Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm.
290. SEPTIEMBRE-OCTUBRE. Año 1993 |
0.
SUMARIO |
LAS
COSECHAS recogidas, las fiestas pasadas, las vacaciones casi para todos más o
menos gozadas, y comienza el curso con lo que nos queda de otoño. Se
normalizan las actividades que habían alterado su ritmo, se recupera el orden
doméstico y también es la hora de desperezarnos y avivar el espíritu. El
descanso habría sido una traición a la vida si no le sigue la voluntad
decidida de hacer mejor lo de siempre. Todo comienza otra vez, y el tiempo
vuelve a ser joven para enmendar lo que pudo ser imperfecto, y proyectar
hacia delante, con ilusión, lo que la esperanza nos promete, cuando la pereza
no rechaza creer en ella. |
LA
MEDITACIÓN |
CRISIS
DE CONCIENCIA |
PENSAMIENTOS
DE NEWMAN |
LEER
UN LIBRO Y TENER HERMANOS |
LOS
DOS MUNDOS |
BASE
FUNDAMENTAL DE LA RELIGIÓN |
«EXCELENCIAS
DEL ORATORIO» |
{1
(93)} |
1.
Tiempo de oración: LA MEDITACIÓN |
LA
MEDITACIÓN es, sobre todo, una búsqueda. En ella, el espíritu trata de
comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y
responder a lo que el Señor pide. Para ello hace falta una atención difícil,
que es preciso disciplinar. Habitualmente se hace con la ayuda de algún
libro, que a los cristianos no les falta: las santas Escrituras,
singularmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del
día o del tiempo, los escritos de los Padres espirituales, las obras de espiritualidad,
el gran libro de la creación y de la historia, la página del "Hoy"
de Dios. |
Meditar
lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se
abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. |
Según
sea la medida de la humildad y de la fe, se descubren los movimientos que
agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de poner por obra la
verdad para llegar a la Luz: «Señor, ¿qué quieres que haga?». |
Los
métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros
espirituales. Un cristiano debe proponerse meditar regularmente; de lo
contrario, se parece a una de las tres primeras clases de terreno de la
parábola del sembrador (cf. Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que
un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino
de la oración: |
Cristo
Jesús. |
Cat.
Igl. Cat., (nn. 2705-2707) 2 (94) |
{2
(94)} |
2.
Crisis de conciencia |
LO
que llamamos "crisis de fe" o "crisis religiosa" podría
denominarse, tal vez, con mayor exactitud, "crisis de conciencia".
Nos hemos esforzado en hacer la apología de la religión con argumentos sobre
las ventajas psicológicas que puede proporcionar a los creyentes, o en la
utilidad social de la moralidad de la que puede ver fundamento, con el riesgo
de que lo primero nos acercaría a la enajenación, a un sentimentalismo
consolatorio, o incluso al engaño, y lo segundo acabara en una reducción
política, que la historia se ha cuidado de señalar como la gran tentación de
todos los poderosos que han pretendido "ayudar a la Iglesia, y de los
errores y males más graves que ella ha padecido. La verdadera fe no hipoteca
o aplaza las razones que ahora no podemos entender, y tampoco el buen
servicio de la moral se agota en la esencia y bondad del fenómeno religioso. |
Podríamos
suponer que en esta época que llamamos crítica lo más urgente debiera ser
sacudir los corazones y despertar y formar las conciencias, porque es ahí, en
el fondo del ser humano, en la conciencia, tal como la entendía Newman, donde
claudica o se afirma la respuesta libre del hombre a Dios, aun en el orden
meramente natural, cuando nos llama al bien ya su justicia divina, al amor y
la felicidad, reflejándose en el hombre, que puede auscultarlo dentro de sí
mismo, con voz que no puede ser acallada y luz que no se puede sofocar esta
perceptible presencia intima de Dios, que es preciso acoger, y modular la
propia vida para convertirla en una respuesta digna de él, «que habla lo
mismo a buenos que a malos», como dice san Agustín. |
La
conciencia, antes que nada, es "conocimiento" de la presencia
divina, es un saber intimo que obliga ante Dios, de modo ineludible; saber
soberano al que ningún poder creado puede sobreponerse. Por eso, el bien y el
mal moral son siempre interiores, y quien puede juzgar de su íntima razón
sólo es Dios. Pero esa grandeza tiene también su debilidad, porque la
ignorancia, unas veces culpable y otras invencible, y, sobre todo, las
propias pasiones pueden deformarla y falsificarla. En {3 (95)} muchos curos,
existe una astucia que parecería infantil a no fuere pecado, la cual tiende a
ocultar lo que compromete demasiado, o a deformar lo que nos acusaría, si la
falta de honradez no porfiara, como «el padre de la mentira», en sostener a
menudo el engaño interesado o la autosugestión que la vanidad sugiere. La
conciencia recta se desarrolla si se protege con el amor a la verdad que
esencialmente quiere y debe ser en sí misma transparente, austera y libre.
Cuando esto no se da, y aunque desde fuera se pretenda reparar tal ausencia
con multiplicidad de preceptivas, éstas acaban mecanizando lo que llamamos
bien y mal, la referencia a Dios se torna en fría y abstracta y lo que
debiera ser religiosidad sincera no pasa de decencia convencional, ceñida e
interesada, y al fin hipócrita y farisaica. Y la fe cultura, la virtud
vanidad, y el sucedáneo de la sensiblería se disfraza de amor. El hombre se
olvida de que es hijo de Dios, aunque lo repita con los labios. |
Por
esto, la que llamamos crisis religiosa de nuestro tiempo tiene su remedio en
la conversión hacia esa relación filial del creyente con Dios. Una relación
filial respetuosa, solicita, amante, personalizada, que en verdad esté en el
origen y sea la razón de todas las decisiones y compromisos, sin cicaterías,
en paz consigo misma, concreta, y libre para poder ser más generosa. Sólo
entonces fe y razón superarían el estadio de la mera religiosidad natural y
dejarían expedito el camino de la gracia y la santidad, a la que todos
estamos llamados. |
{4
(96)} |
3.
PENSAMIENTOS DE NEWMAN |
DESPRENDIMIENTO,
ENTREGA Y GOZO |
Ser
desprendido es estar libre de todos los lazos que atan el alma a la tierra,
no depender de nada que sea de este mundo, no apoyarse en cosa temporal
alguna; es no preocuparse en absoluto de lo que los demás puedan pensar o
decir de nosotros, ni de lo que nos hagan; es hacer nuestra tarea simplemente
porque es nuestro deber..., sin preocuparnos de las consecuencias; es no
tener en cuenta la reputación, el honor, la fama, las oportunidades
favorables, las comodidades, los afectos humanos, ni ninguna otra cosa,
cuando el cumplimiento de una obligación religiosa conlleve el sacrificio de
todo ello. (Dispuesto a venderlo todo para comprar la perla de gran valor. H.
S. |
III,
130). |
Ella
se dio cuenta de que había una belleza superior a la manifestada por el orden
y la armonía del mundo natural, y una paz más serena y profunda que la
proporcionada a por el ejercicio intelectual o por el más puro amor humano. |
Entonces
empezó a entender aquella actitud sobrenatural que tanto le había sorprendido
en sus amigos cristianos. Comprendió que estaban desprendidos del mundo, no
porque no poseyeran bienes o no sintieran amor natural hacia ellos, sino
porque tenían una bendición más alta, que amaban por encima de cualquier otra
cosa. (Debemos tener un sentido recto de los valores. Call., 327). |
Debo
decirlo lisa y llanamente, por poco realista que pueda parecer: las
comodidades de la vida son la causa principal de nuestra falta de amor a
Dios; y por mucho que nos lamentemos y luchemos, no venceremos hasta que no
aprendamos a prescindir de ellas suficientemente... Una vida tranquila y
fácil, el disfrute ininterrumpido de los bienes de la Providencia, buena
comida, buenos vestidos, hogares bien instalados, los placeres de los
sentidos, el sentimiento de seguridad, la satisfacción que proporciona la
riqueza: todas estas cosas, y otras parecidas, si no tenemos cuidado,
obstaculizarán los senderos del alma. (Necesidad de la abnegación. P.S. V,
337). |
¿Qué
es, pues, lo que nos falta a los que profesamos la religión? Lo repito: la
disposición para ser cambiados, la disposición para consentir que Dios
todopoderoso nos cambie {1}. |
{5
(97)} No nos gusta desprendernos de nuestro hombre viejo... Pero cuando
alguien se presenta ante Dios para pedirle la salvación, entonces, lo
esencial para una conversión auténtica es la entrega de sí mismo, una entrega
incondicional y sin reservas. (Dios se da a los que lo dejan todo por él.
P.S. V, 241). |
Un
acto pequeño hecho por amor a Dios en contra de nuestras inclinaciones
primarias, aunque sólo sea de carácter pasivo o de simple aceptación de la
realidad, como aguantar un insulto, afrontar un riesgo, renunciar a una
ventaja, tiene un peso frente al cual la profesión verbal no es sino polvo y
paja. |
(Los
hechos hablan con más fuerza que las palabras. U. S., 93). |
La
tristeza no forma parte del carácter cristiano; el arrepentimiento sin amor
no es auténtico; la mortificación que no esté dulcificada por la fe y la
alegría no es aceptable. |
Debemos
vivir a la luz del sol, aun cuando estemos tristes; debemos vivir en la
presencia de Dios y no encerrarnos en nuestros corazones, aunque consideremos
nuestros pecados pasados. (Nuestra tristeza se convirtió en alegría. P.S. V,
271). |
Las
profundidades del océano, las vastas masas de agua que circundan la tierra
están tan silenciosas y tranquilas en la tempestad como en la calma. Lo mismo
sucede con las almas de los santos. Éstos tienen un manantial de paz
insondable que brota en su interior; y aunque los contratiempos del momento
pueden hacer que parezcan agitados, sin embargo, no lo están en sus
corazones. (La serenidad interior, fuente de fortaleza para el verdadero
cristiano. P. S. V, 69). |
El
cristiano posee una paz profunda, silenciosa y escondida, que el mundo no
ve... Lo que él es cuando se encuentra solo con Dios: he aquí su verdadera
vida. Es capaz de soportarse a sí mismo. Puede alegrarse en el mismo, si
podemos hablar así, puesto que la gracia de Dios está en su interior: es la
presencia del Consolador eterno lo que le da alegría. Es capaz de estar
consigo mismo en todo momento, y ello incluso le resulta agradable —«nunca
menos solo que cuando estoy solo»—. Puede recostar la cabeza en la almohada
por la noche y reconocer ante la mirada de Dios que no desea nada —lo tiene
todo, y en abundancia— que Dios lo es todo para él y que no posee nada que no
le haya sido dado por Dios. |
Es
cierto que necesita ser más agradecido, más santo, más celestial, pero pensar
que puede tener más no es para él motivo de disgusto, sino de alegría. (El
gozo es un fruto del Espíritu Santo. Nadie nos lo podrá arrebatar. P. S. V,
69-70). |
{6
(98)} |
4.
Leer un libro y tener hermanos |
EXISTE
una religiosidad que se podría confundir con la de las gentes sencillas y
humildes, pero que se aleja de la pureza y buen sentido de ésta; una
religiosidad con ribetes mágicos, que persisten como restos de paganismo, y
la preocupación por conseguir, por medio de la religión, ventajas en la
tierra y, para más tarde, un seguro de eternidad. Cabe en ella poco amor o
ninguno, porque lo impide el miedo a Dios y el cálculo individualista por la
propia salvación, que se procura mantener garantizada con la observancia de
mínimos morales y mínimas y sólo simbólicas bondades y el recurso
repetidísimo a la eficacia sacramental, cuando hay pecados, aunque con la
duda de suficiente arrepentimiento. Es una religiosidad individualista, a
veces de masas, pero sin comunión fraterna, sin comunidad, o con una
concepción de la comunidad tan genérica y diluida, o tan pequeña, cuando se
intenta concretarla, que se convierte en otro egoísmo, meramente doméstico o
de clan grupal de concentración de intereses. En esta religiosidad se olvida
la respuesta del Señor a la pregunta de quiénes eran su madre, sus hermanos y
sus hermanas. |
En
nuestra época de crecimiento rápido y multiplicación de los medios y técnicas
de propaganda, de cambios sociales y crisis de ideales, no faltan las
tentaciones para hacerse con fórmulas rápidas y eficaces para transformarlo
todo de la noche a la mañana. El peligro existe incluso a la hora de anunciar
el Evangelio, cuando su presentación se hace depender de esas propagandas,
capaces de lograr clientelas, pero no tanto de convertir en hijos de Dios a
seres libres. La seducción puede conducir a entusiasmos fanáticos, a fervores
pasajeros, sin alcanzar la conversión de las {7 (99)} conciencias. Para
evitar estos riesgos, cuando algún nuevo redentor se levanta monopolizando
semejantes fórmulas, será preciso contrastar su estilo con el de Jesucristo,
todavía vigente. Será necesario acudir a las palabras de Jesús y a su
ejemplo, que fue más que palabra. |
Meditar
sobre sus actitudes frente al mundo de su tiempo, tanto religioso como civil,
y trasladar esta contemplación al nuestro, como algo que hay que asumir,
porque el ejemplo lo dejó para nosotros, no para simple adorno de la
historia. |
Los
verdaderos santos esto hicieron. Nosotros tenemos las mismas posibilidades y
medios para volver a la Palabra y, desde ella, remover obstáculos a la propia
conversión y proyectarnos hacia la construcción de la hermandad que permite
vivirla en todo su sentido. |
San
Felipe Neri, en una época también convulsionada por grandes novedades
―la invención de la imprenta, el movimiento renacentista, la conquista
del Nuevo Mundo...— y la urgente necesidad de reformar la Iglesia, volvió la
vista a los primeros mártires, en la Roma que guardaba sus reliquias. Siendo
laico, compaginó una profunda vida de lectura meditada, oración y estudio con
la actividad caritativa y catequística, sin aparentes tensiones ni alardes de
activismo, pero con orden y constancia. Una vez sacerdote, recibido en plena
madurez de su personalidad cristiana, tuvo mejor posibilidad de alentar a
otros en la oración que partía, principalmente, de la lectura de la Palabra
de Dios y el recuerdo de los santos. |
No
se sentía atraído por empresas grandiosas, de las que solía desconfiar, sino
que insistía en lo cotidiano y la perseverancia. Leer el Evangelio, las
cartas de san Pablo, vidas de santos, poesías místicas, cartas de los
primeros misioneros... |
En
ello consistía lo que vino en llamarse il ragionamento sopra il libro. Y eso,
todos los días. Por esta razón y fidelidad a los orígenes del Oratorio, se ha
dado siempre tanta importancia en nuestra Congregación y apostolado a la
Palabra explicada familiarmente, y a la repetición del consejo de san Felipe
de leer libros que comiencen con S de santo. La lectura comentada y meditada
sosegadamente, en grupo, ayuda a formar comunidad, convoca en la caridad y
aviva la convicción de la presencia del Señor en medio de quienes se reúnen
en su nombre, en abrazo de fe. |
Esto
se hacía y recomendaba en un tiempo en que los libros eran escasos y caros,
en los albores de la imprenta. En nuestros días, esta escasez no existe,
aunque sí, en la relativa abundancia, el peligro de seguir modas o convertir
la posibilidad de la lectura en satisfacción vana de la curiosidad o en otra
{8 (100)} vertiente del consumo. Siempre nos será útil el consejo de quien
nos guíe espiritualmente, para que la lectura espiritual nos sea provechosa.
Esta lectura personal, si se hace pausadamente, dejando que la conciencia se
detenga en las ideas y sentimientos que suscita, examinándose uno mismo con
disposición de sinceridad ―humildemente, decía san Felipe―, ayuda
a conocerse mejor y a la conversión progresiva del alma, evitando la autocontemplación
y la farisaica complacencia de creerse ya suficientemente instruido y
perfecto. |
No
es raro comprobar demasiado a menudo, entre personas que pasan por cultas,
incluso universitarios, el desnivel que existe entre los conocimientos que
han adquirido en otros campos y la ignorancia que siguen arrastrando en
materia de religión. Quienes a tiempo lo reconozcan podrán decidirse a
remediarlo, si son humildes. Pero cuando el lustre del saber humano les
barnice de apariencia de cultos, tratarán de librarse de complejos
despreciando la religión, cuyo desconocimiento querrían disimular. |
Otros,
todavía con la idea de que la religión es sólo un complemento de la vida,
como elemento moralizador, conveniente para ciertos actos de sociedad,
prescindirán en la práctica de ella si no les sirve de promoción. Por
sentimentalismo o creer. |
y
limpios ideales, y que más bien escrúpulo admitirán o cumplirán pequeñas
concesiones simbólicas, las cuales les autocomplacen o decoran frente a los
demás, acostumbrados a pasar siempre por alto cuanto les parece poco
rentable. A pesar de lo cual puede que insistan en que tienen fe en Dios,
pero habría que preguntarles en qué dios Leer libros y tener hermanos,
decíamos al comenzar estas líneas. |
Para
un cristiano, la hermandad es la comunidad de fe. Es posible que hoy no sea
tan fácil integrarse en una verdadera comunidad que pueda llamarse cristiana
sin falsificación de este nombre. El mundo, como siempre, pero de modo muy
particular en nuestro tiempo, no ayuda precisamente a la integración de
muchos para un fin e ideales que no coincidan con intereses realizables en el
tiempo, y deprisa. |
El
hombre moderno está siempre a punto de padecer la masificación que le
despersonaliza. Y aunque se hable continuamente de cantidades y se presuma
construyendo y comparando estadísticas que confunden el número con la bondad,
dejan al hombre en su soledad, a no ser que el engaño de la seducción le
mantenga en vilo de fanatismos que no tienen que ver con los verdaderos
desvían de ellos, enajenando las conciencias y atrofiando y desvirtuando {9
(101)} la capacidad para el bien, que Dios puso en todos. Los hombres nunca
han sido tantos ni nunca han estado tan solos. Puede suceder que la reacción
ante esta realidad sea, para algunos, el encerramiento en el propio egoísmo,
o el reducir a tan pequeña dimensión el ideal de comunidad cristiana que ésta
no llegue a superar el concierto miserable de unos cuantos egoísmos blindados
que respondan al interés de sólo unos pocos, encerrados en el mismo clan
doméstico o grupal. |
Se
trata de formar parte de una comunidad que ayude a descubrir y vivir de la
presencia de Cristo, en medio de ella, por una fe compartida; una comunidad
que no sea una sociedad anónima, ni una colectividad organizada al estilo de
las multinacionales, que existen para finalidades e intereses económicos,
políticos o de clase y casta. |
Una
comunidad, para que pueda llamarse cristiana, ha de preferir las realidades
espirituales y eternas a las temporales e interesadas. |
Una
tal suerte de comunidad, es cierto, no puede partir de un supuesto ya
plenamente logrado; pero sería un grave error pretender construirla desde la
renuncia previa a la plenitud ideal, sinceramente anhelada y perseguida con
buena voluntad y constancia. Tampoco bastaría la mera reducción a una
disciplina moral desvinculada de la fe precedente, de la cual la vida entera
debe ser respuesta. Fe que ha de superar las categorías humanas, los valores
meramente temporales, aunque no los destruya ni elimine, pero sin que este
matiz suponga ninguna rebaja a las exigencias del bautismo cristiano, o
discipulado de Cristo. Hay un par de frases en la Biblia que los cristianos
debiéramos llevar prendidas en nuestro pensamiento: Amarás al Señor, tu Dios,
con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas (Dt 6, 5). Y
estas otras palabras del Evangelio, cuando el Señor, mirando a los que tenía
cerca, dijo: Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios
y la cumplen (Lc 8, 21). En la vida eterna sólo serán relevantes, entre las
relaciones humanas de este mundo (familia, vecinos, amigos, patrias y
culturas), aquellas en las que se cumplan estas dos sentencias. |
Descendiendo
a lo práctico, es evidente que, dada la limitación del hombre, una comunidad
cristiana debe comenzar a partir de lo concreto, y lo concreto, cuando es
auténtico, siempre parte desde la humildad. Lo concreto no quiere decir
cerrado, sino opuesto a las generalizaciones y abstracciones engañosas que
remiten constantemente a la teoría y distraen de la verdad {10 (102)} y
constancia en los propósitos de bondad. La Iglesia, la comunión de los fieles
con Dios, por medio de Jesucristo, en su Espíritu, no es un sol, sino una
constelación de constelaciones. Una comunidad debe ser una constelación de
fieles, que se conocen, se tratan, se quieren y se ayudan a crecer como hijos
de Dios, abiertos a todo el bien que, con su testimonio de fe y de generosa
entrega de caridad, quieren llevar nuevos hermanos al Padre común, no desde
la seducción, ni de la imposición, ni de la propaganda masificadora y
destructora de la libertad, sino desde la fe formada, Seguramente que a todos
nos falta mucho para poder alcanzar esa capacidad de integración comunitaria
cristiana. Se trata de querer ser hermanos, de merecerlo, y de ver en los
demás ―aquellos que la providencia nos pone cerca― también a
hermanos; se trata de ser respetuosos y sencillos, y generosos para
olvidarnos de buscar el propio consuelo, y de agradecer el bien espiritual,
la ocasión de practicar las virtudes, el recibir y el darnos, caminando
juntos con el Señor, y tratar de descubrir los signos de su beneplácito en
todo cuanto sucede y nos sucede, sin decaer en nuestra esperanza de bien y en
el deseo de hacerlo a los demás, limpios de sectarismos. Tener presente a
Dios, pero hablar más a Dios de nuestros hermanos que a nuestros hermanos de
Dios. No hay que pontificar. |
Y
ser constantes, sin transfuguismos caprichosos, pasando de un lugar a otro,
en busca de consuelos o admiraciones, o, peor, para eludir el compromiso de
la perseverancia y la dependencia cada uno de todos. |
Una
comunidad fundada solamente sobre la simpatía, el interés o la conveniencia
no sería cristiana. Como tampoco sería cristiana una idea de Iglesia
entendida como sociedad de servicios para el alma y los sacerdotes unos
empleados o burócratas espirituales. |
Ya
se ve que, para formar una verdadera comunidad cristiana, no se puede
prescindir de la fe y de la oración. La Iglesia, por medio de la liturgia,
nos ayuda a conseguirlo, porque, como ha dicho el Concilio, «ninguna
comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración
de la santa Eucaristía, por la que debe comenzarse, consiguientemente, toda
educación en el espíritu de comunidad» (PO, 6). |
Tan
noble es la virtud de la caridad que no constriñe: |
es
lazo de libertad que se hace fiel en el amor. |
R.
Llull |
{11
(103)} |
5.
LOS DOS MUNDOS («THE TWO WORLDS») |
J.
H. Newman Unveil, O Lord, and on us shine | Señor, aparta el velo que te
oculta |
In
glory and in grace; | y resplandece en gloria y gracia; |
This
gaudy world grows pale before | harás palidecer el bello mundo que tenemos |
The
beauty of Thy face. | cuando aparezca la hermosura de tu rostro. |
| |
Till
Thou art seen, it seems to be | Mientras no te veamos, en la tierra |
A
sort of fairy ground, | persisten hechizados |
Where
suns unsetting light the sky, | los soles sin ocaso iluminando el cielo |
And
flowers and fruits abound. | y el exceso de flores y de frutos. |
| |
But
when Thy keener, purer beam | Mas cuando un solo rayo puro de tu luz |
Is
pour'd upon our sight, | irrumpe en nuestros ojos, |
It
loses all its power to charm, | desaparece toda seducción mundana |
And
what was day is night. | y la apariencia diurna se hace noche. |
|
{12
(104)} |
Its
noblest toils are then the scourge | Aquí nos quedan los azotes, las fatigas
nobles |
Which
made Thy blood to flow; | que hicieron derramar tu sangre; |
Its
joys are but the treacherous thorns | sus alegrías convertidas en espinas
traicioneras |
Which
circled round Thy brow. | que coronaron de dolor tu frente. |
| |
And
thus, when we renounce for Thee | Y así, cuando por ti nos desprendemos |
Its
restless aims and fears, | de los afanes y temores de esta vida, |
The
tender memories of the past, | de las nostalgias del pasado |
The
hopes of coming years, | y la inquietud del tiempo que nos viene, |
Poor
is our sacrifice, whose eyes | bien pobres nos parecen las renuncias, |
Are
lighted from above; | iluminados desde lo alto: |
We
offer what we cannot keep, | tan sólo hemos podido hacer ofrenda |
What
we have ceased to love. | de lo que era imposible retener, |
|
{13
(105)} |
6.
Base fundamental de la religión |
HAY
que leer libros que nos instruyan sobre Dios y las cosas santas, pero sin
olvidar el aserto de san Felipe Neri de que «se aprende más sobre Dios en la
oración que en los libros de teología». Conocemos, no obstante, el amor que
él mismo tenía para los libros, hasta el punto de que, cuando joven y
estudiante, creyó que el afecto era inmoderado, y se quiso desprender de
ellos vendiéndolos y dando su importe a los pobres. Más tarde, su apostolado
tenía siempre «el libro» por base de instrucción y de tema para la oración en
común con el grupo que reunía, el Oratorio. También nos consta el celo con
que insistió en hacer estudiar a sus discípulos que eran capaces de adquirir
una instrucción para luego dedicarse mejor al apostolado. |
Felipe
quería decir que la ciencia, aunque sea sobre Dios, sin oración, acaba en
pedantería que conduce al fariseísmo. Pero la oración ayudada por la ciencia
profundiza mejor en los misterios divinos. Sin embargo, será siempre verdad
que una persona sin grandes estudios, o incluso analfabeta, si no se halla en
ese estado por negligencia, y es humilde de corazón, llegará a tener un
conocimiento y experiencia de Dios y amistad con él, por medio de la oración
bien hecha, que superará la de los teólogos tibios y, sobre todo, a los
satisfechos y meramente teóricos de Dios. |
Todo
lo cual nos dice con qué espíritu hemos de dedicarnos a leer libros de cosas
santas y a estudiar a Dios, ojalá lo hagamos con orden y sistemáticamente,
sin olvidar jamás que él aborrece la soberbia e ilumina y se comunica con los
humildes de corazón. |
La
oración es fundamental en todo acto de religión. Desde Abraham hasta
Jesucristo, la historia de la salvación es una cadena de plegarias de
profetas y santos que tratan con Dios. Con razón podríamos llamar al
cristianismo «la religión de la oración». Nada tendría sentido sin ella: nos
relaciona personalmente con Dios, nos abre a {14 (106)} los hermanos, se
convierte en respiración de la comunidad y, en ella, converge el latido de
todos en el culto de alabanza y acción de gracias al Señor de las misericordias. |
Cuando
se bautiza a un catecúmeno, se le presenta la fe, en el Credo, y se le enseña
la oración del Padrenuestro. Es más que un símbolo, y los mayores
―padres y padrinos— tienen el deber inexcusable de ir enseñando a sus
hijos o ahijados espirituales a rezar, a tratar con Dios, desde la sencillez
que conviene a la primera edad hasta el progreso, día tras día, que alcance
el nivel que para otros aspectos de la vida procuramos a los que queremos
bien. Hay que rezar en la familia, ante todo, sin despachar irreverentemente
unas fórmulas rutinarias, para después pasar a la comunidad eclesial a la que
se pertenece, la liturgia, y participar no como meros asistentes o
espectadores, de cumplimiento —"cumplo" y "miento", decía
un obispo—, sino con los corazones abiertos a la fraternidad a la que Cristo
nos convoca y que él mismo preside, como en un ensayo del cielo que nos
espera. |
Newman
decía que un «cristiano valía, como tal, según lo que valiera su oración». Y
lo mismo podemos decir de una familia que se quiera llamar cristiana, y de
una asamblea o comunidad. |
NEWMAN
Y LA CONCIENCIA. |
Hay
dos modos de entender la conciencia: |
uno,
como una especie de propiedad, como un gusto propio por hacer esto o aquello;
otro, como el eco de la voz de Dios en nosotros. Y todo depende de esta
distinción: el primero de ellos es ajeno a la fe; el segundo, la confiesa. |
S.
N., 327. |
Cuando
uso la palabra «conciencia», no le doy el sentido de una fantasía o de una
opinión, sino como la obediencia responsable a la voz divina que habla dentro
de nosotros. |
Diff.
II, 255. |
La
conciencia es el primer Vicario de Cristo. |
Diff.
II, 248. |
{15
(107)} |
7.
"EXCELENCIAS DEL ORATORIO DE SAN FELIPE NERI" |
CON
el título de I Pregi della Congregazione dell'Oratorio di San Filippo Neri,
un presbítero del Oratorio de Savigliano (probablemente el padre Giovan
Agnelli, amigo del beato Sebastiano Valfrè) compuso, a principios del siglo
XVII, un tratado sistemático de la espiritualidad oratoriana, pensado
seguramente para una lectura espaciada y en común, cuyo libro ha pasado a ser
un clásico de la tradición filipense. El autor oculta su nombre, pero declara
que se decidió a desarrollar un pequeño resumen precedente, instado por la
obediencia. Circuló como manuscrito hasta que el Oratorio italiano de
Chioggia lo dio a la imprenta en 1825. A esa edición tuvo acceso John Henry
Newman, recién convertido al catolicismo, cuando se preparaba en Roma para la
fundación del Oratorio en Inglaterra. |
La
"Idea" del Oratorio en Newman |
La
"idea" de la obra de san Felipe que él debía adaptar al contexto
inglés la extraería del estudio de las Constituciones originales (aprobadas
por Pablo V, en 1612) y del libro de las "Excelencias" o Pregi,
como se desprende por el número de veces que recurría a esta obra, en
pláticas y escritos dirigidos a sus hermanos de comunidad. Se alegraría mucho
cuando, en 1881, pudo hacerse una edición inglesa, de gran utilidad para
oratorianos y devotos de aquel país: |
The
Excellences of the Congregation of the Oratory of St Philip Neri. |
{16
(108)} Aunque merecería más dilatado comentario, ahora nos ceñiremos a poco
más que a la visión resumida de los doce capítulos que forman el contenido de
este libro, cada uno de los cuales constituye la apología de otras tantas
"excelencias". |
Oratorio
y oración |
I.
LA PRIMERA de estas excelencias, como no podía ser de otro modo, consiste en
el fin de nuestra vocación: oración, administración de los sacramentos,
predicación de la Palabra. La oración o trato afectivo con el Señor, de lo
que nos dio ejemplo extraordinario san Felipe, tanto en su vida de seglar
como cuando ya era sacerdote. Recurre al testimonio de Consolino, discípulo
predilecto de Felipe, para hacer hincapié en la fidelidad del trato con Dios,
con una libertad interior que supera la estrechez de cualquier método, para
expresar más amor a Dios. Oración vocal, meditación, jaculatorias, el oficio
divino y, por encima de todo, «la obediencia y la caridad, que siempre deben
tener en el Oratorio el primer lugar». En este contexto es donde viene una frase
a la que Newman recurre más de una vez: «El que quiere vivir a su modo no es
bueno para la Congregación». |
Sacramentos |
En
cuanto a la administración de los sacramentos, se refiere a dos de ellos
solamente: la Eucaristía y la Penitencia o reconciliación. Los demás
sacramentos se omiten porque son más propios del ministerio sacerdotal en
parroquias, que están fuera de la finalidad principal y la naturaleza del
Oratorio. Sería incompleto lo que se dice del oficio divino, todo él
convergiendo en la Acción eucarística, si se prescindiera de ésta, que es «el
centro y quicio de toda comunidad cristiana», como ha dicho el Concilio, y
como lo fue en el Oratorio original, que introdujo la costumbre de la
celebración diaria e igualmente de la participación de los fieles. En cuanto
al sacramento de la Confesión, no {17 (109)} solamente debe ser entendido con
las conversiones que Felipe y los suyos obraron en Roma, rescatando de la
vida pagana y de pecado a muchos alejados de Dios, sino al cuidado de las
almas para ser conducidas al progreso en la virtud por la dirección
espiritual: contactos personales, a conciencia abierta, para devolver a la
vida de cada fiel no ya la mera y egoísta asepsia de pecado, próxima al
fariseísmo, sino el crecimiento en el sentido evangélico de la santidad,
tanto de laicos como de los que el Señor llamara a una entrega total y
apostólica. |
Palabra
de Dios |
Queda
la predicación de la Palabra, que en el Oratorio se ejercita cotidianamente,
lo cual no solamente instruye y sirve de alimento a la oración, y hace
conversiones, sino que evita la reducción a un cierto sentido mágico en las
celebraciones sacramentales, «por la palabra espiritual que sale del corazón
y en el corazón es recibida», con sencillez y humildad. |
Renuncia
a dignidades |
II.
LA SEGUNDA de las "excelencias" del Oratorio es la separación y
renuncia no sólo a cualesquiera dignidades seculares, sino también dentro de
la estructura de la Iglesia, «nisi Pontifex iubeat», pues nadie, en el
Oratorio, debe pretender ni procurar para sí o para otros dignidad alguna. |
Por
otra parte, deben aceptarse los oficios internos de la Congregación, para
servicio de la misma y de los hermanos, con humildad y obediencia a la
comunidad. |
Otras
veces, desde estas mismas páginas, nos hemos referido a este tema, por lo
demás reiteradamente confirmado en la historia del Oratorio y de sus
miembros. Podríamos tomar un ejemplo reciente ―que, por lo tanto, no
está en el libro que comentamos―, del pontificado de Pablo VI, al hacer
cardenal al último de los filipenses que han vestido la púrpura, el bresciano
p. Giulio Bevilacqua {1}. |
{18
(110)} Es sabido que el papa Montini, cuando era joven, frecuentaba el
Oratorio de Brescia y que agradeció siempre el bien espiritual que allí pudo
recoger. El p. Bevilacqua era uno de sus grandes amigos y mentores. Una vez,
el papa lo llamó y le comunicó su intención. A lo que el buen padre replicó:
«¡Pero si yo puedo hacer lo mismo sin necesidad de todo esto y servir
igualmente a la Iglesia!» Pero el papa le contestó decidido del todo: «No, yo
quiero que usted venga a verme siempre que le llame, porque le necesito. La
gente que viera o supiera que me visita de continuo, que se sienta a mi mesa
y que me trata con franqueza, murmuraría: |
pero
nadie se sorprenderá demasiado si quien viene a verme a menudo es un
cardenal. Y no me trate de Santidad" más que en público; en privado,
tráteme de "tú" y dígame Gianbattista, como siempre». |
Y
hubo de aceptar. |
Supremacía
de la caridad |
III.
LA CARIDAD. Es la reina de todas las virtudes, «que todo lo unifica".
Caridad, gozo, paz, paciencia. En una comunidad donde se permanece hasta la
muerte, sin cambios a destinos nuevos, se multiplican, más incluso que en las
familias naturales, las ocasiones para la comprensión, el perdón, el auxilio,
la discreción, la comunión para las obras comunes de apostolado, el gozo y el
dolor compartido. Sobre todo, si se atiende antes al bien interno, y no se va
a las obras exteriores, huyendo, bajo pretexto de celo, de las propias y ·
domésticas. Si se logra este ideal, dentro de casa parece el paraíso, y fuera
todo es resultado del trabajo y la entrega de todos. |
La
"racional" |
IV.
«LA SANTIDAD del hombre está en el espacio de tres dedos), repetía el Santo,
llevando la mano a la frente. «La importancia de {19 (111)} la vida cristiana
estriba en mortificar la racional». |
Entendía
por racional todo vano discurso del entendimiento y porfía en querer hacer la
propia voluntad. De donde la excelencia de preferir la mortificación interior
a las formas exteriores de penitencias corporales, siempre sospechosas cuando
se emprenden al margen de la obediencia. Lo cual no excluye la moderación y
la austeridad en las cosas materiales, alimentos, comodidades, gustos. |
Obediencia |
V.
LA OBEDIENCIA no es una peculiaridad del Oratorio, sino común a todas las
órdenes y congregaciones religiosas. Lo propio del Oratorio está en que en
él, «tanto los padres como los hermanos, si bien no hacen ningún voto como
los religiosos, no ceden nada en este punto, en la perfección de la virtud, a
los que la profesan en los claustros, prometida con la solemnidad de los
votos, supliendo la falta del voto con el amor y la voluntaria prontitud y
perfección en obedecer, sin que sean necesarias las amenazas de pecado...
Todos saben que la intención del Santo Fundador era que cada uno de los suyos
obedeciera exactamente o saliera de la Congregación». Lo demostró con el más
querido de sus hijos espirituales, Baronio. «La obediencia, además de ser la
guarda de todas las demás virtudes (s. Bernardo), es el camino más corto del
paraíso» (sta. Teresa). Sin esta virtud «sería imposible la subsistencia de
una Congregación de hombres siempre libres hasta la muerte». San Felipe decía
que «para ser verdadero obediente no basta cumplir lo mandado, sino que es
necesario hacerlo sin andar buscando razones contrarias». |
Discreción
y suavidad en el mando |
VI.
COMO para compensar lo que pudiera parecer demasiada exigencia en lo que se
dice en el precedente capítulo, en éste se habla de la discreción, suavidad y
prudencia en el ejercicio {20 (112)} de la autoridad dentro de la
Congregación. El superior ha de mandar, vigilar, amonestar y corregir,
considerando su propia fragilidad, para conseguir que todo se haga por amor y
no por la fuerza. Se cuenta del venerable p. Fabricio de Asté, fundador del
Oratorio de Forli, que logró corregir, sin palabras, a un padre de la misma
Congregación, al cual, por falta de hermanos, se le destinó a cuidar de la
puerta de la casa y, como encontró pesado el oficio de portero, al poco,
arrebatado de impaciencia, arrojó las llaves al suelo y abandonó el puesto.
El p. Fabricio fue a recoger las llaves y ejerció puntualmente aquel oficio
varios días, aunque era el Prepósito y fundador de aquella Congregación;
confuso, finalmente, el primero reconoció su falta, pidió perdón y volvió al
oficio sin enojo. San Gregorio decía: «Han de ver y respetar nuestra
autoridad y, la vez, reconocer e imitar nuestra humildad». |
Estima
de la virtud |
VII.
EN NUESTRA Congregación ha de hacerse estima de la virtud y no de otra cosa
que no esté unida a ella. En el mundo se aprecian los dones naturales, la
erudición, la ciencia, que son las cosas que atienden más a la apariencia,
que tanto estiman los seculares; pero estas cosas por sí solas no son tan
apreciadas de la Congregación, sino sobre todo «la virtud y con
particularidad la humildad, la simplicidad, la mortificación interior, que es
lo que hace a los hombres santos y amados de Dios». Nuestra Congregación,
iluminada por el Santo Padre, al aceptar a los sujetos, no tiene en cuenta
que sean nobles, o ricos, o muy doctos, o muy prudentes, sino si son hombres
de virtud, deseosos y dispuestos a crecer en ella, y «si su cabeza, juicio y
opinión se uniforman con los de la casa y sean "como nacidos para formar
parte de ella"». |
{21
(113)} |
Desprendimiento
de la hacienda |
VIII.
PENSANDO en nuestro Señor, «que se hizo pobre para enriquecernos con su
gracia», san Felipe decía: «Quien quiera hacienda no tendrá jamás espíritu».
Además: «Que nunca aprovecharía el que de alguna manera estuviera poseído de
la avaricia; y que tenía probado por experiencia que más fácilmente se
convertían los hombres entregados a la sensualidad que los avaros», y por
esto llamaba a la avaricia «peste del alma», san Pablo la llama «idolatría».
Así, en el Oratorio todos deben trabajar para proveer al propio sustento y al
apostolado, y «querer el Paraíso, y no la hacienda; almas para dar a Cristo,
y no riquezas». |
Desasimiento
del corazón |
IX.
EL DESASIMIENTO del corazón, para formar parte de una familia que no surge de
la carne y de la sangre, sino del amor y seguimiento de Cristo, el cual, a
aquel que le dijo que su madre y sus hermanos le estaban esperando fuera de
la puerta de la casa en que entonces se hallaba, le respondió: «Todo el que
hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano y mi
hermana y mi madre». Los familiares verdaderamente espirituales lo
comprenderán perfectamente; porque «el que puede entender, entiende». |
La
castidad |
X.
COMPLEMENTA el capítulo anterior. Es el gesto de la entrega total a Dios,
para imitar a Cristo, con la máxima libertad, y entrar en comunión con él,
aunque imperfectamente todavía, pero de algún modo comenzando el cielo,
mientras la vida se va gastando por el Reino y el bien de las almas. Es una
opción pascual. También aquí, «el que pueda entender, entienda». |
Amor
a la Congregación |
XI.
LA MISMA sencillez del Oratorio llama a que sea apreciado en sumo grado por
los que lo componen. La Congregación es como {22 (114)} una madre, que ha de
ser amada. «Si faltara este amor, se despreciarían sus reglas, se perdería la
estimación por los hermanos, se llegaría a acabar malamente, como Judas, que
llegó a vender a su Maestro por un precio vilísimo». Pero también, sin ser
una empresa grande, es amada por los externos, lo cual debe engendrar en
todos sus súbditos sumo respeto, una gran veneración y singularísimo amor. |
Y
«hay que pedir a Dios que el buen nombre de la Congregación se conserve para
gloria del Señor, no para la nuestra». |
Libertad
y perseverancia |
XII.
NO PODRÍA ser admitido lícitamente en la Congregación quien fuera a ella para
pasar una temporada o incluso unos años y luego ausentarse por la razón de
que en ella no se hace profesión de votos religiosos. Solamente pueden ser
miembros los que, junto a las demás condiciones, «tienen el ánimo de
permanecer en el Oratorio hasta la muerte». Visto desde fuera, algunos
podrían juzgar con ligereza sobre la seriedad de nuestra vocación.
Estadísticamente no se da menos perseverancia en nuestras casas que en las de
los religiosos; pero cuando por graves delitos o por otras razones poderosas,
un sujeto no conviene o no se ve con ánimos de perseverar en nuestras casas,
existe la posibilidad de salir de la Congregación, por propia voluntad, o de
ser expulsado para defender de mayores males a la misma Congregación. |
Este
es el sentido de la última de las "excelencias" que se exponen en
el libro. No obstante, los verdaderos hijos de san Felipe, se dice desde los
primeros tiempos, «se conocen por la sepultura», es decir, si perseveraron en
su vocación hasta el fin. |
Estos
doce puntos resumen el contenido del libro. Al proceder a su edición, el
benemérito Oratorio de Chioggia añadió unas "reflexiones" del p. |
Nicolás
Fabri, que añaden valor a la obra. |
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