Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
283. MAYO - JUNIO. Año 1992 |
0.
SUMARIO |
SANTOS
como los de la primera generación cristiana, que predicaron sufriendo y con
frecuencia muriendo por la fe, sin gloriarse de sí mismos. Santos como los
que abandonaron los estilos, riquezas y soberbia del mundo y siguieron las
Bienaventuranzas. Santos como Francisco de Asís y su "perfecta
alegría", o como Juan de la Cruz y su "noche oscura", o como
Javier y su "sed de almas", o como Felipe Neri llenando de claridad
su alma junto a las tumbas de los mártires у la oscuridad de las
catacumbas y repartiendo luego libertad, alegría y paz a sus hijos. Lo que no
se parezca a esto ha de ser muy tamizado, para librarnos de la sorpresa de
tomar por santos a mitos y fantasmas evanescentes. |
SAN
FELIPE CADA AÑO |
EL
ALTAR DE NUESTRA IGLESIA |
PENSAMIENTOS
DE NEWMAN |
LUCES
Y SOMBRAS EN LA IGLESIA |
SAINT
PHILIP NERI |
EL
ESPÍRITU DE SAN FELIPE ERI |
{1
(41)} |
1.
SAN FELIPE CADA AÑO |
Cada
año, entre el recuerdo y la esperanza, la recurrencia de la fiesta de N. P.
S. Felipe Neri nos invita al agradecimiento que debemos a Dios por su
providencia, porque estamos aquí y, todavía más, por el Santo que nos ha dado
y porque sentimos, desde el primer día, la bendición de su amparo y de su
ejemplo. Las facilidades y consuelos, lo mismo que las pruebas y
dificultades, nos han servido siempre de estímulo para hacer práctica de su
talante y peculiar estilo espiritual y apostólico, con sabor de novedad
porque nos manda continuamente a la originalidad del Evangelio, por gracia,
por necesidad interior y por convicción, haciéndonos claro el camino de la
perseverancia gozosa. |
Cuando
vinimos a Albacete, recién entrado su primer Obispo, todo respiraba
ingenuidad, pobreza y hasta ilusión ignorante de la enorme escasez de medios
y conciencia de Iglesia; pero luego, poco a poco, hemos sido testigos del
lento desarrollo y consolidación propios de todo lo que crece sin hinchada
precipitación. Y todo ha servido para que sea más limpia la fidelidad a un
ideal del espíritu, con el deseo de hacer todo el bien posible, con buena
voluntad y dedicación desinteresada, mientras la bendición de la Iglesia, que
desde el principio nos daba garantía y serenidad en el camino emprendido,
alejaba dudas y hacía felices nuestros pasos. |
En
otras fiestas de san Felipe, desde la misma inauguración de nuestro
establecimiento en Albacete, hemos tenido el consuelo de ver plantados los
hitos del Oratorio, por la primera capilla, testigo consolador de tantos
recuerdos; por la casa que acoge la comunidad de esta Congregación, y por la
iglesia, tan hermosa, que todavía nos sorprende y nos parece nueva, al
cumplirse, este año de 1992, su XXV aniversario. Todo lo cual nos recuerda lo
que sería una larga lista de bondades anónimas que hicieron bendita la
generosidad espontánea de amigos de lejos y de cerca, que ya desde el cielo y
otros todavía desde la tierra dan gracias con nosotros por tanta misericordia
del Señor, y todavía más por el regalo de sus dones invisibles. |
{2
(42)} |
2.
EL ALTAR DE NUESTRA IGLESIA |
SAN
Pablo llama al altar "mesa del Señor". En el Cenáculo, el Señor
instituyó la Eucaristía en la mesa. Por eso, aun cuando el paso del tiempo
vaya modificando su origen, siempre, el altar cristiano tendrá la forma de
mesa. Pero he aquí que pronto el altar se convirtió en mesa sepulcral, cuando
los cristianos comenzaron a celebrar el Santo Sacrificio sobre la tumba de
los mártires. Y tan profundamente arraigó en la conciencia cristiana la idea
de unir en un mismo sacrificio el de Cristo y el de sus mártires, o sea, de
sus santos, de su cuerpo místico, que llegó a establecerse regularmente la
celebración de la Santa Misa o sobre los sepulcros de los mártires o sobre
sus reliquias. Así, la mesa sacrificadora llegó a ser mesa sepulcral,
trocándose en piedra. |
San
Juan, en el Apocalipsis, contempla debajo del Altar de Dios, en el cielo, las
almas de los santificados, a propósito de lo cual san Agustín establece una
relación entre las almas de los santos y el Cuerpo de Cristo, que se
encuentra en el Altar, y san Pedro Damián dice: «El unir en los altares las
reliquias de los mártires al Cuerpo del Señor significa el cuerpo de la santa
Iglesia unido a su Redentor; así, en el Altar se encuentra el Esposo con la
Esposa». |
Por
esta razón, y para cumplir con lo preceptuado en el rito de la consagración
del Altar, en el de esta iglesia del Oratorio se colocaron reliquias de los
santos mártires, a las que se añadieron otras, aunque no necesarias para la
validez del rito, pero sí con intencionado significado. |
De
todos modos, cada una de las reliquias depositadas en la consagración de
nuestro altar está cargada de significación espiritual, que alguna vez
tendremos que comentar más detalladamente. Por ahora, bástenos enumerar las
reliquias, con sólo una breve consideración para cada una. |
En
primer lugar, se depositó una reliquia de Santiago Apóstol. No podemos
ocultar nuestro gozo y nuestro agradecimiento al poder tener en el sepulcro
de nuestro altar a este testigo, amigo y Apóstol del Señor, simbolizado en la
presencia de su reliquia. El patronazgo que se le reconoce sobre España
(aunque, por motivos que no es oportuno aducir aquí, nos parecería mejor
fundado el de san Pablo) también nos lo acerca más. Y no digamos por su
juventud, por su impetuosidad, mezclada de imprudencia y generosidades, que
la gracia de Dios iría purificando, santificando... |
{3
(43)} Otra reliquia es del mártir san Sebastián. Un hombre joven también,
cuya figura está en todas las mentes que recuerdan la famosa narración de
Wiseman, Fabiola. La Providencia ha querido que, en esta "última
piedra" —el Altar― se completara una relación iniciada al colocar
la primera, cuando junto a la misma depositábamos un poco de tierra de las
Catacumbas romanas de San Sebastián, del mismo lugar donde san Felipe Neri,
en su juventud, recibiera sensiblemente el Espíritu Santo. |
La
tercera reliquia es de una Santa virgen y mártir, santa Victoria. Ella
representa a las mujeres santas; es la Marta y María junto a Cristo, con la
gracia de su juventud, con el perfume de su pureza, con la generosidad y el
sacrificio de su martirio. |
Y
siguen luego dos reliquias intencionadas, colocadas como un complemento
simbólico; la primera es la de nuestro Padre san Felipe Neri, bajo cuya
advocación se dedicaba el Templo inaugurado. De esta manera, a sus hijos,
cada vez que subimos al Altar para la celebración de la Eucaristía, nos
parece estar más cerca de aquel sepulcro de nuestra iglesia romana donde se
guarda su cuerpo entero, sobre el cual hemos ofrecido otras veces el Santo
Sacrificio, y ante el cual hemos vertido las súplicas más grandes de nuestra
vida, también por Albacete y por nuestra labor de oratorianos aquí. |
La
segunda de estas reliquias complementarias es de un santo barcelonés, san
José Oriol, del que nos puede bastar recordar, por ahora, que fue un
sacerdote secular muy amigo de los Padres del Oratorio de Barcelona, cuyo
amor y fidelidad evitó la extinción de aquella casa, al poco de ser fundada,
en una época en que el Señor la quiso probar con dolores y persecuciones tan
graves, hasta llegar al encarcelamiento de su benemérito fundador y primer
Prepósito, el Padre Oleguer Montserrat, de santa recordación. Por esta razón,
san José Oriol ha sido siempre considerado, entre los oratorianos, como un
símbolo de la fraternidad con el sacerdocio diocesano. |
La
rica significación y sublime ejemplaridad de estas cinco reliquias nos
revelan que no hacen falta otros "santos" a nuestra iglesia... |
La
"Piedra", el Altar, significa a Cristo, y ellos, escondidos en la
Piedra, «escondidos en Cristo», como diría san Pablo, representan al Cristo
total, al cual todos rodeamos y hacia el cual —también con frase
paulina― todos aspiramos, y del cual estamos tan cerca, sobre todo si,
además de sernos símbolo, es Mesa del Señor que nos alimenta, al comer el
Sacrificio que allí se inmola, y al que podemos unir la continua ofrenda de
nuestra vida. |
{4
(44)} |
3.
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
ESTAMOS
HECHOS PARA DIOS, QUE NOS AMA |
Comprender
que tenemos alma supone percibir nuestra separación de las cosas visibles,
nuestra independencia respecto a ellas, nuestra existencia personal e
irreductible, nuestra individualidad... Al principio prevalece el mundo
exterior: |
mirando
las cosas que hay a nuestro alrededor, olvidamos nuestro propio ser. Tal es
nuestro estado ―un apoyarnos sobre soportes débiles, un olvido de
nuestro verdadero fundamento— cuando Dios comienza a llamarnos para que nos
demos cuenta de cuál es nuestro lugar dentro del orden inmenso de su
Providencia..., y poco a poco empezamos a darnos cuenta de que no hay más que
dos seres en todo el universo: nuestra propia alma y el Dios que la creó.
(Las realidades últimas. P. S., I, 19-20). |
Mirad
el hombre instruido, bien provisto de conocimientos, de inteligencia, de
iniciativa, pero sin · embargo con un corazón de piedra, con sentimientos tan
fríos y duros como los que puede tener cualquier campesino sin educación.
Fijaos también en aquellos otros que tienen sentimientos cálidos, quizá, para
con sus familiares, o que son bondadosos con sus prójimos, pero que se
detienen ahí. Ponen su corazón en lo que ciertamente se malogrará, porque es
perecedero. |
La
vida pasa, las riquezas se pierden, la fama es inestable, las fuerzas fallan,
el mundo cambia, los amigos mueren. ¡Sólo uno es siempre constante, sólo uno
nos es fiel, sólo uno puede serlo todo para nosotros! (Dios, todo en todas
las cosas. P.S., V, 324-326). |
En
cuanto a la filosofía, se basaba solamente en conjeturas y opiniones,
mientras que la verdadera esencia de la religión era así lo sentía ella, un
conocimiento de los fieles por parte de aquel mismo {5 (45)} que adoraban. La
religión no podía existir sin una esperanza cierta. |
Dar
culto a un ser que no nos habla, no nos conoce, no nos ama, no sería
religión; si acaso, deber o mérito. La religión, tal como ella la concebía
espontáneamente, era la respuesta del alma a un Dios que se había fijado en
ella. Era una relación de amor, la presencia intima de Dios en el corazón.
Era la amistad, el amor mutuo de persona a persona (La religión, una relación
interpersonal. Call., 293). |
La
contemplación de Dios, y ninguna otra cosa, es la felicidad del hombre. Pues,
aunque hay otras muchas realidades de las que el hombre se sirve como objeto
de conocimiento, motor para la acción o meta de sus deseos, la capacidad
afectiva pide algo más grande y más duradero que cualquier cosa creada...
Sólo aquel que creó el corazón puede llenarlo. Naturalmente, no estoy
diciendo que no haya nada inferior al Creador todopoderoso que sea capaz de
suscitar y dar respuesta a nuestro amor, entrega y confianza. El hombre puede
hacer esto por el hombre: puede, sin duda, despertar el amor de su hermano y
corresponderle en esa misma medida. Más aún, ello constituye una obligación
muy importante; tener esa disposición para con nuestro prójimo es uno de los
dos deberes principales de nuestra religión. (Dios es el fin último de todas
las cosas. P.S., V, 316). |
Hay,
además, otra razón por la cual sólo Dios es la felicidad de nuestras almas.
Únicamente la contemplación de Dios puede dilatar y saciar nuestro espíritu;
sólo ella es capaz de liberar, satisfacer y conducir nuestros sentimientos.
Es cierto que podemos amar intensamente las cosas creadas, pero este afecto,
cuando está desligado del amor al Creador, es como una corriente que discurre
por un canal angosto, y no una expansión del hombre entero. Los seres creados
no pueden estimular ni absorber las innumerables percepciones mentales que
poseemos y a través de las cuales vivimos realmente. |
No
hay cosa alguna, fuera de la presencia del Creador, que pueda llenarnos, pues
a ninguna puede abrirse y sujetarse el corazón entero, con todos sus
pensamientos y afectos. «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien oye
mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3, 20). |
¡Esta
confianza sencilla y total, esta comunión, es lo que da paz y sacia
completamente a aquellos a quienes ha sido concedida! (Nos has hecho para ti.
P. S., V, 317- 318). |
{6
(46)} En cualquier situación, de alegría o de pena, de esperanza o de temor,
hemos de saber reconocerlo en lo más íntimo de nuestro corazón, y no tener
para el secreto alguno. |
Hemos
de saber descubrirlo todopoderoso dentro de nosotros, en las fuentes mismas
del pensamiento y de los sentimientos. (Un corazón entusiasmado. P. S., V,
236). |
Sabemos
que ninguna disposición de espíritu es aceptable ante Dios si carece de amor;
es el amor lo que hace que el temor de Dios sea distinto del miedo servil, y
la fe verdadera distinta de la que tienen los demonios. Sin embargo, en los
comienzos de la vida espiritual, la gracia evangélica dominante es el temor,
y el amor no está sino latente en el temor; es con el transcurso del tiempo
cuando aquél se va formando a partir de lo que parece su opuesto. Entonces,
una vez que se ha desarrollado, el amor ocupa el lugar principal
―aunque conservando el temor, sin sustituirlo― (El lugar del
temor en la vida cristiana. Dev., 420). |
Si
nos dejamos arrastrar por la corriente del mundo, viviendo como los demás y
elaborando nuestras ideas religiosas con lo que vamos tomando de acá y de
allá, nuestra comprensión de la Providencia particular de Dios será escasa o
nula. Entendemos que Dios todopoderoso lleva a cabo un plan de alcance
universal, pero en cambio no percibimos la maravillosa verdad de que él ve a
cada persona y piensa en ella. No acabamos de creer que se encuentra presente
en todas partes, que está dondequiera que estamos nosotros, aunque no lo
veamos... No llegamos a hacernos a la idea de este hecho trascendental: que
Dios ve lo que está sucediendo en torno nuestro en cada momento; que éste cae
y aquel otro es exaltado de acuerdo con su designio silencioso e invisible.
(La Providencia de Dios no es solamente general, sino también particular. P.
S., III, 116). |
Aquel
que piense que, en conjunto, sirve a Dios de una manera aceptable debe mirar
atrás y considerar su vida pasada. Entonces se dará cuenta de lo decisivos
que fueron momentos y hechos que parecían completamente indiferentes cuando
tuvieron lugar. Por ejemplo, la escuela a la que lo llevaron cuando era niño,
la ocasión en que encontró aquellas personas que le han hecho tanto bien, las
circunstancias que determinaron su vocación o sus proyectos, sean los que
sean. La mano de Dios está siempre sobre los suyos, y los conduce por caminos
que son desconocidos para ellos. (Confiad en la protección amorosa de Dios.
P. S., IV, 261). |
{7
(47)} |
LA
FE, CLARIDAD DE DIOS |
El
sentido de lo que está bien y lo que está mal, que constituye el primer
elemento en materia religiosa, es tan delicado, tan voluble, resulta tan
fácilmente alterado, oscurecido, pervertido..., tan sesgado por el orgullo y
la pasión, tan inestable, que, en la lucha por la existencia, entre los
diversos esfuerzos y logros de la inteligencia humana, este sentido es el más
elevado de todos los maestros y a la vez, sin embargo, el menos luminoso. (La
Revelación es la respuesta a una petición apremiante. Diff., II, 253-254). |
Una
de las mayores perplejidades del hombre natural es precisamente ésta: la
posibilidad de que el Creador lo haya dejado solo, abandonado a sus propios
recursos. Sabéis que hay un Dios, pero al mismo tiempo os dais cuenta de
vuestra ignorancia acerca de él y de su voluntad, acerca de vuestros deberes
y de vuestro destino. Una revelación sería el don más grande que podríais
recibir. Después de todo, no es que conozcáis realmente la existencia de
Dios, sólo habéis llegado a esta conclusión. No lo veis, solamente habéis
oído hablar de él. Pues el actúa tras un velo; está en disposición de
manifestarse a vosotros en todo momento, y sin embargo no lo hace. Ha grabado
en vuestros corazones unas señales que anuncian su majestad; en cada rincón
de la creación ha dejado huellas de su presencia y ha encendido destellos de
su gloria. |
(Tenemos
la firme persuasión de que nuestro Creador no nos ha dejado solos. Mix.,
276-277). |
Uno
de los efectos más importantes de la religión natural como preparación para
la religión revelada es la expectación de la Revelación que despierta en el
alma. Este ferviente deseo sitúa a los espíritus religiosos en disposición de
espera. |
Los
que no saben nada de las heridas del alma no llegan a plantearse la cuestión
ni a tomar en consideración las circunstancias que la hacen posible; pero,
una vez que se ha despertado en nosotros esta inquietud, cuanto más
seriamente la tenemos en cuenta, más probable nos parece que hemos sido
objeto de una revelación, o que vamos a serlo en el futuro. Este
presentimiento se basa en la conciencia que tenemos, por una parte, de la
bondad infinita de Dios, y, por otra, de nuestra miseria y necesidad extremas.
(Sin duda, Dios se ha dado a conocer. G. |
A.,
423). |
Si
la autoridad y la obediencia constituyen la cualidad fundamental {8 (48)} de
toda religión, hay que entender que la distinción entre la religión natural y
la revelada radica en que, mientras la primera posee una autoridad que se da
a conocer al sujeto, la autoridad de la segunda tiene un carácter objetivo.
La Revelación consiste en la manifestación del poder divino, invisible en sí
mismo; en la substitución de la voz de la conciencia por la voz de quien es
el Autor de la ley. La supremacía de la conciencia es la característica
esencial de la religión natural; la supremacía del Apóstol, del papa, de la
Iglesia o del obispo, lo es de la religión revelada. (La conciencia es
iluminada por la verdad revelada. Dev., 86). |
¿Por
qué transcurrieron miles de años antes de que Cristo viniera y sus dones
fueran derramados sobre la humanidad? Si recapacitamos, no debería
extrañarnos el hecho de que el Juez de los hombres haya cambiado su relación
con ellos en el tiempo, teniendo en cuenta que ha cambiado la historia de los
cielos en la eternidad. Si la Creación ha comenzado en un momento concreto,
¿por qué no ha podido suceder lo mismo con la Redención? (El misterio de la
larga preparación del mundo para la Revelación definitiva. Mix., 269-270). |
{9
(49)} Si la religión ha de ser verdadera devoción y no mero sentimentalismo,
si ha de constituir el principio que gobierne nuestra vida, si todos y cada
uno de nuestros actos, y nuestra conducta diaria entera, han de estar siempre
orientados hacia un Ser a quien no vemos, necesitamos algo más que sopesar
argumentos para ordenar y dirigir nuestras mentes. El sacrificio de las
riquezas, de la fama, de la posición social, la fe y la esperanza, el dominio
de sí mismo, la comunión con el mundo espiritual, presuponen una aprehensión
real y una intuición habitual de los objetos de la Revelación. Dicho con
otras palabras, presuponen la certeza. (La religión ha de basarse en
certezas. G. A., 238). |
El
sentido común de la humanidad intuye que la idea misma de revelación implica
la presencia de un guía o maestro infalible: no una mera declaración
abstracta de verdades antes desconocidas para el hombre, ni un fragmento de
historia ya pasada, ni el resultado de una investigación arqueológica, sino
un mensaje y una enseñanza que hablan a este hombre y a aquel otro... Hemos
oído que Dios ha hablado. ¿Dónde? ¿En un libro? Hemos intentado buscar en el
Libro y nos ha decepcionado, no porque contenga defecto alguno, sino porque
pretendemos utilizar este don santo y bendito con un propósito para el que no
fue otorgado. La respuesta que dio el etíope cuando Felipe le preguntó si
entendía lo que estaba leyendo es la voz de la naturaleza humana: «¿Y cómo
voy a entenderlo, si alguien no me guía?» (Hch 8, 31). La Iglesia es la
encargada de esta tarea. (Necesitamos una orientación más clara. Dev.,
87-88). |
Los
verdaderos Santos. |
¡Leed
las vidas de los Santos! Ellos han superado y vencido las tentaciones con
decisión y vigor, con prontitud y con éxito, mejor que cualquiera. Sus
acciones son bellas y ceñidas como una fábula, y no obstante poseen la
realidad de los hechos: abren la mente, proporcionándole nuevas ideas de las
que carecía antes, y muestran a todos lo que Dios puede hacer y lo que el
hombre puede ser. Aunque no siempre podamos repetir los detalles del ejemplo
de los Santos, ellos nos presentan siempre un modelo de justicia y de bondad,
se elevan ante nosotros como enseñanzas vivientes de monumental grandeza, nos
llaman a Dios, nos introducen en los misterios del mundo invisible, nos
enseñan a conocer lo que Cristo ama, trazando delante de nosotros el camino
que conduce al Cielo. |
J.
H. Newman, C. O. |
{10
(50)} |
4.
Luces y sombras en la historia de la Iglesia |
HAY
escándalos en la Iglesia, cosas censurables y vergonzosas. Ningún católico
podrá negarlo. Ella ha recibido siempre el reproche y ha padecido la
vergüenza de ser la madre de hijos indignos. Tiene buenos hijos, pero todavía
es mayor el número de los que le han resultado malos. Tal es la voluntad de
Dios puesta de manifiesto desde los comienzos. |
Él
habría podido instituir una Iglesia que hubiese sido pura; pero expresamente
predijo que la cizaña, sembrada por el enemigo, permanecería con el trigo,
hasta la cosecha, al fin del mundo. Afirmó que su Iglesia se parecería a una
red de pescador que recogería toda clase de peces, y que la selección no se
llevaría a cabo antes del fin de la jornada. Y no solamente esto, sino que
declaró que los malos y los imperfectos superarían a los buenos. |
«Muchos
son los llamados», dijo él, «pero pocos los elegidos»; y su Apóstol habla de
«un resto salvado por elección de gracia». |
Se
encuentran siempre, pues, en las vidas y en las historias de los católicos,
abundantes materiales a disposición de los contradictores, los cuales,
partiendo del concepto de que la santa Iglesia es una obra diabólica, desean
encontrar la confirmación de esa idea. Sus prerrogativas ofrecen una especial
oportunidad para ello, por el mismo hecho de que se extiende a todos los
países y se hace presente en todos los tiempos. |
¿Qué
conclusión podemos sacar si admitimos que en tal o cual época, en un lugar u
otro, la acción de la Iglesia o sus relaciones con sus hijos hayan podido
parecer determinadas por errores de comportamiento práctico, o medidas
inoportunas, o timidez, o vacilación a la hora de actuar, o dejarse llevar
por criterios de este mundo, o valerse de un rigor inhumano o de
incomprensión y estrechez de espíritu? |
Yo
solamente sabría decir que, dada la naturaleza del ser humano, sería un
milagro que escándalos de este género no se dieran en la historia de la
Iglesia. Escándalos que son tanto más importantes cuanto el terreno en que se
producen es más amplio, y tanto más chocantes cuanto más disfrazados aparecen
bajo el color de una santidad eminente. |
John
H. Newman, C. O., O. S., 144-145 11 (51) |
{11
(51)} |
5.
SAINT PHILIP NERI |
This
is the Saint of gentleness and kindness, |
Cheerful
in penance, and in precept winning; |
Patiently
healing of their pride and blindness, |
Souls
that are sinning. |
This
is the Saint, who, when the world allures us, |
Cries
her false wares, and opes her magic coffers, |
Points
to a better city, and secures us |
With
richer offers. |
Love
is his bond, he knows no other fetter, |
Asks
not our all, but takes whate'er we spare him, |
Willing
to draw us on from good to better, |
As
we can bear him. |
When
he comes near to teach us and to bless us, |
Prayer
is so sweet, that hours are but a minute; |
Mirth
is so pure, though freely it possess us, |
Sin
is not in it. |
Thus
he conducts, by holy paths and pleasant, |
Innocent
souls, and sinful souls forgiven, |
Towards
the bright palace, where our God is present, |
Throned
in high heaven. |
{12
(52)} Éste es el Santo de la cortesía у la amabilidad, |
alegre
al practicar la penitencia, |
y
nos conquista cuando da preceptos; |
paciente
sanador de los orgullos y cegueras, |
de
las almas cogidas en pecado. |
Éste
el Santo que denuncia el mal del mundo; |
si
nos atrae con sus falsos bienes, |
y
abre sus mágicos tesoros, |
él
nos señala una mejor ciudad con garantías |
de
riquezas más altas. |
Amar
es para él el compromiso único, |
pues
no conoce sujeción más fuerte; |
no
nos exige nada, mas se nos lleva todo |
lo
que de corazón le reservamos, |
gustosamente
conduciéndonos desde lo bueno a lo mejor, |
según
consienten nuestras fuerzas. |
Cuando
él se nos acerca, nos instruye y nos bendice; |
rezar
con él es tan suave |
que
el tiempo se hace corto; |
tan
pura es la alegría que espontáneamente nos invade, |
sin
contener pecado alguno. |
Así,
a las almas inocentes |
conduce
por caminos santos y agradables, |
y a
las de pecadores perdonados |
hacia
la luminosa estancia donde Dios está presente, |
entronizado
en las alturas celestiales. |
John
H. Newman (1857) 13 (53) |
{13
(53)} |
6.
El espíritu del santo fundador de la Congregación del Oratorio, Felipe Neri |
CUANDO
nos referimos a la "espiritualidad" de un santo, queremos decir,
por supuesto, que lo tomamos sirviéndonos de tipo para mostrarnos cómo él
entendió la única espiritualidad cristiana, la del Evangelio, en un tiempo y
en unas circunstancias determinadas. Por esto la Iglesia canoniza a algunos
cristianos insignes y nos los propone como ejemplo de vida que nos haga más
fácil la referencia necesaria y universal a Cristo. Es algo que hay que tener
siempre presente para no elevar a mito las devociones y preferencias que los
santos puedan despertar. Por eso existen tratadistas eminentes de
espiritualidad y de su historia a través de los tiempos que se detienen muy
explícitamente en estas reflexiones previas, antes de introducirnos en sus
dilatadas investigaciones, en las que, de modo sistemático, nos hablan de la
espiritualidad cristiana, de su historia, de las escuelas o manifestaciones
más destacadas hasta constituir corrientes principales, y de los santos que
las han representado. También, en las vidas de los santos, vemos cómo ellos,
de manera constante, se esforzaban para que cualquier alabanza que pudieran
recibir fuese enseguida referida a Dios, el único Santo. Lo hacían
convencidos y llevaban plenamente razón en sus protestas. Su humildad «era la
verdad», como habría dicho castizamente santa Teresa. |
Espiritual
es todo lo que se refiere al espíritu, por lo tanto a Dios, ser espiritual, a
los ángeles, al alma (componente {14 (54)} espiritual del hombre). También
llamamos espiritual a la ciencia que estudia los principios y las prácticas
de que se compone la piedad o servicio tributado a Dios. Pero nosotros
preferimos tomar el concepto de espiritualidad según el matiz o estilo que el
seguimiento e imitación de Cristo ha tenido en los santos y, más
concretamente, en nuestro Padre san Felipe Neri. En el servicio cristiano a
Dios, cada santo acentúa determinadas verdades de la fe, o parece que da
preferencia a algunas virtudes en el modo de seguir el ejemplo de Cristo, o
se preocupa de un fin secundario específico (además de dedicarse al primario
e indispensable de la alabanza divina y la propia unión con Dios), y se sirve
de medios y prácticas que impregnan de un estilo particular hasta constituir
determinadas notas que le distinguen con características propias. |
En
el caso de nuestro Padre san Felipe, no es fácil delinear o definir lo que
constituye su espíritu, porque parece como si él, intencionadamente, hubiese
hecho todo lo posible para no dar pie a ello. Escribió muy poco, descuidó
toda sistematización, nos quedan sólo una treintena de cartas y algunas
poesías. Aunque sí permaneció el fuerte impacto de su personalidad
sobrenatural entre los que le conocieron, trataron y convivieron con él. Uno
quisiera tener en mano todo el montón de papeles, escritos y cartas que mandó
quemar en cierta ocasión. Hacía escribir y exigía orden en el trabajo
literario e intelectual de los suyos, pero él supo ocultar la mayor {15 (55)}
parte de cuanto hubiera podido legarnos. A pesar de ello, con su fisonomía
espiritual, es el más insigne representante de lo que, en la historia de la
espiritualidad cristiana, podríamos denominar la "espiritualidad
italiana", que alcanza su momento en el Renacimiento. |
Muy
brevemente, puede sernos útil una rápida síntesis de esa historia de la
espiritualidad cristiana, comenzando por la primera generación de la Iglesia.
¿Qué preocupó especialmente a los primeros cristianos cuando pensaron en
tomar aspectos principales del Evangelio y del recordado ejemplo de Cristo, a
la hora de imitarle y vivir para sí la vida de Cristo? Porque ésta era la
exaltada preocupación de san Pablo: «Vivo, pero no vivo yo, es Cristo quien
vive en mi» (Gál 2, 20). |
Los
primeros cristianos —los primeros santos— pensaron, sobre todo, en el
martirio y, enseguida, en la virginidad. Fue una generación de mártires,
vírgenes y ascetas, que no necesitó de ninguna estructura para soporte o
protección. |
Obviamente,
no todos los cristianos de los primeros tiempos conocieron las cárceles, las
torturas, la misma muerte por la fe, ni se lanzaron a la total generosidad,
sin reconocimiento ni compensación social alguna. Hubo también fieles más
vulgares, y también pecadores; pero los santos surgieron de ese espíritu, que
está en la misma raíz del primer despertar y crecimiento de la Iglesia. Todo
cuanto el Señor había dicho v anunciado respecto a padecimientos,
incomprensiones, persecuciones, injusticia y odio a causa de su nombre, lo
pudieron comprender bien esos seguidores insignes, a los que la Madre Iglesia
enseña a volver los ojos siempre, como muestra de la mayor pureza a la hora
de vivir sinceramente la espiritualidad del Evangelio. |
Pasadas
las persecuciones, la Iglesia conoció la paz, ciertamente merecida. Pero esta
paz y protección temporal que también obtuvo (cuya legitimidad tampoco se
puede condenar sin más) provocó un decaimiento en el fervor, como si ya no le
faltara al fiel otra cosa que tocar el cielo con las manos. |
Esa
falta de fervor paganizó las costumbres de muchos cristianos, en cuanto a las
riquezas y privilegios, y a los honores terrenos y la moral. Es la hora en
que algunos, tocados por el Espíritu de Dios, intentan "huir" de
ese mundo paganizante y relajado. La "fuga mundi", que habría
podido parecer una deserción apostólica, y hasta "una protesta"
contra la excesiva institucionalización de la Iglesia, que se mundanizaba
(constantinismo), fue una espiritualidad que encontró, en el desprendimiento,
en la castidad, en la humildad, en la pobreza y en la oración practicadas en
el desierto, un nuevo {16 (56)} "testimonio" (una especie de
martirio continuado) que despertó de nuevo los fervores de la vida
evangélica, no sólo en los que habían "dejado el mundo", sino en
los que seguían en él. En este sentido fue ejemplar la relación entre san
Atanasio y san Antonio, el primero activo —"comprometido", diríamos
hoy― y Antonio, desde la soledad del desierto, ayudándole con la
plegaria y el consejo, para salvar de peligros a una Iglesia fuertemente
amenazada por disfrazados poderes "protectores" de este mundo, que,
en realidad, la corrompían. |
Poco
más adelante, en Occidente, surge san Benito, que reúne a solitarios al
fundar los primeros monasterios. La soledad no es el ideal de la Iglesia,
familia de Dios. El monasterio combina la soledad para la contemplación, pero
convoca, sobre todo, para el trabajo y la plegaria común, en alabanza de
Dios. |
Con
razón san Benito ha sido proclamado patrón de Europa, porque de sus
monasterios surgió la salvación del cristianismo y la civilización medieval,
en una época dura de transformaciones, guerras y calamidades. La comunidad
ideada por san Benito será el tipo luego repetidamente imitado y adaptado a
sucesivas circunstancias y tiempos históricos, conservando unas veces la
denominación benedictina, y otras dando lugar a derivaciones formalmente
nuevas, piro que no podrían prescindir totalmente de aquel primero y genial
modelo. |
Siete
siglos más tarde surgen las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos,
mercedarios...). Sus fundadores comprenden que no basta esperar a que vengan
al monasterio y aun a las catedrales e iglesias los que necesitan ser
evangelizados, sino que es preciso salir a la calle, por los caminos y
plazas, y anunciar a Cristo. Es también el momento que nacen las
universidades, amparadas ciertamente por la Iglesia, pero debidas al interés
y esfuerzo de estudiantes y maestros que las administran. En los monasterios
se esperaba a que los fieles fueran a ellos, y era proverbial la hospitalidad
con que eran acogidos los huéspedes, «como al Señor»; pero cuando esto no
basta, hay que ir a las gentes, y de ello se encargan los mendicantes. |
Un
par de siglos más tarde, en el mundo se opera una grandiosa transformación,
con el descubrimiento de América, en cuya evangelización tanta importancia
tendrían estas nuevas órdenes. Seguramente que en nuestra época ellas mismas
habrían entendido no exactamente igual esa misión evangelizadora, pero, en
todo caso, mitigó la rudeza de los colonizadores y no faltaron numerosos
ejemplos de caridad y de esfuerzo positivo {17 (57)} por evitar atropellos y
defender a los nativos de la codicia y depredación de los conquistadores, que
no respetaron las culturas ni los derechos de los sometidos, preocupados en
enriquecerse y llevar oro a la metrópoli. Por lo demás, como ocurre en todas
las conquistas, cualquiera que sea el poder que las impulse. |
La
idea de "Cristiandad" alcanza su cota más alta, pero enseguida se
va a resquebrajar. Se alza la primera gran teoría sobre el poder político
(Machiavelli), y encuentra, en la grandeza de España, la primera adecuación.
La "razón de estado" pasará a ser la filosofía de todos los que
acumulen poder. La Iglesia misma será zarandeada y, en ocasiones, casi
asaltada, considerándola como una instancia poderosa de la que hay que ser
dueño o hay que tener dominada (los Medici), en provecho propio. Pero aun
así, habrá santos, y grandes santos. |
En
el mismo momento en que se inicia la decadencia española, surgen los grandes
místicos Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Parece como si ya no quedara nada
"por conquistar", y se alzaran para conquistar, las moradas más
altas de Dios. Se agotan los caminos de la tierra, pero entonces ellos suben
en alas de la contemplación al cielo más alto. Tienen, a pesar de lo sublime
de su vuelo, la sencillez directa del amor y el trato con el Señor Jesús. Es
un reflejo derivado de la llamada "devotio moderna" que, en
Centroeuropa ha enseñado a volver a la figura de Jesucristo, en su santa
Humanidad, descendiendo un poco de aquellas por lo demás espléndidas
majestades románicas y el dramatismo de las figuras góticas, para inaugurar
el trato de la oración de amigo y esposo con Dios, Padre, pero además amigo y
hermano en Jesucristo. Nadie como santa Teresa nos lo ha sabido expresar con
más verdad, más sencillez y más fuerza. |
Teresa
de Jesús y Juan de la Cruz tendrán un gran influjo en toda la historia de la
espiritualidad; pero, aunque a ella la llamaran "fémina inquieta e
andariega", son almas de convento, de clausura. La misma epopeya de
América y la ya sangrante escisión protestante demuestran que hay que volver
otra vez a la calle, a las plazas. El Espíritu de Dios suscitará a más santos
para que, entre todos, cubran esa misión. Destacará, en especial, san Ignacio
de Loyola, que transformará, a lo divino, todo el bagaje de su naturaleza de
vasco y su condición de militar, desarrolladas en el marco de la España
imperial. |
En
Italia las cosas son de otro modo. Italia no existe como estado. |
Es
más bien un mosaico de estados, de estados-ciudad, enclaves, concurrencias
{18 (58)} y competencias, en aquel momento bajo las tensiones de Francia
(rival de España) y el Imperio Español, por una parte, y el poder político
del Papado, que, por otra parte, había ejercido una cierta moderación
equilibrante en Europa, gracias a su influjo moral, en el círculo de la
unidad cristiana, que había logrado tener a raya la presión musulmana. |
En
Italia también existen grandezas, pero no son políticas, ni siquiera
hegemónicas. También aquí hay una vuelta al hombre, al hombre de este mundo,
y a la cultura de este hombre terreno. Una vuelta a la humanidad clásica que
ya no toma, como en la Edad Media, a Dios como centro del mundo, sino
precisamente al hombre, sin por ello despreciar a Dios. El milenarismo se ha
olvidado, el mundo no acaba; comienza otra vez. Se deja el éxtasis de un
triunfo milagroso, de la apoteosis escatológica, y se camina de nuevo. Se
vuelve a Grecia. Tal vez el Emperador de entonces deseara, para él, la
grandeza de Roma, pero en Italia se piensa más en Atenas, y Florencia, en
concreto, reflorece en sus estilos y produce artistas, poetas, músicos,
pintores, arquitectos, políticos, comerciantes... y santos. |
Felipe
será uno de estos santos, que llevará siempre a Florencia en su corazón
—«natione florentinus», declarará al manifestar su origen―, y amará
siempre. No vamos a repetir su vida, pero en Roma el primer apostolado lo
ejercerá, de seglar, entre los de su misma "nación", que son
comerciantes y banqueros, por lo demás servidores del papa y de la nobleza
eclesiástica de la corte pontificia. Felipe es un hombre del Renacimiento,
nacido en la ciudad en que el Renacimiento tiene su cuna y desde la cual se
irradiará, primero sobre Roma, y luego a toda Europa. El Renacimiento también
es una secularización. San Felipe no piensa hacerse sacerdote, porque, de
momento, le basta con ser cristiano, no como una disminución, sino como
usando, hasta agotarla, una libertad que le facilita la entrega a Dios, tal
como él la va entendiendo. Es florentino, y lleva muy dentro la idea de la
libertad, por la que siempre se batieron los florentinos, cuando las codicias
extrañas envidiosas de su pujanza la hostigaban y la asediaban y, finalmente,
«la compraban y vendían». Mientras los dos grandes de Europa pensaban en
guerras y conquistas, en dominios y grandezas, Florencia se había empleado en
la honesta laboriosidad del mejor comercio europeo, y de la riqueza alcanzada
con ese trabajo surgían los mecenazgos a los artistas y poetas, las
maravillas del arte con que vestían la entera ciudad, menos grande, pero más
armoniosa y más bella {19 (39)} que la Roma orgullosa que pudo, a lo sumo,
comprar artistas florentinos para embellecerse con lo que, por sí misma,
jamás habría sido capaz de crear. Porque florentinos fueron especialmente los
artistas, pintores y arquitectos que embellecieron Roma. |
Y
también lo fue el Santo que la curó de su paganismo, Felipe Neri, que en Roma
siguió siendo florentino, aunque sin ánimo ni gesto alguno de prepotencia, ni
de desprecio o resentimiento. Felipe amó Roma, la ciudad de los mártires y
los santos, el corazón de la Iglesia, la capital del mundo de entonces, y le
injertó el amor que llevaba de la Florencia que nunca había olvidado,
envuelta en el recuerdo del Angélico, de Savonarola, del Dante, de Miguel
Ángel, del Donatello, de los de la Robbia, de Brunelleschi, del Giotto... |
Felipe
era de mentalidad abierta. Ése era su componente florentino. Porque Florencia
se había preocupado más de la cultura, de las actividades del espíritu, del
arte, que de perderse en sueños de codicia y de grandezas políticas. Cierto
que, finalmente, sucumbió al dominio de los extraños, pero nunca jamás
lograron apagar su esplendor cultural. Tal vez se lo apropiaron y se
aprovecharon de su acervo, pero el valor de sus creaciones era tan grande y
tan puro que, aun falsificado, recordaría para siempre el origen de donde fue
extraído. |
Esa
apertura de espíritu, ajena del todo a mojigaterías, a estrecheces y a
raquitismos provincianos, estaba completada, en Felipe, por un espíritu
profundo, por una visión radical, desde Dios, que ya se manifiesta en algunos
rasgos de su infancia, y luego aparece en su adolescencia o primera juventud,
en el momento en que abandona una perspectiva halagüeña, de porvenir honesto,
pero de lustre solamente humana, cuando se despide de sus tíos, que le
ofrecían hacerlo heredero suyo, en San Germán. |
Esta
profundidad espiritual se irá desarrollando a medida que progresa en la vida
su experiencia de Dios. Esa experiencia de Dios es la oración. Dios le
resulta inmediato al alma, y por eso no piensa, ni para hacerse más santo,
hacerse sacerdote o ingresar en alguna de las órdenes existentes. En
realidad, durante su etapa de vida seglar, está continuamente ocupado en
obras de bien, para las almas y para servir a la Iglesia. Y lo lleva a cabo
con intensidad y sin vanidad alguna. |
Fue
en su época de seglar cuando creció en él el gusto y la práctica de la
oración. Espíritu de oración y sentido de la libertad son las primeras notas
que encontramos en él, destacándose, en los años de su juventud, y que luego
se mantendrán y pasarán a sus obras. No es {20 (60)} extraño que, como
experiencia extraordinaria, el Espíritu Santo tenga un puesto en sus años
jóvenes, de seglar. Si la oración es la respiración del alma v la libertad la
condición para el amor, aunque externamente llevara una actividad
verdaderamente sorprendente, no nos puede resultar demasiado extraño que
necesitara cinco y hasta ocho horas diarias para "pensar en Dios",
porque esto era, ya en la tierra, su cielo, y su gozo. Y tenemos, con la
alegría, esa otra nota de su espiritualidad. No se trata de estar alegres
porque hay que hacer el esfuerzo de ponerse alegre, o de parecerlo, sino que
el gozo también es del Espíritu de Dios, porque nace de esta presencia
mantenida, en trato que no cesa con el dulce huésped del alma, Dios mismo. Y
la austeridad tampoco es el resultado de una programación ascética, sino de
haber elegido lo mejor. «Sólo Dios basta», diría santa Teresa, contemporánea
suya, y él mismo aseguraría, más tarde, que «quien busca y ansía otra cosa que
no sea Jesús, está loco y no sabe lo que busca». |
Pero
la libertad, la oración, el gozo, típicamente filipenses, nos podrían hacer
creer que todo se contiene y agota en esa interiorización de aspiraciones y
actitudes muy íntimas del alma, abstraída de todo lo demás. Felipe fue un
santo activo, emprendedor, imaginativo, abierto en el trato, comunicativo.
Hacer el bien, dedicarse a obras de caridad, de instrucción en la fe, de
formación. Fue muy exigente con los que dependían de él, procurando que
adquirieran una verdadera cultura, aunque humillándoles y
"premiando" sus éxitos, con verdaderas penitencias, porque temía
sobremanera la soberbia, especialmente de sus hijos espirituales. Ante un
sermón que le parecía demasiado fervoroso en la alabanza del martirio
cristiano, interrumpió al predicador increpándole y recordando que, en el
Oratorio, nadie había dado todavía ni una sola gota de sangre por defender la
fe, ni tampoco había tenido especiales sufrimientos a causa de ella. |
Quería
a los jóvenes, con una predilección dispuesta a perdonarles todas las
molestias de sus inoportunidades. Pero, profundamente realista, también
reconocía que sus fervores necesitaban ser moderados, purificados y
corregidos muchas veces: «I giovani, fuoco di paglia!» El entusiasmo de los
jóvenes es fuego de paja. Pero eran la esperanza de mucho bien. Él podía
recordarlo de sus fervores de juventud. «Dichosos vosotros, los jóvenes,
porque tenéis tiempo y fuerzas para haceros santos». Tal vez, la tristeza
fuera que, a veces, se ven tan desperdiciadas esas fuerzas que Dios da a los
jóvenes, precisamente {21 (61)} cuando debieran servir para el bien. |
En
el fervor, en los ejemplos y doctrinas de bien, era estricto. Había que
aprender de los santos. No es que se fijara, precisamente, en las listas de
canonizados, sino en las personas acreditadas, porque él se había atrevido a
circundar con una aureola de santo una estampa con el grabado de Savonarola,
santo según él. Y los libros que leía con frecuencia —Iacopone da Todi, Bto.
Colombini—, curiosamente habían sido de personajes que tuvieron conflictos
con las autoridades de la Iglesia, en épocas difíciles, ciertamente, en las
que no siempre el buen ejemplo resplandecía en los puestos de
responsabilidad. |
Tenía
un horror a la avaricia. |
«El
avaro nunca será santo». Y a las mentiras. |
Para
ser buenos y santos, según él, uno había de estar dispuesto a despreciarse a
sí mismo, a no despreciar a nadie y a no preocuparse de que le despreciaran.
Es posible que esto último fuese lo más difícil. Y que él, afectuoso como
era, lo hubiese experimentado en buena medida. Por otra parte, esa frase, que
es de san Bernardo y que se la tenía bien sabida, resume todo lo más
importante sobre el verdadero desprendimiento cristiano, que aconsejaba a
todos. |
Sin
desprendimiento, sin humildad, solía decir, es imposible la oración, la
amistad con Dios. |
En
verdad fue un santo de oración. Cuando su obra se llamó «el Oratorio», no fue
porque hubiese elegido ese nombre, sino por la costumbre de que las reuniones
primeras, una vez comenzaron a ser organizadas, se hacían en un espacio que
tenía este nombre. Pero le gustó. «Si tengo un pequeño espacio de tiempo para
rezar, no tengo miedo de nada». La oración también explica sus misas, que
tenía que celebrar en privado, porque se le hacían demasiado largas y llamaba
la atención, y nada le hacía sufrir tanto como convertirse en espectáculo de
curiosos. Hombre activísimo, pero tan amante de la soledad, de subir a
lugares altos, de contemplar espacios abiertos, de contemplar la naturaleza,
porque {22 (62)} así más fácilmente pensaba en Dios. |
Hay
en san Felipe un aspecto que no se puede pasar por alto. Es el pensamiento de
la muerte. No el de las calamidades teatralizadas en el medioevo, con
amenazas terribles —«Dies irae, dies illa / calamitatis et miseriae...»—,
sino de la muerte como encuentro con el Señor. Él supo así curar los temores
de muchos escrupulosos, y hacerlos confiados en el amor a Dios, todo
misericordia. Pero enseñaba que este encuentro debe prepararse, por el
respetuoso amor que merece Dios. Así a aquel joven ambiciosillo y superficial
que le hablaba contento de sus esperanzas y perspectivas mundanas, a las que
Felipe iba preguntándole «¿Y después?», hasta que se agotaron las respuestas
a todo lo que podía parecer un porvenir espléndido en la profesión, la
riqueza, el honor, el amor... «¿Y después?» Le respondió el joven,
finalmente: «¿Después?... |
Me
moriré». Todavía añadió san Felipe: «¿Y después?»... Esta última pregunta fue
terrible. El joven la pensó, estalló en lágrimas, se convirtió, dejó el
mundo, y se consagró enteramente a Dios. |
Después. |
Nos
atrevemos a pensar que, para san Felipe, casi no existía el
"después". A los santos se les comprimen las cronologías, las
sucesiones y las esperas, en las cosas que son de Dios. La oración ya es,
para ellos, un comienzo del cielo, porque el cielo se inicia y contiene en el
alma. El tiempo, bien entendido, ya está inscrito en la eternidad. |
«El
reino ya está entre vosotros, y hasta dentro de vosotros. Los biógrafos que
se refieren a fenómenos místicos o a arrobamientos de san Felipe, en la
oración, en la celebración de la misa, en la lectura de libros santos..., tal
vez nos expresan, implícitamente, que Felipe ya tocaba el cielo, ya lo tenía,
por lo menos comenzado, en el alma. |
Todos
explican lo que sucedió con su muerte, y el momento de su muerte. Cuando
decían los médicos que iba a morir, no murió. |
*
Vosotros no entendéis». Y, un día, se puso a decir que se moriría, y dijo la
hora, y fue anunciando el momento, trasteando pacíficamente por su cuarto,
confesando a algunos, recibiendo visitas, rezando el Breviario, y, al paso,
iba contando y señalando cuándo iba a morir, y ocurrió todo como había ido
prediciendo, en paz, con cara bañada de cielo, o con cara y rostro que, más
que nunca, verdaderamente, era el espejo del alma. |
Porque,
el cielo, ¿qué otra cosa puede ser, para quien ha hecho oración, que la gran
contemplación serena y total de Dios embebiendo el alma? |
La
verdadera religiosidad so guarda en el corazón, y, aunque no puede existir
sin que se manifieste en hechos, éstos, sin embargo, son ocultos en su
mayoría, como la caridad que no ama el hacerse visible, la oración secreta,
la negación de sí mismo que no se muestra, las luchas que nadie sospecho, y
también las secretas victorias. |
J.
H. Newman, P.S. IV, 243 |
|