinas acaba de publicar, dentro de su colección «Testigos», el libro VIDA Y PENSAMIENTO DEL CARDENAL NEWMAN, de Charles Stephen Dessain. Hemos de felicitarnos por esta traducción, debida al p. Aureli Boix. Ojalá dentro de poco podamos disponer, además, de una antología sistemática de textos newmanianos, al estilo, por lo menos, de la resumida de Erich Przywara, la de William S. Lilly, o la más reciente de Ian Ker.
• En Birmingham, el 23 de junio, en la catedral de St Chad, tendrá lugar la más importante conmemoración newmaniana, a nivel diocesano y nacional, en la que participará el episcopado de la Iglesia en Inglaterra y el País de Gales. Después de la concelebración eucarística pontifical, de la mañana, la Orquesta Sinfónica y el Coro de la ciudad de Birmingham ejecutarán, por la tarde, el oratorio musical «THE DREAM OF GERONTIUS», poema escrito por Newman al que puso música Edward Elgar.
• En Oxford, a partir del 2 de julio y hasta final de diciembre, se exhibirá una Muestra sobre Newman, en la biblioteca Bodleian.
. También en Oxford, en la segunda quincena de julio, tendrá lugar un Curso Estivo sobre Newman, en el Sommerville College, dirigido por el Dr. Ian Ker.
• En el Oratorio de Birmingham, el 11 de agosto, concelebración eucarística por los Padres de los dos Oratorios ingleses, Birmingham y Londres. Por la tarde, tendrá lugar un acto eucarístico junto a la tumba de Newman, en Rednal, cerca de Birmingham, con asistencia de numerosas representaciones oratorianas y de estudiosos y amigos de Newman, procedentes de Europa, América y Asia.
• La Asociación de Amigos de Newman, de Estados Unidos, ha organizado una Peregrinación a los lugares de Newman, de Inglaterra e Irlanda, coincidiendo con los actos del 11 de agosto en Rednal, y los de la Universidad de Dublín, en los que se incluye la visita al Maynooth College.
• De modo parecido, la Asociación Japonesa de Amigos de Newman, bajo la dirección del profesor Peter Milward, de la Sophia University, de Tokyo, ha organizado otra peregrinación con los mismos fines.
• En Sydoey, Australia, también en la fecha de 11 de agosto, se conmemorará el centenario de Newman, con una Eucaristía solemne, como culminación de unas jornadas de seminario sobre la vida, el pensamiento y la obra del Cardenal.
• En Francia, del 2 al 4 de junio, en el «Centre Culturel des Fonteines», en Chantilly, cerca de París, la Asociación Francesa de Amigos de Newman desarrollará su Tercer Coloquio Internacional, con el tema, esta vez, de «Newman y la Historia».
• En la Universidad de Bolonia, Italia, y bajo la dirección del profesor Gianfranco Morra, tendrá lugar, en el mes de septiembre, un Congreso sobre Newman.
• Relacionado con el centenario newmaniano, el 15 de septiembre, los católicos del Norte de Inglaterra se reunirán en el Santuario del Beato Domenico Barberi, en Sutton, St Helens, Lancs. Presidirá el encuentro el arzobispo de Liverpool, Derek Worlock. Como se sabe, Domenico Barbieri recibió a Newman en la Iglesia católica.
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5. Dios llama muchas veces
A LO largo de toda la vida, Cristo nos está llamando sin cesar. Lo hizo al principio, al recibir nuestro Bautismo; y sigue llamándonos luego, sin que lo merezcamos, tanto si obedecemos como si rechazamos su voz.
De gracia en gracia, nos llama ofreciéndonos la santidad, mientras nos es dada la vida. Como Abraham fue llamado a abandonar su hogar, Pedro a dejar sus redes, Mateo su oficio, Elías su campo, Natanael la comodidad de su retiro; todos estamos pendientes de su llamamiento, incesantemente, de una cosa a otra, sin reposo, en orden a elevarnos hacia nuestra meta eterna, y obedeciendo un mandato suyo para dar paso a otro. Nos llama una y otra vez, para justificarnos, y una y otra vez, siempre con mayor intensidad, para santificarnos y disponernos a participar en su gloria.
Sería maravilloso si nosotros comprendiéramos todo esto, pero somos lentos para entender esta gran verdad, que viene a ser como si Cristo caminara junto a nosotros y, con su mano, su mirada, su voz, nos forzara a su seguimiento. No comprendemos que su llamamiento es algo que sucede ahora. Pensamos que se refiere al tiempo de los Apóstoles; no creemos en él, imaginamos que no nos concierne. Nos faltan ojos para ver al Señor, y estamos lejos de ser como el apóstol amado, Juan, que reconoció a Cristo, a pesar de que los demás discípulos no se daban cuenta de él.
Cuanto nos sucede en orden providencial responde en todo a la esencia de lo que era su voz para aquellos a quienes se dirigió cuando estaba en la tierra, sea que nos mande por medio de una presencia visible, o por una voz, o por medio de nuestra {10 (110)} conciencia ―ello no importa―, de modo que nosotros percibamos que es su voluntad. Y si es su voluntad, puede ser obedecida o no; puede ser aceptada, como la obedeció Samuel o san Pablo, o puede ser rechazada, como lo hizo aquel joven rico que tenía grandes posesiones.
Solamente una es la verdad y la perfecta verdad; nadie sabe cuál es, salvo quienes la poseen, si la han alcanzado. Pero Dios si la conoce, y nos conduce hacia esta sola y única verdad. Conduce a los redimidos, impulsa a los elegidos, a cada uno y a todos, guiándolos hacia el único y perfecto conocimiento y obediencia de Cristo, aunque no sin su cooperación, mediante incitaciones a las que es preciso obedecer, pues, de lo contrario, se malogran y se rezagan en su camino hacia el cielo.
De hecho, nada es más cierto que algunos hombres se sienten llamados a asumir grandes deberes y obras importantes, mientras que a otros no se les exigen.
No sabemos por qué; quizá porque los que no fueron llamados traicionan la llamada por haber sucumbido en pruebas anteriores; quizá porque, una vez llamados, no obedecieron; quizá porque Dios, a pesar de conceder la gracia bautismal a todos, llama sólo a algunos libremente, a cosas más altas que a otros.
Lo cierto es que sucede así: hay quien descubre señales que no ven otros, o tiene una fe más grande, o más ardiente amor, o una inteligencia espiritual más profunda. Pero a nadie le es lícito tomar como ideal de su propia santidad el ideal inferior de otro. No debemos mirar a los demás. Debemos mirar a Dios, si nos llama a renunciar del todo al mundo, si nos pide ofrecerle lo que en el mundo pudiéramos esperar o temer; ello sería para nosotros una ganancia, una señal de su amor por nosotros, algo de lo que debiéramos alegrarnos.
John Henry Newman, P. S., VIII, 2.
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6. NEWMAN: LA VOCACIÓN ORATORIANA DE NEWMAN
SOMOS llamados a la vida, a la gracia y a ser miembros de la Iglesia y, enseguida, llamados a un estado o modulación concreta de nuestra existencia, querida por Dios, a la que el vincula, de manera ordinaria y normal, todos los dones sobrenaturales que constituyen el marco en el que se desarrolla nuestra santificación y nuestro destino eterno personal. Eso que llamamos la propia vocación, un camino hacia Dios en la geografía espiritual de la Iglesia, que resuena como un llamamiento divino al que es preciso responder con agradecida perseverancia. Cuando Newman se hizo católico no pensó, en un primer momento, en nada más que pertenecer a la Iglesia, sin pretender llegar al sacerdocio (1). Pero en breve espacio de {12 (112)} tiempo, no sólo fue conducido a la ordenación sagrada, sino que la providencia, claramente, lo llevó hasta el Oratorio.
Descubrimiento del Oratorio
Una sugerencia y un llamamiento acogidos con humildad y profunda ilusión, sumergiendo su espíritu y su inteligencia en el estudio de san Felipe Neri, que le enamoró y llegó a comprender lúcidamente, a pesar de la distancia del tiempo, de las diferencias culturales y de los distintos temperamentos. El Oratorio, para él, no fue una solución, como visto desde fuera pudiera parecer, sino una verdadera vocación, que abrazó con fidelidad nunca quebrada. Toda la etapa católica de Newman ha de entenderse desde el Oratorio. Salvada la fe y la gracia, él habría preferido el Oratorio a todas sus obras, proyectos o posibles recompensas y reconocimientos, aun de la Iglesia, a la que precisamente el Oratorio le ayudó a servir mejor.
La vanidad institucional podría sugerirnos, a los oratorianos, exhibir a Newman para nuestra propia satisfacción, si no fuera que la misma característica de la obra de san Felipe no se presta a alardear de grandezas. El Oratorio, a lo largo de cuatro siglos de historia, ha tenido ocasión de prestar muchos servicios a la Iglesia, pero ha sido siempre desde la dimensión, queridamente modesta, que san Felipe quiso para sí y para la estructura que perpetuaría luego su apostolado. Y fue esa peculiaridad que se avino a lo que Dios quería de Newman, a partir de su conversión, con los amigos que le acompañaron inmediatamente, en la fundación del Oratorio en Inglaterra.
Precedentes oratorianos
En la vocación oratoriana de Newman, se daba el precedente de dos experiencias que guardaban cierta afinidad con el Oratorio: la vida universitaria según los principios de los common-rooms (2) y el retiro que precedió a la formal conversión al catolicismo, {13 (113)} Littlemore. Una vez más, Newman eligió la santidad, cuyo camino creyó descubrir en la forma de vida que le ofrecía san Felipe, como afirma Murray (3).
Después de la conversión, la vida aparecía completamente nueva; si bien permanecía el espíritu y la mentalidad universitaria, con lo que implica de sensibilidad para la cultura y de talante humanístico, propio de los universitarios ingleses, y singularmente de Oxford, donde se vivía y convivía en el respeto a las personas y a la buena educación, libre de afectaciones, producía un trato y una relación bien ordenada, sin necesidad de coerciones ni violencias disciplinarias. De todos modos, nos equivocaríamos si interpretáramos esto como si Newman alimentara la pretensión de establecerse en una posición elitista, orgullosa de sí misma y despreciadora de la sencillez. Precisamente iba a ocurrir lo contrario, pues los que luego le criticarían acusándole de poco celo, lo harían desde posiciones eminentes o próximas a ellas, pero cultivando la superficialidad de las formas vulgares y sentimentales de la piedad fácil y halagadora, buscadoras de conversiones sonadas que les dieran prestigio. Newman decía que «le daba miedo que personas cultas se convirtieran precipitadamente, sin percatarse del precio de su decisión»  (4). Sus miras no iban hacia la obtención de éxitos halagüeños inmediatos, sino que le interesaba, «en primer lugar, el nivel de los católicos, mediante la educación, entendida en el más amplio sentido de la palabra, y, en segundo lugar, proporcionando una base mental para argumentar lo que se cree» (5).
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Littlemore
Por otra parte, mientras se preparaba a la conversión en el largo retiro de Littlemore, pudo ensayar una suerte de vida comunitaria parecida a la oratoriana, con holgada ocasión para reflexionar sobre el Oratorio mismo, pues sabemos que en Littlemore Newman pudo hacerse con un ejemplar de las Constituciones del Oratorio, en versión inglesa, impreso en 1697, anterior a cualquier proyecto. Y allí mismo se le despertó hacia san Felipe «una especial reverencia y admiración» (6). Pensando en ello, poco después, diría en carta a su hermana Jemina —que no era católica—: «Este gran santo (Felipe) me recuerda en muchos aspectos a Keble ―que tampoco llegaría a hacerse católico, de tal modo que puedo imaginar con facilidad lo que habría llegado a ser Keble, si la voluntad de Dios lo hubiese destinado a nacer en otra época y en otro tiempo: eran iguales; poseían una aversión total a la hipocresía, facilidad para la alegría, un modo de ser original y un amor ternísimo hacia los demás, junto con la serenidad y austeridad de espíritu» (7).
El primer cristianismo
Por el estudio de los primeros siglos del cristianismo, Newman tenía las más antiguas formas de vida comunitaria evangélica, y su proyección a partir de san Benito y san Agustín, pero se preguntaba si «los votos (religiosos) no significarían, acaso, una falta de confianza en Dios» (8). Lo cual puede interpretarse como un residuo de prejuicios protestantes, pero tiene un valor psicológico latente, que le disponía {15 (115)} ponía a la simpatía por el Oratorio, en el cual san Felipe excluyó toda clase de votos o promesas, si bien exigía que sus hijos «imitaran a los religiosos en la perfección», porque, concluía Newman, «no puede haber perfección sin la observancia de los consejos evangélicos» (9).
Consejos evangélicos y caridad
Todavía puntualizaría algo más, cerrando cualquier resquicio a la disipación o a la ambigüedad, que pretendiera justificarse por la ausencia de los votos: en el Oratorio, la fuerza para la observancia de los consejos no está en la coerción que pueden imponer los votos, sino que «está en la conformidad con la voluntad de la Congregación, en sumisión amorosa a su querer y a su espíritu» (10).
El espíritu de san Felipe
Apoyado en san Felipe y en mejor tradición oratoriana, Newman creía que el Oratorio «era, en substancia, aunque no en la forma, una religión» (11). Una comunidad de personas libres, pero no independientes: quienes no lo entendieran así carecerían del primer elemento indispensable para pertenecer a la comunidad de san Felipe (12).
En ella, la caridad suple y debe superar la fuerza de los votos; si bien, en la práctica, la caridad sería imposible si no fuese precedida e informada por un acuerdo mental previo entre los llamados a formar la misma familia espiritual. Y esta visión o acuerdo desde las mentes se mantenía y manifestaba por la educación, palabra ésta que repite incesantemente para referirse a la vocación específicamente oratoriana. En una comunidad estable es posible el amor, {16 (116)} la caridad concreta, si se entra en ella después de haber adquirido «la educación de un caballero», entendida no como categoría o rango social, sino como un afinamiento mental y moral que él llamaba «gentlemanlikeness». Pensaba en el estilo de vida común de un Colegio de Oxford, donde cada miembro tenía sus libros y el reducido número de cosas propias, que hacían confortable no ya su celda , sino su nido permanente (13).
Pero advirtamos que este precedente universitario no fue obstáculo para que el primer Oratorio que Newman fundó en Inglaterra se asentara en un barrio suburbial de Birmingham, y, cuando poco después se fundó el de Londres, en Brompton, no hizo nada por abandonar su querido nido original de Birmingham, en Edgbaston, y cedió Londres a Faber.
Amor al Oratorio
Amaba a san Felipe Neri, y de él aprendió la oración sencilla y tierna, sin técnicas ni cansancios.
Como él, desconfiaba de cualquier falsa espiritualidad que no partiera del desprendimiento interior.
Anglicano todavía, desde muy joven, había pospuesto ambiciones y triunfos mundanos, y ascensos y recompensas eclesiales, a la santidad. El deseo de ser fiel a Dios y la petición del desprendimiento frente a cualquier vanidad era, como él llegó a decir, «la oración de toda su vida». De hecho, escribía cuando frisaba ya los sesenta años: «Señor, déjame seguir viviendo y déjame morir como he vivido hasta ahora. Mucho antes de conocer a san Felipe, ya deseaba yo que se olvidaran de mí. Déjame aprender cada día de tu gracia a ser despreciado y no preocuparme porque me desprecien. Sin embargo, hay un par de cosas que me atormentan. Señor, {17 (107)} ayúdame, y tú, san Felipe». Y sigue esta conmovedora confesión de amor al Oratorio, hijo de sus dolores, igual que de su amor a la Iglesia, y a la luz interior tan trabajosamente alcanzada y fielmente guardada: «Señor, no permitas que el desprecio que muchos sienten por mí perjudique a mi Oratorio; esto me inquieta, Señor, aunque debo ponerlo lo pongo con sencillez en tus manos. Y también… muéstrame lo que tengo que hacer para ser más útil en provecho de tu gloria, durante el tiempo que me queda de vida... Siento como si hubiese desperdiciado mis años de católico» (14).
Como en un Magníficat, agradecía a Dios «que le hubiese dado por padre y maestro a san Felipe, al que se había entregado, y que había hecho cosas grandes en él» (15). Con la invocación de su recuerdo cerraba su obra más famosa, la Apologia pro vita sua. También, al exponer su The Idea of a University, concluye sus conferencias con una larga descripción del espíritu y obra de san Felipe, y dice: «Si yo he de hacer algo, lo haré siguiendo sus huellas y ningunas más».
(1) «For a while my reception (into the RCC), I proposed to betake myself to some secular calling». L. D., XXXI, 20.
En sendas cartas a H. Wilberforce y T. Mozley, de 30. 8. 1839, en previsión de que debería dejar Oxford, su «imagination has for some time roved after being a sort of brother of charity in London». Definitivamente, fue Wiseman que le empujó al sacerdocio católico, despejando dudas, y sugiriendo que él con sus compañeros se agruparan en la forma de vida oratoriana.
(2) Cf. ORATORY PAPERS, n" 5.
...
(3) «Newman's own personal preference for the primitive Christianity... Was thoroughly "Philippine" in character». NEWMAN THE ORATORIAN, by Placid Murray, PP. 108-109.
(4) A.W. (ed. D. D. B., 1955), p. 394.
(5) Id., p. 398.
(6) En la dedicatoria a Wiseman, del primer libro que publica, como católico, DISCOURSES TO MIXTED CONGREGATIONS, se refiere a su devoción a san Felipe even when I was a protestant, pp. V-VI.
(7) L. D., XII, 25.
(8) «I have thought vows (e. g. of celibacy) are evidences of want to faith (trust), ―why should we look to the morrow? ―It will be given us to do what is our duty as the day comes to bind duty by forestalment is to lay up manna for seven days ―It will corrupt us―. In a very different way, still quite a parable as exhibiting a want of faith (trust) vid Origen's conduct instead of a vow». L. D., II, 187.
(9) ORATORY PAPERS, nº 25.
(10) «Perfection consists in the exact, ready; pleasant performance of the precepte of the New Law... I shall consider then obedience to the Community as our special means of perfection». OR. P., note to Paper nº 24, p. 299.
(11) Apoyándose en el P. Marciano, considera a los oratorianos no como (tropas) regulares, sino "voluntarios", «therefore Oratorians are substantially, though not in form, a religion». OR. P., Final draft, párrafo 1.
(12) «To say "I will not interfere with you and you shall not interfere with me", is the ruin of the Congregation ― and a person who so speaks has not in him the first element of an Oratorian». Id., párrafo 2.
(13) «An Oratorían has his own room, and his own forniture... They do not forn a cell, but a nest... The Congregation is to be the home of the Oratorians, familiar faces...
OR. P., nº 5.
(14) A. W., p. 378.
(15) M. D., p. 245.
Ideal de santidad.
NEWMAN no iba en busca de su éxito en el mundo, ni dejaba que las incomprensiones que a menudo acompañaron sus esfuerzos en busca de la verdadera santidad le desviaran de lo que fue siempre su objetivo consciente. Si obtuvo gran influencia y autoridad a lo largo de su vida, no fue porque ocupara cargo alguno, sino merced a la personalidad humana y espiritual que proyectaba.
El drama interior que marcó su larga vida giró alrededor de la cuestión de la santidad y unión con Cristo. Su deseo más ardiente era conocer y cumplir la voluntad de Dios. Este ideal lo sostuvo en los momentos difíciles, en los que con tanto dolor dejaba su amada y familiar Iglesia de Inglaterra para ingresar en la Iglesia católica. Su fidelidad, motivada por el camino a través del cual la divina Providencia lo había conducido, convirtió esta experiencia en una fuente de aliento y de inspiración para muchos que estaban buscando el «puerto después de haber atravesado un mar tempestuoso».
Juan Pablo II, (27.4. 1990)