Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 285. NOVIEMBRE-DICIEMBRE. Año 1992
0. SUMARIO
DIOS conmueve, sorprende y admira, cuando descubrimos que nos dio la vida, cuando sabemos que nos espera en la muerte, cuando nos busca bajando a nuestro camino terrenal, cuando nos acompaña y se hace experiencia en el alma.
Cuando se nos descubre más conocido y más nuevo, más profundo y más elevado, próximo y sublime, humilde y majestuoso, pobre y riquísimo en gracia y misericordia, humano y divino, temporal y eterno, de cada uno y de todos, en la fe, en la esperanza y en el amor. Dios, en Jesucristo, es nuestro Hermano y nuestra Paz.
PALABRA DE DIOS
UNGIDOS
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
PALABRA Y SILENCIO EN NEWMAN
UTOPÍAS
ÍNDICE DEL AÑO 1992
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1. PALABRA DE DIOS
Señor Jesús, tú eres la única Palabra de Dios;
eres el Verbo encarnado que ha tomado forma en nosotros;
eres la Palabra clave de la humanidad у de la historia:
la Palabra que nos forma, que nos ata, que nos une,
para llevarnos a todos al Padre de todos.
Te pedimos que hagas de nuestra vida,
de nuestras obras y de todas nuestras actitudes
una realización renovada de esa Palabra sagrada
que eres tú mismo, encarnación de la Palabra sagrada.
Que al oír el anuncio de tu Evangelio
lo recibamos como la santa comunión,
como carne y sangre para el alma, y colme nuestra vida,
y que el mundo entero se transforme
en la realidad única de lo que es este Evangelio,
proclamado de Norte a Sur, de Este a Oeste,
y sea la medida de la anchura, la altura y la profundidad
de la humanidad entera y de toda la historia.
... Ya apunta la aurora, y el Señor está cerca.
Es la hora de la espera, de la plegaria
y de poner en él todas nuestras aspiraciones:
en esto consiste el reino que nos trae. ―Amén.
Erich Przywara, s. j.
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2. Ungidos
PARA Newman, la verdad central—«the central truth»— del Evangelio es la Encarnación; de ella derivan las demás verdades, que son alimento de la fe, que disponen la relación y comunión de sus miembros en Cristo, y los aspectos sacramental, jerárquico y ascético: Cristo, en quien convergen la naturaleza humana y la persona divina, con lo cual Dios añade a su eternidad la dimensión histórica del hombre asumido, Jesús, Cristo, el Ungido convertido en «historia tangible de la Divinidad». Es, dice Newman, la maravilla, el milagro y signo más estupendo de todo lo realizado por Dios, tal como ha podido conocerlo el hombre. Pero este don, o entrega y gracia personal de naturaleza a naturaleza ―la divina en la humana— es arquetipo excelente, irrepetible, elevado a gran sacramento de lo que por la gracia de adopción lleva a cabo Dios en todos los bautizados, asemejados al Hijo único y primogénito, cuya unción, creada a partir de él, impregna a todos los hermanos. San Pablo dice: «Somos el perfume suave de Cristo en el mundo», ungidos con el bálsamo del Ungido.
La encarnación es la maravilla de Dios en el mundo; la santidad es la maravilla de Cristo en el hombre cristiano. La encarnación es la unión de la naturaleza divina y la naturaleza humana en el vértice personal del Hijo; la santidad es la unión del hombre con Dios en la gracia. La admiración y la gratitud son la respuesta a tanta maravilla: la respuesta de Cristo al Padre; la respuesta del bautizado a Cristo. Otros niveles, distanciados de esta comprensión admirada, pertenecen al sueño de saberes ayunos de fe, o a los miedos del fatalismo pagano todavía no liberado, o a oscuros restos de superstición y fanatismo, de los que todavía no han descubierto al Dios "personal", que se ha hecho concreto y próximo hasta invadir la morada interior del corazón humano, para acompañarnos en el camino temporal de la vida terrena, para hablarnos en la conciencia, y ser a la vez manifestación providencial en la experiencia de fe, y esperanza de bienaventuranza, más allá del tiempo, en el regazo de su misericordia.
{3 (90)} Un Dios que ha de ser amado por el hombre, como respuesta del amor primero con que el hombre ha sido amado por Dios. Un amor que no equivale a una opción o adhesión selectiva y calculada, sino que resulta del descubrimiento y aceptación de una manifestación que entusiasma. Bien entendido que "entusiasmo" no es la mera vibración emocional de un momento, sino el descubrimiento de una bondad ontológica, de una llenumbre de ser que me invade y transforma el mío propio, sin mutilar mi libertad; entendida ésta como una agilidad mayor, para una respuesta más plena.
Este entusiasmo necesita del silencio en el que envuelve la gravidez espiritual del don de Dios, la gracia con que él se nos comunica. Los santos y especialmente María, "llena de gracia", nos lo podrían mostrar.
La encarnación es única, y es la "santidad" de Jesús, plena y definitiva. La gracia es la semilla de nuestra santidad, por analogía y adopción, que nos hace hermanos del Ungido, Jesús, y nos consagra en comunión con él. Se transforma el sentido natural de lo creado y estamos destinados a ser hijos y familiares de Dios, Jesucristo.
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3. PENSAMIENTOS DE NEWMAN
PARA PROTEGER LA VERDAD REVELADA
Si creemos que la Iglesia, iniciada con los Apóstoles y continuada por sus sucesores, ha sido instituida por la providencia amorosa de Dios con el fin preciso de proteger, preservar y proclamar la Revelación, entonces estamos afirmando con otras palabras que, en todo aquello que concierne al mensaje que le ha sido confiado, la Iglesia es infalible. (Necesitamos una garantía válida para siempre. Diff. II, 323).
La respuesta más obvia a la pregunta de por qué nos sometemos a la autoridad de la Iglesia en materias de fe es que cuando se nos da una Revelación hace falta una autoridad, y no existe ninguna otra sino la suya. Pues no podemos hablar de Revelación sin una autoridad que determine qué es lo que ha sido revelado. En palabras de Pedro a su Maestro: «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6, 68). No hay que olvidar tampoco que la Escritura denomina expresamente a la Iglesia «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3, 15)... Ciertamente, o no ha habido una Revelación objetiva o ésta ha sido dada junto con los medios idóneos para que pueda llegar al mundo. (Un mensaje tan precioso ha de ser conservado en medio de los avatares de la historia. Dev., 88-90).
En aquellos primeros tiempos, fue simplemente el espíritu vivo de miles de fieles, todos ellos anónimos, quienes recibieron de los discípulos de nuestro Señor la fe apostólica entregada de una vez para siempre. Fueron ellos quienes con tanto cuidado la conservaron, tan extensamente la propagaron y tan fielmente la transmitieron de generación en generación. Ellos la mantuvieron en toda su pureza y en su integridad, e instruyeron incluso a los iletrados para hacerlos capaces de distinguir instintivamente la verdad del error, de rechazar de forma espontánea cualquier sombra de herejía y de resistir incluso la fascinación de las mentes más {5 (93)} brillantes cuando éstas pretendían desviarlas del camino estrecho del Evangelio. (La fe verdadera es preservada por los fieles. H. S. I, 209- 210).
A lo largo y ancho de la cristiandad, fue el pueblo católico, y no precisamente los obispos, el auténtico y tenaz defensor de la verdad católica... Quizás esto fue permitido con el fin de inculcar en la Iglesia la gran verdad evangélica que afirma que no son los sabios y poderosos, sino los humildes, los ignorantes y los débiles los que constituyen su verdadera fuerza. (La Iglesia es una comunión formada por todos sus miembros. Ari., 445- 446).
Tomad los anales de la historia de la Iglesia y decidme: ¿hubo algún tiempo en que sus obispos ignoraran que tenían un mensaje que entregar al mundo? No debían simplemente realizar tareas tales como dar consuelo espiritual, confortar a los enfermos, formar buenos miembros de la sociedad o «servir las mesas» (aunque todo esto se encontraba entre sus obligaciones), sino que, de una forma especial y directa, debían comunicar un mensaje concreto de parte del Creador del mundo para todos los hombres, tanto si éstos lo escuchaban como si no. (La misión de la Iglesia. Diff.
II, 197).
Es mucho más verdadero afirmar que la Revelación ha de contener un mensaje que afirmar que ése debe encontrarse en la Escritura.
Para las personas cultas y de vida cómoda, con pocas preocupaciones, y también en el tiempo alegre de la juventud, resulta fácil discutir y especular acerca de cuestiones tales como «lo intangible y versátil» del mensaje divino; lo capaz que es de cambiar, cual si fuera un camaleón; sus sucesivas «adaptaciones» al entrar en contacto con cada nueva mentalidad. Pero cuando el hombre toma conciencia del pecado queda pesaroso, angustiado, desalentado, y pide algo donde apoyarse, algo exterior a sí mismo..., quiere algo más santo, más divino y más estable que su propia mente..., y eso es un credo, un credo necesario para la salvación. Un credo que se encontrará en la Escritura, o bien fuera de ella; y si se encuentra en la Escritura lo será, por su propia naturaleza, de una forma indirecta. (La verdad vivificante nos ha de ser presentada. D. A., 133- 134).
La estructura de la Escritura es tan irregular y asistemática que, o bien debemos afirmar que la doctrina o mensaje del Evangelio no está contenido en ella (y si así fuera, o no se dio revelación alguna o ésta fue comunicada por un medio distinto de la Escritura) 0, por el {6 (94)} contrario, hemos de afirmar que sí se encuentra en la Escritura, pero de una forma indirecta y oculta, es decir, bajo la apariencia exterior.
¿Por qué, por ejemplo, un determinado número de cartas más o menos privadas, escritas por san Pablo y otros a personas o a comunidades, habrían de contener la totalidad de lo que el Espíritu Santo les enseñó?... Ellos no intentaron poner por escrito todo lo que tenían que decir o todo lo que sabían sobre el Evangelio. (La Escritura contiene la Revelación, pero no la agota. D. A., 142, 148).
La experiencia muestra con toda claridad que la Biblia no puede ser utilizada para un propósito distinto de aquel para el que fue pensada.
En algún caso puede servir de medio para convertir a una persona, pero lo cierto es que un libro, por sí mismo, no posee la capacidad de doblegar la mente inquieta y altiva del hombre, ese poder corrosivo universal que con tanto éxito está actuando en nuestros días sobre las religiones organizadas. (Biblia y fe.
Apo., 245) San Atanasio no se propone, por lo general, demostrar el dogma mediante la Escritura, ni tampoco apelar al juicio particular de cada cristiano para determinar el significado de ésta. Tiene por indiscutible {7 (95)} que existe una Tradición esencial, independiente y dotada de autoridad, capaz de proporcionarnos el verdadero sentido de la Escritura en materias doctrinales, una Tradición transmitida de generación en generación mediante la catequesis y los demás ministerios de la Iglesia. No se preocupa de discutir si son posibles o plausibles significados distintos de los tradicionales, por lo que se refiere a pasajes concretos de la Escritura.
Afirma sencillamente que cualquier interpretación que no sea compatible con el sentido católico es falsa. Y ello porque el significado tradicional es apostólico y decisivo. Lo que aprendió en la escuela y en la Iglesia, la voz del pueblo cristiano, los escritos de los santos:
eso le basta. (La Iglesia viva nos da la regla de la fe. Ath. II, 250).
El punto de partida de Atanasio en la controversia es un profundo sentido de la autoridad de la Tradición, la cual posee para él fuerza vinculante incluso cuando se trata de interpretar la Escritura, aunque al mismo tiempo parece considerar que la Escritura así interpretada es el documento al que hay que acudir finalmente en caso de duda o discusión... Para él, oponerse al testimonio de la Iglesia, separarse de su comunión, hacer que predomine el juicio particular sobre la enseñanza catequética oficial, las sectas o «denominaciones», como hoy decimos, todo eso supone condenarse uno mismo. (La Tradición ininterrumpida comprende también la Sagrada Escritura. Ath. II, 51).
LA IGLESIA, VISIBLE E INVISIBLE
En la Iglesia católica... reconocí enseguida algo nuevo para mí. Me di cuenta de que no me estaba construyendo una iglesia por medio de un esfuerzo mental. No necesitaba elaborar un acto de fe en ella. No tuve que hacer fuerza alguna para mantenerme en una determinada posición: mi espíritu reposó en sí mismo, relajadamente y en paz. La contemplé casi de una manera pasiva, como un gran hecho objetivo. Mirándola —sus ritos y celebraciones, sus preceptos— me decía a mí mismo: «Esto es realmente una religión». (Reacción de Newman al hacerse católico. Apo., 339-340).
Si se diera hoy en el mundo una forma de cristianismo que fuese acusada de superstición grosera, de adoptar ritos y costumbres del paganismo, y de atribuir a formas y {8 (96)} ceremonias un poder oculto; una religión que fuese acusada además de oprimir y esclavizar la personalidad humana con sus exigencias, de dirigirse a los simples y a los ignorantes, de estar basada en la sofistería y en el engaño, de contradecir la razón y exaltar meramente la fe irracional; una religión que intranquilizase a las mentes sensatas con ideas angustiosas sobre la culpabilidad y las consecuencias del pecado, imputando a todas y cada una de las acciones cotidianas, por pequeñas que sean, un valor determinado que las hace merecedoras de aprobación o de condena, y ensombreciendo así el futuro; una religión que propusiese la renuncia a las riquezas como algo digno de encomio y pusiese obstáculos a la gente prudente para que disfrutara de ellas a su arbitrio..., si esta religión existiera hoy, sin duda no sería distinta del cristianismo tal como el mundo lo conoció al principio, cuando su divino Autor lo hizo nacer. (La Iglesia se muestra de la misma manera a amigos y a enemigos. Dev., 246- 247).
La Iglesia es siempre militante:
unas veces triunfa y otras fracasa, y lo más frecuente es que esté triunfando y fracasando casi al mismo tiempo. ¿Qué es la historia de la Iglesia sino un testimonio del resultado de esa batalla, siempre incierto ―aun cuando el resultado final no lo sea—? Acabamos de cantar un Te Deum y hemos de volver a entonar el Miserere. Obtenemos la paz y enseguida somos perseguidos de nuevo. Apenas hemos conseguido un éxito cuando nos vemos sumidos en un escándalo. Más todavía: avanzamos a través de nuestros reveses. Nuestras penas son nuestros consuelos. Perdemos a Esteban para ganar a Pablo, y Matías sustituye a Judas el traidor. (La lucha constante de la Iglesia. H. S. II, 1).
Z Es verdad que ha habido épocas en las que, debido a causas internas o externas, la Iglesia ha caído casi en un estado de deliquio. Pero sus portentosos resurgimientos, acaecidos cuando el mundo estaba triunfando sobre ella, constituyen una evidencia más de que no existe corrupción en el sistema de doctrina y de culto dentro del cual se ha desarrollado... Se detiene en su curso, y está a punto de suspender su actividad; cuando se levanta, es ella misma otra vez: todo está en su sitio, dispuesto de nuevo para la acción. La doctrina está donde estaba, y también los usos, la jerarquía, los principios, la manera de actuar. Podrá haber cambios, pero se tratará de consolidaciones o de adaptaciones. Todo es inequívoco y está determinado, con una identidad que no admite confusión. (Los {9 (97)} límites de la desorientación en la Iglesia. Dev., 444).
Todo el que anhela la unidad ruega por ella, trabaja por promoverla, testimonia en su favor, todo el que se comporta cristianamente con los miembros de las Iglesias separadas de la nuestra y se mantiene en amistad con ellos ―salvando siempre el cumplimiento de sus deberes para con la propia comunión y para con la verdad—, todo el que se propone edificarlos mientras edifica a los suyos y se edifica él mismo, podemos decir con seguridad que está derribando el muro de la división y renovando los antiguos lazos de unidad y de concordia, por la fuerza de la caridad. (Debemos trabajar y rezar por la unidad. Ess. II, 374).
Cuando nuestro Señor ascendió al cielo, nos dejó como representante suyo a la santa Iglesia. Ésta es, místicamente, su Cuerpo y su Esposa, una institución divina, el santuario e instrumento del Paráclito, que habla a través de ella hasta el fin de los tiempos. La Iglesia es, en palabras del poeta anglicano John Keble, «su presencia misma aquí abajo», en la medida en que los hombres son capaces de realizar tan altos ministerios, los cuales pertenecen primeramente y de forma eminente a Cristo mismo. (La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, V. M. I, XXXIX).
Ésta es, pues, la gloria propia de la Iglesia cristiana: que sus miembros no dependen meramente de lo que es visible, no son como piedras de un edificio cualquiera, colocadas unas sobre otras y unidas externamente, sino que en todos y en cada uno descubrimos los frutos y manifestaciones de una misma fuerza y de un único principio espiritual invisible: son «piedras vivas» (1Pe 2, 5), que están conectadas internamente como las ramas de un árbol y no como fragmentos apilados. Son miembros del Cuerpo de Cristo. La Persona divina que los Apóstoles vieron y tocaron, después de ascender al cielo, llegó a ser para los creyentes, por la donación del Espíritu Santo, el principio vital y el origen secreto de la existencia... De manera que puede decirse con verdad que desde el día de Pentecostés hasta hoy no ha habido en la Iglesia sino un solo Santo, el Rey de reyes y Señor de señores, que habita en todos los creyentes y gracias al cual éstos son lo que son. (Somos miembros de Cristo y miembros los unos de los otros. P. S. IV, 170).
2 La Iglesia es un conjunto de almas reunido y unificado por la gracia secreta de Dios, aunque esta gracia {10 (98)} les llega mediante instrumentos visibles y las une a una jerarquía visible. Lo que se ve no es la totalidad de la Iglesia, sino sólo su parte exterior. Cuando decimos que Cristo ama a su Iglesia queremos decir que ama no algo cuya naturaleza es terrena, sino el fruto de su gracia en corazones innumerables. (La dimensión invisible de la Iglesia. O.
S., 57).
El reino de Dios se extiende exteriormente sobre la tierra porque ejerce una acción interior en nosotros, pues, en palabras de la Escritura, está dentro de nosotros (Lc 17, 21), en el corazón de cada uno de sus miembros. Los que lo ven se maravillan; los extraños intentan escudriñar dónde tiene su origen, acuden a toda clase de razones humanas y de causas naturales para explicarlo, porque no pueden ver ni sentir, y no llegarán a creer lo que es en verdad: un dinamismo sobrenatural. (El poder oculto de la gracia. 0. S., 56).
UTOPÍAS.
Sueño con ver la Iglesia "inculturada", con su renovación en la línea de la oración y la contemplación.
En la línea de la pobreza, simplicidad y sencillez, en la línea de los pobres de la tierra, de los pobres empobrecidos de los pueblos... En la promoción de la paz fundamentada en la justicia y, consecuentemente, en el diálogo abierto entre todas las religiones y los movimientos sociales y políticos que promueven la paz, la justicia y la defensa de los derechos humanos y entre los que defienden el derecho de los pueblos, que en la práctica no existe...
Es un sueño demasiado utópico, como lo es el Evangelio, la vida, la paz, el amor a los hermanos. Pero si Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, es evidente que nos ha hecho muy utópicos. Jesús dice:
«Sed como mi Padre celestial». ¡Qué mayor utopía que ésa!
Mons. P. CASALDÁLIGA
La verdadera felicidad.
Sabemos que la verdadera felicidad en esta vida se encuentra solamente en los bienes espirituales, y no en los temporales, que miran sólo a la vida presente.
¡Qué engañados estamos! Aunque queremos la santidad, la quisiéramos sin que nos costase fatiga ni pena; que se acomodase a nuestros placeres, y a las comodidades que siempre deseamos tener. ¡Ah!, si yo fuese como aquél, como aquélla, haría, tornaría... Y entre tanto no hace lo que ya es posible allí donde está. El pobre piensa que sólo el rico puede hacer buenas obras y tiene tiempo para ello; el rico ya se persuade de que nunca podrá ser santo; el joven espera llegar a viejo para dejar los placeres; el viejo se entristece de haber desperdiciado los medios que tuvo cuando era joven... Y así, con estas falsas ideas que todos se forman, pocos buscan y siguen el camino de la santidad y perseveran en él.
Del libro «Pregi della Congr. dell' Oratorio»
{11 (99)}
4. PALABRA Y SILENCIO EN NEWMAN*
«Cridá l'amic en alt a les gents, e dix que amor los manava que amassen en parlant e en callant, e en quals que coses feessen» (1).
NOS SUGIERE el tema de la palabra y el silencio en Newman lo que él mismo escribió, en Historical Sketches, a propósito de las palabras y los silencios de los santos, especialmente en las páginas introductorias al estudio de san Juan Crisóstomo (2).
La vida es para la acción (3), dice Newman. E insistirá en que hemos sido creados para la acción, y para la acción justa ―para el pensamiento, y para el pensamiento verdadero— (4), mientras que el p. Henry Tristram no duda en afirmar que en realidad, Newman era un hombre de acción, aunque obligado por las circunstancias a convertirse en un hombre de letras (5), es decir, de palabras. La síntesis nos la da seguramente el propio Newman, con esta sentencia: Hemos de contemplar de modo constante la vida futura y actuar a la vez en ésta (6).
Para Nédoncelle, el principio fundamental del ser de Newman ha sido el de la conciencia (7). Si a este principio añadimos {12 (100)} el de la providencia —"ad intra" la conciencia, "ad extra" la providencia—, estamos en posición de poder abarcar aquella totalidad, as a whole, desde la cual le gustaba a él acercarse a los grandes santos, convencido de conversar con un alma bella iluminada por la gracia, mirando a este mundo sensible, entrando en él y transformándolo (8).
Dios nos lleva por medio de su gran sistema de la Providencia (9), Providencia que percibimos y nos hace conscientes de la inmediata Presencia Divina (10) en todos los acontecimientos que tienen lugar en el mundo, donde cada suceso conlleva su propio significado (11). Junto a esta presencia externa, existe en la intimidad de todo ser racional un lazo que ata a la criatura con su Creador (12), en forma de aprehensión viva (13), es decir, la conciencia, gran maestro íntimo... y el más cercano a mí mismo entre los demás medios de conocimiento (14).
Y aquí tocamos la relación entre conocimiento, verdad y palabra. La verdad hace libre al hombre, porque equilibra la conciencia con la realidad objetiva; pero la verdad es austera, y exige plena sinceridad en su expresión. Excluida, bloqueada {13 (100)} la verdad, desaparece el valor y la necesidad de la palabra.
La pasión de Newman por antonomasia sabemos que era la verdad (15). A ella dedica las más contundentes alabanzas: es hermosa, poderosa, sólida, fuerte, elevada..., y triunfa siempre, al fin, como en un resurgimiento pascual, rompiendo el sello de su tumba (16).
La pasión por la verdad es la razón de su amor y su respeto por la palabra (17). El respeto es la primera forma o, por lo menos, la condición previa de todo verdadero amor (18).
En The Idea of a University, Newman se refiere con cierto detalle a la palabra en sí misma, y nos da pie para una clasificación de la misma en función de la verdad que expresa:
palabra-símbolo, palabra personal y, como una forma eminente y hasta trascendental de ésta, palabra inefable. Ésta alcanza a Dios; la primera, los objetos propios de la ciencia (19). La ciencia se ocupa de las cosas; la literatura, de los pensamientos; la ciencia es universal, la literatura es personal (20).
Newman es bastante riguroso: cuando las palabras son mero vehículo de la expresión de las cosas, nos encontramos fuera del campo de la literatura; pero hace una excepción cuando la ciencia teológica toma la forma de oratoria sagrada (21). La distinción entre palabra científica y palabra o lenguaje literario es importante, porque destaca la relación o categoría personal en el concepto de lenguaje.
{14 (102)} Notemos, también, que Newman toma distancias frente al concepto de literatura como fin en sí misma.
Valga por lo que dice en otras partes lo que afirma en uno de sus sermones luego de hablar del peligro del éxito que puede alcanzarse en el mundo: Posiblemente san Lucas (artista), si no hubiese sido cristiano, hubiera sido un sofista, los cuales escriben elegantemente, tanto del bien como del mal (22). Lo puramente estético es ambiguo.
Literatura es el uso o ejercicio personal del lenguaje (23). La cualidad del escritor está en que más fácilmente expresa lo que todos sienten, pero no todos pueden decir..., y en cuanto solamente ellos están en condiciones de manifestar lo que es común al entero género humano, revisten el carácter de católico y ecuménico (24), universal.
Podemos decir que Newman ya pertenece a éstos, porque él, que no era experto en idiomas contemporáneos, sin embargo es ahora leído en todo el inundo con pervivencia creciente. He aquí unas palabras que nos conciernen: Pienso que mi influencia sobre las personas que no me han visto ha sido ilimitadamente mayor que entre las que me han visto (25). Nostálgicos o afortunados, nosotros pertenecemos al primero de estos grupos. Newman, predicador de verdades olvidadas (26), nunca se acaba de leer, e irresistiblemente se vuelve siempre a él con la seguridad de descubrirlo todavía nuevo. Dicen que no era un romántico o, en todo caso, un clasicista con inclinaciones románticas (27), y que más bien parecía situado en el viejo medioevo. Si fue así, convendría pensar que se hizo atrás y regresaba al pasado para tomar mejor perspectiva de futuro y de eternidad, en el misterio de lo inefable de Dios. De este modo se convirtió, sin darse cuenta, en profeta: veía el cielo desde la tierra y, por su fidelidad a una superior clarividencia, desde el cielo interior de su alma veía la tierra. Y el profeta se convirtió en erudito, no por capricho..., y abrió sus labios proféticos decididamente vuelto hacia los cristianos de los primeros tiempos (28).
Newman no era un fantasioso, y {15 (103)} lo mismo desconfiaba del lenguaje pietista, o de la superstición popular católica, que de la inteligencia pura (29). Y también de las simples palabras (30). Vivimos en un mundo de hechos ( ... ) y los tomamos como son (31). El mejor modo de razonar no consiste en pasar de unas proposiciones a otras, sino de unos hechos a otros, de lo concreto a lo concreto, de un todo a otro todo (32). Ve a las cosas sinceramente, y tus palabras surgirán justas, sin que te des cuenta (33), humildes, respetuosas, serenas, concisas (34).
Si Newman muestra reservas en cuanto al uso de la poesía como medio de comunicación con los demás y de camino para el conocimiento, es porque la consideraba como una forma de tensión estética dirigida más bien a la complacencia del propio artista. Hoy seguramente cambiaría de opinión (35).
No le costaba versificar y compuso himnos y tradujo algunos del Breviario para hacer accesible al pueblo sencillo la unción de la liturgia.
Otras poesías fueron compuestas durante pequeños huecos de tiempo, con el lápiz en la mano, como cuando leía o rezaba. Tanto en éstas como en sus diarios, observamos que respiran comunicación y comunión con Dios, estado de oración, y no mera contemplación de sí mismo. En estos escritos piensa en los demás o piensa en Dios; o mejor dicho, contempla a Dios y piensa en los demás desde Dios.
Pero con ello entramos en lo que hemos denominado palabra inefable, la cual, en rigor, también es persona], pero en la que una parte de la relación la constituye el Ser que nos trasciende, Dios. Ya no se trata de la persona humana que habla a otros hombres, aunque sea de temas divinos, sino de Dios que {16 (104)} habla o se manifiesta al hombre, y del hombre que habla a Dios. Newman, en su Grammar of Assent, donde vuelca su gran esfuerzo para ayudar al paso de la religión natural a la religión revelada, escribe: Al modo como la oración es la voz del hombre dirigida a Dios, así es la revelación la voz de Dios dirigida al hombre (36).
Dios nos habla por dos medios:
en nuestros corazones y por medio de su Palabra (37). En The Idea of a University, y a lo largo del espacio que dedica a la palabra, la verdad y el pensamiento, Newman cita un par de veces el término Logos, que es central en la filosofía griega, y se limita a traducirlo por pensamiento y palabra, distintos pero inseparables uno de otra /como/ la luz no se puede separar de la iluminación, ni la vida del movimiento (38). Evita así toda referencia al Logos divino, o Verbo, o Palabra del Evangelio de san Juan, En cambio, sería muy extensa una antología en la que se recogieran las repetidas referencias newmanianas a la Palabra de Dios, en sus sermones, poesías, meditaciones y demás escritos, cuando en ellos trata o cita la conciencia, o habla del corazón, con tanta frecuencia. Por eso llamamos a esta palabra inefable; es lo mismo que indecible, porque el valor y la fuerza de su expresión no se agota en la medida del lenguaje humano: Es el Señor invisible, que se acerca en secreto a los hombres, y habla al oído de sus corazones (39); es una Palabra que encontramos dentro de nosotros (40), que se percibe en la conciencia. Por esta Palabra los hombres son llevados a su Presencia como a la presencia de una persona viva y devienen capaces de conversar con ella (41); es la resonancia de una voz personal, exterior a mí (...), un amigo que amo (42), a quien no corresponderle sería una ofensa y una ingratitud.
Las citas podrían multiplicarse largamente, y todavía nos dejaríamos el mundo invisible, en el que no solamente está el Dios de la revelación y el Jesús del Evangelio, sino todos los santos y las almas de los justos, y los ángeles amigos nuestros, como él lo decía del suyo ―My oldest friend―, en una poesía que habría podido servir de prólogo a su posterior The Dream of Gerontius, al compartir el protagonismo con él (43), en el definitivo viaje hacia la presencia y posesión de la Verdad eterna de Dios.
Y el mundo visible, la Naturaleza, parábola inmensa en la que se manifiestan realidades que superan nuestros sentidos (44). Y la historia, {17 (105)} y las culturas aun las más alejadas de la revelación, pero que preparaban el tiempo del Evangelio. Y la Iglesia, que ella misma no es la Palabra, pero sí guía y dispensadora de la revelación (45) y los sacramentos, evocación de lo eterno (46) ...Todo son susurros que preceden o resonancias que siguen a la divina revelación; palabra, símbolo, figura, imagen, voz, alegoría o reclamo de Dios al hombre. San Juan de la Cruz diría de cada una de estas palabras, siempre incompletas: ...mensajero, que no saben decirme lo que quiero (47), como expresa Newman, superando el camino de la lógica natural, al concluir su Grammar of Assent (48), y habla de argumentos demasiado profundos para poder ser expresados en lenguaje, de palabras dichas a nosotros, uno a uno, y mis ovejas escuchan mi voz...
Es la palabra inefable, la voz del misterio divino que se interioriza en nosotros, hace de algún modo inteligible la Palabra, con la luz de la Sabiduría, el calor de su Presencia, el resplandor de su Gloria, la fuerza y el aliento de su Espíritu (49), y también desde ahí surge la debida respuesta a un Dios que nos habla, que nos conoce, que nos ama y quiere establecer con nosotros una relación de amor, sin lo cual todo quedaría malogrado (50). La respuesta a lo inefable solamente es posible desde el silencio. Tu voz soberana, Señor, ha despertado en mí el amor divino (51). Cualquiera que fuera, en la naturaleza de Newman, su precedente psicológico, lo cierto es que el mantendría siempre una fidelidad vigilante ante la divina Presencia (52).
Cuando Newman habla o escribe, lo hace siempre saliendo de su silencio, de su contención reflexiva, y desde esta intimidad habla de lo íntimo de su corazón (53), y no por placer, cuando lo hace de sí mismo. Así nos lo dice al romper uno de sus grandes silencios, y lanzarse {18 (106)} a escribir el más famoso de sus libros: Apologia pro vita sua (54).
Acompañar a Newman por los caminos de sus silencios o entrar en sus soledades, alargaría demasiado nuestro discurso. Pero hay dos grandes silencios que resumen todos sus amores y todos sus dolores: Littlemore y Birmingham. En Littlemore, puesto absolutamente de cara al desierto (55), abandonado a las manos de Dios, entregado a la oración y pidiendo la de sus amigos, incomprendido por el mundo y rechazado, como un hijo por su madre, de la Iglesia de Inglaterra, sin poder dejar de amarla, agradecido, por las gracias que en ella había recibido (56).
Más tarde, en Birmingham, my nest, en el Oratorio, donde toma a san Felipe Neri por Padre que inspira su piedad y su vida de católico. Desde allí le alcanzará la sorpresa de más largos y todavía más dolorosos silencios, además de las dificultades y penalidades inmediatas de pobreza, de trabajo duro, de solicitud constante, de viajes incómodos, de soledades... A distancia de todo aquel drama, ya podemos afirmar que no fue motivado por exceso de sensibilidad ante simples malentendidos, o por no tener amigos en Roma (57), sino que la mezquindad y la envidia se cebaron en él, que precisamente no era ni había sido nunca ambicioso (58). Pudo decirse que los suyos no lo recibieron.
Silencios que no fueron de despecho ni de corazón resentido. Cito un par de anécdotas que lo demuestran. Se refieren a la muerte de Faber y a la del propio Newman. La muerte es la hora de la verdad; en la que nada valen ni las obras ni las palabras si no están escritas en el libro de la vida; de otro modo, se borrarían como las que se hubiesen escrito sobre arena (59).
Newman fue a visitar al padre Faber, en Londres, postrado ya en {19 (107)} el lecho de muerte; estuvo un rato con él, hablaron del cielo, como amigos que se encuentran; lo abrazó, le dio la bendición y se retiró en silencio, sin poder ocultar las lágrimas (60). Años más tarde, Newman, también el próximo a la muerte, y cuando los jóvenes del Oratorio, para consolarle, le propusieron cantarle el ya entonces famosísimo Lead Kindly Light, el moribundo cardenal replicó dulcemente: No, cantadme más bien The Eternal Years, del padre Faber, porque he pensado siempre cuánto me gustaría escuchar ese himno al encontrarme cerca de la muerte (61).
En el funeral de Newman predicó el sermón el cardenal Manning, el cual también había tenido que ver con los sufrimientos de Newman católico. Manning hizo un sermón magnífico (62), y sin duda sincero. Pero, si en el cielo caben las sonrisas, Newman insinuaría, en medio de la Iglesia de los verdaderos santos, aquella que le era tan propia, sin ironía alguna, dulce, humilde, inocente e inteligente a la vez, comprensiva, de contención silenciosa, de cariño... y de misericordia.
La pasión por la verdad va asociada con el retiro y el silencio (63); del silencio nace también la poderosa Palabra que toca el cielo, pero camina sobre la tierra (64). Se encarna, se hace vida, y se desarrolla, en una evolución que la conduce a la verdad total. Como de un puñado de semillas, de unas pocas palabras pronunciadas por algunos pescadores galileos, surge por expansión un universo de pensamiento (65). Así sucede en la Iglesia, y así, a nivel de fe, en cada cristiano.
El modelo ―our pattern― es María, nos dice Newman en uno de sus sermones emblemáticos; María, tipo de la Iglesia y primera cristiana; personaje con más silencios que palabras: O amore muto che non vói parlare! (66).
Por esto, cualesquiera que fueran postponed to the next world».
{20 (108)} las crisis de la Iglesia, los males del mundo, o las pruebas que nos visiten a lo largo de la vida, siempre nos queda salvada para la Iglesia (67) y para nosotros la Palabra de la verdad у el silencio que la integra y transforma en vida.
Siempre existe un silencio que también habla (68). Porque Newman conocía bien este silencio, rezaba para aprender a hablar también sin palabras y llevar así a los demás a Dios (69), porque, en ocasiones, hay verdades inalcanzables si no es a través del testimonio (70), como el silencio de los primeros santos, los mártires, que hablaban por su muerte (71).
Jean Guitton se ha quejado, hace poco, del silencio de la Iglesia del silencio en la Iglesia, y otros lo hacen de la nueva, según ellos, Iglesia del silencio (72). Desde el lado de la cultura, Charles Moeller, denuncia el silencio de Dios en la literatura de nuestros días (73).
El primer antologista de Newman, William Samuel Lilly, dijo, con evidente exageración, que aquellos que conocen solamente las obras —es decir, las palabras— de Newman conocen lo menos importante de él (74). Pensamos que solamente podía estar en lo cierto si tenía por mejor parte la misma que describe Newman, a propósito de la palabra, del silencio y de la oración, comentando la conocida escena de Betania (75).
En cualquier caso, Newman nos diría siempre que:
Llevemos la voluntad de Dios en el corazón, el nombre de Dios en los labios, y el Reino de Dios en la esperanza (76).
* Ponencia tenida en el IV Coloquio Internacional de la ASSOCIATION FRANÇAISE DES AMIS DE NEWMAN, en junio de 1992, en Lyon, por el p. Ramón Mas.
(1) Ramon Llull, Llibre d'Amic e Amat (Barcelona, Edit. Barcino, 1927), p. 41.— Ibíd., p. 31: «No cal que em parles; mas fe'm senyal ab tos ulls, qui són paraules a mon cor, com te dó ço que em demanes».
(2) HS, II, pp. 217-231 pássim.— Véase también «Newman's Oratory Papers», n. 17, incluido por P. Murray en NEWMAN THE ORATORIAN (Dublin, Gill & Macmillan Ltd., 1969), pp. 255-258. (3) DA, p. 259. (4) Ibid., p. 214.
(5) Henry Tristram, LIVING THOUGHTS OF CARDINAL NEWMAN (London, Cassel & Co., 1948), p. 1. (6) PS, VIII, p. 155.
(7) Maurice Nédoncelle, «Las diversidades de Newman», ORBIS CATHOLICUS, Barcelona
vol. I, 1960, p. 212.— También: Henry Brémond, THE MYSTERY OF NEW.
MAN (London, Williams & Norgate, 1907), pp. 332 ss. (8) HS, II, p. 229.
(9) PS, 1, pp. 19 y 54.— También: Mir., pp. 18 y 22, sobre los milagros como parte del «sistema de la providencia». (10) GA, pp. 115-117. (11) US, p. 285. (12) GA, p. 117.
(13) Ibíd., p. 118.
(14) Ibíd., pp. 389-390.
(15) Conf. MD, p. 264: «Ex umbris et imaginibus in veritatem»; inscripción elegida y confirmada no sin cierta solemnidad, con la que desea expresar el sentido total de lo que fue su vida.— También, en LOSS AND GAIN, el protagonista, Charles Reding (trasunto de Newman), termina con la consecución de la esperada Verdad, p. 431.— Hilda Graef, GOD AND MYSELF (London, Peter Davies, 1967), recoge estas palabras de Newman: «I have all my life been speaking about suffering for the Truth, and now it has come upon me».
(16) Idea, p. 217; sobre verdad y error, Ibíd., p. 478; VVO, pp. 97 y 148.
(17) Henry Tristram, Tillotson and others, JOHN HENRY NEWMAN: CENTENARY ESSAYS (London, Burns Oates & Co., 1945), p. 178.
(18) PS, I, p. 304. (19) Idea, p. 274. (20) Ibíd. (21) Ibíd., p. 275.
(22) PS, 11, 375. (23) Idea, p. 275. (24) Ibid., p. 292. (25) LD, XIII, p. 99.
(26) «Newman showed that he was a preacher of forgotten truths and that he realized the harm of an unbalanced or truncated presentation of Christianity», Charles S.
Dessain, JOHN HENRY NEWMAN (London, Nelson, 1966), p. 21.
(27) Así lo define Charles F. Harrold, JOHN HENRY NEWMAN (London, Longmans, Green & Co. , 1946), p. 249.— Según Ian Ker, JOHN HENRY NEWMAN (Oxford―:
New York, Oxford University Press, 1988), p. 63, el viaje de Newman por el Mediterráneo pudo tener algún efecto precisamente antiromántico.
(28) «The prophet was turned scholar, and in no fashionable department (…) scarcely.
had he opened those prophetic lips and he shocked High Church and Low Church by a resolute turning towards the only Christians he could discover in primitive ages». En W. Barry, NEWMAN (London, Hodder and Stoughton, 1904), pp. 256, 258.— Se trata de un «return to the sources. This implies, of course, that the sources must be rediscovered, non in a state of dead fixity, but rather one of unending creativity. For Newman, such a "return" involved a renewed knowledge of those first builders of the Church, in the post-apostolic age, who have been called the "Fathers of the Church" because they achieved a constructive encounter of the Gospel with a non Christian world». En Louis Bouyer, C. O., NEWMAN'S VISION OF FAITH (San Francisco, Ignatius Press, 1986), p. 11.
(29) Owen Chadwick, NEWMAN (Oxford-New York, Oxford University Press, 1983), pp. 10 y 37.
(30) Ian Ker, THE ACHIEVEMENT OF JOHN HENRY NEWMAN (London, Collins, 1990), p. 98. (31) GA, p. 346. (32) Ibid., p. 300. (33) PS, V, p. 44.
(34) Ibid., IV, p. 227. (35) Charles F. Harrold, op. cit., p. 270.
(36) GA, p.404. (37) PS, II, p. 104. (38) Idea, p. 277. (39) OS, p. 66. (40) Ibíd., p. 65.
(41) GA, p. 117. (42) Call., p. 314. (43) VVO, pp. 300, 323 y ss. (44) Apo., p 27. →
(45) PS, II, p. 361.
(46) LG, p. 328, se refiere a la Misa, «the greatest action that can be on earth. It is no invocation merely, but, if I dare use the word, the evocation of the Eternal».
(47) San Juan de la Cruz, POESÍAS (Madrid, Signo, 1936), «Canciones del Alma», p. 20.
(48) GA, p. 492. (49) PS, VI, p. 356. (50) Call., p. 293.
(51) VVO, p. 45, es la respuesta de la gratitud: «Lord, in this dust Thy sovereing voice - First quicken'd love divine; - I am all Thine, Thy care and choice, - My very praise is Thine».
(52) AW, p. 241: «Neque vero perdidi intimum sensum Praesentiae Divinae in omni loco (...) Illa subtilis et delicata vis fidei et spei hebetata est in me usque ad hunc diem».— MD, p. 52: «Every breath I breathe, every thought of my mind, every good desire of my heart, is from the presence within me of the unseen God (...) I recognise Thy voice in my own intimate consciousness».
(53) Apo., Preface, p. XXV.
(54) Ibid., p. XX.
(55) The Birmingham Oratory, CORRESPONDENCE OF JOHN HENRY NEWMAN WITH JOHN KEBLE AND OTHERS, 1839-1845 (London, Longmans, Green & Co., 1917), p. 351: «For three full years I have been in state of unbroken certainty, Against this certainty I have acted, under the notion that it might be a dream, and that I might break it as a dream by acting; but I cannot. In that time I have had no ups and downs, though (...) the truth has often flashed upon me with unusual force (...) I am setting my face absolutely towards the wilderness».
(56) SD, pp. 406-407: «O mother of saints! O my mother, whence is this unto thee, that thou hast good things poured upon thee canst not keep them, and bearest children, yet darest not own them?».
(57) AW, p. 251.
(58) Ibíd., pp. 252-253; conf. Vvo, p. 47; LD, XXVII, p. 334.
(59) VVO, p. 303.— También PS, II, p. 8: «The triumph of the Truth, in all its forms, is
(60) Releigh Addington, FABER, POET AND PRIEST (London, Burns & Oates, 1974), p. 342.— La entrevista fue breve, por precepto del médico. Los sentimientos quedan descritos en un memorándum de Newman (conf. LD, XIX, pp. 559-561): «Faber, poor fellow, is not much changed».
(61) Lo recordaban los padres más jóvenes, singularmente el p. Bellasis, en una carta a su madre, y el p. Denis Sheil, fallecido en 1962, a los 96 años de edad, último testigo de Newman, que fue quien le admitió en la Congregación. Lo reporta Ronald Chapman, FATHER FABER (London, Burns & Oates, 1961), p. 344.
(62) John Moody, JOHN HENRY NEWMAN (London, Sheed & Ward, 1946), reproduce íntegramente el sermón de Manning, al final del libro, pp. 263-266.
(63) Idea, Preface, p. XIII. (64) Sb, cap. XVIII, vv. 15-16. (65) US, p. 317.
(66) Iacopone da Todi, LE LAUDE (Milano, Le Edizioni di Uomo, 1945), p. 207.
(67) PS, III, p. 319. (68) GA, p. 396. (69) MD, p. 54. (70) Ess., p.31. (71) HS, II, p. 225.
(72) Jean Guitton, SILENCIO SOBRE LO ESENCIAL (México, Claveria, s. d.), trad.
esp., pp. 10-11.
(73) Charles Moeller, LITERATURA DEL SIGLO XX Y CRISTIANISMO (Madrid, Editorial Gredos, 1958), trad. esp., pp. 25-32.
(74) William Samuel Lilly, A NEWMAN ANTOLOGY, first published in 1875, under the title CHARACTERISTICS FROM THE WRITINGS OF JOHN HENRY NEW.
MAN (London, Dennis Dobson Ltd., 1949), Introd., p.17.
(75) PS, III, «The good part of Mary», pp. 318-335. (76) SD, p. 289.
El miserable no piensa en la transfiguración de su alma, de su vida, del mundo; el nuevo rico se satisface con el fácil y engañoso resplandor que ven los ojos. Y al mismo tiempo comprobamos que, día tras día, desaparece la libertad necesaria para una contemplación generosa del universo.
Emmanuel Mounier
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5. UTOPÍAS
De una entrevista a mons. P. Casaldáliga en la revista SERRA D'OR del pasado mes de octubre.
EVIDENTEMENTE, no es posible ser cristiano sin Iglesia. Ser cristiano es pertenecer a la comunidad de seguidores de Jesús. Pero ocurre que la palabra "Iglesia" significa muchas cosas; va cargada de residuos de poder, de privilegio, de mundanidad, y es necesaria la purificación. Pero ser cristiano al margen de la comunidad eclesial es imposible. Los cristianos estamos incorporados a Cristo comunitariamente. Mi fe, a pesar de ser algo tan personal, porque soy yo mismo el que cree, es siempre una fe comunitaria, eclesial.
TENGO la plena convicción teológica, bíblica y de fe, de que no existe ningún argumento, ni bíblico, ni teológico, ni de verdadera tradición, con que se pueda justificar la exclusión de la mujer para que sea en la Iglesia sacerdote, obispo o papa, y que no tenga en la Iglesia los poderes, las atribuciones que tiene el hombre. Es evidente que nuestra postura actual y nuestra doctrina son fruto de una masculinidad, de una tradición que no tiene que ver con "la" tradición de la fe. Es una tradición cultural. Somos hijos del mundo hebreo, griego, romano, sajón, con lo cual se explica, pero no justifica, que existan dificultades.
SE DICE que carecemos de profetas. ¿O es que quiere decirse que no tenemos bautizados? Los bautizados deberíamos de algún modo ser llevados del espíritu profético. Es verdad que la Iglesia se mueve a la defensiva, y que aún vivimos la sacramentalización de forma harto rutinaria y de cumplimiento. Tal vez nos falte algo de libertad de espíritu, un poco de creatividad, de esperanza pascual..., y nuestra vida se convertiría en testimonio de coherencia diaria, personal o colectiva, con algo de profecía. Pero, eso sí, recordando que los profetas normalmente tienen también la vocación de mártires, de un modo u otro. Es preciso vencer el miedo a la incomprensión, a la persecución, al martirio... Es el modo de preparar, poco a poco, la llegada definitiva a la morada del cielo.
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6. ÍNDICE DEL AÑO 1992
TIEMPO DE ORACIÓN |
La cruz de Cristo, medida del mundo (J. H. Newman) | 22 Oración de un cristiano ruso perseguido (M. Polski) | 2 Palabra de Dios (E. Przywara) | 90 San Pietro in Vaticano (J. M. Valverde) | 66 TEMAS | {t} El corazón | 23 El mayor escándalo en la Iglesia | 5 La conversión de Bartolomé de Las Casas | 79 Oración, ayuno, limosna | 32 «Para comprender el ecumenismo» (J. Bosch) | 19 Principios | 67 Sacerdocio | 33 Sobre renglones torcidos | 87 Violencias | 3 SAN FELIPE NERI Y EL ORATORIO | {t} Apostolado y desprendimiento | 75 El altar de nuestra iglesia | 43 El espíritu de san Felipe Neri | 54 La verdadera felicidad | 99 Los ejemplos de san Felipe y de sus primeros discípulos | 9 Permiso para ser cristiano | 76 Saint Philip Neri (J. H. Newman) | 52 San Felipe cada año | 42 San Felipe Neri y los animales | 14 NEWMAN | {t} Cátedra Newman, en Salamanca | 68 Los verdaderos Santos (J. H. Newman) | 50 Luces y sombras en la historia de la Iglesia (J. H. Newman) | 1 Palabra y silencio en Newman | 100 Pensamientos | 25, 45,48,69,72, 3,96 Responder a Dios (J. H. Newman) | 30 TEXTOS | {t} Bastan las Escrituras (san Atanasio) | 12 Decálogo de la no-violencia (Comisión Paz y Reconciliación | 39 Preferencias desde una mentalidad cristiana (A. C. Comín) | 10