Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 292. ENERO - FEBRERO. Año 1994
0. SUMARIO
CRISTO, como hombre sumergido en la divinidad, rogó al Padre: «Que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí». La unidad, como la fe, no se improvisa, y es gracia derramada de la profundidad de Dios. Aquí va precedida de la unión, de andar juntos sin eliminarnos, sin destruirnos recíprocamente, respetándonos.
La Iglesia espera que los que se limitan a llamarse cristianos se conviertan al catolicismo; pero, a la vez, moderando el énfasis de nuestra denominación, los católicos debemos convertirnos al cristianismo; sin lo cual la deseada unión no sería comunión, no sería verdadera Iglesia de Dios, en la que "cristiano" es el nombre y "católico" el apellido.
LOS OJOS PUESTOS EN JESÚS
RICOS
PENSAMIENTOS DE NEWMAN
CONVERSIONES EN INGLATERRA
LAS PALABRAS DE LOS SANTOS
PALABRAS DE SAN FELIPE NERI
{1}
1. LOS OJOS PUESTOS EN JESÚS
«Todos, en la sinagoga, miraban a Jesús» (Lc 4, 21).
Hoy también en nuestras asambleas,
si de verdad lo deseas,
tus ojos pueden estar fijos en el Salvador.
Cuando le diriges tu mirada
―la que viene del fondo de tu mismo corazón,
quiero decir―
para contemplar la sabiduría y la bondad
del Hijo de Dios, tienes los ojos fijos en Jesús.
¡Dichosa la asamblea
cuya palabra da testimonio
que los ojos de sus fieles
han estado fijos en Jesús!
Cuando dirigimos nuestras miradas hacia Jesús
su luz y la contemplación de su rostro
ilumina nuestros ojos;
y es entonces cuando podemos decir con el salmo:
«Sobre nosotros, Señor,
brilla la luz de tu mirada».
Orígenes (s. III), Com. sobre Lucas 2
{2}
2. Ricos
UNA PREGUNTA: ¿por qué Jesús nació pobre, realmente pobre, si luego, en la montaña de las bienaventuranzas, hablaría de la pobreza "de espíritu", que tantos han tomado como una rebaja tranquilizadora y justificación del poseedor de verdaderas riquezas "reales"? Porque parece que, como en derecho penal se dice que las ideas no delinquen, aquí valga decir que el espíritu no peca.
Sabemos, sin embargo, que en cuestión de virtudes, todas son esencialmente espirituales; lo contrario sería simulación, hipocresía. Por esto no se puede afirmar que la riqueza real sea una suerte; sí, acaso, una responsabilidad como de quien tiene en las manos un crédito que hay que devolver a Dios, en cuyo caso el "espíritu" sería manejarlo con el respeto debido a lo que a él pertenece: «todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios», dirá san Pablo. Al cristiano ya no le sirve el concepto romano de la propiedad, como derecho absoluto ―«con lo mío hago lo que quiero»―, ni siquiera el negativo y convencional de no hacer el mal, sino el positivo y creativo de bien según Dios.
Lo cual se rechaza por el mundo todavía pagano y no se acaba de admitir, incluso por gran cantidad ―¿la mayoría?― de los cristianos, resignados fácilmente a meras acciones mínimas y simbólicas, para aquietar escrúpulos de conciencia, y son todavía pocos a tomar en serio el calado evangélico de la primera de las bienaventuranzas.
Razones nunca faltan, y la fantasía provee de ellas, hasta aceptar la más que dudosa opinión de que, para cualquier proyecto apostólico, lo primero con lo que hay que contar es con su financiación, lo cual no deja de ser un criterio mundano, del que Jesucristo, precisamente al venir al mundo, prescindió y contradijo con su nacimiento en pobreza y con el ejemplo de toda su vida, hasta su desnudez en la cruz y la soledad en su muerte, salvo el puñado de unos pocos, con la Virgen, que serían semilla de su Iglesia, de la asamblea en nada parecida a «un reino del mundo», si bien sometida a la secular lucha por no sucumbir a los modos y maneras mundanas de una proclamación confusa de su Evangelio. Y en eso estamos.
{3} El "espíritu" de riqueza no es exclusivo de los ricos; ni el de "pobreza", de los pobres. Y habrá ricos con espíritu de pobreza si supieron hacer que el bautismo cristiano les purificara realmente de la codicia y del orgullo, al lado de otros muchos que, si pasan por creyentes, seguirán pensando que incluso Dios «deberá contar con ellos». De modo parecido, habrá pobres recomidos por la envidia, verdaderos ricos de espíritu, junto a grandes multitudes indigentes que claman por la justicia ante la pasividad de los instalados en las comodidades alcanzadas y mantenidas al precio de la explotación de los realmente pobres; y también habrá los que sin desesperación, la fe les ayude a descubrir el privilegio de una situación de desprendimiento real que les hace más fácil el camino de la humildad, del gozo sencillo, de la riqueza y el consuelo del amor compartido, de la fraternidad en Dios. Para éstos está el énfasis del ejemplo de Cristo, que los santos se esfuerzan en repetir, en primer lugar por parecerse a Cristo mismo y poderle comprender mejor, y luego por amor a los demás hermanos de cerca o de lejos, para no pecar de hartazón a costa del hambre, la ignorancia y la miseria de los más pobres, y para dar ejemplo a todos en el verdadero seguimiento de Cristo, por caminos de libertad, pues aunque parezca un contrasentido, es más libre el pobre de espíritu que el rico, porque éste padece la fiebre de la ansiedad por no perder lo que guarda, mientras se le reseca el corazón y pierde sentido para él la palabra amor, al que ponen precio cuantos le rodean. El pobre de espíritu es libre y solamente el libre puede amar, aunque la libertad tiene el alto precio de la pobreza y el desasimiento, que sitúan en el sentido puro de la verdad y la paz. El día que de verdad los cristianos nos decidamos en la apuesta por la verdadera «pobreza de espíritu», el mundo dará un vuelco y la tierra tocará con las manos el cielo. Nuestra desgracia es que no nos lo acabamos de creer, y por eso se demora la era de la felicidad para todos los hombres. Demoramos el bien engañándonos de que así aplazamos el mal. No queremos el bien entero, no amamos, no redimimos nuestra esclavitud de la duda, desconfiamos de que nuestra vocación pueda ser la felicidad.
En definitiva no somos felices porque no amamos, no amamos porque no somos libres, no somos libres porque no somos pobres, no somos pobres porque no somos espirituales, y el barro moja nuestras alas y no podemos volar como las aves del cielo, ni agradecer el beso limpio del aire como los lirios de los campos. Será difícil, mientras sigamos ricos, entrar en el reino de los cielos. Pero Cristo nació pobre para desbloquear, de una vez, nuestras resistencias. Algunos creyeron en él.
A los ricos de este mundo, recomiéndales que no sean altivos, ni pongan su confianza en algo tan inseguro como la riqueza, sino en Dios, que nos provee de todo espléndidamente para nuestra satisfacción; que practiquen el bien, se hagan ricos en buenas obras, sean generosos, dadivosos, atesorando así para sí mismos un buen capital para el futuro, hasta lograr la auténtica vida.
1Tm 6, 17-19
{4}
3. PENSAMIENTOS DE NEWMAN
AMOR CRISTIANO Y CONDICIÓN HUMANA
Sería un gran error por nuestra parte pensar que hemos de abandonar nuestras ocupaciones temporales y retirarnos del mundo si queremos servir a Dios como es debido. El cristianismo es una religión para el mundo, tanto para los hombres de negocios e influencia social como para los pobres.
(Newman pasó su vida predicando el ideal cristiano a los laicos, a hombres y mujeres corrientes. H. S.
II, 94).
Cuando la gente se convence de que la vida es corta..., cuando se da cuenta de que la vida futura lo es todo, de que la eternidad es el único objeto que puede solicitar y llenar de verdad nuestros pensamientos, entonces son propensos a despreciar completamente esta vida y a olvidar su importancia real; tienden a desear que el tiempo que han de pasar aquí transcurra manteniéndolos apartados de sus deberes temporales y sociales. Habría que recordar, antes bien, que las ocupaciones de este mundo, aunque no sean celestiales en sí mismas, son, con todo, el camino que conduce al cielo... Pero es difícil darse cuenta de estas dos verdades al mismo tiempo, y de saber unirlas: contemplar constantemente la vida futura y, sin embargo, actuar en ésta...
Pensar en el mundo futuro nos puede llevar, de diversas maneras, a descuidar nuestros deberes en éste. Siempre que ello ocurra, podemos estar seguros de que nos encontramos ante algo equivocado y no cristiano; no precisamente por el hecho de pensar en el mundo futuro, sino por la forma de hacerlo.
(La vida es para la acción. P. S.
VIII, 165) El cristiano percibirá que la verdadera contemplación consiste en sus tareas temporales; que así como Cristo se hace visible en los pobres, en los perseguidos, en los niños, así también se muestra en las ocupaciones ―cualesquiera que sean― {5} que él asigna a sus elegidos; que dedicándose a su propia vocación se encontrará con Cristo: en tanto la descuide, se verá privado de su presencia, pero, en la medida en que la lleve a cabo, verá cómo Cristo va revelándose a su alma, en medio de los quehaceres ordinarios de cada día, como por una especie de sacramento. («El sacramento del momento presente». P. S. VIII, 165).
Los trabajos de cada día, he aquí la piedra de toque de nuestra contemplación de la gloria, con independencia de si esos trabajos serán o no provechosos para nuestra salvación; el que hace un acto de obediencia por amor a Cristo, es mejor, y vuelve a su casa justificado, en comparación con el más elocuente de los oradores. (Por sus frutos los conoceréis. P. S. I, 270).
Aquel que poseía el don de poder contemplar constantemente a su Señor y Salvador como si lo estuviera viendo con los ojos de su cuerpo, fue, sin embargo, tan sensible a los afectos humanos y a las circunstancias del mundo exterior, que parecía no haber tenido experiencia de aquella contemplación.
Resulta admirable: el que encontraba descanso y paz en el amor de Cristo, no quedaba satisfecho sin el amor de los hombres; él, para quien la recompensa suprema era la aprobación de Dios, buscaba la conformidad de sus hermanos...
Amaba a sus hermanos, no sólo «por causa de Jesús», por utilizar sus propias palabras (2 Co 4, 11), sino también por ellos mismos. (La sensibilidad de san Pablo muestra que la gracia se edifica sobre la naturaleza. O. S., 114).
Una mente bien formada ―puesto que ello es algo bueno en sí mismo― aporta una especial fuerza y carácter a todos los trabajos y actividades que emprende, y nos capacita para ser más útiles, y ello para beneficio de un mayor número de personas. Se trata de un deber que tenemos para con la sociedad humana, para con la comunidad a la que pertenecemos, para con el ambiente en que nos movemos. (Newman es un humanista cristiano. Idea, 167).
Sabemos que nuestro Salvador tuvo un amigo predilecto. Esto nos muestra, en primer lugar, hasta qué punto era totalmente hombre, igual a nosotros, en sus necesidades y sentimientos; y, en segundo lugar, que no hay nada contrario al Espíritu del Evangelio, nada opuesto a la plenitud del amor cristiano, en el hecho de dirigir nuestro afecto de un modo especial hacia {6} determinados objetos, aquellos hacia los cuales nos han atraído las circunstancias de nuestra vida o alguna peculiaridad de nuestro carácter. Algunos han supuesto que el amor cristiano tiene una naturaleza tan expansiva que no es susceptible de encarnarse en personas concretas, de forma que hemos de amar a todos los hombres de la misma manera. Y hay muchos que, sin haber elaborado ninguna teoría, consideran, en la práctica, que el amor por muchos es una realidad superior al amor por uno o por dos: de este modo descuidan la caridad en la vida personal, mientras se ocupan de proyectos destinados a difundir la filantropía universal, o de llevar a cabo la unión y la reconciliación entre los cristianos.
Yo, contrariamente a estas interpretaciones del amor cristiano, y fijándome en el ejemplo de Cristo Salvador, mantengo que la mejor preparación para amar el mundo en toda su amplitud, y de amarlo recta y juiciosamente, es cultivar la verdadera amistad y el amor profundo hacia aquellos que están más cerca de nosotros. (La amistad cristiana. P. S. II, 52-53).
Hemos de empezar amando a nuestros amigos más cercanos, y gradualmente ensanchar el círculo de nuestro afecto, hasta que alcance a todos los cristianos, y después a todos los hombres... Qué absurdas resultan las palabras de los escritores cuando se refieren con grandilocuencia al deber de amar a todo el género humano con un afecto universal, de ser amigos de toda la humanidad... Eso no es amar a los hombres, es sólo hablar de amor. El amor real debe realizarse en la práctica. (La verdad de las cosas exige su realización efectiva. P. S. II, 54- 55).
La economía política... si es estudiada en ella misma, con independencia de la norma proporcionada por la verdad revelada, conducirá ciertamente a los que se ocupan de ella a conclusiones no cristianas.
La Sagrada Escritura nos dice con toda claridad que «la codicia» ―O, más literalmente, el amor al dinero― «es la raíz de todos los males» (1 Tm 6, 10). El cristiano tiene el deber de trabajar, sí, pero de trabajar para atender la propia subsistencia y la de los suyos; y tiene también el deber de ser vigilante con respecto a la riqueza, tanto privada como pública.
Evidentemente, si hay una ciencia que trata de la riqueza, a ella corresponde formular las reglas para adquirir esta riqueza y para disponer de ella, pero su competencia acaba aquí. Por ella misma, no es capaz de declarar que es una ciencia subordinada, que su fin no {7} es el fin último de todas las cosas, o que sus conclusiones son solamente hipotéticas porque dependen de sus propias premisas y, por tanto, pueden ser refutadas por una enseñanza más elevada.
He aquí el campo que el especialista en economía política tiene derecho a ocupar. Su competencia no se extiende a determinar si la riqueza ha de ser obtenida no importa de qué manera, o si conduce por ella misma a la virtud o constituye el precio de la felicidad. Eso sería traspasar los límites de su disciplina. (La verdadera filosofía comporta una visión ordenada de la realidad. Idea, 86-87).
Acción litúrgica y presencia de Cristo.
Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza (como dice san Agustín). Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió:
«Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20).
Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno.
Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público integro.
En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
Concilio Vaticano II, Const. Liturgia, n. 7
{8}
4. Conversiones en Inglaterra: El testimonio de la duquesa de Kent.
En vigilias del Octavario por la unión de los cristianos, este año se ha producido la conversión, largamente madurada, de un miembro de la familia real británica, que por esta misma circunstancia, ha sido noticia que ha dado la vuelta al mundo, a pesar de la sobriedad y sencillez que se ha querido dar al acto formal de su admisión en la Iglesia católica: la duquesa de Kent, la cual, lo mismo que hiciera Newman en el siglo pasado, ha entrado en el catolicismo no sin haber reconocido todo el bien de que es deudora a la Iglesia de Inglaterra, en cuyo seno nació a la fe de Cristo y desde la cual, «como quien llega a puerto después de una trabajosa travesía», ha alcanzado su plenitud convirtiéndose al catolicismo. Desde la conversión de Newman, en el siglo pasado, más de un millón de anglicanos han entrado en la Iglesia católica, sin necesidad de tener por enemigos a sus originales hermanos de fe, aunque sí buscando lo que han entendido como un mayor acercamiento a Jesús. Nosotros mismos, los oratorianos, contamos allí con tres comunidades en las cuales, más de la mitad de sus miembros son anglicanos convertidos al catolicismo, respetados y amados por todos. Nos parece ilustrativo reproducir unos párrafos del artículo aparecido en el «The Times», y firmado por su ex-director, William Rees-Mogg.
HACE tan sólo algunos años, las iglesias cristianas se consideraban como competidoras entre sí, y o bien se lamentaban o se alegraban de las conversiones, como si cada converso a sus filas fuese un gol marcado al equipo local; esta actitud no ha desaparecido del todo. Ahora las iglesias tienden a considerarse a sí mismas como vías alternativas para realizar el mismo viaje espiritual y reconocen que una persona concreta puede ser ayudada mejor por una Iglesia que por otra. Así han reaccionado el arzobispo anglicano de Canterbury y el arzobispo católico de Westminster ante la decisión de la duquesa de Kent de convertirse al catolicismo, una decisión espiritual que a ella corresponde adoptar, y ella ha decidido lo que más le conviene.
No obstante, su conversión tiene una importancia que va más allá de su opción personal. Es una grata {9} declaración de libertad religiosa.
La familia real, a diferencia de todas las familias de Gran Bretaña, está sujeta a unas normas religiosas impuestas por la ley de Sucesión al Trono, de 1701. Esa ley sigue disponiendo que ningún católico-romano puede llegar a ser monarca, como tampoco puede hacerlo nadie que se case con un católico-romano. La duquesa de Kent no se ve afectada por esta disposición, pues ella no está en la línea de sucesión al trono. Jurídicamente, esta conversión no supone ninguna diferencia por lo que respecta a la sucesión, pero refuerza la libertad de conciencia de toda la familia real.
Las funciones regias y religiosas están unidas tan estrechamente, con arreglo a la Constitución británica, que los miembros de la familia real se supone que tienen un concepto religioso de la vida. El último mensaje de Navidad de la reina Isabel II fue un admirable sermón laico y puso de relieve la profundidad de su fe religiosa. En cuanto las personas piensan en la religión de un modo serio, emprenden un viaje espiritual que las lleva hacia su propia forma de entender la verdad. Cada individuo seguirá por esa vía para que marque su propio destino, como lo ha hecho la duquesa de Kent.
Su decisión es importante por lo que se refiere a la Iglesia de Inglaterra. No la ha adoptado a causa de la ordenación sacerdotal de las mujeres. Ha sido el resultado de años de lectura y oración, y la ha tomado por razones más amplias.
No obstante, la cuestión que se le planteó es también la que se plantean muchos anglocatólicos.
Para los liberales y los protestantes, la Iglesia de Inglaterra puede seguir siendo la suya propia. Pero para muchos anglocatólicos devotos ha ido convirtiéndose en algo cada vez más incómodo, y la Iglesia católica, con su autoridad histórica, les parece ahora un lugar más lógico.
Entre muchos anglicanos ―no solamente entre anglocatólicos― hay también una sensación de que la Iglesia de Inglaterra ha perdido su vitalidad espiritual. Ningún miembro de la familia real en su generación ha desempeñado su papel con un mayor sentido del deber que la duquesa de Kent. La decisión religiosa de la duquesa tendrá, por lo tanto, una influencia más amplia.
La casa de Windsor ya no puede ser considerada como una especie de ancla protestante para la Iglesia de Inglaterra. La familia real no existe para eso; hay millones de personas que son leales a la reina y que distan mucho de ser protestantes.
Pero lo más valioso en la actualidad es el testimonio personal de la duquesa de Kent. Mucha gente, incluyendo figuras públicas, ha {10} perdido el sentido de los valores.
No paran de buscar beneficios a corto plazo, sexuales o financieros.
Sin fe, es demasiado fácil llevar una vida propia de «La feria de las vanidades». Ese es el mensaje de los escándalos actuales. La duquesa de Kent ha tomado una decisión difícil y muy meditada acerca de algo que realmente importa.
Para los católicos, Dios es la fuente de la gracia y la Iglesia católica es la institución mediante la cual se recibe la gracia. La Iglesia no es el único camino para ello, pues Dios concede libremente su gracia, pero sí tiene una autoridad especial. La decisión de la duquesa de Kent se refiere al efecto de la gracia divina sobre la vida del espíritu. Ésta es la cuestión que presidió la vida de los santos. Es la cuestión por la cual murieron los mártires cristianos, aquella por la cual tanto Thomas Cranmer como Tomás Moro murieron, aunque con motivaciones diferentes.
Todos podemos estar agradecidos a la duquesa de Kent porque se ocupa de cuestiones fundamentales y no de lo que todas las religiones consideran como ilusiones superficiales de la vida. La familia real tiene su máxima grandeza cuando es vista como el ancla, no de una Iglesia o secta concreta, sino del concepto de la propia vida. Ése es el testimonio que da la duquesa de Kent.
LAS HERIDAS DE LA UNIDAD.
En esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol Pablo reprueba severamente como condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas partes. Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (herejía, apostasía, cisma...) no se producen sin el pecado de los hombres.
Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraterno.
Justificados por la fe en el bautismo, se incorporaron a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos por los hijos de la Iglesia católica como hermanos en el Señor.
CATECISMO DE LA IGL. CAT., (nn. 817-818)
{11}
5. Las palabras de los Santos
No hay palabras para decir lo mejor. Por eso también "habla" el silencio, un gesto, el ejemplo, una vida, como sucede en Cristo: la Palabra es él mismo. Así fue también con los santos, que son el discurso vivo del Evangelio a lo largo de la historia, como un retablo en el que Cristo se repite. Dante decía que los santos, alrededor de Dios, son como pétalos de una sola flor. Una flor inmensa, luminosa, indescriptible, inefable.
HA HABIDO santos escritores, santos de los cuales es fácil recuperar documentalmente el sentido de su experiencia religiosa, de sus reflexiones sobre Dios, de su meditación de las Escrituras y algunos incluso de su protagonismo en la Iglesia, si lo tuvieron, o que nos transmitieron fielmente detalles de lo que fueron testigos у la historia debe recordar. Ha habido santos sabios que han escrito tratados de la ciencia que se ocupa de Dios у lo que de ella se deriva, llevados del deseo de ser útiles a los creyentes y de servir a la Iglesia haciendo que pueda disponer de libros en los que, sistemáticamente, se contengan los saberes que ilustran la fe y facilitan el conocimiento resumido de lo sagrado; por eso la Iglesia los ha llamado santos doctores. Pero también ha habido santos que nunca o casi nunca escribieron palabra. El primero que está en la lista de éstos es el mayor de todos, Jesucristo. Igualmente es verdad que, luego, de nadie tanto como de él se han escrito libros, los cuales, si debieran contener todo {12} cuanto de él se pudiera decir, no cabrían en todo el mundo, escribe con énfasis el evangelista amigo, Juan, al terminar su relato. Sin embargo, lo que más nos interesa de todo lo que se nos cuenta de Jesús en los evangelios, son precisamente sus mismas palabras, que saben siempre a poco, a la vez que contienen verdades inagotables. Son doctrina, pero también el pensamiento de su corazón, de cuya profundidad emanan. De manera parecida ocurre con las palabras de los verdaderos santos.
San Felipe Neri
Nuestro Padre san Felipe se refería siempre a Cristo у al evangelio, a los apóstoles y sus escritos y, acto seguido, a los libros de los santos o, como él solía decir, significativamente, a libros que comiencen con "S", o sea, de santos. Era porque los santos son hermanos nuestros que han hecho experiencia profunda y sincera de Dios. De él mismo nos gustaría disponer de documentos abundantes: sus notas personales, los apuntes de sermones, sus poesías o, por lo menos, de los libros que tenía y {13} leyó, los fragmentos subrayados si hubiese tenido la costumbre de señalarlos así. En cuanto a lo otro, tuvo la santa astucia de mandar quemar todos sus escritos poco antes de morir, y muy escaso es el caudal literario de que podemos disponer que ciertamente hubiera sido recogido y custodiado con gran veneración por sus primeros hijos espirituales, lo mismo que lo fueron sus objetos personales y los pocos papeles salvados de la quema, que ejecutó su fiel discípulo Alessandro Alluminati, con eficacia irreparable e inocente a la vez.
Las dos Teresas
La joven santa Teresa del Niño Jesús sí que escribió su vida, pero lo hizo por obediencia, no sin antes hacer notar que lo más grande del trato de Dios con las almas —y claro está que también de la suya― solamente se podrá saber en el cielo. La otra Teresa, la gran santa Teresa de Jesús escribió mucho, de sí misma, pero olvidada de sí, para sus hijas espirituales, de la gracia y la oración en Las Moradas, y su Vida: quería transmitirles su experiencia para hacerles más fácil el camino del encuentro y vida con Dios; la Inquisición le secuestró el libro de la Vida, pero no alcanzó a prohibirle que la reescribiera de otro modo en el de Las Fundaciones, porque aunque inquieta e andariega, no alcanzaba a llegar a tiempo a todos sus conventos o palomarcitos para hablarles de lo que Dios era capaz de hacer en las almas que se le consagraban.
Catalina de Siena
Algunos se escandalizaban de que una mujer escribiera de Dios, como ocurrió con santa Catalina de Siena. Más tarde, los sucesores de los escandalizados hicieron doctoras a ambas, tal vez para desmentir, de paso, a quienes acusaban a la Iglesia de discriminadora de la mujer.
Espíritu de los santos
Cuando nos encontramos con santos y personajes espirituales que han escrito sobre Dios, la Iglesia, la oración, el mundo desde la fe... lo que {14} enseguida se nos convierte en deseo es el intento de entrar en su espíritu y penetrar su conciencia, siempre más interesante que lo que pudieran decir o escribir. Ese querer entrar en el alma de los seres más espirituales no nos releva de acercarnos a ellos por todos los medios que nos los den a conocer; pero sin el intento de captar su espíritu y psicología, se nos hace más difícil entender sus mismas palabras e interpretarlas situados fuera de contexto u olvidando las circunstancias y fin primero que los inspiraba a decirlas o escribirlas. Así lo entendía Newman cuando nos habla de los santos, cuyas obras leía, casi como si hablara con ellos. La misma palabra de Dios, si no se nos convierte en oración, permanece como conocimiento objetivamente excelso, pero estéril para quien no la medita en el trato personal con Dios. Es por esta razón que la Iglesia nos la presenta en el marco de la liturgia, que es culto público a Dios, con la percepción espiritual de la presencia de Jesús, que está donde dos o más se reúnen en su nombre.
Palabra de Dios y oración
La palabra de Dios y las palabras de los santos no deben limitarse a mera ilustración de las inteligencias o la sabiduría académica, sino que, en los fieles, es preciso que se lean dentro del espíritu con que fueron dichas. Esto va contra el vicio de citas precipitadas para adorno del discurso sobre Dios y sobre sus santos; contra la superficialidad de los que citan copiando, para salvar con apariencias de sabiduría la falta de verdadera sabiduría. El siervo de Dios, decía san Felipe, no ha de mostrar que sabe, sino saber, y, sobre la Palabra de Dios, se aprende más en la oración que con el estudio y nadie puede ser sabio sin la verdadera Sabiduría.
Los santos no suelen escribir de sí mismos, ni apenas hablar de su vida si no es para alabar y agradecer favores de Dios y proclamar sus misericordias.
Newman como ejemplo
Newman, por ejemplo, escribió mucho, y nunca sin {15} motivo, ni por meras preocupaciones estéticas, ni como oficio para ganar dinero —y era pobre―, ni por defenderse de adversarios cuando le atacaban personalmente. Su célebre Apologia pro vita sua, que relata una parte importante de su vida y la evolución de sus ideas religiosas en ella, fue arrancada tras años de silencio, no llevado de la preocupación personal ante acusaciones injustas, sino para defender a la Iglesia y al sacerdocio católico de calumnias infames, que tergiversaban la sinceridad de su propia conversión y generalizaban el baldón de la hipocresía extendida a todos. Contuvo su misma vena poética, temeroso de que el revestimiento estético de la literatura pudiera distraer de la solidez de las ideas que era preciso sembrar entre los creyentes. Estuvo largos años sin componer un sólo poema, pero no rehuyó hacerlo para trasladar del latín al inglés comprensible por los fieles los himnos de la liturgia, o estimular sobriamente la glorificación de Dios en sus santos o en misterios y virtudes cristianas. Cuando escribe y desahoga su pena, lo hace olvidado de sí, y doliente por la presión de la angustia de ver ultrajada a la Iglesia o el Oratorio que había fundado, amenazado por la incomprensión de los que, ignorantes o envidiosos, parecían alegrarse creándole dificultades y difundiendo falsedades y sospechas que ponían en peligro su obra desinteresada y pura.
Maestro de la pluma y mente privilegiadísima, su honestidad le impidió recurrir a propagandas o al juego de estrategias triunfalistas, que hubieran sido artes humanas, pero no fruto y obra de la gracia de Dios.
El peligro consumista
Fue buen discípulo de san Felipe Neri, y supo recoger el consejo de buscar luz en la Biblia y en los libros acreditados por los santos. Una lección que debe ser tenida en cuenta también en nuestra época, afectada por el consumismo, capaz de introducirse en cualquier literatura, y también en la religiosa. Época que decimos que prescinde {16} de Dios, aunque busca y se construye sus propias idolatrías, o rebaja el concepto del Dios verdadero, o crea mitos de santidad que no encontrarían lugar en el Evangelio de Jesucristo.
6. Palabras de s. Felipe Neri
El fundador de la Congregación del Oratorio de Valencia fue Luis Crespi de Borja, y se dio prisa en traducir del italiano la vida de nuestro Santo Padre Felipe Neri, escrita por el P. Pietro Giacomo Bacci y publicada en 1622, en Roma, de la que se hicieron posteriores ediciones; una de ellas fue enriquecida con "hechos y dichos" recabados de testigos del proceso de canonización y de otras personas que trataron al Santo. El P. Crespi de Borja turo cuidado de incluirlos, como apéndice, en su traducción, publicada en 1673. Aquí damos un resumen, necesariamente incompleto, y acomodado al lenguaje actual. Respetamos, de todos modos, el orden en que originalmente se disponen.
―Cuando en San Germán, Felipe dijo a su tío que estaba dispuesto a dedicarse totalmente a Dios, desprendido de los bienes terrenos, éste le ofreció hacerle heredero de su caudal y le recordó los beneficios que le había hecho, a lo que Felipe respondió que «en cuanto a los beneficios recibidos nunca se olvidaría, pero que del resto alababa y agradecía más su amor y benevolencia que su consejo».
―El Santo había estudiado filosofía y teología en las facultades, pero resolvió seguir el consejo del Apóstol Pablo, de que no es preciso saber por encima de lo que es necesario, sino saber con sobriedad», tal como debe ser la ciencia de los Santos.
―A las personas espirituales daba esta advertencia: Que estuviesen dispuestas a sentir gusto de las cosas de Dios, lo mismo que a padecer en sequedad del espíritu, sin quejarse de cosa alguna.
―Al visitar a enfermos, «no basta hacer simplemente el servicio → {17} que precisan, sino con la mayor caridad, imaginando que se hace al mismo Jesucristo».
―No permitía en la Congregación que, con el pretexto de los estudios, se dejase la oración y la dedicación a los ministerios; quería que se estudiara, sin olvidar que lo que importa no es procurar mostrar que se sabe, sino saber, y que, en cuanto a las Sagradas Escrituras, se aprende más en la oración que con el estudio.
―En la celebración de la santa Misa, quería que los sacerdotes fuesen más bien breves que largos en detenerse a merced de la devoción, y que, si en ella sintieran devoción, se dijeran a sí mismos: no te quiero aquí, sino en mi cuarto, fuera de los ojos que miran.
―El Oratorio era perseguido y algunos pensaban que no se conservaría, pero él decía que estaba tan convencido de que corría a cuenta de Dios su existencia, que, aunque se quedase solo, él perseveraría, porque Dios no necesita de hombres, muchos o pocos, y puede hacer de las piedras hijos de Abraham.
―En cuanto a mandar en la Congregación, decía que era muy difícil tener unidos a hombres libres; pero que para ser muy obedecido es preciso mandar poco.
―También decía que estaba resuelto a no querer en casa a hombres no observantes de las pocas órdenes que se les imponía.
―Imponía, en ocasiones, mandatos en cosas que, de natural, no eran agradables, y lo hacía para que profundizasen en la propia humildad y buen espíritu sin perderse en fantasías y admiración de sí mismos.
―Los bienes de la Congregación son patrimonio de Cristo, y con respeto se deben administrar y gastar.
―La verdadera preparación de un buen sacerdote para celebrar la Eucaristía es vivir de manera, en cuanto a la conciencia, que a todas horas pudiera decir Misa.
―El mismo Santo Padre era obediente cuando era requerido para {18} los ministerios, y decía que era mejor obedecer al sacristán o al portero que permanecer en el aposento, aunque fuese haciendo oración. En cuanto a la obediencia decía que los que deseen aprovechar en el camino de la virtud, deben dejarse conducir por sus legítimos superiores. El que se comporte con independencia tendrá que dar cuenta a Dios de sus acciones.
―Es preciso rezar mucho antes de elegir un director espiritual.
Una vez elegido, no debe abandonarse sin grandísima causa.
Cuando el espíritu del mal no consigue llevar a cometer pecados graves a un cristiano fervoroso, le tienta sembrando desconfianza hacia su confesor y así, poco a poco, lo desvía del bien.
―Vale mucho más una vida ordinaria por obediencia, que mucha penitencia por propia voluntad. La obediencia es el camino compendioso y breve para llegar a la perfección: es ofrecerse a Dios desde el altar del corazón.
―Es preciso obedecer en las cosas que parecen poco importantes, porque es así como luego es fácil obedecer en las mayores.
―No basta considerar si Dios quiere el bien que se pretende, sino si lo quiere por mí, y en aquel modo y tiempo, tal como lo determina la obediencia, antes que el gusto. Para ser perfectos es preciso obedecer y honrar a los superiores, y honrar a los iguales e inferiores.
―Hacen mal los confesores cuando, por negligencia y respetos humanos, dejan de ejercitar a sus penitentes en la obediencia, y descuidan el mortificar el entendimiento y la voluntad propia por este medio, y permiten, en cambio, penitencias corporales.
Porque mucho más aprovecha mortificar una pequeña pasión, por muy pequeña que sea, que muchas penitencias, ayunos y disciplinas.
―Aconsejaba a los laicos que participaran cada día en la santa Misa, y que no dejasen de hacerlo con pretexto de descanso o recreo, sin otra justa causa, porque se equivocan grandemente quienes buscan recreación fuera del Creador y consuelo fuera de {19} Cristo, y no lo hallarán jamás, sino la propia perdición. Quien quiere ser sabio sin la verdadera Sabiduría, y salvo sin el Salvador, ese tal no es sano, sino enfermo; ni sabio, sino loco.
―Le gustaba la jaculatoria breve de «Virgen y Madre» dirigida a María, porque en estas dos palabras se contenía toda la grandeza de la Madre de Dios.
―Regularmente es mala señal no tener algún particular sentimiento y devoción en las grandes solemnidades, pasando con indiferencia por su celebración.
―Lamentaba la falta de reverencia con que a veces se tratan las cosas sagradas o que han pertenecido a santos, o sus reliquias.
―A los que convertía del pecado a la gracia, les decía que habían cambiado de rostro y tenían mejor cara.
―No temo nada y tengo esperanza cierta de alcanzar cualquier merced de Dios con tal de poder hacer oración.
―No quería rezar el oficio divino de memoria, sino siempre con el breviario abierto delante, para no errar, y aconsejaba a otros que también lo hicieran.
―Advertía, especialmente a los miembros de la Congregación, que tanto para la oración como para predicar la palabra de Dios, leyesen libros de autores cuyo nombre empezase por S de santo, como san Agustín, san Gregorio, etc., porque no existe cosa más a propósito para excitar el espíritu; también decía que leyesen muy despacio, incluso que se detuviesen, si leían solos, en aquellas frases o palabras que les inflamaban el corazón, ―Para aprender a tener oración lo primero es reconocerse indigno de tratar con Dios; la verdadera preparación para la oración es ser mortificado, porque el que quiere tener oración sin mortificación es como si quisiera volar sin tener alas; el humilde y obediente es enseñado por el Espíritu. Un hombre sin oración, decía, es un animal sin discurso.
―En la oración hay que desear cosas grandes en el servicio de {20} Dios: no contentarse con poco, sino desear, si fuere posible, exceder en santidad y amor a san Pedro y a san Pablo, pues aunque no se pueda con las obras, debe procurarse con el deseo.
En especial los principiantes han de meditar en el destino final del hombre, y tener todos en cuenta que el espíritu del mal nada teme tanto como la oración, y por eso procura impedirla.
―Aconsejaba no adoptar posiciones tensas, ni fijar los ojos encantados en imágenes y figuras porque se echa a perder la cabeza, se cae en fantasías o ilusiones, aun de apariencia espiritual, que son una tentación.
―Exhortaba a que no abandonasen el Oratorio los fieles que lo frecuentaban, y que unos a otros se encomendaran en las oraciones.
―A los grandes pecadores que acudían a sus pies les exhortaba primero a corregirse de sus grandes pecados. Después, con paciencia, les iba llevando poco a poco a la perfección, y cuando les había entrado un poco de espíritu, ellos mismos hacían más de lo que un hombre desea.
―Con tal que no pequen, dejaría que partieran leña sobre mi espalda, decía.
―Son más fáciles de gobernar por el camino de la virtud los que tienen el espíritu alegre, que los melancólicos. La alegría es un verdadero medio para aprovechar en la virtud. Pero aborrecía la disolución, y por eso es necesario estar con toda cautela y no caer, decía, en el espíritu bufón, porque las bufonadas hacen al hombre incapaz de recibir de Dios mayor espíritu, y destruyen lo poco que se ha adquirido en el fervor y la práctica virtuosa.
―No le gustaba que se hablara demasiado de demonios y tentaciones, porque se le hace demasiada honra al Demonio con sólo hablar de él.
―En la asistencia a los enfermos, no hay que decirles muchas palabras, cuando están muy cerca de la muerte, sino ayudarles con oraciones. Creía que Dios manda la muerte en el momento {21} más oportuno y por eso no quería hacer oración absoluta por la vida de nadie.
―No quería que los suyos, en la mesa, anduviesen diciendo que algo no les gustaba o que pidiesen cosas particulares a no ser por necesidad, ni que comiesen entre día. A uno que solía hacerlo así le dijo que nunca tendría espíritu.
―Quería que con la pobreza se juntase la limpieza y solía repetir la sentencia de san Bernardo: Siempre me ha gustado la pobreza, jamás la suciedad.
―De la pobreza decía que hubiera preferido verse reducido a tener que pedir limosna y buscar alguien que le diera un real y no encontrarlo, y que consideraría una gracia especial tener por lugar de su muerte, el de los pobres de solemnidad. A un hijo espiritual suyo, que de pobre se hizo rico, le decía que antes tenía cara de ángel, y la riqueza le había mudado el rostro, que antes tenía el rostro alegre y ahora melancólico.
―Es más fácil corregirse del vicio de la sensualidad que del de la avaricia. El dinero es la peste del alma. Dadme diez hombres verdaderamente desprendidos y me bastará el ánimo para convertir el mundo. Cuando alguien le pedía licencia para ayunar, solía responder: No, en vez de ayunar dad limosna. Que el joven se guarde de la lujuria y el viejo de la avaricia y todos seremos santos. No se puede ganar al mismo tiempo el alma y el dinero.
―No había nada, en este mundo, que pudiera agradarle del todo y confesaba que sólo le agradaba que nada le agradase. Se refería, sin duda, a su deseo del cielo.
―Cuando oía algún pecado grave de otro se confundía reconociendo que él hubiera podido cometerlo también: Señor guárdame, porque soy capaz de hacerte traición, y todo el daño del mundo, confesaba.
―No puede sucederle a un cristiano cosa más gloriosa que padecer por Cristo.
{22} ―El mayor sufrimiento de un alma que no tuviese ningún pecado, ni siquiera mínimo, sería el de no estar ya en el Cielo, con Dios y los santos.
―Tenía por regla cierta que el verdadero remedio para no pecar es reprimir la altivez del ánimo, y así que nadie debe afligirse mucho al ser reprendido. En ocasiones suele ser más culpa el afligirse en la reprensión que la culpa por la que se es reprendido, porque la demasiada tristeza suele tener su origen en la soberbia.
―Hay que pedirle a Dios que no permita jamás que tengamos deseos de bienes temporales. Y decía, con frecuencia, que cuanto amor se pone en las criaturas, tanto se quita al Creador.
―A los sacerdotes decía que, si querían hacer bien a las almas, no tocasen las bolsas. Y, a los seglares, que, lo mismo que san Pablo, no quería sus cosas sino a ellos mismos.
―La avaricia es la peste del alma. Quien quiera hacienda, nunca tendrá espíritu. Mejor que ayunar es hacer limosna.
―Hubiera preferido que Dios le quitara la vida, y aun ser fulminado por un rayo, antes que detenerse en el pensamiento que pudiera recibir dignidades... A uno que le decía con sencillez que, tal vez con ellas podría hacer más bien, le respondió lanzando su birreta al aire y jugando a cogerla: Paraíso, Paraíso.
―Dichosos vosotros, los jóvenes, que tenéis tiempo de hacer el bien que yo no he sabido hacer.
―Si me tuviera por santo o me juzgara hombre necesario para algo, me tendría por condenado. Estoy desesperado de mí mismo; desesperado de mí, pero confiado en Dios.
―Señor, no os fieis de mí. Señor mío, si no me ayudáis, no esperéis de mí sino pecados.
―Poneos en las manos de Dios, y estad seguros que, si él quisiera algo de vosotros, os dará la capacidad para aquello que os quiera confiar.