Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 269. OCTUBRE. Año 1990
0. SUMARIO
CUANDO se adormece la fe, falta la respiración del alma. La fe se adormece cuando, en vez de mirar hacia Dios y, desde él y con él, mirar el mundo y admirarnos de las obras divinas, nos contemplamos y complacemos en nosotros mismos. Yo y no Dios. Yo como Dios. O Dios solamente como estética. Cercados por él, viniendo y regresando a él, la fe se hace luz del alma y aliento de alabanza agradecida, por todo lo que nos da, por todo lo que contemplamos como reverberación de su Presencia, y por todo lo que esperamos. Inmenso, bueno, eterno.
EL PODER DE LA ORACIÓN
DIOS
SAN ATANASIO, NEWMAN Y NOSOTROS
HOMBRE DE ORACIÓN
CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990)
REZAR CON NEWMAN
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1. EL PODER DE LA ORACIÓN
No hay en la tierra un alma tan mezquina
que no pueda obtener,
con la oración de fe,
la gracia prometida
que alivie sus esclavitudes
y le anticipe algún consuelo
en prenda de la gran liberación
que va creciendo,
de don en don, hasta alcanzar, al fin,
el premio eterno.
Podrán salvarse todos.
No obstante, hay almas
cuyas plegarias suben hasta el cielo
y aspiran a un poder mayor
que se derrame luego en gracias
de bendición sobre este mundo.
Lo cual no se consigue en un instante,
sino después de ayunos, privaciones
y pruebas soportadas santamente;
con la pureza, buenas obras
los trabajos y fatigas del amor,
perseverando en la Verdad
y el celo santo
por Quien contempla todo desde lo alto.
John H. Newman (24. 6. 1833) 2 (122)
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2. Dios
SOBRE Dios existe un texto de Newman, admirable por su nitidez, sobrecogedor por su grandeza. Reconocer la justeza de su pensamiento no libra al alma de un profundo escalofrío. Acostumbrados como estamos a darle vueltas a Dios, a jugar con la Iglesia, a mecernos en complacencias de supuestas bondades que rozan el fariseísmo, o, por el contrario, a fatigarnos en la porfía por evitar "el infierno tan temido", cuando no como defendiéndonos" del mismo Dios, demasiado justiciero, nos choca tropezar de frente con la gran verdad de la fe que nos sitúa cara a cara frente a Dios, en el supuesto de que honradamente no queramos rebajar su grandeza basta manejarlo, reducido a ídolo, o a concepto lejano, para las filosofías o, a lo sumo, para inspirar o sancionar sistemas morales que adecenten la vida humana hasta un poco más allá de lo que consiga obtener el derecho de los hombres.
Newman escribía en 1864, en su Apología: «Ahora sé perfectamente que la Iglesia Católica no consiente que ninguna imagen, de cualquier clase, material o inmaterial, ni símbolo dogmático alguno, ni ningún rito, ni sacramento, ni Santo, ni siquiera la bendita Virgen misma, intervengan entre el alma y su Creador. En todo cuanto se refiere al hombre y Dios se da un cara a cara, "solus cum solo". Porque solamente él crea, él solo redime; ante sus ojos, que nos juzgan, morimos, y en la visión de él solo consiste nuestra eterna felicidad».
Newman no desprecia ningún signo ni mediación, pero establece justamente que nada, aun santo, puede ser sucedáneo del único Dios, en cuya presencia existimos, nos movemos y somos. Presencia de Dios en el alma del creyente, presencia luminosa y envolvente, más que la luz en la superficie de los cuerpos y en la claridad de los cielos; Dios, ser personal que es imposible evitar y que nos ama, que nos ha dado el ser para que sea un poco, como dice san Ireneo, "su gloria" mientras nos hace felices.
Un encuentro que ya se anticipa de esta vida, pero que se hace definitivo en la eternidad, y por eso hemos de prepararnos a ella. Presencia de Dios en el mundo, sin que su reino sea de este mundo, presencia en la Iglesia, sin que ella sea Dios mismo; presencia {3 (123)} en sus santos, sin que puedan substituirlo: presencia en las acciones sagradas, en los sacramentos, sin que substituyan lo más grande que de nosotros espera, el amor agradecido y la entrega total Amor de hijos en el que no puede agotarse la admiración de ser elevados a él, inmenso, eterno, infinito, en bondad, fuerza, sabiduría y belleza. Dios, ser personal, sin que puedan eclipsarlo ni figuras, ni razonamientos, ni símbolos, ni personas Dios personal que habla a la conciencia y que ésta debe responderle, no desde la tangencialidad de una existencia que intenta eludirle o relegarle, sino centrando la vida entera en él, yendo derechos a él.
A este Dios hay que tratarle, porque nos espera ya, y sería una gran vergüenza, y la raíz de la mayor infelicidad, llegar a él sin conocerle y sin haberle amado, luego de haber desperdiciado la vida, tan corta, frente a la eternidad, tan larga.
Plan de vida.
COMENZAR el curso, una vez terminadas las fiestas o vacaciones propias o de los que tenemos cerca, en la convivencia familiar o el trato profesional, nos lleva a la vuelta a un orden a cuyo ritmo se somete nuestra actividad y costumbres ordinarias.
Para el cristiano, esta "vuelta al orden" no puede prescindir de Dios. Tampoco basta con una referencia teórica, o mantener, a lo sumo, una implícita referencia cultural, o ampararse en la moral de los mínimos. Es preciso concienciarnos de nuestra condición de hijos de Dios dar a la vida el sentido concreto que responda a la reverencia y al amor constantes a él, en hermandad con los que pueden acompañarnos conviviendo con nosotros en la alabanza, en la oración, en la participación de las celebraciones del culto. Newman dice expresamente que desconfía de los hombres que «adoptan toda clase de maneras extrañas de dar gloria a Dios» o se aficionan a novedades o invenciones apostólicas, cuando les bastaría y sería mejor seguir el camino de la Iglesia, perseverando en la oración, santificando debidamente domingos y fiestas en unión con los hermanos en la fe, incluso, si fuese posible, cada día (P. S., I, 154). Y aún añade, en orden a dar testimonio a los demás, que el primer deber del cristiano es convertirse y creer, para impregnar de fe la vida. Lo demás es una consecuencia.
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3. San Atanasio, Newman y nosotros
EL PASADO 2 de mayo, día en que la Iglesia hace memoria de san Atanasio de Alejandría, tuvo lugar en la Capilla de la Sapiencia de la Universidad de Valencia la celebración del oficio de Vísperas, promovida por el «Newman Centre» de aquella ciudad. Se trataba de poner de manifiesto el lugar central que ocuparon los Padres de la Iglesia, y especialmente san Atanasio, en la vida de Newman, así como el valor perenne que siguen teniendo para los cristianos de todos los tiempos. Pero en primer lugar se trataba de celebrar una liturgia de intercesión y de alabanza, como reflejan estas bellas palabras del propio Atanasio: «Dios nos concede la alegría de la salvación que nos hace más amigos cuando nos une espiritualmente a todos… cuando nos concede rezar en comunidad y dar gracias juntos» (Cartas pascuales, 5, 2). Transcribimos a continuación el texto de la homilía que en el transcurso de dicha celebración fue predicada por un Padre del Oratorio.
Nos hemos congregado, en comunión con toda la Iglesia, para conmemorar a uno de los santos más queridos por John Henry Newman: Atanasio de Alejandría. Quizá os preguntaréis el porqué de este aprecio de Newman por san Atanasio, y también, sobre todo, qué nos puede decir a nosotros, europeos de 1990, un obispo egipcio del siglo IV. San Atanasio es un doctor y un Padre de la Iglesia, y precisamente aquel que influyó de manera más decisiva en la definición dogmática de la divinidad de Cristo, definición que fue proclamada por el I Concilio Ecuménico, celebrado en la ciudad de Nicea el año 325. Antes y después del concilio, Atanasio se enfrentó con firmeza a las opiniones del presbítero Arrio y de sus seguidores: según ellos, Cristo no podía ser llamado, con propiedad, Dios, porque eso hubiera supuesto atribuir al Absoluto, impasible y perfecto por definición, los padecimientos y las limitaciones de Cristo que nos describen los Evangelios.
{5 (125)} Llegados a este punto, muy bien puede asaltarnos una inquietud: introducirnos en estas disputas entre teólogos, en lo que desde entonces ha dado en llamarse "discusiones bizantinas", ¿no será alejarnos de la simplicidad del Evangelio de Jesús, tan claro y tan concreto? Escuchemos, sin embargo, las palabras de un hombre de acción, Emmanuel Mounier, iniciador del movimiento personalista contemporáneo: «Dos siglos de controversias teológicas para asegurar la Encarnación de Cristo en su plenitud hicieron de las civilizaciones cristianas las únicas activas y creadoras». En Occidente, muy pocos han entendido el sentido práctico, personalizador, que poseen las verdades proclamadas por la Iglesia para ser creídas por los fieles y que llamamos dogmas. Entre nosotros, excepto para algunos espíritus más penetrantes, los dogmas son considerados meras fórmulas obligatorias, pero abstractas, objeto de especulación teológica, pero sin significado existencial, sin conexión con la vida. Newman, por providencia de Dios, fue una de estas excepciones, y por eso comprendió, más todavía, amó, la Tradición de los primeros siglos, que tuvo como primeros testigos a los Padres de la Iglesia, y muy particularmente a san Atanasio. Ya hace unas décadas, el P. Charles S.
Dessain, del Oratorio de Birmingham, eminente newmanista, caracterizó a Newman como el primer introductor de la tradición patrística oriental en el Occidente moderno. Y más recientemente, un teólogo ortodoxo griego, George Dragas, ha podido decir que Newman no sólo representa un punto de encuentro para las Iglesias separadas de Occidente, sino que, como "apóstol ecuménico" enviado por la Iglesia de los Padres, puede aportar una contribución importante a la reconciliación entre el Oriente y el Occidente cristianos, e incluso a la misma renovación neopatrística actual de las Iglesias Ortodoxas.
En el siglo IV, los planteamientos de los arrianos difícilmente podían ser impugnados en nombre de algún argumento de autoridad, porque las decisiones de la Iglesia en materia doctrinal eran entonces todavía escasas y su ámbito no pasaba de ser local o regional. El punto de partida de Atanasio fue otro:
se trataba de preservar la experiencia de salvación vivida por la {6 (126)} comunidad cristiana («la experiencia —llegará a decir en su Tratado sobre la Encarnación del Verbo― es la prueba de la verdad»). Y era es la experiencia salvífica ―el centro y el todo de su propia vida― la que él veía amenazada por el arrianismo. Desde el siglo II, a partir de san Ireneo de Lyon, los teólogos cristianos venían repitiendo un dicho tradicional: «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios» (es decir: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se salve al participar de la vida divina). Lo que hará Atanasio es defender la Tradición, la experiencia viva de la Iglesia, frente al peligro de racionalización que representaba el arrianismo; empleará, ciertamente, el instrumental filosófico griego, pero como medio de expresión, siempre limitado, al servicio de la Revelación de un Misterio: al servicio de la Buena Noticia que, precisamente por ser salvadora, supera los horizontes simplemente humanos.
«El hombre no sería divinizado ―argumenta Atanasio― si el que se ha encarnado no fuera Dios».
Fijémonos en la finalidad práctica, y no especulativa, de la doctrina de los Padres: el Misterio de Dios no es contemplado en sí mismo, sino en tanto que es salvador para los hombres. Para Atanasio, hay que proclamar la divinidad del Hijo, con la máxima claridad y contundencia, porque sólo así queda garantizada nuestra divinización (o, si lo preferís, nuestra salvación). Así lo hará el Concilio de Nicea con el símbolo o credo que, un poco ampliado por el II Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), es el que se recita tradicionalmente en la Eucaristía dominical. El credo de Nicea ―y lo mismo sucede con las demás formulaciones dogmáticas― es una expresión parcial de nuestra fe, porque responde a las dificultades peculiares del siglo IV, pero también posee un valor perenne, porque protege a los fieles de una u otra tentación permanente del espíritu humano (Olivier Clément), en este caso la de racionalizar el Misterio de Cristo.
San Atanasio, como Nicea, no lo dijo todo sobre Cristo. Más todavía: no todas sus ideas ni argumentos, enmarcados en una teología poco desarrollada, resultan satisfactorios. Sin embargo, Atanasio, dice Newman, «ha imprimido sobre la Iglesia una imagen que, por la misericordia de Dios, no será borrada hasta el fin de los tiempos» (Sermones universitarios, 5, 35). Esta imagen o herencia perpetua es la "traducción" del anuncio de Cristo, su trasvase a los moldes de la cultura filosófica griega. Atanasio "vuelve a decir" el Evangelio para que resulte significativo, para que sea realmente Buena Noticia, {7 (127)} Palabra viva y eficaz de salvación, para sus contemporáneos.
Cristo, para Atanasio, es el deificador de los hombres, el que les comunica de una manera plena, total, la vida divina; es el que restaura en el hombre la imagen de Dios, desfigurada por el pecado, y lo salva así de la corrupción y de la muerte, a las que está destinado por naturaleza. Esta, y no otra, es la Buena Noticia. Ser cristiano consiste en comenzar a vivir, por medio de Jesucristo muerto y resucitado, no ya una existencia meramente natural, que acaba en la muerte y está toda ella bloqueada por el miedo a la muerte, sino una existencia personal a imagen de Dios, «según la manera de ser de Dios», que es comunión y amor sin límites en su vida trinitaria, entre las Personas divinas.
Y por ello la Iglesia, el Cuerpo de Cristo resucitado en la historia, es el único espacio donde se hace posible la realización personal plena (o, como diría Atanasio, la divinización). Las palabras de la Escritura no dejan lugar a dudas: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y dentro de nosotros su amor es tan grande que ya no nos falta nada... Dios es amor; el que vive en el amor está en Dios, y Dios está en él» (1 Jn 4, 12-16). «Ya no nos falta nada», es decir, la vida eterna ya ha comenzado en nosotros. Cristiano es el que experimenta en él la potencia de la resurrección y la vida nueva en el amor.
Esto explica el gran aprecio que Atanasio sentía por los primeros monjes, egipcios como él, y su amistad con san Antonio, el "abad" o padre espiritual de los ascetas del desierto de la Tebaida.(Como es sabido, escribió la Vita Antonii, que sirvió de modelo para las biografías de los santos escritas con posterioridad, y tuvo el mérito, además, de propagar el ideal monástico en Occidente). Atanasio veía en los monjes los continuadores de los {8 (128)} mártires de las generaciones anteriores: mártires y ascetas eran para él la prueba viva e irrefutable de la resurrección de Cristo, de la irrupción de la eternidad en la historia.
Y consiguientemente, no podía admitir el moralismo de los arrianos, a menudo bienintencionado, pero que volvía insípida la sal del Evangelio y llevaba a asimilar el cristianismo a los criterios mundanos. De hecho, el arrianismo fue rápidamente aceptado por el poder secular, y Atanasio tuvo que padecer el exilio en cinco ocasiones.
Ya de joven, Newman había encontrado en los Padres «un paraíso de delicias». Nunca los abandonó.
Es conocida su frase: «Los Padres me han hecho católico». Ahora bien, se sintió en presencia de los Padres a lo largo de toda su vida:
era como si lo observaran desde sus volúmenes, cuando leía o escribía en la biblioteca. Alrededor de los treinta años empezó a estudiar la crisis arriana y en seguida quedó cautivado por la figura de Atanasio.
Le impresionó su energía, su fe luminosa y ardiente, su celo pastoral, en definitiva, su amor por Cristo.
¿Cómo no había de encontrar Newman un paralelismo entre la mundanización arriana y la mundanización de la Iglesia oficial anglicana de su época? Así, pues, en adelante Atanasio fue para Newman un padre y un guía espiritual.
No solamente lo encontramos como protagonista principal de su primera obra, Los arrianos del siglo IV (1833); la inspiración de Atanasio se extiende, de una manera u otra, a toda la obra de Newman, y sobre todo da unidad a su pensamiento cristológico. Ya muy anciano, seguía revisando su traducción al inglés de una selección de los tratados atanasianos. Su devoción por él se encuentra reflejada en las oraciones que había compuesto para uso privado, donde no faltaba una invocación a san Atanasio, o también en el icono del santo patriarca de Alejandría pintado por los monjes griegos de Grotta Ferrata, cerca de Roma, que hizo colocar en una de las capillas del Oratorio de Birmingham. El mismo título de la Apologia "pro vita sua" parece inspirarse en un escrito polémico de Atanasio titulado Apologia pro fuga sua, y el prólogo a la segunda edición (1865) está datado precisamente el día 2 de mayo.
No se trata, sin embargo, de imitar a san Atanasio, ni de imitar a Newman. Se trata de experimentar, por la conversión y la santidad, que somos salvados en la comunión de amor que es la Iglesia, en el interior de la cual Atanasio y Newman son para nosotros padres y maestros, porque antes son hermanos, redimidos como nosotros por Jesucristo, Señor nuestro.
Así como la oración es la voz del hombre que se dirige a Dios, la Revelación es la voz de Dios dirigida al hombre.
John H. Newman, G. A., 404
Tenéis que mirar más allá de este mundo, y de lo que del mundo hay en la Iglesia, de lo que hay de tan imperfecto, y los vasos terrenos en los que conservamos la gracia, y poner los ojos en la misma Fuente de la Gracia, y pedirle a Dios que os llene el alma con su Presencia.
John H. Newman, L. D., XXV, 388
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4. HOMBRE DE ORACIÓN
UN HOMBRE no puede ser espiritual, religioso de verdad en un momento determinado y olvidarse y dejar de serlo en el siguiente. Sería lo mismo que pretender gozar de buena y mala salud en horas alternas. Un hombre que mantiene su espíritu de religiosidad es religioso lo mismo por la mañana, por la tarde y por la noche; su religiosidad le confiere como un carácter, en el que se moldean sus pensamientos, palabras y acciones, formando en conjunto una totalidad.
Ese hombre ve en todas las cosas a Dios; dirige todas sus acciones hacia la finalidad espiritual que Dios le manifiesta; todo lo que ocurre durante el día, cada suceso, cada persona con la que se encuentra, las noticias de que se entera, todo ello lo valora con la medida de la voluntad de Dios. Por ello, de una persona que haga esto, se puede decir que está en la presencia de Dios, dirigiéndose continuamente a él, reverenciándolo, con el lenguaje interior de la oración y la alabanza, reconociéndolo humilde y gozosamente confiado.
Todo esto puede admitirlo cualquier hombre reflexivo, aunque se apoye en razones meramente naturales. En otras palabras, para ser religioso es preciso tener el hábito de la oración, lo que equivale a elevar la mente a Dios constantemente. Esto quiere decir la Escritura cuando exhorta a actuar en todas las cosas para la gloria de Dios; es decir, ponernos delante de la presencia de Dios y de su voluntad, y comportarnos {10 (130)} constantemente con referencia a él, de modo que todo cuanto hagamos se integre en un solo cuerpo y línea de obediencia que exprese el reconocimiento incesante de que somos criaturas suyas y siervos suyos. Lo cual, en cada una de sus partes, promueve más o menos directamente la glorificación divina, en la medida en que se reviste de un carácter religioso. Así, la obediencia del alma a Dios es, por decirlo de alguna manera, un espíritu que se asienta en nosotros y que dilata su influjo en todos los movimientos del alma. Y de la misma manera que los hombres fuertes y sanos demuestran su buen estado de salud en todo cuanto hacen, también los que gozan de la verdadera salud y fuerza del alma evidencian una fe transparente, sobria y profunda en Aquel en el cual descansa su ser, su voluntad en todo lo que hacen; incluso ―como dice san Pablo— «cuando comen o beben» siguen viviendo manteniendo la visión de Dios, viven en constante oración.
El verdadero cristiano, a través del velo de este mundo, contempla el más allá, y trata con él, dirigiéndose a Dios como un niño puede hacerlo con su padre, con la clara visión que tiene de él y con inquebrantable abandono en sus manos; con reverencia, respeto y confianza, porque, como dice también san Pablo, «sabe en quién ha creído».
John H. Newman, C. O., P.S., VIII, 205...
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5. CENTENARIO DE NEWMAN (1890-1990): Noticias y conmemoraciones.
• En Littlemore, cerca de Oxford, en la iglesia dedicada al Beato Domenico Barbieri, que, como se sabe, fue quien recibió a Newman en el catolicismo el 8 de octubre de 1845, se celebrará una solemne Eucaristía, el día 6 del presente mes, y luego se visitará el «Newman College», situado en las inmediaciones, que fue el lugar donde Newman habitó con sus primeros discípulos, con los que compartió una vida de oración y estudio, poco antes de abandonar el anglicanismo y entrar en la Iglesia Católica.
• También en el presente mes de octubre, el día 30, tendrá lugar en Birmingham una celebración ecuménica, en la iglesia de Santa Ana, de Alcester Street, donde Newman ejerció su primera labor pastoral después de hacerse católico.
• En Dublín, para este mismo mes, la «Newman House» ha organizado varios actos académicos y la ejecución del oratorio «The Dream of Gerontius», texto de Newman musicado posteriormente por Edward Elgar.
• El Oratorio de Albacete publica, como suplemento de este número de «LAUS», un librito que contiene una colección de esquemas oracionales, cuyo título es «REZAR CON NEWMAN».
• Igualmente, el «Newman Centre», de Valencia, prepara, para antes de finalizar el año, un libro antológico, de iniciación al conocimiento de Newman, que se editará en lengua valenciana.
• La «Newman Society of Japan» celebrará en Tokio, el próximo mes de noviembre, un ENCUENTRO CONMEMORATIVO, después de haber participado, en agosto pasado, en las celebraciones centenarias que tuvieron lugar en Inglaterra e Irlanda.
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6. NEWMAN: REZAR CON NEWMAN
PARA explicarnos la evolución de sus ideas religiosas, Newman cita, en las primeras páginas de la Apología, algunos libros cuya lectura le afectó principalmente.
Lectura de la Biblia
No sólo sabemos que había sido educado, desde niño, en el gusto por la lectura de la Biblia y que se sabía perfectamente el catecismo, sino que poseyó un libro, desde los mismos años de la infancia, al que, «humanamente hablando, casi le debía el alma». Se trataba de The Force of Truth, de Thomas Scott (1747- 1821). Newman creía que cualquier lector de este libro autobiográfico, y de otros escritos del mismo autor, «se admiraría de su desprendimiento de las cosas de este mundo у de su libertad interior. Era fiel a la verdad dondequiera que le llevara, comenzando con la fe en Dios Uno y terminando en la más viva confesión de la Santísima Trinidad {13 (133)} dad. Él fue quien primero plantó profundamente en mi alma esa verdad fundamental de la religión» (1).
La verdad de Dios Inmediato
Hemos de retener esa insistencia de Newman en destacar la verdad, la sinceridad, el realismo de lo espiritual. En modo alguno nos da pie a suponer que él busca o encuentra en Dios una evasión. Newman es concreto, Dios le es inmediato. Ese fue el gran descubrimiento de su adolescencia, la que sus biógrafos llaman su primera conversión", el cara a cara con el Dios personal ―«Myself and my Creator»―.
Presencia de Dios
Seguramente Newman pensaba en el libro de Scott cuando, de regreso a Inglaterra, poco después de haber escrito su famosa poesía Lead, Kindly Light, compuso la titulada The power of prayer, título paralelo al del libro de Scott. En esta poesía (2) la fe obtiene las primicias de la liberación interior, y se eleva hacia Dios para poder derramar bienes sobre el mundo, habitando en la verdad, con el celo por Dios. La fe es el contenido de esta verdad salvadora y benéfica. Dios vivo está cerca de nosotros, nos inspira respeto, pero es inevitable que le hablemos. La reacción de la fe ante la presencia divina es la plegaria. El creyente y hombre religioso es consciente de esta presencia de Dios, «y camina llevando a Dios consigo» (3); no así los hombres que contemplan a Dios de lejos, distante. Por eso «la plegaria es la esencia de la religión» (4); ser religioso es ver a Dios en todas las cosas, es reconocerse P. 68.
{14 (134)} en su presencia, tratarlo y alabarlo humilde y gozosamente confiados en él; en otras palabras, «ser religioso es tener el hábito de la plegaria, o rogar siempre», porque «la plegaria es, para la vida espiritual, lo que el latido del pulso o la respiración para la vida corporal» (5).
Respiración del alma
Se trata de tomar esa verdad y de habitar y moverse en ella, con toda sinceridad, sin descuidarla, sin volverle la espalda, sin recortarla ni falsificarla, y dejarse llevar por toda su fuerza, pura de reducciones idolátricas, tan pronto se pase de la teoría a la práctica, de la palabra a los actos (6) El mundo {t} Invisible {t} Para Newman, además de este mundo sensible, que vemos y nos es próximo, existe otro mundo, el espiritual, en cierto modo todavía más real, que no solamente nos envuelve, sino que está en contacto con nuestro interior, y del que espiritualmente formamos parte, poblado de muchos elementos, y Dios Altísimo en el centro (7). Nos relacionamos con él a través de la fe y la oración. Poco después de su ingreso en la Iglesia católica, Newman confiesa que «nunca perdió el sentido íntimo de la Presencia divina en todas partes» (8).
Para Newman, el creyente es un hombre fundamentalmente realista, que descubre y acepta toda la verdad centrada en Dios y reflejada en el alma; la verdad a la que corresponden dos gloriosos atributos: la belleza y la fuerza (9), de donde la armonía {15 (135)} entre lo que admira en Scott y lo que canta en la poesía que hemos citado. Esa pasión por la verdad, aun desde la base de búsqueda y disposición natural, prepara el acto de fe y la apertura y trato con Dios.
Reverencia y humildad
Cuando Newman declara que «nunca he pecado contra la luz», en realidad proclama que ha buscado siempre la verdad, desde "su" misma verdad, es decir, desde su gran honestidad intelectual, que consiste en no suplantar, no discutir, no relegar a Dios; la verdad nos hace humildes (sta. Teresa), y la humildad es la mejor disposición para aprender a tratar con Dios en la oración (s. Felipe Neri). La dignidad del cristiano no consiste en el sentimiento de estima egoísta de sí mismo, sino más bien en el principio de su leal devoción y reverencia hacia el Señor, que condesciende a acercársele, dice el propio Newman (10).
Además, el que quiera conocer a Dios no sólo ha de iniciarse en la meditación de su palabra inspirada, sino que ha de acercarse a aquellos hombres que nos han precedido en esta tarea y le han sido fieles. No fue poco, en Newman, el beneficio de una educación doméstica cristiana; pero junto con otras circunstancias dispuestas por la Providencia, tuvo de joven un primer contacto con los santos Padres de la Iglesia, esos personajes clásicos que suceden a la época apostólica y que, junto a ella, permanecen como paradigma original del cristianismo. Fue por la lectura de la Church History, de Joseph Milner. «Poco me costó, dice Newman, enamorarme de los extensos extractos tomados de san Agustín, san Ambrosio y otros Padres que encontré {16 (136)} allí» (11). Era una semilla que más tarde daría magníficos frutos, pero que, desde entonces mismo, iniciaba su secreta germinación.
Los Padres de la Iglesia
El interior del alma, el mundo invisible, la Iglesia de los santos: ese era el universo espiritual de Newman. En sus Historical sketches nos habla de estos santos preferidos, como de seres vivos, presentes siempre en su referencia a Dios. Para conocer a los demás, diría después Newman, hemos de comparar a los otros con nosotros mismos (12), y eso hacia con ellos; los tenía por amigos, presentes en su vida, necesitaba «oírles conversar» y, por sus palabras, penetrar en su vida oculta, hasta donde pueda esta vida ser conocida por un hombre, allí donde los labios hablan de la abundancia del corazón. Newman se emociona y exulta cuando lee en los infolios los escritos de los Padres (13). Lee, y reza siempre, con el lápiz o la pluma en la mano, y escribe observaciones en los márgenes de las páginas o anota pensamientos que luego convierte en temas de oraciones que compone para su misma piedad y la de sus hijos espirituales. Contemplando a estos santos que le ayudan en su oración, imagina a la Iglesia como elevando a Dios una sinfonía de voces diversas, pero armónicas. Tal vez la idea le venga del violín que guarda y le sirve de descanso entre apostolado y libros: cuerdas y voces en la convergencia armónica de la única fe. La suya es una voz más en el concurso de los santos y los ángeles elevando un Magníficat universal a Dios (14).
Entre Newman y los Padres del s. IV, existe algo más de lo que podría llamarse admiración o amistad; se trata, dice Denys Gorge, como de una identificación (15). Newman descubría en ellos la Iglesia, {17 (137)} ella misma cimentada en la oración: «La oración era el cimiento sobre el cual fue edificada... Durante diez días, los Apóstoles reunidos perseveraban en la oración, unánimes, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y los parientes de éste (Hch {1, 14); después, en Pentecostés (Hch 2, 1), los que} se habían convertido perseveraban en la oración (Hch 2, 42); algún tiempo después, cuando Pedro fue detenido y llevado a la prisión, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él, y cuando el ángel vino a liberarlo se refugió en una casa donde estaban muchos reunidos y orando (Hch 12, 5 y 12). Estamos tan acostumbrados a leer estos textos, que apenas nos damos cuenta de su significado particular, aunque aparezcan luego desarrollados en diferentes contextos de las cartas apostólicas: san Pablo exhorta a sus hermanos en igual sentido (Ef 6, 18; 1T:
5, 17; 1 Tm 2, 1)... y él mismo no cesa de dar gracias a Dios por todos, a los que recuerda en sus oraciones (1 Ts 1, 2 y ss.), siempre pidiendo con gozo por ellos (Flp 1, 4)» (16).
La humildad, cuando se armoniza con la voz de la Iglesia, se convierte en canto glorioso, y de todos {18 (138)} los que nos han precedido, acompañan y seguirán en el camino hacia Dios; desde los primeros creyentes, de quienes da testimonio la Biblia, hasta nosotros mismos.
La oración de la Iglesia
La oración de la Iglesia se hace actual y es pública, en la liturgia y en sus ritos. Ello ha de verse como un anticipo o entrenamiento de lo que ha de ser, finalmente, la contemplación celestial; se equivocan los apresurados o iconoclastas que ceden a la tentación de anular los ritos o suprimir las formas, porque «las personas que intentan, según ellas, hacer una oración más espiritual acaban con no hacer ninguna oración» (17). Lo justo, no obstante, es no detenerse en los símbolos y las formas y cambiar gradualmente nuestros corazones, de siervos en hijos de Dios (18). En la liturgia «aprendo a capacitarme para la visión del Único Santo y sus servidores, a entrenarme para esta visión que me infunde tanto respeto, y que solamente alcanzan, antes del éxtasis eterno, aquellos a quienes ella no sorprende.
Yo trato de acostumbrarme para ser capaz de soportarla cuando me llegue la hora. Mientras, me es dado tomar parte en ella, sin estar todavía en el cielo, para que me disponga a él. Y, gracias a los salmos y al canto sagrado, voy aprendiendo lo que allí será mi ocupación» (19).
(1) APO., p. 15. Svaglic, que ha preparado la edición crítica de la Apología (Oxford, 1967), cree exagerado el juicio de Newman sobre la doctrina calvinista de Scott, 50bre la predestinación; según él, Scott se limita a sostener que los no elegidos permanecen simplemente al margen, sin caer en la reprobación divina.
(2) V. V., p. 186. Cf. la traducción de esta poesía en p. 2 de este mismo n. de LAUS.
(3) P. S., VI. p. 75. (4) DIFF.,
(5) P. S., VIII, pp. 205-210.
(6) «Truth, indeed, has that power in it, that it forces men to profess it in words; but when they go on to act, instead of obeying it, they substitute some idol in the place of it». P. S., I, p. 62.
(7) Cf. P. S., IV, y también las primeras pp. de APO.
(8) «Neque vero perdidi intimum meum sensum Praesentiae divinae in omni locow.De apuntes de Newman (Roma, mayo de 1847), cuando se preparaba para ser ordenado sacerdote. Cita del p. H. Tristram en WITH NEWMAN AT PRAYER.
(9) «Truth has two attributes: beauty and power... Pursue it, either as beauty or power, to its furthest extent and its true limit, and you are led by either road to the
Eternal and Infinite, to the intimations of conscience and the announcements of the Church. IDEA, 217.
(10) «The self-respect of the Christian is no personal and selfish feeling, but rather a principle of loyal devotion and reverence towards that Divine Master who condescends to visit him. S. D., 148.
(11) APO., cap. 1, p. 20 (Svaglic). (12) G. A., 28-29. (13) H. S., II, p. 221. (14) U.S., 384.
(15) «Une sorte de connaturalité, seule explicable par les aspects variés de sa riche personnalité l'apparentant aux grands modèles qu'il décrit». ESQUISES PATRISTIQUES,
DDB (1982), intr., p. 32.
(16) DIFF., II, 67.
(17) P. S., II, 74.
(18) P. S., III, 93-94.
(19) P. S., V, 9.
(20) Jean Honoré, NEWMAN, LA FIDÉLITÉ D'UNE CONSCIENCE, Chambray, 1986, p. 108.
No mires el mundo como un vasto y gigantesco mal que está lejos. Sus tentaciones rozan tu persona, preparadas, a tu disposición, para ofrecerse inmediatamente, dirigidas con sutileza hacia ti. Trata de meter dentro de tu vida ordinaria las palabras de la Sagrada Escritura, y te darás cuenta de cómo el mal del mundo te envuelve, dentro mismo de tu corazón.
John H. Newman, P. S., VII, 40
Dos mártires cada mes.
A través de todo el mundo, la Iglesia sostiene, en tierras de misión: 37.687 escuelas primarias, con 11.117.000 alumnos; 8.647 escuelas secundarias, con 3.598.000 alumnos; 484 institutos de bachillerato, con 270.000 alumnos; 87 universidades, con 134.900 alumnos; 2.879 dispensarios, con más de 19 millones de atenciones por año; 765 leproserías, con 1.716.000 pacientes; 377 orfelinatos, con 24.442 huérfanos; 212 asilos de ancianos, con 11.200 asilados...
A pesar de tanta generosidad, abundan las dificultades, como dice Mons. José Capmany, Director General de Misiones, pues «frecuentemente surge la persecución solapada o abierta, que, al intensificarse, puede llevar a la violencia destructiva...
Desde hace unos años, en la Iglesia en tierras de misión, se sale a la inmolación de casi dos mártires por mes. He aquí un gran testimonio, un gran enriquecimiento para toda la Iglesia y una gran interpelación para todas las comunidades y fieles».