Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 286. ENERO-FEBRERO. Año 1993
0. SUMARIO
TODO está por hacer, desde que Cristo vino al mundo, y lo convulsionó. Nos cuesta entender esta novedad, y, nostálgicos de imaginadas seguridades perdidas, echamos la vista atrás:
los mundanos, para resucitar durezas y violencias primitivas, aunque maquillando hipócritamente el gesto que esconde injusticias y crímenes: de ahí las hambres, las deportaciones, los genocidios, las guerras, los expolios legalizados... Los que decimos que somos seguidores de Quien vino a quitar el pecado del mundo pongamos atención en no ser seducidos, en no repetir el estilo mundano ni con pretexto de bien, porque sería cometer una falsificación, una demora del Reino y apagar el Espíritu o, como mucho, un volver a la Sinagoga.
PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS
EXILIOS
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
J. H. NEWMAN EN EL NUEVO CATECISMO
LA ESCONDIDA SENDA
LA FE Y LA IGLESIA EN NEWMAN
COSTUMBRES Y LEYES EN EL ORATORIO
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1. PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS
¡Oh Señor nuestro!...
Congrega a los que nos hemos dispersado,
une a los que disentimos en nuestros pareceres,
recupera a los alejados por enemistades y discordias.
Haz
que todos nosotros, que hemos renacido
y hemos sido renovados por el Bautismo en tu nombre,
lleguemos a reunirnos y formar un solo cuerpo,
del que tú seas Cabeza sublime.
No podemos imaginar nada más hermoso
que confesarte con un solo corazón
como Dios omnipotente,
lleno de amor por nosotros,
y como hombre dulcísimo que has muerto en la cruz
por nuestros pecados;
tú, libertador del género humano
y restaurador universal del mundo.
Joan Lluís Vives (1492-1540) 2
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2. Exilios
NACIDO y, enseguida, perseguido. Así comienza la experiencia humana del Hijo de Dios. Entró en el mundo «como uno de tantos», sin exhibir su condición divina. De este modo asumió la suerte de todos, con plena verdad, para luego acreditar la sinceridad de su predicación del Reino, gratuito, sin hipotecas de libertad. Su gesto comenzó en Belén, se hizo oculto en Nazaret y culminó en el Calvario. Desde el principio al fin, el precio fue muy elevado. No pudo elegir una morada donde nacer, ni disfrutó una infancia sin sobresaltos. El ángel dijo a José: «Coge al niño y a su madre y huye a Egipto, porque Herodes quiere matarle». Cuando regrese a la patria, tendrá que alejarse hacia la periférica Galilea, porque en Judea subsisten las amenazas. Ya entonces, los políticos y los recomidos por la ambición de los poderes de la tierra temen al posible rival, y no comprenden que «no quita los reinos mortales el que da los del cielo». Sin embargo, luego resultaría, providencialmente, que «todo comenzaría en Galilea.
En Cristo se condensa la historia de la salvación y se proyecta, como "tipo", hacia adelante, en la Iglesia, cuando es fiel al Evangelio, y en los santos.
La historia de Israel había sido un tejido de esperanzas, contradicciones y exilios. Había mantenido la expectación mesiánica, pero al precio de humillaciones, sufrimientos y grandes deportaciones, en las que no solamente se sacrificaba el amor a la patria, sino que se ponía a prueba la fidelidad religiosa. A pesar de la opresión de dominio: extraños, y hasta de la traición de los instalados y «falsos hermanos, había persistido, sin embargo, como un resto», la fidelidad de «los pobres del Señor», a quienes precisamente la pobreza mantenía puros en la fe y esperanza de las divinas promesas.
En la historia de la Iglesia, tocada de la tentación imperialista, a partir de Constantino, los santos se han encargado, como antaño los profetas, de recordar la necesidad de no confundir los reinos de la tierra con los de Dios, y aunque en esta {3} dimensión todavía temporal y pecadora no siempre han alcanzado el merecido éxito sus palabras, confirmadas con el ejemplo de sus vidas, han demostrado, por lo menos «como resto» —«pequeño rebaño, dijo el Señor―, que el testimonio cristiano permanece tal como Cristo prometió, para quien quiera aceptarlo y hacerlo vida. Hubo, sin mala fe, demasiadas conversiones masivas; demasiada sacramentalización sin antes evangelizar, y más recientemente demasiada propaganda y marketing en vez de palabra de Dios y sencillez sin sectarismos ni partidos, que, utilizados por el Maligno, amenazarían secuestrar u obligar otra vez a la huida al cuerpo misterioso de Cristo, crecido en la Iglesia.
Tal vez, pasados algunos años después del Concilio Vaticano II, nos hemos olvidado de aquella idea de «Iglesia en diáspora» a la que él parecía inclinarse, y nos hemos quedado en el miedo y a veces con el pecado de la secularización, cuando, apremiados por temor de fracasos, hemos sentido y en parte consentido utilizar medios más mundanos que cristianos, para presionar antes que convencer, o para hacer prosélitos y clientes en vez de buenos hijos de Dios que aspiran a repetir al Cristo del Evangelio; al Cristo que nació y vivió en el exilio, como, por lo demás, la suerte de los verdaderos santos, unas veces porque el Señor en la oración les inspiró a ello, otras porque se dejaron llevar de la providencia, sin perder de vista los caminos de Jesús, de la primera Iglesia y de los que verdaderamente, a lo largo de su historia, la han ido purificando de los pecados del mundo, de las tentaciones políticas y de apresuramientos y eficaces estadísticas sospechosas.
«De cara al desierto», decía Newman. Los que tuvieran vocación de instalados, o que disfrazaran las ambiciones mundanas con pretextos religiosos, los que cedieran a tales engaños nunca comprenderán qué es el exilio; y aunque pudieran triunfar en el mundo, tampoco verán florecer en el yermo los lirios que Dios bendice.
Votos virtudes en san Felipe y sus hijos.
San Felipe Neri enseñó a sus hijos a venerar y alabar a los religiosos que hacen profesión de los votos de obediencia, pobreza y castidad; pero no quiso que los hicieran los del Oratorio por él fundado. Sin embargo, les repetía y exigía que sí debían practicar las mismas virtudes de los religiosos. En el cielo no preguntan por los votos profesados, sino por las virtudes practicadas. No era una rebaja la norma que establecía el Santo, sino un modo diferente para un mismo fin, la santidad de la vida según el Evangelio, con una libertad que ayudara, si cabe, a mayor generosidad y mantuviera constantemente abierto el corazón en el seguimiento e imitación de Cristo, y así perseverar hasta la muerte, en fraternidad, alegría y gracia de Dios, dándole gloria y haciendo bien a las almas.
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3. PENSAMIENTOS DE NEWMAN
DIOS ES PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO
Observemos que el misterio no se encuentra en una u otra de las afirmaciones que constituyen el dogma, sino en la unión de estas afirmaciones. El significado de cada proposición está al alcance de nuestra comprensión; no existe dificultad intelectual alguna para entenderlas. «Dios es Padre; Dios es Hijo; Dios es Espíritu Santo; el Padre no es el Hijo; el Hijo no es el Espíritu Santo; el Espíritu Santo no es el Padre; Dios es sólo uno, no hay tres Dioses». ¿De cuál de estas proposiciones no entendemos bien lo que se nos quiere decir? Para una fe devota, por tanto, el misterio no supone ninguna dificultad.
(Si contemplamos cada proposición de fe, encontraremos motivos para la devoción y la obediencia fiel.
Ath., 316-317).
Descompongamos un rayo de luz en los colores que lo forman; cada uno de ellos es hermoso en sí mismo, y nos gozamos al contemplarlo.
Probemos ahora a unirlos: quizá no conseguiremos más que un color blanco sucio. La Luz pura e indivisible es vista únicamente por los santos del cielo; aquí no llegan sino tenues reflejos suyos producidos por la difracción, pero que nos bastan para la fe y la devoción. Si intentamos combinarlos, lo único que obtendremos será un misterio, que podremos describir nocionalmente, pero no representar en la imaginación... En los credos, el dogma no recibe el nombre de misterio. (El dogma de la Santísima Trinidad no es llamado misterio en la Escritura ni en los símbolos de la fe. G. A., 132).
Que no hay más que un principio de todas las cosas era un dogma fundamental para todos los católicos. Al mismo tiempo, el cristianismo confesaba una Trinidad divina. ¿Cómo eran compatibles ambos {5} dogmas?... Los teólogos católicos se enfrentaron a esta dificultad, antes y después del Concilio de Nicea, insistiendo en la unidad de origen existente en la Trinidad. El Hijo y el Espíritu tenían una divinidad comunicada por el Padre y una unidad personal con él... Por la misma razón, el Padre fue llamado «Dios», sin más, mientras que la segunda y la tercera Personas fueron designadas por sus nombres propios, «el Hijo» o «la Palabra», y «el Espíritu Santo»: ello muestra que han de ser considerados no como separados del Padre, sino como existentes en él. (El Hijo y el Espíritu Santo proceden del Padre. T. T., 167-169).
La doctrina del Principatus... no puede ser ignorada sin detrimento de la plenitud y la armonía del dogma católico. Posee la ventaja indudable de hacer accesible a la imaginación el descenso de la naturaleza divina a la humana, revelado por el dogma de la Encarnación.
El Hijo eterno de Dios, que llega a ser, por un segundo nacimiento, el Hijo de Dios en el tiempo, es la clave que preserva para nosotros la continuidad misma de la Revelación divina; mientras que decir ex abrupto que el Ser supremo se convirtió en Hijo de María, aunque constituye una afirmación verdadera en sí misma, no obstante, dada la infinita distancia existente entre Dios y el hombre, favorece el error nestoriano de un Cristo con dos personas. (De él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! T. T., 178-179).
Cristo es el Hijo de Dios tanto en su naturaleza divina como en su naturaleza humana. Nosotros, sin embargo, casi hemos dejado de considerarlo, según el patrón del Credo de Nicea, como «Dios de Dios» y «Luz de Luz», siempre uno con el Padre, aunque siempre distinto de él... Ciertamente, su filiación divina es el punto de la doctrina en el cual nuestra mente está destinada providencialmente a apoyarse para siempre, a fin de preservar así integra la identidad de Cristo. (El dogma es el alimento de la oración. P.S. III, 170).
La Persona que es nuestro Señor después de la Encarnación ya existía antes. Su naturaleza humana no es un ser separado, como quería la herejía nestoriana; no tiene una personalidad propia, sino que, aunque es perfecta como naturaleza, vive en la segunda Persona de la Trinidad, le pertenece y es poseída por ella como atributo, instrumento o accidente inseparable de su ser, no como algo sustantivo, independiente o yuxtapuesto a ella. (Confesamos que Jesucristo es {6} verdaderamente el Hijo de Dios.
Ath. II, 192).
Si nos proponemos expresar con propiedad el sagrado misterio de la Encarnación, hemos de decir «Dios es hombre» mejor que «este hombre es Dios». No es que esta última proposición no sea completamente católica en sus términos, pero la primera expresa la historia de la economía salvífica y asigna la personalidad de nuestro Señor a su naturaleza divina, haciendo de su humanidad algo anejo a ella, mientras que si, por el contrario, decimos «este hombre es Dios», entonces estamos considerándolo primera y personalmente como un hombre, al que se añadiría alguna inmensa y desconocida dignidad.
(Hemos de preservar la verdad de la Revelación en toda su pureza.
Ess. I, 74).
JESUCRISTO, NUESTRO SEÑOR Y SALVADOR
Conocer a Cristo quiere decir descubrir al Padre de todos manifestado en su Hijo unigénito encarnado... Por ello, los Evangelios, que constituyen la memoria de esta gracia maravillosa, son nuestros tesoros más preciados y hemos de considerarlos por excelencia el texto de la Revelación. Las cartas, especialmente las de san Pablo, son como los comentarios a este texto, el cual exponen e ilustran en sus diversos aspectos, elevando la historia a dogma, los ritos a sacramentos, las palabras y acontecimientos a principios, y proclamando así fielmente su persona, su obra y su voluntad. (La vida espiritual auténtica depende del conocimiento del Evangelio. P. S. II, 154-155).
Antes de venir al mundo no tenía sino las perfecciones de Dios, pero después poseyó también las virtudes de un ser creado, como la confianza, la mansedumbre o la abnegación. Antes de venir al mundo no podía ser tentado por el maligno; después, sin embargo, tuvo un corazón de hombre, y las carencias y dolencias de los hombres. Ciertamente, su naturaleza divina impregnó su humanidad, de manera que cada palabra y cada acto suyos tenían un sabor de eternidad e infinitud; pero, por otra parte, desde que nació de la Virgen María padeció, como consecuencia de su naturaleza humana, miedo ante el peligro y aversión frente al dolor, aunque éstos estaban siempre sometidos {7} al influjo determinante de la naturaleza santa y eterna que había en él. (El Hijo de Dios es realmente hombre. P.S. III, 166).
Las personas pueden influirnos; los sonidos, apaciguarnos; las miradas, subyugarnos; los hechos, enardecernos. Muchos vivirán y morirán por un dogma; nadie será mártir por una conclusión. (La vida de nuestro Señor nos interpela. D. A., 293).
«De hecho, no amamos al único que permanece. Ponemos nuestro amor en aquellas cosas que no perduran, sino que se acaban. Por eso, el mismo a quien deberíamos amar ha decidido retomarnos para él: ha venido a este mundo suyo y se ha hecho uno de nosotros. Y así, adoptando la condición humana, abre los brazos y quiere persuadirnos de que volvamos a él, nuestro Creador. Éste es nuestro culto y nuestro amor, Calixta». (Por qué nuestro Señor se hizo hombre. Call., 221).
«Solamente hay uno que ama a las almas», gritó Cecilio, «y nos ama a cada uno de nosotros como si no hubiera nadie más a quien amar. Murió por cada uno de nosotros como si no hubiera nadie más por quien morir. Y murió en la ignominia de la Cruz... El amor que él inspira perdura, porque es un amor inmutable, y sacia, puesto que sólo él es inagotable. Cuanto más nos aproximamos a él, más victoriosamente entra él en nosotros... Cuanto más tiempo habita en nuestro interior, más íntimamente lo poseemos. Es un desposorio por toda la eternidad». (Nada puede separarme del amor de Cristo. Call., 222).
Aunque la muerte de Cristo muestra cómo Dios aborrece el pecado, y también su amor para con el hombre (ya que fue el pecado el que causó la muerte, y si tan grande fue el sacrificio, ciertamente muy grande debió de ser el mal que lo causó), no obstante, de qué manera su muerte expió nuestros pecados y qué satisfacción constituye esa muerte para la justicia de Dios son, con seguridad, materias que nos superan..., es éste un acontecimiento siempre misterioso por lo que respecta a su necesidad, mientras que es terrible por el aborrecimiento del pecado que implica, y extraordinariamente conmovedor y sublime por el amor que Dios manifiesta al hombre. (Nos basta con saber que Cristo es nuestro único Redentor. Ess. I, 66).
Es el hecho mismo de ser Dios lo que da sentido a sus sufrimientos.
{8} ¿Qué significa para mí un hombre, uno que sea solamente hombre, en agonía, azotado o crucificado? Hay muchos santos mártires cuyos tormentos fueron horribles. Aquí, sin embargo, contemplo a un hombre ensangrentado, flagelado y clavado en una cruz, y este hombre es Dios.
Lo que estamos leyendo no es únicamente el relato de unos dolores humanos, sino la crónica de la pasión del Creador todopoderoso.
(Démonos cuenta de lo que Dios ha hecho por nosotros. Mix., 321).
Ahora os pido que os paréis a pensar que ese rostro tan cruelmente golpeado era el rostro de Dios mismo ; que la frente ensangrentada por las espinas, el sagrado cuerpo expuesto a la vista de todos у lacerado por los azotes, las manos clavadas en la cruz, y el costado que después sería atravesado por la lanza, eran la sangre, y la carne ganta, y las manos, y las sienes, y el costado, y los pies de Dios mismo, a quien la muchedumbre enfurecida tenía entonces ante sus ojos. (Yo he hecho esto por ti. ¿Qué haces tú por mí? P. S. VI, 74).
La muerte de la Palabra eterna de Dios hecha carne es la gran lección que nos enseña a pensar y a hablar de este mundo. La Cruz confiere a todo lo que vemos su valor exacto.
Pensad en las riquezas, en las ganancias, en los honores, en las dignidades, en los placeres; en «la codicia de la carne, la codicia de los ojos y el orgullo de la vida» (1Jn 2, 16)... Id al mundo de la política, al mundo intelectual y científico...
Mirad el sufrimiento, mirad la pobreza y el hambre, la opresión y el cautiverio; id allí donde la alimentación es escasa y la vivienda insalubre... ¿Queréis aprender a valorar todas estas cosas? Contemplad la Cruz. (La Cruz, medida de todas las cosas. P. S. VI, 84-86).
A propósito del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, cuando la convicción contraria a la pena de muerte se ha hecho común después de la Segunda Guerra Mundial, ¡qué lástima!... Se hubiera podido decir: «La Iglesia contempla con gozo, como un eco del antiguo "no matarás", la convicción creciente en la actual sociedad de que, para defenderse del injusto agresor, no hay necesidad de apelar a la pena de muerte»>. Así hubiera empujado hacia adelante esta convicción, sin tener que definir una nueva verdad.
JOSÉ M. ROVIRA BELLOSO, Teólogo
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4. JOHN HENRY NEWMAN EN EL "CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA"
LA SOBRIEDAD y el estilo concreto que debe caracterizar la redacción de un catecismo aconseja reducir al mínimo las citas de autores particulares, o prescindir de ellas, salvo cuando se las considera especialmente oportunas para apoyar o confirmar la doctrina o principios que se exponen. Incluso las referencias bíblicas, patrísticas y a documentos de la Iglesia deben ser aducidas con criterio muy selectivo. De otro modo, el libro confeccionado adquiriría el carácter y extensión de un tratado o resumen enciclopédico de religión. Por este motivo tienen evidente relevancia las palabras de autores y santos cuando se incluyen en las páginas de un libro destinado a dar el mejor conocimiento del misterio cristiano y a reavivar la fe del Pueblo de Dios, de acuerdo con «las explicaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia a lo largo de los siglos». Es esto lo que despierta nuestra atención al ver que el recién publicado Catecismo de la Iglesia Católica incluye, con explícita referencia, algunos textos de Newman, sin preocuparse de hacer distinción entre su época de anglicano y los escritos con posterioridad a su conversión católica. Sin duda que alguno de los siete redactores de este Catecismo —y en particular el eminente newmaniano francés Jean Honoré, arzobispo de Tours― nos daría razón de la oportunidad y conveniencia de tales referencias.
A nuestro juicio, la más importante de estas citas se aduce a propósito de la conciencia. Y viene en buena hora, cuando hemos visto la polémica surgida aun antes de su publicación, que llevó al cardenal Ratzinger, presidente de la Comisión encargada de dirigir los trabajos de redacción, a decir que en este Catecismo «no todo es dogma de fe». Ya conocemos la doctrina y el principio de la conciencia, según Newman. El texto reproducido en el Catecismo es el siguiente:
La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza... La {10} conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, nos habla a través de un velo, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de los vicarios de Cristo. (Diff. II. 248).
Otras palabras que igualmente deben ser ponderadas son las que se refieren al sentido de lo sagrado, es decir, la reverencia y respeto que lógicamente despierta su presencia. En efecto:
Los sentimientos de temor y de "lo sagrados son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello: Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano: son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente. (P.S., V, 21-22).
En el fondo, la esencia de toda religiosidad está en la fe, que es la anticipación, interiorizada en el alma, de la visión de Dios. Visión que supera, sin contradecirla, cualquier especulación de la inteligencia natural o las dificultades que tal especulación no consiga despejar. Lo difícil no niega nada, ni siquiera puede, en sí mismo, generar vacilaciones respecto a la verdad, porque:
Diez mil dificultades no hacen una sola duda. (Apo. 239).
Y al referirnos a dificultades enfrentadas a la fe en Dios verdadero, conviene señalar que suelen derivarse de las desviaciones hacia intereses, pasiones y valoraciones que nos llevan engañosamente hacia la idolatría, como el dinero, el bienestar, la gloria humana, el poder:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por lo tanto, es uno de los ídolos de nuestros días; y la notoriedad, el otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerado como un bien en sí mismo, un bien soberano, objeto de verdadera veneración. (Mix. 90-91).
Cuatro citas las cuales, sin que sean excesivamente extensas, bastan para una larga meditación y un buen examen y repaso mental de las actitudes a las que la inercia mundana nos empuja, y frente a las que es preciso reaccionar:
primacía de la conciencia, respeto y reverencia a Dios, y verdadera fe frente a la tentación y engaño del mundo, con sus falsos dioses.
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5. La escondida senda de Dios y de los santos
CASI TODOS sabemos de memoria, desde nuestra adolescencia, las palabras de Fray Luis de León, sobre la senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. La sabiduría a la que se refería el fraile agustino era la de la virtud y santidad, no mera o principalmente la sabiduría académica, enseñada o predicada desde la cátedra o el púlpito, en Salamanca u otra parte. En la oda La vida retirada, puso en castellano limpio lo que seguramente encerraba, en metáfora, sin meditación y experiencia de los padecimientos por las envidias sufridas, especialmente tras la injusta condena alargada hasta cinco años de cárcel. Si algún verso hubo pergeñado antes sobre la paz austera de las cosas sencillas, ahora lo remozaba en esa magnífica oda, que es más que la nostalgia bucólica o alabanza de la vida en el campo. Se recrea en el deseo de situarse al margen de ambiciones y vanidades, del cuidado del renombre propia fama, sin dejar que enturbiara su pecho el espectáculo de la soberbia de los grandes o de los que padecen miserablemente la sed insaciable del no durable mando. Ni el oro, ni el cetro, ni la confusa vocería del mar del mundo.
Ténganse su tesoro; le basta a él una pobrecilla mesa de {12} amable paz, y vivir consigo mismo el tiempo de la vida puro, alegre y libre, lejos de su vista el ceño / vanamente severo / de quien la sangre ensalza o el dinero. El poeta y místico es tan sincero en sus sentimientos, que no piensa en publicar sus poesías en toda su vida, fiel a lo que dijera: tan aficionado, de mi natural, a vivir encubierto. De joven pudo impresionarle el retiro de Carlos V en Yuste, puesto a reflexionar sobre la verdad o la mentira de las grandezas humanas, sobre triunfos que esconden humillaciones, conquistas que son fracasos, dominios que nacen del atropello y religión que es política. A pesar de lo cual, mientras unos toman escándalo, débiles en la honradez y la fe, y faltos del estímulo de los buenos ejemplos, otros, en cambio, reaccionan con la sabiduría de la virtud y la santidad, como ocurre con los místicos, que no llevan cuenta de cuántos van a ser o a dominar, y se admiran y gozan del bien que deben al cielo y lo viven consigo mismos.
Podríamos hacer una incursión en san Juan de la Cruz, no tan distante de Fray Luis de León, y descubrir en su Cántico espiritual cristalinas resonancias paralelas, tal vez más evidentes. Tampoco san Juan de la Cruz publicó sus versos; también padeció la persecución y la cárcel, y el {13} mundo cristiano se dio cuenta de que era un verdadero santo más de un siglo después de su muerte, y luego se le ha proclamado maestro de espirituales, patrono de los poetas y el mayor místico cristiano del mundo.
Y otros que hubieron podido pretender grandezas terrenas, con la excusa de convertirlas en instrumento de bien, y supieron permanecer incontaminados frente a las tentaciones del mundo, que ofrece y vende males, con la apariencia del bien, y que sólo los sabios salvados de la ambición llegan a descubrir a tiempo. Por ejemplo, nuestro Padre san Felipe Neri, que renuncia a linajes y a herencias y ni siquiera piensa en ser sacerdote, pero trabaja para ganar solamente lo justo en un régimen de vida pobre y austero, pero que le dé tiempo para la oración, el silencio de la meditación junto al sepulcro de los primeros perseguidos en Roma, y el estudio de teología, pero sólo para mejor conocer y amar a Dios, y predicarlo con sencillez a los demás. Tenía respeto al sacerdocio, pero incluso miedo de perder con él la libertad de poder dedicarse más plenamente a Dios, lejos y libre de promociones clericales, en su tiempo y en Roma tan codiciadas. El que desea otra cosa que conocer y amar a Jesús no sabe lo que desea, y está loco, decía sabiamente.
Y de más santos.
Podemos comprender, con facilidad, que estos santos no hicieron más que tomarse en serio, sin correcciones y acomodaciones interesadas, el ejemplo del Señor, cuando vino al mundo. Cuando lo recordamos y celebramos no estamos del todo libres de encandilarnos con el resplandor de la grandiosa belleza del gesto divino: Dios que se hace hombre. Pero nos serviría de poco, para comprender más profundamente el gesto divino, si pasamos por alto el estilo {14} y las circunstancias que rodean la realización concreta de este suceso ya imprescindible en la historia y la vida de la humanidad: la pobreza, humildad, desamparo, que los anuncios angélicos no disminuyen; patria pequeña y humillada, idioma no reconocido, trabajo para subsistir, falta de relación con los poderosos y ricos del mundo. ¿Por qué no nacer en Roma, que era poderosa? ¿Por qué no en Grecia, que era culta?... ¿Y por qué en Judea, y ni siquiera en su casa, sino en un pobre portal, sin lugar para él en la posada?
Hemos de preguntarnos si tal vez no hemos corregido el Evangelio, o lo hemos tomado en vano.
El Dios salvador es un Dios escondido, dice el profeta Isaías; el Dios de los aprovechados, de los que toman en vano su nombre, es un Dios ostentado, útil, decorativo.
Escondido, no para huir, sino para entrar en el hombre, para iniciar su reinado desde el alma, para ser vida y espíritu, y raíz de la verdad, en lo recóndito del ser y la conciencia de cada uno. ¿Adónde te escondiste, Amado?, grita en las noches del silencio y oración san Juan de la Cruz; noches convertidas en luz interior más clara que la luz de la alborada. Dios está en el misterio; el misterio no es lo desconocido, sino lo profundo y radical.
Dejemos de lado a los que se refugian en las críticas fáciles que contra los cristianos lanzan los ignorantes —con culpa o sin ella—, o los viciosos, que quieren justificar sus avaricias, sus egoísmos o sus lascivias, echando piedras a la bondad ajena, que se les hace intolerable, como si fuese una acusación que no logran acallar. Pero mirémonos a nosotros mismos, no sea que el Señor llame, o haya llamado muchas veces a la posada de nuestro corazón, y le hubiéramos vuelto la espalda porque no teníamos lugar para él.
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6. «Dios ha nacido en el exilio" Diario apócrifo de Ovidio
por Vintila Horia, premio Goncourt 1960.
—(...) Me ha hecho entrever un tiempo, en el futuro de los hombres, en el que el amor será posible, incluso para nosotros, los romanos privados de amor. Usted es joven y llegará a conocer este tiempo. Yo, aunque viejo, no he perdido la esperanza.
—Todo esto es muy difícil para mí. Me atrevo a decir que comprendo lo que el amor no es; pero usted no me ha dicho lo que es el amor. ¿Se trata de un secreto?
—No, no es un secreto. Lo que ocurre es, sencillamente, que no sé explicárselo. No podría escribir un Arte de amar de acuerdo con lo que siento en este momento. Se necesitarían palabras nuevas, una nueva visión de la vida, y una religión también nueva para que fuera posible crear un nuevo lenguaje y expresar con él lo que los hombres de hoy sienten en el fondo de sus corazones y que su ignorancia les impide manifestar por medio de juicios y palabras. Yo he escrito sobre el amor tal como éste era en un mundo en trance de desaparecer. Pero los poetas esperan la buena nueva del nacimiento de Dios para escribir los libros de su tiempo, que será llamado el tiempo del amor.
—Entonces, ¿cree usted que aparecerá un nuevo dios en el Olimpo? ¿Es que ha nacido ya? ¿Tiene usted alguna noticia?
―Sí, ha nacido ya.
—¿Dónde?
―En el exilio.
Y le conté lo que yo sabía de Él. Y que en este mundo todo está por hacer.
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7. LA CUESTIÓN DE LA FE Y LA IGLESIA EN NEWMAN
¿ES POSIBLE la fe cristiana sin la Iglesia? ¿Podemos creer en Jesucristo al margen de la Iglesia? ¿Para preservar la libertad personal y las decisiones profundas que ella implica, es preciso rechazar cualquier intervención autoritaria exterior? ¿EI peso de la autoridad de la Iglesia puede sofocar lo más personal de los aspectos de la fe católica?...
A partir de tales preguntas, el P.
Aureli Boix, del Oratorio de Barcelona, ha elaborado su tesis doctoral, presentada en la Facultad de Teología de Cataluña. El título completo de su estudio se traduce así:
¿Servicio de la Fe o abusos de la Iglesia? El papel de la Iglesia en la Fe del cristiano, según el libro de John Henry Newman «Conferencias sobre la función profética de la Iglesia», a la luz de su pensamiento definitivo.
No pretendemos resumir aquí las más de trescientas páginas de la tesis, pero sí, por lo menos, recoger las conclusiones que la culminan, y no sin destacar cuánto nos complace que el P. Boix, entre los estudiosos latinos, inaugure la valentía de sumergirse en el pensamiento de Newman anglicano, siguiéndolo hasta la madurez del catolicismo, y más allá de considerarlo como un simple "convertido" y exhibirlo para que ilustre el prestigio de la Iglesia romana. Se trata de un discurrir teológico serio y bien documentado, en el que se adivina, subyacente, la simpatía y continua mirada puesta en la persona del gran peregrino de la fe que fue el insigne oratoriano inglés John Henry Newman, virtuoso y sabio y no siempre bien comprendido, a pesar de la honradez y transparencia de su fe y de su gran amor a la Iglesia.
Es evidente que Newman no resolvió todas las cuestiones de la Iglesia en relación con la fe. Tampoco lo pretendía. Pero en conjunto, el itinerario de su pensamiento constituye, todavía hoy, especialmente desde la perspectiva del Concilio Vaticano II, una muy estimable y oportuna aportación al tema de la crisis de la relación entre fe e Iglesia. Newman es un hombre de esperanza y, con esta virtud, {17} atempera las impaciencias que impedirían el desarrollo y movimiento "total" de la Iglesia, sin que por ello dejen de persistir sus actitudes maternales, a pesar de las dificultades que puedan presentar los "abusos" cometidos en momento dado; abusos históricos y abusos también de ahora, «aunque el buen observador no debe obsesionarse para descubrirlos, sino que ha de fijarse en el bien específico que la Iglesia ha obrado, superando a cualquier otra institución humana», tal como Newman recordaba a un familiar suyo con problemas de fe.
He aquí, pues, las conclusiones en las que el P. Boix sintetiza el pensamiento de Newman «sobre el servicio de la Iglesia a la fe revelada y la relación de la misma Iglesia respecto a la fe personal de cada creyente».
1 Sobre la conciencia personal
SIN JUICIO personal no hay responsabilidad. La libertad personal es un requisito indispensable al acto de fe; pero, en lo que se refiere al contenido u objeto de este acto, nuestro juicio privado tiene una acción muy limitada. En las etapas formativas de la persona debe aceptar lo que le proponen los padres y los educadores legítimos, incluso de otras religiones. El creyente, en conciencia, sabe que debe corresponder a los llamamientos de Dios por estos caminos, por lo menos inicialmente. La conciencia religiosa personal es sagrada, es el camino para avanzar hacia la verdad religiosa. Dios se revela de algún modo directamente en la conciencia de cada persona y, por muy necesarias que sean la Iglesia, la Sagrada Escritura y otros medios exteriores, nada hay que pueda interponerse en la responsabilidad personal frente a Dios.
2 Sobre la fe de la Iglesia
DIOS, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se ha revelado a su Pueblo, que es la Iglesia que cree en él. La revelación del Hijo de Dios a los apóstoles se encuentra reflejada en el fondo del corazón de este Pueblo unido en comunión de fe. Lo que han transmitido los apóstoles a la generación posterior, el reflejo en ella de la comunicación personal de Dios, {18} tiene un aspecto de doctrina o de afirmaciones verdaderas sobre la realidad divina; es lo que se denomina dogma y se expresa en proposiciones doctrinales, que poseen un valor real, aunque son analógicas e inadecuadas. En la realidad definitiva de Dios, Uno y Trino, creído personalmente, se halla la raíz profunda de la comunión o solidaridad entre los hijos de Dios.
3 Sobre la Sagrada Escritura
EL CONJUNTO de escritos reunidos por el Pueblo de Dios en su historia (del antiguo testamento y del nuevo) y reconocidos como inspirados, y que llamamos la Biblia, son el registro escrito de la revelación de Dios, al cual será preciso hacer siempre referencia, por parte de la Iglesia de todas las épocas posteriores en sus reflexiones sobre los problemas que se le presenten alrededor de la fe; todo cuanto los cristianos han de creer para salvarse se encuentra, de algún modo, en la Biblia. La revelación personal de Jesucristo contenida en los cuatro evangelios constituye el centro o núcleo densísimo de la Biblia. Las cartas y los demás escritos apostólicos, la enseñanza del Evangelio de Jesucristo, a la vez que el antiguo testamento adquiere todo su sentido en el acontecimiento Jesucristo, que cumple sus profecías. La liturgia de la Iglesia lee la Biblia con este orden de relevancia.
4 Sobre la tradición de la Iglesia antigua
EN la instrucción primera y fundamental de sus hijos, la Iglesia expresa su fe globalmente en una fórmula concisa: el Credo. Es toda su fe, no por la plenitud de sus detalles, sino por la visión de conjunto equilibrada, concreta y fácilmente identificable. El Credo es la clave para interpretar las Escrituras. Sin embargo, la experiencia cristiana guardada por la Iglesia no se puede reducir a una serie de expresiones verbales. La riqueza indescriptible de la comunicación de Dios y del conjunto {19} de las respuestas personales que ha suscitado en el Pueblo se manifiesta en la conciencia colectiva de este Pueblo, es decir, en lo que se denomina la Tradición de la Iglesia arraigada en la experiencia de la comunidad apostólica y que se manifiesta en toda la vida eclesial: santidad de vida, actividad misionera, solidaridad con los pobres, catequesis, liturgia, o sea, todo el conjunto de sus carismas y ministerios. La interpretación correcta de la Biblia no se puede hacer al margen de esta Tradición viva, expresada sólo parcialmente en los escritos de los primeros siglos del cristianismo, que fueron la primera gran manifestación de su florecimiento.
5 Sobre el desarrollo del cristianismo
ENTRE la doctrina y la acción de la Iglesia moderna, de un lado, y la doctrina y la acción de la Iglesia primitiva, de otro, se da la misma diferencia que podemos constatar entre un hombre mayor y ese mismo hombre cuando era un niño. El hecho del desarrollo implica que no podemos encontrar necesariamente formulados en los documentos históricos de la Iglesia apostólica todos los detalles de la doctrina y la praxis de la Iglesia posterior. Lo cual no exime a la autoridad de la Iglesia actual, asistida por el Espíritu Santo, de guiarse por la referencia a la Sagrada Escritura y a los testimonios de la tradición antigua, además del sentido de la fe y la vida cristiana. El cristiano sabe que la Iglesia no le impondrá jamás un nuevo articulo de fe que no esté comprendido en lo que ya cree.
6 Sobre el papel del pueblo creyente, de los teólogos y del magisterio eclesiástico
EL PUEBLO creyente ejerce su sentido de la fe, asistido por el Espíritu Santo, en la recepción de las doctrinas y en todos los demás aspectos de la vida de la Iglesia. El conjunto de teólogos (la Schola theologorum) realiza el diálogo con los representantes del pensamiento y la cultura, y dentro de la Iglesia con el magisterio jerárquico y entre {20} ellos mismos; con su trabajo de comprensión de la fe, con el don de la razón iluminada por Dios, esclarecen los elementos de la Tradición del Pueblo de Dios y preparan las posibles respuestas a las nuevas necesidades. El magisterio jerárquico toma las decisiones después de oír atentamente todas las voces, recorriendo las etapas del diálogo previo; y puede llegar al máximo nivel de su autoridad (dogmas de fe definidos ex cathedra por el papa y el concilio, que goza de la misma asistencia negativa que el Espíritu Santo otorga a la Iglesia universal, para que no yerre en la fe revelada). Estas decisiones del magisterio jerárquico son analizadas y valoradas en su sentido preciso por el trabajo profesional del conjunto de teólogos al servicio de la Iglesia.
7 Sobre la praxis de la Iglesia en relación con la teología LA PRAXIS espiritual y organizativa de la Iglesia en el mundo influye sobre manera en su desarrollo. Es posible que lo que parezcan abusos, excesos o supersticiones sean tolerados pedagógicamente según el principio de la economía o reserva gradual de la que se ha servido Dios en el proceso de la revelación; de este modo, pues, la función magisterial de la Iglesia es inseparable de su función sacerdotal (que promueve los sentimientos piadosos del pueblo) y de su función real (que cuida de la eficacia de la organización visible en este mundo).
Sin embargo, la teología o doctrina tiene la misión reguladora de las demás funciones, por el hecho de que insta a referirlas continuamente a la Verdad revelada.
El exilio no consiste en estar alejado de la patria, sino de los buenos, y obligado a vivir entre los malos.
Juan Luis Vives (Valencia 1492 - Brujas 1540)
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8. Costumbres y leyes en el Oratorio
TODO colectivo de fieles que desea organizarse y ser reconocido en la Iglesia, como obra o comunidad que aspira a una dedicación total, según el ideal del Evangelio, necesita de unas leyes propias, u ordenamiento interno, por el que se garantiza formalmente y regula su forma de vida asociada. Estas normas o reglas son necesarias para la preservación de la identidad social y para el mantenimiento o fidelidad específica al fin o "carisma" fundacional. El Oratorio de San Felipe Neri también las tiene, si bien surgió del espíritu y apostolado del Santo, sin pretensiones previas de fundación, casi sorprendido del interés del papa Gregorio XIII, el cual instituyó la «Congregación del Oratorio», el 15 de julio de 1575, por la Bula «Copiosus in misericordia» adscribiéndola a la iglesia de Santa María in Vallicella, conocida en Roma, hasta nuestros días, como la «Chiesa Nuova». La entidad había surgido, pero las leyes tardaron en establecerse. Felipe no demostró excesivo celo por el ordenamiento jurídico y no disimulaba que confiaba más en las virtudes que en la fuerza de las leyes. Los bosquejos de las constituciones comenzaron a redactarse por sus primeros discípulos sólo casi diez años después de ser fundada la Congregación. Se los mostraban a él, y sencillamente los aceptaba o decía "no". La redacción definitiva se emprendió en 1609, o sea, dieciséis años después de la muerte del Santo, y fueron aprobadas por la Santa Sede en 1612. Su espíritu podría resumirse en las siguientes palabras, repetidas durante la vida y después de la muerte de san Felipe: «Sin caridad, las leyes sirven de poco; la caridad vale más que todas las leyes», que dieron lugar a la conocida divisa de «Todo en la caridad», y responden a la simbología tantas veces mostrada en la decoración de los templos oratorianos, de un corazón en llamas que, además, alude a las gracias especiales que recibió Felipe del Espíritu Santo, Amor sustancial de Dios. Corazón y estrellas, ideal y amor. San Felipe también decía que, si tuviera que elegir un nombre para sus discípulos espirituales, los llamaría «Hijos del Espíritu Santo».
Lo dicho no quiere significar que en el Oratorio se desprecien las leyes de la Iglesia. Ellas sirven {22} a la estructura del cauce por donde el espíritu es amparado y dirigido a Dios y al servicio de las almas.
No obstante, el énfasis se ponía, en los comienzos, más en la costumbre que en la ley, aunque las costumbres generan leyes, como ocurrió en el Oratorio original. En el Oratorio existe la tradición de un gran respeto a las costumbres, que en modo alguno pretenden consagrar la inmovilidad, sino más bien mantener la veneración a través de la cual se recoge el sentido del patrimonio espiritual, enriquecido con la generosidad y entrega de san Felipe y los mejores de sus hijos, y, desde este reconocimiento y gratitud, responder mejor a «los signos de los tiempos», llevados de la confianza en la Providencia, e iluminados por la fe y el gozo que da la perseverancia en un mismo amor que se suma al de los que nos han precedido en el camino de Cristo, de la mano del Santo que tan admirablemente siguió sus huellas, dio ejemplo de virtudes y amó a la Iglesia, hasta conjurar la ola de paganismo que, en su siglo, la invadía en la misma Roma.
La importancia que se da a la costumbre y la sencillez de las reglas del Oratorio no quieren disminuir en nada la acomodación «máxima» —dicen las Constituciones— al espíritu del Evangelio, que es el ideal al que en el Oratorio se consagra la vida, teniendo siempre presente el ejemplo y «seguimiento de la primera comunidad cristiana». Así se aviva el sentido de hermandad unida a las generaciones espirituales que la han precedido, formando familia en torno a san Felipe, vivo siempre en el recuerdo, en la oración, fieles a su ejemplo y perpetuando su estilo.
La Congregación del Oratorio, que el Santo Padre Felipe más bien instruyó con costumbres que disciplinó con leyes, no tuvo desde su origen regla especial alguna que dirigiera las acciones de sus miembros.
El excelente Padre, que solía dirigir con cariño paternal el alma y las intenciones de cada uno de sus hijos, juzgaba suficiente verlos cada día más fervorosos en la piedad, en el amor a Cristo y en el desprecio de las cosas humanas, conforme al Evangelio. Sólo poco a poco aprobaba y confirmaba como venido del Espíritu del Señor lo que veía conveniente para alcanzar la virtud y la perfección.
CONSTITUCIONES DEL ORATORIO. PROEMIO.